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LA ESCOLÁSTICA DEL SIGLO XIII

Julián Felipe Peña


septiembre de 2019

Presentado a: Pbro. Néstor Quiceno

Seminario Mayor Nuestra Señora de la Anunciación


II de discipulado
Historia de la filosofía medieval
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Contenido
Introducción ............................................................................................................................ 3
I. Las universidades ................................................................................................................ 4
II. El aristotelismo y sus vicisitudes ....................................................................................... 6
III. Alberto Magno .................................................................................................................. 8
Bibliografía ........................................................................................................................... 12
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Introducción

El siglo XIII representa un periodo grande para la Escolástica, aunque hay que aclarar:

fue una época compleja, debido a que son muchos los elementos religiosos, sociales y

culturales que la configuran y caracterizan. Los más importantes acontecimientos que han

forjado la escolástica del siglo XIII, se pueden resumir en estos: movimiento urbano, que se

materializa en la formación de gremios y corporaciones; la creación de las universidades, que

con su impulso intelectual tuvieron gran influjo en la cultura; la aparición de las Órdenes

Mendicantes (Franciscanos y Dominicos), con su incidencia en el campo religioso, social y

doctrinal; entre otras.

En este siglo también prima el catolicismo; y, por eso, es explicable el porqué del

puesto central y determinante del papado y de la Iglesia como guía, madre y maestra.

Además, se puede señalar también que es la época en que “se vive el proceso cultural,

religioso y social de una cristianización de Aristóteles, tanto su metodología como su

contenido filosófico.

Por eso, en este escrito analizaremos, en primer lugar, el surgimiento de las

universidades; en segundo lugar, algunas vicisitudes del Aristotelismo, que es el fundamento

de la Escolástica del siglo XIII. Y, por último, estudiaremos el pensamiento de Alberto

Magno, el máximo precursor (maestro de Tomás de Aquino) en tratar de cristianizar la

doctrina aristotélica.
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I. Las universidades

Una de las creaciones más característica y original de este siglo, como se hacía alusión

anteriormente, fueron las universidades. Ellas fueron resultado de un gran cambio de

mentalidad exclusivo del siglo XIII; de ahí, que las universidades creen “su propio modelo

cultural, que tiene muy poco que ver no solo con las escuelas anteriores, sino también con

los centros antiguos de enseñanza superior como, por ejemplo, la Academia de Platón, el

Liceo de Aristóteles, el Museo de Alejandría o los centros culturales persas e islámicos”.

En estos centros se reunían maestros y alumnos, en clave, obviamente profesional y

académica, y se organizaban en forma de gremios, corporaciones o sindicatos; y tenían como

objetivo la propia autonomía y la propia autorregulación. Por eso, en un principio, la palabra

universidad no significaba centro de estudios, sino que hacía alusión a una corporación

conformada por maestros y alumnos que defendía sus propios intereses.

La primera universidad conocida oficialmente es la de París. Ésta tenía una

orientación “clerical”; y, por eso, el papado jugó un papel fundamental en su desarrolló y

autonomía, formulando los estatutos, interviniendo en ciertas controversias y prohibiendo

algunos textos sospechosos. Hubo, además, algunas otras universidades importantes:

Universidad de Bolonia y Universidad de Oxford. La primera estuvo caracterizada por la

enseñanza del Derecho, y ganó varios privilegios, por parte del Rey Federico I. La segunda,

por otro lado, se centró en el estudio de las Ciencias naturales y experimentales.

Todas fueron importantes, aunque París, gracias a su universidad, “la tuvo el honor

de ser llamada “ómnium studiorum nobilissima civitas”, “civitas philosophorum” por

excelencia, y se convirtió en el centro de la vida intelectual del medievo en el que enseñaron


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los más destacados maestros internacionales de su tiempo y adonde iban los estudiantes más

interesados en el saber”. En efecto, se ganó grandes halagos de los papas y reyes, y le

concedieron notables privilegios, llegando al punto de que sus estudiantes se veían exentos

del servicio militar, de los impuestos y no podían ser excomulgados.

Las dos consecuencias sociales que se pueden mencionar, a partir de la aparición de

las universidades, son dos: en primer lugar, la aparición de un grupo especial de maestros,

sacerdotes y laicos, a los que la Iglesia confiaba la delicada misión de enseñar la doctrina

revelada, que hasta entonces estaba sólo reservado a la jerarquía eclesiástica. Los nuevos

maestros, aunque no pertenecían a la jerarquía eclesiástica, estaban reconocidos oficialmente

para hablar de la fe y de la doctrina e incluso para poder decidir sobre cuestiones

especializadas en teología, siendo su decisión investida de autoridad. Así, la intelectualidad

universitaria adquiere una elevada categoría en lo social y lo religioso, junto con la sacerdotal

y la nobleza. El nuevo orden social, entonces, lo constituyen los intelectuales, los nobles y

los servidores de lo divino. Además, se puede considerar a la universidad como el organismo

universal y fundamental de la cristiandad del medievo.

La segunda consecuencia es bastante interesante. La clase intelectual que surgió y

tomó cierto poder en la sociedad, y que era conformada por profesores y alumnos no era

clasista; es decir, no marcaba las diferencias de clases, sino que era conformada por los

estratos sociales más variados. En esta línea, a las universitas no les interesaba si sus

estudiantes eran pudientes o pobres, hijos de campesinos, labriego o artesanos; ellos, todos,

podían estudiar por medio de becas o con unos costos muy baratos. Más aún, cuando entraban

en la universidad, desaparecían todas las diferencias sociales y todos “empezaban a formar

parte de una cierta nobleza que les otorgaba la ciencia adquirida”.


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II. El aristotelismo y sus vicisitudes

Las obras de Aristóteles eran poco conocidas y tuvieron, en occidente, una influencia

lenta y gradual. A comienzos del siglo XII, sólo se conocía las Categorías y De

Interpretatione, como lo había transmitido Boecio. En el año 1130 se añadieron otros

tratados, y ya en 1250 se conocía la totalidad de la obra de Aristóteles.

Lo difícil del pensamiento de Aristóteles en el medievo es que tenía algunas tesis y

afirmaciones que, a la luz de algunos teólogos, entraban en conflicto con la doctrina cristiana.

Se pueden mencionar cuatro temas en los que disentía un poco con la doctrina cristiana: el

creacionismo, la providencia divina, el principio de la doble verdad y la inmortalidad del

alma.

Este choque del aristotelismo con la doctrina cristiana ha llevado a un conflicto entre

las facultades de teología y las facultades de arte en las primeras universidades. Por un lado,

la “ciencia natural” tenía como modelo, guía y maestro a Aristóteles; y, por el contrario, la

“ciencia de Dios o divina” tenía como fundamento la revelación y la Biblia.

Pero lo más gracioso es que fueron los maestros de la facultad de teología los que

encendieron las alarmas sobre la preferencia que tenían los maestros de artes por el

pensamiento aristotélico. Aunque eso era más que razonable. Como esta facultad estaba

ceñida a lo puramente filosófico, para darle mayor énfasis a la razón, entonces Aristóteles

era el modelo perfecto: ofrecía a los maestros la oportunidad de acentuar la independencia

de la filosofía natural.

Como era de esperarse, esta inclinación intelectual tenía temas que eran de gran

interés para los cristianos, pero el problema es que no siempre concordaban con la doctrina.
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Ello provocó la intervención de la Iglesia con las prohibiciones de algunos textos del filósofo

griego; pero éstas no eran rotundas, ni trataban de clausurar definitivamente el aristotelismo,

sino que proponían una especie de suspensión temporal, mientras se analizaba a profundidad

sus obras, para constatar que no son contrarias a la doctrina.

Aun así, Aristóteles era “el filósofo por excelencia”, y en este siglo su pensamiento

le dio un nuevo impulso a la filosofía, que se volvía cada vez más autónoma; ya no era

simplemente una precursora de la teología, sino que tenía su propia importancia y autonomía.

En el siglo XIII se pueden distinguir dos focalizaciones distintas del Aristotelismo: la

primera, trató de integrar y compaginar el pensamiento aristotélico con el cristianismo

(representantes: Alberto Magno, Tomás de Aquino, Buenaventura, Bacon, Escoto, entre

otros). La segunda, por otro lado, radicalizó la autonomía de la filosofía hasta hacerla

totalmente independiente de la fe cristiana: ya no se contemplaba a Aristóteles desde la

perspectiva teológica, sino sólo desde la razón autónoma (representantes: Siger de Brabante,

Boecio de Dacia, entre otros.


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III. Alberto Magno

Alberto Magno nació en Baviera, Alemania, en el año 1200. Desde muy joven entró

a la orden de los Dominicos. Llegó a ser, más adelante, después de haber estudiado teología,

y ser profesor de la misma en París, maestro de Tomás de Aquino. Luego fue nombrado

obispo. Aunque su discípulo más admirable es Tomás de Aquino.

Alberto tuvo una producción literaria bastante amplia. Sin embargo, la mayoría de

esta producción trató de orientar o posicionar la doctrina aristotélica como frente al

cristianismo. Sus obras más relevantes son: Sobre los vegetales y las plantas, la Metafísica,

algunos comentarios a la Ética, a la Política y a la Física.

No cabe duda, que su mayor aporte es el haber asimilado a Aristóteles y el haberle

acercado al cristianismo e, incluso, el haber preparado la mente de su discípulo Tomás para

realizar la cristianización de Aristóteles. Y, aunque pareciese que su obra solo fue un

comentario a la de Aristóteles, ésta tiene también su toque de originalidad, algo especial de

gran relevancia para el medievo.

Filosofía y teología

Este pensador reconocía al aristotelismo como una auténtica filosofía, lo cual le lleva

a separar netamente la filosofía, que procede por razones y silogismos, de la teología, que se

basa y se apoya en la fe. Para él “no podemos discutir en filosofía cuestiones teológicas”. En

el campo de la teología, se inclina más por Agustín de Hipona, y en el campo de la filosofía

era imprescindible Aristóteles.


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La fe y la razón (teología y filosofía) no son algo que excluyan mutuamente ni

necesitan entrar en competencia. Para él, todo conocimiento del orden natural y del orden

sobrenatural, viene de Dios; de ahí que distinga dos modos de revelación de Dios en el

hombre: primera, una iluminación general, común a todos los hombres, mediante el cual Él

se revela a los científicos y a los filósofos. La segunda, es el campo de la iluminación

superior, que se refiere al orden de la revelación, y es campo estricto de la teología.

Su tesis principal sobre “la razón como autónomo” se basa no solo en principios teológicos,

sino también en la exigencia de un método naturalístico basado en la experiencia y la razón.

Metafísica

En primer lugar, en metafísica, Alberto Magno le dio un puesto de gran importancia

al tema del origen de los seres a partir de “una causa primera”. Este tema lo explica a través

de la metafísica de la luz. Todas las cosas creadas se deben ver e interpretar al resplandor de

esta luz de luces, que es el principio divino y originante de todos los seres en su causa

eficiente. Mediante la iluminación se realiza y se consuma la emanación de la totalidad de

los seres.

En segundo lugar, este doctor dominico, para explicar la composición interna de los

seres corpóreos, se vale de la teoría hilemórfica: todo ser está compuesto de un doble

principio, materia y forma. La materia está ordenada a la forma, que es el coprincipio que le

da el ser y la determina; así, la materia necesita de la forma para existir, y sin ella no puede

estar en acto. En fin, todo lo que existe realmente es el compuesto de materia y forma,
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principios que no pueden ser separados. Aunque hay que aclarar, que los seres espirituales

solo poseen forma, no materia.

La existencia de Dios

Alberto Magno cree que la existencia de Dios no puede ser comprobada a partir de la

experiencia, porque no disponemos de ninguna idea innata e inmediata de Dios. Él recurre,

entonces, a las pruebas cosmológicas y causales que ya había elaborado la escolástica

anterior, sobre todo a la prueba aristotélica por el movimiento.

Dios es absolutamente simple y sin composición alguna; y, con ello, se diferencia y

se distingue ontológicamente de todos los demás seres creados, materiales o espirituales, que

implican siempre alguna composición. Para él, en la mente divina se encuentran ideas

ejemplares, que son la causa y el paradigma de las criaturas y de su misma verdad.

La prueba contundente de la existencia de Dios, es que de Él se deriva una luz

inteligible (es decir, que puede ser comprendida y entendida por la razón y el conocimiento)

que se difunde a todos los seres creados, y, a través de ellos, podemos encontrar su misma

causa creadora (La existencia de Dios se demuestra por los rasgos característicos que tienen

las creaturas al haber sido creadas por él).

Antropología

El hombre es considerado e interpretado como una realidad unitaria compuesta de

cuerpo y alma. El alma, creada por Dios, es la única forma sustancial del cuerpo; mediante
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el cuerpo ejercita las tres características funciones: la nutritiva, la sensitiva y la generativa,

que constituyen una única unidad y una única actividad. Pero, además, en sus facultades

espirituales, como son: la volitiva y la racional, el alma es totalmente independiente del

cuerpo con el que está unida por un vínculo relacional muy semejante al propuesto por Platón;

es decir, el alma habita en el cuerpo como el piloto la nave. El alma, en cuento acto primero

del cuerpo, lo conduce al existir; pero, en cuanto acto segundo, lo lleva al obrar.

Para Alberto el alma no tiene materia, pero sí tiene una forma que le da su esencia y

el existir; de ahí, entonces, señala que el alma tiene una capacidad cognoscitiva que realiza a

través de los sentidos (exteriores e interiores, fantasía, memoria, reminiscencia) y del

entendimiento. El gran problema, para Alberto Magno, en la antropología, fue el

entendimiento.

Para explicar todo lo relacionado al entendimiento, distingue entre entendimiento

posible y entendimiento agente. El E. agente actualiza y pone en acto a los inteligibles (lo

que poder ser entendido), que están en potencia, para que puedan actualizarse de nuevo. Pero

en este proceso intelectivo no basta la luz natural del entendimiento agente, sino que se

requiere una luz derivada de otra fuente superior de iluminación. En esta línea, Alberto

presenta a Dios como el primer ser, la primera verdad, la primera causa en donde se encuentra

la última razón del ser, de la verdad, de la bondad y del conocer.


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Bibliografía

Merino, J. M. (2011). Historia de la Filosofía Medieval. Madrid : Biblioteca de Autores

Cristianos.

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