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Análisis Jurisprudencial

Con ustedes, la imputación objetiva

30 de octubre del 2013

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Maximiliano A. Aramburo C.

Profesor de la Universidad Eafit.


Vicepresidente del Instituto Colombiano de
Responsabilidad Civil y del Estado.

Vincular un resultado a quien no necesariamente lo ha causado es un problema


de imputación. Implica reconocer que la causalidad natural y su ley de cobertura
no gobiernan (al menos, no totalmente) el derecho de la responsabilidad. Ese es
el problema que subyace a la sentencia que puso fin, en segunda instancia, a las
acciones de grupo iniciadas por los familiares de los diputados del Valle del
Cauca en contra de la Policía Nacional y ese departamento, con ocasión de su
secuestro y posterior asesinato por parte de las FARC. La sentencia señala que
el resultado muerte no había sido causado por la Policía Nacional y desestima
las pretensiones de los demandantes.

Vale la pena reflexionar, pues, sobre el esquema dogmático del juicio de


responsabilidad efectuado. Se absolvió a la demandada desligando el resultado
secuestro —que claramente se atribuyó a la Policía Nacional— del resultado
muerte —que se atribuyó a las FARC—. Para el tribunal, la muerte de los
diputados, ocurrida cinco años después del secuestro, fue causada
(materialmente, por emplear una terminología habitual) por “el actuar criminal
del grupo subversivo FARC-EP”, mientras que los demandantes sostenían que
“se trata de dos daños independientes ocurridos por la misma causa (negligencia
estatal frente al primero de aquellos, esto es, el secuestro)”.

Desafortunadamente el lenguaje empleado no es claro. El trinomio “hecho –


nexo causal – daño” no responde (y no ha respondido nunca) al esquema de
atribución de responsabilidad: es un esquema incompleto e insuficiente para dar
cuenta de qué justifica condenar a alguien como responsable de un hecho que
ha generado un perjuicio. Por eso sorprende que, una vez aceptado que la muerte
de los diputados fue causada materialmente por las FARC, el tribunal haya
concentrado sus esfuerzos en el concepto de causa eficiente como fundamento
de la absolución. Y sorprende más que lo haya hecho a partir de una confusa
definición de dicho concepto. La vieja noción aristotélica de causa eficiente
queda desdibujada y la sentencia deja la sensación de que al esquema le falta
algo: ¿por qué acudir al concepto de causa eficiente para justificar que el Estado
no es responsable de la muerte de los diputados, causada por las FARC? Todo
parece aclararse cuando el tribunal distingue entre causalidad e imputación, en
la estructura de la obligación indemnizatoria a cargo del Estado, las cuales se
sumarían a la conducta de la entidad estatal y al daño. Pero el avance en ese
sentido se viene parcialmente abajo cuando se afirma que ambos elementos
hacen parte del concepto nexo causal, reviviendo así, de manera innecesaria, la
estructura tripartita.

Imputación y nexo causal

Ciertamente, convendría que se admita que la imputación no hace parte del nexo
causal. Se trata de dos juicios diferentes y nada se gana uniéndolos: uno
fáctico, que se realizará a partir de las pruebas y sus sucedáneos en cada
proceso, al que se llama causalidad y que en estricto sentido podría no darse,
por ejemplo en las omisiones. Y otro normativo, que consiste en asignar a
alguien la conducta, activa u omisiva, como propia.

Esto permitiría evitar la confusión de hablar de un nexo causal bifurcado en


causalidad eficiente y material. Permitiría, además, tener claridad acerca del
lugar dogmático que le corresponde a la imputación y disolvería una segunda
ambigüedad: la que resulta de llamar “imputación subjetiva” al dolo y a la culpa.

Es decir, permitiría trazar los linderos del dolo y la culpa con las formas de
responsabilidad patrimonial objetiva (que prescinden del factor subjetivo y que
en la responsabilidad estatal, de acuerdo con Ruiz Orjuela, ha sido establecida
a partir de los regímenes de daño especial, riesgo excepcional, ocupación por
trabajos públicos, desequilibrio ante las cargas públicas y acción in rem
verso[1]). Esto es: explicaría por qué dicha categoría nada tiene que ver con la
de “imputación objetiva”, que ha sido comprendida como un mecanismo
corrector de la causalidad natural.

Aunque la teoría de la imputación objetiva tiene su origen en 1927 con el


civilista Karl Larenz, es en la doctrina penal donde mayor evolución ha tenido.
Allí se considera actualmente que el dolo y la culpa son formas de conducta y
que la imputación objetiva hace parte del juicio de tipicidad.

El Consejo de Estado ha mirado a los desarrollos de la ciencia del derecho penal


y sus magistrados incursionan doctrinalmente en el refinamiento de dichos
conceptos aplicados a la responsabilidad estatal[2]. Por ello, puestos a revisar
el esquema conceptual de la obligación indemnizatoria a cargo de la
administración, vale la pena echar mano de esos avances. Fernando Pantaleón
lo ha intentado en España para la responsabilidad civil desde los años ochenta
y, con más yerros que aciertos, lo propio ha hecho el Tribunal Supremo de ese
país. La tarea no es sencilla, pues, como se señaló, en el derecho penal el
principio de tipicidad juega un papel ordenador del que carece el derecho de
daños, donde impera por definición la atipicidad.

En el supuesto de las acciones de grupo falladas por el tribunal, el título de


atribución (o imputación) es el daño especial, razón por la cual no
había por qué buscar la falla en el servicio, en ninguno de sus regímenes
probatorios. Pero establecido que sería ese el título objetivo, pudo haber bastado
con la claridad del esquema conceptual de la imputación objetiva para arrojar
ciertas luces en la sentencia. El secuestro y la muerte de los diputados sí están
conectados causalmente, al menos en un sentido amplio, pero puede no ser
imputable esta a aquel. Se puede debatir sobre el criterio de la imputación
objetiva por emplear, pero acudir a dicha teoría sin dar rodeos por confusos
criterios de causalidad podría ser útil, al menos, para evitar aparatosas
motivaciones de las decisiones judiciales.

En defensa de la sentencia, empero, hay que decir que el tribunal pareció


apuntar en buena dirección: al preguntarse si el secuestro es la causa eficiente
de la muerte de los diputados, y al preguntarse si el Estado al deber impedir el
resultado muerte una vez verificado el resultado secuestro, en realidad comenzó
a andar el camino propuesto. El tribunal, como el burgués gentilhombre de
Molière, que hablaba en prosa sin saberlo, utiliza criterios que podrían ser
traducidos al lenguaje de la imputación objetiva: la prohibición de regreso y la
no realización del riesgo desaprobado.

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