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(Conferencias de Prof. J. Esquerda Bifet, siguiendo los textos de los Power


Points: Roma, 13 julio 2015)

IDENTIDAD Y ESPIRITUALIDAD DEL SACERDOTE DIOCESANO

Retos actuales: “GOZO PASCUAL”, “caridad pastoral”, “conversión pastoral”


Itinerario formativo, en un cambio de época
PO, PDV, Directorio, EG, MV, Laudato si’

(Breve comentario oral sobre estas frases, que resumen todo el tema)

PRESENTACIÓN

• Identidad sacerdotal: caridad pastoral


• Participar de Cristo Sacerdote: consagración
• Prolongar a Cristo Sacerdote: misión
• Transparencia, sintonía con Cristo Buen Pastor
• Identidad : vivencia de consagración y misión
• Realidades de gracia: Ordenación, Iglesia particular (Obispo, Presbiterio,
comunidad)
• La llamada del Jueves Santo (Misa Crismal)

(Comentario aproximado): (Tema del “cansancio”: Misa Crismal 2015)

Tanto el decreto Presbyterorum Ordinis, como la exhortación apostólica


postsinodal de Juan Pablo II (Pastores dabo vobis), y también el Directorio,
después de presentar la consagración y misión sacerdotal, hacen hincapié en la
perspectiva de vivencia o espiritualidad, como sintonía con los sentimientos y
con el estilo de vida del Buen Pastor. Se trata de “vivir” lo que uno es y realiza,
como consecuencia de participar de modo especial (por el sacramento del
Orden) en la consagración sacerdotal de Cristo y de prolongar su misma
misión. La identidad sacerdotal tiene, pues, base ontológica, pastoral y
vivencial.

La “vivencia” o espiritualidad tiene necesariamente una base humana y una


derivación e inspiración eminentemente teológica y pastoral. La formación
tiene que ser, pues, de tipo relacional, de transparencia y entrega incondicional,
sin perder nada de la base teológica, con vistas a responder a los retos de la
nueva evangelización. Cuando se hacen recortes en la entrega vivencial a la
caridad pastoral, surgen dudas sobre la identidad ontológica y pastoral.
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Algunas cuestiones básicas sobre la formación y sobre el ministerio sacerdotal,


tal como se presentan en el concilio Vaticano II y en los documentos
postconciliares, no se han puesto en práctica suficientemente o de modo
adecuado. Me refiero especialmente a la espiritualidad y apostolicidad
específica del sacerdote, así como a la vida fraterna en el Presbiterio, en
relación con el carisma del propio obispo y en la Iglesia particular , como
inserción responsable en la comunión y misión eclesial, local y universal. Es la
caridad pastoral o expresión del amor del Buen Pastor en el modo de vivir el
sacerdocio ministerial aquí y ahora.

Se trata de realidades de gracia (no sólo de estructuras jurídicas), que


constituyen la identidad y la espiritualidad específica del sacerdote ministro:
sacramento del Orden, caridad pastoral, Iglesia particular o local, comunión
fraterna en el Presbiterio presidido por el obispo, misión local y universal.

La formación sacerdotal (inicial y permanente) necesita encuadrarse en esta


historia de gracia que es también herencia apostólica. Hay que vivir en
sintonía con los carismas especiales que el Espíritu Santo ha dado a la Iglesia
durante siglos, en armonía con los contenidos evangélicos.

Actualmente, como ya he insinuado, la reforma sacerdotal delineada por el


concilio Vaticano II y por los documentos postconciliares, todavía no se ha
llevado a efecto suficientemente. Tal vez la llamada “crisis” sacerdotal y
vocacional necesita la puesta en práctica de esas directrices eclesiales, con
vistas a abrirse a las nuevas gracias del Espíritu Santo.

Al detectar la realidad actual de escasez de vocaciones sacerdotes, afirma


Benedicto XVI: “Hace falta sobre todo tener la valentía de proponer a los
jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrando su atractivo”
(Sacramentum Caritatis, n.25).

Al constatar este mismo problema vocacional, con vistas a afrontar la nueva


evangelización, dice el Papa Francisco: “En muchos lugares escasean las
vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Frecuentemente esto se debe
a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, lo cual
no entusiasma ni suscita atractivo. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a
Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas … Por otra parte, a pesar de la
escasez vocacional, hoy se tiene más clara conciencia de la necesidad de una
mejor selección de los candidatos al sacerdocio. No se pueden llenar los
seminarios con cualquier tipo de motivaciones, y menos si éstas se relacionan
con inseguridades afectivas, búsquedas de formas de poder, glorias humanas o
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bienestar económico” (Evangelii Gaudium, n.107).

Un Seminario diocesano (y analógicamente un centro formativo de vida


consagrada) es una familia sacerdotal en ciernes, donde ya se respira el gozo
de seguir a Cristo, compartiendo su mismo vida y misión, en comunión de
hermanos. Este Seminario sería una fuente de vocaciones.

Por parte del sacerdote ministro, se trata de vivir con “verdadero gozo
pascual” (PO 11) las virtudes del Buen Pastor, que derivan del hecho de
participar en su misma consagración sacerdotal y de prolongar su misma
misión.

TEXTOS ACTUALES MOTIVADORES

• “Verdadero gozo pascual” (PO 10; cfr. LG)


• “Signo sacramental de Cristo” (PDV 16)
• Dimensiones, “Comunión sacerdotal” (Directorio I)
• “Mostrando su atractivo” (Sacramentum Caritatis, n.25)
• “Conversión pastoral y misionera” (Evan. Gaudium 17)
• “Participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la
continuidad de un amor divino que perdona y que salva … Ninguno de
nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios”
(Misericordiae Vultus 17)
• “Un proyecto del amor de Dios” (Laudato si’ 76)

(Breve comentario oral sobre estas frases)

I. RELACION INTIMA CON CRISTO

Compartir la vida con Cristo


Dejarse sorprender por su declaración de amor
No anteponer nada a su amor
Itinerario: presencia, sintonía, convivencia

(Breve comentario oral a estas frases)

SORPRENDIDOS POR EL AMOR


• Mc 3,13-14; Jn 15,9.14.26; 16,14; 17,10
• Participar de su consagración sacerdotal
• Prolongar su misma misión, convivir con él
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• Consagración (ser), misión (obrar), vivencia


• Respuesta: opción fundamental, todo y siempre: Mc 10,21-28 (mirada de
amor)
• PDV, n.22 y 34, Directorio 2.2 (Hech 1,21s)
• Itinerario: Palabra, Eucaristía, comunidad

(Comnentario aproximado):
Punto de partida: saberse amados por Cristo y responder a su amor:
La vocación apostólica es una declaración de amor, que corresponde a la
iniciativa de la llamada: “Llamó a lo que quiso… para estar con él y enviarlos
a evangelizar” (Mc 3,13-14). Así lo reafirma el Señor en la última cena: “Como
el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor
… Vosotros sois mis amigos … daréis testimonio, porque habéis estado conmigo
desde el principio” (Jn 15,9.14.26).

Esta formación relacional de la identidad (dimensión espiritual) contagia el


gozo de ser partícipes del mismo sacerdocio de Cristo (dimensión ontológica) y
de prolongar su misma misión (dimensión pastoral).

Fue impresionante la afirmación de Benedicto XVI en su primera homilía al dar


inicio a su pontificado: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados,
sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y
comunicar a los otros la amistad con él” (Homilía inicio Pontificado, 24 abril
2005).

La caridad pastoral, descrita en Pastores dabo vobis, se presenta en esta


perspectiva de amistad y de “compartir” la misma vida y misión de Cristo: “El
sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo Esposo de la Iglesia… en
virtud de su configuración con Cristo, Cabeza y Pastor, se encuentra en esta
situación esponsal ante la comunidad… Por tanto, está llamado a revivir en su
vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa. Su vida debe estar
iluminada y orientada también por este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del
amor de Cristo como Esposo y, por eso, ser capaz de amar a la gente con un
corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega
total, continua y fiel, y a la vez con una especie de «celo» divino (cfr. 2Cor 11, 2),
con una ternura que incluso asume matices del cariño materno, capaz de hacerse
cargo de los «dolores de parto» hasta que «Cristo no sea formado» en los fieles
(cfr. Gál 4, 19)” (PDV 22).

La nueva evangelización necesita apóstoles apasionados por Cristo: “La


primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido,
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esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más.
Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de
mostrarlo, de hacerlo conocer?... ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de
rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos!... No hay nada
mejor para transmitir a los demás” (Evangelii Gaudium, n264)

ITINERARIO PERMANENTE DE LA FORMACION

• PALABRA estudiada, contemplada, celebrada, vivida, anunciada,


“requiere amor” (EG 146), “ser herido por esa Palabra” (EG 150)
• EUCARISTIA (y sacramentos): signo de la presencia activa de Cristo
Resucitado
• COMUNIDAD: Iglesia amada de Cristo, comunidad de pertenencia y
servicio
• TOTALIDAD: de entrega y de misión
• “Verdadero gozo pascual” (PO 11; Jn 15,11)

(Comentario oral aproximado):

La formación sacerdotal tiende a encontrar a Cristo en la propia realidad


(“pobreza” o limitación, humildad, confianza). Es en esta realidad limitada
donde se ha insertado la consagración sacerdotal recibida de Cristo. De ahí
nace la relación personal (y comunitaria) alimentada en el encuentro con
Cristo (Palabra, Eucaristía, caridad fraterna). Es la amistad de no dudar de su
amor, de no poder prescindir de él, de no sentirse nunca solos (PO 22), de no
anteponer nada a su amor, de gastar la vida para hacerle conocer y amar, de
encontrarle “en medio” de los hermanos (cfr. Mt 18,20). Y de ese gozo del
encuentro, nace la disponibilidad misionera incondicional de servir (en el
anuncio, la celebración y la cercanía) sin buscar el propio interés.

La espiritualidad cristiana no es abstracta ni tampoco una simple experiencia


psicológica, sino que es un don de Dios, concretado en vivencia de lo que uno
es, vive y hace. Es una “vida según el Espíritu” (Gal 5,25), en relación con la
consagración y misión recibida del Señor por medio del sacramento del Orden.
Así la describe el decreto conciliar Presbyterorum Ordinis (nn.12-18), la
exhortación postsinodal Pastores dabo vobis (cap.III: la vida espiritual del
sacerdote) y el Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros” (nueva
edición, apartado II).

Así inició la vocación de los primeros discípulos, como se describe en Pastores


dabo vobis: “Él les respondió: «Venid y lo veréis» (In 1,39). Se fueron con él,
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vieron dónde vivía y pasaron aquel día con él … La Iglesia, como comunidad de
los discípulos de Jesús, está llamada a fijar su mirada en esta escena que, de
alguna manera, se renueva continuamente en la historia. Se le invita a
profundizar el sentido original y personal de la vocación al seguimiento de Cristo
en el ministerio sacerdotal y el vínculo inseparable entre la gracia divina y la
responsabilidad humana contenido y revelado en esas dos palabras que tantas
veces encontramos en el Evangelio: «ven y sígueme» (cfr. Mt 19, 21). Se le invita
a interpretar y recorrer el dinamismo propio de la vocación, su desarrollo
gradual y concreto en las fases del buscar a Jesús, seguirlo y permanecer con Él”
(PDV 34).

Cuando en el Cenáculo eligieron a San Matías, se buscó a alguien que hubiera


“estado” con el Señor, “convivido” con los Apóstoles y así pudiera ser “testigo
de su resurrección” (Hech 1,21-22).

Como ya se ha dicho en la presentación de nuestro tema, con palabras de


Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una
gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que
da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus
Caritas est, n.1).

El itinerario formativo necesita dejarse sorprender por la lógica de Dios Amor,


revelado por Cristo su Hijo. Sin esta actitud de “sorpresa” y “admiración”, los
dones de gracia se considerarían como conquistas manipulables según las
propias preferencias.

Es el camino, personal y comunitario, de la meditación y estudio de la Palabra,


de la celebración litúrgica (especialmente eucarística), de la contemplación de
las realidades (en la Iglesia y en el mundo) a la luz de la fe (discernimiento
contemplativo de los signos de los tiempos), de la disponibilidad para la
misión.

RELACION PERSONAL, FRASES CLAVE

• “Tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin
descanso” (EG 3)
• “Sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él.
Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera” (EG 266)
• “Unidos a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama” (EG
267)
• “Mirada de Jesús” (EG 120), “mirada del discípulo misionero” (EG 50)
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(Breve comentario a estas frases)

II COHERENCIA: SEGUIMIENTO EVANGÉLICO DE CRISTO

Estilo de vida integral


Como los Apóstoles
Signo claro y creible del Buen Pastor

(Breve comentario oral a estas frases)

CARIDAD DE BUEN PASTOR

• Ministerios ejercidos “en el espíritu de Cristo” (PO 13)


• “Pastores” (cfr. Jn 10; Hech 20,17ss; 1Pe 5,1s)
• Seguimiento evangélico sin rebaja: Mt 19,27 (PDV 72)
• “Como los Apóstoles” (PDV 42)
• Vocaciones?: “Valentía… atractivo” (Benedicto XVI)
• Ser signo “sacramental” de cómo ama el Buen Pastor
• Signo de Cristo “pobre” para darse a los pobres (“gratuidad”: cfr. Mt 10,8)
• En la “Iglesia pobre y de los pobres”: santos sacerdotes de todas las
épocas, servidores de la Misericordia

(Comentario oral aproximado):


Los textos evangélicos del seguimiento de Cristo, vivido por los Apóstoles, han
sido siempre la base de las explicaciones sobre la identidad, santidad y
espiritualidad específica del sacerdote (cfr. Mc 3,13-14; Mt 4,19; 19,21-29).
Este seguimiento se inspira en la caridad del Buen Pastor (cfr. Jn 10), en la
declaración de amistad (cfr. Jn 15) y en la oración sacerdotal (cfr. Jn 17). Sirve
de referencia pastoral concreta el discurso de Pablo en Mileto, a los presbíteros
de Éfeso (cfr. Hech 20,17-38) y la primera carta de Pedro sobre los “pastores”
(1Pe 5,1-5).

Los textos conciliares sobre la santidad cristiana y específica (cfr. LG V, que se


inspira en Mt 5), se concretan para la vida y ministerio sacerdotal como
“caridad pastoral” expresada en las virtudes del seguimiento radical (cfr. PO
12-17). Se trata de ejercer generosamente los ministerios “en el espíritu de
Cristo” (PO 13), ya que se participa en su misma consagración y misión.
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La exhortación apostólica Pastores dabo vobis (cfr. cap. III) ha asumido estas
enseñanzas tradicionales y conciliares, y las ha expresado como “radicalismo
evangélico” (PDV20, 27, 72), “al que está llamado todo sacerdote” (PDV 72),
para “vivir, como los apóstoles, en el seguimiento de Cristo” (PDV 42; cfr. 16).
Con esta modalidad “evangélica” y “apostólica”, el sacerdote es “prolongación
visible y signo sacramental de Cristo” (PDV 16; cfr. 12 etc.). De este modo se
comparte la misma vida de Cristo Sacerdote y Buen Pastor.

CRISTO AMA ASÍ

• Invita a amar y servir como él (Mc 10,38-45)


• “Permaneced en mi amor” (Jn 15,9)
• A partir de su amistad (Jn 15,14)
• Cristo ama dándose él (Mt 8,20; Jn 15,13)
• Según el proyecto del Padre (Jn 4,34)
• Como “consorte” (comparte la suerte) (Mt 9,16; 20,22)
• Itinerario de mirar amando con los ojos de Cristo (cf. GS 22; Evangelii
Gaudium, n.154)
• En el proyecto de Dios Amor (Laudato si’)

(Comentario oral aproximado):


La “caridad pastoral” no es sólo disponibilidad para ejercer los ministerios
(proféticos, litúrgicos y diaconales o de caridad), sino que consiste en ejercer
estos mismos ministerios “infatigablemente en el espíritu de Cristo” (PO 13).

Incluye el seguimiento evangélico radical, es decir, compartir la misma vida de


Cristo Sacerdote y Buen Pastor, según el estilo de vida de los Apóstoles.

En toda la historia de la Iglesia, cuando se ha intentado la renovación


sacerdotal, se hace referencia a los textos evangélicos del seguimiento de
Cristo, tal como fue vivido por los Apóstoles (que hemos citado más arriba). Se
concreta en la afirmación de Pedro: “lo hemos dejado todo y te hemos
seguido” (Mt 19,27).

Es el “radicalismo evangélico” (PDV20, 27, 72), “al que está llamado todo
sacerdote” (PDV 72), para “vivir, como los apóstoles, en el seguimiento de
Cristo” (PDV 42; cfr. 16). El sacerdote es “prolongación visible y signo
sacramental de Cristo” (PDV 16; cfr. 12 etc.; Directorio II). El signo
sacramental exige la vivencia y testimonio.
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Cuando disminuyen las vocaciones, según Benedicto XVI, “hace falta sobre
todo tener la valentía de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento
de Cristo, mostrando su atractivo” (Sacramentum Caritatis, n.25). El nuevo
resurgir de las vocaciones necesita encontrar en los Seminarios un grupo
fraterno de futuros sacerdotes que vivan con gozo el seguimiento evangélico de
Cristo con sus derivaciones misioneras.

El signo de Cristo “pobre” (su “anonadamiento” que es parte de su misterio


pascual), es signo integrante de la espiritualidad sacerdotal. La sociedad
actual necesita ver este signo “evangélico”, que incluye todas las otras facetas
del seguimiento evangélico según el proyecto de Dios Amor. Para aceptar el
mensaje evangélico de las bienaventuranzas, el mundo necesita ver en la
Iglesia el amor del Buen Pastor.

Ser signo sacramental y personal de Cristo, por la participación en su


consagración sacerdotal y por prolongar su misma misión, comporta ser signo
de su modo de amar: da la vida dándose él, según los planes salvíficos del
Padre, como consorte (“esposo”) de toda la humanidad.

La predilección por los pobres exige una vida de contemplación y de pobreza


evangélica. “Contemplación”, como actitud de pobreza bíblica ante la
Palabra; “pobreza”, como signo de compartir (“tenían todo en común”, Hech
2,44) y de gratuidad (cfr. Mt 10,8: “dar gratuitamente”).

III. IGLESIA COMUNION MISIONERA

Iglesia comunión-reflejo de la Trinidad


Iglesia particular y universal
Presbiterio, “fraternidad sacramental”

(Comentario breve a estas frases introductcivas)

COMUNIÓN ECLESIAL MISIONERA

• Cristo centro: vida y ministerios (PO 4-6)


• Armonía de ministerios y carismas
• “Unidad de vida” en “caridad pastoral” (PO 14)
• Construir la comunión-familia eclesial (PO 7-9)
• Presbiterio, “fraternidad sacramental” (PO 8)
• “Comunión”, signo eficaz de misión (Jn 17)
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• Sacerdote al servicio de la Iglesia particular: custodio de herencia


apostólica, historia de gracia
• Iglesia figurada en María, Madre de la unidad

(Comentario oral aproximado):

La caridad pastoral se traduce en unidad de vida y armonía de ministerios:


Cuando se ejercen los ministerios con la actitud del Buen Pastor, el corazón
está unificado y siembra unidad. Los ministerios proféticos, litúrgicos y
diaconales o de servicios de caridad (cfr. Mt 28,19-20; Mc 16,15-20), son la
actualización de la misma y única misión que Cristo ha recibido del Padre y
que él comunica bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Jn In 20,21-23). Entonces
tiene lugar la “unidad de vida” (PO 14), que armoniza la vida espiritual y la
acción ministerial (cfr. PO 4-6).

La formación inicial y permanente tienden a esta “unidad” del corazón y de la


comunidad eclesial. Un corazón y una vida unificada son signo eficaz de la
evangelización (cfr. Jn 17,21.23), que tendrá su expresión en la comunidad
apostólica (enviados “de dos en dos” (Lc 10,1), como memoria eficaz del
mandato del amor.

La invitación a la amistad con Cristo y a “permanecer en su amor” (Jn 15,9-17),


como unidad de vida, es la base del testimonio apostólico: “daréis testimonios,
porque desde el inicio habéis estado conmigo” (Jn 15,27). “Formar a Cristo” en
los demás (Gal 4,19), como fruto de esta unidad en Cristo, es la base de toda
pastoral. Del encuentro íntimo y gozoso con Cristo, se pasar espontáneamente al
entusiasmo y disponibilidad para ser comunión eclesial misionera. Esta unidad
del corazón y de la vida personal y eclesial se fraguan en la contemplación de la
Palabra y en la celebración y adoración eucarística (cfr. PO 5).

"Fraternidad sacramental" en el Presbiterio de la Iglesia, proyecto de vida,


formación permanente:
La vida fraterna (“comunión”) en la comunidad eclesial es esencial, con vistas
a garantizar la presencia eficaz de Cristo (cfr. Mt 18,20) y la autenticidad del
testimonio de vida cristiana (Jn 13,35ss; Hech 1,14; 2,42-47; 4,32-34). Para
quienes son “expresión” o visibilidad de Cristo Buen Pastor (cfr. Jn 17,10), la
unidad o comunión es reflejo de la vida trinitaria y garantía de eficacia
evangelizadora (cfr. Jn 17,21-23).

Estos contenidos evangélicos se han plasmado para la vida sacerdotal en los


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documentos conciliares y postconciliares, con términos que parecen atrevidos o


novedosos, pero que no son más que la actualización de los contenidos
evangélicos.

La vida de “íntima fraternidad” en el Presbiterio es “exigencia del sacramento


del Orden” (LG 28). Por esto se puede llamar "fraternidad sacramental" (PO
8), "mysterium" y "realidad sobrenatural" (PDV 74). Sólo entonces existirá la
“familia sacerdotal” (ChD 28) o “verdadera familia” (PDV 74), que es el “lugar
privilegiado” (Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, n. 27),
donde el sacerdote necesita encontrar todos los medios de santificación y de
apostolado. En relación con esta realidad familiar, se redescubre mejor la
paternidad, amistad y fraternidad del obispo (cfr. ChD 15; Pastores Gregis
n.13).

Quizá este tema es el más necesitado de aplicación, con vistas a entender la


especificidad del sacerdote diocesano (sin que por ello haya contraposición con
otras formas de vivir la vida apostólica sacerdotal). Basta con leer los estudios y
publicaciones después del concilio, para cerciorarse de que queda mucho por
hacer. Tal vez nos encontramos ante una asignatura pendiente.

Esta carencia, real o supuesta, lleva a la necesidad de una formación inicial y


peramente que reclama un proyecto adecuado, y que abarque todo el arco de la
vida sacerdotal: humano, espiritual, pastoral, intelectual. Por esto, Juan Pablo
II, en el año 1992 indicó estas pistas que, después de veinte años, todavía no se
han llevado a efecto en muchos Presbiterios: "hacer un proyecto y establecer un
programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero
episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla
por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79).

Observando la perspectiva del concilio Vaticano II, aplicada al itinerario


sacerdotal, podemos decir que se trata de formar a quienes, dentro de la Iglesia
“sacramento” (LG), son signo personal y sacramental del Buen Pastor,
servidores de la Palabra (DV) y del Misterio Pascual (SC) en el mundo de hoy
(GS). Es el itinerario de la identidad sacerdotal hoy.

Nuestros formandos llegarían a estas vivencias cristológicas (con el


consecuente amor a la Iglesia), si aprendieran a compartir la vida con Cristo,
compartiéndola también con los hermanos, preparando la futura fraternidad
sacerdotal en el Presbiterio. El Seminario debe ser una escuela de compartir el
evangelio tal como es, celebrado en la liturgia (especialmente eucarística),
vivido en coherencia y contemplado con actitud filial en unión íntima con
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Cristo.

Sin esta perspectiva de “fraternidad sacramental” en el Presbiterio (PO 8) y a


partir del Seminario (cfr, CIC, can,245), que sea fruto del seguimiento
evangélico al estilo de los Apóstoles y que lleve hacia la disponibilidad
misionera, veo muy difícil la solución de las vocaciones sacerdotales. Primero
hay que arreglar la “casa” (el Seminario y el Presbiterio) para que lleguen a
ella quienes han sido llamados por el Señor y puedan constatar allí el
“verdadero gozo pascual” (PO 11).

El Presbiterio es realidad de “comunión”, en la Iglesia (particular y universal)


misterio de comunión y misión:
Servimos en la Iglesia que es “misterio” de “comunión” y “misión”: Mt 18,20;
Jn 13,35ss; 17,18-23; Hech 1,14; 2,42-47; 4,32-34; Mt 28,19-20; Mc 16,15-20.
Es la misma misión (no otra) que Cristo ha recibido del Padre y que él
comunica bajo la acción del Espíritu Santo (cfr. Jn 20,21-23).

La “comunión” eclesial del Presbiterio de la Iglesia particular es “íntima


fraternidad” exigida por el sacramento del Orden (LG 28); por esto se puede
llamar "fraternidad sacramental" (PO 8), "mysterium" y "realidad sobrenatural"
(PDV 74), “familia sacerdotal” (LG 28) y “lugar privilegiado” para encontrar
los medios de santificación y apostolado (Directorio 36). La paternidad del
Obispo, en la ordenación y en el proceso de formación, es insustituible, aunque
se necesitan colaboradores (cfr. ChD 15; Pastores Gregis n.13). En este proceso
de comunión entra la armonía con los diversos carismas que el Espíritu Santo ha
dado a la Iglesia, como pueden ser las diversas formas de vida consagrada.

La “fraternidad sacramental” en el Presbiterio (PO 8) y a partir del Seminario


(cfr, CIC, can,245), es fruto del seguimiento evangélico al estilo de los
Apóstoles y lleva necesariamente a la disponibilidad misionera universal de la
Iglesia particular.

Todo el proceso de formación inicial y permanente tiende a construir la “unidad”


del corazón y de la comunidad eclesial como reflejo de la vida trinitaria.
Entonces la fraternidad concretada en la vida de familia en el Presbiterio, es un
signo eficaz de la evangelización (cfr. Jn 17,21.23). La invitación a la amistad con
Cristo y a “permanecer en su amor” (Jn 15,9-17), como unidad de vida, es la
base del testimonio apostólico: “daréis testimonio, porque desde el inicio habéis
estado conmigo” (Jn 15,27).

“Formar a Cristo” en los demás (Gal 4,19), como fruto de esta unidad en Cristo,
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es la esencia de toda pastoral. Del encuentro íntimo y gozoso con Cristo, se pasa
espontáneamente al entusiasmo y disponibilidad para ser comunión eclesial
misionera. Esta unidad del corazón y de la vida personal y eclesial se fraguan en
la contemplación de la Palabra y en la celebración y adoración eucarística (cfr.
PO 5).

La comunión eclesial, vivida en la fraternidad del Presbiterio, garantiza la


mayor eficacia de los ministerios y ayuda a descubrir y vivir la presencia de
Cristo resucitado (cfr. Mt 18,20; Jn 13,35ss, 17,21-23; Hech 1,14; 2,42-47;
4,32-34).

Formación inicial y permanente para la construcción del Presbiterio como


comunión bajo el carisma del Obispo:
Se necesita un “proyecto de vida” en el Presbiterio. "El Obispo es el
responsable de la formación permanente, destinada a hacer que todos sus
presbíteros sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido… Esta
responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un
proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación
permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de
contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79).
Se trata de "sostener, de una manera real y eficaz, el ministerio y vida espiritual
de los sacerdotes" (PDV 3).

Prescindiendo de la terminología, se trata de realidades de gracia en el entorno


de la “vida según el Espíritu” (Gal 5,25). Es una gracia, que debe profundizarse
y vivirse, la de pertenecer de modo estable a una Iglesia particular, asumiendo
en ella esponsalmente las responsabilidades apostólicas locales y universales
(cfr. PDV 74).

Por más auténtico que sea el ideal de renovación, hay que contar con las
personas, las cuales sin excepción (los educandos y los que ya llevan años en el
sacerdocio) tienen las mismas debilidades inherentes a la naturaleza humana.
Por esto alienta a los obispos, no sólo a proporcionar una formación inicial
adecuada (es decir, evangélica), sino a acompañarles como padres en su vida
ministerial posterior, ofreciéndoles los medios que hoy llamados “formación
permanente” y haciéndose cercanos a ellos, siendo también testigos
personales de la vida evangélica de los Apóstoles.

Disponibilidad sacerdotal misionera en su dimensión mariana y eclesial:


La comunión y vida fraterna en el Presbiterio de la Iglesia particular, con el
propio obispo, se convierte en apertura y disponibilidad misionera para la
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Iglesia universal. “Preocupados siempre por el bien de los hijos de Dios, procu-
ran cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis y aun de toda la Iglesia”
(LG 28). “El don espiritual que recibieron los presbíteros en la ordenación no los
dispone sólo para una misión limitada y restringida, sino para una misión
amplísima y universal de salvación « hasta los extremos de la tierra » (Act., 1,8),
porque cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal
de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles” (PO 10).

Sin el amor a la Iglesia, la vocación sacerdotal no podría perseverar y los


ministerios no se ejercería según “el espíritu de Cristo” (PO 14).

La dimensión mariana y eclesial de la vida y ministerio sacerdotal abarca la


integridad de la persona: inteligencia, afecto, vivencia, relación, realismo,
equilibrio… La misión universal, dentro de la comunión de Iglesia, es
connatural al sacerdocio ministerial como sucesión apostólica.

Cuando San Pablo resume toda su acción pastoral diciendo “he de formar a
Cristo en vosotros” (Gal 4,19), lo hace en un contexto de comparación con “la
mujer” de quien ha nacido Cristo (cfr. Gal 4,5-7). Por esto, el apóstol puede
compararse a una madre que “sufre dolores de parto” (Gal 4,19; cfr. Jn 16,21).
Como dice el concilio Vaticano II: “La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel
afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la
misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres” (LG 65).

A modo de conclusión, seguimiento evangélico en la comunión misionera


universal del Presbiterio:
La vida sacerdotal, trazada por el concilio y postconcilio del Vaticano II,
especialmente para el sacerdote diocesano (y analógicamente del sacerdote que
pertenece a alguna forma de vida consagrada), se concreta en la caridad
pastoral (como espiritualidad y como acción ministerial), en la dedicación a la
propia Iglesia particular (historia de gracia-carismas y herencia apostólica por
custodiar y aumentar), en estrecha relación de dependencia con el carisma del
propio obispo que preside la “fraternidad sacramental” del Presbiterio, con la
familia y fraternidad sacerdotal de este mismo Presbiterio, en la comunión
misionera de la Iglesia universal (en armonía con la Colegialidad episcopal)
presidida por el sucesor de Pedro.

Estas realidades de gracia sacerdotal se encuentran todavía en una fase de


aplicación inicial, casi como asignatura pendiente o sólo hilvanada. La
renovación de la Iglesia de todos los tiempos sólo es posible a partir de un
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enamoramiento: amor apasionado por Cristo que se convierta en anuncio


apasionado de Cristo.

CUESTIONARIO

• Formar para el “gozo pascual”: amistad con Cristo, seguimiento,


comunión, misión
• La dinámica cristocéntrica y armónica de la formación humana, espiritual,
pastoral, intelectual, comunitaria
• Delinear la fisonomía de los “discípulos misioneros” (Aparecida y EG
119ss): “Una mejor formación, una profundización de nuestro amor y un
testimonio más claro del Evangelio… testimonio explícito del amor… tu
corazón sabe que no es lo mismo la vida sin Él” (EG 121)

(Breve presentación oral del cuestionario)

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