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TEMA 69.- REGÍMENES POLÍTICOS Y SUS CONFLICTOS


INTERNOS EN EL MUNDO ACTUAL. PRINCIPALES FOCOS DE
TENSIÓN EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES.
1. INTRODUCCIÓN.
2. REGÍMENES POLÍTICOS Y CONFLICTOS INTERNOS EN EL MUNDO ACTUAL.
2.1. CONCEPTO DE RÉGIMEN.
2.2. DEMOCRACIA OCCIDENTAL: MODELOS Y ELEMENTOS.
2.3. REGÍMENES TOTALITARIOS.
2.3.1. LAS DICTADURAS.
2.3.2. EL FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO.
2.4. REGÍMENES EN LOS VIEJOS PAÍSES COMUNISTAS.
2.5. UNA POSIBLE CLASIFICACIÓN DE LOS REGÍMENES SEGÚN SU GRADO
DE LIBERTAD.
3. CONFLICTOS Y TENSIONES EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES.
3.1. EL NUEVO ORDEN INTERNACIONAL. LA ESTRATEGIA DEL
“BOGAVANTE”.
3.2. CLASIFICACIÓN DE LOS CONFLICTOS.
3.2.1 CON BASE EN CAUSAS PSICOLÓGICAS.
3.2.2. CON BASE EN CAUSAS TRADICIONALES.
3.2.3. CAUSAS MODERNAS DE LA GUERRA.
3.3. PRINCIPALES ZONAS DE CONFLICTO.
3.3.1. CONJUNTOS GEOPOLÍTICOS MÁS COMPLEJOS: ÁFRICA,
ORIENTE PRÓXIMO Y MEDIO.
3.3.2. ZONAS CALIENTES:
3.3.2.1. LOS BALCANES.
3.3.2.2. EL CÁUCASO.
3.3.2.3. LOS GRANDES LAGOS AFRICANOS.
3.3.2.4. OTROS FOCOS DE TENSIÓN.
4. COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO.
1. INTRODUCCIÓN.
Los últimos años del siglo XX han estado marcados por el
hundimiento de ideologías de gran influencia, como la comunista, y la
desaparición de imperios y convicciones políticas que llenaron las
décadas anteriores de conflictos, guerras declaradas o frías e
importantes desacuerdos sobre el mantenimiento de la paz y el orden
mundiales; de esta situación nace una fragilidad de las relaciones
políticas y un escepticismo ante el futuro de un nuevo marco de
relaciones internacionales, definido por el denominado Nuevo Orden
Mundial. Las transformaciones de los últimos años alcanzan un clímax
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culminante, sobre todo en su dimensión europea, en 1989, con la
caída del Muro de Berlín y la subsiguiente reunificación alemana, el
impulso independentista de los Estados Bálticos, las convulsiones del
comunismo soviético y sus efectos sobre los países de su área de
influencia, y el estallido de los prolegómenos de la crisis yugoslava,
que con mayor o menor virulencia llega hasta la actualidad. De esta
situación deviene la afirmación de Daniel Bell: “1989 representa la
explosión de la esperanza y 1992 la implosión de la desesperación”
(en “El mapa que surgió del frío”, El País Veinte años, 1996). Estas
transformaciones son analizadas por diversos politólogos como un
triunfo de la cultura sobre la clase, entendiendo la primera como los
vínculos primordiales de nacionalidad, etnia, lengua o religión, y la
segunda con la caracterización tradicional del concepto marxista,
definiéndola como el grupo humano cuya unión se vincula al lugar
ocupado en el modo de producción. En otros continentes, los
desencuentros raciales y religiosos han sido la principal fuente de
conflictos, con ejemplos tan alejados en el espacio como las guerras
tribales africanas, la conflictividad en Haití, las luchas tradicionales en
Cachemira o el permanente conflicto palestino-israelí; asimismo
debemos incluir otro tipo de episodios, unos desatados por la
extensión de ideologías fundamentalistas que originan situaciones de
auténtico conflicto civil -recién derrocado régimen de los talibanes en
Afganistán, tensiones en Argelia, consolidación de los ayatollahs
iraníes-, otros por la difícil supervivencia de minorías
fundamentalmente indígenas, muy frecuentes en el ámbito
latinoamericano. Por último hemos de incluir conflictos de raíces
bastante complejas, pero que, en última instancia, sirven para
patentizar la hegemonía de naciones clave en la configuración del
orden internacional, de los que es cumplido ejemplo la denominada
guerra del Golfo.
2. REGÍMENES POLÍTICOS Y CONFLICTOS INTERNOS EN EL
MUNDO ACTUAL.
2.1. CONCEPTO DE RÉGIMEN.
Una aproximación conceptual nos presenta al Estado como una
dimensión geopolítica básica, definida por la soberanía sobre un
territorio determinado; se relacionan entre sí a través de situaciones
de coexistencia o de dominación, que en su caso reviste formas
distintas, tanto ideológicas como económicas o la dimensión política
del colonialismo. Al conjunto de instituciones políticas de un Estado
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en un momento determinado de su historia, constitutivas de su forma
de gobierno, se le llama régimen. Sensu estricto, se expresa en un
conjunto de disposiciones legales que regulan tanto las actividades
económicas como las relaciones sociales y políticas, que pueden estar
toleradas o prohibidas con mayor o menor intensidad.
Teniendo en cuenta los mecanismos de control popular de las
instituciones gubernamentales, la configuración y el grado de
separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial y la forma
de elección de los representantes políticos, la historia reciente nos
muestra tres grandes tipos de regímenes políticos: - Regímenes
autoritarios, en los que todo el poder queda en manos de una sola
institución o, incluso, una sola persona. - Regímenes democráticos
occidentales, herederos del proceso revolucionario liberal-burgués,
en los que se desarrolla un liberalismo democrático que, en cierta
medida, se extiende a la mayoría de las situaciones políticas del
mundo actual, en las que distintos Estados adoptan grados de mayor
o menor intensidad democrática. - Regímenes democráticos
populares, propios de la coyuntura posterior a la IIGM y hoy
prácticamente extintos, históricamente surgidos de procesos
revolucionarios y siendo la forma auspiciada por los Estados bajo la
órbita soviética. Además de estos regímenes fundamentales, en
algunas zonas africanas o asiáticas perviven aún tipologías ya
desterradas del mundo desarrollado o en vías de desarrollo, impresas
por reminiscencias de tipo tribal o feudal.
2.2. DEMOCRACIA OCCIDENTAL: MODELOS Y ELEMENTOS.
La democracia parlamentaria supone en el pensamiento político
actual la base teórica sobre la que se fundamentan la mayoría de los
países occidentales u occidentalizados, coincidiendo con la
supremacía del sistema económico capitalista o economía de
mercado. Su desarrollo e implantación fue un proceso lento y gradual
en países como los escandinavos, Suiza, Holanda, Gran Bretaña o los
Estados Unidos, mientras que en otros hubo de afianzarse a través de
convulsiones revolucionarias, consolidándose tras las dos guerras
mundiales. El sistema no presenta graves problemas de
funcionamiento en sus zonas originarias pero, por el contrario, ofrece
ciertas sombras en las sociedades extraoccidentales que lo
importaron, debido a razones como la ambigüedad de las tendencias
democráticas en muchas de las naciones afroasiáticas, que sufren
problemas tribales, religiosos y localistas, o la dificultad para su pleno
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desarrollo en Estados que pretenden acoger la mayor parte de sus
formas, como la Federación de Rusia y muchos de los países
procedentes de la antigua esfera soviética. Los países con regímenes
democráticos clásicos tienen como referencia la teoría de la división
de poderes, esbozada ya por Locke y desarrollada por Montesquieu, y
el principio de soberanía nacional, elaborado con amplitud en la
doctrina rousseauniana del “contrato social”. Se nos muestra en
forma de tres modelos diferenciados:
- Presidencialista, caracterizado por una rígida separación de
poderes, con un presidente, elegido por sufragio universal, que goza
de fuerte poder ejecutivo, siendo a un mismo tiempo Jefe del Estado y
del Gobierno. No existe el cargo de Primer Ministro y los jefes de las
distintas carteras ministeriales, bajo la denominación de Secretarios,
tienen carácter administrativo. El modelo tiene su ejemplo histórico
en el sistema de los Estados Unidos.
- Parlamentarista, modelo que admite la flexibilidad en la
separación de poderes y que, además de por sistemas republicanos,
es el más común entre las monarquías parlamentarias existentes a
principios del siglo XXI. Presenta dos formas; una dualista, caso de
Francia, en la que el Jefe del Estado –normalmente el Presidente de la
República- tiene capacidad de decisión política, y otra monista, como
los modelos británico y español, en los que el papel de la Jefatura del
Estado es honorífico o moderador, recayendo el ejecutivo sobre el
Gobierno y su Jefe, investido por un Parlamento elegido por sufragio
universal, que controla permanentemente su actuación a través de
mecanismos como el voto de censura o la moción de confianza y que
comparte con el ejecutivo la iniciativa legislativa.
- Asamblearista, determinado por la primacía absoluta del
Parlamento en la vida política; la complejidad de que una Asamblea
legislativa asuma un poder tan amplio dificulta la extensión y
operatividad del sistema, que sólo se ha desarrollado históricamente
en Suiza.
El sistema democrático está sustentado por dos pilares básicos:
el sistema electoral y los partidos políticos. Los sistemas electorales
son tan determinantes que un régimen puede calificarse de
“democrático” si su sistema es libre, individual y directo. Estos
sistemas muestran tres tipos básicos:
- Mayoritario, normalmente uninominal, en el que los escaños
se atribuyen siguiendo las circunscripciones electorales y que ofrece
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Cámaras parlamentarias con un reducido arco parlamentario. Adopta
una variante mayoritaria pura, como es el caso de Gran Bretaña, o a
dos vueltas, como muestra el ejemplo francés.
- Proporcional, de carácter plurinominal -se votan listas
cerradas que presentan los partidos políticos o las coaliciones
electorales-, con un reparto de escaños proporcional al número de
votos obtenidos, lo que fomenta el pluripartidismo parlamentario.
Vigente en la mayoría de los países europeos, tiene un exponente
muy significativo en el modelo italiano.
- Mixto, surgido por combinación de aspectos de los dos
anteriores, intentando paliar sus posibles inconvenientes. Lo podemos
ejemplificar en países como Alemania o España, que acoge el
carácter proporcional para el Congreso y el mayoritario para el
Senado.
En cuanto a los partidos políticos, tienen su antecedente en los
clubs de la etapa revolucionaria francesa, consolidándose
generalmente a partir de la definición de las llamadas tendencias
liberales y progresistas durante la primera mitad del XIX, a las que se
sumarían las formaciones dimanadas de la difusión del socialismo.
Los podemos definir como organizaciones estables, de ámbito
nacional en la mayoría de los casos, aunque también existan fuerzas
regionales o, incluso, provinciales y locales, que tienen como finalidad
última el acceso al poder para el ejercicio desde éste de un programa
político de carácter general. Los tipos principales que presenta el
sistema de partidos políticos son:
- Partido único, que no es propio de regímenes democráticos,
sino totalitarios.
- Bipartidismo, consecuencia de largos procesos históricos; en
los países en los que se presenta no supone la inexistencia de otras
formaciones políticas, aunque su presencia es únicamente testimonial
ante el predominio de los dos partidos mayoritarios. Es el caso de
conservadores y laboristas, éstos en sustitución de los liberales
decimonónicos, en Gran Bretaña, o de republicanos y demócratas en
los Estados Unidos.
- Multipartidismo, modelo en el que la existencia de múltiples
partidos no deja de ser un fuerte factor de riqueza ideológica, aunque
pueda producir fuertes tensiones, y no sólo en el ámbito de la vida
parlamentaria. Conocemos ejemplos tan cercanos como el italiano o
el mismo español.
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2.3. REGÍMENES TOTALITARIOS.
Los regímenes autoritarios han revestido formas diferentes a lo
largo de la historia, desde las teocracias a los cesarismos populistas,
pasando por los modelos militaristas, las dictaduras ideológicas e,
incluso, pudiendo caber la inclusión en este apartado de los sistemas
monárquicos no parlamentarios, aunque su consideración en este
apartado cabe rechazarse dado el fundamento legitimador
generalmente reconocido a su poder, elemento que, sin embargo, no
está presente en los sistemas dictatoriales, derivados de la exclusiva
voluntad de quien llega a detentarlo. Las causas que pueden conducir
a un régimen totalitario son muy variadas, desde la ausencia en una
fase inicial de instituciones que limiten la aparición de personas o
grupos que pretenden acaparar el mando, a la circunstancia más
frecuente en los tiempos contemporáneos, como fruto de situaciones
críticas que ponen en peligro la estructura económica o política,
acompañadas de fuerte inestabilidad social, que ocasiona la ruptura
del sistema vigente, facilitando la instauración de un modelo
autoritario que suele preservar la hegemonía de los sectores sociales
amenazados o elevar al poder a personas que se arrogan,
generalmente sin demasiado fundamento, la defensa de los intereses
de las clases más desfavorecidas.
2.3.1. LAS DICTADURAS.
Los tipos de regímenes dictatoriales más frecuentes desde las
décadas finales del siglo XX son:
- Dictadura personal, en la que el gobierno está al servicio de
intereses unipersonales o familiares, apoyados en una férrea y
cerrada organización burocrática, militar y policial, utilizada como
elemento represor y disuasorio de las posibles disidencias.
- Dictadura desarrollista, siempre con una base militarista,
aunque el ejercicio del poder pueda recaer en un militar o un civil; se
fija el desarrollo económico como meta fundamental, que se pretende
alcanzar con el control de las estructuras económicas, las fuerzas
productivas y el aparato político. El modelo se ha desarrollado en el
siglo XX especialmente en Latinoamérica y el ámbito islámico -las
situaciones actuales de Irak o de Siria son muy ilustrativas-; en
ocasiones cuenta con una base popular de apoyo, originando así el
denominado populismo, con un ejemplo paradigmático en el
peronismo argentino.

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- Dictadura neopopulista, nacida de la evolución del
populismo e impregnada de cierta apariencia democrática, aunque, a
diferencia del populismo clásico, adopta políticas económicas
ortodoxas y bien recibidas en foros internacionales como el FMI;
puede servir de ejemplo el hasta hace unos meses vigente Perú de
Fujimori.
- Dictadura oligárquica, propia de sociedades de débil
integración o con una hegemonía étnica o económica de un sector
muy definido de la población; se caracterizan por la relación estrecha
entre la oligarquía dominante y el ejército y por el apoyo institucional
conferido por el presidencialismo. El modelo se corresponde con el de
las dictaduras latinoamericanas de los últimos 70 y 80, con algún
ejemplo actual que intenta justificar su legitimación por el acceso al
poder a través de sistemas electorales, como pueda ser la Venezuela
de Hugo Chaves.
La aparente presión de los países desarrollados occidentales
sobre el resto del mundo para la generalización del sistema
democrático ha quedado en la actualidad restringida a actitudes de
cierto fariseísmo, al tiempo que distintos factores ejemplifican su
difícil aplicación. Entre éstos podemos citar el retroceso en los
mismos valores democráticos en sociedades del Primer Mundo, en las
que van cobrando fuerza los movimientos ultraderechistas, la
consolidación de regímenes autoritarios que han contado no ya con el
visto bueno, sino incluso con apoyo occidental -el Chile dictatorial, el
Perú fujimorista, los regímenes presidencialistas de Estados africanos
como Camerún, Zaire o Togo-, y la revitalización de los modelos
populistas en América Latina y el mundo árabe, con una extensión al
ámbito occidental, en la que cabe citar los principales líderes de los
90 en los nuevos países balcánicos, como Tudjman o Milosevic, o
formaciones políticas con cierto éxito electoral, como la Liga del Norte
del italiano Bossi, abanderado del proyecto secesionista de la
Padania.
2.3.2. EL FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO.
Deviene del hecho de que el Islam no se limita a ser una doctrina
religiosa, sino que supone una concepción total del hombre y una
regularización de todas sus actividades, incluidas las sociales y las
políticas, por lo que la ley civil no se separa de la “sharia” o ley
religiosa. Permite, no obstante, regímenes políticos muy variados,
desde el monarquismo feudalista o las organizaciones tribales a
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formas dictatoriales o sistemas con importantes niveles
participativos. En las décadas finales del siglo XX se ha intensificado
la influencia islámica sobre la vida económica y sociopolítica de los
países de mayoría de población musulmana, originando el llamado
fundamentalismo, doctrina a medio camino entre la dictadura
religiosa y el teocratismo. Su origen inmediato debe buscarse en los
acontecimientos desatados en Irán tras la muerte del Sha Reza
Pahlevi, que culminaron en 1979 con la proclamación por el ayatollah
Jomeini de la República Islámica de Irán, institucionalizando un
sistema democrático basado en el estricto seguimiento de los
principios coránicos, y que todavía en la actualidad se mantiene con
fuerza, a pesar del incipiente democratismo, concentrado más en
medidas de cara a la galería que a verdaderos procesos de cambio,
impulsado desde el poder por Alí Jamenei. La revolución iraní,
auspiciada desde el rigorismo shiíta, desbordó las fronteras persas,
afectando con fuerza a todo el mundo musulmán y convirtiéndose en
factor de inestabilidad de la mayoría de los regímenes islámicos,
incluso de aquéllos de laicismo más intenso. Así, algunos de los
países árabes más relacionados con Occidente, como Argelia, Egipto
o Turquía, han sufrido directamente sus secuelas, que llegan también
con fuerza a lugares como el Líbano, Pakistán, el extinto régimen
talibán de Afganistán o, incluso, el Estado de Palestina, fomentando
un principio de desunión en la causa común de este pueblo.
2.4. REGÍMENES EN LOS VIEJOS PAÍSES COMUNISTAS.
Las transformaciones recientes en la Unión Soviética se
trasladaron a las antiguas “democracias populares” de Europa
oriental, afectando a los regímenes monolíticos socialistas hasta
entonces predominantes en los últimos años del siglo XX, proceso que
supuso, tanto para estas naciones como para la vieja URSS el
descalabro del comunismo como modelo social y proyecto económico,
lo que significa el fuerte retroceso de los partidos comunistas desde
los primeros 90, el establecimiento de regímenes pluripartidistas en
países hasta entonces articulados bajo un partido único, la puesta en
funcionamiento de reformas políticas y sociales, demandadas por la
sociedad civil, que acercan al conjunto de estas naciones al mundo
occidental –prueba evidente son sus actuales solicitudes de ingreso
en la Unión Europea- y el final, al menos en su concepción clásica, de
la “guerra fría”, con el refuerzo del rol hegemónico de los Estados
Unidos. De todos modos, el proceso de cambio no es unitario,
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ofreciendo respuestas diferenciadas y en muchos casos de gran
complejidad. En algunos casos asistimos a una integración plena en
las estructuras políticas, sociales, económicas y estratégicas,
ejemplificada, como fruto de la reunificación, en la antigua RDA, hoy
una parte más de Alemania; en otras ocasiones se tiende a soluciones
neoconservadoras o demócrata-cristianas, como se advierte en
Polonia, Hungría o, con notas mucho más peculiares, en Albania;
también encontramos regímenes excomunistas orientados hacia
soluciones de índole socialista específicas; así, por ejemplo,
Checoslovaquia, en la que, revitalizado el espíritu de la Praga del 68,
se asiste a una desmembración sin excesivos traumatismos en las
actuales República Checa y Eslovaquia en 1993. También es notable
el caso de Bulgaria, donde las propias fuerzas comunistas acogieron
un proceso de reconversión democrática, que mantuvo en el poder a
buena parte de su aparato, en un caso similar al de Rumanía, donde
el golpe contra la dictadura de Ceacescu no alteró muchas de las
estructuras vigentes con anterioridad.
Las soluciones se hacen más complejas en aquellos países
integrados por un conglomerado étnico e, incluso, religioso, de gran
complejidad, como es el caso de la propia URSS o de la extinta
Yugoslavia. El proceso balcánico se singulariza por su extrema
complejidad, en la que no nos detenemos por ocupar ya una parte
importante en otro lugar del temario, origen de las guerras y
genocidios suscitados a lo largo de los 90: Bosnia-Herzegovina,
Croacia, Kosovo y, ya en el siglo XXI, el conflicto macedónico.
Organizados los nuevos Estados bajo la forma de repúblicas, al menos
formalmente democráticas, el futuro se presenta inestable, dadas las
soluciones efímeras adoptadas para la mayoría de los problemas, con
un panorama más halagüeño para Eslovenia, mucho más vinculada a
los países occidentales, pero crítico para el resto de los Estados, con
sociedades todavía desestabilizadas y sistemas parlamentarios poco
consolidados, como Croacia, Bosnia-Herzegovina o Macedonia,
mientras que la Federación Yugoslava, tras la deposición de Milosevic
en el 2000, se debate entre los problemas internos y los elementos de
ruptura que suponen la fusión de Servia con Montenegro o los
territorios autónomos de la Vojvodina y Kosovo. En cuanto a la URSS,
las causas de la crisis del régimen soviético hay que buscarlas en su
incapacidad para adaptarse a las nuevas realidades sociopolíticas y
económicas finiseculares, lastrados sus gobiernos por el peso del
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aparato político y los enormes gastos derivados de la maquinaria
estatal y de las inversiones bélicas que la “guerra fría” demandaba.
Desde la muerte de Bréznev, se desató una etapa de disputas, en la
que vetustos dirigentes del PCUS, como Andropov (1982) y
Chernienko (1984) rigieron los destinos del país. La etapa se
caracteriza por el intervencionismo exterior (Europa Oriental,
Afganistán), la carrera armamentista, y la aparición de fuertes grupos
de disidentes, simbolizados en las personas de Sajarov o Soljenitsin, y
que coincidían con movimientos similares en otros países del Este,
como Polonia (Solidaridad) o Checoslovaquia (Carta 77, Foro Cívico).
En marzo de 1985 accede a la Secretaría del PCUS Mijaíl Gorbachov,
representante del comunismo renovador, que impondrá cambios
drásticos en la política soviética entre 1985 y 1991, entre los que
destacan:
- El acercamiento a los EE.UU., con los que llega a importantes
acuerdos sobre el desarme atómico y el convencional, favoreciendo
de tal modo la distensión que con su actuación podemos considerar
definitivamente desaparecida la "guerra fría".
- La retirada progresiva de Afganistán, iniciada en febrero de
1989, con lo que ponía fin a una actuación muy gravosa para la URSS.
- La permisividad para el inicio de los cambios democráticos en
los países del Este europeo.
Sin embargo, el fracasado golpe de Estado de agosto de 1991,
protagonizado por los sectores más involucionistas del país, impidió el
éxito de esta reforma “desde dentro”, precipitando el
desmantelamiento del régimen comunista, la desmembración de su
imperio y el comienzo de la etapa Yeltsin. Rusia, autoconsiderada
como heredera de la antigua URSS, proclamó la CEI, fase intermedia
hasta la creación de la Federación de Rusia, dirigida en la actualidad
por Vladimir Putin en medio de un panorama incierto ante los
acuciantes problemas económicos, la inestabilidad política, la
agitación social y el protagonismo ascendente de las mafias.
Formalmente se constituye como un Estado democrático y
pluripartidista de carácter federal, con un fuerte poder
presidencialista equilibrado por el papel de la Duma. Sin embargo, las
múltiples divisiones étnicas, los sectores nostálgicos de la etapa
soviética, la crisis económica y los estallidos nacionalistas como el de
Chechenia auguran años difíciles para un país que todavía tiene
mucho que jugar en el panorama internacional ante hechos
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irrefutables como el de su poderoso armamento nuclear o el intento
de extensión de su influencia política a distintos Estados del Oriente
Próximo y Medio. Por último, la visión hasta aquí presentada no
quedaría completa sin la referencia a aquellos países en los que
perviven sistemas de carácter socialista, como Corea del Norte y,
sobre todo, la Cuba castrista y China. El hundimiento de la URSS ha
incidido con gran fuerza en el aislamiento internacional del régimen
cubano, contribuyendo al intenso deterioro de su situación
socioeconómica; además, la persistencia del bloqueo desde los
Estados Unidos y la aplicación rigurosa de leyes como la Helms-
Burton complican el panorama de esta isla caribeña, en la que el
incombustible Fidel se debate ante la necesidad de conciliar la
necesaria apertura económica y política con los valores esenciales del
régimen, al tiempo que se mantiene el control sobre la disidencia y se
minimizan las posibles tensiones sociales. En cuanto a China, el
proceso de desmaoización impulsado por Den Xiaoping supuso una
serie de cambios económicos y políticos, abriéndose el país a tímidas
formas de economía occidental, a un cierto consumismo y a una
apertura política muy difundida desde los medios propagandísticos,
pero puesta en duda desde principios de los 90 con sucesos como los
de la plaza de Tianan’men.
2.5. UNA POSIBLE CLASIFICACIÓN DE LOS REGÍMENES SEGÚN SU
GRADO DE LIBERTAD.
Los sistemas democráticos se debaten hoy entre la esperanza y
la decepción, aunque el hundimiento del comunismo y el retroceso
generalizado de los sistemas dictatoriales parecieron encumbrarlos,
junto al sistema de economía de mercado con el que se identifican
-identificación, no obstante, bastante discutible, tanto por la
presencia del dirigismo estatal en las políticas económicas de países
de la más rancia tradición democrática, como por el desarrollo de
líneas de economía capitalista con cierto éxito en muchos de los
sistemas dictatoriales del siglo XX, situación que hoy prosigue en
regímenes fundamentalistas y autoritarios africanos y asiáticos-. La
mayoría de los analistas coinciden en que la salida pacífica del
totalitarismo, con ejemplos como la “revolución de terciopelo” checa,
pueden impulsar un estado de opinión que defienda la irreversibilidad
de la generalización de la democracia a escala planetaria; pero la
realidad es bien distinta, sobre todo por el auge del fundamentalismo
y de los nacionalismos intransigentes, que nos muestran un
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panorama de futuro conflictivo y de difícil predicción en no pocas
áreas del planeta. De todos modos, la defensa de los valores
democráticos impulsada desde Occidente ha fraguado en la
elaboración de sistemas clasificatorios de los Estados del mundo en
función del grado de libertad de sus regímenes, aunque los
parámetros para definir éste son objeto de controversia entre los
especialistas. Muy difundido fue el informe “Freedom House”, una
organización estadounidense defensora de los derechos humanos,
que en 1994, tras un estudio sobre 192 países, sólo consideraba
plenamente libres a 74, parcialmente libres a 63 y no libres a 55. A
finales de los 90 se hicieron públicos otros estudios similares, como
los de la New Statesman Society o el británico Channel Four. Ambos
utilizaron un sistema similar, que propició resultados coincidentes en
su valoración del 0 al 100 para cada país, considerando diez variables
como la libre elección de Parlamento y gobernantes, el
pluripartidismo, la libertad de expresión, la independencia del sistema
judicial o los derechos de los ciudadanos. La clasificación quedó
encabezada por Finlandia (90), con España en los primeros lugares
(84) y los principales países democráticos por encima de los 75,
índice en el que quedaba el Reino Unido. Los valores más bajos
correspondieron a Siria, Ruanda y Burundi (5), Guinea Ecuatorial,
Somalia y Sudán (4) e Irak y Afganistán (3).
3. CONFLICTOS Y TENSIONES EN LAS RELACIONES
INTERNACIONALES.
3.1. EL NUEVO ORDEN INTERNACIONAL. LA ESTRATEGIA DEL
“BOGAVANTE”.
Los principios sustentadores del Nuevo Orden Internacional
emanan de la intervención de George Bush padre ante el Congreso de
los Estados Unidos el 6-III-1991, cuando en referencia a la recién
concluida guerra del Golfo afirmaba que “por segunda vez en este
siglo la esperanza de una paz duradera procede de los horrores de la
guerra” y predecía “un nuevo mundo, en el que el imperio de la ley
sustituya a la ley de la selva” (recogido de FONTAINE, A., “Las
incógnitas del nuevo orden internacional”, El País, Madrid, 1992).
Tras la evidencia del hundimiento soviético, manifiesto tanto en
la crisis del Golfo como después en la Conferencia de Madrid, Bush
apostaba por un Nuevo Orden Mundial convertido, en realidad, en un
Orden “americano”, confesado ante la Asamblea General de la ONU
(23-IX-1991) –“América debe dirigir de nuevo, como siempre lo ha
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hecho, como sólo ella puede hacerlo”- y definido por características
como:
- “Un orden en el que ningún país deberá ser obligado a ceder un
ápice de su propia soberanía”, principio de aplicación contradictoria,
como manifiestan, por ejemplo, las ansias chechenas, kurdas o
palestinas, o los compromisos fronterizos que acabaron por aceptar
Estados separados de la antigua URSS, como las tres Repúblicas
Bálticas o Ucrania.
- “Un orden caracterizado por el imperio de la ley más que por el
recurso a la fuerza”; afirmación asimismo puesta en solfa por las
continuas intervenciones militares estadounidenses.
- “La solución de los conflictos preferentemente mediante la
cooperación y no por la anarquía o el derramamiento de sangre”.
- “Una fe sin fallas en los derechos del hombre”.
El curso de los acontecimientos posteriores parece dar la razón a
quienes consideraron vacía de contenido real la intervención de Bush,
defensor en realidad de la hegemonía de los Estados Unidos,
considerada como la única potencia capaz de intervenir en el marco
de las relaciones internacionales actuales a escala planetaria, teoría
confirmada por las directrices manifestadas por el Pentágono a finales
de 1992: a) defensa y extensión del sistema de alianzas creadas por
los EE.UU. tras la IIGM, especialmente la OTAN y la SEATO; b) impulso
a la propia reforma de sus fuerzas armadas; c) intento de evitar la
asunción por alguna potencia de un posible papel hegemónico
regional, en alusión directa a Alemania, Japón y la India en sus
respectivos ámbitos de influencia; d) prevención ante posibles
acuerdos de defensa europeos que excluyeran a los Estados Unidos; y
e) mantenimiento de una postura expectante ante cualquier amenaza
futura procedente del ámbito ruso. Estos principios se mantuvieron
durante la administración Clinton, que fija un claro continuismo
doctrinal con los principios del Nuevo Orden Mundial, afrontando retos
como la reestructuración de la maquinaria militar de su país, el
trabajo con sus aliados para la expansión y consolidación exterior de
la democracia y, en las propias palabras del presidente, “el
restablecimiento del liderazgo económico en casa y en el mundo”. Ya
en su discurso de investidura, el Presidente demócrata veía como
amenazas futuras las perturbaciones de la antigua URSS, la
dispersión del armamento de destrucción masiva (nuclear, químico y
bacteriológico), el recrudecimiento de las tensiones en Oriente Medio
TEMA 69.- Regímenes políticos y sus conflictos internos en el mundo actual. Principales focos de tensión en las relaciones internacionales.
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y el resurgir de las rivalidades étnicas y la violencia separatista, que
en aquel momento ejemplificaba en la India y el espacio balcánico.
Estas premisas informaron la realidad geopolítica mundial de la última
década del siglo XX, y muchas de ellas permanecen vigentes cuando
una nueva administración republicana se hace con las riendas del
poder en los Estados Unidos tras la controvertida elección
presidencial de G. Bush Jr. El lenguaje periodístico ha acuñado el
término estrategia del bogavante para definir una representación
gráfica de la realidad geopolítica actual. Cuando se analizan los
sistemas económicos se hace una referencia a los términos centro
como sinónimo de desarrollo y periferia, como equivalente a pobreza
y dependencia; este hecho propició una representación cartográfica,
fundamentada en una de las tipologías más peculiares, los diseños
geodésicos “Dymaxion” ideados por el arquitecto R.B. Fuller. En ella,
los países más ricos ocupan en el mapa una posición preeminente y
central, situándose en los extremos las naciones periféricas, aunque
aparezca algún Estado desarrollado, como Australia o Nueva Zelanda,
estrechamente vinculados a los países centrales. A partir de esta
proyección técnica se desarrolla una metáfora visual, en forma de
crustáceo geopolítico, que divide al mundo en sectores que agrupan a
las diferentes potencias, sistemas de alianzas y zonas conflictivas.
Así, la cabeza sería el centro vital, ocupado por los EE.UU. y los dos
países que firman con ellos el Tratado de Libre Comercio, Canadá y
México (este Acuerdo supone por vez primera la alianza con una
potencia mediana y un país en vías de desarrollo para la promoción
de la “democracia de mercado”, a través de una zona de libre cambio
de aspiraciones expansivas); el cuerpo del que se nutre la cabeza lo
constituye Latinoamérica, el “patio de atrás” de la doctrina Monroe o
de las tesis de Roosevelt ya en 1904, cuya adhesión al TLC se propicia
a partir de la Cumbre Panamericana de 1994, a la vez que se fomenta
la actitud presionante sobre Cuba; las pinzas, expresión del poder de
este singular animal, son las dos grandes alianzas que incorporan al
marco geoestratégico norteamericano a los principales países de
Europa (OTAN) y de Asia sudoriental (SEATO); entre las pinzas
quedaría una hipotética zona de tensión, que incluye la antigua URSS,
China y los inestables países árabes.
3.2. CLASIFICACIÓN DE LOS CONFLICTOS
El conflicto se manifiesta a lo largo de la historia como algo
inherente al ser humano, resuelto generalmente de manera pacífica,
TEMA 69.- Regímenes políticos y sus conflictos internos en el mundo actual. Principales focos de tensión en las relaciones internacionales.
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aunque, de no producirse esta solución, tienden a un agravamiento
que puede conducir al enfrentamiento armado, consecuencia del
recurso de las partes enfrentadas al empleo de la violencia de las
armas para imponer su voluntad, con el que se llega al caso extremo
de la guerra. Fenómeno inclasificable, sus tipologías y causas pueden
ser muy variadas, aunque se atienen a tres fundamentos básicos: a)
las derivadas de percepciones colectivas, es decir, de una raíz
psicológica; b) las vinculadas a una causalidad tradicional, bien
territorial, económica o étnica; c) las relacionadas con las
denominadas causas modernas, mayoritarias en el último siglo, y que
obedecen a factores como el déficit democrático, el militarismo, la
pauperización del Tercer Mundo, etc.
3.2.1. CON BASE EN CAUSAS PSICOLÓGICAS.
En ellas se insiste especialmente en la Carta Fundacional de la
UNESCO, en la que se afirma que “las guerras nacen en la mente de
los hombres”, reconociendo así que una de las principales causas de
los conflictos se asienta en percepciones humanas, basadas en
aspectos como:
- un análisis histórico adulterado, fundado en falsedades,
visiones simplistas o medias verdades;
- el fomento de conductas agresivas desde la infancia;
- la forma de ver el mundo configurada desde los medios de
comunicación;
- la mitificación y glorificación de la tierra insertas en las
leyendas o el folklore de los pueblos;
- el desarrollo de roles tradicionales y de estereotipos
propiciadores de una educación que asume como valores
propios de la juventud la agresividad y la belicosidad:
- el llamado por los analistas “fenómeno CNN”, en alusión a la
cadena televisiva de estas siglas, referido a la facilitación al
ciudadano de una percepción televisiva falsa de la guerra, con
maniqueísmos divisores de los bandos en buenos y malos, y
presentando al espectador aquello que le resulta más
espectacular.
3.2.2. CON BASE EN CAUSAS TRADICIONALES.
La mayoría de los conflictos históricos devienen de causas que
podemos considerar tradicionales, tales como:
- El territorio, cuya conquista ha sido una causa fundamental
de disputas bélicas a lo largo de la historia, aunque en la actualidad
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está razón es menos frecuente, como consecuencia del desarrollo del
Derecho Internacional y la creación de organismos jurídicos con
capacidad reguladora sobre los conflictos territoriales, como el
Tribunal Internacional de Justicia de La Haya o la propia ONU. Además,
en los inicios del siglo XXI las nuevas formas de imperialismo
financiero y multinacional no precisan de la ocupación y conquista de
territorios, por lo que este factor ha perdido el papel decisivo ejercido
en fenómenos como el proceso de expansión colonial o la
descolonización. Esto no empece que desde 1945 encontremos
distintos conflictos en los que algunos Estados han ejercido la fuerza
como garantía de intereses territoriales y geoestratégicos (Gran
Bretaña y Francia en Suez; la URSS en Checoslovaquia o Afganistán;
EE.UU. en Granada o Panamá, Irak en Irán y Kuwait,…).
- La memoria histórica, a la que se apela a menudo como
factor desencadenante de la guerra y fuerza propagandística frente a
Estados rivales. Sería el caso de las actitudes irredentistas en relación
a tratados, humillaciones o derrotas cercanas, utilizadas para
justificar el restablecimiento de la lucha por recuperar la dignidad
nacional degradada. En otras ocasiones, se emplea para impulsar el
esplendor perdido, tesis utilizada, por ejemplo, por determinados
grupos de países que perdieron sus dominios coloniales y que puede
explicar la intervención de algunos gobiernos en problemas
suscitados en sus antiguas posesiones.
- Las razones económicas, latentes casi siempre en todo
conflicto y desde el mismo origen de la aparición histórica de la
guerra, nacida del pillaje y el anhelo de adueñarse de recursos,
bienes y personas para satisfacer las necesidades de las sociedades
agresoras. Por otra parte, aunque no todos los enfrentamientos se
derivan de causas económicas, todos se saldan con consecuencias
notables en este terreno. También debemos añadir que pobreza y
miseria derivadas de un injusto reparto de la riqueza son germen muy
adecuado para el estallido de conflictos internos, en forma de guerras
civiles que, en su fondo, tienen mucho de luchas de clase.
- Las cuestiones étnicas se convierten en causa de la guerra
cuando un grupo humano pretende la imposición de sus creencias o
costumbres; tan antiguos casi como la humanidad, los conflictos
étnicos se extienden en la actualidad por puntos muy diversos del
Planeta, con ejemplos como los repetidos conflictos en la antigua
Yugoslavia, Sri Lanka, Angola, Zaire, Timor Oriental, Ruanda, etc.
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Todos estos ejemplos han superado el límite del conflicto para
convertirse en auténticas guerras. Los problemas de determinadas
comunidades dentro de otros territorios alcanzan asimismo al mundo
desarrollado, con un componente marcadamente cultural al que,
según los intereses de las partes, se le añade alguna dosis de
orígenes raciales; sin embargo, en la mayoría de los casos se
mantienen dentro de los límites lógicos en el seno de un sistema
democrático, donde el marco de libertades permite evitar el recurso a
la violencia que, cuando se presenta, lo hace de modo residual o
marginal, aunque con gran capacidad de conmoción sobre la opinión
pública, como puede ejemplificar el caso de nuestro País Vasco.
3.2.3. CAUSAS MODERNAS DE LA GUERRA.
La mayoría de los conflictos bélicos y de las tensiones
interestatales que se desarrollan en el mundo actual suelen
incorporar en sus motivaciones algunos factores nuevos, que se
añaden a los hasta aquí reseñados, y entre los que podemos
destacar:
a) Las carencias democráticas. Es un hecho constatable que
una mayor consolidación de las instituciones democráticas disminuye
el riesgo del recurso a la violencia; por eso, el avance de la
democracia en cualquier Estado favorece de una parte su paz interior
y, de otra, las relaciones amistosas con otras naciones respetuosas
con el estado de derecho.
b) La pobreza. Es lógico que la miseria sea causa de los
principales conflictos internos en aquellas sociedades marcadas por el
injusto reparto de la riqueza, que muchas veces se acompaña de
fenómenos de represión política y violaciones de los derechos
humanos; de este modo, la inestabilidad latente puede traducirse en
conflictos guerrilleros –no es preciso insistir en casos ya endémicos, a
pesar de distintas tentativas pacificadoras, como el de la guerrilla
colombiana o el movimiento de resistencia indígena mexicano en
Chiapas- o auténticas guerras civiles.
c) Las motivaciones de carácter ambiental y ecológico.
Más que una realidad, se presentan como una causalidad potencial de
cara al futuro, según estudios como los publicados por el CIP. Se
trataría de guerras por el control de recursos naturales considerados
vitales desde el punto de vista económico o motivadas por la escasez
de estos recursos. Las causas de estos enfrentamientos podrían ser
muy variados: degradación y contaminación de reservas de agua
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potable, presión demográfica, efectos derivados del cambio climático,
degradación de zonas de cultivo, etc... Por otra parte, las guerras
ocasionadas por otras razones pueden incidir con las aquí expuestas,
dado el potencial impacto ambiental de los medios bélicos
contemporáneos.
d) El militarismo. Es incuestionable el belicismo al que acaban
abocadas las naciones obsesionadas por el rearme o la inestabilidad
propiciada por la intervención de las fuerzas militares en apoyo de las
oligarquías dominantes en muchos países del Tercer Mundo; los
conflictos por causas políticas, étnicas o por desequilibrios
socioeconómicos alcanzan mayor importancia cuando un Estado, o un
determinado grupo dentro de éste, aumenta su capacidad militar.
3.3. PRINCIPALES ZONAS DE CONFLICTO.
Aunque la amenaza de un conflicto directo generalizado que
supusiera un peligro para la supervivencia mundial se ha conseguido
minimizar desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las últimas
décadas han estado pobladas de pequeñas guerras, con
consecuencias dramáticas ante los ojos de una opinión pública que,
gracias a los medios de comunicación, puede seguirlas con todo
detalle. Los conflictos descolonizadores, Corea, Vietnam, Bangla
Desh, Biafra, Ruanda, Somalia, Afganistán, los Balcanes y un largo
etcétera suponen un rosario bélico, nacido en cada caso de distintas
motivaciones y, en muchos casos, teatro de operaciones para dirimir
la hegemonía mundial entre las grandes potencias.
En este último sentido, desde mediados de los 80 es sintomática
la evolución en la tradicional política intervencionista de los Estados
Unidos, que aboga por actuaciones colectivas, a no ser que se vean
en peligro directo sus propios intereses; este posicionamiento les
lleva a solicitar respuestas globales de la comunidad internacional, lo
que ha supuesto dos importantes novedades: a) el protagonismo
mayor de la ONU que, sin embargo, en ocasiones ha servido para
legitimar el grado de intromisión de las potencias occidentales, y el
de otras organizaciones, como la OTAN o la cada vez más influyente
UEO (Unión Europea Occidental); en estos casos, la intervención
militar norteamericana pierde presencia directa, limitándose a
participar en contingentes internacionales como, por ejemplo, tropas
de la KFOR; y b) el reforzamiento por parte de las administraciones de
los dos Bush y la intermedia de Clinton de la capacidad de
intervención de sus aliados, en correspondencia con la ya expuesta
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“estrategia del bogavante”; un ejemplo muy significativo en este
sentido es la evolución de la OTAN, que ha ido perdiendo su sentido
atlántico para cobrar un mayor carácter paneuropeo, hasta el punto
de sentirse capaz de incluir en el sistema de seguridad colectivo
occidental a naciones como las viejas rivales del Pacto de Varsovia.
3.3.1. CONJUNTOS GEOPOLÍTICOS MÁS COMPLEJOS: ÁFRICA,
ORIENTE PRÓXIMO Y MEDIO.
El siglo XX se cerró con 225 Estados soberanos y territorios no
independientes, agrupados convencionalmente en distintos conjuntos
geopolíticos (43 distingue el Anuario sobre el Estado del Mundo 2000,
de Akal). Cada uno de estos conjuntos tiene una extensión alrededor
de los cuatro mil km2, siendo lo más habitual que incluyan a varios
Estados, lo que no implica la existencia de políticas o economías
solidarias o el mantenimiento de relaciones de amistad y
cooperación; de hecho, su pertenencia a un mismo conjunto sólo
significa por mera proximidad el mantenimiento de relaciones
-positivas o negativas- de alguna importancia, la facilidad para
compartir problemáticas parecidas y la más que probable similitud
étnica y cultural.
El mayor número de focos de tensión se da en los distintos
conjuntos geopolíticos de África y el Oriente Próximo y Medio. Desde
esta vertiente, el continente africano puede dividirse de forma muy
esquemática en tres grandes ámbitos: a) el África Austral, con
presencia hegemónica de la República Sudafricana y un núcleo de
conflictos muy intenso en la región de los Grandes Lagos (Tanzania,
Kenia, luchas entre hutus y tutsis en Ruanda); b) el África
subsahariana, zona paupérrima –“el vientre vacío”- que soporta
continuos enfrentamientos civiles en los que han participado las
grandes potencias occidentales, con puntos tan calientes como el
Chad, Somalia y Eritrea; c) el Magreb, orientado estratégicamente
hacia Europa y con el límite meridional del Sahel, con un territorio tan
complejo como Libia -valedor de distintos movimientos terroristas
internacionales- y un fuerte foco de tensión en Argelia, en situación
más o menos declarada de guerra civil desde 1992, acentuada desde
la anulación del proceso electoral que dio el triunfo al
fundamentalismo islámico; al sudoeste de esta área se halla
asimismo latente el conflicto del Sahara, en el que las aspiraciones
independentistas del pueblo saharaui chocan con la actitud
dominante marroquí.
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Las elecciones de abril de 1994 en Sudáfrica, saldadas con la
victoria del Congreso Nacional Africano, liderado por el ya retirado de
la actividad política Nelson Mandela, acaban con el apartheid,
iniciando la desaparición de uno de los focos de tensión tradicionales
y señalando un momento cumbre en la democratización de África, lo
que no impide la continuidad de conflictos civiles enquistados como el
angoleño o el liberiano y regímenes dictatoriales como los de Guinea,
Gabón, Togo o Zaire. Por otra parte, el final de la “guerra fría” marca
un cambio importante en la actuación de las potencias mundiales en
tierras africanas; mientras persistió la bipolaridad la estabilidad del
continente intentó garantizarse con la intervención de las
superpotencias en los conflictos del Cuerno de África o Angola, con un
papel especialmente significativo de Francia, que actuaba como
“gendarme” de sus antiguos territorios coloniales. Con la ruptura de
los dos grandes bloques hegemónicos, la mayor parte del África,
especialmente las áreas de mayor pobreza y recursos más limitados,
como la saheliana o la ecuatorial, han quedado cada vez más dejadas
a su suerte, dado el escaso valor económico y estratégico que ofrecen
al mundo desarrollado, lo que explica actitudes tan pasivas como las
manifestadas por Occidente ante los conflictos de los Grandes Lagos,
inhibición en la que tuvo mucho que ver la desairada marcha de los
norteamericanos tras su intervención en Somalia (1994) para intentar
detener un conflicto civil agravado por una persistente hambruna. En
esta África negra tan abandonada, con apenas algún islote aislado de
modernidad, se adivinan dos tendencias fundamentales: la primera es
una integración regional, marcadamente económica, articulada a
través de la Comunidad Económica y Monetaria del África del Oeste;
la segunda es el difícil equilibrio interno de naciones azotadas por el
hambre y en estado de alteración latente, dadas las precarias
soluciones aplicadas en Ruanda, Somalia, Zaire o Liberia. Incluso en la
occidentalizada República Sudafricana se dan elementos de
inestabilidad, como la reivindicación de un “homeland” blanco o un
Estado zulú. Otro motivo de preocupación, ya en los territorios del
Norte, es la creciente influencia del fundamentalismo islámico, con los
factores de riesgo que implica esto a medio plazo para la comunidad
internacional.
Otra zona de gran conflictividad y valor estratégico por su
situación geográfica entre tres continentes -aunque formalmente
pertenezca a Asia-, acrecentada por sus recursos petrolíferos, es la
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formada por las áreas geopolíticas del Creciente Fértil, la Península
Arábiga y el Oriente Medio. Está integrada por un cúmulo de minorías
étnicas e incluso religiosas -no en balde es la cuna de las tres grandes
religiones monoteístas-, en la que los conflictos territoriales
contemporáneos tienen su raíz inmediata en la desmembración del
Imperio Otomano tras la IGM y la entrega de sus dominios como
mandatos a las grandes potencias occidentales. Después de la IIGM la
situación se agrava con la creación del Estado de Israel, foco
permanente de inestabilidad desde 1948, y los continuos
enfrentamientos –Líbano desde 1975, Afganistán a partir de 1979,
guerra entre Irán e Irak 1980/88, guerra del Golfo en 1990/91,
reciente conflicto afgano- convierten esta área en una de las de
máxima inestabilidad del planeta. Los problemas más graves que vive
la zona en estos momentos son:
a) el auge del fundamentalismo, muy fuerte todavía en Irán -a
pesar de las apariencias de tímida democratización- y con tintes casi
irracionales hasta fechas muy próximas entre los talibanes afganos,
irrespetuosos con la mayor parte de los derechos humanos y azote
para el arte universal por su posicionamiento iconoclasta de
justificación coránica, hasta la intervención militar que en el 2002 ha
acabado con su régimen;
b) la falta de solución del problema kurdo, lastre fundamental
para la difícil integración plena de la República de Turquía en los foros
occidentales;
c) la problemática situación interna de un Irak sometido a fuertes
sanciones tras la guerra del Golfo y considerado como peligro real por
la nueva administración estadounidense, que ordenó bombardeos
sobre objetivos muy concretos en sus primeras semanas en el poder,
reemprendidos en septiembre del 2002.
d) el enfrentamiento palestino-israelí. Los episodios de este
prolongado proceso a lo largo de los 90 estuvieron marcados por la
voluntad de entendimiento emanada de la Conferencia de Madrid de
1991 y el acuerdo entre Israel y la OLP, concretado a mediados de la
década con el reconocimiento por los dirigentes judíos de la Autoridad
Palestina; sin embargo, el último lustro del siglo XX arrojó graves
sombras sobre el proceso de paz, con episodios como el asesinato de
Isaac Rabin, la ofensiva terrorista de los palestinos de Hamas –que
ponen en duda la propia autoridad del Presidente de la Autoridad
Palestina, con sede en Gaza, Yaser Arafat-, el triunfo del conservador
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Netanyahu en las elecciones israelíes de 1996, el fracaso en el
proceso de acercamiento, previa mediación del presidente Clinton,
entre Barak y el propio Arafat y la gravísima situación actual, iniciada
en los últimos meses del 2000 con la denominada “Intifada de las
Mezquitas” y complicada con la victoria de las fuerzas conservadoras
del partido Likud en la última consulta electoral hebrea, elevando al
poder al “halcón” Ariel Sharon. Este es sin duda uno de los focos más
ardientes del mundo actual, sirviéndonos así de antesala al último
punto en el que centramos nuestra exposición.
3.3.2. ZONAS CALIENTES.
3.3.2.1. LOS BALCANES.
Constituyen, a medida que se ha ido completando la transición
hacia la democracia de las antiguas “Repúblicas Populares”, el único
punto de extrema gravedad en el mapa geopolítico europeo. Sin
entrar en un análisis del problema, al que se dedica amplia atención
en otro lugar del temario, hemos de significar el grado de barbarie y
violencia de los enfrentamientos étnicos y religiosos que pusieron fin
a la antigua Yugoslavia, con los gravísimos sucesos de Bosnia-
Herzegovina y Croacia, en los que se dieron episodios injustificables
de limpieza racial. La temperatura de este foco pareció comenzar a
descender con la participación cada vez más activa de tropas
internacionales y, sobre todo, por la mediación de la administración
Clinton en 1995, como medida de prestigio personal ante unas
nuevas elecciones y, al mismo tiempo, como respuesta del mundo
civilizado a horrores como la matanza de la comunidad musulmana de
Srebrenica el 11/VII/1995- a manos de las fuerzas serbobosnias. Tras
la participación inicial del mediador Holbrooke, el 1-XI comenzó la
conferencia de Dayton entre representantes de Bosnia, Croacia,
Servia y los miembros del llamado “grupo de contacto”. Nombres
como Karadzic, Mladic o Milosevic comenzaron a ocupar menos
tiempo en los informativos de todo el mundo, al tiempo que parecía
estabilizarse la situación política en los nuevos Estados de Eslovenia,
Croacia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Yugoslavia –integrada por
Servia y Montenegro-; sin embargo, los hallazgos de los restos de las
masacres desatadas durante el conflicto o las condenas dictadas por
el Tribunal de La Haya contra los líderes políticos acusados de
crímenes de guerra no eran el mejor ambiente para volver a la
normalidad en unas tierras con heridas abiertas y amplias zonas
ocupadas por fuerzas internacionales de pacificación; el conflicto, por
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lo tanto, sigue sin una clara resolución, como prueban hechos como el
levantamiento de la población albano-kosovar contra la minoría
servia, el golpe popular que derriba del poder en Belgrado al mismo
Milosevic en el 2000 o, en el 2001, la actuación de los guerrilleros
otra vez de Kosovo en las fronteras de Macedonia.
3.2.2.2. EL CÁUCASO.
El proceso de descomposición de la antigua URSS propició la
aparición de nuevos Estados independientes sobre el viejo solar
soviético, como Bielorrusia, Ucrania o las Repúblicas Bálticas de
Lituania, Estonia y Letonia. Pero si estos procesos no fueron
excesivamente traumáticos, la situación fue mucho más complicada
en el Cáucaso, con sucesivos conflictos regionales en Azerbaiyán,
Armenia y Georgia, que dieron paso a la actual situación de
Chechenia. Los chechenos, de religión musulmana, son uno de los
grupos étnicos más antiguos de esta zona, habiendo conformado en
el pasado la República Autónoma de Chechenia, integrada en la
República Federativa Soviética Rusa. Al hilo de los sucesos golpistas
del verano de 1991, tropas independentistas comandadas por el
general Dudaiev se hicieron con el poder en Grozny, proclamando una
emancipación de hecho ni reconocida por Moscú ni apoyada por los
Estados más cercanos. Un primer intento de control militar, seguido
de un fracasado intento de solución conflicto, precedieron a la
invasión rusa de diciembre de 1995, como muestra del interés del
gobierno de Yeltsin por no perder esta área de gran riqueza
petrolífera, unido a un sentimiento nacionalista de reafirmación. Lo
que en un principio parecía una campaña fácil, se enquistó a lo largo
de los años en una guerra de desgaste, de graves consecuencias para
una Rusia que reveló en este conflicto las carencias padecidas por la
otrora superpotencia.
3.3.2.3. LOS GRANDES LAGOS AFRICANOS.
Del convulso panorama que antes esbozamos para el continente
africano, escogemos este conflicto étnico con centro fundamental en
Ruanda y extensiones a Burundi y Zaire, de claras raíces étnicas.
Deriva del enfrentamiento en territorio ruandés entre las milicias
hutus y la población tutsi, que, aunque sometida a un duro genocidio,
fue capaz de imponerse a sus enemigos en 1994. No obstante, el
conflicto supuso el desplazamiento de más de un millón de refugiados
asentados especialmente en el Zaire, en precarios campamentos a
orillas del lago Kivu. El problema se reavivó en noviembre de 1996, al
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promover un levantamiento la etnia bayamulengue, tutsis asentados
de antiguo en territorio zaireño, quienes provocaron una secesión en
el noroeste del Zaire, apoyada por el ejército regular ruandés, que
aprovechó de paso para enfrentarse a focos hutus que desde el país
vecinos acosaban al régimen de Kigali. El presidente Mobutu no supo
resolver la contienda, traducida en nuevas pérdidas humanas y la
poca efectividad de la ayuda internacional promovida por las misiones
de la ONU y las ONGs que trabajaban en el territorio; setecientos mil
ruandeses volvieron sobre sus pasos, regresando a un territorio
asolado en el que la llama de los enfrentamientos aún no se ha
acabado de apagar.
3.3.2.4. OTROS FOCOS DE TENSIÓN.
Para concluir esta exposición, y de modo prácticamente
telegráfico, recogemos, sin ánimo exhaustivo, algunos de los
conflictos que asolan al mundo a inicios del siglo XXI:
- El desarrollo de los movimientos independentistas de la
comunidad kurda, de religión musulmana. La reclamación de un
Estado propio en el Kurdistán afecta a varios países, dado que los
kurdos, carentes de un territorio común, se hallan diseminados por
Turquía, Siria, Irak e Irán.
- El problema de Cachemira, intensificado desde 1989, con
atentados que son motivo de preocupación para el gobierno de Delhi
y posible causa de un hipotético enfrentamiento bélico entre la India y
Pakistán, dos naciones con población bajo un mínimo nivel de vida
pero con recursos armamentísticos muy importantes.
- Los complicados procesos de paz interna en distintos Estados
de Centroamérica y América Latina, con base en diferenciaciones
étnicas identificadas con un injusto reparto de la riqueza. Se
ejemplifican en enfrentamientos entre tropas regulares y guerrillas
indígenas, organizadas en grupos como los salvadoreños del Frente
Farabundo Martí, los peruanos de Sendero Luminoso, los guerrilleros
de Chiapas liderados por el subcomandante Marcos o las guerrillas
colombianas. En no pocas ocasiones, la situación se complica por la
presencia de corrientes guerrilleras enfrentadas entre sí y grupos
armados paramilitares, opuestos a estas guerrillas pero que, al mismo
tiempo, rechazan la autoridad del gobierno central.
- Las situaciones concretas de países que podemos considerar
auténticos polvorines, como Sri Lanka, Timor, Argelia, Santo Tomé y

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Príncipe o, en el Caribe, Haití, donde los conflictos de la década de los
90 no han hallado aún un encauzamiento definitivo.
- Las continuas tensiones entre la India y Pakistán, agravadas
por el hecho de que ambos Estados disponen de armamento nuclear.
- Los sucesos desatados tras el atentado de Al-Qaeda a las torres
gemelas de Nueva York el 11-IX-2001, origen último de la definición
por la administración Bush de un conjunto de países, definidos como
"eje del mal", a los que considera un peligro para la comunidad
internacional. En este contexto se inscribe la nueva ofensiva sobre
Irak, iniciada por tropas fundamentalmente angloestadounidenses en
la primavera del 2003 y que en breves meses culminó con el
derrocamiento del régimen de Sadam Hussein y el establecimiento de
unas precarias instituciones de gobierno en manos de políticos afines
a los posiciones norteamericanas; de todos modos, el conflicto se
inserta en un confuso panorama geopolítico, que no esconde
intereses económicos de los países atacantes, así como las actitudes
tendentes a la configuración de un nuevo orden mundial, propio ya
del siglo XXI.
4. COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO.
La permanente actualidad de muchos de los aspectos que
hemos abordado aconseja la lectura de la prensa diaria especializada,
tanto nacional como internacional, que además suele incluir en sus
distintos suplementos amplios reportajes sobre no pocos de los
puntos analizados. Esta labor se completaría con la consulta de
Anuarios geopolíticos y económicos, que ofrecen información a través
de artículos específicos sobre las grandes cuestiones estratégicas, los
conflictos localizados y las relaciones internacionales a escala
mundial; entre éstos destacamos el Anuario “El País”, Madrid,
1996-97-98-99, 2000 y 2001; el Estado del Mundo, Akal, Madrid,
1997-98-99 y 2000; o el Anuario “El Mundo”, 1997-98-99, 2000 y
2001. También ofrece monografías recopilatorias de este carácter,
con una periodicidad bianual, el Centro de Investigaciones para la
Paz; en estas publicaciones se analizan las raíces históricas,
económicas, geográficas y medioambientales de los conflictos
finiseculares y sus tipologías, destacando por el caudal informativo
ofrecido y la amenidad de su redacción el de AGUIRRE, M., Raíces de
los conflictos armados. Anuario del CIP, Icaria, Madrid, 1996; Ibíd.,
1998. Podríamos cerrar la glosa de este tipo de publicaciones con la
Revista “El País Semanal”, nº 1023, un monográfico extra bajo el
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Antonio M. Capdevila Gómez
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título “El País. Veinte años”, en el que se recopilan artículos de
prestigiosos analistas internacionales.
El estudio de los distintos tipos de regímenes tradicionales desde
el terreno de la teoría política, aunque limitado hasta el inicio de las
dos últimas décadas del siglo XX, es muy completo y divulgativo en
PANIAGUA, J.L., Regímenes políticos, Salvat, Barcelona, 1981;
crítica e ironía transpira el ensayo de CHOMSKY, N., El nuevo Orden
Mundial…y el Viejo, Crítica, Madrid, 1996, siendo abordado el
mismo asunto desde el ámbito de la Geopolítica por SÁNCHEZ, J.E.,
Geografía Política, Síntesis, Madrid, 1992, y TAYLOR, P.J., Geografía
Política, Trama Editorial, Madrid, 1992. Complemento interesante
supone la consulta de MAMMARELLA, G., Historia de Europa
Contemporánea. De 1945 hasta hoy, Ariel, Barcelona, 1996, y
GARCÍA DE CORTÁZAR, J.L. y LORENZO, J.M., Historia del Mundo
actual. 1945-1995, Alianza, Madrid, 1996. Finalmente,
recomendaremos un curioso ensayo comparativo entre los problemas
contemporáneos y los sucesos del pasado medieval -MINC, A., La
nueva Edad Media. El gran vacío ideológico. Gallimard, Madrid,
1993- y todo un clásico de la literatura geopolítica, RENOUVIN, P.,
Historia de las relaciones internacionales (siglos XIX y XX),
Aguilar, Madrid, 1982.

TEMA 69.- Regímenes políticos y sus conflictos internos en el mundo actual. Principales focos de tensión en las relaciones internacionales.
Antonio M. Capdevila Gómez
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RESUMEN TEMA 69.- REGÍMENES POLÍTICOS Y SUS CONFLICTOS
INTERNOS EN EL MUNDO ACTUAL. PRINCIPALES FOCOS DE TENSIÓN EN
LAS RELACIONES INTERNACIONALES.
Los años finales del siglo los marcan el hundimiento de ideologías como la
comunista y la desaparición de imperios y convicciones políticas que llenaron las
décadas anteriores de desacuerdos sobre el mantenimiento de la paz y el orden
mundial; de esta situación nace una fragilidad de las relaciones políticas y un
escepticismo ante el futuro de un nuevo marco de relaciones internacionales,
definido por el denominado Nuevo Orden Mundial. Las transformaciones de los
últimos años alcanzan su clímax en Europa con la caída del Muro de Berlín y la
reunificación alemana en 1989, el impulso independentista de los Estados
Bálticos, las convulsiones del comunismo soviético y sus efectos sobre los países
de su área de influencia, y el estallido de la crisis yugoslava. En otros continentes
los desencuentros raciales y religiosos han sido la principal fuente de conflictos,
con ejemplos tan alejados en el espacio como las guerras tribales africanas, la
conflictividad en Haití –reanudada en marzo de 2004 con la huída del presidente
Aristide-, las luchas tradicionales en Cachemira o el permanente conflicto
palestino-israelí; asimismo debemos incluir otro tipo de episodios, unos
desatados por la extensión de ideologías fundamentalistas que originan
situaciones de auténtico conflicto civil -régimen derrocado de los talibanes en
Afganistán, tensiones en Argelia, consolidación de los ayatollahs iraníes-, otros
por la difícil supervivencia de minorías fundamentalmente indígenas, muy
frecuentes en Latinoamérica. Por último hemos de incluir conflictos de raíces
bastante complejas, pero que, en última instancia, sirven para patentizar la
hegemonía de naciones clave en la configuración del orden internacional, de los
que es ejemplo la denominada guerra del Golfo o la invasión norteamericana de
Iraq en 2003.
REGÍMENES POLÍTICOS Y CONFLICTOS INTERNOS EN EL MUNDO ACTUAL.
CONCEPTO DE RÉGIMEN. El Estado es una dimensión geopolítica básica,
definida por la soberanía sobre un territorio determinado; se relacionan entre sí a
través de situaciones de coexistencia o de dominación. Al conjunto de
instituciones políticas de un Estado en un momento determinado de su historia,
constitutivas de su forma de gobierno, se le llama régimen; se expresa en un
conjunto de disposiciones legales que regulan tanto las actividades económicas
como las relaciones sociales y políticas. Considerando los mecanismos de control
popular de las instituciones gubernamentales, la configuración y el grado de
separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial y la forma de elección
de los representantes políticos, la historia reciente nos muestra tres grandes tipos
de regímenes políticos: Regímenes autoritarios, en los que todo el poder queda
en manos de una sola institución o persona; Regímenes democráticos
occidentales, herederos del proceso revolucionario liberal-burgués, en los que se
desarrolla un liberalismo democrático; Regímenes democráticos populares,
propios de la coyuntura posterior a la IIGM y hoy prácticamente extintos,
históricamente surgidos de procesos revolucionarios y siendo la forma auspiciada
por los Estados bajo la órbita soviética. En algunas zonas africanas o asiáticas
perviven aún tipologías ya desterradas del mundo desarrollado o en vías de
desarrollo, impresas por reminiscencias de tipo tribal o feudal. DEMOCRACIA
OCCIDENTAL: MODELOS Y ELEMENTOS . La democracia parlamentaria supone la base
TEMA 69.- Regímenes políticos y sus conflictos internos en el mundo actual. Principales focos de tensión en las relaciones internacionales.
Antonio M. Capdevila Gómez
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teórica sobre la que se fundamentan la mayoría de los países occidentales u
occidentalizados, coincidiendo con la supremacía del sistema de economía de
mercado. Su desarrollo e implantación fue un proceso lento y gradual en países
como los escandinavos, Suiza, Holanda, Gran Bretaña o los EE. UU., mientras que
en otros se afianzó mediante convulsiones revolucionarias. El sistema no
presenta graves problemas de funcionamiento en sus zonas originarias, pero
ofrece ciertas sombras en las sociedades extraoccidentales que lo importaron o
en Estados que pretenden acoger la mayor parte de sus formas, como la
Federación de Rusia y muchos de los países procedentes de la antigua esfera
soviética. Los países con regímenes democráticos clásicos tienen como referencia
la teoría de la división de poderes, esbozada ya por Locke y desarrollada por
Montesquieu, y el principio de soberanía nacional, elaborado con amplitud en la
doctrina rousseauniana del “contrato social”. Se nos muestra en forma de tres
modelos diferenciados: Presidencialista, caracterizado por una rígida separación
de poderes, con un presidente, elegido por sufragio universal que goza de fuerte
poder ejecutivo, siendo a un mismo tiempo Jefe del Estado y del Gobierno. No
existe Primer Ministro y los jefes de las distintas carteras ministeriales, bajo la
denominación de Secretarios, tienen carácter administrativo (v.gr., Estados
Unidos); Parlamentarista, modelo que admite la flexibilidad en la separación de
poderes y que, además de por sistemas republicanos, es el más común entre las
monarquías parlamentarias actuales. Presenta una forma dualista, en la que el
Jefe del Estado tiene capacidad de decisión política (v.gr., Francia), y otra
monista, con un papel honorífico o moderador de la Jefatura del Estado,
recayendo el ejecutivo sobre el Gobierno y su Jefe, investido por un Parlamento
elegido por sufragio universal, que lo controla a través de diversos mecanismos y
que comparte con el ejecutivo la iniciativa legislativa; Asamblearista,
determinado por la primacía absoluta del Parlamento en la vida política (v.gr.,
Suiza). El sistema democrático está sustentado por el sistema electoral y los
partidos políticos. Los sistemas electorales son tan determinantes que un
régimen puede calificarse de “democrático” si su sistema es libre, individual y
directo. Estos sistemas muestran tres tipos básicos: Mayoritario, normalmente
uninominal, en el que los escaños se atribuyen siguiendo las circunscripciones
electorales y que ofrece Cámaras parlamentarias con un reducido arco
parlamentario. Adopta una variante mayoritaria pura, como es el caso de Gran
Bretaña, o a dos vueltas, como muestra el ejemplo francés; Proporcional, de
carácter plurinominal -se votan listas cerradas que presentan los partidos
políticos o las coaliciones electorales-, con un reparto de escaños proporcional al
número de votos obtenidos, lo que fomenta el pluripartidismo parlamentario.
Vigente en la mayoría de los países europeos, tiene un exponente muy
significativo en el modelo italiano; Mixto, surgido por combinación de aspectos de
los dos anteriores, intentando paliar sus posibles inconvenientes. Lo podemos
ejemplificar en países como Alemania o España, que acoge el carácter
proporcional para el Congreso y el mayoritario para el Senado. Los partidos
políticos se consolidan a partir de las tendencias liberales y progresistas durante
la primera mitad del XIX, a las que se sumarían las formaciones socialistas; son
organizaciones estables, de ámbito nacional en la mayoría de los casos, que
tienen como finalidad el acceso al poder para ejercer su programa político. Los
tipos principales que presenta el sistema de partidos políticos son: Partido único,
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propio de regímenes totalitarios; Bipartidismo, consecuencia de largos procesos
históricos; en los países en los que se presenta no supone la inexistencia de otras
formaciones políticas, aunque su presencia es únicamente testimonial, casos
actuales, v.gr., de Gran Bretaña o los EE.UU.; Multipartidismo, caracterizado por la
existencia de múltiples partidos, caso, por ejemplo, de Italia o España. REGÍMENES
TOTALITARIOS. Los regímenes autoritarios han revestido formas diferentes a lo
largo de la historia: teocracias, cesarismos populistas, modelos militaristas,
dictaduras ideológicas e incluso, en cierto modo, las monarquías no
parlamentarias. Las causas que pueden conducir a un régimen totalitario son
muy variadas, desde la ausencia en una fase inicial de instituciones que limiten la
aparición de quienes pretenden acaparar el mando, al caso más frecuente, en
situaciones críticas que ocasionan la ruptura del sistema en vigor, de quienes
instauran un modelo autoritario, arrogándose la defensa de los intereses de las
clases más desfavorecidas. LAS DICTADURAS. Los tipos de regímenes dictatoriales
más frecuentes son: Personal, en la que el gobierno está al servicio de intereses
personales o familiares, apoyados en una férrea organización burocrática, militar
y policial, utilizada como elemento represor y disuasorio de las disidencias;
Desarrollista, siempre con una base militarista, aunque el poder pueda recaer en
un militar o un civil; su meta es el desarrollo económico a través del control de
las fuerzas productivas y del aparato político. El modelo se ha desarrollado en el
siglo XX especialmente en Latinoamérica y el ámbito islámico, contando en
ocasiones con una base popular de apoyo -populismo-, con ejemplos como el
peronismo argentino; Neopopulista, nacida de la evolución del populismo e
impregnada de cierta apariencia democrática, adoptando políticas económicas
ortodoxas y bien recibidas en foros internacionales, como, v.gr., el régimen que
instaurara Fujimori en Perú; Oligárquica, propia de sociedades de débil
integración o con hegemonía de un sector muy definido de la población; se
caracterizan por la relación estrecha entre la oligarquía dominante y el ejército y
por el apoyo institucional conferido por el presidencialismo (ejemplo, la mayoría
de las dictaduras latinoamericanas de los últimos 70 y 80, con algún ejemplo de
legitimación electoral actual, como la Venezuela de Hugo Chaves). EL
FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO. Deviene de la concepción del Islam como doctrina
reguladora de todas las actividades humanas, incluidas las sociales y las políticas,
por lo que la ley civil no se separa de la “sharia” o ley religiosa. Permite
regímenes muy variados, desde el monarquismo feudalista o las organizaciones
tribales a formas dictatoriales o sistemas con importantes niveles participativos.
En las décadas finales del siglo XX se desarrolla con fuerza el fundamentalismo, a
medio camino entre la dictadura religiosa y el teocratismo. Su origen inmediato
debe buscarse en 1979 con la proclamación por el ayatollah Jomeini de la
República Islámica de Irán, institucionalizando un sistema basado en el estricto
seguimiento de los principios coránicos, y que todavía en la actualidad se
mantiene con fuerza, a pesar del incipiente democratismo que auspician hoy
algunos sectores del país; auspiciado por el shiísmo, el ejemplo iraní cundió por el
mundo musulmán, convertido en factor de inestabilidad incluso en los regímenes
de laicismo más intenso. Así, algunos de los países árabes más relacionados con
Occidente, como Argelia, Egipto o Turquía, han sufrido directamente sus secuelas,
que llegan también con fuerza a lugares como el Líbano, Pakistán, el extinto
régimen talibán de Afganistán o, incluso, el Estado de Palestina. REGÍMENES EN
TEMA 69.- Regímenes políticos y sus conflictos internos en el mundo actual. Principales focos de tensión en las relaciones internacionales.
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LOS VIEJOS PAÍSES COMUNISTAS. Las transformaciones recientes en la URSS se
trasladaron a las antiguas “democracias populares” de Europa oriental, afectando
a los regímenes socialistas hasta entonces predominantes, lo que supuso el
descalabro del comunismo como modelo social y proyecto económico. El
retroceso de los partidos comunistas desde los primeros 90 se acompaña del
establecimiento de regímenes pluripartidistas, la puesta en funcionamiento de
reformas políticas y sociales demandadas por la sociedad civil y el acercamiento
de estas naciones al mundo occidental, en un proceso que no es unitario pues
ofrece respuestas diferenciadas y en muchos casos de gran complejidad. En
algunos casos asistimos a una integración plena en las estructuras políticas,
sociales, económicas y estratégicas, ejemplificada, como fruto de la reunificación,
en la antigua RDA; en otras ocasiones se tiende a soluciones neoconservadoras o
demócrata-cristianas, como se advierte en Polonia, Hungría o, con notas mucho
más peculiares, en Albania; también encontramos regímenes excomunistas
orientados hacia soluciones de índole socialista específicas, como en
Checoslovaquia, desmembrada sin traumatismos en la República Checa y
Eslovaquia en 1993. También es notable el caso de Bulgaria, donde las propias
fuerzas comunistas acogieron un proceso de reconversión democrática, caso
similar al de Rumanía, donde el golpe contra la dictadura de Ceacescu no alteró
muchas de las estructuras vigentes con anterioridad. Las soluciones se hacen
más complejas en aquellos países integrados por un conglomerado étnico e,
incluso, religioso, de gran complejidad, como es el caso de la propia URSS o de la
extinta Yugoslavia. El proceso balcánico se singulariza por su extrema
complejidad, origen de las guerras y genocidios suscitados a lo largo de los 90; en
cuanto a Rusia, las causas de la crisis del régimen soviético hay que buscarlas en
su incapacidad para adaptarse a las nuevas realidades sociopolíticas y
económicas finiseculares, lastrados sus gobiernos por el peso del aparato político
y los enormes gastos derivados de la maquinaria estatal y de las inversiones
bélicas; en III-1985 accedió a la Secretaría del PCUS Mijaíl Gorbachov,
representante del comunismo renovador, que impondrá cambios drásticos en la
política soviética entre 1985 y 1991, entre los que destacan el acercamiento a los
EE.UU., la retirada progresiva de Afganistán y la permisividad para el inicio de los
cambios democráticos en los países del Este europeo. Sin embargo, el fracasado
golpe de Estado de agosto de 1991, protagonizado por los sectores más
involucionistas del país, impidió el éxito de esta reforma “desde dentro”,
precipitando el desmantelamiento del régimen comunista, la desmembración de
su imperio y el comienzo de la etapa Yeltsin. Rusia, autoconsiderada como
heredera de la antigua URSS, proclamó la CEI, fase intermedia hasta la creación
de la Federación de Rusia, dirigida en la actualidad por Vladimir Putin en medio
de un panorama incierto ante los acuciantes problemas económicos, la
inestabilidad política, la agitación social y el protagonismo ascendente de las
mafias. Formalmente se constituye como un Estado democrático y pluripartidista
de carácter federal; las múltiples divisiones étnicas, los sectores nostálgicos de la
etapa soviética, la crisis económica y los estallidos nacionalistas como el de
Chechenia auguran años difíciles para un país que todavía tiene mucho que jugar
en el panorama internacional ante hechos irrefutables como el de su poderoso
armamento nuclear o el intento de extensión de su influencia política a distintos
Estados del Oriente Próximo y Medio. Por último, la visión hasta aquí presentada
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se completa con los países en los que perviven sistemas socialistas, como Corea
del Norte, Cuba y China. El hundimiento de la URSS ha incidido con gran fuerza
en el aislamiento internacional del régimen cubano, contribuyendo al intenso
deterioro de su situación socioeconómica; además, la persistencia del bloqueo
desde los Estados Unidos y la aplicación rigurosa de leyes como la Helms-Burton
complican el panorama de la isla, que se debate en la conciliación de la necesaria
apertura económica y política con los valores esenciales del régimen, al tiempo
que se mantiene el control sobre la disidencia y se minimizan las tensiones
sociales. En cuanto a China, el proceso de desmaoización impulsado por Den
Xiaoping supuso una serie de cambios económicos y políticos, abriéndose el país
a tímidas formas de economía occidental, a un cierto consumismo y a una
apertura política muy difundida desde los medios propagandísticos, pero puesta
en duda desde principios de los 90 con sucesos como los de la plaza de
Tianan’men. UNA POSIBLE CLASIFICACIÓN DE LOS REGÍMENES SEGÚN SU GRADO DE
LIBERTAD. Los sistemas democráticos se debaten hoy entre la esperanza y la
decepción, aunque el hundimiento del comunismo y el retroceso generalizado de
las dictaduras parecieron encumbrarlos, junto al sistema de economía de
mercado con el que se identifican. La mayoría de los analistas coinciden en que la
salida pacífica del totalitarismo, con ejemplos como la “revolución de terciopelo”
checa, pueden impulsar un estado de opinión que defienda la irreversibilidad de
la generalización de la democracia; pero la realidad es bien distinta, sobre todo
por el auge del fundamentalismo y de los nacionalismos intransigentes. De todos
modos, la defensa de los valores democráticos impulsada desde Occidente ha
fraguado en la elaboración de sistemas clasificatorios de los Estados del mundo
en función del grado de libertad de sus regímenes, aunque los parámetros para
definir éste son objeto de controversia entre los especialistas. Muy difundido fue
el informe “Freedom House”, que en 1994, tras un estudio sobre 192 países, sólo
consideraba plenamente libres a 74, parcialmente libres a 63 y no libres a 55. A
finales de los 90 se hicieron públicos otros estudios similares, como los de la New
Statesman Society o el Channel Four. Ambos utilizaron un sistema similar, que
propició resultados coincidentes en su valoración del 0 al 100 para cada país,
considerando diez variables como la libre elección de Parlamento y gobernantes,
el pluripartidismo, la libertad de expresión, la independencia del sistema judicial o
los derechos de los ciudadanos. La clasificación quedó encabezada por Finlandia
(90), con España en los primeros lugares (84) y los principales países
democráticos por encima de los 75, índice en el que quedaba el Reino Unido. Los
valores más bajos correspondieron a Siria, Ruanda y Burundi (5), Guinea
Ecuatorial, Somalia y Sudán (4) e Irak y Afganistán (3).
CONFLICTOS Y TENSIONES EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES.
EL NUEVO ORDEN INTERNACIONAL. LA ESTRATEGIA DEL “BOGAVANTE”. Los
principios sustentadores del Nuevo Orden Internacional emanan de la
intervención de George Bush padre ante el Congreso de los Estados Unidos el 6-
III-1991, en la que y predecía “un nuevo mundo, en el que el imperio de la ley
sustituya a la ley de la selva”. Tras la evidencia del hundimiento soviético,
manifiesto tanto en la crisis del Golfo como después en la Conferencia de Madrid,
Bush apostaba por un Nuevo Orden Mundial convertido, en realidad, en un Orden
“americano”, confesado ante la Asamblea General de la ONU (23-IX-1991) y
definido por características, muchas de ellas de dudoso cumplimiento, como: -
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“Un orden en el que ningún país deberá ser obligado a ceder un ápice de su
propia soberanía”; “Un orden caracterizado por el imperio de la ley más que por
el recurso a la fuerza”; - “La solución de los conflictos preferentemente mediante
la cooperación y no por la anarquía o el derramamiento de sangre”; o - “Una fe
sin fallas en los derechos del hombre”. El curso de los acontecimientos
posteriores parece dar la razón a quienes consideraron vacía de contenido real la
intervención de Bush, defensor en realidad de la hegemonía de los Estados
Unidos, posición confirmada por las directrices manifestadas por el Pentágono a
finales de 1992: a) defensa y extensión del sistema de alianzas creadas por los
EE.UU. tras la IIGM, especialmente la OTAN y la SEATO; b) impulso a la propia
reforma de sus fuerzas armadas; c) intento de evitar la asunción por alguna
potencia de un posible papel hegemónico regional, en alusión directa a Alemania,
Japón y la India; d) prevención ante posibles acuerdos de defensa europeos que
excluyeran a los Estados Unidos; y e) mantenimiento de una postura expectante
ante cualquier amenaza futura procedente del ámbito ruso. Estos principios se
mantuvieron durante la administración Clinton, que fija un claro continuismo
doctrinal, afrontando retos como la reestructuración de la maquinaria militar de
su país, el trabajo con sus aliados para la expansión y consolidación exterior de la
democracia y, en las propias palabras del presidente, “el restablecimiento del
liderazgo económico en casa y en el mundo”. Este posicionamiento informa la
realidad geopolítica mundial de la última década del siglo XX y se mantiene
vigente con la actual administración republicana. El lenguaje periodístico ha
acuñado el término estrategia del bogavante para definir una representación
gráfica de la realidad geopolítica actual. Cuando se analizan los sistemas
económicos se hace una referencia a los términos centro como sinónimo de
desarrollo y periferia, como equivalente a pobreza y dependencia; este hecho
propició una representación cartográfica, fundamentada en una de las tipologías
más peculiares, los diseños geodésicos “Dymaxion”. En ella, los países más ricos
ocupan en el mapa una posición preeminente y central, situándose en los
extremos las naciones periféricas, aunque aparezca algún Estado desarrollado,
como Australia o Nueva Zelanda. A partir de esta proyección técnica se desarrolla
una metáfora visual, en forma de crustáceo geopolítico, que divide al mundo en
sectores que agrupan a las diferentes potencias, sistemas de alianzas y zonas
conflictivas. Así, la cabeza sería el centro vital, ocupado por los EE.UU. y los dos
países que firman con ellos el Tratado de Libre Comercio; el cuerpo del que se
nutre la cabeza lo constituye Latinoamérica, el “patio de atrás”, cuya adhesión al
TLC se propicia a partir de la Cumbre Panamericana de 1994, a la vez que se
fomenta la actitud presionante sobre Cuba; las pinzas, expresión del poder de
este singular animal, son las dos grandes alianzas que incorporan al marco
geoestratégico norteamericano a los principales países de Europa (OTAN) y de
Asia sudoriental (SEATO); entre las pinzas quedaría una hipotética zona de
tensión, que incluye la antigua URSS, China y los inestables países árabes.
CLASIFICACIÓN DE LOS CONFLICTOS. El conflicto se manifiesta a lo largo de la
historia como algo inherente al ser humano, resuelto generalmente de manera
pacífica, aunque, de no producirse esta solución, tiende al enfrentamiento
armado. Fenómeno inclasificable, las tipologías y causas de la guerra pueden ser
muy variadas, aunque se atienen a tres fundamentos básicos: a) las derivadas de
percepciones colectivas, es decir, de una raíz psicológica; b) las vinculadas a una
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causalidad tradicional, bien territorial, económica o étnica; c) las relacionadas con
las denominadas causas modernas, que obedecen a factores como el déficit
democrático, el militarismo, la pauperización del Tercer Mundo, etc. CON BASE EN
CAUSAS PSICOLÓGICAS. En ellas se insiste especialmente en la Carta Fundacional
de la UNESCO, en la que se afirma que “las guerras nacen en la mente de los
hombres”, reconociendo así que una de las principales causas de los conflictos se
asienta en percepciones humanas, basadas en aspectos como un análisis
histórico adulterado, el fomento de conductas agresivas desde la infancia, la
visión del mundo configurada desde los medios de comunicación, la glorificación
de la tierra insertas en las leyendas o el folklore de los pueblos, el desarrollo de
una educación que asume como valores propios de la juventud la agresividad y la
belicosidad, y el llamado “fenómeno CNN”, referido a una percepción televisiva
falsa de la guerra. CON BASE EN CAUSAS TRADICIONALES. La mayoría de los
conflictos históricos devienen de causas que podemos considerar tradicionales,
tales como: El territorio, cuya conquista ha sido una causa fundamental de
disputas bélicas a lo largo de la historia, aunque en la actualidad está razón es
menos frecuente, como consecuencia del desarrollo del Derecho Internacional y
la creación de organismos jurídicos con capacidad reguladora sobre los conflictos
territoriales. La memoria histórica, a la que se apela a menudo como factor
desencadenante de la guerra y fuerza propagandística frente a Estados rivales.
Sería el caso de las actitudes irredentistas en relación a tratados, humillaciones o
derrotas cercanas, utilizadas para justificar el restablecimiento de la lucha por
recuperar la dignidad. En otras ocasiones, se emplea para impulsar el esplendor
perdido, lo que explica la intervención de algunos gobiernos en problemas
suscitados en sus antiguas posesiones. Las razones económicas, latentes casi
siempre en todo conflicto, pues aunque no todos se derivan de causas
económicas, todos se saldan con consecuencias notables en este terreno.
También debemos añadir que pobreza y miseria derivadas de un injusto reparto
de la riqueza son germen muy adecuado para el estallido de conflictos internos,
en forma de guerras civiles. Las cuestiones étnicas se convierten en causa de la
guerra cuando un grupo humano pretende la imposición de sus creencias o
costumbres; hoy los conflictos étnicos se extienden por puntos como la antigua
Yugoslavia, Sri Lanka, Angola, Zaire, Timor Oriental, Ruanda, etc. Los problemas
de determinadas comunidades dentro de otros territorios alcanzan asimismo al
mundo desarrollado, si bien en la mayoría de los casos se mantienen dentro de
los límites lógicos en el seno de un sistema democrático, donde el marco de
libertades permite evitar el recurso a la violencia. CAUSAS MODERNAS DE LA
GUERRA. La mayoría de los conflictos bélicos y de las tensiones interestatales que
se desarrollan en el mundo actual suelen incorporar en sus motivaciones algunos
factores nuevos, que se añaden a los hasta aquí reseñados, y entre los que
podemos destacar las carencias democráticas, la pobreza, las motivaciones de
carácter ambiental y ecológico o el militarismo. PRINCIPALES ZONAS DE CONFLICTO.
Aunque la amenaza de un conflicto directo generalizado que supusiera un peligro
para la supervivencia mundial se ha conseguido minimizar tras la IIGM, las
últimas décadas han estado pobladas de pequeñas guerras con consecuencias
dramáticas, constituyendo un rosario bélico, nacido en cada caso de distintas
motivaciones y, en muchos casos, teatro de operaciones para dirimir la
hegemonía mundial entre las grandes potencias. En este último sentido, desde
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mediados de los 80 es sintomática la evolución en la tradicional política
intervencionista de los Estados Unidos, que aboga por actuaciones colectivas, lo
que les lleva a solicitar respuestas globales de la comunidad internacional, lo que
ha supuesto novedades como el protagonismo mayor de organizaciones como la
ONU, la OTAN o la UEO y el reforzamiento por parte de las administraciones de
los dos Bush y la intermedia de Clinton de la capacidad de intervención de sus
aliados. CONJUNTOS GEOPOLÍTICOS MÁS COMPLEJOS: ÁFRICA, ORIENTE PRÓXIMO Y
MEDIO. En la actualidad el mayor número de focos de tensión se da en los
distintos conjuntos geopolíticos de África y el Oriente Próximo y Medio. Desde
esta vertiente, el continente africano puede dividirse de forma muy esquemática
en tres grandes ámbitos: a) África Austral, con presencia hegemónica Sudáfrica y
un núcleo de conflictos en la región de los Grandes Lagos (Tanzania, Kenia,
Ruanda); b) África subsahariana, zona paupérrima que soporta continuos
enfrentamientos civiles con puntos tan calientes como el Chad, Somalia y Eritrea;
c) el Magreb, orientado estratégicamente hacia Europa y con el límite meridional
del Sahel, con un territorio tan complejo como Libia y un fuerte foco de tensión
en Argelia; al sudoeste de esta área se halla latente el conflicto del Sahara. Las
elecciones de 1994 en Sudáfrica, saldadas con la victoria del Congreso Nacional
Africano de Mandela, acaban con el apartheid, iniciando la desaparición de uno
de los focos de tensión tradicionales y señalando un momento cumbre en la
democratización de África, lo que no impide la continuidad de conflictos civiles
enquistados como el angoleño o el liberiano y regímenes dictatoriales como los
de Guinea, Gabón, Togo o Zaire. Por otra parte, el final de la “guerra fría” marca
un cambio importante en la actuación de las potencias mundiales en tierras
africanas; así, las áreas de mayor pobreza y recursos más limitados, como la
saheliana o la ecuatorial, han quedado cada vez más dejadas a su suerte, dado
su escaso valor económico y estratégico, lo que explica la pasividad occidental en
los conflictos de los Grandes Lagos, inhibición en la que tuvo mucho que ver la
desairada marcha de los norteamericanos tras su intervención en Somalia (1994).
En esta África negra tan abandonada se adivinan dos tendencias fundamentales:
la primera es una integración económica articulada a través de la Comunidad
Económica y Monetaria del África del Oeste; la segunda es el difícil equilibrio
interno de naciones azotadas por el hambre y en estado de alteración latente.
Otro motivo de preocupación, ya en los territorios del Norte, es la creciente
influencia del fundamentalismo islámico, con los factores de riesgo que esto
implica. Otra zona de gran conflictividad y valor estratégico por su situación
geográfica entre tres continentes -aunque formalmente pertenezca a Asia-,
acrecentada por sus recursos petrolíferos, es la formada por las áreas
geopolíticas del Creciente Fértil, la Península Arábiga y el Oriente Medio. Está
integrada por un cúmulo de minorías étnicas e incluso religiosas; allí los conflictos
territoriales contemporáneos tienen su raíz inmediata en la desmembración del
Imperio Otomano tras la IGM y la entrega de sus dominios como mandatos a las
grandes potencias occidentales. Tras la IIGM la situación se agrava con la
creación del Estado de Israel, foco permanente de inestabilidad desde 1948, y los
continuos enfrentamientos –Líbano desde 1975, Afganistán a partir de 1979,
guerra entre Irán e Irak 1980/88, guerra del Golfo en 1990/91, reciente conflicto
afgano, invasión de Iraq en 2003-, convirtiendo la zona en área de máxima
inestabilidad. Problemas de especial gravedad son: a) el auge del
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fundamentalismo, muy fuerte todavía en Irán y con tintes casi irracionales hasta
fechas recientes entre los talibanes afganos; b) la falta de solución del problema
kurdo; c) la actual ocupación de Iraq tras la caída del régimen de Sadam Hussein;
d) el enfrentamiento palestino-israelí, agudizado con el nuevo siglo tras la
"intifada de las Mezquitas" y que en la actualidad presenta singular virulencia.
ZONAS CALIENTES. LOS BALCANES. Constituyen, a medida que se ha ido
completando la transición hacia la democracia de las antiguas “Repúblicas
Populares”, el único punto de extrema gravedad en el mapa geopolítico europeo.
Tras la barbarie bélica de los 90 y los acuerdos de Dayton la situación tiende
hacia la normalización en los nuevos Estados de Eslovenia, Croacia, Bosnia-
Herzegovina, Macedonia y Yugoslavia –integrada por Servia y Montenegro-,
aunque quedan importantes cuestiones por resolver, como los juicios por
crímenes de guerra o los estallidos violentos en Kosovo y Macedonia. EL
CÁUCASO. El proceso de descomposición de la antigua URSS propició la aparición
de nuevos Estados independientes sobre el viejo solar soviético, como Bielorrusia,
Ucrania o las Repúblicas Bálticas. Si estos procesos no fueron traumáticos, la
situación fue mucho más complicada en el Cáucaso, con sucesivos conflictos
regionales en Azerbaiyán, Armenia y Georgia, que dieron paso a la actual
situación de Chechenia. Los chechenos, uno de los grupos étnicos más antiguos
de esta zona, aprovechan los sucesos del verano de 1991 para, comandados por
el general Dudaiev, hacerse con el poder en Grozny, proclamando una
emancipación de hecho ni reconocida por Moscú ni apoyada por los Estados más
cercanos. Un primer intento de control militar, seguido de un fracasado intento de
solución conflicto, precedieron a la invasión rusa de diciembre de 1995; lo que en
un principio parecía una campaña fácil, se enquistó a lo largo de los años en una
guerra de desgaste, de graves consecuencias para una Rusia que reveló en este
conflicto las carencias padecidas por la otrora superpotencia. LOS GRANDES
LAGOS AFRICANOS. Del convulso panorama que antes esbozamos para el
continente africano, escogemos este conflicto étnico con centro fundamental en
Ruanda y extensiones a Burundi y Zaire. Deriva del enfrentamiento en territorio
ruandés entre las milicias hutus y la población tutsi, que, aunque sometida a un
duro genocidio, fue capaz de imponerse a sus enemigos en 1994. No obstante, el
conflicto supuso el desplazamiento de más de un millón de refugiados asentados
especialmente en el Zaire. El problema se reavivó en XI-1996 al promover un
levantamiento la etnia bayamulengue, tutsis asentados de antiguo en territorio
zaireño, quienes provocaron una secesión en el noroeste del Zaire, apoyada por
el ejército regular ruandés, que aprovechó de paso para enfrentarse a focos hutus
que desde el país vecinos acosaban al régimen de Kigali. El presidente Mobutu no
supo resolver la contienda, traducida en nuevas pérdidas humanas y la poca
efectividad de la ayuda internacional promovida por las misiones de la ONU y las
ONGs que trabajaban en el territorio. OTROS FOCOS DE TENSIÓN. De modo casi
telegráfico recogemos algunos de los conflictos que asolan al mundo a inicios del
siglo XXI: - El desarrollo de los movimientos independentistas de la comunidad
kurda, de religión musulmana. La reclamación de un Estado propio en el Kurdistán
afecta a varios países, dado que los kurdos, carentes de un territorio común, se
hallan diseminados por Turquía, Siria, Irak e Irán. - El problema de Cachemira,
intensificado desde 1989, con atentados que son motivo de preocupación para el
gobierno de Delhi y posible causa de un hipotético enfrentamiento bélico entre la
TEMA 69.- Regímenes políticos y sus conflictos internos en el mundo actual. Principales focos de tensión en las relaciones internacionales.
Antonio M. Capdevila Gómez
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India y Pakistán. - Los complicados procesos de paz interna en distintos Estados
de Centroamérica y América Latina, con base en diferenciaciones étnicas
identificadas con un injusto reparto de la riqueza. Se ejemplifican en
enfrentamientos entre tropas regulares y guerrillas indígenas, organizadas en
grupos como los salvadoreños del Frente Farabundo Martí, los peruanos de
Sendero Luminoso, los guerrilleros de Chiapas liderados por el subcomandante
Marcos o las guerrillas colombianas. - Las situaciones concretas de países que
podemos considerar auténticos polvorines, como Sri Lanka, Timor, Argelia, Santo
Tomé y Príncipe o Haití. - Los sucesos desatados tras el atentado de Al-Qaeda a
las torres gemelas de Nueva York el 11-IX-2001, origen último de la definición por
la administración Bush de un conjunto de países, definidos como "eje del mal", a
los que considera un peligro para la comunidad internacional. En este contexto se
inscribe la nueva ofensiva sobre Irak que culminó con el derrocamiento del
régimen de Sadam Hussein y el establecimiento de unas precarias instituciones
de gobierno en manos de políticos afines a los posiciones norteamericanas; de
todos modos, el conflicto se inserta en un confuso panorama geopolítico, que no
esconde intereses económicos de los países atacantes, así como las actitudes
tendentes a la configuración de un nuevo orden mundial, propio ya del siglo XXI.
BIBLIOGRAFÍA
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Ibíd., 1998; CHOMSKY, N., El nuevo Orden Mundial…y el Viejo, Crítica, Madrid, 1996;
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(siglos XIX y XX), Aguilar, Madrid, 1982; SÁNCHEZ, J.E., Geografía Política, Síntesis,
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Antonio M. Capdevila Gómez

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