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La Subcontratación, formas y consecuencias laborales

Enrique de la Garza Toledo

La Subcontratación no es un tema nuevo en la historia del capitalismo, pero es nueva su


extensión y las modalidades que adquiere. Es decir, el significado del concepto cambia al
ubicarlo en relaciones de producción, económicas y políticas diferentes en cada etapa. Así,
la subcontratación neoliberal, debe considerarse como una modalidad del concepto central
más abarcante de flexibilidad. Hay autores que rechazan la importancia de conceptos como
el de flexibilidad y de subcontratación, bajo el supuesto de que siempre han existido. Sin
embargo, el significado que adquieren pueden diferenciarse, dependiendo de la articulación
con otras relaciones sociales y económicas. Es el caso del de flexibilidad. La flexibilidad
siempre ha existido en las relaciones laborales, el taylorismo-fordismo supone también
algún nivel de flexibilidad, sin embargo, la flexibilidad neoliberal implica su ubicación en
la perspectiva de liberalización de mercados y de las nuevas doctrinas gerenciales
Toyotistas. En esta medida adquieren una dimensión diferente de las otras flexibilidades.
Además de la relación con la flexibilidad, la subcontratación puede vincularse con otro
fenómeno que formalmente siempre ha existido, pero que en la era neoliberal adquiere
nuevos significados, el de la informalidad, la economía no estructurada, el trabajo atípico,
el precario, el no decente, sin suponer que todos estos conceptos signifiquen lo mismo. La
nueva importancia de estos conceptos implica una visión, en parte optimista y en parte
pesimista acerca de los mismos. Para unos, los menos, es optimista, porque implicaría la
mayor libertad del individuo o la empresa para moverse en sus mercados, consiguiendo con
esto aproximaciones más estrictas a su óptima operación. Se trata de la visión que pone el
acento en las nuevas calificaciones y ocupaciones no reguladas que permiten una alta
flexibilidad creativa y elevado ingreso o salario. La pesimista remite a esas mayorías de
perdedores, sobre todo presentes en los antes llamados países subdesarrollados, que
reconocen una flexibilidad de la precariedad, una no estructuración de sus labores que es
sinónimo de desprotección estatal y social, una atipicidad con respecto de las ocupaciones
sujetas a estándares laborales mínimos y que tienen niveles de calificación y productividad
no deseables. Es decir, la nueva articulación de este tipo de ocupaciones se da ante la
retirada generalizada de las protecciones laborales y la negativa estatal a tratar de regular
las nuevas y viejas ocupaciones flexibles precarias o no precarias.
Han sido sobre todo los organismos internacionales, especialmente la OIT, los que han
contribuido a la formulación de conceptos para estas nuevas y viejas realidades laborales.
El más antiguo, presente hasta la actualidad, a pesar de la acumulación de críticas, es el de
trabajo informal, seguido del de no estructurado, y de los más recientes de precario, decente
y atípico. El problema con estos conceptos es que siempre han tomado la forma
operacional, es decir, definir el concepto a partir de indicadores medibles. Lo anterior ha
provocado la multiplicación de las definiciones de cada uno de los conceptos anteriores en
función de la variación de los indicadores propuestos. Por ese camino es difícil llegar a
acuerdos, porque el indicador es un concepto más concreto que el teórico y que puede y
debe variar de acuerdo con condiciones específicas nacionales, regionales, locales, a
diferencia de los conceptos más abstractos.
Dos conceptos que pueden servir de punto de partida en una discusión más abstracta
acerca de las nuevas ocupaciones y trabajos son los de trabajo típico (opuesto a atípico) y el
de trabajo estructurado. En lugar de partir de una definición operacional, que no nos
llevaría a ningún consenso, puesto que cualquiera podría señalar que hay omisiones o
excesos en dimensiones para un país o para otro, partamos de las acepciones más abstractas
y a la vez situadas en la Historia del capitalismo y del pensamiento social y económico.
Antes de los noventa no se usaba el concepto de trabajo típico, sin embargo, podríamos
pensar que social y académicamente si había un concepto de trabajo típico, al menos hasta
los años setenta del siglo anterior. Este trabajo típico era el asalariado, en la gran empresa,
industrial, estable, masculino y preferentemente sindicalizado. Era así, primero, porque el
ideal de las sociedades modernas fue la industrialización, camino de superación del atraso
agrario con menosprecio por los servicios que eran vistos como simple complemento
económico de la industria. Fue así, porque la línea histórica de desarrollo del capitalismo
había sido principalmente de lo agrícola hacia lo industrial, reduciéndose con el tiempo la
importancia económica del primero y destruyendo formas de producción pequeñas en el
campo y la ciudad en aras de la gran empresa. Es decir, la línea evolutiva de lo típico
también tendría que pasar por la alta concentración productiva por economía de escalas.
Habría que agregar también la evolución de los procesos productivos capitalistas con la
revolución industrial hacia el maquinismo y posteriormente con la aplicación de la
administración científica del trabajo. A las transformaciones anteriores del modo de
producción capitalista y su línea principal de evolución habría que agregar el surgimiento
ya en el siglo XX de los sistemas de relaciones industriales, con sindicatos, leyes laborales,
sistemas de seguridad social y contratación colectiva. De tal forma que el ideal de la
evolución del trabajo es el que enunciamos al inicio de este párrafo, este paulatinamente
absorbería a los otros trabajos y en el se engancharían todos los países, tarde que temprano
para lograr su modernización.
Desde el punto de vista teórico tres grandes perspectivas contribuyeron a esta imagen del
trabajo típico. Una fue la teoría neoclásica, que haciendo una abstracción de otros tipos de
trabajos que se presentaban en la realidad capitalista, consideró trabajo solo al asalariado,
por ser el único inmerso en el mercado laboral estrictamente. Por el otro lado, el marxismo,
para el cual sí habría otros tipos de trabajo, no solo el asalariado, puesto que los demás
también generaban valores de uso y a veces de cambio, como el del artesano o el del
campesino, pero el desarrollo capitalista fue pensado en la misma línea que anotamos en el
párrafo anterior, el industrial, y el de la gran empresa maquinizada. En esta medida, aunque
la heterogeneidad del concepto de trabajo se aceptaba, se convertía en ideal de progreso
uno en especial. Otro tanto tendrían que ver las corrientes que nutrieron la perspectiva de
las relaciones industriales y la sociología del trabajo, que pensaron a la regulación laboral
garantizada por el Estado específicamente operando en esos grandes establecimientos
industriales, con sindicatos capaces de negociar sus condiciones laborales como la
tendencia general de las relaciones laborales.
Esta idealización social y teórica del trabajo típico solo operó en la práctica en un número
selecto de países y durante una parte del siglo XX. La realidad del capitalismo fue que en
los países desarrollados desde hace varios decenios el sector servicios crece más que el
industrial y se han incorporado contingentes importantes de mujeres al mercado de trabajo.
En los países subdesarrollados solo algunos del sureste asiático se acercaron al ideal de la
sociedad industrial, los demás hicieron esfuerzos durante el período de substitución de
importaciones por industrializarse, la agricultura disminuyó en importancia pero fue el
sector servicios, especialmente en su forma precaria, el favorecido sin haber pasado
propiamente por una sociedad de predominio industrial.
El concepto de trabajo estructurado tiene que ver con su ubicación en un sistema de
reglas, económicas, laborales, fiscales, etc. que lo acotan. Las reglas institucionales son en
esta perspectiva las estructuras que guían la acción y a los actores, de tal forma que un
trabajo estructurado es sinónimo de regulado y no solo por el derecho laboral. La sociedad
industrial como ideal de modernización en el siglo XX se correlacionaba con la sociedad de
la regulación formal, en esta medida hay una correspondencia entre el concepto de trabajo
típico y de trabajo estructurado, más allá de los indicadores empíricos que se propongan
para su medición. El establecimiento del Estado interventor en la economía y benefactor, la
hegemonía keynesiana en teoría económica y la importancia de la perspectiva de las
Relaciones Industriales contribuyeron a reforzar esta imagen social. Esta imagen ideal del
trabajo como estructurado no fue afectada inicialmente con la extensión de los servicios y
el trabajo femenino, porque el servicio moderno tendió a verse a semejanza de la
manufactura y hubo preocupación por la protección específica del trabajo femenino. Sin
embargo, las fisuras a este modelo ideal de trabajo se desarrollaban desde el momento en
que muchos servicios se prestaban en pequeñas unidades, con autoempleo, trabajo familiar
o asalariado no organizado y que las mujeres desde el inicio estuvieron menos
sindicalizadas que los hombres o sufrieron segregaciones y discriminaciones. Sin embargo,
el embate decisivo en contra de esta imagen del trabajo típico estructurado provino de la
gran transformación neoliberal, que puso en cuestión antiguas protecciones y que se dio al
parejo de una transformación en el mercado de trabajo y los procesos de producción
centrales.
Es decir, la mayoría de los trabajos que ahora se consideran en el sector informal, atípicos,
no estructurados o indecentes ya existían antes de la actual gran transformación, hay otros
nuevos efectivamente creados sobre todo a partir de las nuevas tecnologías, pero el punto
central es que se ubican dentro de una retirada de regulaciones que afecta a los antiguos
trabajos típicos y que disminuye las posibilidades de regulación de los nuevos, ante la
ilegitimidad de las rigideces y la debilidad de los antiguos actores laborales, de sus formas
de acción y proyectos.
¿Cuales conceptos para cuales trabajos?

Antes y ahora, los trabajos atípicos no estructurados son heterogéneos y si uno quiere ir
más allá de la sociodemografía convencional que tiende a analizarlos a partir de variables
como género, edad, estado civil, nivel educativo, ingreso, formando estratos o
incluyéndolos a todos en un gran estrato, tenemos que preguntarnos, antes que los
indicadores, cuales son los problemas centrales a desentrañar en estos trabajos y con que
conceptos abordarlos.
Para analizar estas realidades no podemos partir de un concepto tan restrictivo como el de
Trabajo asalariado, dejaríamos de fuera otras actividades que pueden ser importantes en las
actuales circunstancias para la subsistencia de los hombres e incluso en su contribución al
producto interno bruto. Partiríamos de que el trabajo es una acción finalista del hombre
sobre la naturaleza (objeto de trabajo), y sobre sí mismo, que utiliza ciertos medios de
producción, que genera productos que satisfacen ciertas necesidades humanas. Esta
actividad siempre implica algún nivel de interacción inmediata o mediata con otros
hombres, proveedores, clientes, usuarios, obreros, gerentes, subcontratistas, miembros de la
familia, etc. Además, el trabajo tiene un componente objetivo plasmado en determinados
insumos, medios de producción o producto. Pero también otro subjetivo, porque el
producto es resultado de una acción finalista y en esta medida existe dos veces, primero en
la mente del productor y luego objetivado, además de que muchos productos modernos no
parten de una materia prima separada del que produce sino que implica su
autotransformación subjetiva o cognitiva; además, las interacciones productivas,
reproductivas, circulatorias o de consumo, tienen un componente comunicativo; y el
producto para el que lo produce tiene cierto significado, lo mismo que para el comprador y
el consumidor.
Una vieja clasificación de los trabajos en materiales e inmateriales resulta ahora más
pertinente que nunca. En los primeros el producto existe separado del que lo produce y del
que lo compra o lo consume, la clásica producción manufacturera se ajustaría a esta
definición, así como la agropecuaria; en cambio en la inmaterial, el producto no existe
separado de la propia actividad productiva, no permite ser almacenado y se produce en el
momento en que se consume. El servicio educativo, la obra de teatro serían ejemplos de
este tipo de producción que impone la presencia en el momento de la producción de un
tercer actor, el cliente, usuario, derechohabiente. Aunque entre este extremo, que podríamos
designar como producción simbólica en sentido estricto (toda producción es simbólica, pero
en sentido estricto significa que básicamente el objeto de trabajo está en la propia
subjetividad del productor y buena parte del proceso trascurre en su cabeza aunque
auxiliado de activos fijos, además el consumo es puramente simbólico, el consumo y la
producción se vuelven una forma de interacción comunicativa directa o indirecta), y otras
producciones inmateriales puede haber traslapes con la material, especialmente en procesos
que implican una amplia división del trabajo, en los que los puntos de contacto con los
clientes no pueden ser en toda la línea productiva.
Por otro lado, la idea de espacio productivo separado del de la circulación, el consumo o
la reproducción también se cuestiona. La fábrica capitalista no solo aglomeró obreros y
máquinas en un espacio diferenciado de otros mundos de vida, sino que distinguió tiempo
de trabajo de los otros. En muchas de las actividades llamas atípicas no hay clara
separación entre aquellos espacios y tiempos, en especial entre tiempo de producción y de
reproducción no productivo. También se abre la posibilidad de que las interacciones
productivas, circulatorias o de consumo no sean cara a cara y que haya articulaciones más
complejas entre estos espacios con el de la reproducción en la familia, con el tiempo libre y
el ocio.
Las anteriores diferencias tendrían que cruzarse al considerar trabajos asalariados, con
respecto del autoempleo y el familiar.
Pero los concepto pertinentes no surgen simplemente de tipologías sino de problemas y
las diversas ciencias del trabajo han definido históricamente de manera diferenciada sus
interrogantes centrales: los que ponen el acento en el Trabajo como Mercancía y en los
momentos del intercambio podrán el acento en su precio (salario), sus cualidades (valor de
uso) y las cantidades (empleo) que se ofrecen o se compran; diferentes serían los conceptos
si se adoptara el enfoque de construcción social del mercado de trabajo. Los que se
interesan por los procesos productivos lo han hecho bajo el concepto de Control de la mano
de obra en el proceso productivo con dos significados, la gerencial de cómo lograr la
cooperación de los trabajadores en el proceso de trabajo y la de los obreristas de cómo
lograr su autonomía. De una manera o de otra las dos se traducen en el control sobre el
proceso de trabajo y este control implica poder, negociación, o conflicto. El problema del
control sobre el trabajo sería el eje de análisis de la relación de producción como relación
social, entre hombres y de estos con las máquinas; división del trabajo, supervisión, control
de calidad, estilo de mando, funciones, movilidad interna y calificación podrían analizarse
de acuerdo con el eje mencionado.
El que se interesa en las relaciones laborales se mueve en el eje de la unilateralidad-
bilateralidad con respecto de la contratación de personal, del uso de la mano de obra en el
proceso de trabajo y del despido. Para el que se interesa en el eje familia-mercado de
trabajo, la oferta y demanda de mano de obra se conecta con las decisiones en la familia y
sus estrategias de sobrevivencia o bien de vida, con perspectivas de cálculo racional o de
interacción comunicativa.
Es decir, las actividades atípicas pueden analizarse de acuerdo con los ejes problemáticos
mencionados que toman formas diversas dependiendo del tipo de actividad:
1. La producción inmaterial: el control sobre el proceso de trabajo se complica porque
un tercer actor interviene en parte como controlador de la producción y calidad del
servicio; este control de tiempos y espacios es también interacción comunicativa,
conlleva sentidos, es decir, sobre la productividad, la creatividad y alienación del
trabajo interviene el cliente, usuario, derechohabiente e interviene con esto en la
propia relación laboral y en un mercado de trabajo que se crea in situ. En la forma
específica de producción simbólica el consumidor puede estar enfrente del
productor o en forma mediata como en los Call Centers, de cualquier manera opera
el control inmediato o mediato del cliente sobre el productor, combinado con la
forma tradicional.
2. Estas actividades pueden ser de autoempleo o empleo familiar, que aparecen
también en la manufactura y la agricultura. En estas pequeñas unidades productivas
el control puede ser por el mercado o directamente por quien consume (por ejemplo
un pequeño restaurante), pero sin la intervención de otros agentes de supervisión
como en el trabajo asalariado.
3. En el trabajo a domicilio, que puede ser manufacturero, de servicios o agrícola, hay
aparentemente mayor autonomía del que trabaja, pero el control puede darse por el
mercado, por el subcontratistas, o por el cliente, además de la complicación que
significa el traslape de espacio y tiempo con el de la reproducción familiar. En este
caso la presión sobre el trabajo viene también de la demanda familiar de realizar
otros trabajos reproductivos en el mismo espacio y tiempo que el productivo y que
comúnmente alarga las jornadas de trabajo. La cuota de producción aparece como
parámetro que determina a las otras actividades frente a la presión reproductiva y la
aparición del tiempo combinado, productivo y reproductivo en una unidad e
intercalados, la tendencia a mantener un mínimo del productivo en menoscabo del
reproductivo y de la calidad de vida, así como la posibilidad de suplir la falta en el
tiempo productivo con otros miembros de la familia.
4. El trabajo desterritorializado, como el de los ambulantes sin puesto fijo, los choferes
de taxi o de autobuses, que sufren el control del mercado, del cliente y/o del
subcontratista o del empleador, además del traslape con controles de la vida pública
y con parte de las actividades reproductivas como el alimentarse, con el consecuente
alargamiento de las jornadas de trabajo y la pérdida de significado de tiempo libre o
de días de descanso. Aquí la aparición del usuario se complica con la del inspector o
agente policiaco en el control sobre el trabajo.

La Subcontratación

Este fenómeno no es nuevo, pero en el período anterior, el del estado Benefactor y


los sistemas protectores de relaciones industriales, perdió legitimidad, al grado de que
muchas legislaciones pusieron límites a su utilización o bien consideraron que el verdadero
patrón sería aquel para el que se desempeñaran las tareas productivas; sin embargo, con el
nuevo modelo económico la subcontratación no solo queda legitimada y legalizada en
forma más amplia que antes, sino que es vista muchas veces por empresarios y Estado
como un camino pertinente para ganar en competitividad. Es importante explorar el
significado de estas nuevas subcontrataciones a través de las empresas de trabajo temporal,
las cooperativas de trabajo, los contratistas de la construcción, los choferes de camiones, los
vendedores de tiendas departamentales, y los taxistas. Puede haber detrás en primera
instancia un problema de simulación de la relación laboral, que aparece como comisiones o
pago por honorarios. Pero, además del problema legal de sí la relación capital trabajo se
simula con otras, surge la pregunta de que más analizar de los subcontratados. Esto
dependerá de sí, como dijimos más arriba se trata de subcontratistas de la manufactura o de
los servicios, sí la empresa subcontratada es interna al proceso productivo o externa (en sus
propias instalaciones realiza una parte de la transformación o el servicio), si emplea trabajo
asalariado o no, si lo hace en el domicilio o en forma desterritorializada. Es decir, aquí
comúnmente el cliente o empresa que subcontrata se entremezcla o substituye como
controlador a la empresa que contrata al trabajador, pero este control puede ser triple
cuando además de quien subcontrata implica a un consumidor diferente entremezclado en
el proceso productivo, o cuádruple cuando interviene el control público directo del Estado.
Estas relaciones triádicas o cuatrádicas pueden analizarse en el proceso productivo, en la
relación laboral o como mercado de trabajo, según interese. Las relaciones tienden a
confundirse: ¿Quién representa a la parte patronal, la compañía que contrata o la que
subcontrata? ¿La relación entre autoempleado subcontratado es laboral o mercantil? ¿Los
comisionistas son obreros asalariados? ¿Cuales son las implicaciones en la identidad de los
trabajadores que son subcontratados? ¿Cuáles sus posibilidades de acción colectiva? ¿Las
relaciones con los consumidores, en la producción inmaterial, potencian coaliciones futuras
con los trabajadores?

Enrique de la Garza Toledo


Universidad Autónoma Metropolitana
México, D.F.

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