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M. Arias y Fco. Vergara (eds.), RiL Editores, Santiago, 2019, pp. 201 — 212.
Miguel Espinoza
Introducción
La diminuta raíz que vi plantar y cuidar a mis padres en la tierra árida del patio
de casa se transformó en árbol robusto, a tiempo para que pudiéramos jugar sobre
él. Aunque todo lo que nos rodea se desarrolla de una u otra manera y aunque
vivimos el devenir de nosotros mismos desde adentro, la descripción correcta de
este hecho evidente, al menos en Occidente y antes del siglo IV aC, no existía. Para
captar la inteligibilidad del desarrollo de las cosas, el racionalismo de los primeros
pensadores, sin el cual nuestra civilización científica y filosófica no existiría, tuvo
que salvar importantes obstáculos erigidos tanto por la semántica y la lógica del
lenguaje usual como por las matemáticas. Los filósofos más notables cuyo
razonamiento ilustra la existencia de tales obstáculos en el camino hacia la
descripción del desarrollo son los fundadores de la escuela eleática, Parménides (c.
-540/-539 — mediados del siglo V aC) y Zenón de Elea (c. 490 — 430 aC), así como
los iniciadores de la escuela atomista, Leucipo (c. -460 — 370) y Demócrito (c. -
460 — 370). A ellos serán dedicadas las dos primeras secciones de este escrito.
Luego explicaré por qué es atribuible a Aristóteles la descripción correcta del
desarrollo. En este esquema de historia de las ideas, nada, como en ningún orden
de cosas, sale de la nada, nada es espontáneo: los logros aristotélicos son
parcialmente dependientes de quienes le precedieron. Finalmente, una vez
expuesta la concepción determinista y causal de todos los procesos naturales
incluyendo el desarrollo humano, será necesario imaginar qué puede ser la libertad
y cómo concebir su función en el florecimiento de las potencialidades de la persona.
Ser es imaginable como una esfera inmutable y eterna, no le falta nada. Sin
embargo se ve que durante el día la luminosidad varía, llega el atardecer y
finalmente la oscuridad de la noche. Y quienes acariciaban a su animal de
compañía lo recuerdan a ratos con tristeza porque ya no existe. Pero no puede ser
— es la lógica del lenguaje usual parmenídeo — que algo cambie. Si el Ser es y el
no-Ser no es, es imposible que la luz y los animales sean y no sean. Conclusión de
Parménides: el mundo de los sentidos es solo apariencia. Reténgase entonces que
según la óptica de los primeros racionalistas griegos como Parménides y Zenón de
Elea, el verdadero desarrollo, sea cual sea la naturaleza percibida, no existe.
desconocido por los antiguos. Para los atomistas lo único real y verdadero son los
átomos y el vacío. El resto, como las sensaciones, son solo opiniones. En
consecuencia de la identidad y de la eternidad de los átomos, su único movimiento
posible es el cambio de lugar gracias al vacío. De esta manera nació el mecanicismo,
la explicación del cambio y del movimiento mediante el desplazamiento atómico,
donde las matemáticas y la materia quedaron tan unidas de una vez y para siempre,
que será difícil, ante una ecuación por ejemplo, saber cuándo se considera algo
físico y cuándo lo puramente matemático.
En suma, las tres ideas maestras del atomismo son, primo, todo lo que existe se
compone de elementos cuyas propiedades en la escala atómica dan cuenta, sin
resto, de las propiedades de los objetos en las otras escalas. Secundo, el
movimiento o cambio no es otra cosa que desplazamiento atómico: el mundo no es
inmutable. Tertio, entender algo significa analizarlo, examinar su interior puesto
que todo existente es un compuesto. Gracias a su carácter fructífero, este último
punto es la intuición científica, aunque no filosófica, más importante de la
humanidad. Muy anterior a su aparición en Occidente, el atomismo floreció en
India en el siglo 12 aC: es como si la naturaleza hubiera querido implantar en la
mente humana, desde el comienzo del empleo de la razón, lo esencial para el
progreso del conocimiento científico,
Nótese sin embargo que todo atomismo — el de ayer y el de hoy — se topa con
un obstáculo mayor para la comprensión de la emergencia de las novedades de la
jerarquía natural. Esta clasificación es el conjunto de estratos que constituyen la
naturaleza: groso modo, el físico, el químico, el biológico, el psíquico y el social. No
se entiende cómo con partículas puramente geométricas y fisicoquímicas — tal
como esas partículas son definidas por la geometría, la física y la química — se
puede desarrollar la vida, la conciencia y los procesos sociales. Reténgase entonces
que al preservar la identidad del Ser, entero o partido en átomos, se niega la
emergencia, el desarrollo de la novedad.
En efecto, no se sabe con certeza cómo surgió la vida a partir de lo inanimado,
ni se entiende que los animales y nosotros asimilemos vegetales de tal modo que
llegamos a pensar, conscientemente, con los mismos electrones, al parecer
puramente físicos, que forman los minerales y los vegetales. De acuerdo con las
categorías materialistas y mecánicas del atomismo, la única transformación
posible es monótona, el desplazamiento atómico, la combinatoria de los mismos
M. Espinoza, Una explicación causal del desarrollo natural 5
Nada en un proceso sale de la nada. Lo que soy y lo que decido hacer ahora está
determinado por lo que yo y mi entorno fuimos en el instante precedente. Y lo que
fuimos en ese instante estuvo determinado, a su vez, por lo que fuimos en el
instante anterior, y así sucesivamente. Todas las ciencias humanas presuponen el
determinismo de los comportamientos porque sin él no habría regularidades
sociales. Sin regularidades las ciencias humanas no tendrían sentido.
¿Qué puede ser entonces la libertad de la persona en evolución si está
íntegramente inserta en una naturaleza que la determina del exterior y del interior?
Un viaje al interior de nosotros mismos. Así como una piedra cae libremente
cuando nada interrumpe el movimiento que la acerca al centro de la tierra bajo el
efecto de la gravedad, y así como el pajarito se pone a hacer su nido sin que nadie
le haya enseñado nunca nada, así la libertad humana es la interiorización de las
necesidades que la constituyen. Eso significa que la persona asuma,
conscientemente, las cosas y los fenómenos que la componen. Implica tratar de
conocerse, condición sine qua non para asumir lo que uno es y para seguir nuestras
inclinaciones naturales teniendo en cuenta las leyes de las cosas. Esta armonía se
rompe, hay violencia, falta de libertad cuando las potencialidades e inclinaciones
constitutivas del desarrollo natural son contrariadas por necesidades que no han
sido subjetivizadas: solo la necesidad limita la necesidad. El descenso libre de una
roca puede ser detenido por un árbol antes de llegar al fondo del río, el desarrollo
idóneo de un niño puede ser contrariado por una sociedad que ni siquiera lo
alimenta. Y cuando una persona de conducta desviante tiende a dañar a los otros,
la sociedad, obedeciendo al determinismo del conatus, al impulso de seguir
existiendo, se protege aislando a esa persona para impedirle que dé libre curso a
su nociva tendencia. La libertad, se recordará, no es un hoyo en la compacta red
natural de relaciones causales: es un despliegue de potencialidades características
de algo. Lo que favorezca el florecimiento de propiedades extiende la libertad, lo
que lo impida, la reduce.
grandeza y los límites de los sistemas de símbolos, del lenguaje usual y de las
matemáticas, salen a la luz del día en el momento de explicar y de comprender la
jerarquía natural, es decir, de aprehender las relaciones causales que dan cuenta,
continuamente, de la formación de entidades y de sus relaciones. La mayoría de las
ciencias naturales (la física, la química, la biología, la psicología) han encontrado o
elaborado un cierto número de conceptos idóneos para progresar, linealmente y
luego casi por inercia, dentro de sus campos respectivos. He ahí la grandeza de los
sistemas de símbolos. Los límites se revelan en el momento de explicar el
desarrollo de novedades, la continuidad de las relaciones causales productoras de
la vida a partir de lo fisicoquímico, o la conciencia a partir de la fisicoquímica y de
la biología. Se describe hoy una historia verdadera: no hay conciencia sin sistema
nervioso central ni sistema nervioso central sin química y sin física. Naturalmente
a esta secuencia le falta fineza. Sublata causa tollitur effectus (si se suprime la
causa, desaparece el efecto). Sin cabeza no se piensa. Pero no se conoce ni la
continuidad que une las causas a sus efectos y cuyo despliegue produce la vida a
partir de la no-vida, ni la causalidad interna que hace florecer la conciencia. Lo
mejor que se puede hacer por el momento, desde lo alto y desde lejos, es tratar de
construir puentes que permitan mencionar por ejemplo (tomando precauciones)
una psicofisiología, una neurolingüística o una bioquímica aunque no se tengan los
conceptos apropiados. La imaginación de nuevos conceptos: ésa es, desde un punto
de vista intelectual, la mayor contribución al progreso del conocimiento y de la
comprensión del mundo y de nuestra experiencia en él. Las intuiciones florecen
con suma parsimonia ayudando lentamente a la extensión de los límites de
nuestros sistemas de símbolos, del lenguaje usual y de las matemáticas. Es de
esperar que el porvenir sea generoso en intuiciones, en particular para tener una
mejor comprensión del desarrollo, aunque la ciencia empirista, utilitarista y
pragmática no tiende a favorecer el florecimiento de nuevos conceptos.
* * *
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Referencias bibliográficas
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Miguel Espinoza
Université de Strasbourg
cnfhpst.org/annuaire/chercheurs/miguel-espinoza