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Sociedad. Entre los sinónimos de esta palabra figuran casa, familia, compañía y
hasta colectividad. La Real Academia Española la define como “conjunto de
personas, pueblos o naciones que conviven bajo normas comunes”. Si quisiéramos
ampliar este enunciado, podríamos decir que es el “conjunto de personas que se
relacionan entre ellas, con base a determinadas reglas de organización jurídicas y
cotidianas, y que a la vez comparten una misma cultura en un espacio establecido”.
Pero usemos la definición que usemos, sociedad es y será precisamente eso:
personas que conviven en un mismo espacio, regidos por las mismas normas. Y,
para sorpresa de muchos, la sociedad guatemalteca no es la excepción.
Guatemala es un país cuya sociedad ha ido cambiando, eso sí. El guatemalteco
conservador, silencioso, nervioso y extremista como el de los últimos años del siglo
anterior no se parece en nada al de este siglo. Conservadores en pensamientos y
normas quizás, pero liberales en formas de actuar. Políticos por deporte, no por
profesión y economistas en las calles mas no en los altos mandos. Idealistas
empedernidos, poetas medio mudos. Excelentes trabajadores individuales que
desconocen, o prefieren ignorar, el trabajo en equipo causa de las malas
experiencias previas. Doctores de risas y chistes. Optimistas por naturaleza.
Expresivos hasta los dientes, entusiastas a más no poder. Luchadores de medio
tiempo. Necios expertos. Ignorantes cuando conviene, listos cuando por fin no lo
ocultan. Pensativos, con una memoria demasiado buena como para permitirse
sanar por completo. Deseosos de un futuro pero con el miedo de soltar el pasado;
un pasado con historias que se cuentan, una y otra vez.
Esta es la sociedad guatemalteca. Hoy por hoy, esto es lo que somos, porque así
lo hemos querido y permitido.
La pregunta es entonces, ¿qué cambiaríamos? Claro, si es que realmente
quisiéramos cambiar más de algo…