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EL DESCENSO A LOS INFIERNOS EN EL PRÓXIMO ORIENTE ANTIGUO Y EGIPTO

Los oríígenes de las religiones o escuelas de misterio hay que buscarlos en el


mundo antiguo oriental, de Egipto a Sumer o Babilonia, si bien terminaron
contaminando la sincreí tica cultura grecorromana. Estas religiones de misterio, o
simplemente misterios, teníían un rasgo caracteríístico, el secreto. El conocimiento
de las praí cticas rituales asíí como de los procesos de iniciacioí n estaba vedado a
todo aquel ajeno al culto, y su divulgacioí n era incluso castigada con la muerte del
indiscreto iniciado. Esta es la razoí n principal por la que auí n hoy nada pueda ser
afirmado con rotundidad absoluta cuando nos referimos a ellas. La fecunda
extensioí n de las escuelas misteí ricas por la Grecia y la Roma heleníísticas fue
declinando progresivamente con la aparicioí n del cristianismo, hasta su total
desaparicioí n con el triunfo de este uí ltimo en la pugna por el monopolio religioso.
Algunos de los misterios maí s famosos fueron los de Eleusis, los dionisiacos, los
oí rficos o los isiacos, y se adoraban dioses de procedencia diversa, como la egipcia
Isis, la Mitra persa o la frigia Cibeles. En algunos casos, las raííces de estos cultos se
hunden en la oscuridad de la noche de los tiempos.
En general, estos cultos se relacionaban con los ciclos naturales, sobre todo con el
principio de muerte y resurreccioí n tan presente en la Naturaleza. Este principio
encontraba su reflejo en los rituales que implicaban un descenso a los infiernos, y
el posterior retorno: la anábasis y la catábasis respectivamente, un viaje metafíísico
de ida y vuelta que, de forma vicaria, hacíía participar al iniciado de la divinidad del
dios adorado a traveí s de la identificacioí n y el conocimiento sagrado. El concepto de
un lugar en el que habitaban los espííritus de los muertos es comuí n a todas estas
mitologíías; y aunque su nombre variaba de una a otra, este solíía ubicarse en el
inframundo subterraí neo, el infierno (del latíín infernum o inferus: inferior,
subterraí neo). Hades, Erebo, Taí rtaro, Duat, la Sheol judaica, todas ellas eran
diferentes denominaciones de un mismo concepto, el de la morada de los muertos.
Pero si estos lugares compartíían una misma esencia, no ocurríía lo mismo con las
reglas que los regíían ni con su geografíía particular. Si bien era habitual que allíí los
espííritus de los difuntos pagaran por los pecados o las injusticias cometidos en
vida, con variable crueldad y duracioí n, otros revestíían un caraí cter maí s neutro,
como en el caso de la sheol hebrea.
OSIRIS E ISIS Y LOS MISTERIOS EGIPCIOS

El corpus mitoloí gico y religioso egipcio es uno de los maí s longevos en la historia de
la humanidad, extendieí ndose desde antes del 3000 anñ os a.C. hasta el s. VI d.C.,
cuando con la imposicioí n del cristianismo se prohibieron estas antiguas praí cticas.
Su complejidad y diversidad dificultan mucho su estudio, desterrando cualquier
intento de resumen sencillo y lineal. Originalmente los dioses egipcios se
conectaban con los inexplicables fenoí menos naturales, que iban asociados con
atributos de diferentes animales, de lo que derivoí su representacioí n
antropomoí rfica como imagen del dios. El sincretismo, provocado por la unificacioí n
de los pueblos, fue una constante de la religioí n egipcia, asíí como el uso de triadas,
el dualismo -la constante accioí n de dos principios o fuerzas opuestas en la creacioí n
del cosmos-, o los cultos al sol. Las principales divinidades del panteoí n egipcio
fueron Ra, identificado con el sol; Isis, diosa de la fertilidad y la maternidad, que
solíía representarse alada, con un trono en la cabeza, o con cuernos de vaca; Osiris,
de origen remoto e incierto, dios de la vegetacioí n y de la resurreccioí n primero, y
del aí mbito funerario despueí s; Osiris es el principio positivo generador de orden, y
se opone a Seth, su hermano y enemigo, encarnacioí n del principio negativo y
destructor, el desierto y la sequíía: el caos. Horus, hijo de Isis y Osiris, solíía
representarse asociado al halcoí n, y se vinculaba a la realeza. Destacables tambieí n
son Serapis o Anubis, que tambieí n fueron adorados. Alrededor de estos dioses se
forjaron diferentes cosmogoníías: la teologíía menfita, donde interveníía Ptah, la
cosmologíía hermopolitana, o la mitologíía heliopolitana, que explicaba el
nacimiento de los cuatro dioses principales en los famosos díías epagoí menos. Uno
de los mitos esenciales de la religioí n egipcia, si no el que maí s, era el que narraba la
muerte y resurreccioí n de Osiris. A traveí s de una artimanñ a, su hermano Seth
consigue asesinarle y descuartizar su cuerpo en 14 trozos que disemina a lo largo
del Nilo. Isis, con ayuda de su hijo Horus y tambieí n de Anubis, consigue reunir
todas las partes de su marido Osiris, salvo el falo, e insuflarle nueva vida, momento
a partir del cual pasaraí a gobernar la Duat, el inframundo egipcio. Los misterios
egipcios, sobre todo los isiacos, se extendieron en eí poca heleníística por todo el
Mediterraí neo, llegando incluso a Hispania, y estando seguramente en el origen del
resto de misterios importantes como los oí rficos, los eleusinos o los samotracios.
LOS MISTERIOS TRACO-FRIGIOS Y DIONISIOS-ZAGREO-BACO

Tracia fue una regioí n del sudeste de Europa que abarcaba el nordeste de Grecia, el
sur de Bulgaria y la parte europea de Turquíía. La regioí n de Frigia, por su parte,
estaba ubicada en el Asia Menor, en la peníínsula de Anatolia, lo que hoy
corresponde a la Turquíía asiaí tica. Su potencial agríícola y su estrateí gica ubicacioí n
como lugar de paso entre Oriente y Occidente, le permitieron alcanzar una gran
importancia al comienzo de la eí poca arcaica griega. Fue en las montanñ as de Frigia
donde florecioí el culto a la Gran Madre, o Madre de la Montanñ a, uí nica diosa frigia
conocida, que probablemente era considerada protectora del estado. Su culto se
extendioí hacia occidente, siendo conocida como Cybele entre griegos y romanos.
En Grecia fue asimilada parcialmente con Gaia y con Deí meter, cambiando tambieí n
su iconografíía (se representaba siempre vestida a diferencia de otras diosas).
Asociada con las montanñ as, la ciudad, las murallas, la naturaleza feí rtil y los
animales salvajes, sobre todo leones, de los que solíía representarse acompanñ ada,
Cybele fue objeto de cultos misteí ricos y extaí ticos en diferentes polis, que incluíían a
su juvenil esposo castrado, el pastor Atis, que era a la vez nombre comuí n y
sacerdotal. Sus sacerdotes eran eunucos y mendicantes. En Roma fue conocida
tambieí n como Magna Mater, y el estado promovioí el desarrollo de su culto
reinventaí ndola como diosa troyana protectora de Roma, extendiendo su adoracioí n
por todo el imperio. En la fase tardíía del imperio (s. II-IV d-C.) algunos sacrificios
de animales, como el taurobolio, en el que se sacrificaba un toro, o el criobolio,
donde el animal utilizado para el ritual era un carnero, se vinculaban tambieí n con
el culto a la Gran Madre. Estos sacrificios rituales terminaron encarnando de forma
simboí lica la resistencia de la nobleza pagana ante el progresiva extensioí n del
cristianismo amparado por el emperador.
Cibeles era considerada una diosa de origen extraheleno y los ritos iniciaí ticos y las
fiestas puí blicas asociados a ella, celebrados al comienzo de la primavera, pueden
vincularse a los llevados a cabo en honor de Dionisios; al fin y al cabo, ambos
fueron dioses extranjeros y exoí ticos que habíían llegado a occidente en carros
tirados por animales salvajes, leones en el caso de Cibeles y panteras en el de
Dionisios, seguidos de un seí quito exaltado, formados por sacerdotes
autoemasculados y de comportamiento afeminado en el caso de Cibeles.
LOS CULTOS ELEUSINOS

La ciudad de Eleusis (actualmente denominada Elefsina) era una pequenñ a


poblacioí n ubicada en la llanura de Friasia, a unos 30 km al noroeste de Atenas, y
una de las zonas maí s feí rtiles de los campos griegos, rica productora de trigo y
cebada. Allíí se erigíía un templo dedicado a las diosas Demeí ter y a su hija Perseí fone,
cuyo culto se remontaba en el tiempo hasta el 1500 a.C. Algunos autores opinan
que era una pervivencia de misterios egipcios relacionados con la diosa Isis, o bien
de caraí cter miceí nico. La mitologíía narraba el secuestro de Kore (otro nombre para
Perseí fone) por parte de Hades, senñ or del inframundo. Desesperada, su madre,
Demeí ter, diosa de la vida, la agricultura y la fertilidad, emprendíía su busca,
hallando la hospitalaria ayuda de Ceí leo, rey de Eleusis. Pero en su denodada
buí squeda, la diosa desatendíía sus deberes para con la humanidad, permitiendo
que la tierra se helara y los hombres pasaran hambre. Finalmente, Demeí ter halloí a
su hija, pero esta habíía caíído en la trampa de Hades que le dio a comer granos de
granada obligaí ndola a retornar al inframundo. Al final, los dioses llegaron a un
acuerdo por el cual Perseí fone permaneceríía junto a Hades durante un tercio del
anñ o, y junto a su madre el resto del tiempo, dando lugar estos periodos a las
diferentes estaciones. Los misterios eleuisinos, pues, celebraban el regreso de
Perseí fone junto a su madre, y con ella la primavera y la resurreccioí n de la
naturaleza. Se celebraban dos veces al anñ o, siendo parte de los mismos puí blicos, y
el resto secretos: los Misterios menores, celebrados en primavera y consistentes en
ayunos, purificaciones y sacrificios, y los Misterios mayores, que teníían lugar en
otonñ o, y cuyo ceí nit consistíía en una ceremonia iniciaí tica nocturna. Durante la
misma, los iniciados accedíían a la caí mara maí s profunda del templo, el Telesterion,
donde bebíían una poí cima, el kykeoí n, preparada supuestamente a base de agua,
menta y cebada. Se especula mucho acerca de si el cornezuelo, hongo de la cebada
de caraí cter psicoactivo, era usado por los sacerdotes en la preparacioí n de la bebida
sagrada, con el objetivo de alterar la conciencia de los iniciados y permitir asíí su
experiencia míística y sagrada. Con el tiempo, el culto eleusino se hizo panheleí nico,
atrayendo millares de peregrinos de todas las regiones, hasta que en el 392 d.C.,
Teodosio prohibioí toda manifestacioí n pagana en el imperio, condenando este
milenario culto a su desaparicioí n.

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