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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

INDEPENDENCIA Y ENSAYOS DE ORGANIZACIÓN POLÍTICA.

Las causas de la Independencia Nacional

Si bien el programa de la asignatura comienza en los sucesos de 1810 y el


establecimiento de la Junta Gubernativa el 18 de Septiembre de ese mismo año, es
necesario retroceder un poco en el tiempo para comprender en su contexto los sucesos
que llevaron a la independencia de Chile del Imperio Español.
El esclarecimiento de las causas que determinaron esta independencia política y
formal de América latina y de Chile constituye uno de los problemas más debatidos de
la historia de nuestro continente.
Lo que podemos afirmar sin lugar a dudas es que se trata de un proceso común a
toda la América española y no puede entenderse la independencia de Chile y sus
causas sin relacionarla al contexto del continente americano.
La historiografía nacional ha indagado en este problema y diversos autores han
propuesto lo que entienden serían las causas de la independencia distinguiendo
causas ideológicas y causas reales. Señalan entre las primeras el despotismo de la
corona, la incultura en que España mantenía a las colonias, la influencia de la
ilustración, la revolución francesa, la mala administración de justicia e incluso el “odio”
de los criollos a España.
Entre las segundas mencionan la expulsión de los Jesuitas ocurrida en 1767, la
decadencia de la monarquía española, el monopolio comercial, la conspiración de los
tres Antonios, la antipatía entre criollos y peninsulares, la independencia de los Estados
Unidos de América, el fracaso de la política del conde de Aranda, el intento de invasión
de Buenos Aires por la Armada Inglesa, la invasión de Napoleón a España, etc.
No compartimos la nomenclatura, estimamos que entre las causas de la
independencia existen factores objetivos y factores subjetivos. Estos factores son
variados y se empiezan a gestar en distintas épocas, alcanzando muchos de ellos su
madurez hacia finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.

I.- Decadencia de la monarquía española. Las reformas Borbónicas.

Chile formaba parte del Imperio Español y por lo mismo lo que ocurriera con el
Imperio y la Monarquía tenía repercusiones en la Colonia.
El monopolio comercial que mantenía España y el deseo de ingleses y franceses
de comerciar con las colonias se habían expresado en el aumento del contrabando y
en una ofensiva política y militar de Inglaterra y Francia, obligó a la monarquía
española a otorgar una serie de concesiones a las potencias que la habían desplazado
del control de los mares y a introducir reformas en su política colonial.
Las concesiones de España a Inglaterra y Francia fueron el resultado inmediato
de sus sucesivos fracasos militares iniciados bajo el gobierno de Felipe II. La derrota
sufrida en la guerra de los Treinta Años (1618-1648), la sublevación de Portugal, la
independencia de Holanda y las pérdidas experimentadas en sus guerras contra
diversas potencias europeas, constituyen los principales acontecimientos de ese siglo
XVII que marca el desplazamiento definitivo del imperio español por las pujantes y
agresivas burguesías inglesa y francesa.
Las derrotas de España no hicieron más que traducir en el terreno militar la crisis
estructural que se venía manifestando en la península desde fines del siglo XVI. El
desarrollo de España había comenzado a estancarse, contribuyendo a ello la política
errónea practicada por los Habsburgos. Al no favorecer el desarrollo de la industria
manufacturera nacional con leyes proteccionistas, la monarquía española en su pre-
tendido papel de árbitro entre las clases aplastó a su propia burguesía comercial con
medidas punitivas, como la expulsión de los judíos y árabes y la represión a los
comuneros de Castilla y a las Hermandades de Valencia, y sobre todo con la aplicación
de una política económica metalista que condujo a utilizar los cargamentos de oro y
plata indianos en la compra de productos manufacturados europeos. La revolución de

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los precios producida por los metales preciosos provenientes de América, desencadenó
un proceso inflacionista que afectó seriamente a la industria artesanal española, ya
debilitada por los elevados y numerosos impuestos al capital decretados por la
monarquía. Los problemas insolutos de unidad nacional, la consolidación del latifundio
y la incapacidad de los reyes para impulsar un desarrollo industrial autónomo y un
sólido mercado interno, fueron las causas básicas que provocaron la declinación
española.
Por otra parte, los comerciantes extranjeros invadieron los mercados de la
península ibérica, acelerando la crisis de la industria española con productos más ba-
ratos y de mejor calidad. Los capitalistas de España dejaron de financiar nuevas
industrias y se transformaron en intermediarios de los productos extranjeros que les
proporcionaban momentáneamente mayores ganancias y menores riesgos. Los
banqueros y comerciantes alemanes e italianos, amparados por Carlos V y Felipe II, se
apoderaron de importantes sectores de la economía española.
La Casa de Contratación de Sevilla, que dirigía el monopolio comercial de las
Indias, fue paulatinamente controlada por comerciantes extranjeros. A fines del siglo
XVII, los franceses tenían fuertes intereses económicos en Cádiz. Gran parte de los
dividendos del monopolio comercial no quedaban en España sino que se los
adjudicaban los empresarios europeos que habían logrado una apreciable participación
en el abastecimiento de las colonias hispanoamericanas. Sancho de Moncada decía en
1610 que las nueve décimas partes del comercio con las Indias eran cubiertas por
mercaderías europeas. Otro español afirmaba en 1624 que las flotas para América iban
cargadas de productos extranjeros con rótulos españoles.
La supremacía de Inglaterra y Francia sobre España, ganada primero en el
terreno económico, fue consolidada más tarde en los campos de batalla. Los productos
manufacturados de esas potencias llegaron al principio a las colonias
hispanoamericanas por la vía legal de Sevilla y Cádiz, que los importaban y revendían
a las Indias, debido al retraso de la industria española, y después por la vía del
contrabando y de las concesiones que debió hacer España como consecuencia de sus
derrotas militares.
Las franquicias otorgadas por España a las potencias vencedoras minaron las
bases del monopolio comercial que había establecido la monarquía en las colonias de
América Latina.

Las reformas borbónicas. La influencia del liberalismo.


Las reformas introducidas en el siglo XVIII por los nuevos reyes de España,
descendientes de la casa real francesa de Borbón, constituyeron una tentativa limitada
para superar la crisis del Imperio. Los reyes Borbones -Felipe V (1700-1746), Fernando
VI (1746-1759) y especialmente, Carlos III (1759-1788)- inspirados en el modelo
francés y en la ideología liberal, se rodearon de ministros y economistas liberales,
como Alberoni, José Campillo y Cosío, el marqués de la Ensenada, el conde de
Floridablanca, Aranda, Jovellanos y Campomanes. Estos economistas, influenciados
por el liberalismo económico europeo, promovieron el desarrollo industrial, el comercio,
la marina mercante nacional, la enseñanza técnica, etc., con la esperanza de colocar a
España a la altura de los tiempos.
El "despotismo ilustrado", nombre dado por los historiadores a la concepción
política de la monarquía en el siglo XVIII, procuró en España resolver la crisis con
medidas reformistas, tendientes a impulsar el desarrollo productivo capitalista. Estas
reformas sin embargo, no significaron cambios de estructura en España ni en las co-
lonias. No hubo una reforma agraria que aumentando el poder adquisitivo de los
campesinos permitiera crear un sólido mercado interno. El latifundio siguió imperando
en España, como signo de atraso y de la incapacidad de llevar adelante la tarea de
liquidar los semifeudales, etc. Carlos III trató de introducir algunos cambios en la
agricultura, logrando disminuir el poderío de los ganaderos de la Meseta, pero fue
incapaz de liquidar el mayorazgo y la propiedad territorial concentrada en las manos de
la Iglesia y la nobleza.

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La nueva política económica procuraba fundamentalmente impulsar el desarrollo


de la industria española y contrarrestar el contrabando colonial, que había provocado a
España pérdidas más sensibles que los ataques de los corsarios y piratas. Estos dos
objetivos estaban íntimamente ligados, puesto que la manera más eficaz para combatir
la penetración inglesa y francesa en América era entregar a las colonias artículos
manufacturados españoles en calidad y cantidad suficiente como para abastecer la
demanda. En las colonias hispanoamericanas existía después de dos siglos de
colonización, un apreciable mercado para los productos industriales; se había incre-
mentado el poder de compra de la burguesía criolla, que los ingleses y franceses
canalizaron a través del contrabando. Los economistas liberales de los reyes borbones,
convencidos de que la recuperación de España estaba en el fomento industrial, tenían
pues a su disposición un mercado seguro en América. Como decía Campomanes, las
colonias eran el mercado natural de las manufacturas españolas.
Las reformas borbónicas se tradujeron principalmente en una nueva legislación
comercial para las colonias hispanoamericanas. El sistema del puerto único (Sevilla en
España-y Portobello en América) y el de las flotas y galeones, imperante hasta el siglo
XVII, fue reemplazado gradualmente por los "Navíos de Registro", denominados así
porque los comerciantes autorizados para el intercambio entre España y América
debían "registrar" su permiso y cargamento de mercaderías ante las autoridades
españolas. En 1740, se permitió que los navíos de registro dieran la vuelta por el Cabo
de Hornos, lo que facilitó el comercio directo de Chile con España, sin intervención del
Virreynato del Perú. En 1764 se estableció un servicio de correos marítimo entre
España y sus colonias americanas. En 1765, varios puertos españoles fueron
autorizados para comerciar directamente con Centroamérica. En 1774, se ampliaron
las franquicias para que las colonias pudieran comerciar entre sí.

Estas medidas culminaron en 1778 con la dictación del "Reglamento y aranceles


reales para el comercio libre de España en Indias". Se habilitaron 33 nuevos puer tos
para el comercio hispanoamericano, 13 en España y 20 en América, entre ellos
Valparaíso y Talcahuano. Estas medidas facilitaron la expansión del comercio español
que de un total de 171 millones de francos en 1753, aumentó en 1800 a 638 millones.
Si bien no puede hablarse en rigor de "libre comercio", ya que subsistía para las
colonias la prohibición de comerciar con países extranjeros, las reformas borbónicas
condujeron a un aflojamiento de los lazos monopólicos comerciales que España había
impuesto desde el siglo XVI.
La nueva política comercial que se materializó en las reformas borbónicas tenía
por objeto fundamentalmente favorecer la economía de la metrópoli para beneficiar
directamente a la industria española y para morigerar las pérdidas que ocasionaba el
contrabando de Inglaterra y Francia en América.
Las nuevas medidas de reorganización de la Administración Pública tendieron
asimismo a fortalecer a la monarquía española. La creación de la Casa de Moneda, en
Chile, del Consulado de Comercio, la reforma del régimen de Aduanas y la instauración
de un nuevo régimen impositivo, expresado en el reemplazo de los recaudadores
particulares por funcionarios públicos para la cobranza de impuestos, como la alcabala
y el almojarifazgo, constituyeron pasos importantes que tendían a un reforzamiento del
poder colonial. Estas intenciones de la monarquía española no iban a tardar en entrar
en contradicción con los intereses de la burguesía criolla.
Las nuevas disposiciones comerciales promovieron un aumento de la producción
y exportación de materias primas en las colonias hispanoamericanas. En el Virrey nato
del Río de la Plata, la exportación de cueros subió de 150.000 unidades en 1778 a
1.400.000 anuales a partir de 1783. En Venezuela, hubo una sensible alza de la
producción de cacao y tabaco. En Cuba, se inicia el auge azucarero. La economía
chilena experimenta un salto cualitativo en el siglo XVIII, a raíz del creciente aumento
de la producción de oro, plata, cobre, trigo y sebo.
Un informante de la época, José de Cos Iriberri, comentaba en su "Memoria" de
1797 las ventajas que Chile había obtenido con la implantación del nuevo reglamento
comercial: "Libre Chile por esta nueva disposición de la dependencia de los

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comerciantes del Perú, aunque no de los de Cádiz, extendió y sacó un partido más
ventajoso en el cambio de sus granos, sebos, cáñamos, cobres, curtidos, frutas
secas..." El desarrollo económico de la Colonia no surgió a raíz de las reformas
borbónicas, sino que era un proceso que venía en ascenso desde fines del siglo XVII.
Las medidas de los reyes borbones no hicieron más que acelerarlo.

Por otra parte, las reformas borbónicas provocaron serios trastornos a los
comerciantes y perjuicios irreparables a la industria artesanal de la colonia. Los merca-
dos hispanoamericanos se saturaron de mercaderías. Los comerciantes criollos no se
oponían al "libre comercio” sino al frecuente arribo de barcos cargados de
manufacturas que no podían ser absorbidas por el mercado. Por ejemplo, el
comerciante de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, señalaba que "era conveniente
mantener el Reglamento de 1778 en todas sus partes, pero disponiendo 'una libertad
regulada y metódica' que consistiría en que los navíos, en lugar de venir en cualquier
época, fueran despachados de tres en tres años". Otro comerciante de Chile, Domingo
Díaz de Salcedo y Muñoz, protestaba porque "se halla el reino tan abastecido de las
mercaderías de Europa que por no poder digerir su excesiva entrada se considera
mortalmente enfermo el cuerpo político y con extrema necesidad de adietarle una larga
convalecencia". Manuel de Salas en su "Representación sobre el estado de la
agricultura, industria y comercio de Chile", dirigida al Ministro Gardoqui en 1796, decía:
"En vano se franquean los puertos y abaratan los precios, si la península ni consume
más ni saca más productos. Ni hará otra cosa que cargar a este puerto de más
alimento que el que puede digerir; y en este sentido hace que Chile tenga más co -
mercio que el que necesita y puede sostener".
El sector de la economía más perjudicado por las reformas borbónicas fue la
industria artesanal. En 1789, Díaz de Salcedo afirmaba: "La provincia de Chillán y sus
inmediaciones nos daban bayetas de mejor consistencia y duración [ ... ] La misma
provincia no sólo nos daba los ponchos a todo el reino sino que se extraían en grandes
cantidades para las provincias de Buenos Aires de que se originaba un ramo
Productivo al país que hoy se ve destruido absolutamente en cuanto a la extracción.
Las fraguas de Coquimbo no sólo fabricaban las piezas de cobre útiles al reino
sino, además, era un ramo razonable de industria a favor de aquellos naturales y de
este comercio para su extracción. Los partidos de Putaendo, La Ligua y algunos
parajes de los situados al sur entretenían a las mujeres con los tejidos de pellones que
eran de uso general así en este reino como en las provincias ultramontanas, girándose
además con buenas porciones para Lima que los transportaba a los países
meridionales. Hoy todos estos ramos que componían la felicidad del reino en cuanto a
interés y otros de menor cuantía se ven extremadamente abatidos aunque por
diferentes causas, pero el mayor móvil es innegablemente la abundancia de los efectos
de Europa que han inundado a estas provincias con el lujo" El creciente ingreso de
mercaderías extranjeras produjo también la crisis de la industria de jarcias y
cordobanes, que habían sido rubros importantes de la artesanía criolla.

Estos documentos demuestran cuán equivocados están los autores que


sostienen que las reformas borbónicas favorecieron a la incipiente industria criolla. En
rigor, las franquicias comerciales decretadas por estas reformas tendieron
precisamente a lo contrario: inundar los mercados latinoamericanos de artículos
elaborados por la industria española, los que al entrar en competencia con los
modestos productos criollos provocaron el hundimiento de las pequeñas industrias
coloniales. La prohibición de adquirir artículos de procedencia inglesa o francesa no era
una medida proteccionista tendiente a favorecer a la industria artesanal criolla, como
han sostenido algunos escritores, sino que pretendía asegurar el mercado
hispanoamericano a la industria española.
La burguesía criolla, afectada por algunas disposiciones de la nueva política
comercial, hizo presente su protesta en varias oportunidades. Inclusive, los sectores
más favorecidos por las reformas borbónicas, como los terratenientes y mineros, que
aumentaron sus ganancias con una mayor venta de sus productos, comenzaron a

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exigir nuevas rebajas y exenciones a sus productos de exportación y a protestar por el


aumento de los impuestos de alcabala y almojarifazgo.
Si los reyes borbones tuvieron la intención de mediatizar con sus reformas las
protestas de los criollos para impedir un proceso revolucionario independentista, la
aplicación de sus medidas produjo un resultado opuesto. El relativo auge comercial del
siglo XVIII acrecentó las expectativas de la burguesía criolla. Las medidas de la mo-
narquía española en lugar de atenuar el descontento de las colonias, sirvieron de
acicate a las aspiraciones de los terratenientes, mineros y comerciantes criollos. Las
reformas introducidas por los reyes borbones demuestran que la Colonia estaba
perdida para España mucho antes de 1810.

II.- La intervención de Napoleón en España.

Un factor relevante en el desencadenamiento de la revolución independentista en


América y Chile lo constituye la invasión de Napoleón a España. Hacia comienzos del
Siglo XIX, Napoleón, autoproclamado emperador de los franceses, dominaba toda
Europa, con la excepción de Inglaterra. La táctica para doblegar a Inglaterra y
forzar su rendición consistió en decretar un bloqueo que le impidiera
importar alimentos, lo que unido a la escasa producción propia, debía terminar
con un derrota por el hambre. Este bloqueo fue acatado en toda Europa salvo en Portugal,
debido a que su economía dependía por completo del comercio con Inglaterra. Ante
esto Napoleón decide invadir Portugal y para ello solicita permiso para que un
cuerpo expedicionario, al mando del Mariscal Junot, invadiese Portugal pasando
por España. El primer ministro español, Manuel Godoy, Príncipe de la paz, da su
consentimiento para la invasión. Sin embargo, la expedición resulta un fracaso, pues la
corte portuguesa encabezada por el príncipe Regente Juan VI huye a Brasil y continúa
comerciando con Inglaterra, protegida por la flota inglesa. Con Juan VI vino la infanta
Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII.
Paralelamente e n E s p a ñ a el pueblo se ha rebelado en contra de Godoy y el
rey C a r l o s I V es forzado a destituirlo. Las protestas y tumultos continúan y la
presión popular exige al propio rey abdicar a favor de su hijo mayor, el príncipe de
Asturias, que asciende al trono mediante un verdadero Golpe de Estado,
gobernando como Fernando VII.
Napoleón se aprovecha de esta situación irregular y cita a ambos, padre e hijo, a
una entrevista en la frontera francesa, en la localidad de Bayona. Allí, en un
hecho que ha sido denominado como la comedia de Bayona, Napoleón
obliga a Fernando VII a devolver el trono a su padre, y a Carlos IV a cedérselo
al mismo Napoleón. Al día siguiente Napoleón cede la corona a su hermano mayor
José Bonaparte quien con el título de José I debía reinar en España. El pueblo le
bautizó con el mote de "Pepe Botella" y se aprestó a cerrarle el paso. Aun que las
huestes de Junot, Soult y demás mariscales de Napoleón arrasaron con gran parte de
la resistencia popular, al cabo fueron detenidas por las fuerzas combinadas
hispano-luso-inglesas, en diversas batallas, hasta la derrota definitiva de Bailén (1812).

Pero, en el entretanto, había que dar fundamento político a esa resistencia. Por
la ausencia del rey según interpretación hecha de las Siete Partidas, el poder regresa
al pueblo hasta que el monarca regresara al trono. Y por esta razón se
comienzan a crear juntas de gobierno mientras estuviese cautivo el rey Fernando
VII. Se comienza con una sola junta y más tarde se constituye el consejo de
regencia. El fundamento es, entonces, de origen medieval y radica en la Partida II,
título 15, ley 3°.
Todas las Juntas se reúnen en una Junta Central, la cual, desde Aranjuez,
asumió la dirección del país, en nombre del desposeído y cautivo Fernando VII, quien
gozaba de la dual situación de rey abdicante y rehén, en Francia, y en España de la de
rey deseado, dueño del corazón de su pueblo, a través de las Juntas peninsulares que
combatían por él, pese a su cobarde desistimiento y entrega.

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Como se sabe, la Junta de Aranjuez tuvo que ir retrocediendo a medida que


avanzaban los franceses, hasta refugiarse en la isla gaditana de León, desde donde
dirigió las postreras batallas por la nueva Reconquista española, esta vez no contra los
moriscos, sino contra los franceses.

La vida de las colonias se hizo muy difícil:


a) Algunos, principalmente funcionarios españoles, sostenían la tesis de que, en
cumplimiento de la voluntad del rey, había que seguirle obedeciendo, con las
autoridades vigentes, sin cambio alguno, aunque, por cierto, sin entenderse con los
apetitos dominadores de Francia.
b) los criollos, en su mayoría, defendían el mismo principio de fidelidad al rey
legítimo, pero con una variante: siendo, en ausencia suya, única autoridad hispánica la
Junta Central, trocada después en Consejo de Regencia, lo natural y conveniente era
obedecerla, constituyendo, a su imagen y semejanza, Juntas en todos los núcleos
centrales de América, de acuerdo con las instrucciones de los emisarios de la Junta
Central y aprovechando, ahí donde ello fuere posible, la autoridad del virrey vigen te, si
no se oponía por su voluntad o su desprestigio a los fines eminentemente bélicos y
renovadores de los juntistas;
c) como la infanta Carlota Joaquina, hermana del cautivo Fernando VII, princesa
española por tanto, aunque esposa del regente de Portugal Juan VI, se hallaba en
libertad y en suelo americano (en Brasil), no faltó un importante sector que sostenía la
legitimidad de sus derechos, con predominio sobre los de la Junta y los del abdicante
Fernando, de suerte que había que apoyarla, con lo que se beneficiaba enormemente
la corona portuguesa, ya que lograba juntar bajo su égida todo el imperio colonial
lusohispánico de América;
d) los menos fueron los partidarios de la intervención francesa.

Dado el sesgo de los acontecimientos, la actividad de los delegados de la Junta


Central y el afán fidelista y autonomista de los criollos, acabó predominando la segunda
de las corrientes apuntadas, la fidelista. Aunque como se verá muchos de los
partidarios de constituir juntas lo vieron sólo como un primer paso en el camino de la
independencia política.
De manera que la decadencia económica y también política del imperio español
que termina con la invasión napoleónica constituyen dos factores fundamentales en
estallido de la revolución independentista.
La historiografía tradicional cita además otros hechos como causa de la
revolución.

III.- La expulsión de los jesuitas como factor de la independencia.

La expulsión de los jesuitas es uno de los antecedentes más inmediatos y


significativos de la revolución americana. Por contradictorios modos, se entronca
íntimamente con ella. Veamos cómo.
El primer país que procedió a eliminarlos de su territorio fue Portugal, bajo la
inspiración del marqués de Pombal, en 1759. Como sabemos, este ministro llegó a
culparlos de intento de asesinato del rey, invocando, para justificar su denuncia, las
afirmaciones en pro del regicidio atribuidas al P. Mariana. Tres años después (1762),
bajo el reinado de Luis XV y por decisión de Choiseul, Francia siguió el ejemplo de
Portugal. Cinco años más tarde, los jesuitas se veían excluidos también de España y
sus colonias. No contento con ello, Carlos III y su ministro el conde de Aranda
gestionaron y obtuvieron, mediante amenazas y peticiones, que el Papa Clemente XIV,
por la Encíclica Domine ad Redemptor (1773), reviviendo viejos papeles, declarara
extinguida la Orden que había sido dos siglos antes, el más vigoroso y eficaz
instrumento de la Contrarreforma.
Perseguidos así, prohibidos de vivir en tres naciones latinas y en todo un
continente, los miembros de la Compañía se refugiaron en Italia y, cosa paradojal, a
veces en Inglaterra, país no católico.

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Dejando de lado las acusaciones de tipo político que sobre ellos se dieron, nos
interesan aquí los efectos de la expulsión sobre la etapa histórica que reseñamos.
Lo primero que se advierte es la solidaridad dentro de la Orden entre criollos y
españoles: ambos elementos eran jesuitas ante todo.
Primaba, sobre cualquier aspecto, su condición confesional. Cierto que el
número de sacerdotes y novicios criollos era cuantioso. De toda suerte, pocos
desertaron, y, antes bien, el destierro sirvió para aunar sentimientos, ajenos ya a los
intereses de la Corona.
La acusación de los monarcas de Portugal, Francia y España había sido de tipo
político. Los jesuitas, según sus enemigos, trataban de constituir un Estado dentro del
Estado. Sao Paulo, en Brasil; Canadá, en la América francesa; la colonia de
Sacramento y Misiones, en la española, eran otros tantos baluartes de un poder casi
independiente: el de la Compañía de Jesús. Hablar de un "imperio jesuítico" no era, por
tanto, excesiva fantasía.
Puestos ya en el exilio, los frailes y novicios de la Orden de Loyola duplicaron
con la nostalgia sus sentimientos de rebeldía y de protesta. Las ciudades italianas de
Bolonia y Padua, Florencia, Massacarrara y Bérgamo, cobijaron a la mayor parte de
ellos. Connotados jesuitas escribieron allí libros inolvidables sobre el reino natural
americano. Y desde ahí Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, el egregio jesuita arequipeño,
proyectó su célebre Lettre aux espagnols américains, (Carta a los españoles
americanos) aparecida en francés e inglés antes que en castellano, en 1799 en la que,
aparte de sus protestas contra la expulsión de sus cofrades, dice: "El Nuevo Mundo es
nuestra patria, y su historia es la nuestra". Además escribió: "En honor de la humanidad
y de nuestra nación, más vale pasar en silencio los horrores y violencias de ese otro
comercio exclusivo, conocido en el Perú bajo el nombre de Repartimiento"; a lo que
agregaría: “La conservación de los derechos naturales, y, sobre todo, de la libertad y la
seguridad de las personas y los bienes es, sin duda, la piedra fundamental de cualquier
sociedad humana”.

La expulsión de los jesuitas significó, además, un problema económico, el que


atribuyeron los partidarios de la Orden a la actitud del rey: nos referimos a las
temporalidades, o sea a los bienes incautados que inmediatamente pasaron a ser
propiedad del Estado, quien incrementó así sus riquezas.
Los institutos de enseñanza jesuíticos fueron, a su vez, refundidos, bajo la
dirección de elementos criollos adictos a las ideas enciclopedistas y favorecidos por el
"despotismo ilustrado".
Por su parte, en Chile, las escasas y esporádicas misiones que los jesuitas
habían enviado a la región araucana, fueron prácticamente suspendidas por propia
decisión de la Compañía en el último siglo de la Colonia. El fiscal José Perfecto Salas,
luego de una visita al sur, señalaba en 1751: "habiendo penetrado lo interior, i más
recóndito de las tierras de los indios por el camino que llaman de los llanos, expe-
rimenté que desde el año 23 no ha internado sujeto alguno con el destino de predicar ni
enseñanza ni bautismo.”
Después de haber experimentado el fracaso de sus misiones en la zona
araucana, los jesuitas se repliegan a las regiones del centro de Chile, donde comienzan
a desarrollar poderosas empresas económicas. Abandonan progresivamente el "ideal
misionero" por una actitud más "realista" que les permite en el siglo XVIII un rápido
acrecentamiento de bienes terrenales. Los jesuitas colaboran estrechamente con los
gobernadores, prestando su asesoría política y cultural, a cambio de lo cual piden a las
autoridades mayores concesiones económicas para sus actividades agrícolas,
financieras y comerciales.

Los primeros capitales acumulados por los jesuitas provinieron de diversas


actividades. Sus misiones en las fronteras eran subvencionadas por el rey. La
enseñanza que impartían en sus colegios era pagada en dinero o en especies. Los
diezmos proporcionaban una cantidad apreciable, a pesar de que los terratenientes
hacían lo posible por eludir el pago de este impuesto. Un historiador de la Compañía de

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Jesús, dice que "los diezmos del obispado de Santiago en 1752 produjeron veinticinco
mil sesenta y siete pesos, y los de Concepción once mil cuatrocientos diez y siete
pesos y seis reales y medio". El monto de los diezmos fue aumentando
progresivamente durante el siglo XVIII al compás del desarrollo económico de la
Colonia. Asimismo, las colectas, las reiteradas limosnas, las donaciones, el pago de los
servicios por casamientos y honras fúnebres, las herencias de algunos devotos que
testaban gran parte de sus bienes a la Iglesia, constituyeron fuentes inestimables de
capital que los jesuitas rápidamente invertían en nuevas empresas.
A mediados del siglo XVIII, los jesuitas eran ya dueños de 59 haciendas: 12 en el
distrito de Santiago, 2 en Melipilla, 6 en Quillota, 5 en Valparaíso, 1 en Aconcagua, 3 en
Colchagua, 2 en Talca, 2 en La Serena, 2 en Maule, 2 en Chillán, 11 en Concepción, 9
en Rere y 2 en Arauco. Algunas de estas haciendas abarcaban 8.700 cuadras, como
"La Compañía" en Rancagua; otras concentraban numerosas cabezas de ganado,
como la de Longaví, que tenía 8.475 vacunos, 4.580 ovejas, además de cabras,
caballos y mulas. En las haciendas se producían los mejores vinos, aguardientes,
frutas secas, carne salada o charqui y trigo para el comercio interno y de exportación.
El rendimiento de estas haciendas era superior al de los fundos de los terratenientes
criollos porque disponían de mejores instrumentos técnicos, numerosos canales de
riego y abundante mano de obra más estrechamente vigilada; en las haciendas de los
jesuitas había una mejor planificación del trabajo y una mayor concentración de
inquilinos y peones indios y mestizos, además de numerosos esclavos negros.
Los jesuitas eran dueños de curtiembres, de fábricas de tinajas, botijas, cántaros
y platos; de talleres de tejidos y muebles; de molinos y astilleros. También eran
propietarios de la fábrica de cal de La Calera que proveía este material para las
construcciones de Santiago, Valparaíso y otras ciudades. Tenían numerosas pro-
piedades urbanas, instalando negocios en algunas de ellas para la venta de sus
productos. Barros Arana sostiene que "los jesuitas, no queriendo estar sujetos a las
contingencias y dificultades de su venta a los especuladores del país, construyeron
bodegas en los puertos despachaban sus cargamentos al Perú a cargo de un padre
religioso de la misma orden, que hacía esas negociaciones en Lima. Tomaron éstas tal
desarrollo y tan desordenado carácter de mercantilismo, que el Virrey Amat se creyó en
el deber de dictar una medida violenta, ordenando por auto de 8 de abril de 1768 que
los procuradores de los jesuitas de Chile y de Quito se restituyesen a estos países por
la "agravante circunstancia que añaden los Padres procuradores en el sórdido ejercicio
del comercio o negociación que públicamente ejercen por las plazas, calles y
mercados, con asombro del secularismo, en los almacenes de sus propias casas,
visitando a todas horas, para las cobranzas, las tabernas, velerías, y las más impuras
oficinas, cuyo ejercicio es de la mayor indecencia".

Estas actividades comerciales de los jesuitas estaban exentas del pago de


alcabala, almojarifazgo y otros impuestos, "de donde resultaba que llevaban una
ventaja de 11,571 sobre el valor de los artículos, a todo productor o comerciante laico"
El comercio en zonas apartadas, como Chiloé, era también, controlado en gran parte
por los jesuitas. John Byron, marino inglés que recorrió Chile a mediados del siglo
XVIII, relata que la mayor parte de las mercaderías del buque español que había
llegado a Chiloé en ese momento "viene consignado a los jesuitas, que tienen más
indios empleados en su servicio que todos los demás habitantes juntos, monopolizando
por consiguiente todo el comercio".
El poderío económico alcanzado por los jesuitas en Hispanoamérica, su
monopolio cultural y su tendencia a inmiscuirse en las decisiones políticas,
determinaron su caída. Los reyes borbones, imbuidos de la ideología liberal
dieciochesca y del concepto político de la preeminencia del Estado sobre la Iglesia, no
estaban dispuestos a admitir la existencia de un poder, como el de los jesuitas, que
había invadido el campo económico y político, llegando en algunas regiones, como
Paraguay, a cuestionar el poder civil y a constituir un embrión de Estado dentro de otro
Estado.

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

Desde el comienzo de la Conquista, la monarquía española se había mostrado


celosa defensora de sus prerrogativas, estableciendo el derecho de Patronato, según el
cual los reyes estaban facultados para nombrar las autoridades eclesiásticas y otorgar
el permiso correspondiente para la creación de cualquier iglesia o monasterio. En el
siglo XVII, Solórzano Pereira reafirmó la concepción regalista, codificando las leyes que
establecían los límites de la actividad eclesiástica; la obra Política Indiana de
Solórzano, fue entonces incluida en el Index de los libros prohibidos. La preeminencia
del Estado sobre la Iglesia fue manifiestamente acentuada por las monarquías
absolutas de los Estados Modernos de Europa y, en particular, por el "despotismo
ilustrado" de los reyes de la Casa de Borbón que gobernaban España desde
comienzos del siglo XVIII. Los ministros liberales de Carlos III, interesados en reforzar
la autoridad real y preocupados de que ésta pudiera resentirse en el caso de que se
repitieran en otras colonias los arrestos autónomos de los jesuitas del Paraguay,
decretaron la expulsión de esta orden en 1767. El conde de Aranda, amigo de Voltaire,
aprovechó errores cometidos por los jesuitas para expulsarlos bajo el pretexto de que
propiciaban el regicidio y difundían doctrinas sediciosas. En Chile la expulsión fue
cumplida en una noche en 1767, bajo el gobierno de Antonio de Guill y Gonzaga.
(La Compañía sería restaurada por Pío VII el 7 de agosto de 1814 en
Roma, mediante la Bula “Sollicitudo Omnium Ecclesiarum”. El Rey de España,
Fernando VII, nieto de Carlos III les reinstaura el 27 de mayo de 1815. A Chile se
autoriza su regreso en 1838, pero éste demora hasta 1858 por controversias
acerca de las pretensiones de la Compañía de recuperar todos sus bienes
confiscados, cuestión rechazada por el gobierno nacional.)

La expulsión de los jesuitas en América no obedeció únicamente a razones


políticas de Estado, sino también y principalmente a fuertes presiones económicas de
los comerciantes monopolistas españoles y, en especial, de la burguesía criolla, cuyos
intereses agrícolas, mineros y comerciales, comenzaron a verse afectados a mediados
del siglo XVIII por la fuerte competencia de los jesuitas. Los terratenientes se veían
enfrentados a un poder económico que, con una mayor disponibilidad de capitales y
técnicos, había montado empresas de mayor rendimiento y en condiciones de producir
artículos más baratos y de mejor calidad. Los comerciantes se sentían afectados
porque los jesuitas, al quedar exentos de impuestos, como la alcabala y el
almojarifazgo, podían exportar sus productos a precios más bajos. La mayor
preocupación de la burguesía criolla provenía del hecho de que los jesuitas habían
comenzado a disputarle la mano de obra indígena y mestiza.
Detrás de la expulsión de los jesuitas no estaban tampoco ausentes los apetitos
de la burguesía criolla que vio en esta medida no sólo la eliminación del com petidor
económico más poderoso, sino también la posibilidad de posesionarse de las riquezas
que habían acumulado los jesuitas. En efecto, decretada la expulsión de esta orden y
puestas en remate sus haciendas, la burguesía criolla adquirió prestamente las
mejores propiedades.
Las consecuencias económicas que produjo la expulsión de los jesuitas son
innegables aunque transitorias y el retroceso experimentado por la agricultura y la
industria artesanal fue superado cuando la burguesía criolla pudo habilitar para la pro-
ducción las propiedades de los jesuitas adquiridas en los remates. Las estadísticas
demuestran un sensible aumento de la producción agropecuaria y minera en los
últimos cincuenta años de la Colonia, es decir, en el período en que ya hablan sido
expulsados los jesuitas.

Respecto de la repercusión política que produjo la expulsión de los jesuitas,


algunos sostienen que éstos alentaron el proceso de la Independencia. Los escasos
jesuitas que actuaron en 1810 no constituyen una prueba decisiva para sostener que la
Compañía de Jesús, como institución, haya participado en la lucha contra la monarquía
española.
Debe tomarse también en cuenta que el Rey Carlos III jamás tuvo la intención de
romper con la Iglesia, dado que la medida adoptada contra los jesuitas contaba con la

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anuencia no explícita del Papado. La Iglesia siguió ejerciendo su tradicional influencia


sobre la sociedad colonial y sostuvo una lucha enconada contra la Independencia.
La expulsión de los jesuitas no significó de ningún modo la liquidación de la
Iglesia en la Colonia. Continuaron subsistiendo y desarrollándose el resto de las
órdenes religiosas más sumisas al Papado y a la monarquía; fueron expulsados 352
jesuitas en total; permanecieron en Chile 232 franciscanos, 120 dominicos, 17 agus-
tinos, 160 mercedarios y 5 hospitalarios de San Juan de Dios. Estas órdenes
conservaron sus propiedades, iniciaron nuevos negocios y vieron incrementado el
monto de los diezmos. Según Encina, los diezmos del obispado de Santiago
"alcanzaron a $ 177.700 en 1808. Los del obispado de Concepción era,
aproximadamente, el tercio de los de la capital".
Tres siglos de dominación casi absoluta de la Iglesia sobre la sociedad, las
costumbres, la moral, la educación y, en gran medida, sobre la economía y la política
colonial, brindaron a la Iglesia una oportunidad excepcional para demostrar su
capacidad de construir un mundo acorde con los principios de "justicia social"
proclamados por ella. Sin embargo, esta institución, con tanto poder en sus manos
como para transformar la atrasada sociedad hispanoamericana, contribuyó en lo
esencial a perpetuar el dominio español y la condición colonial de los pueblos
latinoamericanos, constituyéndose en 1810 en uno de los principales baluartes de la
contrarrevolución.

IV.- La libertad de comercio, la política impositiva y otros factores económicos.

a) La lucha por la libertad de comercio, como hemos adelantado es uno de los factores
coadyuvantes de la independencia.
Las reformas borbónicas no significaron la abolición definitiva del monopolio
comercial. En 1799 fue derogado el permiso concedido a naves con bandera neutral
para que pudieran comerciar con las colonias hispanoamericanas. Carlos IV canceló a
principios del siglo XIX una serie de medidas reformistas. En 1810, el Consejo de
Regencia de Cádiz reafirmaba su oposición al libre comercio.
La burguesía criolla aspiraba a mayores conquistas que las obtenidas en el
Reglamento de 1778. Consciente de las ventajas adquiridas y de las perspectivas que
se le abrían para el futuro, la burguesía criolla no estaba dispuesta a conformarse con
un "libre comercio" a medias.
Del mismo modo que Manuel Belgrano en el Consulado de Buenos Aires
planteaba las aspiraciones de los criollos, en Chile Manuel de Salas, de la Cruz y Juan
Egaña, presentaron aunque tímidamente las reivindicaciones de la burguesía
productora. Las ideas de estos autores maduraron al socaire de la política liberal de los
ministros de Carlos III. Por eso, cuando Carlos IV cancela parte de las medidas
reformistas, la burguesía criolla protesta y, en lugar de arredrarse, aumenta su prédica
en favor de nuevas concesiones liberales. Las reformas borbónicas y su ulterior
mediatización constituyen indicadores de un proceso irreversible gestado en la colonia
desde mediados del siglo XVIII.
Con todo, no se puede pretender que la causa determinante de la Independencia
latinoamericana fuera la libertad de comercio.
Señalar el solo libre comercio como causa esencial sería incompleto, pues el
comercio no produce bienes sino que moviliza objetos. La necesidad del libre comercio
en Hispanoamérica se explica por la existencia de un grupo social, la burguesía criolla,
que producía bienes, minerales, tejidos, productos agropecuarios que exportaba y que
aspira a mayores exportaciones y a mejores precios. Sin la existencia activa de este
grupo que procura realizar sus propios intereses, la consigna de libre comercio no
habría sido causa suficiente de la Revolución de 1810.

b) La política impositiva.
Sin embargo, el libre comercio no era la única reivindicación de la burguesía
criolla. Una de las exigencias más sentidas por este grupo social era la rebaja de los

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impuestos y tributos establecidos por la monarquía española, especialmente a partir de


1776, fecha en que se aumentaron los derechos de aduana y alcabala (impuesto a la
compraventa).
Esta política impositiva de la corona desencadenó fuertes movimientos de
protesta en las colonias hispanoamericanas.
En Chile, por ejemplo, en 1776, el contador González Blanco quiso poner en
práctica las disposiciones sobre el cobro de alcabala. "Cuando se leyeron en las plazas
públicas los bandos que disponían aquellas medidas, los vecinos se alborotaron y la
más viva conmoción se apoderó del país". Después de varios meses de agitación, el
contador González, amenazado de muerte, fue destinado a Potosí. Al informar a las
autoridades reales sobre estos sucesos, el gobernador interino de Chile, Alvarez de
Acevedo, manifestaba: "Bien conozco, y creo firmemente que el movimiento y
oposición que manifestó el pueblo en la ocasión referida, encontró apoyo, o tal vez,
fomento en algunos particulares de la primera distinción, así porque lo dan a entender
las circunstancias que se notaron en la serie de trámites de dicho acaecimiento, como
porque habiendo sido por entonces común la voz de que las muchas providencias del
contador González se enderezaban a gravar extraordinariamente los frutos de las
haciendas; es muy regular que los dueños propietarios de ellas, en cuya clase se
comprenden los más principales vecinos de esta capital, y de todo el reino, y aún los
ministros que en aquella oportunidad componían la Real Audiencia a excepción de don
José Clemente Traslaviña y don Melchor de Santiago Concha, mirasen sin enojo y
algunos con complacencia las operaciones de la gente inferior que se dirigían a
defender sus haciendas de dicho imaginado gravamen".
Este párrafo demuestra que las autoridades españolas no eran ignorantes que
detrás de estas manifestaciones de protesta estaba la mano de la burguesía criolla,
denominada nobleza por este documento oficial de la época.

c) La burguesía criolla protestaba, asimismo, por la salida de circulante, oro y plata,


para España.
El traslado obligatorio de capitales a la metrópoli se hizo más frecuente en los
últimos años de la Colonia debido a la crisis de la corona española. Estos capitales
eran recaudados por vía de donativos y empréstitos. Entre 1793 y 1806, Chile envió al
Rey 127.988 pesos en concepto de donativos; por el mismo rubro salieron 67.385
pesos entre 1801 y 1809. En 1804, la corona dispuso que se liquidaran las obras pías
en Indias y que el capital se enviara a la península; la Real Cédula de 26 de diciembre
de 1804, promulgada por Carlos IV, ordenaba: "se procediese a la enajenación i venta
de los bienes raíces pertenecientes a las obras pías de cualquier clase que fuesen, que
se vendiesen o rescatasen los censos, i que esos capitales fuesen trasladados a
España".
Es evidente que tal medida lesionaba en forma directa los intereses de la
burguesía criolla y por ello el Cabildo se opuso a esta medida alarmado por la reiterada
salida de circulante. Una real cédula de 1805 impuso a la Capitanía General de Chile
un nuevo empréstito de 50.000 pesos que debió ser cubierto por el Consulado al
declararse insolventes los criollos. En los años de gobierno de García Carrasco se
registra una nueva salida de capitales: entre 1808 y 1809 se envió a España la
cantidad de 144.000 pesos en plata y 84.186 pesos en oro.

Una prueba de los motivos que indujeron a la burguesía criolla a liberarse de


España, la proporcionan las peticiones formuladas por los representantes americanos a
las Cortes convocadas por la Junta Central española en 1809. Allí, los delegados
chilenos, Fernández Leiva y Miguel Riesco, plantearon como programa de los criollos la
absoluta libertad de comercio, el fomento a la minería y la mitad de los puestos
públicos. Peticiones similares fueron planteadas por el "Catecismo Político-Cristiano”
como se verá más adelante.
Los motivos de las revoluciones se aprecian mejor por las medidas concretas
adoptadas por el grupo triunfante que por las declaraciones formales. Como se verá,
durante los primeros días de su gobierno, la Primera Junta de Gobierno derogó el

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impuesto del 11 1/2 por ciento a la plata, favoreciendo directamente a la burguesía


minera. El 21 de febrero de 1811, la Junta promulga una de las leyes más importantes
para el país. Esta ley, llamada de libre comercio, no sólo aborda problemas de tipo
comercial sino legisla sobre toda la producción. El nombre de libre comercio ha
inducido a muchos autores a estimar que esta ley favorecía exclusivamente a los
comerciantes. En realidad, respondía a las necesidades de los productores chilenos en
su conjunto. No sólo planteaba el libre comercio con todos los puertos extranjeros (art.
21), acordaba exenciones a la exportación de sebo, charqui, trigo y productos de la
minería, sino que también procuraba evitar el contrabando, proteger la industria casera
nacional prohibiendo la importación de artículos que compitieran con los productos del
país, como vinos, aguardientes, etc., y gravando las mercaderías extranjeras con un 50
% de aumento (art. 11). La ley trataba de fomentar la creación de una marina mercante
nacional, cobrando mayor porcentaje a las embarcaciones extranjeras que a las
chilenas. Con el fomento a la marina mercante nacional, la burguesía criolla cumplía
con una vieja aspiración de romper el monopolio naviero que habían establecido los
comerciantes peruanos. Asimismo, se resguardaban los intereses de los mineros al
prohibir a los comerciantes extranjeros extraer oro y plata en pasta, en piña labrada o
chafalonía. Las principales reivindicaciones anheladas por la burguesía criolla estaban
contempladas por esta ley al establecer una serie de exenciones tributarias a la
exportación de minerales, trigo, sebo y cueros.

V.- Sería un error considerar las demandas de tipo económico en forma aislada y
separada del resto de las aspiraciones de la burguesía criolla.

Lo que impulsa a la Revolución de 1810 es el conjunto de reivindicaciones que


presenta una burguesía dispuesta a tomar el poder, a autodeterminarse, a controlar no
sólo el poder económico sino también el poder político, el aparato del Estado, única
garantía para el cumplimiento de sus aspiraciones generales de clase. La burguesía
criolla se daba cuenta que el régimen colonial le imposibilitaba el acceso al poder
político que era la llave para abrir una nueva política económica en su exclusivo
beneficio. No basta señalar cuántos criollos hubo en los altos mandos del Ejército, la
Iglesia y los puestos públicos. Lo fundamental es que la burguesía criolla como tal no
estaba en el poder. La estructura del Estado colonial le cerraba definitivamente el paso
al poder.
Los sectores criollos que encabezaron la lucha por la independencia no lo
hicieron sólo para conseguir solamente reivindicaciones económicas transitorias, como
el libre comercio o la rebaja de impuestos, sino para cambiar el régimen político
colonial y conquistar el aparato del Estado para ponerlo al servicio de los intereses
concretos y específicos de su grupo y de los demás habitantes del país. Controlar las
instituciones estatales significaba para los criollos administrar el poder en su beneficio.
Desplazados los españoles, la distribución de las rentas de la Aduana y el Estanco
quedaba en sus manos.
No es por tanto casualidad que en el acta de la Primera Junta de Gobierno fuera
declarada la igualdad de posibilidades para asumir un cargo entre peninsulares y
criollos.

VI.- La independencia de Los Estados Unidos de Norteamérica como factor o


causa de la independencia.

La Independencia de los Estados Unidos en 1776 contribuyó a crear una


conciencia de cambio en la vanguardia política de los criollos latinoamericanos. La
revolución norteamericana demostró a la burguesía criolla la posibilidad de liberarse del
yugo colonial, que era posible aprovecharse de la lucha entre las grandes potencias
europeas y que era factible no sólo tomar el poder sino conservarlo. El ex jesuita
peruano Juan Pablo Vizcardo y Guzmán decía a fines del siglo XVIII: "el valor con que
las colonias inglesas de América han combatido por la libertad de que ahora gozan
gloriosamente, cubre de vergüenza nuestra indolencia".

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La rivalidad del Imperio Español con la Gran Bretaña había conducido a España
a proporcionar ayuda a la independencia norteamericana en contra de Inglaterra. La
corona española no iba a tardar en darse cuenta de este paso en falso. En 1779, los
diarios ingleses anunciaban a Carlos III que las colonias latinoamericanas seguirían el
ejemplo norteamericano.

VII.- Influencia del Liberalismo Político.

Hemos analizado en parte el rol del liberalismo económico en las medidas que la
Casa de Borbón adoptó para superar la etapa que denominamos de decadencia de la
monarquía.
En América, el liberalismo ejerció también influencia en la burguesía criolla. Esta
utilizó a su manera y a la medida de sus intereses las ideas liberales el siglo XVIII. Los
historiadores latinoamericanos del siglo diecinueve han exagerado la influencia de los
enciclopedistas, de Rosseau, Voltaire y los teóricos de la Revolución Francesa. Como
contrapartida, la mayoría de los historiadores hispanófilos del presente siglo han
negado dicha influencia, apoyándose en el desconocimiento de las obras liberales
europeas que habrían tenido la mayor parte de los criollos que impulsaron la
Independencia.
Las ideas liberales adoptadas por la burguesía criolla provenían no sólo del
iluminismo francés sino también del liberalismo español. Las medidas reformistas de
los Borbones y de sus ministros masones, como el conde de Aranda, fueron asimiladas
por los criollos y adaptadas a las aspiraciones de la burguesía nativa. Las ideas
liberales de un Manuel Belgrano en el Consulado del Río de la Plata o de un Manuel de
Salas en la Capitanía General de Chile, maduran bajo el alero de las reformas
borbónicas.
Esta ideología liberal, adaptada a las necesidades de la burguesía criolla, era
difusa todavía a fines de la colonia; comenzó expresándose en ciertas peticiones y
reformas de carácter económico. La formulación política se fue generando
sigilosamente a través de grupos secretos animados por los jóvenes criollos que
viajaban a Europa.
Es efectivo que eran pocos los criollos que conocían el pensamiento liberal
europeo a través de los libros pasados clandestinamente por las aduanas españolas.
José Antonio de Rojas "fue el primer chileno que adquirió y remitió a Chile la
Enciclopedia de Diderot y D’Alembert, las obras de Rousseau, de Montesquieu, de
Helvecio, de Robertson, el Sistema de la naturaleza del Barón de Holbach y cuantas
por entonces removían hasta los cimientos los conceptos y dogmas políticos
consagrados". En las tertulias santiaguinas los escasos libros no sólo pasaban de
mano en mano sino que eran motivo de prolongados comentarios. Estas ideas eran
accesibles solamente a la élite criolla. Los sectores populares eran motivados a través
de los pasquines. Boleslao Lewin señala que "no existe una producción política escrita
tan expresiva y tan auténticamente popular, por su carácter intrínseco y la rapidez de
su difusión, como la de los pasquine... Es realmente imposible creer que las ideas
francesas o norteamericanas de libertad e independencia, en forma libresca, pudieran
ejercer una influencia galvanizadora de carácter multitudinario. En cambio, los
pasquines, redactados en un lenguaje accesible para todo el mundo y cuya sola
aparición significaba estado de rebeldía."

VIII.- En Chile, un hecho destacado como manifestación de los afanes


independentistas de los criollos y que ha sido de algún modo minimizado por la
historiografía tradicional es el episodio conocido como la conspiración de los
tres Antonios.

Antonio Gramusset, Antonio Berney y José Antonio de Rojas. Varios


historiadores chilenos, principalmente Encina, han subestimado este movimiento por
-considerarlo un hecho casual y esporádico, sin ninguna trascendencia en la "apacible
siesta colonial". Sin embargo, no es por azar que la conspiración de los tres Antonios

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se realiza en 1780, cuatro años después del motín santiaguino contra el estanco, en
una época de sucesivos conatos de rebelión criolla e indígena en América Latina y de
viajes clandestinos de jefes revolucionarios que aspiraban a coordinar un movimiento
continental contra España, como fue el caso de un tal "don Juan" quien según la
hipótesis de Boleslao Lewin pudo haber sido "un emisario de la conspiración
encabezada por Gramusset y Berney".
Gramusset y Berney eran hombres impregnados de las ideas liberales de su
tiempo y partidarios de las utopías sociales. Con el apoyo de José Antonio de Rojas, no
por casualidad el criollo más avanzado de la colonia, los franceses concibieron un plan
para emancipar a Chile de España, aprovechando la guerra que este Imperio sostenía
con Inglaterra. El proyecto de los tres Antonios iba más allá de un simple cambio
político. La base del gobierno republicano que deseaban implantar estaría constituida
por un cuerpo colegiado nombrado por el pueblo en el que se incluía a los araucanos.
Desaparecerían las jerarquías sociales, aboliéndose de inmediato la esclavitud. Uno de
los puntos más notables del programa era la formulación de un proyecto de reforma
agraria que se expresaba en una redistribución igualitaria de la tierra.
Planteaba, asimismo el libre comercio con el mundo entero, inclusive los negros
y los chinos, como parte de un plan universal de fraternidad entre los pueblos.
Denunciados por el abogado Mariano Pérez de Saravia, a quien los franceses
habían comunicado sus aspiraciones libertarías, Berney y Gramusset fueron
deportados de Chile en 1781, muriendo cinco años más tarde después de haber
soportado innumerables peripecias. Este suceso, causó gran preocupación de las
autoridades españolas. La sentencia dictada por la Real Audiencia decía en uno de sus
párrafos: "Contemplando en las actuales circunstancias poco ventajoso al servicio de S.
M. la propalación y publicación de esta causa que, sobre ofrecer bastante materia a los
reos para una defensa exclusiva de la pena ordinaria, descubre y pone a los ojos de un
pueblo leal y fiel al soberano un delito que dichosamente ignora; y siendo más
conforme a sana política y buen gobierno la conservación de tan laudable ignorancia.”
Este episodio no es por cierto exclusivamente chileno, sino que otros similares
ocurrieron en la América Española.
(En Méjico, la conspiración encabezada por Pedro de Portilla en 1799. En Nueva
Granada, el intento independentista de Antonio Nariño, fuertemente influenciado por la
Revolución Francesa. En 1797, la insurrección venezolana dirigida por José María
España y Manuel Gual; y en 1805, el desembarco de Francisco Miranda. El historiador
Boleslao Lewin registra varios intentos separatistas en Perú, como el de un grupo de
revolucionarios de mediados del siglo XVIII que acuerdan enviar a Europa un
Comisionado para negociar con una corte europea la emancipación de la colonia. En
Quito, hubo en 1765 un intento de rebelión encabezado por el Dr. Espejo, quien había
llegado a concebir un plan de emancipación conjunta de las colonias
hispanoamericanas. Se produjeron numerosos casos de jefes revolucionarios que
solicitaban ayuda a Inglaterra para llevar a cabo planes de liberación de las colonias
españolas. Puede mencionarse al mejicano Francisco de Mendiola y al francés Duprés,
quien bajo el seudónimo de M. de la Tour o Juan Antonio de Prado proponía crear un
futuro reino independiente con Perú, Chile, el Tucumán y la Patagonia.)

LOS SUCESOS DE 1810 EN CHILE


Para analizar los sucesos acaecidos en Chile, debemos remontarnos dos
años antes, al año 1808, el mismo en que se producen los acontecimientos de
España. A inicios de 1808 falleció el gobernador Luis Muñoz de Guzmán. Para estos
casos de muerte imprevista regía una Real Cédula dictada en 1806, que disponía que
el mando debía recaer en el oficial activo del ejército que, teniendo un rango igual o
superior al de coronel, fuese el más antiguo en el territorio en cuestión. En caso de no
existir tal oficial, debía ser entregado, siempre en forma interina, al regente de la Real
Audiencia.
El tribunal santiaguino se reunió de inmediato y procedió a entregar el mando a
Juan Rodríguez Ballesteros, su regente, alegando que en la capital no existía ningún
militar que cumpliese con los requisitos exigidos por la ley. Este hecho fue avalado por

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el cabildo de Santiago, el que procedió a reconocer, previo juramento, a Rodríguez. Sin


embargo, la real cédula aludida no exigía que ese militar residiera en la capital y de
hecho en Chile había dos que cumplían las exigencias: Pedro Quijada, ya anciano, y
Francisco Antonio García Carrasco, un ingeniero militar de poco destacada trayectoria.
Juan Martínez de Rosas, un hábil abogado nacido en Mendoza cuando aquel
territorio formaba parte del reino, y emparentado por la vía matrimonial con la
aristocracia de Concepción, convenció al brigadier García Carrasco de hacer valer su
derecho preferente al cargo. Este último, valiéndose de su grado, convocó a una
asamblea a los oficiales de los distintos cuerpos militares de Concepción, donde residía
por estar a cargo de la inspección de los fuertes de la frontera, quienes lo apoyaron con
entusiasmo y decisión, hecho que se comunicó a las autoridades capitalinas.
Aunque se trató de poner dilación, tanto a la Real Audiencia como al cabildo de
Santiago y gobernador interino Rodríguez no les quedó más alternativa que aceptar el
hecho, y así García Carrasco juró como gobernador interino en abril de 1808. Martínez
de Rozas se desempeñaría como su secretario letrado.
Sin embargo, la gestión de García Carrasco no fue exitosa y estuvo lleno de
desaciertos cuyo origen se ha atribuido a su personalidad simple, falta de tacto social y
político; pero que también se relacionan con la crisis que vivía la monarquía la que, una
vez iniciada, despertó un profundo afán legalista que hizo que los criollos reclamaran
sus derechos políticos. Puede decirse que el mayor desacierto de García Carrasco fue
el no haber adoptado una posición clara ante la cuestión que desde 1808 empieza
dividir a la sociedad: ausente el Rey, ¿era legítimo o no conformar una junta de
gobierno local?
Poco tiempo después de que asumiera el mando del reino, García Carrasco
participó en los planes que condujeron al apresamiento de la fragata inglesa Scorpion,
capitaneada por Tristán Bunker, que se dedicaba al contrabando. Él y algunos de sus
hombres fueron asesinados en una emboscada preparada para apoderarse de las
mercaderías que intentaba internar a Chile. Con rapidez, la nave y su cargamento
fueron declarados como presa legítima, y repartidas las ganancias. Este hecho, y no la
muerte de los ingleses, indignó a gran parte de la sociedad santiaguina y a un grupo de
funcionarios que decidieron actuar en defensa del patrimonio fiscal, el que con aquella
declaración resultaba defraudado. En el hecho estaba involucrado Martínez de Rozas y
también se sospechó que el propio gobernador había alcanzado parte en el reparto del
botín. Con ello arruinó el poco prestigio que tenía entre los aristócratas criollos. Su
Secretario fue despedido retirándose a Concepción.
El gobernador cayó bajo influencia de los antirreformistas, iniciando una serie de
actos que le significarían el más completo repudio de sus gobernados. Los
peninsulares lo acusaron de carlotista, por recibir emisarios de la princesa Carlota
Joaquina exiliada en Brasil y casada con el príncipe regente de la Corona portuguesa,
quien pretendía asumir el gobierno mientras estuviese prisionero su hermano,
Fernando VII.
García Carrasco fue quedando cada vez más aislado y sobre él recayeron todas
las sospechas, situación que se veía agravada por la falta de iniciativa en cuanto al
problema crucial generado por la crisis política; es decir, la legitimidad de los gobiernos
vigentes y la conveniencia de establecer una junta gubernativa.
Aislado y sospechando de todos, el mandatario tomó una serie de medidas
represivas contra los criollos, y dando oído y credibilidad a cuanto rumor se generaba,
dio orden de apresar a tres de los más destacados miembros de la aristocracia
santiaguina: José Antonio de Rojas, Juan Antonio Ovalle y Bernardo Vera y Pintado,
acusándolos de sedición. La misma noche del 25 de mayo de 1810, cuando en Buenos
Aires se constituía la junta de gobierno, los tres fueron trasladados a Valparaíso para
embarcarlos hacia Lima en el primer navío disponible, a fin de juzgarlos. Los criollos
protestaron con violencia contra la medida. Este hecho unido al asunto de la Scorpion
motivaron su caída.

El Cabildo Abierto de Santiago, reunido en sesión de 16 de julio de 1810,


acordó deponerlo. Así, siguiendo el orden de precedencia de la ordenanza militar

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indicada, asume el mando como gobernador interino, don Mateo de Toro y Zambrano el
17 de julio de 1810. En efecto, el Conde poseía el título honorífico de brigadier de los
reales ejércitos.
El gobierno del Conde fue efímero, pues el anciano estaba muy deteriorado
de salud y no controlaba el gobierno, tenía a la sazón 84 años y padecía de
avanzada arteriosclerosis. El gobierno debió tomar la decisión de mandar o no
diputados a España, pero no era una decisión fácil, porque la mayoría era
partidaria de constituir una junta de gobierno propia, al igual que se había hecho
en España. Se forman dos bandos; realistas (partidarios de aceptar el envío de
diputados a Cádiz y de la autoridad de la monarquía) y juntistas (partidarios de nombrar
una junta de gobierno de la misma forma que lo había hecho la península).
El Cabildo Santiaguino, de mayoría juntista, sostenía la necesidad de que
el nuevo Gobernador convocase a Cabildo abierto. Sin embargo, la Real Audiencia,
dominada por los realistas era contraria a ello, pues se oponía a la creación de
un Gobierno Autónomo. Sus miembros eran partidarios de obedecer a las autoridades
españolas constituidas en la Península o a las que se encontraban en América y que
habían sido nombradas con anterioridad a la crisis provocada por la prisión de
Fernando VII.
Durante estos días, el movimiento juntista, fue apoyado con la circulación de
algunos opúsculos o pasquines de propaganda, entre los cuales podemos destacar:
1) El diálogo de los Porteros: Escrito de carácter polémico, en donde se
justifica la necesidad de tener un gobierno propio, separado del corrupto orden político
español. Fue redactado por José de Erazo, agustino. En parte de su texto indica:
“Sienten que por este motivo se haya aclarado que nosotros somos vasallos del rey de
España pero no de la España sin su rey...juramos a Fernando y no a José ni a otro que
ocupe violentamente el solio”.
2) La proclama de Quirino Lemáchez: Este escrito, en donde se
denuncian los abusos cometidos por los españoles y se llama a la proclamación de la
Junta, fue escrito por Fray Camilo Henríquez, cuyo acróstico es Quirino Lemáchez.
Circuló en Santiago en enero del año 1810. En ella sostendrá Fray Camilo: “A la
participación de esta suerte os llama, ¡oh pueblo de Chile!, el inevitable curso de los
sucesos. El antiguo régimen se precipitó en la nada de que había salido, por los
crímenes y los infortunios. Una superioridad en las artes del dañar y los atentados,
impusieron el yugo a estas provincias, y una superioridad de fuerza y de luces las ha
librado de la opresión. Consiguió al cabo el ministerio de España llegar al término
por que anhelaba tantos siglos: la disolución de la monarquía. Los aristócratas que
sin consultar la causa del desastrado monarca, lo vendieron vergonzosamente, y
destituidos de toda autoridad legítima, cargados de la execración pública, se
nombraron sucesores en la soberanía que habían usurpado; las reliquias miserables de
un pueblo, vasallo y esclavo como nosotros, a quienes o su situación local o la
política del vencedor no ha envuelto aún en el trastorno universal; este resto
débil situado a más de tres mil leguas de nuestro suelo, ha mostrado el audaz
e impotente deseo de ser nuestro monarca, de continuar ejerciendo la tiranía y
heredar el poder que la imprudencia, la incapacidad y los desórdenes arrancaron de
la débil mano de la casa de Borbón.”
3) El Catecismo Político Cristiano: Sin duda el más importante de todos estos
opúsculos, firmado con el seudónimo de José Amor de la Patria. Pese a la tremenda
importancia del documento que comentamos, conocemos relativamente pocos datos
acerca de su autoría.
En efecto, el texto ha sido atribuido sucesivamente a:
a) Juan Martínez de Rozas, hoy descartado como redactor debido a las escasas
pruebas y diferencias de redacción con sus escritos probados.
b) Antonio José de Irisarri, a quien se le supone cercano a las ideas que
contiene el catecismo, pero sin mayores pruebas.
c) Jaime Zudañez, jurista altoperuano, que llegó a Chile recién un año después
de difundido el documento.

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

d) Bernardo de Vera y Pintado, descartado hoy por diferencias muy notorias en


redacción y estilo.
e) Manuel de Salas, descartado por ser contrario a las tesis que contiene el catecismo.
f) Juan Egaña es asimismo eliminado por no encontrarse mención alguna del escrito en
su completísimo catálogo de obras.
Se supone que circuló previamente al Cabildo del 18 de septiembre de 1810. En
dicho documento, redactado bajo la entonces universalmente popular fórmula
tradicional de los textos de instrucción religiosa se recomendaba y justificaba la
formación de una Junta de Gobierno, debido a la necesidad de resguardar los
derechos de Fernando VII, mientras durase su cautiverio. Asimismo se insistía en
que era el mejor medio para lograr una mejor dirección de los asuntos políticos y
administrativos que afectaban al reino. Veamos su texto:
“La instrucción de la juventud es una de las bases más esenciales de la sociedad humana, sin ella
los Pueblos son barbaros y esclavos, y cargan eternamente el duro yugo de la servidumbre y de las
preocupaciones; pero a medida que los hombres se esclarecen conocen sus derechos y los del orden
social, detestan la esclavitud, la tiranía y el despotismo, aspiran a la noble livertad e independencia, y al fin
lo consiguen con medidas savias y prudentes que hazen ilusorios los esfuerzos y las amenazas del interes
y del egoismo de los usurpadores de la primitiva y divina autoridad de los Pueblos: He aquí lector
benébolo, el objeto de este pequeño catecismo que reduciré a preguntas y respuestas, claras, sencillas y
precisas perceptibles y de fácil inteligencia para los niños de todas edades y condiciones: Si la juventud se
instruye en principios evidentes por sí mismos, que tanto interesan a su felicidad presente y a la de toda su
posteridad: esta será la gloriosa recompensa que yo exija de este pequeño travajo. Vale.
Pregunta.-¿Cuántas especies hai de goviernos, quales son, y en qué consisten?
Respuesta.-El primero y principal de todos es el que tiene el supremo autor de la naturaleza sobre esta
gran maquina del Universo que ha salido de su mano omnipotente: él la dirije y la mantiene en este
concierto admirable que espanta al filósofo: él cuida de los negocios humanos: el forma, eleva, abate, o
destruye los grandes imperios con solo un acto de su voluntad soberana, concurriendo a todo esto como
causa primera y universal, y dejando obrar a las causas segundas que son las inmediatas de todos los
sucesos humanos.
Entre las miserables mortales hai tres especies de goviernos principales, a los cuales se pueden reducir
todos los demas. El Monárquico, que es el govierno de un solo hombre de la misma estraccion y origen
que los demas, de la misma forma, de la misma figura, esencia y substancia, sujeto a las mismas miserias
y debilidades, el qual se llama Rei, Emperador o Cesar: este govierno se llama moderado, y el que lo
obtiene deve proceder y obrar con arreglo a las leyes y a la constitucion del estado; pero no siempre es
este el caso.
El despotico, que es el oprobio y la berguenza de la humanidad oprimida y envilecida, es el govierno de un
solo hombre que manda sin otra regla que su voluntad y capricho, y que no tiene freno que lo contenga en
sus excesos y estravíos.
El Republicano, que es el govierno de un cuerpo, colegio, cenado o congreso, cuyos individuos sirven a
cierto tiempo, elegidos por los Pueblos. El govierno Republicano es de dos maneras: o Aristocrático, en
que solo mandan los nobles y optimatos, o Democrático, en que manda todo el Pueblo por sí, por medio
de sus Representantes o Diputados, como es preciso que suceda en los grandes estados.
Hai otros goviernos que se llaman mixtos, son los que participan de la Monarquía, Aristocracia o
Democracia, cual es el de la Inglaterra, y han sido muchos.
P.-¿Cuál de estos goviernos es el mejor para que los hombres sean libres y felices?
R.-El govierno despótico es mil veces peor que la peste misma, es la ignominia; es la afrenta de los
hombres, esclavos y envilecidos que lo sufren y lo permiten.
El govierno Monárquico o de un Rey que obedece a la lei y a la constitucion es un yugo menos pesado;
pero que pesa demasiado sobre los miserables mortales. El sábio autor de la naturaleza, el Dios
Omnipotente, Padre compasivo de todos los hombres, lo reprobó como perjudicial y ruinoso a la
humanidad en el cap. 8 del lib. 1.° de los Reyes, por las fundadas y solidas razones que allí espuso su
infinita sabiduría, cuya verdad nos ha hecho conocer la esperiencia de todos los siglos mui a pesar
nuestro, y de todos los mortales.
El govierno republicano, el Democrático en que manda el Pueblo por medio de sus representantes o
Diputados que elige, es el único que conserva la dignidad y magestad del Pueblo: es el que mas acerca, y
el que menos aparta a los hombres de la primitiva igualdad en que los ha creado el Dios Omnipotente; es

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el ménos espuesto a los horrores de despotismo, y de la arbitrariedad; es el mas suave, el mas moderado,
el mas libre, y es, por consiguiente, el mejor para hacer felices a los vivientes racionales.
P.-¿Cuáles son los inconvenientes del govierno Monárquico o de un Rey, pues deven de ser mui
considerables, supuesto que lo ha reprobado el mismo Dios?
R.-El govierno Monárquico, si es electivo, tiene el peculiar inconveniente de que espone y sujeta al estado
a grandes y violentas conbulsiones en la eleccion del rey, en que se trata de un grande interes duradero
por vida.
Si es hereditario, como en España y en las demas monarquías de Europa, los inconvenientes son mucho
mayores. El Príncipe heredero puede ser un tonto, un incapaz, un tirano, como ha sucedido tantas veces,
y los Pueblos tienen que sufrir sus atrocidades a costa de la ruina del estado y de sus fortunas y vidas.
En las Monarquias el Rey es el todo, y los demas hombres son nada: son sus Esclavos, como dijo Dios
mismo en el v.° 17 del lib. y cap. citados de la Sabiduría: El Rey se hace llamar el amo, y exije que se le
hable de rodillas, como si los hombres fueran animales envilecidos de otra especie. El Rey impone y exije
contribuciones a su arvitrio, con que arruina a los Pueblos, y disipa el tesoro público en vanas
obstentaciones, y en los favoritos. Los reyes miran mas por los intereses de sus familias que por los de la
nasion, y por ellas emprenden guerras ruinosas en que hazen degollar millares de los infelices mortales;
los Reyes tienen en sus manos el poder, la fuerza militar y los tesoros de los Pueblos, y con ellos se hacen
despotas inhumanos.
Los Reyes miran y tratan a los demas hombres, sus iguales, como una propiedad que les pertenece: dicen
que su autoridad la tienen de Dios, y no de ellos, y que a nadie sino a Dios deben responder de su
conducta. Pretenden que aunque sean unos tiranos, deven los hombres dejarse degollar como corderos, y
sin derecho para reclamar ni para oponerse. Los Reyes forman las leyes, y con ellas autorizan estas
estrabagancias y otras muchas semejantes en ruina y oprobio de los oprimidos mortales.
P.-¿Y cuáles son las ventajas del govierno Republicano?
R.-En las Republicas el Pueblo es el soberano: el Pueblo es el Rey, y todo lo que hace, lo hace en su
beneficio, utilidad, y conveniencia: sus Delegados, sus Diputados o Representantes mandan a su nombre,
le responden de su conducta, y tienen la autoridad por cierto tiempo. Si no cumplen bien con sus deveres,
el Pueblo los depone y nombra en su lugar otros que correspondan mejor a su confianza.
P.-¿Y no hai en las monarquías algun arvitrio para contener a los Reyes en los límites de su prerrogativa, y
que no abusen de la constitucion? Este es el empleo que tenian en Esparta los Ephoros; en Aragon el gran
Juez o Justicia, y el privilegio de la union, o de confederarse contra el soberano; en Creta la insurreccion;
en Inglaterra los Parlamentos, y en España las Cortes.
R.-Los reyes confieren todos los empleos, y dispensan las gracias: disponen del tesoro público a su
arvitrio, y tienen a su disposicion los exercitos y la fuerza. Con tan irresistibles medios pueden burlarse y
se han burlado siempre de todos los obstáculos que los Pueblos oprimidos han querido oponer a su
despotismo. Cleomenes hizo matar a los Ephoros en Esparta, y se hizo déspota. Pedro 4° abolió el
privilejio de la union en Aragon con la fuerza de sus armas, y sus sucesores estinguieron el oficio de
Justicia. Los reyes de Creta aniquilaron el derecho de la insurreccion. En Inglaterra Enrique 8°, se sirvió de
los mismos parlamentos abatidos y degradados, como de instrumentos de su tiranía, y Cromwell los
atropelló. En España los Reyes destruyeron las Cortes, aniquilaron la antigua constitucion, y establecieron
el despotismo en las las ruinas de la libertad.”

Es muy importante destacar que en esta etapa inicial ningún hombre público
habla de Independencia o siquiera de Autonomía respecto del Rey. Realistas y
Juntistas competían entre sí para protestar su mayor lealtad al monarca cautivo. En
privado solo muy pocos juntistas se atrevían a hablar en susurros de la
emancipación.
Ambos bandos trataban de influir en el Conde. Finalmente el Conde es
convencido de convocar al Cabildo Abierto para acordar cuál era la forma de gobierno
que más convenía al Reino de Chile.
El Cabildo se reúne el día 18 de Septiembre de 1810 en el salón del
Tribunal del Consulado. Los juntitas dispusieron tropas rodeando el edificio con el
objeto de impedir el acceso de los que no estuvieran invitados. Así, al Cabildo asisten
437 vecinos, de los cuales sólo 14 son realistas. Ante el Cabildo el Conde declara “Aquí
está el bastón, disponed de él”, entregando el poder, en seguida tomó la palabra el
secretario del Gobernador, don José Gregorio Argomedo, quien expuso las
razones de la convocatoria y los méritos del gobernador al desprenderse de todo

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

poder a favor del pueblo, quien tenía la responsabilidad de pronunciarse sobre el


arreglo del gobierno. Enseguida intervino el procurador del Cabildo, don José Miguel
Infante, formulando argumentaciones a fin de justificar la existencia de la Junta
de Gobierno. En el hecho la discusión fue dirigida por él, debido al estado de debilidad
del Conde. Los pocos realistas que se encontraban presentes intentaron
exponer sus objeciones. Así habló don Manuel Manso y don Santos Izquierdo,
pero ambos fueron acallados y debieron retirarse del salón debido a los insultos,
gritos y pullas de los demás cabildantes.

Finalmente y después de un acalorado debate se acordó el nombramiento de


una Junta de Gobierno que gobernase mientras durase el cautiverio del bienamado
Fernando VII.
Para ello se tuvieron los siguientes fundamentos. El gran intelectual chileno de la
época, don Manuel de Salas, lo expresaría con total claridad:
1. Las provincias o reynos de Indias pertenecían a la corona española y no al
pueblo o Estado español y por lo tanto no debían por qué obedecer al Consejo de
Regencia que sólo representaba a los peninsulares. El fundamento original del
argumento es la primera bula Intercaetera del Papa Alejandro VI que dona las Indias
a los Reyes de Castilla y sus herederos y sucesores, no al Estado español.
2. Las viejas leyes españolas nos indicaban la forma de crear organismos de
gobierno en ausencia del rey y las mismas provincias de España habían dado el
ejemplo estableciendo juntas.
3. Cautivo el rey el poder vuelve al pueblo y este podía formar un gobierno provisorio
hasta el regreso del monarca: “Los reyes vienen de Dios por mano del pueblo y
para bien del pueblo”, “...estos mismos reyes dispusieron que, cuando no tuviesen
tiempo de nombrar (en caso de ausencia o minoría de edad del sucesor), o no
pudieran hacerlo por muerte, enfermedad, etc., se juntasen los principales y eligiesen
cinco o tres sujetos formales para que gobernasen...que en sustancia es lo propio que
volver el pueblo a hacer lo que hizo al principio y nombrar quien lo gobierne ínterin
crece, sana o vuelve el que nombró para que gobernase en propiedad”. Partida II, título
15, ley 3°.

El argumento parece perfectamente coherente, pero se suele olvidar que la ley


de las Partidas que se cita en abono de la tesis juntista fue establecida en verdad para
otra cosa: las juntas son creadas por la legislación alfonsina para el caso de la
minoridad del rey cuando el rey difunto no ha señalado una regencia designada.
El cabildo nombró a los miembros de la Junta por aclamación. Solo dos
vocales fueron elegidos por votación (Don Francisco Javier Reyna y don Juan Enrique
Rosales). En su obra, Fray Melchor Martínez denuncia este exceso: “Siguió la misma
aclamación y gritería... hasta aquí todo fue por aclamación y vivas que se repetían y
tributaban a cada uno de los electos”.
La Junta debía gobernar “en representación de Fernando VII y mientras este
monarca permaneciera lejos del trono que legítimamente le pertenecía”. Con ello
se manifestaba la adhesión de todos los presentes a la Monarquía.
El juramento que presentaron rezaba: “Puestas las manos sobre los Santos
Evangelios, juraron a Dios Nuestro Señor usar fielmente del cargo para el cual
habían sido elegidos, derramar la última gota de su sangre en defensa del
reino, propender con todo empeño a conservarlo para nuestro amado monarca
Fernando VII y seguro asilo de nuestros amados hermanos europeos; obedecer
siempre a los legítimos representantes de la soberanía y proporcionar el mayor
bien posible a todos los habitantes del reino”.
En cuanto a los miembros de la Junta se trata de criollos y dirigentes que en
general pertenecían a la generación de mayor edad. Tanto el Conde como el
Obispo eran personas envejecidas y salvo Martínez de Rozas, los demás vocales
eran gente poco dada al protagonismo que las circunstancias requerían. Esto provocó
que el poder se concentrara en Rozas y que más tarde, Carrera, miembro de una

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

generación mucho más joven y completamente distinto a sus mayores, no tuviera


problemas para deponer a la Junta.

LA PATRIA VIEJA.

El período que va entre la instalación de la Primera Junta Nacional y el desastre de


Rancagua se conoce tradicionalmente como la Patria Vieja.
Sin embargo, el desarrollo del movimiento que culmina con la independencia
política de Chile constituye un proceso ininterrumpido que abarca la década de 1810 a
1820. En estos diez años, suceden importantes fenómenos de acción y reacción y de
lucha de tendencias contradictorias que nos conducen a delimitar etapas o períodos, a
condición de no olvidar que se trata de un solo proceso histórico global. La clasificación
tradicional de Patria Vieja, Reconquista y Patria Nueva, responde a la necesidad de
delimitar etapas pero no significa en caso alguno que exista una discontinuidad en el
proceso histórico.

La Patria Vieja es un periodo de avances vacilantes en pos del ideario de


independencia y sus sucesos son a menudo contradictorios.
En este lapso podemos distinguir distintas etapas:
a) un primer período desde septiembre de 1810 (la primera junta) al golpe
carrerino de noviembre de 1811, caracterizado por un curso moderado de la burguesía
criolla que no se decide a romper abiertamente con la corona española y;
b) segundo período, de noviembre de 1811 al desastre de Rancagua, caracterizado
por las medidas más concretas hacia la independencia política que adopta el sector
criollo encabezado por los Carrera.

A. LA PRIMERA JUNTA NACIONAL DE GOBIERNO:

Como dijimos este período transcurrió desde la Primera Junta de Gobierno de


septiembre de 1810 hasta el advenimiento de José Miguel Carrera al poder. Estuvo
caracterizado por una orientación moderada y reformista de la burguesía criolla, aún
vacilante para provocar una ruptura definitiva con España.
Es importante señalar que el gobierno de la Junta no fue dirigido por el anciano
Conde de la Conquista, quien falleció al poco tiempo de haberse instalado ésta,
ni tampoco por el Vicepresidente, el obispo Martínez de Aldunate, quien igualmente
murió poco después. El mando efectivo del reino recayó así en el vocal de la Junta, don
Juan Martínez de Rozas, el líder indiscutido de la provincia de Penco o Concepción en
Santiago.
Así las cosas se considera a Rozas como el precursor del ideal de Independencia,
no obstante que durante este período no se haya empleado públicamente tal
término e incluso en el ámbito privado era empleado en reducidos círculos
ilustrados y radicales.
Las medidas que adopta esta primera junta son expresión de los intereses que
movían a los criollos a separarse de España, tales son:

1.- Establece la igualdad ante el acceso a los cargos públicos de peninsulares y


criollos.

2.- Crea un ejército de milicia, que eran personas civiles que cumplían funciones
militares por las cuales recibían una modesta asignación.
Uno de los primeros choques entre los miembros de la Junta se suscitó a raíz de
estas medidas de organización militar. Mientras un grupo dirigido por Martínez de
Rozas y Juan Enrique Rosales procuraba crear el ejército nacional para enfrentar un
eventual golpe militar de la reacción española, el otro representada por Mateo de Toro y
Zambrano, Conde de la Conquista, Ignacio de la Carrera y los españoles Márquez de la
Plata y el coronel Reina, se oponía a esa iniciativa.

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

Sin embargo, la necesidad del ejército nacional se hizo patente a raíz del motín del
19 de abril de 1811, dirigido por el coronel Tomás Figueroa y alentado por la Real
Audiencia.
Las tendencias de la burguesía criolla volvieron a chocar al discutirse el alcance de
las penas que merecían los participantes en el frustrado golpe militar español. Martínez
de Rozas logró imponer su criterio en la Junta, a pesar de la fuerte oposición del sector
más moderado o realista que se negaba a tomar medidas drásticas contra los
sediciosos.

3.- Decreta la libertad de comercio.


La promulgación de la medida más importante adoptada por la Primera Junta, la ley
de libre comercio, suscitó también una ardua discusión entre las fracciones políticas
representadas en la Junta. Después de cuatro meses de intensos debates, Martínez de
Rozas logró su aprobación el 21 de febrero de 1811. El ala más moderada de la Junta
se oponía no porque fuera en detrimento de sus intereses, sino por el temor a la
reacción española ante esta medida de trascendental importancia que terminaba
definitivamente con el monopolio comercial español. (Una disputa con la metrópoli
podía significar perder el mercado peruano para el trigo chileno).
En realidad, el decreto de 1811 no sólo adoptó resoluciones sobre libre comercio,
sino que fue el primer intento de plantear una política económica general en la que
advertía sobre los peligros del libre comercio y se tomaban medidas proteccionistas
para la incipiente industria artesanal criolla. En el plan propuesto por Juan Egaña a la
Primera Junta, se manifestaba que el comercio libre puede "impedir la industria
nacional, y aunque casi ninguna tenemos, debemos procurarla de todos modos".
Uno de los veinticinco artículos del decreto de libre comercio de 1811, prohibía la
introducción de vinos y aguardientes extranjeros que hicieran competencia con los que
se producían en el país; se prohibió, asimismo, la entrada de tabaco y naipes para
garantizar el estanco de estos productos que constituían casi la tercera parte de los
ingresos fiscales. Las mercaderías extranjeras, decía el artículo 11, "pagarán por
derechos reales sobre precios de reglamento el 28%, el 1,5 de subvención y el 0.5% de
avería". El fomento de la marina mercante nacional fue otra de las preocupaciones de
este decreto al señalar que las embarcaciones chilenas pagarían solamente el 12%
contra el 22% de las extranjeras, las que inclusive deberían llevar dos tercios de
tripulación chilena.
El artículo 17 protegía la producción minera nacional al establecer que "las
embarcaciones extranjeras no podrán extraer el oro o plata en pasta, en piña labrada o
chafalonía, ni los reales, pesetas y cuartos del nuevo cuño aunque se les permitía
extraer los doblones y pesos fuertes, pagando por el oro el 2,5 de derecho y el 5% por
la plata.
Otro de los artículos se preocupaba de eliminar el contrabando, impidiendo la
internación de productos por otros puertos que no fueran Valparaíso, Coquimbo,
Talcahuano y Valdivia. De este modo, la burguesía criolla, que se había desarrollado al
socaire del contrabando, fue la más interesada en desterrarlo una vez que llegó al
poder.
Se prohibía a los buques extranjeros introducir mercaderías por otras zonas "por sí
ni por terceras manos"; tampoco se les permitía venderlas al por menor, sino por
"facturas, tercios, barricas i fardos", medida que tenía por objeto favorecer a los
comerciantes criollos que trabajaban con el mercado interno.
Finalmente, el artículo 21 señalaba que "los habitantes del país podrán hacer por sí
el comercio libre en todos los puertos extranjeros del globo pertenecientes a potencias
aliadas o neutrales".
Uno de los aspectos fundamentales del decreto de 1811 para la burguesía criolla
era el referente a las exenciones establecidas para la exportación de minerales, sebo,
trigo y demás productos, comprendidos con disimulo en un etc.

4.- Establece relaciones con la junta de Buenos Aires.

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

Posiciones divergentes enfrentaron también a estas dos alas políticas en el


problema de las relaciones con la Junta de Buenos Aires. Martínez de Rozas fomentó
la alianza con esta Junta no porque fuera cuyano de nacimiento como podría pensarse,
sino porque comprendía que la ayuda recíproca era decisiva para enfrentar los ejércitos
españoles del Perú y de la Banda Oriental. El ala más moderada temerosa de verse
arrastrada a una guerra en la que podía perder el mercado triguero del Perú, llegó a
negar, con el apoyo del Cabildo, la ayuda a la junta bonaerense, en instantes en que
era inminente la invasión española desde Montevideo, comandada por Francisco Javier
Elío, el hombre que precisamente España había designado para la Capitanía General
de Chile.
Los partidarios de Martínez de Rozas lograron el apoyo de un importante sector
criollo: "ciento quince individuos, entre los cuales se contaban algunas personas
acaudaladas y prestigiosas, hicieron una representación a la Junta en que
recordándole la conveniencia de mantener y de estrechar la alianza con Buenos Aires,
le pedían no sólo que se le enviara el auxilio prometido, sino que se reprendiese
severamente a cualquier contradictor de esa medida”. El delegado argentino en Chile,
Antonio Alvarez Jonte, manifestaba en aquella oportunidad que "esos gobiernos debían
estrechar sus relaciones, mantenerse unidos, auxiliarse mutuamente para resistir los
esfuerzos con que el virrey del Perú trataba de restablecer el régimen antiguo en Chile
y en Buenos Aires. Debían, por tanto, hacer de común acuerdo la paz y la guerra, y de
acuerdo también celebrar con los extranjeros pactos comerciales y políticos que más
interesan a estos países". La relación con Buenos Aires no tenía solamente un carácter
político militar para enfrentar la invasión española, sino también un objetivo económico:
aumentar la exportación de cobre chileno a Buenos Aires a cambio de liberar de
aranceles la importación de yerba mate.

5.- Convoca al Primer Congreso Nacional, que tuvo por objeto elegir diputados que
representaran a todo el país ante el cual depondría el mando la Junta de Gobierno.
Uno de sus impulsores de este Congreso Nacional fue Bernardo O’Higgins y quien
logró concretarlo fue nuevamente Juan Martínez de Rozas. Se convocó el 15 de
Diciembre de 1810.
La idea era efectuar las elecciones en abril de 1811 para que en Mayo asumiera
sus labores. Se buscó una representación proporcional a la población y se fijó el
número de 36 Diputados. Santiago elegía 6, lo que el Cabildo de Santiago estimó
insuficiente aumentando el número a 12, por lo tanto, se elegirían 42 diputados.
Se debió determinar quién votaría y en qué condiciones lo haría. Se determinó que
voto sería censitario, para elegir al congreso podían sufragar todos aquellos varones
que tuviesen un determinado empleo, renta o capital, y que fuesen mayores de 25
años.
También se autorizó que votaran eclesiásticos y militares y se prohibió el voto a los
extranjeros, los fallidos (personas que caían en quiebra), los procesados por delito y
condenados por delito y los deudores de la Real Hacienda.
Estaba programada la elección de diputados para el 1° de Abril de 1811, pero
ocurrió que los realistas que no habían sido convocados al cabildo; y que por lo tanto
no formaban parte de la Primera Junta Nacional intentaron un golpe de estado.
Este es el denominado Motín de Figueroa, en el que el Coronel Español Tomás de
Figueroa se amotinó e intentó disolver la Junta y ante su fracaso se refugió en la Iglesia
de Santo Domingo, pero la fuerza pública por orden de Don Martínez de Rozas lo sacó
del templo y fue condenado a muerte horas después. Esto generó un gran rechazo de
los vecinos de Santiago hacia Rozas y los exaltados, corriente a la que pertenecía,
porque se consideró que el fusilamiento fue una medida excesiva, y por eso en las
elecciones del Congreso trabajó ampliamente el sector de los moderados. La elección
en Santiago se llevó a cabo el 6 de mayo de 1811.
Quedó clara la participación de miembros de la Real Audiencia en el motín,
situación que fue aprovechada para disolver este organismo y crear una Corte de
Apelaciones que comenzó a funcionar en Junio de 1811.

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

La disolución de la Real Audiencia fue importante porque ésta representaba el


poder español.
Se produce la elección de diputados y todos los diputados por Santiago serán
miembros del bando moderado.
En definitiva el Congreso estuvo integrado por 40 miembros, porque Valdivia no
designó diputados y el de Huasco se inhabilitó.
En este primer Congreso se expresaron tres incipientes tendencias o bandos
políticos, ya existentes a la constitución de la junta de 1810, separados principalmente
por el tema de las relaciones futuras que debían tenerse con la metrópoli. Tales grupos
son los que tradicionalmente se conocen como los moderados, los exaltados y los
realistas.
Los moderados, "...que conservando la organización de la época, deseaban
realizar reformas armónicas con las necesidades de los tiempos", cuyos principales
exponentes fueron Juan Antonío Ovalle y José Miguel Infante y que constituyeron la
mayoría, con 24 miembros del Congreso.
Los exaltados, que deseaban llegar a la separación de los vínculos entre Chile y la
Corona, dirigidos por Manuel de Salas y Bernardo O'Higgins, eran 12 ó 13 de los
diputados.
Los realistas o peninsulares, que querían mantener la situación anterior a 1810,
representados por Andrés Alcázar y Agustín Urrejola, fueron la minoría, con 3 ó 4
diputados.
De manera entonces, que de acuerdo a sus resultados las elecciones de este
Primer Congreso Nacional, en abril de 1811, significaron una derrota aplastante para
los partidarios de Martínez de Rozas, los Larraínes, Irisarri, José Antonio de Rojas y,
también, para O'Higgins que colaboraba con este sector desde su incorporación. El
Primer Congreso, controlado sin contrapeso por el sector menos comprometido con la
independencia dilató las medidas tendientes a consolidar la real independencia política
del país, y provocó también tirantez en las relaciones con la Junta de Buenos Aires al
exigir el reemplazo de Alvarez Jonte en junio de 1811, por sus vinculaciones con el
sector de Rozas.
En estas circunstancias el Congreso Nacional con fecha 8 de agosto de 1811
aprueba el Reglamento para el arreglo de la autoridad ejecutiva provisoria de Chile de
14 de agosto de 1811, una de sus principales obras y el primer texto constitucional
chileno.

REGLAMENTO PARA EL ARREGLO DE LA AUTORIDAD EJECUTIVA


PROVISORIA DE CHILE
14 de agosto de 1811
A) Elaboración.
La elaboración del reglamento fue obra del primer Congreso nacional. No
tenemos mayores antecedentes sobre sus autores o sobre el proceso de su discusión,
debido a que no se conservaron las actas del Primer Congreso Nacional.
El propio Congreso lo aprobó el 8 de agosto de 1811 bajo la presidencia de don
Manuel Pérez Cotapos, y la vicepresidencia del presbítero Juan Cerdán y por decreto
de la Junta se ordenó guardar el 14 del mismo mes.
Como se adelantó no hay mayores constancias o antecedentes respecto de sus
autores y sólo puede recordarse que no fue suscrito por los diputados del bando o
corriente de los exaltados, quienes se retiran del Congreso por su oposición al
nombramiento, en conjunto por éste, de los tres miembros del Ejecutivo, habiendo
propuesto que tal designación se hiciera en base a las tres provincias: Coquimbo,
Santiago y Concepción, proposición que no prosperó. La Autoridad Ejecutiva Provisoria
estuvo integrada por el coronel Martín Calvo Encalada, el doctor Juan José Aldunate y
el teniente coronel Miguel Benavente.
Debe recordarse que el Congreso Nacional, en sesión del 13 de noviembre de
1811, designó una comisión integrada por Agustín Vial, Juan Egaña, Joaquín Larraín,
Juan José Echeverría y Manuel de Salas, a fin de que presentaran al Congreso un

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proyecto de Constitución para su examen y aprobación. "Pero las inquietudes de la


guerra no permitieron que el Congreso pudiera reunirse y el proyecto no pudo ser
discutido". Un "Proyecto de Constitución para el Estado de Chile", de Juan Egaña, fue
publicado en 1813.

B) Contenido del Reglamento


El Reglamento, texto breve, de sólo diecinueve artículos y de escasa técnica,
atribuía al Congreso la calidad de "único depositario de la voluntad del reino"
Artículo l. El Congreso debía prestar su consentimiento a la mayor parte de los
actos de la Junta, debía conducir las RREE, tenía el supremo control sobre las armas y
ejerce el vicepatronato real sobre la Iglesia.
La administración del Estado quedaba radicada en la Autoridad Ejecutiva, de tres
miembros, cuya presidencia se turnaría por meses (artículo 13). Fue precisamente el
modo de elegir estos tres miembros el que provocó el problema descrito más arriba.
Tenía, en todo caso, el carácter de provisorio, señalándolo así el artículo 19: "Su
duración es pendiente de la Constitución del caso; y no formada ésta en el perentorio
término de un año, expirará en él la comisión".

C) Vigencia
Además del carácter provisorio del texto, los hechos posteriores, esto es, las
discrepancias entre los bandos o tendencias existentes, las rivalidades entre las
provincias de Santiago y Concepción y los sucesivos golpes militares de José Miguel
Carrera, de 4 de septiembre, 15 de noviembre y 2 de diciembre de 1811, determinaron
que éste disolviera, en esta última oportunidad, el Congreso, poniéndose término a la
división de poderes entre el Legislativo y Ejecutivo, y dejando de regir el Primer
Reglamento Constitucional.
Nótese que no hay mención al poder judicial, aunque debe recordarse que se había
suprimido el máximo tribunal de la Colonia (la Real Audiencia) y desde Junio de 1811
funcionaba una Corte de Apelaciones.

B) LA PATRIA VIEJA. SEGUNDO PERÍODO.


Un segundo período de la patria vieja, que va desde noviembre de 1811 al desastre
de Rancagua, se caracteriza por las medidas más concretas hacia la independencia
política que adopta el sector criollo encabezado por los Carrera.
El movimiento del 15 de noviembre de 1811, que lleva al poder a José Miguel
Carrera, abrió una nueva etapa en la lucha por la independencia. Desde el gobierno
José Miguel Carrera aceleró el proceso revolucionario mediante la adopción de
medidas decisivas para la creación de un Estado independiente.
En este sentido, el paso más importante fue la promulgación del Reglamento
Constitucional de 1812, cuyo acápite V establecía: “Ningún decreto, providencia u
orden que emane de cualquier autoridad o tribunales fuera del territorio de Chile, tendrá
efecto alguno; y los que intentaren darle valor, serán castigados como reos de Estado”.
Mediante esta resolución, Chile se declaraba de hecho un país independiente
puesto que dejaba de aceptar la tutela de España y pasaba a gobernarse de
acuerdo a sus propias leyes. Carrera simbolizó este paso por la soberanía nacional
creando la bandera tricolor y el escudo con el lema: "Por la razón o la fuerza". Bajo su
gobierno, el encabezamiento tradicional de los decretos que a la letra decía: "El Rey, y
en su cautiverio la Junta representativa de la soberanía en Chile", fue
reemplazado por esta significativa frase: “Junta Gubernativa de Chile, representante
de la soberanía nacional". Paralelamente, empezó a concederse ciudadanía a los
españoles que reconocieran al nuevo gobierno chileno y que prestaran el siguiente
juramento de nacionalidad: "¿Confesáis bajo el propio juramento que ni las Cortes
ni la Regencia, ni los pueblos del Estado peninsular, ni otra extraña autoridad, tiene ni
debe tener derecho a regir y gobernar al pueblo de Chile?”.

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

La enumeración de estas medidas, dilatadas durante dos años por los gobiernos
anteriores, bastaría para mostrar en forma objetiva que José Miguel Carrera fue
indiscutiblemente el dirigente criollo más importante de la lucha por la independencia
política. Fue además quien incorporó sectores populares al proceso independentista,
acelerando así la lucha rupturista con el imperio español, paralizada por los elementos
vacilantes de la burguesía criolla.
José Miguel Carrera, descendiente de una familia burguesa de activa participación
política en los sucesos de 1810, a los pocos días de su regreso de España, donde
había trabado relaciones con otros jóvenes latinoamericanos influidos por el
pensamiento liberal europeo, se dio cuenta que la revolución estaba estancada en
Chile. En 1811, escribía a su padre: "Las obras cuando se empiezan, es menester
concluirlas [...] Ha llegado la hora de la independencia americana; nadie puede evitarla.
La España está perdida".
El poder de atracción personal de José Miguel, su aureola de combatiente ejemplar
en el ejército, su inteligencia, simpatía y generosidad y, fundamentalmente, su
decisión de luchar por la independencia, crearon rápidamente un círculo de
influencia entre las milicias criollas y los jóvenes burgueses y pequeño burgueses,
descontentos con el curso moderado de los primeros gobiernos criollos. A los
veintiséis años, José Miguel era el líder del ala más rupturista de la burguesía criolla,
un joven que se mofaba del espíritu ramplón y pacato de la “aristocracia” criolla. Su
desprecio por la mezquina e interesada actitud de ciertos líderes de 1810, se
trasluce en los retratos de personajes estampados en su diario: "Rozas era un patriota;
pero el interés personal era su primer cuidado”. Del jefe de la familia de los
"ochocientos" se formó la siguiente impresión, luego de un intercambio de ideas sobre
la acción del futuro gobierno surgido el 4 de septiembre de 1811: “Le vi tender la vista
sobre la Casa de Moneda, administración de tabacos, aduanas y otros empleítos de
esta naturaleza".
Expresaba su decisión de desplazar los Larraínes de una manera tajante: “ era
pues preciso elegir entre nuestra muerte y la esclavitud de Chile o el abatimiento de
la familia de Larraínes y sus adictos”. Para uno de sus biógrafos, José Miguel Carrera
fue “ese joven aristocrático, que dejando a un lado blasones, riquezas y honores, se
lanzó en medio de las masas populares para imbuir en ellas las ideas republicanas”.

Su hermana Javiera, que a la sazón contaba con treinta años, fue una
infatigable, consecuente y voluntariosa compañera de los ideales libertarios de sus
hermanos, en los días de triunfo como en los de derrota. En los momentos en
que la burguesía criolla se aferraba a la fórmula de gobernar en nombre de
Fernando VII, Javiera Carrera simbolizó su repudio a la corona española con ocasión
de un baile de gala realizando el 18 de septiembre de 1812 en el palacio de Toesca:
“Doña Javiera Carrera llevaba en la cabeza una guirnalda de perlas y diamantes de la
cual pendía una corona, aquél en el sombrero y éste en la gorra y sobre ella una
espada en ademán de partirla y un fusil en aptitud de darle fuego”.
La tonada “La Panchita”, cantada por el pueblo en las “chinganas”, era una de las
expresiones más claras de la simpatía que gozaba Javiera Carrera. Su hermano
Luis había logrado también conquistar popularidad en los arrabales de Santiago.
Desde enero de 1812, el gobierno alentaba al pueblo a reunirse en los Tajamares,
hecho comentado por el cronista español Melchor Martínez del siguiente modo: “Con
este depravado arbitrio tomó tal exaltación el entusiasmo de la plebe y toda la juventud
en general que no se veía ni oía otro clamor que viva la Patria y vivan los Carrera a
quienes todos ofrecían gustosos a sostener y defender traídos de la licenciosa
libertad”.

Los hermanos Carrera fueron los primeros caudillos que buscaron en ese período
el apoyo de los sectores populares para acelerar el proceso revolucionario por la
independencia. Uno de los mejores investigadores de este período histórico, Julio
Alemparte, sostiene que “los golpes de Carrera fueron apoyados no por minúsculos
grupos adictos a la aristocracia, como ocurriera hasta entonces, sino por elementos

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

más numerosos y populares. Un autor satírico, en un pasquín que apareció por esos
días, en forma de bando, expresaba: “El Congreso os convoca, pueblo chileno, a sus
representantes, los escribanos, procuradores, receptores, papelistas, escribientes de
oficinas, mozos vagabundos, ociosos, viejos descalzos, pobretones, ambiciosos, para
hoy a las nueve de la mañana. El Cabildo os califica de buenos patriotas, y fía de
vuestra decisión su suerte futura. Hombres de bien, condes, marqueses, familias,
bienes y obligaciones, estad metidos en vuestras casas para impedir el vejamen
de ser el ludibrio y expulsos de las puertas del Cabildo.” Estas y otras burlas –sigue
Alemparte- en las cuales se refleja la irritación que en los patricios causaba el contacto
de los Carrera con el pueblo, son uno de los tantos testimonios del franco espíritu
revolucionario del bando carrerino. Ya en la nota que enviaran a la derrocada Junta, el
15 de noviembre, decían claramente los Carrera que una de las causas de la
inestabilidad política derivaba de que “el pueblo nunca ha sido oído, ni ha podido
hablar libremente, pues las más de las veces se han provocado sus sufragios
por convites a ciertas personas (...) por lo cual declarábase que, en esta oportunidad
podían concurrir a la plaza mayor todos los vecinos sin excepción”.
Comentando este llamado, escribe Barros Arana: "La asamblea que pedía Carrera
importaba una peligrosa innovación, por cuanto se pretendía dar parte en los negocios
públicos a las turbas populares siempre fáciles de ser manejadas por caudillos
audaces y ambiciosos”. A pesar de su escasa simpatía por Carrera, el historiador
Barros Arana se vio obligado a reconocer que Carrera “consiguió popularizar el
movimiento revolucionario, dando al elemento democrático intervención en las
manifestaciones de la opinión y del patriotismo, en que hasta entonces sólo habían
tomado parte las clases acomodadas”.
El carácter popular del movimiento carrerino fue inclusive reconocido más tarde por
un gobierno contrario a José Miguel Carrera, como el de Pueyrredón, quien en
un documento de 1816 dirigido a San Martín expresaba: “Siendo notoria la división
en que se hallaba Chile por dos partidos poderosos, antes de la entrada de las tropas
del rey, presididos a saber, el uno por la familia de los Carrera, y el otro por la casa de
los Larraínes (...) el general (San Martín) tendrá presente que el primero de los dichos
partidos contaba con el afecto de la plebe, y que sus procedimientos, aunque nada
honestos ni juiciosos, investían un carácter más firme contra los españoles; y que al
segundo, pertenecían la nobleza, vecinos de caudal y gran parte del clero secular y
regular, siempre tímidos en sus empresas políticas”.

Los principales dirigentes de este bando, además de los Carrera, eran Camilo
Henríquez, Baltazar Ureta, Julián Uribe y Manuel Rodríguez, que se había incorporado
a la lucha activa en noviembre de 1811. El primero cumplió un destacado papel en
la difusión de las ideas libertarias y republicanas, mediante la fundación del primer
periódico nacional: La Aurora de Chile. Allí se vertían, todos los jueves, opiniones del
siguiente tenor: “Es absurdo creer que exista en algún punto de la tierra la libertad civil
sin la libertad nacional [...] Las revoluciones son en el orden moral lo que son
en el orden de la naturaleza los terremotos y las tempestades. Los meteoros
son terribles; pero hasta ahora nos han sido saludables (...) Comencemos
declarando nuestra independencia. Ella sola puede borrar el título de rebeldes que nos
da la tiranía (...) Ya es tiempo de que cada una de las provincias revolucionarias de
América establezca de una vez lo que ha de ser para siempre: que se declare
independiente y libre y que proclame la justa posesión de sus eternos derechos”.
En el seno del movimiento carrerino se fue gestando una corriente más exaltada,
plebeya y jacobina, que no se conformaba solamente con acelerar la lucha por
la independencia política sino que comenzó a plantear por primera vez en Chile la
“cuestión social”. El líder de esta tendencia, cuyo contenido programático rebasaba
los límites burgueses de los Carrera, ya que aspiraba a combinar la
independencia política con la revolución social, fue el franciscano Antonio
Orihuela, hijo de Francisco Borja y sobrino carnal de Manuel de Salas. De Santiago,
donde había tomado los hábitos en 1797, se trasladó a Concepción en 1808. Allí apoyó
el golpe carrerino del 4 de septiembre de 1811 y fue uno de los líderes del movimiento

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

que reemplazó a las autoridades de esa provincia. Este movimiento penquista,


que tuvo un contenido más popular que el de Santiago, obligó a un obispo
contrarrevolucionario de Concepción a pronunciar una pastoral donde decía: "y
vosotros fuisteis testigos de los turbulentos cabildos abiertos que le precidieron y
subsiguieron, en que hicieron el papel más brillante las personas más despreciables del
pueblo, y entre ellas un vil esclavo, bien conocido por sus insípidas bufonadas y
sandeces".
Antonio Orihuela, elegido diputado por Concepción el 4 de septiembre de 1811, en
una asamblea popular, "repartió -dice Domingo Amunátegui- a los vecinos de la ciudad,
y en seguida a los miembros del Congreso una violenta proclama, en la cual
declamaba contra los aristócratas y aconsejaba su exterminio". Esta proclama, que
constituye uno de los primeros documentos de la historia del pensamiento social
chileno, señalaba en sus párrafos más relevantes: "Pueblo de Chile: mucho tiempo
hace que se abusa de vuestro nombre para fabricar vuestra desdicha (...) El infame instrumento de esta
servidumbre que os ha oprimido largo tiempo es el dilatado rango de nobles, empleados y títulos que
sostienen el lujo con vuestro sudor y se alimentan de vuestra sangre (...) ¡qué lamentarse de los
artesanos, reducidos a ganar escasamente el pan de cada día, después de inmensos sudores y fatigas; de
los labradores que sinceramente trabajan en el cultivo de pocas simientes para sus amos y morir ellos de
hambre, dejando infinitos campos vírgenes, porque les era prohibido sembrar tabaco, lino y otras especies,
cuya cosecha hubiera pagado bien su trabajo; de los pobres mineros, sepultados en las entrañas de la
tierra todo el año para alimentar la codicia de los europeos! ¡qué lamentarse por la estrechez del
comercio, decaído hasta lo sumo por el monopolio de la España (...) La nobleza de Santiago se
arrogó así la autoridad que antes gritaba competir sólo al pueblo (como si estuvieran excluidos de este
cuerpo respetable los que constituyen la mayor parte y más preciosa de él) y creó una junta, provisional
que dirigiese las operaciones (...)Ved aquí en este solo pueblo de Concepción patentes ya las
funestas consecuencias de la instrucción maldita en la elección del Conde de la Marquina, Andrés
Alcázar, del magistral Urrejola y del doctor Cerdam (...) Ninguno más inepto para desempeñar cualquier
encargo público que el conde de la Marquina. Lo primero por Conde. En las actuales circunstancias, los
títulos de Castilla que, por nuestra desgracia abundan demasiado en nuestro reino, divisan ya en la
imitación del gobierno el momento fatal en que el pueblo hostigado de su egoísmo e hinchazón, les raspe
el oropel con que brillan a los ojos de los negocios (...) El remedio es violento pero necesario. Acordaos
que sois hombres de la misma naturaleza que los condes, marqueses y nobles; que cada uno de
vosotros es como cada uno ellos, individuo de ese cuerpo grande y respetable que se llama
Sociedad; que es necesario que conozcan y les hagais conocer esta igualdad que ellos detestan como
destructora de su quimérica nobleza (...) Con vosotros hablo, infelices, los que formais el bajo pueblo.
Atended: Mientras vosotros sudáis en vuestros talleres; mientras gastáis vuestro sudor y fuerzas sobre
el arado; mientras veláis con el fusil al hombro, al agua, al sol, y a todas las inclemencias del
tiempo, esos señores condes, marqueses y cruzados duermen entre limpias sábanas y en mullidos
colchones, que les proporciona vuestro trabajo; se divierten en juegos y galanteos, prodigando el dinero
que os chupan con diferentes arbitrios, que no ignorais; y que no tienen otros cuidados que solicitar, con
el fruto de vuestros sudores, mayores empleos y rentas más pingües, que han de salir de
vuestras miserables existencias, sin volveros siquiera el menor agradecimiento, antes sí desprecio,
ultrajes, baldones y opresión. Despertad, pues, y reclamad vuestros derechos usurpados. Borrad, si es
posible, del número de los vivientes a esos seres malvados que se oponen a vuestra dicha, y levantad
sobre sus ruinas un monumento eterno a la igualdad"(SESIONES DE LOS CUERPOS LEGISLATIVOS,
1811 A 1845, Tomo I, p. 357 a 359.)

Otra expresión extremista dentro del movimiento carrerino, fue la exigencia de


expropiar a la burguesía criolla unos tres millones de pesos para financiar el ejército
patriota, ante la inminente invasión española. La petición del Batallón de Granaderos,
entregada el 16 de noviembre de 1811, decía: “Que el nuevo gobierno no omita
diligencia alguna para engrosar el erario con tres millones de pesos sin perdonar
arbitrio!”. La reacción de los círculos burgueses, ante tal exigencia, ha sido reflejada a
su manera por el cronista español Talavera: “Esparcidas estas especies a pocos días
de efectuada la reforma del gobierno, producían las más tristes y melancólicas
ideas en los corazones del vecindario, en términos que los ciudadanos del
mayor rango tentaron retirarse de la capital improvisadamente, llevando consigo

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

sus caudales y alhajas; otros depositan en el seno de la tierra su dinero y


preciosidades; otros se transportan a los conventos; las familias más realzadas
emigran precipitadamente a los campos, llenas de consternación; la capital no ofrecía
sino un cuadro melancólico de pavor y de sustos, porque cada vecino esperaba la
desolación de su casa”. Estas apreciaciones, aunque exageradas y recargadas
de subjetivismo, expresaban en parte la reacción de la burguesía ente la
probabilidad de ser expropiada. Las presiones obligaron a Carrera a rechazar las
exigencias de sus partidarios y tuvo que dar garantías de que no se efectuarían
expropiaciones en las circulares del 16 y 19 de noviembre de 1811. Sin embargo,
Carrera no olvidó este planteamiento y meses después estableció una contribución
forzosa. Uno de los expropiados fue el bodeguero español don Joaquín de Villa Urrutia
que había hecho construir frente a su casa un enorme malecón de piedra; en
sesión de la Junta Cívica Auxiliadora declaró: “Que don Joaquín de Villa Urrutia,
poseyendo una fortuna de más de doscientos mil pesos, debe contribuir al empréstito
con $12.000 y que de no hacerlo, se proceda a embargarle y rematarle prontamente lo
necesario”.

Así, el movimiento carrerino fue el ala más decidida de la burguesía criolla


durante las primeras fases de la revolución porque se constituyó en la
vanguardia intransigente de la lucha por la independencia política. Para
contrarrestar a quienes se le oponían, Carrera apeló a los sectores populares,
quienes dieron un impulso decisivo al proceso revolucionario.
La oposición cerrada al gobierno de Carrera provenía en lo inmediato del temor a
que las medidas para acelerar la independencia provocaran la guerra con
España y el Virreynato del Perú. Una de las causas del descontento de estos
sectores de la burguesía era la firme resolución de Carrera de organizar de una vez
por todas el ejército y las milicias criollas. Los terratenientes protestaban contra los
preparativos militares porque les quitaba mano de obra: “La convocación de las
milicias y el acuartelamiento de los campesinos, precisamente en los momentos en que
habían comenzado a hacerse las cosechas, causaban los más graves perjuicios”.
Una guerra con España y, por consiguiente, con el Virreynato del Perú,
significaba para los terratenientes pérdida del principal mercado para la exportación
de trigo, que aún permanecía firme en 1812.
El norteamericano Samuel B. Johnston, que vino a Chile en 1812 como tipógrafo
para hacer funcionar la imprenta que Hoevel había importado de Estados Unidos, relata
en sus cartas sobre Chile que "Lima depende en absoluto de Chile para un artículo tan
indispensable como el trigo. Hay veinte buques empleados en el tráfico entre El Callao
y Valparaíso, que lo componen el trigo, carne salada, frutas seca, mantequilla, queso,
sebo y vino en cambio de azúcar, arroz, cacao, tabaco, sal, hierro y manufacturas
europeas. Fue materia de admiración para mí el ver que los chilenos permitiesen que
se llevase trigo a Lima, cuando el Virrey hacía la guerra a Buenos Aires (y, en
consecuencia, a los principios que habían abrazado) estando estrechadamente aliados
con esa provincia. Al paso que el ejército de Buenos Aires está sitiando a los realistas
de Montevideo, el hacendado patriota de Chile labra sus campos para proveer con el
pan a los enemigos de su país".

En la urgente e ineludible tarea de consolidar el ejército criollo para


enfrentar a los realistas, Carrera suplió sus improvisadas condiciones de
organizador con su desbordante entusiasmo y actividad. Elevó el número de los
granaderos a 1.500 y mandó confeccionar 10.000 lanzas y 1.500 tiendas de campaña.
Trató de financiar los gastos militares con nuevos impuestos que acrecentaron
las protestas de los terratenientes y comerciantes. Con el mismo fin, gravó con
seis pesos por quintal la internación de yerba mate. "No entre -decía el decreto
gubernamental- yerba mate del Paraguay sin satisfacer uno y medio reales del
derecho de balanza en lugar de los tres cuartos que hasta aquí ha pagado”.
Según los cálculos del gobierno, el nuevo impuesto a la yerba mate debía
producir 57.000 pesos anuales y el de balanza unos 25.000 pesos. "Estas

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

medidas -afirma Barros Arana- produjeron una profunda perturbación (...)


desprestigiaban la revolución ante propios y extraños”. En realidad, afectaban a la
burguesía importadora que controlaba el monopolio comercial de distribución de la
yerba mate y los intereses de los exportadores argentinos. Esta medida determinó
un agravamiento de las ya tensas relaciones entre la Junta de Buenos Aires y el
gobierno de Carrera, cuyo ascenso al poder había sido mal visto por el representante
de Buenos Aires en Chile: "Cuando el movimiento del 4 de septiembre nos prometía los
mejores resultados -decía el delegado Bernardo Vera en su informe- cuando este país
se congratulaba ya por la alianza muy estrecha con V.E. acreditada en el aumento
considerable de las cantidades de pólvora con que se le quería auxiliar, la
revolución del 15 de noviembre último, ha cambiado todo el semblante de las cosas
hasta hacer incalculables los fines en que terminará esta crisis terrible”.
Algunos criollos siguieron saboteando a Carrera no sólo a través de la
oposición obstruccionista del Congreso, sino también alentando golpes militares,
como el dirigido por los hermanos Huici el 27 de noviembre de 1811. Ante la actitud de
la oposición de retirar los diputados para no dar el quórum necesario a las sesiones
donde el gobierno planteaba sus medidas de urgencia, Carrera se vio inducido a
disolver el Congreso el 2 de diciembre de 1811. Fundamentaba su resolución en una
proclama en la que decía que el Congreso constituía un estorbo para alcanzar la
“independencia absoluta”, ya que era incapaz de declarar la ilegitimidad de las
Cortes españolas; “es constante que, separado el trono, el Rey cautivo, los
pueblos de la monarquía española reasumieron exclusivamente la posesión de la
soberanía que le había depositado; e instalada la Regencia del interregno y sus Cortes
generales extraordinarias de un modo ilegal, ellas no tuvieron autoridad bastante para
extenderse sobre los dominios de ultramar. Chile, por eso, suspende su
reconocimiento”.
Carrera, al plantear el desconocimiento del Consejo de Regencia, medida que no
se habían atrevido a tomar los gobiernos anteriores, daba un paso decisivo hacia la
independencia política de Chile.

A pesar de tener que concentrar los esfuerzos en la defensa militar para hacer
frente a una eventual invasión española, el gobierno de Carrera se preocupó de la
Educación, de la Salud pública y del fomento de la minería, a la marina mercante
nacional y a la industria criolla. Propuso medidas para alentar la producción de salitre y
un proyecto para crear un banco de rescate de pastas y de plata en Huasco, con un
capital de veinticinco mil pesos.
El 14 de enero de 1813 quedó fundada la “Sociedad de Amigos del país” con el fin
de fomentar la agricultura, la ganadería, la industria y la artesanía. Estaba dirigida por
Juan Egaña, Antonio José de Irisarri, Manuel de Salas, Domingo Eyzaguirre y
Joaquín Gandarillas. El gobierno, consciente de la importancia económica de la
minería, decretó el 19 de mayo de 1813 que los trabajadores mineros, operarios,
pirquineros, cateadores, etc., quedaran "exentos de todo alistamiento y servicio de
armas, conforme a lo prevenido en las ordenanzas de minería y militar, y a la actualidad
y conveniencia que en las actuales circunstancias resulta al Estado del fomento y
labores de las minas, ningún jefe militar molestará a estos individuos".
En marzo de 1813, el decreto de libertad de comercio de 1811 fue reglamentado
bajo el nombre de "Apertura y Fomento del Comercio y la Navegación", en el que se
establecieron medidas proteccionistas a la industria y a la marina mercante nacional,
gravando con un 30% las mercaderías extranjeras y concediendo a los barcos chilenos
la exclusividad del comercio de cabotaje.
Una de las principales medidas de salubridad pública, promovida por el gobierno,
fue la Junta de Vacuna, institución que en 1812 llegó a vacunar 2.729 personas contra
la viruela.
La educación fue motivo de especial preocupación del gobierno de Carrera. En
enero de 1813, se levantó el primer censo escolar de la República que "registró
en la capital únicamente siete escuelas, con seiscientos sesenta y cuatro alumnos,
en una población de cincuenta mil habitantes". Ese mismo año, se fundó el Instituto

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

Nacional con el fin de promover el estudio de “las ciencias, artes y oficios, instrucción
militar (...) Desde la instrucción de las primeras letras se hallarán allí clases
para todas las ciencias y facultades útiles a la razón y las artes; se hallarán talleres
de todos los oficios, cuya industria sea ventajosa a la República” –señalaba el título XI,
sección I, del Instituto.
Durante el gobierno de Carrera se fomentó la instrucción de la mujer, como
se desprende del decreto de agosto de 1812: "La indiferencia con que miró el antiguo
gobierno la educación del bello sexo, es el comprobante menos equívoco de la
degradación con que era considerado el americano. Parecerá una paradoja que la
capital de Chile poblada de más de cincuenta mil habitantes (con su distrito rural) no
haya aún conocido una escuela de mujeres”. Según este decreto, cada
monasterio de monjas debía tener la obligación de suministrar una sala para la
escuela de primeras letras de niñas pobres. Los conventos de monjas se
resistieron a cumplir la orden del gobierno.
Con la finalidad de forjar una conciencia republicana en la juventud, el
gobierno de Carrera difundió en las escuelas un catecismo político. El tipógrafo
norteamericano Samuel Johnston comentaba en sus cartas sobre Chile que el
catecismo político era una medida “bien calculada para propagar la forma
republicana de gobierno”, y que demostraba en su autor un profundo conocimiento de
la naturaleza humana.
El catecismo político comenzaba de este modo: “¿De qué nación es usted? Soy
americano. ¿Cuáles son sus deberes como tal? Amar a Dios y a mi patria,
consagrar mi vida a su servicio, obedecer las órdenes del gobierno y combatir
por la defensa y sostén de los principios republicanos. ¿Cuáles son las
máximas republicanas? Ciertos sabios dogmas encaminados a hacer la felicidad de los
hombres, establecen que todos hemos nacido iguales y que por ley natural
poseemos ciertos derechos, de los cuales no podemos ser legítimamente
privados”.
Se consigna enseguida una larga enumeración de privilegios de que se goza bajo
el imperio de la forma republicana de gobierno, en contraste con lo que el
pueblo padecía bajo el antiguo régimen colonial de España. Una vez por semana se
celebra un certamen escolar público, en el que se ejercita a los niños en el referido
catecismo y se otorgan premios a los que se manifiestan saberlo mejor. Se señalan
también dos de los muchachos más despiertos para que declamen discursos
redactados en forma de diálogo entre un español europeo y un americano, en los
cuales aquél sostiene el derecho de conquista como suficiente título del rey a su
poder absoluto. El que lleva la representación de América, va armado de fuertes
argumentos para sostener su causa basado en los derechos del hombre y
concluye por derrotar a su contradictor, que acaba por convertirse al nuevo
régimen. Toda esta argumentación aparece redactada en términos claros y
sencillos, calculados para que los entiendan aún los de pocos alcances, estando
enderezada sólo para instrucción de los que no saben leer o no tienen medios para
adquirir libros". Hemos citado "in extenso" esta referencia de un testigo de la época,
poco mencionada por los historiadores, porque constituye una de las mejores
expresiones del ideario republicano de José Miguel Carrera y de su preocupación
porque la campaña de educación política llegara en los términos más sencillos a los
sectores populares del naciente Estado.

El gobierno carrerino tuvo que enfrentar la oposición permanente y enconada de la


Iglesia que, como vanguardia de la contrarrevolución, reaccionaba ante las medidas
tendientes a acelerar la independencia política, además de sentirse afectada por el
decreto que declaraba exentos de derechos eclesiásticos a los matrimonios y
entierros de los pobres y, sobre todo, por la supresión de la palabra “romana”
en el reglamento constitucional de 1812. Carrera fue el primer gobernante
chileno dispuesto a tomar medidas contra la Iglesia, como parte de su plan político de
desarmar a la contrarrevolución en cuyas filas precisamente militaba la mayoría del
clero.

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

La oposición al gobierno de Carrera no cesó ni siquiera en los momentos más


críticos para la independencia chilena: la invasión del ejército realista, dirigido por
Pareja. En vez de cerrar filas en defensa del país, la oposición trató de aprovechar la
invasión española para derribar a la Junta de Carrera. Otros sectores acentuaron su
decidido apoyo al gobierno y exigieron la aplicación de impuestos forzosos a la
burguesía. En una vibrante proclama del 31 de marzo de 1813, José Miguel Carrera
declaraba: "ya se borró del diccionario de Chile la funesta voz del
moderantismo". En su "Diario Militar", anotaba el rechazo a las proposiciones del
jefe del ejército español: "Yo le contesté asegurándole que debíamos despreciar
toda amistad con el virrei y con Sanchez, si se fundaba en sostener los derechos de
Fernando; que los pueblos de Chile trabajaban por su independencia".

La campaña militar de Carrera contra la invasión realista fue saboteada por


los terratenientes, quienes, por encima de todo, exigían garantías para la exportación
de su trigo al Perú. En su “Diario” Carrera manifestaba: “Ejemplo de los incapaces que
eran aquellos pelucones, siendo dueños de Santiago y de parte de la Concepción, no
podían proveer de víveres y caballos al ejército; y el enemigo se paseaba por todas
partes, con sus fuerzas montadas en excelentes caballos”.
A pesar de que la situación comprometía el porvenir de la independencia, los
comerciantes también protestaban porque la lucha contra los españoles en la zona de
Maule les impedía vender normalmente sus mercaderías.
Los intentos inmediatos de la oposición triunfaron transitoriamente con el
reemplazo de Carrera por O'Higgins y luego por Lastra en la Junta de Gobierno.
El símbolo del nuevo curso de las cosas fue el tratado de Lircay en 1814, negociado
por el comodoro Hillyard, de Inglaterra, entonces aliada de España. Gran parte de la
burguesía criolla, enterada de la derrota de Napoleón y del retorno de Fernando VII al
trono en 1814, se apresura firmar un tratado que pusiera a cubierto sus intereses más
concretos, renegando de todas las medidas adoptada por Carrera a favor de la
independencia política. La vergonzosa capitulación de parte de la burguesía criolla se
reflejaba en uno de los acápites del Tratado de Lircay: "Chile, deseoso de conservarse
para su legítimo rey y huir de un gobierno que lo entregase a los franceses, eligió una
Junta Gubernativa (la del 18 de septiembre de 1810) compuesta de sujetos
beneméritos (...) Se reunió efectivamente el congreso de sus diputados, quienes en
su apertura juraron fidelidad a su rey Fernando VII, mandando a su nombre cuantas
órdenes y títulos se expidieron, sin que jamás intentasen ser independientes del rey de
España libre ni faltar al juramento de fidelidad (...) Hasta el 15 de noviembre de 1811
quedó todo en aquel estado y entonces fue cuando por fines e intereses particulares, y
con la seducción de la mayor parte de los europeos del reino, fue violentamente
disuelto el congreso por la familia de los Carrera (...) Así es como durante el tiempo de
aquel despotismo, se alteraron todos los planes y se indicó con signos alusivos -la
bandera, el escudo- una independencia que no pudieron proclamar solemnemente por
no estar seguros de la voluntad general"

El bando carrerino se levantó contra la indigna capitulación de los sectores más


vacilantes de la burguesía criolla y al grito de "Viva la Pancha" –alusión a
Javiera Carrera- repuso en el poder a José Miguel el 2 de julio de 1814. El
segundo gobierno de Carrera, plenamente consciente de la situación, aceleró el
proceso revolucionario imponiendo, medidas contra los curas reaccionarios y
empréstitos forzosos a los realistas y a los terratenientes criollos por valor de 300.000
pesos y 136.000 pesos respectivamente, con el fin de financiar el ejército. "Se impuso
-dice Carrera en su “Diario” una contribución de 400.000 pesos sobre los europeos o
hijos del país, cuya indiferencia por nuestra libertad era manifiesta. Se echó
mano de la plata labrada de las iglesias y se dieron órdenes terminantes para que
pagasen los que fuesen deudores del tesoro para asegurar la tranquilidad interior y
cortar de raíz la seducción con que los sarracenos procuraban desanimar
nuestras tropas, fue indispensable aterrarlos, apresando, desterrando y expatriando 85
frailes y 70 de los principales godos”.

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

La nueva Junta, entre cuyos integrantes se destacaba Julián Uribe por su


tendencia plebeya, hizo denodados esfuerzos para organizar la resistencia contra
la invasión española, pero fue saboteada por los sectores que se le oponían.
O'Higgins, dirigente en aquel período de la oposición, coronó los desaciertos al
desconocer la Junta de Carrera, exigir la convocatoria a un Congreso Nacional
en momentos en que los españoles estaban a las puertas de Santiago y romper el
frente único de los criollos al avanzar desde el sur contra las fuerzas de Carrera. El
combate entre las tropas de Carrera y las de O'Higgins en las Tres Acequias el 26 de
agosto de 1814 fue la antesala del desastre de Rancagua, porque exacerbó los
roces entre los patriotas, debilitando la unidad del ejército nacional.

La interminable discusión entre o'higginistas y carrerinos sobre quién fue el


responsable del desastre de Rancagua es el resultado del apasionamiento de dos
bandos de escritores que sobreestiman el papel de los héroes en la historia. En
rigor, existieron causas objetivas muy profundas, generadas con anterioridad, que
condicionaron el desastre. La derrota de Rancagua fue el producto de tres años de
sabotaje, boicot y oposición cerrada a la labor revolucionaria del gobierno de los
Carrera. En Rancagua no podía triunfar un ejército minado por una lucha intestina
entre bandos irreconciliables ante una fuerza militar española, disciplinada y
homogénea que se había mostrado capaz de hacer retroceder a los criollos en
anteriores combates. La deserción de la mayoría burguesa, su espíritu derrotista
y capitulante, sintetizado en el Tratado de Lircay y en la emigración a Cuyo antes del
desastre de Rancagua, facilitaron el triunfo español. El cierre de la frontera decretado
por Uribe para impedir la huída de los cobardes y el intento postrero de Carrera para
organizar la resistencia en Coquimbo expresaban la voluntad inquebrantable del bando
carrerino para defender hasta las últimas consecuencias la independencia política del
país.

TEXTOS CONSTITUCIONALES
En este período se dictaron dos reglamentos constitucionales. El REGLAMENTO
CONSTITUCIONAL PROVISORIO de 26 de octubre de 1812 y REGLAMENTO PARA
EL GOBIERNO PROVISORIO de 17 de marzo de 1814

REGLAMENTO CONSTITUCIONAL PROVISORIO de 26 de octubre de 1812

1. Antecedentes. Designación de Comisión


El teniente coronel José Miguel Carrera Verdugo (1786-1821) fue visto con especial
simpatía e interés por los distintos bandos o tendencias políticas.
Para los realistas aparecía como el destacado militar que había combatido por el
Rey; para los moderados era un factor favorable el que se tratara de un miembro de las
familias importantes de Santiago y para los exaltados era el militar decidido que
disolvería el Congreso y que, llevado por la vehemencia de su carácter, podría asumir
las posiciones más decididas.
Unido, inicialmente, al grupo de la familia de los Larraín, conocido como "de los
ochocientos", también al bando de los exaltados, y combatiendo -finalmente- a todos
los grupos, Carrera tomó el gobierno entre los meses de septiembre y diciembre de
1811. Primero, haciendo asumir el gobierno al Tribunal Ejecutivo, que presidió el
maestre de campo Juan Enrique Rosales. Luego, asumiendo la junta de Gobierno,
integrada por él mismo, como Presidente, "por la parte del centro", y por los vocales el
teniente coronel Bernardo O'Higgins y el doctor José Gaspar Marín "por la parte
meridional" y "por la parte septentrional", respectivamente. Después, el 13 de diciembre
de 1811, asumió José Miguel Carrera como Autoridad Suprema Provisional.
Durante su gobierno se hizo sentir nuevamente el propósito de elaborar un texto
constitucional. El 12 de agosto de 1812 la junta Provisional de Gobierno designó una
comisión especial al efecto, integrada por Francisco Cisternas, Fernando Márquez de la
Plata, Francisco Antonio Pérez, José S. Rodríguez, Manuel de Salas y Pedro Vivar.

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

La transcripción del decreto que los designaba señala: 'Ya es improrrogable la


expectación en que se ha mantenido el reino por tres años, y se sienten a cada
momento los funestos efectos de la incertidumbre política; para evitarlos se ha pasado
al Gobierno el proyecto de Constitución provisoria que se acompaña con esta fecha al
señor Decano don Fernando Márquez de la Plata, y aunque nunca podrá sancionarse
sino por la voluntad general que se consultará en el lleno de su voluntad, no permite la
delicadeza de un Gobierno que no quiere traspasar una línea de sus estrechos
deberes, que aún se presente a la aprobación sin el examen más detenido y maduro; al
efecto se ha comisionado a V. para que en unión de los SS. dicho Decano don
Fernando Márquez de la Plata, don José Pedro Vivar, don José Santiago Rodríguez,
don Francisco Antonio Pérez, don Francisco Cisternas y don Manuel de Salas lo
examinen, lo discutan y rectifiquen consiguiendo con la gravedad de sus importantes
trascendencias la ejecutiva urgencia de su instalación. Así lo espera esta autoridad,
que noticia en la misma fecha la Comisión a los demás nombrados".

2. Elaboración del Reglamento


La Comisión inició de inmediato sus tareas. Ya antes, el 11 de julio de 1812, Joel
Roberts Poinsett, cónsul general de los Estados Unidos, quien había sido acreditado
ante las Provincias del Río de la Plata y ante Chile, habría presentado otro proyecto el
cual no fue considerado viable por Carrera.
No habiendo podido la Comisión llegar a acuerdos, devolvió el proyecto al
Gobierno en el mes de octubre, practicándose una segunda revisión o examen.
Recuerda Juan José Carrera (1782-1818) que "para el mejor acierto se reunieron don
Francisco Antonio Pérez, don Jaime Zudáñez, don Manuel de Salas, don Hipólito
Villegas, don Francisco de la Lastra y don Camilo Henríquez, quienes formaron a su
gusto todos los artículos sin que por nuestra parte se hiciese el menor reparo". José
Miguel Carrera, por su parte, señala: 'Los patriotas se reunieron en casa del cónsul
Poinsett y lo sometieron a un nuevo examen. Todo ello daría por resultado la
elaboración definitiva del proyecto. Después de algunas noches que nos reunimos,
presentamos la Constitución provisoria que debía darse al Gobierno. Accedimos
gustosos a ella porque en materia política cedíamos al dictamen de los senadores
Henríquez, Pérez, Zudáñez, Salas, Irisarri y otros de esta clase".
Miguel Varas Velásquez, sostiene que dicho texto sería obra del Secretario de
Estado Agustín Vial Santelices, basándose, para tal afirmación, entre otras razones, en
que en el proyecto presentado a la Junta Gubernativa en agosto de 1812 se registra lo
siguiente: "Se presenta por don Agustín Vial un proyecto de Constitución provisoria y se
nombra una comisión para examinarla".

3. Contenido del Reglamento


La importancia de este Reglamento, de 27 artículos, considerado por algunos como
la primera Constitución chilena, no obstante que su amplitud, siendo superior a la de
los Reglamentos de 1811 y 1814, era aún insuficiente, radica en el contenido de sus
artículos 2, 3, 5 y 24, que representan una declaración ya muy franca del espíritu de
independencia respecto de la Corona, muy distinto al propósito expresado en el
Cabildo del año 1810.
Así, se disponía (artículo 3) que "Su Rey (de Chile) es Fernando VII, pero agregaba
"...que aceptará nuestra Constitución en el modo mismo que la de la Península. A su
nombre gobernará la junta Superior Gubernativa establecida en la capital", la cual tenía
tres miembros que durarían tres años en sus cargos.
Por otra parte, se señalaba que "El pueblo hará su Constitución por medio de sus
representantes" (artículo 2).
Y que "Ningún decreto, providencia u orden, que emane de cualquiera autoridad o
tribunales fuera del territorio de Chile tendrá efecto alguno, y los que intentaren darles
valor, serán castigados como reos de Estado" (artículo 5).
También es destacable la referencia a que "El español es nuestro hermano"
(artículo 24).

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

El reconocimiento a la importancia y a la actividad de las provincias se encontraba


en la integración del órgano legislativo, que recayó en un Senado representativo de 7
individuos, elegidos dos por cada una de las provincias de Concepción y Coquimbo y
tres por la de Santiago (artículo 10).
En materia de derechos individuales ya se contemplaban la seguridad de las
personas, casas, efectos y papeles (artículo 16) que nadie sería penado sin proceso y
sentencia conforme a la ley, fundamento del "habeas corpus" (artículo 18) la libertad de
imprenta (artículo 23) la libertad individual (artículo 24) y la facultad judiciaria como
privativa de los tribunales y juicios, quedando inhibido el Gobierno de todo lo
contencioso (artículo 17).

4. Aprobación
Habiéndose presentado al Gobierno el 12 de octubre, el Reglamento fue aprobado
con fecha 26 de octubre de 1812. El 27 de octubre, y por tres días, se abrió un registro
público en la Sala del Consulado, con el texto del Reglamento para su ratificación.
Trescientas quince personas lo hicieron mediante suscripciones, todas afirmativas.
En las provincias se procedió de acuerdo a la presentación que la junta formulara
con fecha 14 de noviembre de 1812 y que establecía la obligación de convocar a todas
las personas de cada provincia que por cualquier respecto "sean dignas de
consideración, para que, impuestas detenidamente en este asunto, en su espíritu y
objetos, expongan con plena libertad cuanto crean convenir a solidar la igualdad de las
otras, la unidad indivisible de los pueblos, la felicidad pública e individual;
recordándoles, al mismo tiempo, que es una facultad y una obligación de todo
ciudadano concurrir siempre al bien de la sociedad de que es miembro, y que así
pueden y deben dirigir sus advertencias en todos los ramos a esta junta, al Senado y
después al congreso de representantes, cuya reunión será uno de los primeros objetos
de las tareas de este nuevo magistrado, digno por cualquier aspecto de la general
confianza".
En Concepción y Coquimbo se citaron a cabildos abiertos para que, con la
concurrencia de los funcionarios, se jurara el Reglamento, formulándose reservas o
protestas y recogiéndose las listas de adhesión.

5. Vigencia
El brigadier José Miguel Carrera presidió las diferentes juntas Representativas de
la Soberanía hasta el 13 de abril de 1813, prosiguiendo al mando del Ejército hasta su
separación de éste, el 27 de noviembre de 1813.
La decisión de las autoridades españolas, y particularmente del Virrey del Perú
Fernando de Abascal, de sofocar por las armas el incipiente movimiento
independentista, determinó -al revés- que en su curso futuro éste se acrecentara.
El 26 de marzo de 1813 desembarcó en San Vicente, Talcahuano, provincia de
Concepción, la expedición al mando del Almirante Antonio Pareja, iniciando los hechos
militares que llevaron a la Reconquista Española. El coronel patriota Rafael de la Sotta
Manso de Velasco (1785-1818) combatió, sin éxito, a la señalada expedición.
Los hechos políticos y militares posteriores a tal invasión realista, llevaron a la
destitución de José Miguel Carrera y al nombramiento de Bernardo O'Higgins como
Comandante en jefe del Ejército. De allí se desarrollaría la enemistad entre ambos,
extendiéndose en sus seguidores incluso mucho más allá de sus vidas.
No cabe sí duda que, aunque breve, la actividad pública de Carrera fue decisiva en
cuanto definir con mayor claridad lo que ya comenzaba a ser el ideal independentista.
La abrogación del Reglamento fue declarada por la reunión de la Junta de
Corporaciones, el 6 de octubre de 1813.

REGLAMENTO PARA EL GOBIERNO PROVISORIO


17 de marzo de 1814

1. Antecedentes. Designación de Comisión

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

En plena invasión española, habiendo llegado una nueva expedición realista, al


mando del brigadier Gabino Gaínza, y producida, el 4 de marzo de 1814, la toma de
Talca,"` el Cabildo Abierto de Santiago, fundado en la necesidad de concentrar la
autoridad, el 7 de marzo de 1814, pidió su renuncia a la Junta Gubernativa de Chile,
integrada por Agustín de Eyzaguirre, el presbítero José Ignacio Cienfuegos y José
Miguel Infante, gobernantes desde octubre de 1813, y designó Director Supremo al
coronel Francisco de la Lastra de la Sotta (1777-1852).
De la Lastra, quien asumió días después, a su vez, designó una Comisión de cinco
personas: José A. Errázuriz, en representación del clero; Camilo Henríquez, como
miembro del Senado; José María Rozas, en representación del Cabildo, del Consulado
y de la junta de Minería; Francisco Antonio Pérez, miembro del Tribunal de justicia, y
Andrés Nicolás de Orjera, representante de las milicias, para que en el plazo de 24
horas redactaran un reglamento provisional.
Al igual como ocurrió desde los inicios del constitucionalismo en Chile, y como
siguió ocurriendo, el gobernante -pese a las circunstancias de la época - requirió un
texto que fuera el título jurídico de su administración.

2. Elaboración y aprobación
El Reglamento fue discutido y examinado por la Junta de Corporaciones,
aprobándose por éstas, siendo luego promulgado por el Director Supremo el 17 de
marzo del mismo año.

3. Contenido del Reglamento


Si bien de escaso contenido, el Reglamento para el Gobierno Provisorio tiene
especial importancia, por radicar el órgano ejecutivo en una autoridad unipersonal, por
primera vez denominada Director Supremo, y no colegiada, como había ocurrido con
los Reglamentos Constitucionales de 1811 y 1812.
Lo principal de este tercer Reglamento Constitucional, de 14 artículos, está
consignado muy precisamente en el artículo 1° de su texto: "Las críticas circunstancias
del día obligaron a concentrar el Poder Ejecutivo en un individuo, con el título de
Director Supremo, por residir en él las absolutas facultades que ha tenido la junta de
Gobierno en su instalación de 18 de septiembre de 1811.
Estableciendo así, la misma forma de organización existente en Chile durante el
período hispano, y señalando, en cuanto al período republicano, una forma que, con
muy escasas y no significativas excepciones, después de 1826, con la denominación
de Presidente de la República, ha regido permanentemente en el país.
El Director Supremo duraría en su cargo 18 meses concluido este término, la
Municipalidad, que para entonces deberá estar dirigida por el pueblo, uniéndose al
Senado, acordará sobre su continuación o nueva elección. (Artículo 5). Sus facultades
serían "amplísimas e ilimitadas" (artículo 2) pero concluido su gobierno, sería sometido
a juicio de residencia (artículo 8).
El órgano legislativo sería un Senado compuesto de siete individuos, que se
elegirán por el Excelentísimo señor Director, de la propuesta en terna que le hará la
Junta de Corporaciones.
Al efecto, esta elegirá veintiún individuos de las calidades necesarias para aquella
magistratura y los pasará en lista al supremo gobierno para el nombramiento de los
siete senadores.
La duración de éstos será la de dos años. Al cabo de ellos se elegirán cuatro en los
mismos términos que ahora se haga la de todos, y, al año siguiente, los tres estantes,
debiendo salir primero los más antiguos.
De este cuerpo será elegido uno Presidente y otro Secretario, variándose cada
cuatro meses por nuevas elecciones.
Su asiento en funciones públicas será inmediato al Excelentísimo señor Director, y
concurrirán solo al Presidente y el Secretario.
Su servicio será sin más sueldo que la gratitud de la patria.

4. Vigencia

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Universidad de Concepción. Curso Historia Constitucional de Chile. 2014.

Durante el gobierno del Director Supremo De la Lastra se suscribió el Tratado de


Lircay, de 3 de mayo de 1814. Entre sus principales acuerdos estuvieron el
reconocimiento por Chile de Fernando VII como soberano, el envío de los diputados a
las Cortes de Cádiz, la subsistencia del gobierno patriota mientras no se notificaran los
acuerdos por las Cortes y el abandono de las tropas realistas de la ciudad de Talca y
de la provincia de Concepción.
Otro de los acuerdos, que se mantendría en secreto, fue el de la entrega al
gobierno patriota de los hermanos José Miguel y Luis Carrera, que estaban presos en
Chillán, lo cual el coronel realista Luis de Urrejola no cumplió, poniéndolos en libertad.
Produciéndose, como consecuencia, una breve etapa de verdadera guerra civil entre
las fuerzas de Carrera y de O'Higgins, con ventajas para las del primero. A esta
rivalidad puso término el conocimiento de la llegada a Talcahuano, el 13 de agosto de
1813, de la expedición española del coronel Mariano Ossorio, enviado por el virrey del
Perú Fernando de Abascal, quien no aceptó los acuerdos de Lircay.
Ossorio se dirigió, intimando sometimiento, "a los que mandan en Chile". Ante ello,
el l° de septiembre de 1814, O'Higgins y Carrera acordaron avenirse y resolvieron
presentar batalla a las fuerzas realistas, acordando, finalmente, que ello ocurriera en la
ciudad de Rancagua.
El Reglamento Constitucional siguió la suerte de los hechos militares y tuvo, por lo
tanto, una breve vigencia, prácticamente hasta la derrota de las fuerzas patriotas en el
denominado Desastre de Rancagua, de 1 y 2 de octubre de 1814, que señala el
término de la denominada Patria Vieja y el inicio del período de la Reconquista
Española, el cual se extendió hasta el triunfo patriota en la Batalla de Chacabuco, el 12
de febrero de 1817.

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