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Áreas de especialización[editar]
La psicología es una disciplina compleja, con muchas maneras diferentes de observar e
interpretar la mente y la conducta humana y de aplicar los conocimientos obtenidos. A medida
que se ha ido desarrollando como disciplina científica y profesional, se ha producido también
una creciente especialización, tanto en interés por la investigación como en términos de
formación3.
Tras finalizar su formación universitaria fundamental, el psicólogo debe especializarse en una
o varias de estas áreas concretas de la psicología —aquellas que mejor se adapten a sus
intereses y capacidades— para poder desarrollar eficazmente una actividad profesional
productiva. Algunas de las ocupaciones profesionales del psicólogo con más tradición y
población son las siguientes:
Psicólogo experimental[editar]
La psicología experimental es, históricamente, la especialidad más antigua dentro de
la psicología desde su nacimiento como ciencia a finales del siglo XIX. La labor primordial del
psicólogo experimental comprende el desarrollo de habilidad y metodología para la
investigación científica y la ampliación del conocimiento existente sobre los fenómenos
psicológicos. Para ello, realizan investigaciones sobre todos los procesos psicológicos, desde
los más básicos —como el aprendizaje, la memoria, la sensación, la percepción, la cognición,
la motivación y la emoción— a los más complejos. En la actualidad, la mayor parte de estas
investigaciones se realizan en las Universidades, aunque también se desarrollan en
laboratorios privados.
Psicopatólogo[editar]
Es el profesional de la psicología especializado en el campo de
la psicopatología (tradicionalmente también conocida como psicología anormal o psicología
de la anormalidad), se interesa por el estudio de las irregularidades psíquicas y las conductas
anormales, interpretando dichas anormalidades como desviaciones cuantitativas de la
conducta normal, abarcando así desde las frecuentes divergencias de menor importancia a las
grandes desviaciones de la normalidad que, aunque más excepcionales, suponen un
problema de enorme importancia social.
La tarea primordial del psicopatólogo consiste en proporcionar cuenta y razón descriptiva
sistemática de todas las irregularidades de la conducta, cualquiera que pueda ser su grado de
severidad, en clasificarlas y en tratar de explicar cómo aparecieron. Su tarea está, por tanto,
más bien orientada hacia la teoría, centrada en la ampliación del conocimiento existente sobre
las diversas afecciones mentales.
El psicopatólogo puede optar por dos clases posibles de interpretación de dichas
anormalidades:
Concepción estructural: Puesto que toda conducta tiene como sustrato un complejo
mecanismo fisiológico, en el cual los sistemas nervioso y glandular desempeñan un
importante papel, la interpretación neurofisiológica supone que las fallas de operación
normal deben poder atribuirse directamente al desarreglo orgánico de estos sistemas. Así,
la lesión o enfermedad nerviosa, el subfuncionamiento o sobrefuncionamiento de los
mecanismos glandulares, o una combinación de ambos, deben ser la causa fundamental
de las desviaciones de la conducta.
Algunas de las exigencias éticas más destacadas por los colegios profesionales de psicólogos
de España son las siguientes:
La intervención del psicólogo, ya sea por petición de asesoramiento de una persona o por
parte de una sociedad, implica una confianza plena, y exige como contrapartida el secreto
profesional.
La intervención del psicólogo nunca ha de pretender obtener información o conocimiento
para conseguir beneficios sobre los sujetos a los que presta sus servicios.
El código ético del psicólogo exige siempre, como objetivo último, el servicio a la persona,
la búsqueda de su salud mental y de su equilibrio psíquico.
El psicólogo nunca puede imponer sus objetivos, sino ayudar a descubrirlos al sujeto
cliente de su intervención, puesto que todo sujeto es un ser libre.
El psicólogo no puede imponer pautas o normas de conducta a los sujetos sobre los que
interviene, porque todo sujeto, además de ser libre, es responsable de sus actos.
El psicólogo no debe ayudar a los sujetos de su intervención a eludir sus
responsabilidades, sino ayudarles a ser conscientes de ellas.
En situaciones de conflicto en su ejercicio profesional, como, por ejemplo, atender a los
intereses de una empresa para la que trabaja al tiempo que debe preocuparse por los
intereses de personas contratadas por dicha empresa y de las que también se encarga,
debe atender principalmente al beneficio psicológico de las personas.
El psicólogo debe ser consciente de sus propios límites y carencias, tanto de sus
limitaciones como persona como de los límites y lagunas de su formación, teniendo
obligación moral de estar al día y perfeccionar sus conocimientos. Nunca debe prometer
nada que no esté seguro que pueda cumplir y debe advertir sobre sus limitaciones
siempre que la sociedad le pida más de lo que efectivamente pueda ofrecer.
El psicólogo no debe buscar entrar en conflicto con sus colegas, y en caso de producirse
no ha de pretender hacerlo público y notorio, sino acudir al papel conciliador del Colegio
Profesional.
El psicólogo ha de evitar rebajar o banalizar su profesión con sus actuaciones o con la
imagen que de ella ofrece al público, máxime cuando se le solicite en medios públicos
para interpretar acontecimientos y comportamientos o para ilustrar determinadas terapias
psicológicas. Jamás debe ofrecer una imagen ligera de la profesión psicológica que la
confunda con prácticas parapsicológicas de clarividencia, espiritistas y sensacionalistas
sin base psicológica científica, actividades que, sin lugar a duda, no son respaldadas por
los colegios profesionales de psicólogos.
Los colegios profesionales de psicólogos deben estar atentos y tomar medidas en el caso
de que algún psicólogo sufra desequilibrios personales que afecten a su ejercicio
profesional.
Deben intervenir, siguiendo las directrices del código deontológico, cuando se produzcan
conflictos y escándalos públicos a consecuencia de informes y diagnósticos que interfieran
en los derechos e intereses de otras personas, o entren en conflicto con informes emitidos
por otros profesionales de la psicología, adoptando los procesos administrativos que
consideren adecuados.
Deben denunciar las prácticas de banalización y de ambigüedad profesional en el ejercicio
de la psicología, así como recordar a sus afiliados la responsabilidad de ofrecer una
imagen adecuada de su profesión.
Tienen la obligación de recordar a los profesionales de la psicología su responsabilidad de
ofrecer ayuda eficaz, para lo cual es necesario mantener al día su formación y evitar el
anquilosamiento en el ejercicio de la profesión psicológica, puesto que las técnicas
profesionales no son inamovibles. Para ello, deben procurar que sus afiliados reciban una
especie de formación continuada, ofreciéndoles una actualización periódica de su
formación teórica y práctica.