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El momento más grave de mi vida

“El momento más grave de mi vida”, poema incluido en Poemas en prosa (1939) de Cesar
Vallejo (1892-1938), cuenta como un grupo de hombres declaman su mayor tristeza: el primero
dice que el momento más grave de su vida estuvo en la batalla del Marne, cuando fue herido en
el pecho; para el segundo fue en el terremoto en Yokohama; el tercero, declara que su más
grande congoja sucede cuando duerme de día. El desfile de voces sigue hasta que aparece una
que suena como la del mismo Vallejo, y aquí el tono se vuelve solemne: “El momento más grave
de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú” (Vallejo, p.149). Y pareciera que la voz
vallejiana se desdoblara en las palabras de otro de los hombres, para quien el momento más
grave de su vida ha estado “en su mayor soledad”. Para el lector es inevitable vincular esas voces
anónimas con el rostro del autor porque lo que declaran se corresponde con la experiencia vital
de poeta.
Vallejo nace en Santiago de Chuco, un pueblito del Perú, y emigra a Lima donde se
establece en la intelectualidad peruana como miembro del Grupo Norte. De joven se le recuerda
alegre y lleno de vida, no obstante, su vida de adulto está marcada por la tristeza. Ciro Alegría
(1944), quien lo tuvo como maestro del primer grado, relata:

De todo su ser fluía una gran tristeza. Nunca he visto un hombre que pareciera más triste. Su
dolor era a la vez una secreta y ostensible condición, que terminó por contagiarme. Cierta extraña
e inexplicable pena me sobrecogió. Aunque a primera vista pudiera parecer tranquilo, había algo
profundamente desgarrado en aquel hombre que yo no entendí sino sentí con toda mi despierta y
alerta sensibilidad de niño (p.89).

Alegría podía observar con claridad el aura melancólica que rodeaba al poeta; sin
embargo, no deja de referirse a los momentos donde Vallejo dejaba ver la jovialidad que lo
caracterizaba en su juventud: “había ratos en que la alegría se paseaba por su alma como el sol
por las lomas y entonces era uno más entre nosotros, salvo que grande y con la autoridad
necesaria para tomarse tremendas ventajas” (p. 90). El carácter infantil de Cesar Vallejo que
tenía escenario propio en el aula de clases, se extendió en los modos de ver y sentir el mundo. Su
escritura reproduce algo de esa faceta:
Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros no pudiésemos partir.

El poeta poseía el corazón de un chiquillo y esto le permitió sentir en grados elevados


todo lo correspondiente a la humanidad y su propio ser, por sobre todos los sentimientos que
percibía, el dolor fue el que predominó. Torres Martínez (1999) describe esta condición como
“un dolor de dimensiones múltiples”, porque no sólo se trataba de padecer los sufrimientos
propios, sino de hacer suyas las congojas de su prójimo. Al verse rodeado de la desesperanza
propia y ajena, Vallejo comenzó a considerar su existencia como una condena y al mundo como
su primera cárcel. Ese fastidio de vivir se deja ver cuando, en “Los dados eternos” dice: “Dios
mío, estoy llorando el ser que vivo;” (p.58).
El destino de Vallejo está regido por un patrón de episodios amargos cuyo protagonista es
la muerte. A medida que pasan los años se ve impresionado por el adiós repentino de su hermano
Miguel, su amigo Valderomar y, el más doloroso de todos, el de su madre. El sufrimiento que
causa la ausencia de sus seres queridos no desvanece con el paso del tiempo, al contrario, se
mantiene con la misma intensidad, a tal grado que algunos atestiguaron que sólo la mención de
alguno de los difuntos daba paso a las lágrimas. El poema XXIII de Trilce fue escrito tres años
después de la muerte de su madre, a pesar del tiempo transcurrido en él se puede detectar una
congoja semejante a la de los primeros días de luto:
Madre, y ahora! Ahora, en cuál alveolo
quedaría en qué retoño capilar,
cierta migaja que hoy se me ata al cuello
y no quiere pasar. Hoy que hasta
tus puros huesos estarán harina
que no habrá en qué amasar

Si fueron atroces las muertes en la vida de Vallejo, no menos dolorosa fueron los ciento
doce días que pasó en la cárcel de Trujillo. Mientras residía en su pueblo natal se desarrolla un
enfrentamiento político que derivó en la muerte de una persona; Vallejo es acusado injustamente
como el autor intelectual del suceso, por eso se emite una orden de detención en su contra por lo
que huye y se refugia en Trujillo, en la casa de Antenor Orrego. El 6 de noviembre de 1920
Vallejo ingresa a la cárcel de Trujillo; en la ficha policial se le describe como un hombre de
metro setenta, con orejas grandes y de profesión, las letras. Larrea (investigar fecha) menciona
que “para la hipersensibilidad en gran medida infantil de Vallejo, los 112 días que permaneció
entre paredes mientras se movían en su favor las opiniones de todo el Perú, significaron un
tormento indecible que psicológicamente los descompuso. Su emotividad alcanzó una agudísima
frecuencia claustrofóbica” (p.25).
La estancia en la cárcel se convierte en un punto de significación múltiple dentro de su
obra poética de Cesar Vallejo, puesto que recurre a la situación del recluso para expresar la
maraña de inquietudes con las que ha vivido hasta ese momento. En las siguientes páginas se
estudiarán los dos momentos más trágicos de la vida de Vallejo a la luz de los poemas de Trilce:
su temporada en la cárcel y la muerte de la madre. Se ha elegido este orden porque el primero de
los estadios buscará recrear el ambiente carcelario y la experiencia de Vallejo en él, el segundo,
pretenderá explicar la forma cómo el espacio carcelario absorbe y adapta a sus propias leyes un
eje temático fuerte como lo es la ausencia de la madre.
Para la primera etapa comenzaremos con el poema II de Trilce:
Tiempo Tiempo.

Mediodía estancado entre relentes.


Bomba aburrida del cuartel achica
tiempo tiempo tiempo tiempo.

Era Era.

Gallos cancionan escarbando en vano.


Boca del claro día que conjuga
era era era era.

Mañana Mañana.

El reposo caliente aún de ser.


Piensa el presente guárdame para
mañana mañana mañana mañana

Nombre Nombre.

¿Qué se llama cuanto heriza nos?


Se llama Lomismo que padece
nombre nombre nombre nombrE.

La métrica del poema es irregular, sin embargo, puede observarse una uniformidad en toda
la composición, porque cada estrofa está introducida por dos palabras semejante, mismas que se
repiten en el último verso de cada una: “Tiempo Tiempo” (ver. 1)/ “Tiempo Tiempo Tiempo
Tiempo” (ver. 4). Otro recurso que aporta a la uniformidad es la repetición de palabras con
consonantes fonéticamente similares, en el tercer verso sucede con la “b” y la “c” en las palabras
“bomba, aburrida, cuartel y achica”; en el siete sucede siempre con la letra “c” en las palabras
“boca, claro y conjuga”; y, en el verso once en “piensa, presente y para”. El carácter anafórico de
la composición emite sensaciones de una monotonía rítmica que se alargan por todo el poema.
Las palabras que provocan esa invariabilidad se refieren a un espacio temporal (tiempo, era
mañana), lo cual refuerza el sentido de los días que pasan lento y sin ninguna novedad; en el verso
se refuerza esa idea porque el poeta habla del “Mediodía estancando entre relentes/ Bomba
aburrida del cuartel achica”. Esto permite pensar en el paso de las horas del día, al mencionar el
mediodía en un estado estático se deduce que las horas pasan lentas. El verso tres ubica al lector
en un cuartel donde existe una bomba de agua, la caracterización de la bomba “aburrida” y el lento
paso de las horas que nos indica, permite pensar en la situación de hastío de un recluso que padece
“Lomismo” cada día.
Otro poema que da testimonio de la experiencia de Vallejo en la Cárcel es el L:
El cancerbero cuatro veces
al día maneja su candado, abriéndonos
cerrándonos los esternones, en guiños
que entendemos perfectamente.

Con los fundillos lelos melancólicos,


amuchachado de trascendental desaliño,
parado, es adorable el pobre viejo.
Chancea con los presos, hasta el tope
los puños en las ingles. Y hasta mojarrilla
les roe algún mendrugo; pero siempre
cumpliendo su deber.

Por entre los barrotes pone el punto


fiscal, inadvertido, izándose en la falangita
del meñique,
a la pista de lo que hablo,
lo que como,
lo que sueño.
Quiere el corvino ya no hayan adentros,
y cómo nos duele esto que quiere el cancerbero.

Por un sistema de relojería, juega


el viejo inminente, pitagórico!
a lo ancho de las aortas. Y sólo
de tarde en noche, con noche
soslaya alguna su excepción de metal.
Pero, naturalmente,
siempre cumpliendo su deber.
El espacio de la cárcel es recreado a través de elementos como el número cuatro, que
simbólicamente remite a la forma de un cuarto, y cuya representación podemos ver en el poema
XVIII, el candado y los barrotes. Este poema tiene un personaje principal, el cancerbero, cuya
acción parece ser la de vigilar a los presos. Sin embargo, el poeta, en lugar de abrir y cerrar las
puertas de la cárcel, le atribuye la acción de abrirles y cerrarles los esternones.. Versos más
adelante menciona además que este personaje “Chancea con los presos, hasta el tope/ los puños
en las ingles. Y hasta mojarrilla/ les roe algún mendrugo;…”. Enrique Bruce (2014) señala que:
“Ciertas partes anatómicas contravienen sus funciones naturales, atestiguando la fisicidad y el
dolor” (p. 64). De aquí puede deducirse que lo que el poema tratará de recrear es los maltratos
que Vallejo experimentó en la cárcel de Trujillo El sufrimiento alcanza grados paranoicos
cuando en la tercera estrofa siente que el cancerbero va tras la pista de “a la pista de lo que
hablo,/ lo que como,/lo que sueño”.
A pesar del maltrato insólito que los presos reciben de su vigilante, el poeta retrata de
manera amable a su raptor en la segunda estrofa, atribuyéndole el calificativo de “adorable
viejo”; Tello explica esta condescendencia con el Síndrome de Estocolmo, cuya acepción señala:
“actitud de la persona secuestrada que termina por comprender las razones de sus captores”
(DEL, 2017).

Otro poema que lleva la misma línea de significación del anterior es el XLI
se demostrará cómo se desenvuelve el tema de la prisión y la cabida que dentro de él
haya la muerte de la madre. Por estar escrito en el momento mismo de la reclusión, Trilce (1922
será el objeto de estudio Existen un poema, el XVIII, cuyo análisis permitirá establecer los dos
conceptos claves que vinculan los poemas del libro:
Oh las cuatro paredes de la celda. 1
Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio dan al mismo número.

Criadero de nervios, mala brecha, 4


por sus cuatro rincones cómo arranca 5
las diarias aherrojadas extremidades. 6

Amorosa llavera de innumerables llaves, 7


si estuvieras aquí, si vieras hasta 8
qué hora son cuatro estas paredes. 9
Contra ellas seríamos contigo, los dos, 10
más dos que nunca. Y ni lloraras,
di, libertadora!

Ah las paredes de la celda. 13


De ellas me duele entretanto, más
las dos largas que tienen esta noche
algo de madres que ya muertas 16
llevan por bromurados declives,
a un niño de la mano cada una.

Y sólo yo me voy quedando,


con la diestra, que hace por ambas manos,
en alto, en busca de terciario brazo 21
que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuándo,
esta mayoría inválida de hombre.

El poema anterior tiene una significación doble aparentemente antagónica: la primera es


la relación de la cárcel con el hombre; la segunda, del hombre con la madre. El primer verso se
puede ubicar en la primera de estas significaciones, en él el poeta delimita la geografía de la
cárcel: “Oh las cuatro paredes de la celda”. La referencial al número cuatro adquiere una
connotación claustrofóbica, donde el hombre está solo, sin futuro, sin amigos, sin madre;
refuerza ese significado en el verso---: “Y solo me voy quedando”. El poema sigue: “Ah las
cuatro paredes albicantes/ que sin remedio dan al mismo número”. El número cuatro aparece por
segunda vez y le sigue una implicación de hastío, sentimiento de un hombre que ha contado una
y otra vez las cuatro paredes con la esperanza de que algo en ellas haya cambiado. Esto habla de
la invariabilidad del ambiente carcelario y la desesperanza del hombre que ahí yace.
La prisión adquiere una implicación de madre en el 4to verso, pero a diferencia del
bienestar que implica comúnmente dicha figura, la madre cárcel “cría nervios” y aglutina males.
En el verso 5, el poema nos vuelve a colocar en la geometría del espacio de la cárcel: “por sus
cuatro rincones cómo arranca/ las diarias aherrojadas extremidades”. Ahora, el espacio no sólo
está formado de paredes sino también de rincones, Bacheland sostiene que “todo rincón de una
casa, todo rincón de un cuarto (…) es para la imaginación una soledad” y añade “El rincón es
entonces una negación del universo”. La inmovilidad del preso está materializada en los
rincones y en las “aherrojadas extremidades”.
Antagónicamente el poema tiene una implicación positiva que camina al lado de su
opuesto en la construcción de un significado universal: el espacio es al mismo tiempo un sitito de
protección y uno de sufrimiento. En el verso 2 las cuatro paredes adquieren un color
blanquecino: “Ah las cuatro paredes albicantes”. Según Bacherland los muros blancos cuidan, no
aprisionan; y el ser que está entre ellos sueña en un ambiente de placentera paz (p.198). El sueño
en el que está inmerso aparece expresado en el siguiente verso:

Amorosa llavera de innumerables llaves,


si estuvieras aquí, si vieras hasta
qué hora son cuatro estas paredes.
Contra ellas seríamos contigo, los dos,
más dos que nunca. Y ni lloraras,
di, libertadora!

Los tiempos verbales ponen la llegada de la madre como una posibilidad lejana, como en
un sueño (si estuvieras, seríamos). La madre aparece como una figura anhelada, en sus manos
trae las llaves, símbolo de la libertad den encarcelado “di, libertadora”. La aparición de la madre
implica, además, el fin de la soledad: “contra ellas seríamos contigo, los dos, más dos que
nunca”. Si la figura de la madre libera y acompaña, su ausencia significa soledad y
aprisionamiento. Esta conclusión es esencia porque evidencia que la prisión en Trilce se asocia
con el espacio de la cárcel y también se manifiesta como la orfandad que experimenta Vallejo
con la muerte de su madre. El tercer párrafo es esencial puesto que expresan el sentido de la
dualidad de significación porque recrea el momento donde las madres muertas llevan de la mano
“llevan por bromurados declives, /a un niño de la mano cada una”. En el verso 13, el poeta dice
como un niño sin madre queda palpando “en busca terciabo brazo”. Búsqueda que será
infructuosa puesto que se ha quedado solo.
Las ideas que se han desprendido del poema anterior regirán la división formal de las
siguientes páginas, en un apartado se abordará todo lo referente a la idea de la reclusión como el
abandono de la madre, es decir la orfandad del poeta. En el otro nos ocuparemos meramente de
la estadía en la cárcel, y los padecimientos del recluso.

producto de los dos episodioassu estancia en la celda lóbrega donde había sido enterrado
injustamente; el resultado fue temático de las siguientes páginas, la cuales pretenden definir las
formas que adquiere al ser el concepto de muchas imágenes poética de algunos poemas del libro.
Octavio Paz entiende imagen poética como “toda forma verbal, frase o conjunto de frases que el
poeta dice y que unidas componen un poema”, la retórica clasifica estas expresiones en
comparaciones, símiles, metáforas, juegos de palabras, paronomasias, símbolos, alegorías, mitos,
fábulas, etc. El juego con el lenguaje en la construcción de imágenes poéticas va desde la
vinculación de realidades diferentes u opuestas «la música callada», al predominio de un término
sobre el otro “” o al emparejamiento de dos signos igual de fuertes, que en colaboración forman
un nuevo concepto.
En el proceso de estudio de los poemas de Trilce se determinará cual es el mecanismo de
formación de las imágenes que expresan enclaustramiento, y cuáles elementos son recurrentes en
todo el poemario.
Madre cárcel

Para esta primera etapa comenzaremos con el poema III de Trilce:

Las personas mayores


¿a qué hora volverán?
Da las seis el ciego Santiago,
y ya está muy oscuro.
Madre dijo que no demoraría.

Aguedita, Nativa, Miguel,


cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estemos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.

Ya no tengamos pena. Vamos viendo


los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe de ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.

Aguardemos así, obedientes y sin más


remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros no pudiésemos partir.

Aguedita, Nativa, Miguel?


Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo,
y el único recluso sea yo.

Lo primero que hay que nota en el poema es que no existe el ambiente geográfico como
tal de la prisión, no están las cuatro paredes como en el poema anterior. El escritor nos da
elementos que nos permiten situarnos en una casa y sus alrededores (“el viejo Santiago”, “el
silencioso corral”, “los barquitos”). En su dialéctica de lo de dentro y lo de fuera, Barcherland
dice que lo de adentro y lo de afuera no están abandonados a su posición geométrica, porque se
puede estar encerrado en el exterior. Es decir que a pesar de que no existe el espacio concreto de
la prisión, el exterior adquiere elementos negativos que sugieren ese concepto. El elemento
geográfico, a pesar de que no se trata de la prisión, tiene una connotación importante; dicho
espacio permite “evocar fulgores de ensoñación que iluminan lo inmemorial y el recuerdo”. Este
elemento le permite al poeta regresar a su condición de niño y utilizar recursos del pasado para
explicar su situación del presente: la vida de recluso.
La primera parte del poema recrea la sensación de abandono u orfandad cuando los
mayores dejan a los niños en casa: “Las personas mayores/ ¿a qué hora volverán? / Da las seis el
ciego Santiago”, y la búsqueda de compañía: “Aguedita, Nativa, Miguel?” “No me vayan a haber
dejado solo,”. Como una señal de desesperación e incredulidad ante el abandono el niño se dice
por tres veces: “Madre dijo que no demoraría”. El ambiente opresivo se revive también en la
atmósfera del poema donde dan las seis en el ciego Santiago y todo se está poniendo oscuro. La
ceguera de lo que parece ser un reloj se vincula a la figura del niño quien mientras todo se va
oscureciendo, llama y busca a tientas en la oscuridad algo de compañía.
La imagen de reclusión se vuelve más fuerte en la inmovilidad en la que insiste el niño
que se debe mantener: “Mejor estemos aquí no más.”. La inmovilidad, como ya se dijo, es propia
de los rincones donde se refugia el sujeto en su soledad. Sin embargo, gracias a la visión infantil
que el poeta utiliza, el enclaustramiento no se recrea con la idea de un sitio lúgubre, sino que
utiliza los barquitos de juguete, que después de un largo día navegando han quedado estacados
en el pozo. El niño ve los barcos en hundidos varados en el agua e imita su estado: Aguardemos
así, obedientes y sin más/ remedio, la vuelta, el desagravio”. Y piensa en los mayores también
como barcos que han zarpado antes dejando en casa a los pequeños. En el último verso del
poema la relación de identificación se consolida: “No me vayan a haber dejado solo, y el único
recluso sea yo”, en ese momento se observa solo a sí mismo como un huérfano hundido en una
laguna de sentimientos. El caso de que un niño, la figura máxima de la inocencia, sea figurado
como un recluso revela la injusticia cometida por las autoridades al encarcelar a Vallejo sin
pruebas en su contra.
Ese sentimiento de orfandad e inmovilidad se repite en el poema XV:

En el rincón aquel, donde dormimos juntos


tantas noches, ahora me he sentado
a caminar. La cuja de los novios difuntos
fue sacada, o talvez qué habrá pasado.

Sin embargo, la inmovilidad que despliega este poema en el verso 1 no se relaciona con una
situación negativa, en esta ocasión refiere a un estado de paz. El cual se ve interrumpido por el
abandono y donde antes no había movimiento el sujeto poético “se ha sentado a caminar”. La
antítesis anterior se refiere a la acción de recordar, el poeta se sienta a caminar en los senderos de
la memoria y viaja:
Me he puesto a recordar los días
de verano idos, tu entrar y salir,
poca y harta y pálida por los cuartos

A eso hay un cambio rotundo en el ambiente, el poeta localiza en el pasado cuando aún
estaba su amada como “días de verano”, en cambio, el presente del poema se describe como “una
noche pluviosa”. En el verano predomina el sol, y el presente del poema recrea un ambiente
nocturno, es el típico antagonismo de bien y el mal, de la luz con las tinieblas. La compañía de la
amada, que puede ser la madre o la amante, está ambientado en un ambiente de luz y paz; en
cambio la soledad del hombre se caracteriza por la oscuridad.

El tercer poema a analizar en es XXVIII:

He almorzado solo ahora, y no he tenido


madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir


de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.

A la mesa de un buen amigo he almorzado


con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, ¡qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.

El yantar de estas mesas así, en que se prueba


amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el brocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglución; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,


y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.

Otra vez es el sentimiento de orfandad y soledad los que construyen la sensación de


prisión en el poema: “He almorzado solo ahora, y no he tenido/ madre, ni súplica, ni sírvete, ni
agua,”. El presente del poeta nos da indicios de cómo era el pasado en ese comedor, esta zona de
la casa es definido por Bacerland como un espacio neutro “un centro de fuerza, en una zona de
protección mayor” una zona “encerrada, protegida y tibia”. En el verso --- ese momento de
interacción familiar es definido como “el facundo ofertorio de los choclos”, esa comparación de
la comida familiar con el oficio sagrado del repartimiento del cuerpo y sangre de Cristo, refleja
la armonía carnal y espiritual que se armaba en la mesa de la familia. En el presente del poema
esa armonía se ha quebrado, y el poeta se abstiene de comer. Después se sienta a la mesa de un
amigo, pero la felicidad del hogar ajeno le causan dolor: “Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar”. La parte final del poema transforma el espacio de protección
del hogar en un ambiente carcelario donde reina la oscuridad y la miseria de amor.

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