Una democracia es más que una forma de gobierno, es primordialmente un modo de vida asociada, de experiencia conjunta comunicada. John Dewey La educación, por su naturaleza integradora e incluyente, se convierte en un inigualable catalizador social que conduce a la población a cada vez mejores estadios de bienestar; sin ella, se pierde la oportunidad de acceder a las herramientas que permiten al ser humano el disfrute de sus libertades, la defensa de sus derechos y el cumplimiento de sus obligaciones. En pocas palabras, el ideal democrático sólo puede construirse en la escuela, en la formación que reciben los jóvenes que durante su paso por el sistema educativo –y después de él- deberán desempeña labores propias de todo ciudadano.Uno de los filósofos más importantes de la primera mitad del siglo XX, John Dewey, hablaba ya de la democracia como una forma de vida y como una experiencia comunicada. Presenta a la educación como el medio más eficaz para recrear esa experiencia social: “la educación es el medio fundamental del progreso y la reforma social”. No es fortuito que en México, la Carta Magna plasme en su artículo tercero (por antonomasia el artículo de la educación) la definición de democracia:“… el criterio que orientará esa educación (…) será democrático, considerando a l democracia no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundamentado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”. “Una sociedad que el encuentre significado a la democracia siempre estará en constanteevolución, desde su población, sus leyes, sus instituciones, su gobierno, todos avanzarán en una misma dirección y ésta será la del progreso” Tal como lo indicaba Dewey. Sin embargo, no podemos dar por hecho que la democracia tiene el significado que debiera tener para la sociedad. Es necesario, pues, trasladar a la democracia al mundo de las ideas y de la razón. El filósofo decía: “La función intelectual de las dificultades es conducir a los hombres y mujeres a pensar”. Y este mundo, el de la razón, sólo puede ser explorado desde la educación que imparte el estado, éste último como garante de la democracia; y esa educación otorgará al ciudadano los elementos para que se desarrolle la capacidad para ejercer sus derechos políticos y sociales, es decir, le dará acceso a su propio gobierno. La democracia es como la educación, un derecho fundamental, inalienable, innegociable y universal. En este orden de ideas, el estado debe generar, garantizar y difundir el libre acceso a ambas. Es importante considerar que la escuela debe ser vista como un actor en sí mismo. Un espacio donde la democracia cobre vida, que permita y genere actividades que contribuyan al ideal democrático, principalmente en el ámbito de la participación. Por eso, no es de extrañar que sean moneda de uso corriente los acuerdos entre las instituciones educativas y los organismos electorales a fin de apoyarse en el uso de instalaciones escolares en labores puramente democráticas, tanto antes como durante la jornada electoral. Sobre esto, el mismo Dewey señalaba: “nosotros no educamos directamente, sino indirectamente por medio del ambiente”. Así, la escuela debe ser para el niño, joven y adulto, un espacio democrático por naturaleza. Por otro lado, la escuela debe generar o diseñar los medios para vincular al menor con las tareas de gobierno, buscando la familiarización de los infantes con el quehacer público; Dewey decía: “El conocimiento no es algo separado y que se baste a sí mismo, sino que está envuelto en el proceso por el cual la vida se sostiene y se desenvuelve”. En resumidas cuentas, la educación que forma para la democracia debe fortalecer en niños y niñas la conciencia de sus derechos y la relevancia del cumplimiento de sus obligaciones, su papel en la sociedad y el aprecio por la vida democrática. En la comunidad, la escuela debe luchar contra el desinterés social, la apatía política y la escasa participación. Ese es el reto más importante de la educación y la esperanza para la construcción del Estado democrático al que aspiramos.