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Érase una vez un cerebro que nació con un peso de 350 gramos, que solo podía

registrar y construir imágenes de aquello que estuviera a 20-30 centímetros de


sus ojos, que no sabía que las personas de su alrededor, aunque no las sintiera,
seguían existiendo. Este pequeño cerebro no era capaz de regular bien su
temperatura, no era capaz de controlar esfínteres, por lo que dependía de
alguien que limpiara los residuos que eliminaba el cuerpo en el que habitaba. No
podía coordinar los músculos de su cuerpo para desplazarse, por lo que era
incapaz de protegerse de los peligros, y, mucho menos, podía dar a su cuerpo
lo necesario para evitar la enfermedad. Podía sentir sensaciones físicas, pero no
distinguirlas. No sabía en qué se diferenciaba el frío del hambre, el calor del
dolor. Más desconocidas aún le eran las palabras enfado, alegría, miedo, cuyas
letras dan cobijo a estos sentimientos. Por no hablar de la vergüenza, la envidia
o los celos, que quedaban a años luz de su recién estrenado pensamiento. No
podía concebir los imprescindibles, a la vez que abstractos, verbos que nos
permiten convivir y sentirnos bien en las relaciones con otros seres humanos,
respetar, compartir, cuidar, ceder, dialogar y negociar. Y, mucho menos, podía
razonar, planificar, restar, sumar o dividir.

Sin embargo, este pequeño cerebro bebé se transformó en un cerebro niño y


terminó siendo un cerebro adulto. Pasó a pesar aproximadamente un kilo y
medio y a tener sus neuronas conectadas organizadamente. Siendo estas
millones de conexiones neuronales, el soporte físico de sus capacidades
intelectuales y emocionales, de su conocimiento y de su memoria. Aprendió a
mover sus músculos a su antojo, a coordinar sus movimientos con su mirada, a
andar, a reconocer sus emociones, calmarlas y comunicarlas, a hablar, a hacer
razonamientos abstractos, a lavarse los dientes tres veces al día, a escribir, a
hacer operaciones matemáticas complejas, a cumplir los horarios del trabajo, a
ayudar a los demás, a estudiar, a amar…

Érase una vez la historia de cada uno de nosotros y nosotras.

Nuestro libro Cuentos para el desarrollo emocional desde la teoría del apego
explica los principios de la Teoría del Apego a través de información teórica y a
través de cuentos. Por este motivo, hemos querido empezar este artículo con un
breve cuento. Con una historia que no habla de algo lejano y remoto, sino que
habla de cada uno de nosotros y nosotras. El protagonista de esta historia no
nos es desconocido, puesto que, es nuestro cerebro. El protagonista de esta
historia es el cerebro con el que nacimos todos nosotros. Un cerebro inicialmente
inmaduro que pasó a ser un cerebro adulto.

Pero, ¿cómo se consigue esto?, ¿cómo se produce esta magia de la vida? Cómo
sale de la inmadurez el cerebro infantil, cómo se van conectando de un modo
organizado sus neuronas para lograr almacenar toda la información y las
capacidades que necesitamos para ser adultos.

Para explicar toda esta magia es preciso mucha ciencia. La teoría psicológica
que cuenta con más evidencia científica para explicar todo este proceso es la
teoría del apego. En este libro hemos explicado todo este proceso de desarrollo
del cerebro infantil desde este paradigma.
El principio básico, que ya enunció Bowlby, de la teoría del apego, desde el que
se inicia este libro, es que, dada la enorme dependencia de los bebés hacia sus
figuras de cuidado, por su profunda inmadurez, la necesidad esencial y
fundamental del ser humano, no es en sí que nos alimenten, que nos den cariño,
que nos protejan, etc… es que haya un otro para nosotros, orientado a cubrir
nuestras necesidades. Para conseguir a este otro atento a nosotros y disponible
para satisfacer nuestras necesidades es necesario tener una unión afectiva con
él, puesto que esto es lo que nos garantiza que esté ahí para nosotros. Por tanto,
la necesidad fundamental del ser humano, de nuestros bebés es tener un
vínculo afectivo sólido con sus figuras de cuidado. De no cubrirse esta
necesidad el cerebro infantil sufrirá un profundo estrés que dificultará su
desarrollo. Por este motivo es esencial hacer sentir a los bebés que estamos a
su lado, para que sientan que su necesidad fundamental está cubierta y, de este
modo, su cerebro tenga el menor estrés posible y el mejor desarrollo.

La otra idea que articula el libro, y que es el siguiente pilar de la teoría del apego,
es que, a través de la estimulación al bebé y de la satisfacción de sus
necesidades, por parte de sus figuras de apego, se produce el desarrollo del
cerebro. Se produce la asociación entre neuronas, la construcción de las
conexiones neuronales de las que emerge la mente humana.

En función de cómo sea este proceso de satisfacer las necesidades de los bebés
y de los niños, de estimulación, de dar afecto y establecer límites, el cerebro se
desarrollará de un modo u otro, de manera más o menos sana. En el libro hemos
querido dar las claves para cuidar, estimular, relacionarnos con nuestros
niños y niñas, ya sean nuestros hijos, nietos, sobrinos, alumnos, etc.. de un
modo que genere un mejor y más sano desarrollo de sus cerebros.

Pensadlo por un momento, ¿cuántas de las capacidades que poseéis las tenéis
gracias a que hubo un otro en vuestro proceso de desarrollo que se empeñó en
que las desarrollarais?, ¿cuántas de las acciones que realizáis, de manera
habitual, para alcanzar con éxito vuestras obligaciones y tareas cotidianas las
podéis ejecutar porque hubo un otro en vuestro proceso de desarrollo que se
empeñó en que hicierais bien y muchas veces eso mismo que ahora os resulta
natural, sencillo y rutinario? Cuantas veces nuestra madre, nuestro padre nos
sentó a estudiar, nos obligó a leernos la lección hasta aprenderla, nos obligó a ir
a la ducha, a lavarnos los dientes, a poner el despertador de tal manera que nos
diera tiempo a desayunar y no llegáramos tarde…
"La necesidad fundamental de los bebés es tener
un vínculo afectivo sólido con sus figuras de cuidado"

En este libro vais a encontraros, a través de sus 10 capítulos, una guía para
facilitar este desarrollo sano de los niños y niñas, para que el desarrollo de
sus capacidades emocionales y de su inteligencia emocional sea el mejor
posible. Así como indicaciones para lograr, ajustando nuestra manera de
educar, de dar cariño, de establecer normas y límites, que vuestros niños
construyan una fuerte y sólida seguridad en sí mismos.

Toda esta información se va facilitando a lo largo de las explicaciones teórica de


los capítulos, pero se termina de trabajar sobre la información de cada capítulo
con un cuento.

De la misma manera que las personas estamos hechas de átomos, la vida está
hecha de historias y cuentos. Creemos firmemente que para poder entender
cuestiones relevantes y complejas de la vida qué mejor que ir a uno de sus
componentes fundamentales, los cuentos y las historias.

La intención de los cuentos que vais a encontrar en cada capítulo es múltiple.


Por una parte, nuestros cuentos pretenden ejemplificar en una historia los
conceptos teóricos explicados en cada capítulo. Creemos que es mucho más
sencillo aprender una información si podemos relacionarla o incrustarla en una
historia. Por otro lado, hemos querido terminar de explicar la información de
cada capítulo con un cuento puesto que teniendo una imagen o una
metáfora que conceptualice las ideas complejas que hemos explicado es
mucho más fácil de recordar. Por ejemplo, antes hemos explicado que si los
bebés no tienen satisfecha su necesidad constitutiva de tener una unión afectiva
que les dé protección y afecto (vínculo de apego) con un adulto sufren estrés.
Nos parecía que esta idea permanecería más tiempo en la memoria de los
lectores si hablábamos del frio en alma. Todos sabemos qué es pasar frio, y
sabemos que esto pasa si no estamos abrigados, pues creamos, a partir de esta
idea conocida, el concepto de frio en el alma, un frio que se puede sentir estando
adecuadamente abrigados, que se siente cuando no tenemos las necesidades
afectivas cubiertas.
Y por último quisimos aderezar los capítulos del libro con cuentos para,
después de haber hecho pensar a los lectores sobre los contenidos teóricos,
hacerlos sentir estos contenidos. Sintiendo se aprende de una manera más
significativa y profunda.

Por otro lado, en el libro exponemos las maneras adecuadas de tratar a los
niños y niñas y las no adecuadas. Esto puede llevar al lector a plantearse su
crianza con sus hijos o a repensar en cómo él fue criado. A veces pensar en uno
mismo, en nuestras actuaciones o en las actuaciones que otros tuvieron con
nosotros no es fácil, pero es muy necesario para mejorar o para aprender de los
errores que cometieron con nosotros y no repetirlos. Por todo esto también los
cuentos son muy útiles puesto que nos ayudan a pensar en lo que nos ha
pasado, pero desde la seguridad y protección que da el estar pensando en otros
personajes. De esta manera se puede burlar los mecanismos de defensa
normales que tenemos todos y todas, para entrar en contacto con nosotros
mismos y nuestra historia de una manera mucho más profunda.

Pues esto es lo que contiene este libro de Cuentos para el desarrollo emocional.
Contiene mucha magia que es explicada con ciencia. Contiene un puñado de
historias mágicas para acercarnos a realidades del proceso de desarrollo de los
niños y las niñas. Porque los cuentos no son sino la traducción de la vida real a
fantasía. Y con estas fantasías esperamos que los lectores puedan llevarse
muchas herramientas prácticas e imágenes metafóricas para esculpir el
cerebro de sus niños de una manera más sana y adecuada. Esperemos que
disfrutéis con los unicornios que no sienten frio en el alma, con los tres cerditos
que explican cómo construyen la casa emocional en la que viven sus hijitos y
cómo en función de este proceso los cerditos tendrán unos problemas u otros en
el futuro, con una bicicleta para manejar bien el enfado, con los neuroduendes
que utilizan la tristeza para superar una pérdida… y con unos cuantos seres
mágicos más.

Cómo potenciar el apego seguro en los niños (I)

Daniel Siegel, en “La mente en desarrollo”, nos explica


magistralmente cuáles son los cuatro elementos que componen un
apego seguro en el niño: la sintonización emocional; el diálogo
reflexivo; la co-construcción de la narración y la reparación de las
disrupciones en la conexión. Hoy me dedicaré a las dos primeras y la
semana próxima al resto. Y procuraré exponerlas de una manera
sencilla para luego comentaros cómo se puede aplicar en el día a día
con los niños.

La sintonización emocional. Consiste en la comunicación de un


niño con un adulto que sea capaz de alinearse contingentemente con
los estados mentales del primero (principalmente sus emociones…) y
hacerle sentir que los siente. Estas comunicaciones son conexiones
hemisferio derecho del cerebro del adulto con hemisferio derecho del
cerebro en desarrollo del niño. Esta comunicación sintonizada
emocional actúa como un potente regulador del niño y como un filtro
estabilizador.

Los niños con apegos inseguros no han tenido suficientes


experiencias óptimas de sintonización emocional: estas han sido
intermitentes y/o no contingentes con el estado interno del niño (su
primer cuidador se comunicó de manera salteada y/o lo hizo cuando
el niño necesitaba recogimiento interior y no se le respetaba)
También pudieron ser comunicaciones de naturaleza invasiva,
contradictoria y hostil. En este caso, el niño pudo desarrollar y
mantener cambios abruptos en su estado de mente (de repente, de
estar tranquilo, puede pasar a enfurecerse terriblemente sin motivo
aparente o por un motivo nimio)

Es muy importante para fomentar un apego seguro con los niños que
no lo han desarrollado utilizar la sintonización emocional. Yo lo hago a
diario en la terapia con todos y de, por ejemplo, esta manera: (1) En
el juego, reflejando su felicidad con palabras: “Siento que estás feliz
con eso”, acompañándolo con una sonrisa (2) Si han tenido un mal
día y se han peleado con alguien o han tenido problemas de
comportamiento, trato de reflejar su sentir a modo de hipótesis:
"Siento que algo te tiene que pasar para comportarte hoy así” (3) Si
me hacen una revelación importante, les devuelvo feedback: “Has
sido un valiente, siento que ha sido difícil para ti pero has podido
hacerlo” ; “me imagino que habrá sido duro para ti vivir todo eso,
siento que has tenido que sufrir mucho solo” (4) Ante cualquier
comportamiento, reflejándolo y devolviendo cómo se puede sentir y
hacerle notar que uno lo siente también: “Has cogido el cuento de las
caras, siento que es algo que te gusta mucho, yo también me siento
así” "Quieres que deje entrar a tu amiga a la terapia (una
adolescente) y siento que te enfadas pero no puede ser porque este
sitio es sólo privado para ti"

El niño tiene que notar que nos conectamos con su sentir y su mundo
interior. En el caso de las conductas negativas, es importante esta
devolución junto con la calma y la firmeza: “No me ha gustado que
hagas eso de tirar las cosas al suelo, siento que estabas enfadado
pero no debes sacar tu enfado así"

Hacer esta sintonización es algo intuitivo y hay que elegir bien el


momento en el que se hace, que intuyamos que el niño se puede
mostrar receptivo al mensaje de conexión. Si el niño está muy
alterado y fuera de sí de manera agresiva, será necesario primero
que le hagamos una contención física (sin dañar) y luego devolver a
modo de hipótesis lo que creemos que sentía y le pasaba, de manera
indirecta, diciéndole si a él le podría o no pasar eso. Pero sobre todo
que sientan que sentimos que se sientan así (No olvidemos que los
niños con apego inseguro cuanto más agresivos se muestran en
realidad más vulnerables y más miedo tienen interiormente; por ello,
es clave que como adultos nos tranquilicemos y no entremos en el
castigo rápido o en la "escalada de poder" ni en la discusión sino en
calmar o contener físicamente y después, cuando sea el momento,
reflejar, sintonizar con qué pudo ocurrirle. Sintonizar también es
saber elegir el momento y lo que se dice y saber si la persona, el niño
en este caso, está dispuesto y preparado)

Lo que transmitimos fundamentalmente es un mensaje de empatía,


de que nos ponemos en sus zapatos.

Diálogo reflexivo. Las mismas palabras lo dicen: hablar con otra


persona pensando detenidamente, indagando en los estados internos
del sujeto. En otra ocasión he explicado este concepto desarrollado
por Peter Fonagy en su libro “Teoría del apego y psicoanálisis”

Es un concepto muy relacionado con el elemento anterior, pues


cuando se dialoga también se entra en sintonización emocional.

La función de la madre o del cuidador es la de reflejar el estado


interior del niño sin invadirlo y a la par, poner palabras reflexivas a lo
que el niño siente, piensa, hace. La madre se lo comunica
contingentemente a lo que siente que el niño puede sentir o pensar,
pero sin invadir, sin imponer, respetando al niño porque le reconoce
como una mente independiente, que tiene deseos, emociones,
intenciones… Ella o él (si el hombre es el cuidador) le ayuda a
desarrollar esa mente y a comprender y comprenderse. Aquí están,
pues, los fundamentos de la persona y de las primeras herramientas
que son la base para de adultos, entender los fundamentos de la
cognición social, del relacionarnos y entender y regularnos
interpersonalmente con los demás. Y he aquí una de las principales
causas por las que los niños con problemas de apego tienen tantas
dificultades en las relaciones sociales posteriores.

“¿Sientes frío mi niño?” “Te has asustado con el ruido, verdad. Mamá
cierra la ventana” “Estás contento porque ha venido tu tío, estabas
pensando que ya era hora de que viniera, ¿eh?” “Te tiene que doler la
tripa porque has echado la comida fuera, tranquilo que mamá te lleva
al médico y te cura” etcétera.

Estas frases que la madre transmite al niño fomentan la función


reflexiva y le ayudan a conocer sus estados internos y, por ende, los
de los demás. Se dirige al niño como una mente independiente y
explica sus estados. No hace una proyección de ella misma
(inadecuada, invasiva) en el niño. El niño le responde con balbuceos,
sonrisas, llanto… Después con palabras, cuando crece. Y cuando ya es
más mayor la función reflexiva se amplía y se hace más compleja.
Los niños víctimas de malos tratos y de abandono han carecido de
función reflexiva. O no la ha habido suficientemente o se han tenido
que desconectar de ella para protegerse porque el adulto no la ejercía
sino que invadía. Es por ello por lo que algunos de estos niños dan la
impresión de no ponerse en el lugar del otro. Esto debe de
comprenderse así.

Con paciencia, para hacer el apego más seguro, hay que fomentar
esta función. La vida cotidiana nos da mil oportunidades: Si tiran un
jarrón porque querían coger algo que les gustaba mucho, hay que
decirles que no se debe de hacer eso, pero hay que ir más allá: “Lo
más seguro pensabas 'quiero ese juguete', pero no miraste que
podías tirar el jarrón que es una cosa que nos gusta mucho y nos da
pena que se rompa” Aquí el niño empieza por el largo camino de
darse cuenta de que los demás tienen un mundo interno y que no
sólo existe el suyo, mundo propio que por otro lado, no siempre
conoce. La función reflexiva ayuda a conocer el propio y el de los
demás porque sucede en una relación: la de apego.

Os dejo con esta reflexión de Siegel: "La comunicación con un


progenitor, en otras palabras, capacita al niño para alcanzar una
sensación de coherencia ante los confusos cambios que se producen
en los mundos internos y externos ¿Es posible que las experiencias
relacionales tempranas de un niño con comunicación contingente y
diálogo reflexivo faciliten el desarrollo de una "voz interna" que se
dirija al self (sí mismo) desde la perspectiva de una tercera persona y
le ayude a integrar un sentido de coherencia?"

Retraso en el desarrollo como consecuencia del abandono físico y


emocional

Una de las nefastas consecuencias del abandono físico y emocional


que han padecido algunos niños en sus primeros años de vida es el
retraso o inmadurez en el desarrollo. Aunque el abandono y sus
consecuencias juegan un papel determinante, también actúan
mecanismos epigenéticos; es decir, que herencia-ambiente colaboran
estrechamente en la aparición del retraso, alterando funcionalmente
el sistema nervioso del niño en desarrollo.

Pero, efectivamente, en el caso de los niños víctimas de abandono, es


muy frecuente observar retraso en el desarrollo. He conocido, en mi
trabajo como psicólogo, muchos casos y todos tenían como
denominador común la dura experiencia del abandono físico y
emocional. Cuando existe un retraso, el nivel de desarrollo en una,
varias o todas las áreas presenta un nivel inferior al que debería
mostrar a su edad. Normalmente, los instrumentos que pueden medir
este retraso son las baterías de desarrollo. Dependiendo de las
desviaciones de la media que el niño obtenga en las puntuaciones de
los ítems correspondientes a cada área, el nivel de desarrollo será
menor o mayor.

Los niños con retraso o con inmadurez en el desarrollo suelen


presentar un nivel inferior en todas o algunas de las siguientes áreas
de desarrollo: motor, lenguaje, cognitiva, social y adaptativa. Es
posible que también puedan presentar problemas de comportamiento
asociados con esta inmadurez o debido a otros factores.

Los efectos de la sinergia entre la maduración del sistema nervioso


del niño y la estimulación consiguen avances, pudiendo llegar a una
recuperabilidad total o parcial. En los casos de trastorno, el niño
presenta las limitaciones propias del mismo, pero no por ello debe
resultar un impedimento para no conseguir los niveles más altos
posibles de competencia social, emocional y cognitiva, así como de
autonomía.

En los casos de retraso en el desarrollo asociados a abandono físico y


emocional, desde que hemos conocido a Rygaard (su libro “El niño
abandonado”) y otros autores, sabemos que los cuidados sensibles y
empáticos fortalecen las conexiones entre las neuronas. En el
momento del nacimiento, el bebé presenta miles y miles de redes
neuronales dispuestas a fortalecer sus conexiones. La repetición de
un patrón conductual por parte del cuidador (como nos explica Siegel
en su libro “La mente en desarrollo”) trae consigo que se excite un
grupo de neuronas y se interconecten entre sí generando patrones de
activación que transportan información. Si ese patrón conductual se
repite y se repite, las conexiones tienden a afianzarse y se incorporan
como rasgos o características en el individuo. Las conexiones que no
se utilizan, se descartan (el cerebro sigue un principio explicado por
el autor Linden: “Úsalo o tíralo”) Así, como el trabajo de un buen
jardinero con sus setos, se produce lo que se llama poda cerebral.
Esto significa, siguiendo con la metáfora, que las ramas de los setos
que no sirven se cortan y se tiran. Y las que sí sirven -porque se
usan- quedan bien fortalecidas y bien interconectadas mediante
mecanismos bioquímicos. Como un seto bien cortadito y arregladito
por el jardinero.

Esta estimulación sucede y actúa sobre todas las áreas del cerebro: la
motriz (existen unas etapas para el desarrollo de la motricidad); la
del lenguaje (existe un periodo para la adquisición del lenguaje donde
el niño es como una esponja y su cerebro está plástico para poder
comprender y expresar. Sobre todo repetir, mediante el juego, las
canciones, los balbuceos, las caricias, las risas…; la emocional (existe
un periodo, coincidiendo con el apego centrado, en el que el niño
aprende la función reflexiva, esto es a conocer su mundo interior y
desarrollar las herramientas cognitivo-emocionales que le permitirán
etiquetar lo que siente y lo que sienten los demás; los padres
favorecen esto mediante la experiencia del apego seguro); la social
(cuando el niño desarrolla un apego seguro, se activa su sistema de
exploración, se abre al mundo y a los otros, empieza a relacionarse
con los demás porque están sus cuidadores, su base segura, para
poder retornar en caso de peligro. Cuando se va relacionando con los
otros, va produciéndose el fenómeno de aprender la regulación
emocional relacional) Y la dificultad regulatoria está en la base de los
déficits de atención que presentan estos niños, pues la presencia
continuada del cuidador es la primera experiencia de atención que no
han tenido pues éste no ha dispuesto un buen sistema de cuidados
para el bebé.

Bueno, ya vemos como este ambiente protector y estimulante es vital


para el adecuado desarrollo del sistema nervioso (y colabora
estrechamente con los genes mediante los mecanismos epigenéticos,
como vimos la pasada semana)

Si el niño sufre escasa estimulación o lo único que ve todo el día que


permanece tumbado en una cuna del orfanato es el techo blanco, o
ha vivido largos periodos de angustia o depresión por la ausencia
prolongada de contacto y afecto maternos, las redes neuronales que
se interconectan son menores y de menor fijación (las redes
neuronales que transportan la información pueden compararse a un
camino en la nieve: si los caminantes pasan muchas veces, se abrirá
un sendero bien definido y marcado; si los caminantes pasan pocas
veces, el camino será más débil) Si el estrés que han vivido es
prolongado e intenso -por la angustia de separación o abandono del
cuidador o por los malos tratos-, se genera un exceso de cortisol,
hormona del estrés que, -como nos ha explicado Rafael Benito
psiquiatra de la Clínica Quirón de San Sebastián-, puede dañar las
neuronas. Es por ello por lo que, al llegar a los hogares donde les
espera el contexto protector, nutritivo y de buen trato, empieza un
largo camino: el lenguaje puede ser escaso y desorganizado, el habla
mal pronunciada, el nivel motriz por debajo de la media, etc. Como
vimos en el estudio de los orfanatos de Rumanía, del psiquiatra
Zeanah, los niños van recuperando, poco o mucho, este retraso. Lo
que no se recupera de igual modo son los mecanismos
autorregulatorios emocionales y comportamentales que están en la
base de los apegos desorganizados y de los problemas de
hiperactividad: la ausencia del cuidador les deja mucho más
vulnerables a la descompensación y el estrés.

¿Cómo se puede ayudar a los niños que presentan un retraso en el


desarrollo y que recuperan lenta y tardíamente o presentan un
trastorno? Hay que disponer y proporcionarles todos los recursos
posibles en forma de estimulación temprana, apoyo psicopedagógico
y psicoterapia. Ocurre que la presión social porque lleguen a
equiparase a los demás, por la “normalidad” es enorme. La mayoría
de los padres refieren que a ellos lo único que les importa es que su
hijo sea feliz; pero no nos engañemos: todo padre y madre se
preocupa (a mí me preocuparía, desde luego) cuando ve que su hijo
no alcanza el nivel escolar, no rinde al nivel esperado, se distrae, se
bloquea ante los deberes, no comprende, sufre comparaciones entre
los propios niños, se siente con baja autoestima, no sabe o no tiene
recursos para relacionarse con los compañeros adecuadamente…

Los niños, desde luego, sufren por impotencia y terminan siendo las
víctimas. Algunos, ni siquiera entienden por qué deben estudiar, qué
sentido tiene en sus vidas. ¿Qué van a hacer ellos si nadie les dio los
nutrientes físicos y afectivos que necesitaban para un adecuado
desarrollo? Recuerdo el caso de un joven adoptado a la edad de
nueve años, cuya vida se había caracterizado por recorrer
diariamente muchos kilómetros para poder encontrar comida en un
pueblo cercano, con su hermano a hombros. Además, a las noches,
debía de estar vigilante para tratar de proteger a su madre y
hermano de las palizas que el padre les daba cuando llegaba bebido.
Al llegar a la familia e incorporarse al colegio -nunca había asistido a
clase-, no entendía el sentido del estudio. Él quería trabajar y esto
propiciaba muchos choques con los padres y profesores. No
olvidemos que muchos chicos y chicas puede que carezcan de los
cimientos emocionales y cognitivos que están en la base del
aprendizaje escolar, pero pueden ser muy buenos profesionales.

¿Cómo convertir la experiencia escolar en una vivencia que no


ahonde en el sufrimiento de estos niños y sí en una vivencia
resiliente?

Aludir a la institución escolar es hacerlo a un ente abstracto. Hablar


de qué debe hacer la escuela es hablar de ¿quién? En mi opinión, al
final, sea el sistema que sea, debemos de aludir a la buena
disposición, profesionalidad y dedicación de los maestros y maestras
que quieran formarse en este campo, y que quieran tener (lo más
importante) un compromiso personal con estos niños porque piensan
que sacarlos adelante es tarea de todos. Por ello, en suma, todo
depende del tutor o tutora que le toque al niño: que sepa ganárselo,
sea firme y cariñoso, interprete adecuadamente por qué no puede
aprender como los demás y le transmita un mensaje
desculpabilizador , baje la exigencia (exigencia no es esfuerzo), le
refuerce positivamente, colabore con los padres (no que les
presione), le dedique todo el tiempo que pueda… En fin, se constituya
en un tutor de resiliencia que acompaña al niño sabiendo que lo más
importante que puede hacer por él es tener otra mirada en la que
aquél sienta que su profesor/a quiere que aprenda y se eduque para
la vida. Yo he trabajado en coordinación con muchos de estos
profesionales y probablemente no saben en verdad, cuán de
importantes fueron en sus vidas

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