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O
LA LOCURA DE ELBEHNON
Stéphane Mallarmé
—Selección de textos lrcp—
Igitur acompañaría a Mallarmé como un espectro apuntador en su búsqueda del Libro, “persuadido de
que en el fondo no hay más que uno, el que todos los que han escrito han intentado sin saberlo,
incluidos los Genios. La explicación órfica de la Tierra, que constituye el único deber del poeta, y el
juego literario por excelencia”.
[Introducción]
Antiguo estudio
Cuando los soplos de sus ancestros quieren apagar la vela (gracias a la cual tal vez
subsisten los caracteres del grimorio1) —él dice “¡No todavía!”
Él mismo, al final, cuando los ruidos hayan desaparecido, obtendrá una
prueba de algo grande (¿no hay astros?, ¿el azar anulado?) por el simple hecho de
que puede causar la sombra al soplar sobre la luz—
Luego —como se habrá expresado según lo absoluto— que niega la
inmortalidad, lo absoluto existirá fuera —luna, encima del tiempo: y él levantará
el telón, enfrente.
1. La Medianoche
2. La escalera
3. El tiro de dados
4. El sueño sobre las cenizas, después de la vela apagada
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La Medianoche
3
II
4
Deja la Recámar a y se pierde
en las escaler as
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de los tableros, donde el plumaje escapa, y desdoblado por el equívoco explorado,
la simetría perfecta de las deducciones previstas desmentía su realidad; no había
razón para engañarse ahí era la conciencia de sí (en la cual el absurdo mismo debía
servir de sitio) —su triunfo.
Ella se presenta de igual modo en una y en otra faz de sí misma sino en una
mano la claridad opalina de su ciencia y en la otra su volumen, el volumen de sus
noches, ahora cerrado: del pasado y del porvenir que llagada al pináculo de mí, la
sombra pura domina perfectamente y ultimados, fuera de ellos. Mientras que
delante y detrás se prolonga la mentira explorada de lo infinito, tinieblas de todas
mis apariciones reunidas, ahora que el tiempo ha cesado y no las divide más,
caídas de nuevo en un pesado sueño, masivo (durante el ruido primero oído), en el
vacío del cual oigo las pulsaciones de mi propio corazón.
No me gusta el ruido: esta perfección de mi certeza me incomoda: todo es
demasiado claro, la claridad muestra el deseo de una evasión; todo es demasiado
relumbrante, me gustaría regresar a mi Sombra increada y anterior y despojar con
el pensamiento la deformación que me ha impuesto la necesidad, de habitar el
corazón de esta raza (que oigo latir aquí) único resto de ambigüedad.
A decir verdad, en esta inquietante y bella simetría de la construcción de mi
sueño, ¿cuál de las dos oberturas tomar, puesto que ya no hay futuro representado
por una de ellas? ¿No son las dos, por siempre equivalentes, mi reflexión? ¿Debo
entonces temer al azar, este antiguo enemigo que me dividió en tinieblas y en
tiempos creados, ahí pacificados los dos en un mismo sueño?, ¿y no es por el fin
del tiempo, que acarreó al de las tinieblas, él mismo anulado?
(murmullo)
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una gola aracneana y que no se reconoce: así ahora que su dualidad está por
siempre separada, y que ya ni siquiera oigo a través de él el ruido de su progreso,
voy a olvidarme a través de él, y a disolverme en mí.
Su golpe de nuevo se torna vacilante como antes de tener la percepción de
sí: era la cadencia de mi medida cuya reminiscencia me volvió prolongada por el
ruido del pasillo del tiempo de la puerta de mi sepulcro, y por la alucinación: y, así
como realmente fue cerrada, así ella debe abrirse ahora para que mi sueño se haya
explicado.
Ha sonado para mí la hora de partir, la pureza del espejo se establecerá, sin Deja la recámara
este personaje, visión de mí —¡pero él llevará la luz!— ¡la noche! Sobre los muebles
vacantes, el Sueño ha agonizado en este vial de cristal, pureza, que encierra la
substancia de la Nada.
III
Vida de Igitur
[E s q u em a ]
Escucha, raza mía, antes de apagar la vela —las cuentas que tengo que rendirte
de mi vida —Aquí: neurosis, hastío (o ¡Absoluto!) Horas vacías,
He vivido siempre con mi alma fija del reloj. Cierto, hice todo para que el puramente
tiempo que ella sonara quedara presente en la recámara, y para mí se volvió pastura negativas
y la vida —oscurecí el telón, y como estaba obligado para no dudar de mí a sentarme
frente a este espejo, he recopilado preciosamente los mínimos átomos de tiempo
en tejidos sin cesar oscurecidos. —A menudo el reloj se me ha hecho gran bien.
(¿Esto antes de que su Idea haya sido completada?
En efecto, Igitur ha sido proyectado fuera del tiempo por su raza)
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He aquí en suma Igitur, desde que su Idea ha sido completada: —El pasado
incluido de su raza que pesa sobre él en la sensación de finito, la hora de la péndola
precipitando este hastío en tiempo pesado, sofocante, y su espera del
cumplimiento futuro, forman tiempo puro, o hastío, vuelto inestable por la dolencia
de la idealidad: este hastío, no pudiendo ser, de nuevo se transforma en sus
elementos, tan pronto, cerrados todos los muebles, y llenos de su secreto; e Igitur
como amenazado por el suplicio de ser eterno que él presiente vagamente,
buscándose en el espejo vuelto hastío y viéndose vago y cerca de desaparecer como
si fuera a desvanecerse en el tiempo, luego evocándose; luego cuando de todo este
hastío, tiempo, se ha recuperado, viendo el espejo horriblemente nulo, viéndose en
él rodeado de una rarefacción, ausencia de atmósfera, y los muebles torcer sus
quimera en el vacío, y el telón estremecerse invisiblemente, inquietos; entonces,
abre los muebles, para que viertan su misterio, lo desconocido, su memoria, su
silencio, facultades e impresiones humanas —y cuando cree haber vuelto a ser él
mismo, fija a su alma el reloj, cuya hora desaparece por el espejo, o va a ocultarse
en el telón, lleno en demasía, no dejándolo siquiera en el hastío que él implora y
sueña. Impotencia de hastío.
¡Se para el tiempo indefinido y es! Y este tiempo no va como antaño a
detenerse en un temblor gris sobre los ébanos macizos cuyas quimeras cerraban
los labios con una abrumadora sensación de finito, y, no encontrando cómo
mezclarse en los tapices saturados y sobrecargados, llenar un espejo con hastío
donde asfixiante y sofocado, suplicaba yo permanecer como un vago rostro que
desapareciera completamente en el espejo confundido; hasta que al fin, mis manos
apartadas un momento de mis ojos donde las había puesto para no verlo
desaparecer, en una espeluznante sensación de eternidad, en la que parecía
expirar la recámara, surgió como el horror de esta eternidad. Y cuando de nuevo
abría los ojos en el fondo del espejo, veía al personaje de terror, al fantasma del
terror absorber poco a poco lo que restaba de sentimiento y de dolor en el espejo,
nutrir su temor con los supremos temblores de las quimeras y con la inestabilidad
de los tapices, y formarse al ratificar el espejo hasta una pureza inaudita —hasta
que se desprendió, permanente, del espejo absolutamente puro, como preso en su
frío —hasta que al fin los muebles, habiendo sucumbido sus monstruos con sus
cadenas convulsivas, hubiesen muerto en una actitud aislada y severa, proyectando
sus líneas duras en la ausencia de la atmósfera, los monstruos cristalizados en su
esfuerzo último, y que el telón dejando de ser inquieto cayese, con una actitud que
debía conservar por siempre.
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Paréntesis
Tedi López Mills
Trance
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haber consecuencias reiterativas. Introducir el azar como un primer motor fue
quizás un desacierto, pero Mallarmé no pudo evitarlo: en la medianoche que es el
mediodía y la media luna y el medio sol y la mitad de Nada, deben lanzarse los
dados. Esto dicta la regla: él la inventó.
La poética de Mallarmé es la escritura como obstáculo, y su moneda de
cambio, aquel “monstruo de la impotencia”. Nunca hubo otro tema, sólo la
disyuntiva entre la célebre página en blanco y la otra, donde la “vaga figura” de
Igitur da vueltas por un aposento, lanza los dados y, por lo tanto, marca un derrotero
y, en consecuencia, se introduce en la tumba y, por consiguiente, muere, pues él
mismo era un ancestro. Lo demás simplemente no se escribió. Aunque podría
enumerarse.
El soplo de una boca en la ceniza de un aposento en la tarea de un niño por
travesía de un espacio.
El lugar del caballo a horcajadas en el descenso de los barandales con el roce
de las en la luz.
El volumen de sus noches en el pálpito del corazón a través del diamante del
reloj.
La ambigüedad de un huésped en el susurro escandido en la escalera a paso
lento por los muebles sin dueño.
El cristal de la risa en la agonía de la imagen que se escucha antes del tedio
en la fijeza de la hora vacía, puramente negativa.
El bienestar del minutero en la pastura de la vida o la idea mutilada de quien
la tuvo por afuera del tiempo.
El ruido a intervalos en las tinieblas futuras de un personaje antiguo cada
noche en la caída sin misterio.
El Absoluto que se dijo en la espiral de su travesura: Yo solo —yo solo— voy a
conocer la Nada.
La prohibición de su madre, la orden de que se calle ya Igitur.
La palabra que profiere para hundirla otra vez en la inanidad.
El espejo que repite su nombre Igitur en la locura concebida por la idea de un
error.
El plagio de ambos en la Nada que se traspasa mintiendo.
Los dados que tira Igitur cuando ya se ha disipado el azar.
El final por donde se anula cualquier comienzo.
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IV
El tiro de Dados
(En la tumba)
(E s q u em a )
En suma, es un acto en donde el azar está en juego, el azar siempre cumple
su propia Idea afirmándose o negándose. Ante su existencia la negación y la
afirmación fracasan. Contiene al Absurdo —lo implica, pero en estado latente
y le impide existir, lo que permite lo Infinito ser.
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Igitur sacude simplemente los dados —movimiento antes de ir a reunirse con
las cenizas, átomos de sus ancestros: el movimiento que está en él es absuelto. Se
comprende lo que significa su ambigüedad. Un tiro de dados
Cierra el libro —apaga la vela, con su soplo que contenía el azar; y, que consuma una
cruzándose de brazos, se acuesta sobre las cenizas de sus ancestros. predicción, de la
que ha
Al cruzar los brazos —lo Absoluto ha desaparecido, como pureza de su raza dependido la vida
(ya que así debe ser puesto que le ruido cesa). de una raza.
Raza inmemorial, cuyo tiempo que pesaba ha caído, excesivo, en el pasado,
“No silben” a los
y que llena de azar no ha vivido, entonces, sino de su futuro —Este azar negado con vientos, a las
ayuda de un anacronismo, un personaje, suprema encarnación de esta raza —que sombras —si
siente en él, gracias al absurdo, la existencia de lo Absoluto, ha, solitario, olvidado pienso, actor, dar
la palabra humana en el grimorio, y el pensamiento es una luminaria, uno la función —las
12— no hay azar
anunciando esta negación del azar. El personaje que, creyendo en la existencia del en ningún sentido
solo Absoluto, se imagina estar por todas partes en un sueño (actúa según el punto
de vista Absoluto) encuentra el acto inútil pues hay y no hay azar —reduce el azar a —
Sobre las cenizas de los astros, indivisas de la familia, estaba el pobre personaje, o los dados
acostado, luego de haber bebido la gota de la nada que le falta al mar (Vacío el vial, —azar agotado
¿locura, todo lo que queda del castillo?) Partida la Nada, queda el castillo de la
pureza.
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Escolios
Trazos
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tinieblas —mientras que el libro con las páginas cerradas todas las noches, y la luz,
el día que ellas separan. No obstante los muebles conservarán su vacancia y agonía
del sueño quimérico y puro, un vial contiene a sustancia de la Nada.
Y ahora ya sólo hay sombras y silencio. Que el personaje, que ha dañado a
esta pureza, tome este vial que lo predecía y se lo fusione, más tarde: pero que lo
ponga simplemente en su seno, yendo a hacerse absolver por el movimiento.
Reproducción de un cono de luz, en el que se representan dos dimensiones espaciales y una temporal (eje de ordenadas).
El observador se sitúa en el origen, mientras que el futuro y el pasado absolutos vienen representados por las partes
inferior y superior del eje temporal. El plano correspondiente a t = 0 se denomina plano de simultaneidad o hipersuperficie
de presente (También llamado "Diagrama de Minkowsky"). Los sucesos situados dentro de los conos están vinculados al
observador por intervalos temporales. Los que se sitúan fuera, por intervalos espaciales.
II
Varios esbozos
de la salida de la Recámara
Los tableros de la noche ebaneana no se cierran todavía sobre la sombra que ya no
percibe nada sino la oscilación vacilante y presta a detenerse de un péndulo oculto
que comienza a tener la percepción de sí mismo. Pero pronto percibe ella que era
en ella, en quien el resplandor de su percepción se adentraba como sofocado, —y
ella regresaba a sí misma. El ruido, pronto, se escandió en una forma más definitiva.
Pero, a medida que se volvía más cierto por un lado, y más prensado, su hesitación
aumentaba con una suerte de roce, que reemplazaba al intervalo desaparecido; y,
presa de duda, la sombra se sentía oprimida por una nitidez huidiza, como por
continuación de la idea aparecida de los tableros que aunque cerrados, abiertos
todavía, sin embargo, habrían para llegar a esto, en una vertiginosa inmovilidad
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girado prolongadamente sobre ellos mismos. Finalmente un ruido que parecía el
escape de rueda catalina* de la condensación absurda de los precedentes se
exhaló, pero dotado de una cierta animación reconocida, y la sombra ya no escuchó
nada sino un regular goteo que parecía huir por siempre como el revoloteo
prolongado de algún huésped de la noche despertado de su pesado sueño: pero no
era eso, no había sobre las paredes relucientes trama alguna, en la cual pudieran
adherirse siquiera las patas aracneanas de la sospecha: todo era reluciente y
cristalino; y si algún plumaje hubiera alguna vez frotado estas paredes, no podría
haber sido sino las plumas de genios de una especie intermediaria cuidadosa de
reunir todo polvo en algún lugar especial, a fin de que estas sombras, por ambos
lados multiplicadas al infinito aparecieran como puras sombras llevando cada una
el volumen de sus destinos, y la pura claridad de su conciencia. Lo que había de
claro es que esta estancia concordaba perfectamente consigo misma: por ambos
lados las miríadas de semejantes sombras, y por ambos lados, en las paredes
opuestas, que se reflejaban, dos aberturas de sombra masiva que debía ser
necesariamente lo inverso de estas sombras, no su aparición, sino su desaparición,
sombra negativa de ellas mismas: era el lugar de la certeza perfecta.
La sombra no atendía en este lugar a otro ruido sino al golpeteo regular que
reconoció ser el de su propio corazón: lo reconoció e, incómoda por la certeza
perfecta de sí, intentó escapar de ahí, y volver a ella, en su opacidad: ¿pero por cuál
de las dos aberturas pasar? En ambas se adentraban divisiones correspondientes:
una vez más lanzó los ojos sobre la sala que, ella, le parecía idéntica a sí, salvo que
de la claridad, el resplandor se contemplaba en la superficie bruñida inferior,
desprovista de polvo, mientras que en la otra aparecida más vagamente había una
evasión de luz. La sombra se decidió por aquella y estuvo satisfecha. Pues el ruido
al que ella atendía era de nuevo distinto y el mismo exactamente que antes,
indicando la misma progresión.
Todas las cosas habían vuelto a su orden primario: ya no había duda que
tener: este alto no había sido el intervalo desaparecido y reemplazado por la
distensión: había ella ahí escuchado el ruido de su propio corazón, explicación del
ruido vuelto distinto; ella misma escandía su medida, y se había aparecido en
sombras innumerables de noches, entre las sombras de las noches pasadas y de
las noches futuras, vueltas semejantes y exteriores, evocadas para mostrar que
ellas eran igualmente finitas; esto con una forma que era el estricto resumen de
ellas: ¿y esta distensión qué era?, no la de un pájaro escapado bajo el vientre
velludo del que había dado luz, sino el busto de un genio superior, vestido de
terciopelo, y cuyo único estremecimiento era el trabajo aracneano de un encaje que
de nuevo caía sobre el terciopelo: el personaje perfecto de la noche tal como ella
se había aparecido. En efecto, ahora que él tenía la noción de sí mismo, el ruido de
*
Suplicio, dolor y modernidad… la Rueda Catalina está centrada en una segunda planta y se encuentra asimismo insertada
en el eje que la hace girar; cuenta con una serie de dientes que encajan entre los huecos del husillo que la hace que éste gire. Y para la
velocidad de giro, dispone de un freno que se acciona por presión contra la propia rueda.
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medida cesó, y de nuevo se volvió lo que era, tambaleándose, la noche dividida en
sus sombras consumadas, el resplandor que se había aparecido en su espejismo
desprovisto de ceniza era la pura luz y ella iba esta vez a desparecer en el seno de
la sombra que, consumada, vuelta del corredor del tiempo, era finalmente perfecta
y eterna, —ella misma, convertida en su propio sepulcro, cuyos tableros se hallaban
abiertos sin ruido.
La sombra desapareció en las tinieblas futuras, ahí permaneció con una percepción
de péndulo expirante al tiempo que comienza a tener la sensación de él: pero ella
se dio cuenta en la sofocación expirante de lo que resplandece todavía en cuanto
él se hunde en ella —que ella vuelve en sí, de dónde provenía por consiguiente la
idea de este ruido, recayendo ahora en una sola vez inútilmente sobre sí mismo en
el pasado.
Si por un lado la duda desaparecía, escandida nítidamente por el movimiento
que quedaba solo del ruido, por el otro la reminiscencia el ruido se manifestaba por
un vago roce desacostumbrado, y este estado de angustia consciente estaba
comprimido hacia el espejismo por la permanencia constatada de los tableros
todavía abiertos paralelamente y a la vez cerrándose sobre ellos, como n una espiral
vertiginosa, y por siempre huidiza si la opresión prolongada no hubiera debido
implicar el alto de una expansión retenida, que tuvo lugar en efecto, y no fue
perturbada sino por la apariencia de revoloteo evasivo de un huésped de la noche
aterrorizado en su pesado sueño, el cual desapareció en este lejano indefinido.
La noche está bien en sí esta vez y segura de que tofo lo que era ajeno a ella
era quimera. Se contempló en los tableros relucientes de su certeza, donde ninguna
duda hubiera podido adherirse con sus patas aracneanas, y si alguna vez cierto
huésped ajeno a ella los había rozado con sus plumas, eran genios de una especie
superior a los genios que ella había imaginado, semejante tal vez a la sus sombras
aparecidas en los tableros, cuidadosos de recolectar todo polvo de ella para que,
llegada al punto de confluencia de su futuro y de su pasado vueltos idénticos, ella
se mirase en todas estas sombras aparecidas puras con el volumen de su destino y
el destello depurado de su conciencia. Todo era perfecto, detalle y detrás sus dos
espesuras oscuras idénticas bien eran las tiniebla vividas por esas sombras vueltas
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de nuevo a su estado de tinieblas, y divididas solamente en lo infinito por los
peldaños hechos de piedras funerarias de todas estas sombras. Ambas parecían
idénticamente semejantes, salvo que, así como ellas eran lo opuesto de las
sombras, así ellas debían oponerse una con otra, y, las divisiones girando
igualmente sobre ellas, ellas iban directamente. Todo era perfecto; ella era la
Noche pura, y oyó a su propio corazón que latió. Sin embargo, él le dio una
inquietud, la de certeza en demasía, la de una constatación demasiado segura de
sí misma: ella a su vez quiso sumergirse de nuevo en las tinieblas hacia su sepulcro
único y abjurar de la idea por si forma tal como se había aparecido en su recuerdo
de los genios superiores encargados de reunir las cenizas pasadas. Ella fue
perturbada en un momento por du propia simetría; pero, abarcando a la elevación
demasiado grande de la claridad, atenuada antaño, pues esta evasión había sido
el ruido del pájaro cuyo vuelo propagado le había parecido continuo, ella soñó que
al seguir a esta luz, cuando recreaba un vértigo parecido al primero, ella volvería a
su desfallecimiento. Ella reconoció al aplicar el resplandor ante las tinieblas cuál
de las dos puertas había que tomar, por el efecto idéntico de resplandor e, instruida
ahora por la arquitectura de las tinieblas, estuvo contenta de percibir le mismo
movimiento y el mismo roce. Este roce estaba en el pasillo donde había huido el
ruido, para por siempre desaparecer, no el de un huésped alado de la noche, cuya
luz había rozado el vientre velludo, sino el propio fulgor del terciopelo sobre el busto
de un genio superior, y no había otra tela aracneana que el encaje sobre este busto,
y en cuanto al movimiento que había producido este roce, era no la marcha circular
de una tal bestia, sino la marcha regular sosteniendo en ambas manos un volumen
y un resplandor. Ella reconocía a su personaje antiguo que se la aparecía cada
noche, pero al fin, ahora que lo había reducido al estado de tinieblas, después que
él le hubo aparecido como sombras, ella estaba libre al fin, segura de sí misma y
liberada de todo lo que era ajeno a ella. En efecto, el ruido cesó, en la luz que
permaneció sola y pura.
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Vuelta de nuevo la sombra oscuridad, la Noche permaneció con una percepción
dudosa de péndulo que a expirar en la percepción del él; pero de lo que resplandece
y va probablemente a apagarse en sí; ella se vio todavía portadora, de ella entonces
venía el golpeteo oído, cuyo ruido total cayó por siempre en el pasado (sobre el
olvido).
Por un lado, si toda la ambigüedad cesó, la idea de moción dura por el otro,
regularmente señalada por el doble golpe imposible del péndulo que ya no alcanza
sino su noción, pero cuyo roce actual vuelve a lo posible, tal como debe tener lugar,
para colmar al intervalo, como si todo el choque no hubiera sido la caída única de
las puertas de la tumba sobre sí mismo y sin retorno; pero en la duda nacida de la
certeza misma de su percepción, se presenta una visión de tableros a la vez abiertos
y cerrados, en su caída en suspenso, como su fuera él quien, dotado de su
movimiento, retornó sobre sí mismo en la espiral vertiginosa consecuente; quien
debía ser indefinidamente huidiza si una opresión progresiva, pero de aquello de lo
que uno no se daba cuenta, por más que uno se lo explicaba, en suma, no hubiera
implicado la expansión cierta de un intervalo futuro, su interrupción, en la cual
cuando ellas se encontraron, nada en efecto ya se oía sino el ruido de un batir de
alas atemorizado de alguno de sus huéspedes absurdos, golpeando en su pesado
sueño por la claridad y prolongando su huida indefinida.
19
IV
20
Esto desde que ellos han abordado este castillo en un naufragio sin duda —
segundo naufragio de alguna elevada meta.
¡No silben porque he dicho la inanidad de su locura! Silencio, no está
demencia que ustedes a propósito quieren mostrar, ¡Y bien! Les es tan fácil regresar
allá arriba a buscar le tiempo —y volverse— ¿acaso las puertas están cerradas?
Yo solo —yo solo— voy a conocer la nada. Ustedes, ustedes regresen a su
amalgama.
Profiero la palabra para de nuevo sumergirla en su inanidad.
Lanza los dados, el tiro se cumple, doce, el tiempo (Medianoche) —que creó
se encuentra la materia, los bloques, los dados—
Entonces (de lo Absoluto, su espíritu formándose por el azar absoluto de este
hecho) dice a todo este tumulto: ciertamente, hay ahí un acto —es mi deber
proclamarlo: esta locura existe. Han tenido razón (ruido de locura) en manifestarla:
no crean que voy a sumergirlos de nuevo en la nada.
Stéphane Mallarmé
Igitur
o la locura de Elbehnon
Auieo Ediciones
2013
21
Al margen
Anexo de la Adición
y un comentario final
(sin ningún adelanto a la nada)
Anexo
La palabra «grimorio» procede, según la Real Academia Española de la lengua, del francés grimoire, y éste es a su vez de una alteración de
grammaire, «gramática», según el Trésor de Langue Française. Esto se debe en parte a que, en la Edad Media, las «gramáticas» latinas (libros
sobre dicción y sintaxis del latín) eran fundamentales para la educación escolar y universitaria, mientras que la mayoría iletrada sospechaba
que los libros no eclesiásticos eran mágicos. De esta forma, «gramática» también denotaba, tanto para letrados como para iletrados, un libro
de enseñanza básica. No debe ser confundido con el breviario, libro de oraciones.
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Otra versión sobre el origen de la palabra, mucho más aceptada actualmente por los propios practicantes de magia, sostiene que la palabra
«grimorio» proviene del italiano rimario que significa "composición de versos". Con el paso del tiempo la palabra habría cambiado a grimario
y posteriormente al actual grimorio. Los magos medievales italianos sabían que la composición en versos favorecía a que las operaciones
mágicas fueran más poderosas. Por esta razón, las llamaban "incantesimo" (encantación) porque para su desarrollo empleaban la poesía y el
canto.
Un grimorio es un tipo de libro de conocimiento mágico europeo, generalmente datados desde mediados de la Baja Edad Media (siglo XIII)
hasta el siglo XVIII, siendo muy pocos los que datan en fechas anteriores al siglo XIII. Tales libros contienen correspondencias astrológicas,
listas de ángeles y demonios, instrucciones para aquelarres, lanzar encantamientos y hechizos, mezclar medicamentos, invocar entidades
sobrenaturales y fabricar talismanes. Se conoce poco sobre el origen de muchas de las fórmulas mágicas aunque es probable que sea el
resultado de traducciones de conocimientos de magia oriental árabe fusionada con elementos occidentales
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Reproducción de un cono de luz, en el que se representan dos dimensiones espaciales y una temporal (eje de ordenadas). El
observador se sitúa en el origen, mientras que el futuro y el pasado absolutos vienen representados por las partes inferior y
superior del eje temporal. El plano correspondiente a t = 0 se denomina plano de simultaneidad o hipersuperficie de presente
(También llamado "Diagrama de Minkowsky"). Los sucesos situados dentro de los conos están vinculados al observador por
intervalos temporales. Los que se sitúan fuera, por intervalos espaciales.
*
Suplicio, dolor y modernidad… la Rueda Catalina está centrada en una segunda planta y se encuentra asimismo insertada
en el eje que la hace girar; cuenta con una serie de dientes que encajan entre los huecos del husillo que la hace que éste gire. Y para la
velocidad de giro, dispone de un freno que se acciona por presión contra la propia rueda.
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Comentario final
*
El lenguaje de Suyuá t’an es “figurado”, “simbólico” y privilegio de unos cuantos. A través de los documentos coloniales mayas escritos en
caracteres latino pero sólo puede entenderse como resultado de un largo proceso de desarrollo dentro de la cosmovisión maya. Sus rasgos
pictóricos cobran sentido si consideramos que la escritura maya funde imagen y palabra. Es la palabra y la imagen integradas, cohesionadas.
Coludidas la una con la otra para producir en el espectador otras imágenes mentales y, a partir de ellas, abstracciones que remiten finalmente
a la intención del creador: su mensaje concreto. Dada la complejidad del sistema de escritura, los textos, tanto en piedra como en amate,
fueron realizados para ser leídos en voz alta a la comunidad no letrada; en este caso, las imágenes vendrían a fungir como un recurso efectivo
para apoyar la transmisión de un mensaje codificado por el sacerdote-lector.
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sostenido por su mano, lee: prueba irrefutable de la vida plena. Así, muy
probablemente, Stéphane Mallarmé: Genio que lo ha escrito: «Este cuento se dirige
a la Inteligencia del lector que pone las cosas en escena, por sí misma».
¿Y el azar?
—Parece que ha quedado atrás o bien, ha explotado en el infinito ya sin
verdades absolutas: ahora es un misterio completo: la probabilidad ha dejado de
ser, ahora certeza: como el día a día que hay que descifrar…
—lrcp
SC de las C
19/02/16
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