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Chile formaba parte del Imperio Español y por lo mismo lo que ocurriera con el
Imperio y la Monarquía tenía repercusiones en la Colonia.
El monopolio comercial que mantenía España y el deseo de ingleses y franceses
de comerciar con las colonias se habían expresado en el aumento del contrabando y
en una ofensiva política y militar de Inglaterra y Francia, obligó a la monarquía
española a otorgar una serie de concesiones a las potencias que la habían desplazado
del control de los mares y a introducir reformas en su política colonial.
Las concesiones de España a Inglaterra y Francia fueron el resultado inmediato
de sus sucesivos fracasos militares iniciados bajo el gobierno de Felipe II. La derrota
sufrida en la guerra de los Treinta Años (1618-1648), la sublevación de Portugal, la
independencia de Holanda y las pérdidas experimentadas en sus guerras contra
diversas potencias europeas, constituyen los principales acontecimientos de ese siglo
XVII que marca el desplazamiento definitivo del imperio español por las pujantes y
agresivas burguesías inglesa y francesa.
Las derrotas de España no hicieron más que traducir en el terreno militar la crisis
estructural que se venía manifestando en la península desde fines del siglo XVI. El
desarrollo de España había comenzado a estancarse, contribuyendo a ello la política
errónea practicada por los Habsburgos. Al no favorecer el desarrollo de la industria
manufacturera nacional con leyes proteccionistas, la monarquía española en su pre-
tendido papel de árbitro entre las clases aplastó a su propia burguesía comercial con
medidas punitivas, como la expulsión de los judíos y árabes y la represión a los
comuneros de Castilla y a las Hermandades de Valencia, y sobre todo con la aplicación
de una política económica metalista que condujo a utilizar los cargamentos de oro y
plata indianos en la compra de productos manufacturados europeos. La revolución de
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los precios producida por los metales preciosos provenientes de América, desencadenó
un proceso inflacionista que afectó seriamente a la industria artesanal española, ya
debilitada por los elevados y numerosos impuestos al capital decretados por la
monarquía. Los problemas insolutos de unidad nacional, la consolidación del latifundio
y la incapacidad de los reyes para impulsar un desarrollo industrial autónomo y un
sólido mercado interno, fueron las causas básicas que provocaron la declinación
española.
Por otra parte, los comerciantes extranjeros invadieron los mercados de la
península ibérica, acelerando la crisis de la industria española con productos más ba-
ratos y de mejor calidad. Los capitalistas de España dejaron de financiar nuevas
industrias y se transformaron en intermediarios de los productos extranjeros que les
proporcionaban momentáneamente mayores ganancias y menores riesgos. Los
banqueros y comerciantes alemanes e italianos, amparados por Carlos V y Felipe II, se
apoderaron de importantes sectores de la economía española.
La Casa de Contratación de Sevilla, que dirigía el monopolio comercial de las
Indias, fue paulatinamente controlada por comerciantes extranjeros. A fines del siglo
XVII, los franceses tenían fuertes intereses económicos en Cádiz. Gran parte de los
dividendos del monopolio comercial no quedaban en España sino que se los
adjudicaban los empresarios europeos que habían logrado una apreciable participación
en el abastecimiento de las colonias hispanoamericanas. Sancho de Moncada decía en
1610 que las nueve décimas partes del comercio con las Indias eran cubiertas por
mercaderías europeas. Otro español afirmaba en 1624 que las flotas para América iban
cargadas de productos extranjeros con rótulos españoles.
La supremacía de Inglaterra y Francia sobre España, ganada primero en el
terreno económico, fue consolidada más tarde en los campos de batalla. Los productos
manufacturados de esas potencias llegaron al principio a las colonias
hispanoamericanas por la vía legal de Sevilla y Cádiz, que los importaban y revendían
a las Indias, debido al retraso de la industria española, y después por la vía del
contrabando y de las concesiones que debió hacer España como consecuencia de sus
derrotas militares.
Las franquicias otorgadas por España a las potencias vencedoras minaron las
bases del monopolio comercial que había establecido la monarquía en las colonias de
América Latina.
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comerciantes del Perú, aunque no de los de Cádiz, extendió y sacó un partido más
ventajoso en el cambio de sus granos, sebos, cáñamos, cobres, curtidos, frutas
secas..." El desarrollo económico de la Colonia no surgió a raíz de las reformas
borbónicas, sino que era un proceso que venía en ascenso desde fines del siglo XVII.
Las medidas de los reyes borbones no hicieron más que acelerarlo.
Por otra parte, las reformas borbónicas provocaron serios trastornos a los
comerciantes y perjuicios irreparables a la industria artesanal de la colonia. Los merca-
dos hispanoamericanos se saturaron de mercaderías. Los comerciantes criollos no se
oponían al "libre comercio” sino al frecuente arribo de barcos cargados de
manufacturas que no podían ser absorbidas por el mercado. Por ejemplo, el
comerciante de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, señalaba que "era conveniente
mantener el Reglamento de 1778 en todas sus partes, pero disponiendo 'una libertad
regulada y metódica' que consistiría en que los navíos, en lugar de venir en cualquier
época, fueran despachados de tres en tres años". Otro comerciante de Chile, Domingo
Díaz de Salcedo y Muñoz, protestaba porque "se halla el reino tan abastecido de las
mercaderías de Europa que por no poder digerir su excesiva entrada se considera
mortalmente enfermo el cuerpo político y con extrema necesidad de adietarle una larga
convalecencia". Manuel de Salas en su "Representación sobre el estado de la
agricultura, industria y comercio de Chile", dirigida al Ministro Gardoqui en 1796, decía:
"En vano se franquean los puertos y abaratan los precios, si la península ni consume
más ni saca más productos. Ni hará otra cosa que cargar a este puerto de más
alimento que el que puede digerir; y en este sentido hace que Chile tenga más co -
mercio que el que necesita y puede sostener".
El sector de la economía más perjudicado por las reformas borbónicas fue la
industria artesanal. En 1789, Díaz de Salcedo afirmaba: "La provincia de Chillán y sus
inmediaciones nos daban bayetas de mejor consistencia y duración [ ... ] La misma
provincia no sólo nos daba los ponchos a todo el reino sino que se extraían en grandes
cantidades para las provincias de Buenos Aires de que se originaba un ramo
Productivo al país que hoy se ve destruido absolutamente en cuanto a la extracción.
Las fraguas de Coquimbo no sólo fabricaban las piezas de cobre útiles al reino
sino, además, era un ramo razonable de industria a favor de aquellos naturales y de
este comercio para su extracción. Los partidos de Putaendo, La Ligua y algunos
parajes de los situados al sur entretenían a las mujeres con los tejidos de pellones que
eran de uso general así en este reino como en las provincias ultramontanas, girándose
además con buenas porciones para Lima que los transportaba a los países
meridionales. Hoy todos estos ramos que componían la felicidad del reino en cuanto a
interés y otros de menor cuantía se ven extremadamente abatidos aunque por
diferentes causas, pero el mayor móvil es innegablemente la abundancia de los efectos
de Europa que han inundado a estas provincias con el lujo" El creciente ingreso de
mercaderías extranjeras produjo también la crisis de la industria de jarcias y
cordobanes, que habían sido rubros importantes de la artesanía criolla.
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Pero, en el entretanto, había que dar fundamento político a esa resistencia. Por
la ausencia del rey según interpretación hecha de las Siete Partidas, el poder regresa
al pueblo hasta que el monarca regresara al trono. Y por esta razón se
comienzan a crear juntas de gobierno mientras estuviese cautivo el rey Fernando
VII. Se comienza con una sola junta y más tarde se constituye el consejo de
regencia. El fundamento es, entonces, de origen medieval y radica en la Partida II,
título 15, ley 3°.
Todas las Juntas se reúnen en una Junta Central, la cual, desde Aranjuez,
asumió la dirección del país, en nombre del desposeído y cautivo Fernando VII, quien
gozaba de la dual situación de rey abdicante y rehén, en Francia, y en España de la de
rey deseado, dueño del corazón de su pueblo, a través de las Juntas peninsulares que
combatían por él, pese a su cobarde desistimiento y entrega.
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Dejando de lado las acusaciones de tipo político que sobre ellos se dieron, nos
interesan aquí los efectos de la expulsión sobre la etapa histórica que reseñamos.
Lo primero que se advierte es la solidaridad dentro de la Orden entre criollos y
españoles: ambos elementos eran jesuitas ante todo.
Primaba, sobre cualquier aspecto, su condición confesional. Cierto que el
número de sacerdotes y novicios criollos era cuantioso. De toda suerte, pocos
desertaron, y, antes bien, el destierro sirvió para aunar sentimientos, ajenos ya a los
intereses de la Corona.
La acusación de los monarcas de Portugal, Francia y España había sido de tipo
político. Los jesuitas, según sus enemigos, trataban de constituir un Estado dentro del
Estado. Sao Paulo, en Brasil; Canadá, en la América francesa; la colonia de
Sacramento y Misiones, en la española, eran otros tantos baluartes de un poder casi
independiente: el de la Compañía de Jesús. Hablar de un "imperio jesuítico" no era, por
tanto, excesiva fantasía.
Puestos ya en el exilio, los frailes y novicios de la Orden de Loyola duplicaron
con la nostalgia sus sentimientos de rebeldía y de protesta. Las ciudades italianas de
Bolonia y Padua, Florencia, Massacarrara y Bérgamo, cobijaron a la mayor parte de
ellos. Connotados jesuitas escribieron allí libros inolvidables sobre el reino natural
americano. Y desde ahí Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, el egregio jesuita arequipeño,
proyectó su célebre Lettre aux espagnols américains, (Carta a los españoles
americanos) aparecida en francés e inglés antes que en castellano, en 1799 en la que,
aparte de sus protestas contra la expulsión de sus cofrades, dice: "El Nuevo Mundo es
nuestra patria, y su historia es la nuestra". Además escribió: "En honor de la humanidad
y de nuestra nación, más vale pasar en silencio los horrores y violencias de ese otro
comercio exclusivo, conocido en el Perú bajo el nombre de Repartimiento"; a lo que
agregaría: “La conservación de los derechos naturales, y, sobre todo, de la libertad y la
seguridad de las personas y los bienes es, sin duda, la piedra fundamental de cualquier
sociedad humana”.
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Jesús, dice que "los diezmos del obispado de Santiago en 1752 produjeron veinticinco
mil sesenta y siete pesos, y los de Concepción once mil cuatrocientos diez y siete
pesos y seis reales y medio". El monto de los diezmos fue aumentando
progresivamente durante el siglo XVIII al compás del desarrollo económico de la
Colonia. Asimismo, las colectas, las reiteradas limosnas, las donaciones, el pago de los
servicios por casamientos y honras fúnebres, las herencias de algunos devotos que
testaban gran parte de sus bienes a la Iglesia, constituyeron fuentes inestimables de
capital que los jesuitas rápidamente invertían en nuevas empresas.
A mediados del siglo XVIII, los jesuitas eran ya dueños de 59 haciendas: 12 en el
distrito de Santiago, 2 en Melipilla, 6 en Quillota, 5 en Valparaíso, 1 en Aconcagua, 3 en
Colchagua, 2 en Talca, 2 en La Serena, 2 en Maule, 2 en Chillán, 11 en Concepción, 9
en Rere y 2 en Arauco. Algunas de estas haciendas abarcaban 8.700 cuadras, como
"La Compañía" en Rancagua; otras concentraban numerosas cabezas de ganado,
como la de Longaví, que tenía 8.475 vacunos, 4.580 ovejas, además de cabras,
caballos y mulas. En las haciendas se producían los mejores vinos, aguardientes,
frutas secas, carne salada o charqui y trigo para el comercio interno y de exportación.
El rendimiento de estas haciendas era superior al de los fundos de los terratenientes
criollos porque disponían de mejores instrumentos técnicos, numerosos canales de
riego y abundante mano de obra más estrechamente vigilada; en las haciendas de los
jesuitas había una mejor planificación del trabajo y una mayor concentración de
inquilinos y peones indios y mestizos, además de numerosos esclavos negros.
Los jesuitas eran dueños de curtiembres, de fábricas de tinajas, botijas, cántaros
y platos; de talleres de tejidos y muebles; de molinos y astilleros. También eran
propietarios de la fábrica de cal de La Calera que proveía este material para las
construcciones de Santiago, Valparaíso y otras ciudades. Tenían numerosas pro-
piedades urbanas, instalando negocios en algunas de ellas para la venta de sus
productos. Barros Arana sostiene que "los jesuitas, no queriendo estar sujetos a las
contingencias y dificultades de su venta a los especuladores del país, construyeron
bodegas en los puertos despachaban sus cargamentos al Perú a cargo de un padre
religioso de la misma orden, que hacía esas negociaciones en Lima. Tomaron éstas tal
desarrollo y tan desordenado carácter de mercantilismo, que el Virrey Amat se creyó en
el deber de dictar una medida violenta, ordenando por auto de 8 de abril de 1768 que
los procuradores de los jesuitas de Chile y de Quito se restituyesen a estos países por
la "agravante circunstancia que añaden los Padres procuradores en el sórdido ejercicio
del comercio o negociación que públicamente ejercen por las plazas, calles y
mercados, con asombro del secularismo, en los almacenes de sus propias casas,
visitando a todas horas, para las cobranzas, las tabernas, velerías, y las más impuras
oficinas, cuyo ejercicio es de la mayor indecencia".
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a) La lucha por la libertad de comercio, como hemos adelantado es uno de los factores
coadyuvantes de la independencia.
Las reformas borbónicas no significaron la abolición definitiva del monopolio
comercial. En 1799 fue derogado el permiso concedido a naves con bandera neutral
para que pudieran comerciar con las colonias hispanoamericanas. Carlos IV canceló a
principios del siglo XIX una serie de medidas reformistas. En 1810, el Consejo de
Regencia de Cádiz reafirmaba su oposición al libre comercio.
La burguesía criolla aspiraba a mayores conquistas que las obtenidas en el
Reglamento de 1778. Consciente de las ventajas adquiridas y de las perspectivas que
se le abrían para el futuro, la burguesía criolla no estaba dispuesta a conformarse con
un "libre comercio" a medias.
Del mismo modo que Manuel Belgrano en el Consulado de Buenos Aires
planteaba las aspiraciones de los criollos, en Chile Manuel de Salas, de la Cruz y Juan
Egaña, presentaron aunque tímidamente las reivindicaciones de la burguesía
productora. Las ideas de estos autores maduraron al socaire de la política liberal de los
ministros de Carlos III. Por eso, cuando Carlos IV cancela parte de las medidas
reformistas, la burguesía criolla protesta y, en lugar de arredrarse, aumenta su prédica
en favor de nuevas concesiones liberales. Las reformas borbónicas y su ulterior
mediatización constituyen indicadores de un proceso irreversible gestado en la colonia
desde mediados del siglo XVIII.
Con todo, no se puede pretender que la causa determinante de la Independencia
latinoamericana fuera la libertad de comercio.
Señalar el solo libre comercio como causa esencial sería incompleto, pues el
comercio no produce bienes sino que moviliza objetos. La necesidad del libre comercio
en Hispanoamérica se explica por la existencia de un grupo social, la burguesía criolla,
que producía bienes, minerales, tejidos, productos agropecuarios que exportaba y que
aspira a mayores exportaciones y a mejores precios. Sin la existencia activa de este
grupo que procura realizar sus propios intereses, la consigna de libre comercio no
habría sido causa suficiente de la Revolución de 1810.
b) La política impositiva.
Sin embargo, el libre comercio no era la única reivindicación de la burguesía
criolla. Una de las exigencias más sentidas por este grupo social era la rebaja de los
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V.- Sería un error considerar las demandas de tipo económico en forma aislada y
separada del resto de las aspiraciones de la burguesía criolla.
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La rivalidad del Imperio Español con la Gran Bretaña había conducido a España
a proporcionar ayuda a la independencia norteamericana en contra de Inglaterra. La
corona española no iba a tardar en darse cuenta de este paso en falso. En 1779, los
diarios ingleses anunciaban a Carlos III que las colonias latinoamericanas seguirían el
ejemplo norteamericano.
Hemos analizado en parte el rol del liberalismo económico en las medidas que la
Casa de Borbón adoptó para superar la etapa que denominamos de decadencia de la
monarquía.
En América, el liberalismo ejerció también influencia en la burguesía criolla. Esta
utilizó a su manera y a la medida de sus intereses las ideas liberales el siglo XVIII. Los
historiadores latinoamericanos del siglo diecinueve han exagerado la influencia de los
enciclopedistas, de Rosseau, Voltaire y los teóricos de la Revolución Francesa. Como
contrapartida, la mayoría de los historiadores hispanófilos del presente siglo han
negado dicha influencia, apoyándose en el desconocimiento de las obras liberales
europeas que habrían tenido la mayor parte de los criollos que impulsaron la
Independencia.
Las ideas liberales adoptadas por la burguesía criolla provenían no sólo del
iluminismo francés sino también del liberalismo español. Las medidas reformistas de
los Borbones y de sus ministros masones, como el conde de Aranda, fueron asimiladas
por los criollos y adaptadas a las aspiraciones de la burguesía nativa. Las ideas
liberales de un Manuel Belgrano en el Consulado del Río de la Plata o de un Manuel de
Salas en la Capitanía General de Chile, maduran bajo el alero de las reformas
borbónicas.
Esta ideología liberal, adaptada a las necesidades de la burguesía criolla, era
difusa todavía a fines de la colonia; comenzó expresándose en ciertas peticiones y
reformas de carácter económico. La formulación política se fue generando
sigilosamente a través de grupos secretos animados por los jóvenes criollos que
viajaban a Europa.
Es efectivo que eran pocos los criollos que conocían el pensamiento liberal
europeo a través de los libros pasados clandestinamente por las aduanas españolas.
José Antonio de Rojas "fue el primer chileno que adquirió y remitió a Chile la
Enciclopedia de Diderot y D’Alembert, las obras de Rousseau, de Montesquieu, de
Helvecio, de Robertson, el Sistema de la naturaleza del Barón de Holbach y cuantas
por entonces removían hasta los cimientos los conceptos y dogmas políticos
consagrados". En las tertulias santiaguinas los escasos libros no sólo pasaban de
mano en mano sino que eran motivo de prolongados comentarios. Estas ideas eran
accesibles solamente a la élite criolla. Los sectores populares eran motivados a través
de los pasquines. Boleslao Lewin señala que "no existe una producción política escrita
tan expresiva y tan auténticamente popular, por su carácter intrínseco y la rapidez de
su difusión, como la de los pasquine... Es realmente imposible creer que las ideas
francesas o norteamericanas de libertad e independencia, en forma libresca, pudieran
ejercer una influencia galvanizadora de carácter multitudinario. En cambio, los
pasquines, redactados en un lenguaje accesible para todo el mundo y cuya sola
aparición significaba estado de rebeldía."
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se realiza en 1780, cuatro años después del motín santiaguino contra el estanco, en
una época de sucesivos conatos de rebelión criolla e indígena en América Latina y de
viajes clandestinos de jefes revolucionarios que aspiraban a coordinar un movimiento
continental contra España, como fue el caso de un tal "don Juan" quien según la
hipótesis de Boleslao Lewin pudo haber sido "un emisario de la conspiración
encabezada por Gramusset y Berney".
Gramusset y Berney eran hombres impregnados de las ideas liberales de su
tiempo y partidarios de las utopías sociales. Con el apoyo de José Antonio de Rojas, no
por casualidad el criollo más avanzado de la colonia, los franceses concibieron un plan
para emancipar a Chile de España, aprovechando la guerra que este Imperio sostenía
con Inglaterra. El proyecto de los tres Antonios iba más allá de un simple cambio
político. La base del gobierno republicano que deseaban implantar estaría constituida
por un cuerpo colegiado nombrado por el pueblo en el que se incluía a los araucanos.
Desaparecerían las jerarquías sociales, aboliéndose de inmediato la esclavitud. Uno de
los puntos más notables del programa era la formulación de un proyecto de reforma
agraria que se expresaba en una redistribución igualitaria de la tierra.
Planteaba, asimismo el libre comercio con el mundo entero, inclusive los negros
y los chinos, como parte de un plan universal de fraternidad entre los pueblos.
Denunciados por el abogado Mariano Pérez de Saravia, a quien los franceses
habían comunicado sus aspiraciones libertarías, Berney y Gramusset fueron
deportados de Chile en 1781, muriendo cinco años más tarde después de haber
soportado innumerables peripecias. Este suceso, causó gran preocupación de las
autoridades españolas. La sentencia dictada por la Real Audiencia decía en uno de sus
párrafos: "Contemplando en las actuales circunstancias poco ventajoso al servicio de S.
M. la propalación y publicación de esta causa que, sobre ofrecer bastante materia a los
reos para una defensa exclusiva de la pena ordinaria, descubre y pone a los ojos de un
pueblo leal y fiel al soberano un delito que dichosamente ignora; y siendo más
conforme a sana política y buen gobierno la conservación de tan laudable ignorancia.”
Este episodio no es por cierto exclusivamente chileno, sino que otros similares
ocurrieron en la América Española.
(En Méjico, la conspiración encabezada por Pedro de Portilla en 1799. En Nueva
Granada, el intento independentista de Antonio Nariño, fuertemente influenciado por la
Revolución Francesa. En 1797, la insurrección venezolana dirigida por José María
España y Manuel Gual; y en 1805, el desembarco de Francisco Miranda. El historiador
Boleslao Lewin registra varios intentos separatistas en Perú, como el de un grupo de
revolucionarios de mediados del siglo XVIII que acuerdan enviar a Europa un
Comisionado para negociar con una corte europea la emancipación de la colonia. En
Quito, hubo en 1765 un intento de rebelión encabezado por el Dr. Espejo, quien había
llegado a concebir un plan de emancipación conjunta de las colonias
hispanoamericanas. Se produjeron numerosos casos de jefes revolucionarios que
solicitaban ayuda a Inglaterra para llevar a cabo planes de liberación de las colonias
españolas. Puede mencionarse al mejicano Francisco de Mendiola y al francés Duprés,
quien bajo el seudónimo de M. de la Tour o Juan Antonio de Prado proponía crear un
futuro reino independiente con Perú, Chile, el Tucumán y la Patagonia.)
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indicada, asume el mando como gobernador interino, don Mateo de Toro y Zambrano el
17 de julio de 1810. En efecto, el Conde poseía el título honorífico de brigadier de los
reales ejércitos.
El gobierno del Conde fue efímero, pues el anciano estaba muy deteriorado
de salud y no controlaba el gobierno, tenía a la sazón 84 años y padecía de
avanzada arteriosclerosis. El gobierno debió tomar la decisión de mandar o no
diputados a España, pero no era una decisión fácil, porque la mayoría era
partidaria de constituir una junta de gobierno propia, al igual que se había hecho
en España. Se forman dos bandos; realistas (partidarios de aceptar el envío de
diputados a Cádiz y de la autoridad de la monarquía) y juntistas (partidarios de nombrar
una junta de gobierno de la misma forma que lo había hecho la península).
El Cabildo Santiaguino, de mayoría juntista, sostenía la necesidad de que
el nuevo Gobernador convocase a Cabildo abierto. Sin embargo, la Real Audiencia,
dominada por los realistas era contraria a ello, pues se oponía a la creación de
un Gobierno Autónomo. Sus miembros eran partidarios de obedecer a las autoridades
españolas constituidas en la Península o a las que se encontraban en América y que
habían sido nombradas con anterioridad a la crisis provocada por la prisión de
Fernando VII.
Durante estos días, el movimiento juntista, fue apoyado con la circulación de
algunos opúsculos o pasquines de propaganda, entre los cuales podemos destacar:
1) El diálogo de los Porteros: Escrito de carácter polémico, en donde se
justifica la necesidad de tener un gobierno propio, separado del corrupto orden político
español. Fue redactado por José de Erazo, agustino. En parte de su texto indica:
“Sienten que por este motivo se haya aclarado que nosotros somos vasallos del rey de
España pero no de la España sin su rey...juramos a Fernando y no a José ni a otro que
ocupe violentamente el solio”.
2) La proclama de Quirino Lemáchez: Este escrito, en donde se
denuncian los abusos cometidos por los españoles y se llama a la proclamación de la
Junta, fue escrito por Fray Camilo Henríquez, cuyo acróstico es Quirino Lemáchez.
Circuló en Santiago en enero del año 1810. En ella sostendrá Fray Camilo: “A la
participación de esta suerte os llama, ¡oh pueblo de Chile!, el inevitable curso de los
sucesos. El antiguo régimen se precipitó en la nada de que había salido, por los
crímenes y los infortunios. Una superioridad en las artes del dañar y los atentados,
impusieron el yugo a estas provincias, y una superioridad de fuerza y de luces las ha
librado de la opresión. Consiguió al cabo el ministerio de España llegar al término
por que anhelaba tantos siglos: la disolución de la monarquía. Los aristócratas que
sin consultar la causa del desastrado monarca, lo vendieron vergonzosamente, y
destituidos de toda autoridad legítima, cargados de la execración pública, se
nombraron sucesores en la soberanía que habían usurpado; las reliquias miserables de
un pueblo, vasallo y esclavo como nosotros, a quienes o su situación local o la
política del vencedor no ha envuelto aún en el trastorno universal; este resto
débil situado a más de tres mil leguas de nuestro suelo, ha mostrado el audaz
e impotente deseo de ser nuestro monarca, de continuar ejerciendo la tiranía y
heredar el poder que la imprudencia, la incapacidad y los desórdenes arrancaron de
la débil mano de la casa de Borbón.”
3) El Catecismo Político Cristiano: Sin duda el más importante de todos estos
opúsculos, firmado con el seudónimo de José Amor de la Patria. Pese a la tremenda
importancia del documento que comentamos, conocemos relativamente pocos datos
acerca de su autoría.
En efecto, el texto ha sido atribuido sucesivamente a:
a) Juan Martínez de Rozas, hoy descartado como redactor debido a las escasas
pruebas y diferencias de redacción con sus escritos probados.
b) Antonio José de Irisarri, a quien se le supone cercano a las ideas que
contiene el catecismo, pero sin mayores pruebas.
c) Jaime Zudañez, jurista altoperuano, que llegó a Chile recién un año después
de difundido el documento.
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el ménos espuesto a los horrores de despotismo, y de la arbitrariedad; es el mas suave, el mas moderado,
el mas libre, y es, por consiguiente, el mejor para hacer felices a los vivientes racionales.
P.-¿Cuáles son los inconvenientes del govierno Monárquico o de un Rey, pues deven de ser mui
considerables, supuesto que lo ha reprobado el mismo Dios?
R.-El govierno Monárquico, si es electivo, tiene el peculiar inconveniente de que espone y sujeta al estado
a grandes y violentas conbulsiones en la eleccion del rey, en que se trata de un grande interes duradero
por vida.
Si es hereditario, como en España y en las demas monarquías de Europa, los inconvenientes son mucho
mayores. El Príncipe heredero puede ser un tonto, un incapaz, un tirano, como ha sucedido tantas veces,
y los Pueblos tienen que sufrir sus atrocidades a costa de la ruina del estado y de sus fortunas y vidas.
En las Monarquias el Rey es el todo, y los demas hombres son nada: son sus Esclavos, como dijo Dios
mismo en el v.° 17 del lib. y cap. citados de la Sabiduría: El Rey se hace llamar el amo, y exije que se le
hable de rodillas, como si los hombres fueran animales envilecidos de otra especie. El Rey impone y exije
contribuciones a su arvitrio, con que arruina a los Pueblos, y disipa el tesoro público en vanas
obstentaciones, y en los favoritos. Los reyes miran mas por los intereses de sus familias que por los de la
nasion, y por ellas emprenden guerras ruinosas en que hazen degollar millares de los infelices mortales;
los Reyes tienen en sus manos el poder, la fuerza militar y los tesoros de los Pueblos, y con ellos se hacen
despotas inhumanos.
Los Reyes miran y tratan a los demas hombres, sus iguales, como una propiedad que les pertenece: dicen
que su autoridad la tienen de Dios, y no de ellos, y que a nadie sino a Dios deben responder de su
conducta. Pretenden que aunque sean unos tiranos, deven los hombres dejarse degollar como corderos, y
sin derecho para reclamar ni para oponerse. Los Reyes forman las leyes, y con ellas autorizan estas
estrabagancias y otras muchas semejantes en ruina y oprobio de los oprimidos mortales.
P.-¿Y cuáles son las ventajas del govierno Republicano?
R.-En las Republicas el Pueblo es el soberano: el Pueblo es el Rey, y todo lo que hace, lo hace en su
beneficio, utilidad, y conveniencia: sus Delegados, sus Diputados o Representantes mandan a su nombre,
le responden de su conducta, y tienen la autoridad por cierto tiempo. Si no cumplen bien con sus deveres,
el Pueblo los depone y nombra en su lugar otros que correspondan mejor a su confianza.
P.-¿Y no hai en las monarquías algun arvitrio para contener a los Reyes en los límites de su prerrogativa, y
que no abusen de la constitucion? Este es el empleo que tenian en Esparta los Ephoros; en Aragon el gran
Juez o Justicia, y el privilegio de la union, o de confederarse contra el soberano; en Creta la insurreccion;
en Inglaterra los Parlamentos, y en España las Cortes.
R.-Los reyes confieren todos los empleos, y dispensan las gracias: disponen del tesoro público a su
arvitrio, y tienen a su disposicion los exercitos y la fuerza. Con tan irresistibles medios pueden burlarse y
se han burlado siempre de todos los obstáculos que los Pueblos oprimidos han querido oponer a su
despotismo. Cleomenes hizo matar a los Ephoros en Esparta, y se hizo déspota. Pedro 4° abolió el
privilejio de la union en Aragon con la fuerza de sus armas, y sus sucesores estinguieron el oficio de
Justicia. Los reyes de Creta aniquilaron el derecho de la insurreccion. En Inglaterra Enrique 8°, se sirvió de
los mismos parlamentos abatidos y degradados, como de instrumentos de su tiranía, y Cromwell los
atropelló. En España los Reyes destruyeron las Cortes, aniquilaron la antigua constitucion, y establecieron
el despotismo en las las ruinas de la libertad.”
Es muy importante destacar que en esta etapa inicial ningún hombre público
habla de Independencia o siquiera de Autonomía respecto del Rey. Realistas y
Juntistas competían entre sí para protestar su mayor lealtad al monarca cautivo. En
privado solo muy pocos juntistas se atrevían a hablar en susurros de la
emancipación.
Ambos bandos trataban de influir en el Conde. Finalmente el Conde es
convencido de convocar al Cabildo Abierto para acordar cuál era la forma de gobierno
que más convenía al Reino de Chile.
El Cabildo se reúne el día 18 de Septiembre de 1810 en el salón del
Tribunal del Consulado. Los juntitas dispusieron tropas rodeando el edificio con el
objeto de impedir el acceso de los que no estuvieran invitados. Así, al Cabildo asisten
437 vecinos, de los cuales sólo 14 son realistas. Ante el Cabildo el Conde declara “Aquí
está el bastón, disponed de él”, entregando el poder, en seguida tomó la palabra el
secretario del Gobernador, don José Gregorio Argomedo, quien expuso las
razones de la convocatoria y los méritos del gobernador al desprenderse de todo
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LA PATRIA VIEJA.
2.- Crea un ejército de milicia, que eran personas civiles que cumplían funciones
militares por las cuales recibían una modesta asignación.
Uno de los primeros choques entre los miembros de la Junta se suscitó a raíz de
estas medidas de organización militar. Mientras un grupo dirigido por Martínez de
Rozas y Juan Enrique Rosales procuraba crear el ejército nacional para enfrentar un
eventual golpe militar de la reacción española, el otro representada por Mateo de Toro y
Zambrano, Conde de la Conquista, Ignacio de la Carrera y los españoles Márquez de la
Plata y el coronel Reina, se oponía a esa iniciativa.
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Sin embargo, la necesidad del ejército nacional se hizo patente a raíz del motín del
19 de abril de 1811, dirigido por el coronel Tomás Figueroa y alentado por la Real
Audiencia.
Las tendencias de la burguesía criolla volvieron a chocar al discutirse el alcance de
las penas que merecían los participantes en el frustrado golpe militar español. Martínez
de Rozas logró imponer su criterio en la Junta, a pesar de la fuerte oposición del sector
más moderado o realista que se negaba a tomar medidas drásticas contra los
sediciosos.
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5.- Convoca al Primer Congreso Nacional, que tuvo por objeto elegir diputados que
representaran a todo el país ante el cual depondría el mando la Junta de Gobierno.
Uno de sus impulsores de este Congreso Nacional fue Bernardo O’Higgins y quien
logró concretarlo fue nuevamente Juan Martínez de Rozas. Se convocó el 15 de
Diciembre de 1810.
La idea era efectuar las elecciones en abril de 1811 para que en Mayo asumiera
sus labores. Se buscó una representación proporcional a la población y se fijó el
número de 36 Diputados. Santiago elegía 6, lo que el Cabildo de Santiago estimó
insuficiente aumentando el número a 12, por lo tanto, se elegirían 42 diputados.
Se debió determinar quién votaría y en qué condiciones lo haría. Se determinó que
voto sería censitario, para elegir al congreso podían sufragar todos aquellos varones
que tuviesen un determinado empleo, renta o capital, y que fuesen mayores de 25
años.
También se autorizó que votaran eclesiásticos y militares y se prohibió el voto a los
extranjeros, los fallidos (personas que caían en quiebra), los procesados por delito y
condenados por delito y los deudores de la Real Hacienda.
Estaba programada la elección de diputados para el 1° de Abril de 1811, pero
ocurrió que los realistas que no habían sido convocados al cabildo; y que por lo tanto
no formaban parte de la Primera Junta Nacional intentaron un golpe de estado.
Este es el denominado Motín de Figueroa, en el que el Coronel Español Tomás de
Figueroa se amotinó e intentó disolver la Junta y ante su fracaso se refugió en la Iglesia
de Santo Domingo, pero la fuerza pública por orden de Don Martínez de Rozas lo sacó
del templo y fue condenado a muerte horas después. Esto generó un gran rechazo de
los vecinos de Santiago hacia Rozas y los exaltados, corriente a la que pertenecía,
porque se consideró que el fusilamiento fue una medida excesiva, y por eso en las
elecciones del Congreso trabajó ampliamente el sector de los moderados. La elección
en Santiago se llevó a cabo el 6 de mayo de 1811.
Quedó clara la participación de miembros de la Real Audiencia en el motín,
situación que fue aprovechada para disolver este organismo y crear una Corte de
Apelaciones que comenzó a funcionar en Junio de 1811.
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C) Vigencia
Además del carácter provisorio del texto, los hechos posteriores, esto es, las
discrepancias entre los bandos o tendencias existentes, las rivalidades entre las
provincias de Santiago y Concepción y los sucesivos golpes militares de José Miguel
Carrera, de 4 de septiembre, 15 de noviembre y 2 de diciembre de 1811, determinaron
que éste disolviera, en esta última oportunidad, el Congreso, poniéndose término a la
división de poderes entre el Legislativo y Ejecutivo, y dejando de regir el Primer
Reglamento Constitucional.
Nótese que no hay mención al poder judicial, aunque debe recordarse que se había
suprimido el máximo tribunal de la Colonia (la Real Audiencia) y desde Junio de 1811
funcionaba una Corte de Apelaciones.
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La enumeración de estas medidas, dilatadas durante dos años por los gobiernos
anteriores, bastaría para mostrar en forma objetiva que José Miguel Carrera fue
indiscutiblemente el dirigente criollo más importante de la lucha por la independencia
política. Fue además quien incorporó sectores populares al proceso independentista,
acelerando así la lucha rupturista con el imperio español, paralizada por los elementos
vacilantes de la burguesía criolla.
José Miguel Carrera, descendiente de una familia burguesa de activa participación
política en los sucesos de 1810, a los pocos días de su regreso de España, donde
había trabado relaciones con otros jóvenes latinoamericanos influidos por el
pensamiento liberal europeo, se dio cuenta que la revolución estaba estancada en
Chile. En 1811, escribía a su padre: "Las obras cuando se empiezan, es menester
concluirlas [...] Ha llegado la hora de la independencia americana; nadie puede evitarla.
La España está perdida".
El poder de atracción personal de José Miguel, su aureola de combatiente ejemplar
en el ejército, su inteligencia, simpatía y generosidad y, fundamentalmente, su
decisión de luchar por la independencia, crearon rápidamente un círculo de
influencia entre las milicias criollas y los jóvenes burgueses y pequeño burgueses,
descontentos con el curso moderado de los primeros gobiernos criollos. A los
veintiséis años, José Miguel era el líder del ala más rupturista de la burguesía criolla,
un joven que se mofaba del espíritu ramplón y pacato de la “aristocracia” criolla. Su
desprecio por la mezquina e interesada actitud de ciertos líderes de 1810, se
trasluce en los retratos de personajes estampados en su diario: "Rozas era un patriota;
pero el interés personal era su primer cuidado”. Del jefe de la familia de los
"ochocientos" se formó la siguiente impresión, luego de un intercambio de ideas sobre
la acción del futuro gobierno surgido el 4 de septiembre de 1811: “Le vi tender la vista
sobre la Casa de Moneda, administración de tabacos, aduanas y otros empleítos de
esta naturaleza".
Expresaba su decisión de desplazar los Larraínes de una manera tajante: “ era
pues preciso elegir entre nuestra muerte y la esclavitud de Chile o el abatimiento de
la familia de Larraínes y sus adictos”. Para uno de sus biógrafos, José Miguel Carrera
fue “ese joven aristocrático, que dejando a un lado blasones, riquezas y honores, se
lanzó en medio de las masas populares para imbuir en ellas las ideas republicanas”.
Su hermana Javiera, que a la sazón contaba con treinta años, fue una
infatigable, consecuente y voluntariosa compañera de los ideales libertarios de sus
hermanos, en los días de triunfo como en los de derrota. En los momentos en
que la burguesía criolla se aferraba a la fórmula de gobernar en nombre de
Fernando VII, Javiera Carrera simbolizó su repudio a la corona española con ocasión
de un baile de gala realizando el 18 de septiembre de 1812 en el palacio de Toesca:
“Doña Javiera Carrera llevaba en la cabeza una guirnalda de perlas y diamantes de la
cual pendía una corona, aquél en el sombrero y éste en la gorra y sobre ella una
espada en ademán de partirla y un fusil en aptitud de darle fuego”.
La tonada “La Panchita”, cantada por el pueblo en las “chinganas”, era una de las
expresiones más claras de la simpatía que gozaba Javiera Carrera. Su hermano
Luis había logrado también conquistar popularidad en los arrabales de Santiago.
Desde enero de 1812, el gobierno alentaba al pueblo a reunirse en los Tajamares,
hecho comentado por el cronista español Melchor Martínez del siguiente modo: “Con
este depravado arbitrio tomó tal exaltación el entusiasmo de la plebe y toda la juventud
en general que no se veía ni oía otro clamor que viva la Patria y vivan los Carrera a
quienes todos ofrecían gustosos a sostener y defender traídos de la licenciosa
libertad”.
Los hermanos Carrera fueron los primeros caudillos que buscaron en ese período
el apoyo de los sectores populares para acelerar el proceso revolucionario por la
independencia. Uno de los mejores investigadores de este período histórico, Julio
Alemparte, sostiene que “los golpes de Carrera fueron apoyados no por minúsculos
grupos adictos a la aristocracia, como ocurriera hasta entonces, sino por elementos
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más numerosos y populares. Un autor satírico, en un pasquín que apareció por esos
días, en forma de bando, expresaba: “El Congreso os convoca, pueblo chileno, a sus
representantes, los escribanos, procuradores, receptores, papelistas, escribientes de
oficinas, mozos vagabundos, ociosos, viejos descalzos, pobretones, ambiciosos, para
hoy a las nueve de la mañana. El Cabildo os califica de buenos patriotas, y fía de
vuestra decisión su suerte futura. Hombres de bien, condes, marqueses, familias,
bienes y obligaciones, estad metidos en vuestras casas para impedir el vejamen
de ser el ludibrio y expulsos de las puertas del Cabildo.” Estas y otras burlas –sigue
Alemparte- en las cuales se refleja la irritación que en los patricios causaba el contacto
de los Carrera con el pueblo, son uno de los tantos testimonios del franco espíritu
revolucionario del bando carrerino. Ya en la nota que enviaran a la derrocada Junta, el
15 de noviembre, decían claramente los Carrera que una de las causas de la
inestabilidad política derivaba de que “el pueblo nunca ha sido oído, ni ha podido
hablar libremente, pues las más de las veces se han provocado sus sufragios
por convites a ciertas personas (...) por lo cual declarábase que, en esta oportunidad
podían concurrir a la plaza mayor todos los vecinos sin excepción”.
Comentando este llamado, escribe Barros Arana: "La asamblea que pedía Carrera
importaba una peligrosa innovación, por cuanto se pretendía dar parte en los negocios
públicos a las turbas populares siempre fáciles de ser manejadas por caudillos
audaces y ambiciosos”. A pesar de su escasa simpatía por Carrera, el historiador
Barros Arana se vio obligado a reconocer que Carrera “consiguió popularizar el
movimiento revolucionario, dando al elemento democrático intervención en las
manifestaciones de la opinión y del patriotismo, en que hasta entonces sólo habían
tomado parte las clases acomodadas”.
El carácter popular del movimiento carrerino fue inclusive reconocido más tarde por
un gobierno contrario a José Miguel Carrera, como el de Pueyrredón, quien en
un documento de 1816 dirigido a San Martín expresaba: “Siendo notoria la división
en que se hallaba Chile por dos partidos poderosos, antes de la entrada de las tropas
del rey, presididos a saber, el uno por la familia de los Carrera, y el otro por la casa de
los Larraínes (...) el general (San Martín) tendrá presente que el primero de los dichos
partidos contaba con el afecto de la plebe, y que sus procedimientos, aunque nada
honestos ni juiciosos, investían un carácter más firme contra los españoles; y que al
segundo, pertenecían la nobleza, vecinos de caudal y gran parte del clero secular y
regular, siempre tímidos en sus empresas políticas”.
Los principales dirigentes de este bando, además de los Carrera, eran Camilo
Henríquez, Baltazar Ureta, Julián Uribe y Manuel Rodríguez, que se había incorporado
a la lucha activa en noviembre de 1811. El primero cumplió un destacado papel en
la difusión de las ideas libertarias y republicanas, mediante la fundación del primer
periódico nacional: La Aurora de Chile. Allí se vertían, todos los jueves, opiniones del
siguiente tenor: “Es absurdo creer que exista en algún punto de la tierra la libertad civil
sin la libertad nacional [...] Las revoluciones son en el orden moral lo que son
en el orden de la naturaleza los terremotos y las tempestades. Los meteoros
son terribles; pero hasta ahora nos han sido saludables (...) Comencemos
declarando nuestra independencia. Ella sola puede borrar el título de rebeldes que nos
da la tiranía (...) Ya es tiempo de que cada una de las provincias revolucionarias de
América establezca de una vez lo que ha de ser para siempre: que se declare
independiente y libre y que proclame la justa posesión de sus eternos derechos”.
En el seno del movimiento carrerino se fue gestando una corriente más exaltada,
plebeya y jacobina, que no se conformaba solamente con acelerar la lucha por
la independencia política sino que comenzó a plantear por primera vez en Chile la
“cuestión social”. El líder de esta tendencia, cuyo contenido programático rebasaba
los límites burgueses de los Carrera, ya que aspiraba a combinar la
independencia política con la revolución social, fue el franciscano Antonio
Orihuela, hijo de Francisco Borja y sobrino carnal de Manuel de Salas. De Santiago,
donde había tomado los hábitos en 1797, se trasladó a Concepción en 1808. Allí apoyó
el golpe carrerino del 4 de septiembre de 1811 y fue uno de los líderes del movimiento
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A pesar de tener que concentrar los esfuerzos en la defensa militar para hacer
frente a una eventual invasión española, el gobierno de Carrera se preocupó de la
Educación, de la Salud pública y del fomento de la minería, a la marina mercante
nacional y a la industria criolla. Propuso medidas para alentar la producción de salitre y
un proyecto para crear un banco de rescate de pastas y de plata en Huasco, con un
capital de veinticinco mil pesos.
El 14 de enero de 1813 quedó fundada la “Sociedad de Amigos del país” con el fin
de fomentar la agricultura, la ganadería, la industria y la artesanía. Estaba dirigida por
Juan Egaña, Antonio José de Irisarri, Manuel de Salas, Domingo Eyzaguirre y
Joaquín Gandarillas. El gobierno, consciente de la importancia económica de la
minería, decretó el 19 de mayo de 1813 que los trabajadores mineros, operarios,
pirquineros, cateadores, etc., quedaran "exentos de todo alistamiento y servicio de
armas, conforme a lo prevenido en las ordenanzas de minería y militar, y a la actualidad
y conveniencia que en las actuales circunstancias resulta al Estado del fomento y
labores de las minas, ningún jefe militar molestará a estos individuos".
En marzo de 1813, el decreto de libertad de comercio de 1811 fue reglamentado
bajo el nombre de "Apertura y Fomento del Comercio y la Navegación", en el que se
establecieron medidas proteccionistas a la industria y a la marina mercante nacional,
gravando con un 30% las mercaderías extranjeras y concediendo a los barcos chilenos
la exclusividad del comercio de cabotaje.
Una de las principales medidas de salubridad pública, promovida por el gobierno,
fue la Junta de Vacuna, institución que en 1812 llegó a vacunar 2.729 personas contra
la viruela.
La educación fue motivo de especial preocupación del gobierno de Carrera. En
enero de 1813, se levantó el primer censo escolar de la República que "registró
en la capital únicamente siete escuelas, con seiscientos sesenta y cuatro alumnos,
en una población de cincuenta mil habitantes". Ese mismo año, se fundó el Instituto
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Nacional con el fin de promover el estudio de “las ciencias, artes y oficios, instrucción
militar (...) Desde la instrucción de las primeras letras se hallarán allí clases
para todas las ciencias y facultades útiles a la razón y las artes; se hallarán talleres
de todos los oficios, cuya industria sea ventajosa a la República” –señalaba el título XI,
sección I, del Instituto.
Durante el gobierno de Carrera se fomentó la instrucción de la mujer, como
se desprende del decreto de agosto de 1812: "La indiferencia con que miró el antiguo
gobierno la educación del bello sexo, es el comprobante menos equívoco de la
degradación con que era considerado el americano. Parecerá una paradoja que la
capital de Chile poblada de más de cincuenta mil habitantes (con su distrito rural) no
haya aún conocido una escuela de mujeres”. Según este decreto, cada
monasterio de monjas debía tener la obligación de suministrar una sala para la
escuela de primeras letras de niñas pobres. Los conventos de monjas se
resistieron a cumplir la orden del gobierno.
Con la finalidad de forjar una conciencia republicana en la juventud, el
gobierno de Carrera difundió en las escuelas un catecismo político. El tipógrafo
norteamericano Samuel Johnston comentaba en sus cartas sobre Chile que el
catecismo político era una medida “bien calculada para propagar la forma
republicana de gobierno”, y que demostraba en su autor un profundo conocimiento de
la naturaleza humana.
El catecismo político comenzaba de este modo: “¿De qué nación es usted? Soy
americano. ¿Cuáles son sus deberes como tal? Amar a Dios y a mi patria,
consagrar mi vida a su servicio, obedecer las órdenes del gobierno y combatir
por la defensa y sostén de los principios republicanos. ¿Cuáles son las
máximas republicanas? Ciertos sabios dogmas encaminados a hacer la felicidad de los
hombres, establecen que todos hemos nacido iguales y que por ley natural
poseemos ciertos derechos, de los cuales no podemos ser legítimamente
privados”.
Se consigna enseguida una larga enumeración de privilegios de que se goza bajo
el imperio de la forma republicana de gobierno, en contraste con lo que el
pueblo padecía bajo el antiguo régimen colonial de España. Una vez por semana se
celebra un certamen escolar público, en el que se ejercita a los niños en el referido
catecismo y se otorgan premios a los que se manifiestan saberlo mejor. Se señalan
también dos de los muchachos más despiertos para que declamen discursos
redactados en forma de diálogo entre un español europeo y un americano, en los
cuales aquél sostiene el derecho de conquista como suficiente título del rey a su
poder absoluto. El que lleva la representación de América, va armado de fuertes
argumentos para sostener su causa basado en los derechos del hombre y
concluye por derrotar a su contradictor, que acaba por convertirse al nuevo
régimen. Toda esta argumentación aparece redactada en términos claros y
sencillos, calculados para que los entiendan aún los de pocos alcances, estando
enderezada sólo para instrucción de los que no saben leer o no tienen medios para
adquirir libros". Hemos citado "in extenso" esta referencia de un testigo de la época,
poco mencionada por los historiadores, porque constituye una de las mejores
expresiones del ideario republicano de José Miguel Carrera y de su preocupación
porque la campaña de educación política llegara en los términos más sencillos a los
sectores populares del naciente Estado.
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TEXTOS CONSTITUCIONALES
En este período se dictaron dos reglamentos constitucionales. El REGLAMENTO
CONSTITUCIONAL PROVISORIO de 26 de octubre de 1812 y REGLAMENTO PARA
EL GOBIERNO PROVISORIO de 17 de marzo de 1814
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4. Aprobación
Habiéndose presentado al Gobierno el 12 de octubre, el Reglamento fue aprobado
con fecha 26 de octubre de 1812. El 27 de octubre, y por tres días, se abrió un registro
público en la Sala del Consulado, con el texto del Reglamento para su ratificación.
Trescientas quince personas lo hicieron mediante suscripciones, todas afirmativas.
En las provincias se procedió de acuerdo a la presentación que la junta formulara
con fecha 14 de noviembre de 1812 y que establecía la obligación de convocar a todas
las personas de cada provincia que por cualquier respecto "sean dignas de
consideración, para que, impuestas detenidamente en este asunto, en su espíritu y
objetos, expongan con plena libertad cuanto crean convenir a solidar la igualdad de las
otras, la unidad indivisible de los pueblos, la felicidad pública e individual;
recordándoles, al mismo tiempo, que es una facultad y una obligación de todo
ciudadano concurrir siempre al bien de la sociedad de que es miembro, y que así
pueden y deben dirigir sus advertencias en todos los ramos a esta junta, al Senado y
después al congreso de representantes, cuya reunión será uno de los primeros objetos
de las tareas de este nuevo magistrado, digno por cualquier aspecto de la general
confianza".
En Concepción y Coquimbo se citaron a cabildos abiertos para que, con la
concurrencia de los funcionarios, se jurara el Reglamento, formulándose reservas o
protestas y recogiéndose las listas de adhesión.
5. Vigencia
El brigadier José Miguel Carrera presidió las diferentes juntas Representativas de
la Soberanía hasta el 13 de abril de 1813, prosiguiendo al mando del Ejército hasta su
separación de éste, el 27 de noviembre de 1813.
La decisión de las autoridades españolas, y particularmente del Virrey del Perú
Fernando de Abascal, de sofocar por las armas el incipiente movimiento
independentista, determinó -al revés- que en su curso futuro éste se acrecentara.
El 26 de marzo de 1813 desembarcó en San Vicente, Talcahuano, provincia de
Concepción, la expedición al mando del Almirante Antonio Pareja, iniciando los hechos
militares que llevaron a la Reconquista Española. El coronel patriota Rafael de la Sotta
Manso de Velasco (1785-1818) combatió, sin éxito, a la señalada expedición.
Los hechos políticos y militares posteriores a tal invasión realista, llevaron a la
destitución de José Miguel Carrera y al nombramiento de Bernardo O'Higgins como
Comandante en jefe del Ejército. De allí se desarrollaría la enemistad entre ambos,
extendiéndose en sus seguidores incluso mucho más allá de sus vidas.
No cabe sí duda que, aunque breve, la actividad pública de Carrera fue decisiva en
cuanto definir con mayor claridad lo que ya comenzaba a ser el ideal independentista.
La abrogación del Reglamento fue declarada por la reunión de la Junta de
Corporaciones, el 6 de octubre de 1813.
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2. Elaboración y aprobación
El Reglamento fue discutido y examinado por la Junta de Corporaciones,
aprobándose por éstas, siendo luego promulgado por el Director Supremo el 17 de
marzo del mismo año.
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