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IGITUR

O
LA LOCURA DE ELBEHNON
Stéphane Mallarmé
—Selección de textos lrcp—

Este cuento se dirige a la


Inteligencia del lector que pone las cosas
en escena, por sí misma.
—S.M.—

Igitur acompañaría a Mallarmé como un espectro apuntador en su búsqueda del Libro, “persuadido de
que en el fondo no hay más que uno, el que todos los que han escrito han intentado sin saberlo,
incluidos los Genios. La explicación órfica de la Tierra, que constituye el único deber del poeta, y el
juego literario por excelencia”.

[Introducción]
Antiguo estudio

Cuando los soplos de sus ancestros quieren apagar la vela (gracias a la cual tal vez
subsisten los caracteres del grimorio1) —él dice “¡No todavía!”
Él mismo, al final, cuando los ruidos hayan desaparecido, obtendrá una
prueba de algo grande (¿no hay astros?, ¿el azar anulado?) por el simple hecho de
que puede causar la sombra al soplar sobre la luz—
Luego —como se habrá expresado según lo absoluto— que niega la
inmortalidad, lo absoluto existirá fuera —luna, encima del tiempo: y él levantará
el telón, enfrente.

Igitur, niño, lee su tarea a sus ancestros.


[Argumento]
1
La palabra «grimorio» procede, según la Real Academia Española de la lengua, del francés grimoire, y éste es a su vez de una alteración de
grammaire, «gramática», según el Trésor de Langue Française. Esto se debe en parte a que, en la Edad Media, las «gramáticas» latinas (libros
sobre dicción y sintaxis del latín) eran fundamentales para la educación escolar y universitaria, mientras que la mayoría iletrada sospechaba
que los libros no eclesiásticos eran mágicos. De esta forma, «gramática» también denotaba, tanto para letrados como para iletrados, un libro
de enseñanza básica. No debe ser confundido con el breviario, libro de oraciones.
Otra versión sobre el origen de la palabra, mucho más aceptada actualmente por los propios practicantes de magia, sostiene que la palabra
«grimorio» proviene del italiano rimario que significa "composición de versos". Con el paso del tiempo la palabra habría cambiado a grimario
y posteriormente al actual grimorio. Los magos medievales italianos sabían que la composición en versos favorecía a que las operaciones
mágicas fueran más poderosas. Por esta razón, las llamaban "incantesimo" (encantación) porque para su desarrollo empleaban la poesía y el
canto.
Un grimorio es un tipo de libro de conocimiento mágico europeo, generalmente datados desde mediados de la Baja Edad Media (siglo XIII)
hasta el siglo XVIII, siendo muy pocos los que datan en fechas anteriores al siglo XIII. Tales libros contienen correspondencias astrológicas,
listas de ángeles y demonios, instrucciones para aquelarres, lanzar encantamientos y hechizos, mezclar medicamentos, invocar entidades
sobrenaturales y fabricar talismanes. Se conoce poco sobre el origen de muchas de las fórmulas mágicas aunque es probable que sea el
resultado de traducciones de conocimientos de magia oriental árabe fusionada con elementos occidentales.
4 Fragmentos

1. La Medianoche
2. La escalera
3. El tiro de dados
4. El sueño sobre las cenizas, después de la vela apagada

Más o menos lo que sigue:


Suena Medianoche —la Medianoche donde deben ser lanzados los dados. Igitur
baja por las escaleras, del espíritu humano, va al fondo de las cosas: como
“absoluto” que es. Tumbas —cenizas (no sentimiento, ni espíritu) neutralidad,
Recita la predicción y hace el gesto. Indiferencia. Silbidos en la escalera. “Están
equivocados” ninguna emoción. Lo infinito surge del azar, que ustedes han
negado. Ustedes, matemáticos, expiaron —yo proyectado absoluto. Debía finalizar
en infinito. Simplemente palabra y gesto. Es cuanto les digo, para explicar mi vida.
Nada quedará de ustedes —Lo infinito finalmente escapa de la familia, que lo ha
sufrido, —viejo espacio— no hay azar. Ella ha tenido razón en negarlo, —su vida—
para que él haya sido lo absoluto. Esto debía tener lugar en las combinaciones de
lo Infinito frente a lo Absoluto. Necesaria —extrae la Idea. Locura útil. Uno de los
actos del universo acaba de ser cometido ahí. Nada más, quedaba el soplo, fin de
la palabra y gesto unidos —apaga la vela del ser, por la que toda ha sido. Prueba.

(Ahondar todo eso)

Un antiguo dado de 20 caras (D20)


que data del periodo helenístico egipcio,

2
La Medianoche

Ciertamente subsiste una presencia de Medianoche. La hora no ha desaparecido


por un espejo, no se ha ocultado en los tapices, evoca un mobiliario por su vacante
sonoridad. Recuerdo que su oro iba a fingir en la ausencia una joya nula de
ensueño, salvo que sobre la complejidad marina y estelar de una orfebrería se
leyera el azar infinito de las conjunciones.
Revelador de la Medianoche, nunca entonces ha iniciado semejante
coyuntura, pues he aquí la única hora que él ha creado, y de lo infinito se separan
las constelaciones y el mar, permanecidos, en la exterioridad, de recíprocas nadas,
para ellas dejar a la esencia, en la hora unida, hacer el presente absoluto de las
cosas.
Y de la Medianoche permanece la presencia en la visión de una recámara del
tiempo donde el misterioso mobiliario suspende un vago temblor de pensamiento,
grieta luminosa del regreso de sus ondas y de su alargamiento primero, no obstante
que se inmovilice (en un ambulante límite), el lugar anterior de la caída de la hora
en una calma narcótica de yo puro en tapices sobre los que se ha suspendido,
completándolos con su esplendor, el temblor amortiguado, en el olvido, como una
cabellera lánguida, en torno al rostro aclarado de misterio, de ojos nulos parecidos
al espejo del huésped, desnudo de toda significación, sólo presencia.
Es el sueño puro de una Medianoche, en sí desaparecido y cuya Claridad
reconocida, que sola permanece en el seno de su consumación sumergida en la
sombra resume su esterilidad sobre la palidez de un libro abierto que presenta la
mesa; página y adorno ordinarios de la Noche, salvo que subsista todavía el silencio
de una antigua palabra por él proferida, en la cual, vuelta, esta Medianoche evoca
su sombra finita y nula con estas palabras: Yo era la hora que debe volverme puro.
Desde hace mucho tiempo muerta, una antigua idea se contempla tal en la
claridad de la quimera en la que ha agonizado su sueño, y se reconoce por el
inmemorial gesto vacante con el cual ella se invita, para terminar el antagonismo
de ese sueño polar, para entregarse, con la claridad quimérica y el texto vuelto a
cerrar, al Caos de la sombra abortado y de la palabra que absolvió a la Medianoche.
Inútil, del mobiliario, consumado que se atestará en tinieblas como los
tapices, ya sobrecargados en una forma permanente de siempre, mientras que,
resplandor virtual, producido por su propia aparición en el destello de la oscuridad,
resplandece el fuego puro del diamante del reloj, única supervivencia y joya de la
Noche eterna, la hora se formula en estos ecos, en el umbral de tableros abiertos
por su acto de la Noche: “Adiós, noche, que de ti fui sepulcro, pero la sombra, si
sobrevive, se metamorfoseará en Eternidad”.

3
II

4
Deja la Recámar a y se pierde
en las escaler as

(en lugar de bajar a horcajadas sobre la baranda)

Desaparecida la sombra en la oscuridad, la Noche se quedó con una dudosa


percepción de péndulo que va a consumarse y a expirar en él; pero a lo que
resplandece y va, expirando en sí, a apagarse, ella se ve que lo carga todavía,
entonces, de ella, sin duda, era el golpeteo oído, cuyo ruido total y desnudo para
siempre cayó en su pasado.
Por un lado si el equívoco cesó, una moción por el otro, dura, indicada
persistentemente por un doble golpe, que ya no alcanza o no todavía su noción, y
del que un actual roce, tal como debe tener lugar, llena confusamente el equívoco,
o su interrupción: como si la caída total que había sido el choque único de las
puertas de la tumba, con ello no ahogara al huésped sin retorno; y en la
incertidumbre manada probablemente de cariz afirmativo, prolongado por
reminiscencia del vacío sepulcral del golpe en el cual se confunde la claridad, se
presenta una visión de la caída interrumpida de tableros, como si fuera él mismo,
quien dotado del movimiento suspendido, lo volviera sobre sí en la espiral
vertiginosa consecuente; y ella debía indefinidamente ser huidiza, si una opresión
progresiva, pero gradual de aquello de lo que uno no se daba cuenta, por más que
eso en suma fuera explicado, de ello no hubiera implicado la evasión cierta de un
intervalo, la interrupción; donde, cuando expiró el golpe, y se confundieron, nada
en efecto se oyó más: sólo el batir de alas absurdas de algún huésped aterrorizado
de la noche golpeado en su pesado sueño por la claridad y prolongando su huida
indefinida.
Pues, por la opresión que había rozado este lugar, no era cierta duda última
de sí, quien por azar movía sus alas a su paso, sino el roce familiar y continuo de
una edad superior, de la que tanto y tanto genio tuvo cuidado de recopilar todo su
polvo secular en su sepulcro para mirarse en un yo diáfano, y que sin ninguna
sospecha no ascendió de nuevo por su hilo aracneano —para que la sombra última
se mirase en su nítido yo, y se reconociera en la multitud de sus apariciones
comprendidas en la estrella nacarada de su nebulosa ciencia sostenida en su
mano, y en el destello de oro del broche heráldico de su volumen, en la otra; del
volumen de sus noches; tales, ahora, viéndose para que se viera, ella, pura la
Sombra, teniendo su última forma que comprime, detrás de ella, acostada y
extendida, y luego, delante de ella, en un pozo, La extensión de estratos de sombra,
entregada a la noche pura, con todas sus noches semejantes aparecidas, estratos
por siempre separados de ellas y que sin duda ellas no conocieron —que no lo es,
yo lo sé, sino la prolongación absurda del ruido del cierre de la puerta sepulcral del
que la entrada de este pozo recuerda la puerta.
Esta vez, sin duda alguna ya; la certeza se mira en la evidencia: en vano,
reminiscencia de una mentira, de la que era consecuencia, la visión de un lugar
aparecía todavía, tal como debía ser, por ejemplo, el intervalo esperado, teniendo,
en efecto, por paredes laterales la doble oposición de los tableros, y frente a frente,
delante y detrás, la obertura de inútil duda repercutida por la prolongación del ruido

5
de los tableros, donde el plumaje escapa, y desdoblado por el equívoco explorado,
la simetría perfecta de las deducciones previstas desmentía su realidad; no había
razón para engañarse ahí era la conciencia de sí (en la cual el absurdo mismo debía
servir de sitio) —su triunfo.
Ella se presenta de igual modo en una y en otra faz de sí misma sino en una
mano la claridad opalina de su ciencia y en la otra su volumen, el volumen de sus
noches, ahora cerrado: del pasado y del porvenir que llagada al pináculo de mí, la
sombra pura domina perfectamente y ultimados, fuera de ellos. Mientras que
delante y detrás se prolonga la mentira explorada de lo infinito, tinieblas de todas
mis apariciones reunidas, ahora que el tiempo ha cesado y no las divide más,
caídas de nuevo en un pesado sueño, masivo (durante el ruido primero oído), en el
vacío del cual oigo las pulsaciones de mi propio corazón.
No me gusta el ruido: esta perfección de mi certeza me incomoda: todo es
demasiado claro, la claridad muestra el deseo de una evasión; todo es demasiado
relumbrante, me gustaría regresar a mi Sombra increada y anterior y despojar con
el pensamiento la deformación que me ha impuesto la necesidad, de habitar el
corazón de esta raza (que oigo latir aquí) único resto de ambigüedad.
A decir verdad, en esta inquietante y bella simetría de la construcción de mi
sueño, ¿cuál de las dos oberturas tomar, puesto que ya no hay futuro representado
por una de ellas? ¿No son las dos, por siempre equivalentes, mi reflexión? ¿Debo
entonces temer al azar, este antiguo enemigo que me dividió en tinieblas y en
tiempos creados, ahí pacificados los dos en un mismo sueño?, ¿y no es por el fin
del tiempo, que acarreó al de las tinieblas, él mismo anulado?

(murmullo)

En efecto, la primera venida se parece a la espiral precedente: mismo ruido


escandido, —y mismo roce: pero como todo ha concluido, ya nada puede
atemorizarme: mi temor que había tomado la delantera bajo la forma de una ave
está muy lejos: ¿no ha sido reemplazado por la aparición de lo que yo había sido?
Y me gusta para reflexionar ahora, a fin de liberar mi sueño de este traje.
¿Este compás no era el ruido del progreso de mi personaje que lo continúa
ahora en la espiral, y este roce, el roce incierto de su dualidad? Finalmente no es el
vientre velludo de un huésped inferior de mí, cuyo resplandor ha golpeado la duda,
y se ha salvado con un aleteo, sino el busto de terciopelo de una raza superior que
la luz arruga, y que respira en un aire sofocante, de un personaje cuyo pensamiento
no tiene conciencia de sí mismo, de mi último rostro, separado de su personaje por

6
una gola aracneana y que no se reconoce: así ahora que su dualidad está por
siempre separada, y que ya ni siquiera oigo a través de él el ruido de su progreso,
voy a olvidarme a través de él, y a disolverme en mí.
Su golpe de nuevo se torna vacilante como antes de tener la percepción de
sí: era la cadencia de mi medida cuya reminiscencia me volvió prolongada por el
ruido del pasillo del tiempo de la puerta de mi sepulcro, y por la alucinación: y, así
como realmente fue cerrada, así ella debe abrirse ahora para que mi sueño se haya
explicado.
Ha sonado para mí la hora de partir, la pureza del espejo se establecerá, sin Deja la recámara
este personaje, visión de mí —¡pero él llevará la luz!— ¡la noche! Sobre los muebles
vacantes, el Sueño ha agonizado en este vial de cristal, pureza, que encierra la
substancia de la Nada.

III
Vida de Igitur

[E s q u em a ]
Escucha, raza mía, antes de apagar la vela —las cuentas que tengo que rendirte
de mi vida —Aquí: neurosis, hastío (o ¡Absoluto!) Horas vacías,
He vivido siempre con mi alma fija del reloj. Cierto, hice todo para que el puramente
tiempo que ella sonara quedara presente en la recámara, y para mí se volvió pastura negativas
y la vida —oscurecí el telón, y como estaba obligado para no dudar de mí a sentarme
frente a este espejo, he recopilado preciosamente los mínimos átomos de tiempo
en tejidos sin cesar oscurecidos. —A menudo el reloj se me ha hecho gran bien.
(¿Esto antes de que su Idea haya sido completada?
En efecto, Igitur ha sido proyectado fuera del tiempo por su raza)

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He aquí en suma Igitur, desde que su Idea ha sido completada: —El pasado
incluido de su raza que pesa sobre él en la sensación de finito, la hora de la péndola
precipitando este hastío en tiempo pesado, sofocante, y su espera del
cumplimiento futuro, forman tiempo puro, o hastío, vuelto inestable por la dolencia
de la idealidad: este hastío, no pudiendo ser, de nuevo se transforma en sus
elementos, tan pronto, cerrados todos los muebles, y llenos de su secreto; e Igitur
como amenazado por el suplicio de ser eterno que él presiente vagamente,
buscándose en el espejo vuelto hastío y viéndose vago y cerca de desaparecer como
si fuera a desvanecerse en el tiempo, luego evocándose; luego cuando de todo este
hastío, tiempo, se ha recuperado, viendo el espejo horriblemente nulo, viéndose en
él rodeado de una rarefacción, ausencia de atmósfera, y los muebles torcer sus
quimera en el vacío, y el telón estremecerse invisiblemente, inquietos; entonces,
abre los muebles, para que viertan su misterio, lo desconocido, su memoria, su
silencio, facultades e impresiones humanas —y cuando cree haber vuelto a ser él
mismo, fija a su alma el reloj, cuya hora desaparece por el espejo, o va a ocultarse
en el telón, lleno en demasía, no dejándolo siquiera en el hastío que él implora y
sueña. Impotencia de hastío.
¡Se para el tiempo indefinido y es! Y este tiempo no va como antaño a
detenerse en un temblor gris sobre los ébanos macizos cuyas quimeras cerraban
los labios con una abrumadora sensación de finito, y, no encontrando cómo
mezclarse en los tapices saturados y sobrecargados, llenar un espejo con hastío
donde asfixiante y sofocado, suplicaba yo permanecer como un vago rostro que
desapareciera completamente en el espejo confundido; hasta que al fin, mis manos
apartadas un momento de mis ojos donde las había puesto para no verlo
desaparecer, en una espeluznante sensación de eternidad, en la que parecía
expirar la recámara, surgió como el horror de esta eternidad. Y cuando de nuevo
abría los ojos en el fondo del espejo, veía al personaje de terror, al fantasma del
terror absorber poco a poco lo que restaba de sentimiento y de dolor en el espejo,
nutrir su temor con los supremos temblores de las quimeras y con la inestabilidad
de los tapices, y formarse al ratificar el espejo hasta una pureza inaudita —hasta
que se desprendió, permanente, del espejo absolutamente puro, como preso en su
frío —hasta que al fin los muebles, habiendo sucumbido sus monstruos con sus
cadenas convulsivas, hubiesen muerto en una actitud aislada y severa, proyectando
sus líneas duras en la ausencia de la atmósfera, los monstruos cristalizados en su
esfuerzo último, y que el telón dejando de ser inquieto cayese, con una actitud que
debía conservar por siempre.

8
Paréntesis
Tedi López Mills

Trance

Podría comenzar por el significado de igitur: “por lo tanto”, en consecuencia, por


consiguiente, pues”. Con lo cual parecería que conozco un atisbo más por encima
de la lectura misma del texto: un atisbo de latín y de las fuentes primigenias donde
la mitología mallarmeana supone que se enuncian inicialmente las letras y sus
ruidos sucedáneos. Podría además que el título proviene del segundo capítulo del
Génesis: (“Quedaron, pues, acabados los cielos y la tierra…”). Pero saber eso no
explica nada acerca de la naturaleza del personaje; en todo caso, lo absuelve de
cualquier destino humano y permite enredarlo en un sistema de repeticiones que
simula una operación lógica. Seguramente Mallarmé señalaría que el núcleo del
asunto está en las palabras: es como se construyen y se destruyen de modo
simultáneo y provocan la muerte de la naturaleza en el mundo titubeante de Igitur.
Y que tendría que escribirse un libro el libro— que prescindiera e a escritura y
venciera el escollo de la comunicación. No leeríamos, sino que existiríamos en el
libro (cuyo autor perenne sería, claro, Mallarmé), sin distinguir entre adentro y
9
afuera. Al cabo se extinguiría la especie engorrosa y angustiante de lo escrito, Y la
vida ya no estaría en otra parte.
Sin embargo, Igitur no consigue ese exterminio. Su alma fija en el reloj y en el
espejo es un argumento del tiempo, y eso ya equivale a la formula verbal de una
vida que transcurre con su luz encerrada en el claroscuro del lenguaje que la
describe. Por detrás como el esqueleto difuminado en un margen de una imagen,
se advierte una historia. Resumirla es igual a tergiversarla. Por ejemplo, a Igitur su
raza lo arrojó fuera del tiempo y ahora él, niño-hombre-paradigma, evoca a sus
ancestros, Es la medianoche y ellos están a punto de apagar la vela. Igitur les pide
que aún no lo hagan y contempla con asombro las sombras que fabrican en la pared
el soplo tenue. Está enfermo de idealidad, De ahí proviene el tedio, que es un
pensamiento contemplándose en su reflejo, en su sombra. Todo pensamiento trae
una sombra; uno —yo, usted, Igitur— puede percibirla e incluso oírla: su vacante
sonoridad. Los muebles en el aposento de Igitur son la música incómoda de un hoyo
indefinido. Hay una escalera un arriba y un abajo, dónde está la tumba abierta y
esperando a que se introduzca Igitur. Si uno interpreta los espacios que
interrumpen la etérea acción de los fantasmas, quizá resolvería el enigma
fundamental del texto: ¿qué es?
Algo inconcluso. Tal vez el desenlace de las “recíprocas nadas” que le opone
Mallarmé a cualquier atributo de su autoría. En una carta que le escribió a los 27
años a su amigo Henri Cazalis desde Aviñón, en julio de 1869, alude a un cuento, y
más adelante, en otra carta, de noviembre, añade: “Te diré una sola cosa de mi
trabajo… es un cuento, por medio del cual quiero derribar al viejo monstruo de la
impotencia… si lo consigo… me habré curado.” El cuento era Igitur. Mallarmé no lo
pudo terminar, el monstruo no desapareció y lo trunco asumió el papel de una
esencia. En Igitur no hay texto incompleto, sino tumba abierta desde donde los
ancestros amenazan con apagar la luz. Podría ser una alegoría de la literatura: se
escribe con ese escenario cercano a la muerte y con esas miradas por encima del
hombro: es decir, no se escribe, se hace como, en un acto analógico del principio o
del final.
La Nada es lo contrario de la Nada. Igitur está en un aposento y en un castillo
y en ningún lugar; en la intemperie se oye el mar y se ven las constelaciones. Para
que el mar culmine le hace falta una gota de nada. El laberinto de pureza que crea
Igitur no tiene salida y constituye un método para ir armando calculadamente la
incomprensión cuya metáfora redundante sería como la locura del vidrio cuando el
“polvo secular” se transforma en una superficie más viable. El sonido del reloj que
persigue a Igitur desemboca en la palpitación el corazón. Odia ese sonido porque
así se oye cualquier “yo”. Un pájaro tendría mejor tino al componer con su pico un
latido en la cornisa. El plumaje en las sombras confunde a Igitur, que está a punto
de lanzar los dados en la medianoche. El azar de los números y la monotonía de la
rima son el cuerpo que se cansa a estas alturas de lo leído.
El texto fragmentario de Mallarmé propone una especie de adivinanza: la
forma de un cuento en la horma de un sueño en la sombra de una historia en las
cortinas de un aposento en el hueco de un teatro. La respuesta es una hipótesis:
Igitur acaba no siendo ninguna cosa salvo el dilema de las palabras que lo encierran
en un sitio fabricado por las palabras. Es tan obvia la tautología que conviene mejor
evadirla. La trama resulta imposible en las paredes que rodean a Igitur; sólo puede

10
haber consecuencias reiterativas. Introducir el azar como un primer motor fue
quizás un desacierto, pero Mallarmé no pudo evitarlo: en la medianoche que es el
mediodía y la media luna y el medio sol y la mitad de Nada, deben lanzarse los
dados. Esto dicta la regla: él la inventó.
La poética de Mallarmé es la escritura como obstáculo, y su moneda de
cambio, aquel “monstruo de la impotencia”. Nunca hubo otro tema, sólo la
disyuntiva entre la célebre página en blanco y la otra, donde la “vaga figura” de
Igitur da vueltas por un aposento, lanza los dados y, por lo tanto, marca un derrotero
y, en consecuencia, se introduce en la tumba y, por consiguiente, muere, pues él
mismo era un ancestro. Lo demás simplemente no se escribió. Aunque podría
enumerarse.
El soplo de una boca en la ceniza de un aposento en la tarea de un niño por
travesía de un espacio.
El lugar del caballo a horcajadas en el descenso de los barandales con el roce
de las en la luz.
El volumen de sus noches en el pálpito del corazón a través del diamante del
reloj.
La ambigüedad de un huésped en el susurro escandido en la escalera a paso
lento por los muebles sin dueño.
El cristal de la risa en la agonía de la imagen que se escucha antes del tedio
en la fijeza de la hora vacía, puramente negativa.
El bienestar del minutero en la pastura de la vida o la idea mutilada de quien
la tuvo por afuera del tiempo.
El ruido a intervalos en las tinieblas futuras de un personaje antiguo cada
noche en la caída sin misterio.
El Absoluto que se dijo en la espiral de su travesura: Yo solo —yo solo— voy a
conocer la Nada.
La prohibición de su madre, la orden de que se calle ya Igitur.
La palabra que profiere para hundirla otra vez en la inanidad.
El espejo que repite su nombre Igitur en la locura concebida por la idea de un
error.
El plagio de ambos en la Nada que se traspasa mintiendo.
Los dados que tira Igitur cuando ya se ha disipado el azar.
El final por donde se anula cualquier comienzo.

11
IV
El tiro de Dados
(En la tumba)

(E s q u em a )
En suma, es un acto en donde el azar está en juego, el azar siempre cumple
su propia Idea afirmándose o negándose. Ante su existencia la negación y la
afirmación fracasan. Contiene al Absurdo —lo implica, pero en estado latente
y le impide existir, lo que permite lo Infinito ser.

El cubilete es el Cuerno del licornio —del unicornio

Pero el Acto de cumple.


Entonces su yo se manifiesta porque retoma la Locura: admite el acto y,
voluntariamente, retorna la Idea, en cuanto Idea: y el Acto (cualquiera que sea la
potencia que lo haya guiado) habiendo negado el azar, en ello concluye que la Idea
ha sido necesaria.
—Entonces concibe que hay, claro, locura en admitirla absolutamente pero al
mismo tiempo puede decir que, por el hecho de esta locura, negado el azar, era esta
locura necesaria. ¿Para qué? (Nadie lo sabe, está aislado de la humanidad).
Todo lo que él es, es porque su raza ha sido pura: porque ella ha quitado a lo
Absoluto su pureza, para serlo, y dejar de él sólo una Idea que por sí misma
desemboca en la Necesidad y en cuanto al acto, es perfectamente absurdo salvo ESCENA
como movimiento (personal) vuelto a lo Infinito: pero lo Infinito al fin está fijo. DE
TEATRO
ANTIGUO
IGITUR

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Igitur sacude simplemente los dados —movimiento antes de ir a reunirse con
las cenizas, átomos de sus ancestros: el movimiento que está en él es absuelto. Se
comprende lo que significa su ambigüedad. Un tiro de dados
Cierra el libro —apaga la vela, con su soplo que contenía el azar; y, que consuma una
cruzándose de brazos, se acuesta sobre las cenizas de sus ancestros. predicción, de la
que ha
Al cruzar los brazos —lo Absoluto ha desaparecido, como pureza de su raza dependido la vida
(ya que así debe ser puesto que le ruido cesa). de una raza.
Raza inmemorial, cuyo tiempo que pesaba ha caído, excesivo, en el pasado,
“No silben” a los
y que llena de azar no ha vivido, entonces, sino de su futuro —Este azar negado con vientos, a las
ayuda de un anacronismo, un personaje, suprema encarnación de esta raza —que sombras —si
siente en él, gracias al absurdo, la existencia de lo Absoluto, ha, solitario, olvidado pienso, actor, dar
la palabra humana en el grimorio, y el pensamiento es una luminaria, uno la función —las
12— no hay azar
anunciando esta negación del azar. El personaje que, creyendo en la existencia del en ningún sentido
solo Absoluto, se imagina estar por todas partes en un sueño (actúa según el punto
de vista Absoluto) encuentra el acto inútil pues hay y no hay azar —reduce el azar a —

lo Infinito—, que, dice, el alguna parte ha de existir. Profiere la


predicción de la
V que se burla en el
fondo. Ha habido
Se acues ta en la tumba locura.

Sobre las cenizas de los astros, indivisas de la familia, estaba el pobre personaje, o los dados
acostado, luego de haber bebido la gota de la nada que le falta al mar (Vacío el vial, —azar agotado
¿locura, todo lo que queda del castillo?) Partida la Nada, queda el castillo de la
pureza.

13
Escolios

Trazos

Ha sonado la hora —ciertamente predicha por el libro— o, la visión inoportuna del


personaje de dañaba a la pureza del quimérico espejo en el cual me aparecía, con
el favor de la luz, va a desaparecer, esta llama por mi llevada: desparece como
todos los otros personajes partidos en tiempos de tapicerías, que sólo eran
conservados porque el azar estaba negado por el grimorio, con el cual igualmente
voy a partir. ¡Oh, suerte!, la pureza no puede establecerse —he que aquí la
oscuridad la reemplazará— y el telón pesado cayendo a tiempo, hará de ella las

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tinieblas —mientras que el libro con las páginas cerradas todas las noches, y la luz,
el día que ellas separan. No obstante los muebles conservarán su vacancia y agonía
del sueño quimérico y puro, un vial contiene a sustancia de la Nada.
Y ahora ya sólo hay sombras y silencio. Que el personaje, que ha dañado a
esta pureza, tome este vial que lo predecía y se lo fusione, más tarde: pero que lo
ponga simplemente en su seno, yendo a hacerse absolver por el movimiento.

Reproducción de un cono de luz, en el que se representan dos dimensiones espaciales y una temporal (eje de ordenadas).
El observador se sitúa en el origen, mientras que el futuro y el pasado absolutos vienen representados por las partes
inferior y superior del eje temporal. El plano correspondiente a t = 0 se denomina plano de simultaneidad o hipersuperficie
de presente (También llamado "Diagrama de Minkowsky"). Los sucesos situados dentro de los conos están vinculados al
observador por intervalos temporales. Los que se sitúan fuera, por intervalos espaciales.

II
Varios esbozos
de la salida de la Recámara

Los tableros de la noche ebaneana no se cierran todavía sobre la sombra que ya no
percibe nada sino la oscilación vacilante y presta a detenerse de un péndulo oculto
que comienza a tener la percepción de sí mismo. Pero pronto percibe ella que era
en ella, en quien el resplandor de su percepción se adentraba como sofocado, —y
ella regresaba a sí misma. El ruido, pronto, se escandió en una forma más definitiva.
Pero, a medida que se volvía más cierto por un lado, y más prensado, su hesitación
aumentaba con una suerte de roce, que reemplazaba al intervalo desaparecido; y,
presa de duda, la sombra se sentía oprimida por una nitidez huidiza, como por
continuación de la idea aparecida de los tableros que aunque cerrados, abiertos
todavía, sin embargo, habrían para llegar a esto, en una vertiginosa inmovilidad
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girado prolongadamente sobre ellos mismos. Finalmente un ruido que parecía el
escape de rueda catalina* de la condensación absurda de los precedentes se
exhaló, pero dotado de una cierta animación reconocida, y la sombra ya no escuchó
nada sino un regular goteo que parecía huir por siempre como el revoloteo
prolongado de algún huésped de la noche despertado de su pesado sueño: pero no
era eso, no había sobre las paredes relucientes trama alguna, en la cual pudieran
adherirse siquiera las patas aracneanas de la sospecha: todo era reluciente y
cristalino; y si algún plumaje hubiera alguna vez frotado estas paredes, no podría
haber sido sino las plumas de genios de una especie intermediaria cuidadosa de
reunir todo polvo en algún lugar especial, a fin de que estas sombras, por ambos
lados multiplicadas al infinito aparecieran como puras sombras llevando cada una
el volumen de sus destinos, y la pura claridad de su conciencia. Lo que había de
claro es que esta estancia concordaba perfectamente consigo misma: por ambos
lados las miríadas de semejantes sombras, y por ambos lados, en las paredes
opuestas, que se reflejaban, dos aberturas de sombra masiva que debía ser
necesariamente lo inverso de estas sombras, no su aparición, sino su desaparición,
sombra negativa de ellas mismas: era el lugar de la certeza perfecta.
La sombra no atendía en este lugar a otro ruido sino al golpeteo regular que
reconoció ser el de su propio corazón: lo reconoció e, incómoda por la certeza
perfecta de sí, intentó escapar de ahí, y volver a ella, en su opacidad: ¿pero por cuál
de las dos aberturas pasar? En ambas se adentraban divisiones correspondientes:
una vez más lanzó los ojos sobre la sala que, ella, le parecía idéntica a sí, salvo que
de la claridad, el resplandor se contemplaba en la superficie bruñida inferior,
desprovista de polvo, mientras que en la otra aparecida más vagamente había una
evasión de luz. La sombra se decidió por aquella y estuvo satisfecha. Pues el ruido
al que ella atendía era de nuevo distinto y el mismo exactamente que antes,
indicando la misma progresión.
Todas las cosas habían vuelto a su orden primario: ya no había duda que
tener: este alto no había sido el intervalo desaparecido y reemplazado por la
distensión: había ella ahí escuchado el ruido de su propio corazón, explicación del
ruido vuelto distinto; ella misma escandía su medida, y se había aparecido en
sombras innumerables de noches, entre las sombras de las noches pasadas y de
las noches futuras, vueltas semejantes y exteriores, evocadas para mostrar que
ellas eran igualmente finitas; esto con una forma que era el estricto resumen de
ellas: ¿y esta distensión qué era?, no la de un pájaro escapado bajo el vientre
velludo del que había dado luz, sino el busto de un genio superior, vestido de
terciopelo, y cuyo único estremecimiento era el trabajo aracneano de un encaje que
de nuevo caía sobre el terciopelo: el personaje perfecto de la noche tal como ella
se había aparecido. En efecto, ahora que él tenía la noción de sí mismo, el ruido de

*
Suplicio, dolor y modernidad… la Rueda Catalina está centrada en una segunda planta y se encuentra asimismo insertada
en el eje que la hace girar; cuenta con una serie de dientes que encajan entre los huecos del husillo que la hace que éste gire. Y para la
velocidad de giro, dispone de un freno que se acciona por presión contra la propia rueda.

16
medida cesó, y de nuevo se volvió lo que era, tambaleándose, la noche dividida en
sus sombras consumadas, el resplandor que se había aparecido en su espejismo
desprovisto de ceniza era la pura luz y ella iba esta vez a desparecer en el seno de
la sombra que, consumada, vuelta del corredor del tiempo, era finalmente perfecta
y eterna, —ella misma, convertida en su propio sepulcro, cuyos tableros se hallaban
abiertos sin ruido.


La sombra desapareció en las tinieblas futuras, ahí permaneció con una percepción
de péndulo expirante al tiempo que comienza a tener la sensación de él: pero ella
se dio cuenta en la sofocación expirante de lo que resplandece todavía en cuanto
él se hunde en ella —que ella vuelve en sí, de dónde provenía por consiguiente la
idea de este ruido, recayendo ahora en una sola vez inútilmente sobre sí mismo en
el pasado.
Si por un lado la duda desaparecía, escandida nítidamente por el movimiento
que quedaba solo del ruido, por el otro la reminiscencia el ruido se manifestaba por
un vago roce desacostumbrado, y este estado de angustia consciente estaba
comprimido hacia el espejismo por la permanencia constatada de los tableros
todavía abiertos paralelamente y a la vez cerrándose sobre ellos, como n una espiral
vertiginosa, y por siempre huidiza si la opresión prolongada no hubiera debido
implicar el alto de una expansión retenida, que tuvo lugar en efecto, y no fue
perturbada sino por la apariencia de revoloteo evasivo de un huésped de la noche
aterrorizado en su pesado sueño, el cual desapareció en este lejano indefinido.
La noche está bien en sí esta vez y segura de que tofo lo que era ajeno a ella
era quimera. Se contempló en los tableros relucientes de su certeza, donde ninguna
duda hubiera podido adherirse con sus patas aracneanas, y si alguna vez cierto
huésped ajeno a ella los había rozado con sus plumas, eran genios de una especie
superior a los genios que ella había imaginado, semejante tal vez a la sus sombras
aparecidas en los tableros, cuidadosos de recolectar todo polvo de ella para que,
llegada al punto de confluencia de su futuro y de su pasado vueltos idénticos, ella
se mirase en todas estas sombras aparecidas puras con el volumen de su destino y
el destello depurado de su conciencia. Todo era perfecto, detalle y detrás sus dos
espesuras oscuras idénticas bien eran las tiniebla vividas por esas sombras vueltas

17
de nuevo a su estado de tinieblas, y divididas solamente en lo infinito por los
peldaños hechos de piedras funerarias de todas estas sombras. Ambas parecían
idénticamente semejantes, salvo que, así como ellas eran lo opuesto de las
sombras, así ellas debían oponerse una con otra, y, las divisiones girando
igualmente sobre ellas, ellas iban directamente. Todo era perfecto; ella era la
Noche pura, y oyó a su propio corazón que latió. Sin embargo, él le dio una
inquietud, la de certeza en demasía, la de una constatación demasiado segura de
sí misma: ella a su vez quiso sumergirse de nuevo en las tinieblas hacia su sepulcro
único y abjurar de la idea por si forma tal como se había aparecido en su recuerdo
de los genios superiores encargados de reunir las cenizas pasadas. Ella fue
perturbada en un momento por du propia simetría; pero, abarcando a la elevación
demasiado grande de la claridad, atenuada antaño, pues esta evasión había sido
el ruido del pájaro cuyo vuelo propagado le había parecido continuo, ella soñó que
al seguir a esta luz, cuando recreaba un vértigo parecido al primero, ella volvería a
su desfallecimiento. Ella reconoció al aplicar el resplandor ante las tinieblas cuál
de las dos puertas había que tomar, por el efecto idéntico de resplandor e, instruida
ahora por la arquitectura de las tinieblas, estuvo contenta de percibir le mismo
movimiento y el mismo roce. Este roce estaba en el pasillo donde había huido el
ruido, para por siempre desaparecer, no el de un huésped alado de la noche, cuya
luz había rozado el vientre velludo, sino el propio fulgor del terciopelo sobre el busto
de un genio superior, y no había otra tela aracneana que el encaje sobre este busto,
y en cuanto al movimiento que había producido este roce, era no la marcha circular
de una tal bestia, sino la marcha regular sosteniendo en ambas manos un volumen
y un resplandor. Ella reconocía a su personaje antiguo que se la aparecía cada
noche, pero al fin, ahora que lo había reducido al estado de tinieblas, después que
él le hubo aparecido como sombras, ella estaba libre al fin, segura de sí misma y
liberada de todo lo que era ajeno a ella. En efecto, el ruido cesó, en la luz que
permaneció sola y pura.

18

Vuelta de nuevo la sombra oscuridad, la Noche permaneció con una percepción
dudosa de péndulo que a expirar en la percepción del él; pero de lo que resplandece
y va probablemente a apagarse en sí; ella se vio todavía portadora, de ella entonces
venía el golpeteo oído, cuyo ruido total cayó por siempre en el pasado (sobre el
olvido).
Por un lado, si toda la ambigüedad cesó, la idea de moción dura por el otro,
regularmente señalada por el doble golpe imposible del péndulo que ya no alcanza
sino su noción, pero cuyo roce actual vuelve a lo posible, tal como debe tener lugar,
para colmar al intervalo, como si todo el choque no hubiera sido la caída única de
las puertas de la tumba sobre sí mismo y sin retorno; pero en la duda nacida de la
certeza misma de su percepción, se presenta una visión de tableros a la vez abiertos
y cerrados, en su caída en suspenso, como su fuera él quien, dotado de su
movimiento, retornó sobre sí mismo en la espiral vertiginosa consecuente; quien
debía ser indefinidamente huidiza si una opresión progresiva, pero de aquello de lo
que uno no se daba cuenta, por más que uno se lo explicaba, en suma, no hubiera
implicado la expansión cierta de un intervalo futuro, su interrupción, en la cual
cuando ellas se encontraron, nada en efecto ya se oía sino el ruido de un batir de
alas atemorizado de alguno de sus huéspedes absurdos, golpeando en su pesado
sueño por la claridad y prolongando su huida indefinida.

19
IV

Pese a lo prohibido por su madre,


va a jugar a las tumbas

Puede avanzar, porque va en el misterio. (No baja a horcajadas sobre la baranda


toda la oscuridad, —todo lo que ignora de los suyos, corredores olvidados desde la (Prohibido por su
infancia.) Tal es la marcha inversa de la noción de la que él no ha conocido la madre bajar así, —su
ascensión, habiendo, adolescente, llegado a lo Absoluto, incapaz de moverse, se madre que le ha
dicho lo que había
alumbra y se sumerge en la noche espaciosamente. Cree atravesar os destinos de que consumar para
esta noche famosa: finalmente llega adonde debe llegar, y ve el acto que lo separa él, él también va en
de la muerte. un recuerdo de
Otra chiquillada. infancia, esta noche
recomendada si él
Dice: no puedo hacer esto seriamente: pero el mal su sufro es espantoso, se matara, no
vivir: en el fondo de esta confusión perversa e inconsciente de las cosas que aísla podría, grande
su absoluto —siente la ausencia del yo, representada por la existencia de la Nada consumar el acto)
en sustancia, es necesario que yo muera, y como este vial contiene la nada por mi beberá a propósito
raza referida hasta mí (este viejo calmante que ella no ha tomado, los ancestros para encontrarse
inmemoriales habiéndolo guardado solo del naufragio), no quiero conocer la Nada,
antes de haber dado a los míos aquello por lo cual me han engendrado —el acto
absurdo que prueba la inanidad de su locura. (El incumplimiento me seguiría y
mácula sólo momentáneamente mi Absoluto).

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Esto desde que ellos han abordado este castillo en un naufragio sin duda —
segundo naufragio de alguna elevada meta.
¡No silben porque he dicho la inanidad de su locura! Silencio, no está
demencia que ustedes a propósito quieren mostrar, ¡Y bien! Les es tan fácil regresar
allá arriba a buscar le tiempo —y volverse— ¿acaso las puertas están cerradas?
Yo solo —yo solo— voy a conocer la nada. Ustedes, ustedes regresen a su
amalgama.
Profiero la palabra para de nuevo sumergirla en su inanidad.
Lanza los dados, el tiro se cumple, doce, el tiempo (Medianoche) —que creó
se encuentra la materia, los bloques, los dados—
Entonces (de lo Absoluto, su espíritu formándose por el azar absoluto de este
hecho) dice a todo este tumulto: ciertamente, hay ahí un acto —es mi deber
proclamarlo: esta locura existe. Han tenido razón (ruido de locura) en manifestarla:
no crean que voy a sumergirlos de nuevo en la nada.

Stéphane Mallarmé
Igitur
o la locura de Elbehnon
Auieo Ediciones
2013

21
Al margen
Anexo de la Adición
y un comentario final
(sin ningún adelanto a la nada)

Anexo

La palabra «grimorio» procede, según la Real Academia Española de la lengua, del francés grimoire, y éste es a su vez de una alteración de
grammaire, «gramática», según el Trésor de Langue Française. Esto se debe en parte a que, en la Edad Media, las «gramáticas» latinas (libros
sobre dicción y sintaxis del latín) eran fundamentales para la educación escolar y universitaria, mientras que la mayoría iletrada sospechaba
que los libros no eclesiásticos eran mágicos. De esta forma, «gramática» también denotaba, tanto para letrados como para iletrados, un libro
de enseñanza básica. No debe ser confundido con el breviario, libro de oraciones.

22
Otra versión sobre el origen de la palabra, mucho más aceptada actualmente por los propios practicantes de magia, sostiene que la palabra
«grimorio» proviene del italiano rimario que significa "composición de versos". Con el paso del tiempo la palabra habría cambiado a grimario
y posteriormente al actual grimorio. Los magos medievales italianos sabían que la composición en versos favorecía a que las operaciones
mágicas fueran más poderosas. Por esta razón, las llamaban "incantesimo" (encantación) porque para su desarrollo empleaban la poesía y el
canto.
Un grimorio es un tipo de libro de conocimiento mágico europeo, generalmente datados desde mediados de la Baja Edad Media (siglo XIII)
hasta el siglo XVIII, siendo muy pocos los que datan en fechas anteriores al siglo XIII. Tales libros contienen correspondencias astrológicas,
listas de ángeles y demonios, instrucciones para aquelarres, lanzar encantamientos y hechizos, mezclar medicamentos, invocar entidades
sobrenaturales y fabricar talismanes. Se conoce poco sobre el origen de muchas de las fórmulas mágicas aunque es probable que sea el
resultado de traducciones de conocimientos de magia oriental árabe fusionada con elementos occidentales

Un antiguo dado de 20 caras (D20)


que data del periodo helenístico egipcio,

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24
Reproducción de un cono de luz, en el que se representan dos dimensiones espaciales y una temporal (eje de ordenadas). El
observador se sitúa en el origen, mientras que el futuro y el pasado absolutos vienen representados por las partes inferior y
superior del eje temporal. El plano correspondiente a t = 0 se denomina plano de simultaneidad o hipersuperficie de presente
(También llamado "Diagrama de Minkowsky"). Los sucesos situados dentro de los conos están vinculados al observador por
intervalos temporales. Los que se sitúan fuera, por intervalos espaciales.

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Suplicio, dolor y modernidad… la Rueda Catalina está centrada en una segunda planta y se encuentra asimismo insertada
en el eje que la hace girar; cuenta con una serie de dientes que encajan entre los huecos del husillo que la hace que éste gire. Y para la
velocidad de giro, dispone de un freno que se acciona por presión contra la propia rueda.

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Comentario final

La naturaleza y el nombre de Igitur constituyen un instrumento de “la lógica de la


locura del yo” (“por lo tanto”, en consecuencia, por consiguiente, pues”) que:
prefigura intento y pretensión de dominio absoluto, para así superar su inherente
impotencia. Es el intento narrativo de lo indescriptible que por efecto del azar,
momentáneamente, adquiere un triunfo sobre el olvido. Pero, todo esto no queda
ahí. Es necesario exonerar, desalojar el azar de todo acontecer. Toda causa, todo
motivo: un imposible. Al menos, prevalece el azar para iniciar y no olvidar el suceso
genitivo: “yo-vacío- muerte”: vientre velludo de lo estéril y lo neutro. Ruido, tapiz,
escalera, telón; aunados al ser y al existir en la compleja red de los campos
siderales del lenguaje: yo, sobre todo “yo” como concepto: y no el hombre.
Abstracción suprema: yo, lo absoluto, que niega la inmortalidad: peso teatralmente
subjetivo. Nuestros actos y mentalidades suelen ser y personificar el azar ante la
inmensidad que es nada. La Nada que es nada y es olvido. La Nada que es vacío del
yo. Duda: —temor y temblor— que emprende y realiza un acto humano que es más
absoluto que infinito. Incomprensible huésped de alas nocturnas. Es el ruido de las
palabras que se arremolinan —acaso, como sucede en el lenguaje maya:
zuyuá’tan*—; que es además quien sabe pronunciar con exactitud las palabras para
que así puedan ser escuchadas conjuntamente con las imágenes observadas, pero
que no existen por sí mismas ni tiene significado alguno cuando yacen escritas en
algún pergamino, corteza de árbol o labradas en piedra. Si no está alguien que
pueda y sepa leerlas con la pronunciación correcta y exacta. Conformar asimismo y
proclamar un cosmos posible y habitable. El tic-tac del reloj y del corazón. El tiempo
que ha dejado de ser factor y el espejo que todo lo refleja y lo multiplica.
El niño que no atiende las recomendaciones de una madre y que a veces la
desobedece. Los ancestros que subyacen y al mismo tiempo lo acompañan: que
hacen de él lo múltiple e infinito: muerto al fin por los otros, siendo que con los otros
renace. La vela que se apaga y las infinitas veces que se enciende. Nebulosa
telaraña. La imagen de un Ángelus Novus: «que ha vuelto el rostro hacia el pasado,
donde a nosotros únicamente se nos manifiesta una cadena de datos; él,
solamente contempla una catástrofe única que a vez amontona incansablemente
ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies».
Aunque sea inútil y con toda desconfianza: las palabras arremolinadas que
se oyen en lenguaje suyuá’tan como grimorio ancestral y casi olvidado. Ahora son
las imágenes que se agolpan en los ojos de quien así y solamente puede verlas,
escucharlas y leerlas: imágenes, sonidos y palabras; él solo, él mismo, en el único
y preciso instante que contempla su entorno y justo en momento en que un libro

*
El lenguaje de Suyuá t’an es “figurado”, “simbólico” y privilegio de unos cuantos. A través de los documentos coloniales mayas escritos en
caracteres latino pero sólo puede entenderse como resultado de un largo proceso de desarrollo dentro de la cosmovisión maya. Sus rasgos
pictóricos cobran sentido si consideramos que la escritura maya funde imagen y palabra. Es la palabra y la imagen integradas, cohesionadas.
Coludidas la una con la otra para producir en el espectador otras imágenes mentales y, a partir de ellas, abstracciones que remiten finalmente
a la intención del creador: su mensaje concreto. Dada la complejidad del sistema de escritura, los textos, tanto en piedra como en amate,
fueron realizados para ser leídos en voz alta a la comunidad no letrada; en este caso, las imágenes vendrían a fungir como un recurso efectivo
para apoyar la transmisión de un mensaje codificado por el sacerdote-lector.

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sostenido por su mano, lee: prueba irrefutable de la vida plena. Así, muy
probablemente, Stéphane Mallarmé: Genio que lo ha escrito: «Este cuento se dirige
a la Inteligencia del lector que pone las cosas en escena, por sí misma».
¿Y el azar?
—Parece que ha quedado atrás o bien, ha explotado en el infinito ya sin
verdades absolutas: ahora es un misterio completo: la probabilidad ha dejado de
ser, ahora certeza: como el día a día que hay que descifrar…

—lrcp
SC de las C
19/02/16

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