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La Democracia y la decadencia de Occidente

Introducción
Este artículo es fruto del inmerecido ofrecimiento que mi estimado Dr.
Carlos de Castro me hizo con el fin de publicarlo en 15/15\15, revista que
leo con cierta frecuencia ya que en ella se abordan temas de extraordinario
interés para quien se preocupe por el devenir de nuestra sociedad, más
allá de las anécdotas manidas de las discusiones políticas del día.
La reflexión que aborda este artículo proviene de varias fuentes que me
hicieron meditar sobre el destino a corto, medio y también largo plazo de
la sociedad en la que vivimos. Las lecturas que atrajeron mi atención
fueron fundamentalmente dos artículos:

1. El artículo “Why we are underestimating the American Colapse?”


2. El artículo “The Signs of Deconsolidation” publicado en la
revista Journal of Democracy, January 2017, vol 28.
Estas lecturas y el intento de darles una significación/explicación, me
trajeron a la memoria la teoría de la Historia de Oswald Spengler,
magníficamente descrita en su libro La Decadencia de Occidente (1918), que
en realidad en alemán tiene un título más poético pues Der Untergang des
Abendlandesdebería traducirse mejor, siguiendo el espíritu poético del
autor, como “El Hundimiento de las Tierras del Ocaso”, es decir, de los
territorios allí donde el sol se pone (sí, Occidente, donde vivimos); la fuerte
simbología del título refuerza el mensaje del autor sobre el destino de
nuestra Civilización. Y también me ha ayudado en esta reflexión, cómo no,
la magna obra de Arnold J. Toynbee Estudio de la Historia.
Ambas lecturas y la relación con la obra de Spengler y Toynbee fueron la
base de mis aportaciones en un podcast que grabamos hace unos meses
para el Colectivo Burbuja, en el cual me honro en participar de vez en
cuando.
Pero antes de pasar a hablar de Spengler o de Toynbee, merece la pena
que indique qué fue lo que me llamó la atención de los artículos anteriores,
que, pese a abordar una temática que no es nueva, sí que han logrado
aparecer en los medios de comunicación mainstream, cosa no tan nueva
en los últimos tiempos.
El artículo sobre el “American Collapse” tiene de subtítulo “The Strange
New Pathologies of the World’s First Rich Failed State” (Las extrañas
nuevas patologías del primer Estado fallido rico del mundo). Bajo este título
tan rotundo el autor se detiene a analizar los inmensos problemas sociales
que se viven en Estados Unidos; en particular menciona, por ejemplo, los
12 tiroteos en escuelas e institutos en 23 días (el artículo es del 25-1-18),
que son estadísticas más propias de estados en guerra o que padecen una
insurrección armada grave (lo compara con Irak o Afganistán), que de un
país estable y rico de Occidente. Esta patología de los tiroteos y masacres
en las escuelas la considera el autor como “unique to America” (único de
América), entre países desarrollados y no desarrollados; desde luego la
frecuencia con las que los norteamericanos matan aleatoriamente a sus
vecinos parece un fenómeno único en el mundo. Otro de los problemas
resaltados en ese artículo es la “epidemia de opiáceos” con unos 60.000
muertos relacionados con el abuso de estos compuestos en 2016, más
muertos que en toda la guerra de Vietnam que duró unos 10 años y supuso
un shock profundo dicha misma sociedad; o bien, el problema de cientos
de miles de ancianos cuya jubilación no les permite subsistir y recorren el
país de un trabajo temporal precario a otro, junto al precariado joven, todo
ello es también “unique to America” respecto al resto de los países
desarrollados del mundo (de momento).
Pero lo que al autor de este artículo, Umair Haque, más le sorprende, no
es que sucedan estos problemas sociales, sino la postura que la sociedad
en su conjunto toma ante ellos: no hay la mínima reacción a los mismos, y
al contrario de la guerra del Vietnam o el caso de los Derechos Civiles en
los estados del Sur, no hay ningún tipo de movilización de la sociedad civil
ante estos problemas, que se entienden, por tanto, como no problemáticos,
parte de la normalidad, aunque sea dolorosa. Para este autor este es el
síntoma más claro del verdadero colapso social, del fracaso estrepitoso de
esa sociedad que recuerda a la dinámica del colapso soviético y de otras
sociedades en profunda decadencia. La completa destrucción de la
empatía y de los vínculos sociales de una sociedad son los síntomas más
claros de su decadencia social acelerada, es decir, de su lento camino
hacia el colapso.
En el otro artículo que menciono, el de la revista Journal of Democracy de
título “The Signs of Deconsolidation” se analizan una serie de encuestas,
realizadas por la entidad European and World Values Survey en una serie
de países occidentales entre los años 2010 y 2014, es decir, bastante
antes del Brexit y de la elección de Trump como presidente de los EE. UU.,
donde se recogían las opiniones de diferentes colectivos ante la
democracia. Por ejemplo, estos son resultados de dichas encuestas en
varios países:
En las gráficas anteriores vemos las respuestas de los encuestados de los
diferentes países ante la pregunta “¿Es esencial vivir en democracia para
usted?”, mostrando el tanto por ciento de personas que responden “SÍ” a
dicha pregunta, divididos según la década en la que nacieron.

Lo que verdaderamente asusta de las gráficas anteriores es que en esos


países, a medida que las personas son más jóvenes, el porcentaje que
responde que “vivir en democracia es esencial” baja, y esto sucede
en todoslos países encuestados, muchos de ellos con una tradición
democrática de siglos, como es el caso de Reino Unido, EE. UU., Australia,
Nueva Zelanda, Países Bajos o Suecia, todos ellos países con rentas per
cápita de las más altas del mundo. Un ejemplo espectacular es el caso del
R.U., donde entre los encuestados nacidos en la década de 1980, menos
del 30% consideran que es “esencial” vivir en democracia. Y luego hay
quien se sorprende del Brexit…
Alguien podría pensar que todos los encuestados deben ser personas de
ultraderecha, pero nadie se cree que más del 80% de los jóvenes ingleses
sean de esta ideología. Y si lo son, ¿no es síntoma eso de que algo muy
grave está sucediendo en una sociedad? Pero en este caso, según se
apunta, en realidad este efecto no se circunscribe a ninguna ideología
política específica.

Dentro de estas mismas encuestas se hizo la pregunta de la opinión de los


encuestados sobre la posibilidad de que un “líder fuerte” rija los destinos
del país “sin parlamento ni elecciones”. En la siguientes gráficas puede
verse cómo ha cambiado a la opinión al respecto desde 1995 a 2011 en
los EE. UU.
Puede verse que en los rangos de edad más jóvenes (décadas de
nacimiento más cercanas al día de hoy) crece la opinión positiva hacia los
“líderes fuertes” cuanto más jóvenes son los encuestados. Sin ambargo,
se aprecia un gran cambio entre 1995 y 2011. Y, si nos vamos a los
nacidos en la década de 1980, la opinión favorable a los “líderes fuertes”
es del orden del 45%, mucho mayor que las cohortes de mayor edad y
acercándose a ser la opinión mayoritaria, lo cual, siendo el país más
poderoso, con el ejército más potente de la Tierra y con un arsenal nuclear
impresionante, no es precisamente tranquilizador para la preservación de
la paz mundial.

Tengo que concretar que estas encuestas son de 2014, es decir,


anteriores a que Trump fuese elegido presidente e incluso antes de que
participase en las primarias del partido Republicano, y también anteriores
al Brexit, por lo que no pueden catalogarse como efectos de la oleada
reciente de populismo autoritario como alguien podría concluir; estas
tendencias son anteriores, crecientes y soterradas y hablan de
algo fundamental en el funcionamiento de la sociedad. No señalan
una moda o fenómeno pasajero (como sostienen los medios de
comunicación de masas actualmente). Es decir, la causación es inversa,
es a consecuencia de estas tendencias, que llevan décadas fraguándose,
que podemos explicar a Trump, al Brexit o el auge de los populismos de
derechas por todo el mundo, y no a la inversa.
Spengler y la Decadencia de Occidente
Y ahora es cuando podemos empezar a hablar del viejo Spengler, que
sonreiría irónicamente si pudiese leer esas encuestas.

Spengler tenía una teoría “orgánica” de la Historia, y pensaba que todas


las civilizaciones pasaban inevitablemente por las mismas fases que los
organismos vivos, esto es: nacían, crecían, llegaban a su plenitud,
entraban en decadencia y acababan desapareciendo. Desde luego, esa
podemos decir que ha sido la trayectoria de todas las civilizaciones del
pasado; y, para Spengler, la Civilización Occidental, que llamaba
“Fáustica”, no será una excepción, a pesar de que esto contradecía y
contradice el pensar mayoritario de los miembros de nuestra civilización
(como ha ocurrido, por cierto, en el resto de todas las civilizaciones las
cuales sentían todas eternas y ser la cima la Humanidad). Es mayoritario
el pensamiento de que de alguna manera nuestra civilización, liderada por
la Razón, la Ciencia y la Tecnología desarrolladas a partir del
Renacimiento, es nada más y nada menos que la evolución natural del Ser
Humano como especie, y no un caso particular más de
civilización, una forma de entender el mundo entre otras muchas posibles.
No, el destino de nuestra civilización, según el consenso existente, era —
y es— sacar al Ser Humano, hasta en el último rincón del Mundo, de las
tinieblas de la miseria, el miedo, la ignorancia y la superstición y
encaminarnos hacia nuestro destino más allá de las estrellas… ¿Verdad
que sí? Pero para Spengler no (bueno y en la actualidad para una minoría
de personas, entre las que me incluyo, tampoco), y osa afirmar que nuestra
civilización también perecerá, como el resto de las civilizaciones que la
precedieron, junto con sus propios e inmensos sueños de grandeza.
Oswald Spengler. Fuente: Wikimedia Commons.

Hay que decir que Spengler entendía que la Ciencia y la Tecnología


modernas son específicas de nuestra civilización, son formas de
observar y explicar el Mundo propias de nuestra civilización, no son
verdades absolutas trascendentes más allá del Tiempo y del Espacio, y
que a cada civilización corresponde una Matemática, una Física, un
universo de conceptos, una Música y unas Artes Plásticas, todos
específicos para los problemas y “visiones” que se plantean a los sujetos
en el seno de la propia civilización; es decir, cada cultura, y por tanto
cada civilización, desarrolla una “Cosmovisión”, que no es más que una
“Representación” del mundo, no el Mundo (desde Kant es hasta absurdo
preguntar qué sea eso del “Mundo en Sí”). Los científicos modernos,
impregnados, aún, de platonismo, consideran que pueda existir una
matemática aún sin mentes humanas que la sostenga, así pues
las verdades matemáticas vagarían flotando en una especie de “Universo
de las Ideas” por siempre jamás. Por contra, para Spengler (y otros), la
matemática es un “discurso” sobre las formas en que la mente humana
ordena determinados conceptos lógicos, los cuales no existen, como
tales, en el mundo natural; es una creación de la mente humana
(¿alguien vio alguna vez una línea recta mono-dimensional en el
mundo?). Además, su forma última, los aspectos en los que se centra-
enfoca, son reflejo de una determinada percepción de la realidad que
hace una determinada Cultura, lo que usando el término de la teoría
vitalista de la Ciencia de Goethe llamaríamos “ur-phänomen”, o sea las
“visiones primordiales” de una cultura que lo llenan todo en el mundo
interior de las personas que la habitan.
Otro aspecto fundamental de la teoría de la Historia de Spengler era su
oposición entre Cultura y Civilización. Para Spengler los entes relevantes
en la Historia, los agentes reales del devenir histórico, son las Culturas,
que son la manifestación de un modo de entender El Mundo, son “almas
colectivas”, y son las sucesivas Cosmovisiones (vívidas) que los seres
humanos construyen para aprehender la realidad y dar sentido a todo lo
que sucede a su alrededor y a sus propias vidas. La fase final, decadente,
de las Culturas es lo que Spengler llama “fase de Civilización” donde se
ha agotado la capacidad única creadora de la Cultura en todas sus
vertientes (filosófica, metafísico-religiosa, científica, artística) y predomina
un modo de vivir pragmático en sociedades urbanas gobernadas ya sólo
por la Técnica y el Dinero, con la destrucción de toda tradición en aras de
una concepción abstracta de la realidad, sin alma, lo cual se hace al precio
de constantes conflictos, guerras y crisis. Las masas desarraigadas, sin
alma, se hacinan —paradógicamente solitarias— en megalópolis, se
hacen descreídas y materialistas sin más apetito que el pan y el circo,
ideados para el adormecimiento.

Era absurdo querer ser filósofo o artista en la Roma Imperial (fase de


Civilización de la Cultura helénica), que era el sitio de los ingenieros, los
políticos y los generales, es decir, los hombres de acción, con un sentido
pragmático de la realidad. Ya no se pretende pensar la realidad, sino
cambiarla desde la fuerza, usando las armas, el dinero, la retórica y la
tecnología a su alcance. Todas las escuelas filosóficas de la época romana
son reflujos de las escuelas clásicas griegas: estoicos, epicúreos,
aristotélicos, neoplatónicos, etc… No hay sitio para una nueva metafísica
cuando lo importante es el dinero y el poder.
Para Spengler, la democracia se ve fundamentalmente afectada por el
paso de la Cultura a la Civilización. Spengler afirma que la democracia, en
el ámbito de la civilización (urbana), es simplemente el arma política del
dinero, y los medios de comunicación son las herramientas a través de los
cuales el dinero opera un sistema político democrático. La penetración
completa del poder del dinero en toda la sociedad y sus valores, es otro
marcador del cambio efectivo de la Cultura a la Civilización.

La democracia y la plutocracia, al final, son equivalentes en el argumento


de Spengler, que dice: “La comedia trágica de los que mejoran el mundo
y los maestros de la libertad” es que simplemente están ayudando a que
el dinero sea más efectivo. Los principios de igualdad, derechos naturales,
sufragio universal y libertad de prensa son todos disfraces para la guerra
de clases (la burguesía contra la aristocracia). La libertad, para Spengler,
es un concepto negativo, que simplemente implica el repudio de cualquier
tradición. En realidad, la libertad de prensa requiere dinero e implica
propiedad, por lo que sirve al final al dinero. El sufragio implica elecciones,
en las cuales las donaciones (ahora hablaríamos de lobby) marcan la
pauta. Las ideologías propugnadas por los candidatos, ya sean el
socialismo o el liberalismo, se ponen en marcha, y finalmente sirven, sólo
al dinero. La prensa libre no difunde opinión libre: genera opinión guiada,
según los fines del dinero, sostiene Spengler.
El análisis de Spengler de los sistemas democráticos argumenta que
incluso el uso de los propios derechos constitucionales requiere dinero, y
que la votación solo puede funcionar realmente como se diseñó en
ausencia de un liderazgo organizado que diseña y construye el proceso
electoral, cosa que siempre ocurre en las civilizaciones muy urbanizadas.
Tan pronto como el proceso electoral es organizado por los líderes
políticos, en la medida que el dinero lo permita, el voto dejará de ser
verdaderamente significativo. No es más que una opinión registrada de las
masas relativo a organizaciones de gobierno sobre las cuales no poseen
influencia alguna.

Respecto a la resistencia de la “sangre”, de la “tierra”, al auge del dinero y


el fracaso final de esa resistencia, Spengler piensa que se han
escenificado siempre en las sucesivas derrotas de las guerras
campesinas, como las de Alemania en 1525. Escribe:

En la historia económica de cada cultura corre un conflicto desesperado


librado por la tradición arraigada en el suelo de una raza, por su alma,
contra el Espíritu del Dinero. Las guerras campesinas del comienzo de un
período tardío (en el Mundo Clásico, 700-500 a.d.c., en Europa Occidental,
1450-1650, en Egipto, al fin del imperio antiguo) son la primera reacción
de la Sangre contra el Dinero, que extiende su mano desde las ciudades
sobre el suelo fértil. […] El Dinero apunta a movilizar todas las cosas. La
economía mundial es la economía actualizada de los valores que se han
separado completamente de la tierra, y hechos fluidos. El pensamiento
monetario clásico, de la época de Aníbal, transformó ciudades enteras en
monedas, y poblaciones enteras en esclavos, convirtiéndose así en dinero
que podía traerse de todas partes a Roma y ser usado desde Roma como
un poder.

Cubierta del vol. II de la edición de 1922. Fuente: Wikimedia Commons.

El pensamiento monetario Fáustico (Occidental) “abre” continentes


enteros, el poder hídrico de gigantescas cuencas fluviales, el poder
muscular de los pueblos de amplias regiones, las minas de carbón, los
bosques vírgenes, las Leyes de la Naturaleza (Ciencia), y los transforma
a todos en energía financiera, que se presenta de una forma u otra —en
forma de prensa, elecciones, presupuestos o ejércitos— para la
realización de los planes de los poderosos. Los valores siempre nuevos
se extraen de cualquier stock mundial que aún exista intacto, desde el
punto de vista comercial, sin reclamar “los espíritus adormecidos del oro”,
como dice John Gabriel Borkman; y lo que sean las cosas mismas,
aparte de esto, no tienen importancia en absoluto.

Según Spengler, con el tiempo, el poder del dinero va engulléndolo todo.


A medida que el poder económico va concentrándose en cada vez menos
manos la democracia va convirtiéndose, cada vez más, en una pantomima
donde se escoge, cada cierto número de años, al títere del día de la
plutocracia. Aunque haya verdaderos intentos sinceros de reforma, éstos
son estrangulados una y otra vez por la inusitada concentración de poder
de que disponen las plutocracias (poder financiero, control de medios de
comunicación, control de los mercados, control judicial, poder
militar/policial/de inteligencia, etc…). Al final, las políticas que
efectivamente se realizan, más allá de gestos vacuos de “diferenciación
política”, de “mayores sensibilidades” de “matices” de “gestos”, entre los
diferentes partidos —afirma— son aquellas políticas que benefician casi
exclusivamente a la plutocracia.

Los ciudadanos, a medida que ven que todo este proceso sólo acelera su
empobrecimiento y la concentración de riqueza y poder (que son lo mismo)
en manos de cada vez menos, se van apartando de la dinámica
democrática, van llegando a la conclusión de que todo el proceso está
“trucado”. Es en esta tesitura histórica de las civilizaciones donde surge lo
que Spengler llama el “Cesarismo”.

El Cesarismo como tendencia de la


Decadencia

Denario con la efigie de Iulius Caesar.


El “Cesarismo” es la tendencia de los ciudadanos, en las fases tardías de
las civilizaciones, a poner sus preferencias en figuras fuertes,
autoritarias, que luchen contra los plutócratas en beneficio del pueblo,
aunque el objetivo de los “césares” —por supuesto— es el poder. Así,
establecen una alianza con los desfavorecidos para vencer a los
aristócratas; estos individuos quieren el poder, no el dinero, y por tanto
no se venden. Spengler escogió este nombre en honor de Julio César
que se comportó como un populista en su momento, amenazando el
poder del senado romano (la plutocracia romana) y proclamando su
intención de realizar reformas en la sociedad romana que beneficiasen al
pueblo en detrimento de los poderosos. Ya sabemos cómo acabó César,
pero el sistema quedó tocado desde entonces y Roma pasó, así, a una
nueva fase imperial.
El equivalente, anterior a Julio Cesar, eran los “Tyrannos” de la Grecia
Jónica, donde el significado de la palabra tirano no tenía nada del matiz
peyorativo que tiene en la actualidad, y de hecho —según parece— la
mayoría ejercieron el poder con el apoyo de la mayor parte del pueblo, al
menos al principio, en contra de las oligarquías existentes, en las
sucesivas crisis de deudas que ocurrían recurrentemente en las nuevas
economías monetarias de la zona y que originaban una concentración de
la riqueza insostenibles.
Siguiendo a Spengler, podemos decir que ahora, como antaño, es la
esclavitud por deudas el heraldo que anuncia la llegada del “César”.

Spengler escribió la Decadencia de Occidente en 1918, bastante antes del


nazismo, pero ya olfateaba lo que podía ocurrir con posterioridad en la
Gran Crisis de Deuda de finales de los años 20 y los 30’s del pasado siglo,
con el advenimiento del fascismo y el nazismo, en Europa y las políticas
de Roosevelt (otro hombre fuerte, que llamarían populista ahora) y que
fueron consideradas en los EEUU como “fuera de todo consenso”,
“comunistas” y “autoritarias” por sus detractores liberales (y que,
ciertamente, en el aspecto económico se parecían a las que se estaban
realizando por los regímenes fascistas europeos con sus grandes
programas de empleo público keynesiano).
Quizás nos encontremos ahora en una tesitura similar, en otra Gran Crisis
de Deuda, donde los ciudadanos ven sus condiciones de vidas mermadas
y sujetos a una suerte de servidumbre por deudas que les llena de ansiedad
y miedos al futuro, con la progresiva pérdida de las redes de seguridad
tradicionales de la familia extensa y de las comunidades tradicionales,
barridas por el aluvión de la Modernidad y sus secuelas de soledad
generalizada —soledad en cuanto a lo que importa, el apoyo mutuo, no el
“ruido” incesante y vacuo de las redes sociales—, con unos políticos que
presienten meros agentes del poder (económico) real, con responsabilidad
clara en el estado (lamentable) de las cosas. El
llamado Populismodemocrático puede ser la última barrera antes del
auténtico “Cesarismo” autoritario que inicie el “Jubileo” de deudas, o la
“limpieza de pizarras” o quizás algo peor…
Eso, creo, es lo que nos están diciendo las encuestas…

Otro famoso autor que se ha ocupado, como Spengler, del destino de las
civilizaciones es el inglés Arnold J. Toynbee en su magnífica y voluminosa
obra Estudio de la Historia, donde realiza un análisis exhaustivo de las
sucesivas civilizaciones.
Al igual que en la teoría de la historia de Spengler o de Giambattista Vico,
según Toynbee las civilizaciones pasan por una serie de fases “orgánicas”
de nacimiento, crecimiento, esplendor, decadencia y caída. No obstante,
Toynbee no es tan fatalista como Spengler o Vico en cuanto al final de las
civilizaciones, y todo apunta a que la única civilización que para Toynbee
se puede salvar de las fases de decadencia y muerte (caída) es la
occidental, lo cual no acaba de parecerme un análisis muy objetivo.
La Decadencia de las Civilizaciones según
Arnold J. Toynbee
Para Toynbee las civilizaciones nacen o se suceden por un mecanismo de
“incitación-respuesta”, en el que una “Minoría Creativa” consigue dar una
respuesta adecuada a un conjunto de “incitaciones” (crisis) que amenazan
el cuerpo social, transformando para siempre a la propia sociedad.

Así, por ejemplo, ante los problemas demográficos y sociales de Atenas,


la “Minoría Creativa” mercantil de la ciudad lideró la construcción de
emporios comerciales (colonias) por todo el Mediterráneo, consiguiendo
crear un estado esclavista-democrático (democracia sólo para los hombres
libres adultos que puedan portar armas: la llamada democracia hoplítica);
mientras que en Esparta la Minoría Creativa tomó un camino militarista y
decidió que la expansión sería hacia el otro lado de la montaña y consistiría
en sojuzgar a los habitantes de la ciudad de Mesenia. Así, las
subsiguientes dos guerras Meseno-Espartanas acabarán configurando los
rasgos militaristas y de rigidez vital de la sociedad espartana (sistema
Licurgeo).
Portada de una edición resumida de la obra de Toynbee.

La decadencia de las civilizaciones, para Toynbee, sucede cuando la


“Minoría Creativa” pasa a convertirse en una “Minoría Dominante” y deja
de liderar a la sociedad según su capacidad de dar soluciones creativas
a las incitaciones (crisis) que se suceden, y en cambio basan su
legitimidad meramente en la tradición, en su capacidad de control de las
instituciones y sobretodo en la fuerza, en un progresivo apartamiento del
resto de la sociedad donde acaba creándose un “Proletariado Interno”,
sin acceso a las decisiones políticas y con una situación socio-económica
cada vez más precaria, mientras que los pueblos y naciones exteriores a
la civilización se convierten en un “Proletariado Externo” que cada vez va
tomando una actitud más hostil hacia la civilización, toda vez que ésta
usa el militarismo crecientemente como un medio de búsqueda de
recursos y de cohesión interna (el peligro exterior).
En su evolución, las civilizaciones pasan por una fase que Toynbee llama
“de los Estados Parroquiales” donde se produce una lucha fratricida entre
los diferentes estados que forman esa civilización; como era el caso de las
Guerras del Peloponeso en la Grecia Clásica, o el período llamado “de los
Reinos Combatientes” (siglos V al III a.d.c.) en la China clásica, o las 1ª y
2ª Guerra Mundial en la Civilización Occidental. El fin de este período de
luchas entre estados termina con la formación de un llamado “Estado
Universal” (Imperial) que inauguran un período de paz y estabilidad, pero
que ya anuncia, inequívocamente para Toynbee, el período de franca
decadencia de esa civilización, siendo su última fase aquella en que se
forma una “Iglesia Universal”.

Podemos considerar al Imperio Romano como el “Estado Universal” de la


Civilización Helénica, que estableció la Pax Romana y puso fin a las
continuas guerras fratricidas de las polis griegas entre sí. Y podríamos
considerar que los EE. UU. han establecido un “Estado Universal”, con la
llamada Pax Americana, tras las dos guerras mundiales y el fin de la Guerra
Fría. Los equivalentes a las “Iglesias Universales” serían, en el período
romano tardío el Cristianismo como religión oficial del imperio, y en la
actualidad el credo en las democracias neo-liberares en el seno de la
globalización, entendidas por Francis Fukuyama como “El Fin de la
Historia”.
Tengo que mencionar que Toynbee, que murió en 1975, nunca pensó que
la civilización occidental había alcanzado la fase del “Estado Universal”:
no parecía creer que ese podía ser el papel actual de los EE. UU., aunque
aún no había caído el Muro de Berlín…

Siguiendo este razonamiento, todo apunta a que hemos alcanzado, en la


civilización occidental, esa fase que tanto temía Toynbee de “cristalización”
de una Minoría Dominante que intenta controlar el devenir de la civilización
a través de un “Estado Universal” (República Imperial de EE. UU.) y por
medio de una “Iglesia Universal” (Neoliberalismo y Globalización) ante la
cual No Hay Alternativa posible (There Is No Alternative = TINA), ante los
elogios del coro de sus aduladores, como Francis Fukuyama.
Pero la Historia nunca se detiene, aunque a veces no nos guste hacia
adónde va. Tampoco se repite nunca, pero sí rima.
Las fases Neo-Estoica y Metafísica
Siguiendo con Spengler, la siguiente fase después del Cesarismo (o
populismo autoritario), correspondería a los Neo-Estoicismos, que él
identifica modernamente con el Socialismo (o el Budismo en la antigua
civilización Hindú), como siguiente etapa en el proceso “adaptativo” de
decadencia de la civilización, cuando continúe el deterioro sostenido de
las condiciones socio-económicas y ambientales, pero que no supone un
cambio profundo de la civilización (de su cultura) pues respeta el marco
simbólico-mítico de la misma, es decir, sus “visiones primordiales” que van
más allá, en nuestra civilización, del propio capitalismo, como muchos no
parecen percibir (ver el ejemplo de los regímenes marxistas del pasado
para entenderlo). Este socialismo renovado preveo que, a semejanza con
el estoicismo clásico, incidirá más en los aspectos éticos que en los
puramente económicos, copiará del estoicismo el profundo sentido ético
de la vida, su renuncia y oposición a los valores y comodidades materiales
(ahora lo llamaríamos consumismo), el cultivo de una vida frugal y virtuosa,
el aprecio de la valentía personal, de la racionalidad, la aceptación del
determinismo de causas-efectos en el mundo natural (progresivamente
descrito como “destino”), la lucha contra las pasiones irracionales, un
alejamiento de la espiritualidad per se pudiendo considerarse las religiones
como válidas siempre teniendo en cuenta sólo y exclusivamente las
implicaciones éticas de las mismas (la religión como puro sistema ético-
racional, negando cualquier cualidad trascendente), la solidaridad y un
fuerte cosmopolitismo, ya que sus partidarios se consideran ciudadanos del
mundo contrarios a los localismos y nacionalismos que creen
profundamente irracionales, insolidarios y destructivos.
Tampoco funcionará: históricamente supone una ralentización de la
decadencia y ciertos repuntes de recuperación de la sociedad, pero los
problemas inherentes persisten, como persiste la destrucción del medio
natural y social donde habita la civilización. El deterioro, pues, seguirá su
marcha imparable.
La última fase de las civilizaciones supone la llegada de una inevitable
“Edad Metafísica” (o de la Segunda Religiosidad) fase avanzada cuando
ya la decadencia de la civilización sea mucho más severa (como ocurrió al
final del Imperio Romano donde el estoicismo fue abandonado en favor de
sistemas metafísico-espirituales relacionados con la “Transfiguración” en
el sentido que le da Toynbee), que precede a la disolución propiamente
dicha de la civilización y el nacimiento de otras formas culturales, y por
tanto sociales, radicalmente distintas (como ocurrió tras el fin del Imperio
Romano), en medio de una fuerte dislocación social.

Epílogo
Que nadie se engañe, no soy un profeta del Apocalipsis ni nada por el estilo;
este proceso que he descrito no es rápido e inmediato, sino probablemente
de siglo(s). Así ha sido históricamente, aunque nuestra civilización
“Fáustica”, cuya visión primordial es la ausencia de límites, probablemente
acelere todo el proceso.
En general entre las personas educadas con amplia formación,
pertenecientes a una civilización madura, habitantes de un mundo urbano
donde (casi) todo lo que se observa es obra humana y por tanto donde
todo está perfectamente controlado, y en especial en nuestra civilización
cuyas herramientas principales son la Ciencia y la Técnica, que nos han
permitido el control de toda la Tierra; siempre se piensa que se puede
hacer algo, que se puede evitar, por ejemplo, el auge del Cesarismo, que
se pueden frenar las tendencias destructivas de la decadencia de la
civilización o incluso —nada más y nada menos— sustituirla, casi de la
noche a la mañana, por otra Cultura, por otra Visión del Mundo, por otro
Paradigma completamente distinto —o eso creemos—, que nos permita
superar las crisis anidadas que tenemos encima.
Para nosotros, los civilizados, los bien educados en la causalidad y en la
razón, los de buen corazón, se nos ocurre que debe ser posible persuadir
a los otrosde las obvias dinámicas destructivas de nuestra sociedad,
desgranar los problemas, analizar sus causas y ofrecer soluciones “claras
y distintas” (parafraseando a Descartes). ¿Acaso no somos, al fin y al
cabo, la civilización más sabia que ha existido jamás, porque su saber se
fundamenta en la Ciencia y sus verdades, y no en la mera superstición?
¿No hemos dejado nosotros atrás todos los mitos y vivimos instalados en
la Razón y en las verdades que nos aportan las certezas científicas?
¿Acaso —con la inestimable ayuda de la Ciencia— no podemos diseñar un
mundo distinto, donde, de forma cuasi-indolora, superemos los desafíos
destructivos de nuestra civilización y su devastadora deriva? ¿Acaso no
hemos acariciado ese sueño ya con la punta de los dedos y sólo
falta tunear algunos pequeños fallos del sistema?
Pero, y ¿si la propia idea del Control de la realidad —incluido el ser
humano—, cuyo fundamento ético deriva del proceso de la
desacralización a fondo de la Naturaleza, y que está en la base de la
misma Ciencia, es la raíz de la devastación que vemos alrededor?, y ¿si
esa, y no otra, es la enfermedad mortal de nuestra cultura?
Nosotros los civilizados, como observadores externos, averiguamos las
causas y elaboramos las estrategias bajo el Principio de Separación entre
nosotros y el Mundo, y escogemos aquello que más nos conviene a largo
plazo; como salvar un bosque, por los beneficios ecológicos y la belleza que
eso nos aporta, o proteger a las abejas, por sus insuperables beneficios
para la agricultura ecológica, o eliminar los plásticos porque dañan los
caladeros de peces y ensucian las playas, o reducir el uso de los
combustibles fósiles pues el calentamiento global debido al CO 2 creará
muchos problemas que afectarán a la agricultura y a las ciudades al borde
del mar, o pasar a usar coches eléctricos que contaminan menos pero nos
dan esa libertad de movimientos que tanto necesitamos, etc…
Creemos que con las estrategias racionales de análisis de coste-beneficio,
heredadas, epistemológicamente del Mercado (racionalidad deriva
de ratio: una relación entre cantidades), podemos superar las crisis
anidadas que nos acechan, entre otras las socio-política que he descrito.
Sin embargo, éstas sólo reforzarán su intensidad, pues las mismas
herramientas que originan un problema no sirven para su solución; nunca
han servido, ni en la nuestra, ni en el resto de las civilizaciones que han
existido.
No, no funcionarán, nunca han funcionado, esa misma palabra (funcionar)
está en la misma base de nuestros problemas, pues define una mecánica y
un fin (para nosotros). Pero así hablamos nosotros, es eso lo que somos.
Nuestra civilización, una criatura orgánica del mundo, tiene que seguir su
curso, andar su camino. Nunca fue ni la finalidad última ni será tampoco el
final del largo camino humano, ni siquiera una etapa en un
presunto progreso(idea propia de nuestra civilización Fáustica) en
la mejora de las sociedades humanas, sino una de las muchas formas
posibles de ser y pensar el mundo, de vivir como humanos, con sus
muchas luces y sus muchas sombras. Una forma que deberá morir para
que otras nazcan, para que la Naturaleza —siempre creadora— pueda
verse en unos nuevos ojos que la mirarán de una forma completamente
distinta a como lo hacemos nosotros, con el asombro de un bello mundo
nuevo que renace.

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