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I. Introducción
La obligación de satisfacer los compromisos internacionales asumidos por los
Estados ante los organismos financieros multilaterales -tales como el Fondo
Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial-, fenómeno que solemos
denotar mediante la remisión a la llamada cuestión de la "deuda externa", ha
tenido, y tiene, en numerosos países, efectos fuertemente negativos sobre el
respeto, la protección y la realización de los derechos humanos. La Argentina,
desafortunadamente, es un paradigma al respecto.
Esta desoladora proyección, por lo pronto, afecta a todo el universo de los
mentados derechos puesto que, desde un comienzo, corresponde descartar
que estemos ante un problema concerniente sólo a los derechos económicos,
sociales y culturales, como habitualmente suele sostenerse. Esto es así, por
dos razones, al menos. Primeramente, por el ya consolidado principio de
indivisibilidad e interdependencia de todos los derechos humanos. Con base en
ello, surge con suficiente nitidez que, p.ej., el goce de los derechos civiles y
políticos resulta puramente ilusorio de no estar, al unísono, asegurado el goce
de los derechos económicos, sociales y culturales. ¿Puede proclamarse
seriamente -nos preguntamos- el derecho a la inviolabilidad del domicilio y a la
privacidad, ante las personas que se ven compelidas a vivir en la calle? ¿El
derecho a la vida no es violado por la condena a "vivir" en la pobreza extrema?
(1). Se trata, por otro lado, de una demostración válida en sentido inverso.
¿Qué contenido ofrece -volvemos a interrogarnos- el aseguramiento del
derecho al nivel más alto posible de salud, si los individuos pueden ser
impunemente sometidos a tortura, o tratos crueles, inhumanos o degradantes?
En términos análogos, mutatis mutandi, es dable discurrir respecto de los
llamados derechos humanos de la "tercera generación", y muy especialmente
del derecho al desarrollo.
En segundo lugar, la vastedad de la repercusión se explica por un hecho ya del
todo averiguado, i.e., la falacia de considerar que, en términos de realización,
sólo los derechos económicos, sociales y culturales requieren acciones
positivas del Estado, y comprometen su bolsa. Para desenmascarar el fraude
bastaría con pensar en el derecho a la seguridad personal y a las garantías
procesales, puesto que reclaman una ingente tarea estatal que, por cierto,
también resulta "cara". Sería suficiente, además, con reflexionar sobre la
obligación estatal de "respetar" los derechos económicos, sociales y culturales,
para caer en la cuenta de que entraña no más que un deber de abstención de
parte de las autoridades (2).
Ahora bien, los efectos negativos del endeudamiento externo sobre los
derechos humanos encuentran su causa directa en los denominados
"programas de ajuste" o de "reestructuración económica"(3), mediante los
cuales, suelen afirmar quienes los adoptan, se tiende a superar las dificultades,
si no impotencia, del Estado para honrar sus compromisos, máxime cuando "el
servicio de la deuda ha crecido a un ritmo mucho mayor que la propia
deuda"(4).
Empero, si de honrar compromisos se trata, junto a lo anterior están más que
presentes otras obligaciones internacionales del Estado, ya no respecto de los
arriba mencionados organismos multilaterales, sino de toda persona humana
que se encuentra bajo la jurisdicción de aquél.
En efecto, los tratados internacionales de derechos humanos han tenido la
virtud de enunciar un amplio abanico de derechos, libertades y garantías. Pero,
a la par, también han impuesto a los Estados Partes, que voluntariamente los
ratificaron, una correlativa serie de obligaciones. Son obligaciones, insistimos,
contraídas de cara tanto a todos los individuos que se encuentren bajo la
jurisdicción del Estado, como de cara a la propia comunidad internacional. En
todo caso, y con ello agregamos un dato crucial, nos hallamos ante derechos,
libertades y garantías "mínimas", tanto en su número como en su extensión.
Los tratados sólo instituyen un "piso", aunque inquebrantable.
Por si todo ello no fuera suficiente, la reforma constitucional de 1994 dio
jerarquía constitucional a los mayores instrumentos de derechos humanos de
raíz universal y regional (art. 75.22).
En suma, las normas nacionales (o las omisiones legislativas) que
instrumentan, explícita o implícitamente, las políticas de reestructuración con el
propósito de adecuar el ordenamiento jurídico a los requerimientos de la deuda
externa, en cuanto incidan desfavorablemente sobre el respeto, la protección y
la realización de los derechos humanos, plantean cuestiones que, sin rebozos,
interesan al Derecho Internacional y al Derecho Constitucional, al menos en
nuestro país. Ponen en la liza derechos, libertades y garantías de los
individuos, y la responsabilidad del Estado, contenidas en tratados
internacionales pero que exhiben jerarquía constitucional.
El objeto del presente trabajo, por ende, será el de estudiar, en primer lugar,
cuáles son las obligaciones estatales cuyo cumplimiento, según el Derecho
Internacional de los Derechos Humanos, es inexcusable incluso bajo las
pesadas condiciones que pueda requerir el hacer frente a las obligaciones de la
deuda externa (I). En segundo término, consideraremos los compromisos del
FMI y el Banco Mundial frente a los derechos humanos (II). Los resultados
alcanzados en los dos temas anteriores, a su vez, permitirán precisar los
efectos que la intermediación de los derechos humanos produce en la relación
entre los Estados deudores y las mentadas instituciones (III), así como la
conducta que habrán de seguir los Estados terceros, y la actividad esperable de
la Organización de las Naciones Unidas -ONU- (IV). Finalmente, aportaremos
algunas conclusiones (V).
Tres advertencias preliminares se imponen. Primeramente, con el propósito de
no salirnos del plano jurídico, nuestro corpus se ajustará al que proporcionan
los instrumentos y la labor de los órganos de derechos humanos de la ONU. En
segundo lugar, y sin resignar el principio de interdependencia e indivisibilidad
antes enunciado, prestaremos particular atención a los derechos económicos,
sociales y culturales, vale decir, en el caso, al Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC), desde el momento en que ha
sido precisamente en ese terreno en el que se ha desarrollado el grueso de
dicho corpus (5). Por último, haremos especial hincapié en lo proveniente del
Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Com/DESC), lo cual
se explica no sólo por ser uno de los órganos más autorizados en el aludido
campo, además de estar compuesto por miembros independientes, sino
también porque, fundamentalmente, su producción jurídica (Observaciones
Generales y Observaciones finales a los informes periódicos de los Estados
Partes) es fuente de nuestro Derecho Constitucional, tal como creemos haberlo
demostrado en otra oportunidad: el Com/DESC actúa en las "condiciones de
vigencia" del PIDESC (v. art. 75.22 cit.) (6).
(*) Secretario Letrado con competencia en Derechos Humanos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.