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Familia es un grupo social básico creado por vínculos de parentesco o

matrimonio, el mismo se hace presente en absolutamente todas las


sociedades.

La familia debe, moralmente, proporcionar a sus miembros aspectos como


seguridad, protección, socialización y compañía. La familia es el grupo que nos
cría, nos forma como personas estableciendo nuestros valores morales y el que
nos orientará a lo largo de nuestro desarrollo como seres humanos, en especial
durante los primeros pasos.
Es el primer contacto social que tienen las personas y es por eso que ahí se
aprenden y adquieren las primeras habilidades sociales, es decir, la familia es
quien nos enseña a relacionarnos con otros por primera vez.

Es la base de la sociedad civil, solamente en la familia las personas pueden ser


debidamente criadas, educadas y recibir la formación de su carácter que les hará
buenos hombres y buenos ciudadanos.
La familia cumple a nivel social las siguientes funciones:
a) procreación de los futuros ciudadanos;
b) crianza, educación e integración social de las próximas generaciones;
c) permite un equilibrio entre las generaciones;
d) prevención de salud personal y social;
e) permite que se cuiden la 1a y 3ª generaciones.

El matrimonio y la familia

Matrimonio y familia se relacionan entre sí como causa y efecto: la familia deriva


del matrimonio. Es cierto que un sector de la cultura actual propone otros modelos
de familia resultante de diversas combinaciones: de uniones estables, sin vínculo
permanente e incluso de unión homosexual masculina o femenina. Pero la fe
cristiana, con un serio fundamento antropológico y apoyada en la enseñanza de la
Escritura, afirma que la familia se fundamenta en el matrimonio, como institución
estable, jurídicamente reconocido, que garantiza no sólo los derechos y deberes
mutuos, sino también con los hijos habidos en el matrimonio.
El nuevo tipo de familia que proponen esos sectores sociales es efecto -y en parte
también causa- de una crisis que padece la institución familiar. Esta crisis es
denunciada por los representantes de casi todas las instituciones públicas, civiles
y eclesiásticas. La Exhortación Apostólica “Familiaris consortio” (22-11-1981) la
expresa en estos términos:
“No faltan signos de preocupante degradación de algunos valores fundamentales:
una equívoca concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges
entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres
e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la
transmisión de los valores; el número cada vez mayor de divorcios; la plaga del
aborto; el recurso cada vez más frecuente a la esterilización; la instauración de
una verdadera y propia mentalidad anticonceptiva”.
No obstante, y como señala la misma Exhortación Apostólica, también hay signos
de mejora en la familia actual que no sólo deben ser atendidos, sino protegidos y
propagados.

Tanto los aspectos positivos como los negativos son signos de que la familia
experimenta cambios en la forma concreta de realizarse a través de la historia. En
este sentido, será conveniente no poner excesivo énfasis en el término “crisis”,
pues significa que algunos elementos son sustituidos por otros. Y es lógico que la
familia se adapte a las sensibilidades de cada época.

RIESGOS Y CAMBIOS EN LA FAMILIA

El riesgo está en que se intente sustituir los elementos que por naturaleza le
pertenecen, introduciendo otros que la destruyen. Por ello, es decisivo que esos
cambios afecten sólo a componentes culturales o convencionales de la familia.
Con este fin conviene estudiar los hechos que motivan la crisis para discerir los
cambios que son útiles de los que han de ser rechazados.
El “discernimiento” que es preciso hacer en torno a los factores que motivan la
crisis actual de la familia se puede articular conforme a este triple criterio:
-Los cambios normales que aportan nuevos modos de relacionarse los miembros
de la familia pueden enriquecer la vida familiar. Tales pueden ser las relaciones
entre los esposos en sistema de mayor igualdad, lejos de los modelos de
matriarcado o patriarcado de otras épocas. También las relaciones confiadas entre
padres e hijos, más sinceras que en otros tiempos, en los que el tipo de trato
podía marcar un cierto alejamiento.
-Las transformaciones en el modo de llegar a formar la familia, pero que respeten
las relaciones esenciales esposo-esposa, padres-hijos, pueden ser acogidas. Es el
caso, por ejemplo, del modo concreto de acceder al matrimonio los esposos, con
independencia de la tutela de los padres respectivos o los sistemas de la
organización en el ámbito familiar, más elástica si se compara con el rigor de otras
épocas.
-Los cambios que afectan a la unión estable de la institución matrimonial o que
lleven un cambio sustantivo en la relación esposo-esposa, bien porque no se
reconozcan los derechos respectivos, o porque se propone un modelo de familia
no originada en el matrimonio monogámico e indisoluble. Es claro que estos
cambios deben ser rechazados, pues no respetan los elementos esenciales de la
institución familiar.
En este último caso -que integra las ambigüedades y errores que condena el texto
de Juan Pablo II antes citado-, es evidente que no se trata de una verdadera
reforma de la familia, sino de una adulteración de la misma, tanto porque no
respeta la institución natural, como porque no responde al tipo de familia descrito
en la revelación.

REFLEXIÓN SOBRE LA FAMILIA

También las relaciones esposo-esposa han sufrido un profundo cambio. Es claro


que el “sometimiento” de la esposa al marido daba lugar a algunas situaciones
injustas. Pero, en la actualidad la mujer puede independizarse situándose “frente a
frente” al hombre -como si fuera una lucha de clases aplicada a los sexos- no sólo
en lo económico, sino en aspectos que tocan la conyugalidad, en lugar de que esa
nueva situación de la mujer fomente mejor calidad de las relaciones
interpersonales de los esposos.
Los sociólogos apuntan a que la mayor transformación en la familia actual es el
cambio cualitativo que afecta a la mujer en la familia tanto en su aspecto de
“esposa” como de “madre”. Nadie pone hoy en duda el derecho y el deber de la
mujer a ofrecer su aportación específica a los distintos ámbitos de la vida social.
La igualdad radical entre el hombre y la mujer resta legitimidad a cualquier trato de
favor del hombre en relación con la mujer en la vida social. Pero es necesario
estar atentos a que no se tenga que pagar el precio elevado de la ley pendular.
Porque si la mujer tiene derechos y deberes que cumplir en la sociedad, también
los tiene en el ámbito de la familia. Pero con una diferencia: mientras en la vida
social puede ser sustituida por otra mujer o por el hombre, en su oficio de madre
no puede ser sustituida por nadie. De aquí la urgente necesidad de recuperar el
respeto por el trabajo doméstico, tan denigrado, el cual debe ser reconocido y
valorado también económicamente.

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