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PADRE.- Yo la elegí entre otras porque pensé que se respetaba a los niños.
MAESTRA.- Pero ya tiene doce años y tarde o temprano tenía que enterarse.
MAESTRA.- Para ser sincera, le diré que Fernando siempre se las arreglaba
para no comprender sutilezas. Desde que tenía seis años hablamos
de fecundaciones de flores, de gatos, de perros y de vacas. . . y él no
se daba por aludido. La prueba es que ningún otro niño tuvo esa
reacción.
MAESTRA.- No era una película con figuras humanas, sino un corto metraje
con dibujos, autorizado por la Secretaría de Educación.
PADRE.- Pues a él le cayo muy mal; llegó a la casa llorando y nos preguntó a su
madre y a mí si también nosotros hacíamos esas cosas.
PADRE.- Le dije que sí. ¿No estoy diciéndole que la culpa de todo la tiene la
verdad?
MAESTRA.- ¿Nunca?
PADRE.- Nunca, señorita. Prefería morir, me dijo, antes que cometer una acción
tan asquerosa.
PADRE.- Me dijo también que las mariposas y las vacas hacían esas cosas
porque eran animales y que los seres humanos tenían el deber de
portarse de manera más decente.
PADRE.- No, señorita, eso hubiera sido peor. En realidad me he pasado quince
días convenciéndolo de que debe tener relaciones sexuales. . . a su
tiempo, naturalmente.
PADRE.- Muy posible. Ahora los dos están en contra mía. A ver ¿Qué me
aconseja? Usted es psicóloga, tiene que saberlo.
MAESTRA.- ¿Yo?
MAESTRA.- Es difícil. Debo empezar por educar a su mujer pues mientras ella
no esté educada sexualmente, es inútil trabajar con el niño. En
principio voy a darle la dirección y el teléfono de un Centro de
Educación Sexual, para que vaya la señora. En cuanto al niño,
podemos enviarlo con un psicoanalista y en uno o dos años. . .
PADRE.- La única cuerda y decente: voy a buscarme otra mujer y otro hijo. Con
permiso y perdone la molestia.
SEÑORA.- Estoy contenta contigo: eres limpia y tienes buen sazón. Claro, me
gustaría mucho que te quedaras a dormir, pero tú dices que. . .
SIRVIENTA.- Soy casada, tengo que cumplir con mis obligaciones. Ya sabe
usted que son muchas.
SEÑORA.- Ya no me acuerdo, hace años que vivo sola. Pero sí. . . tenía
obligaciones.
SEÑORA.- ¿En la cama? Qué raro. ¿En dónde me dijiste que trabaja?
SIRVIENTA.- Es zapatero.
SIRVIENTA.- Y cuando ya está bañado, lo peino. Tiene tanto pelo y tan largo,
que es un verdadero gusto.
SIRIVIENTA.- Todos los días le doy sus cincuenta pesos para que no quede en
vergüenza si algo se ofrece.
SEÑORA.- Las cosas no son así. Los hombres también tienen obligaciones y yo
no veo las de tu marido.
SIRVIENTA.- Ni las podrá ver nunca, porque esas pasan de noche, antes de
conversar y un poco antes de dormir. Esas sí son largas, difíciles y
con mucho mérito. Lo que yo hago no es nada. Cualquier mujer
puede mimar a un hombre, pero muy pocos hombres son capaces de
complacer a una mujer. Yo tuve esa suerte. Ah, y claro, por todo eso,
no puedo quedarme a dormir.
EVA.- Bueno.
EVA.- Yo soy.
EVA.- Sí.
EVA.- Sí.
EVA.- No.
ANTONIO.- En el de la señorita.
EVA.- Sí.
ANTONIO.- Pues no. No antes de que te diga una cosa. Quiero pasar contigo
una tarde completa.
EVA.- No sé.
ANTONIO.- Una tarde enterita sin que nadie nos interrumpa. Solitos uno para
el otro. Para que yo te diga cuánto te quiero.
EVA.- ¿Dónde?
ANTONIO.- A ver, adivina.
EVA.- En la feria.
EVA.- Cuadro letras. A ver. . . déjame pensar. Rosa. De visita en cas de Rosa.
ANTONIO.- No, hombre. ¡Cómo que en casa de Rosa! Si allí vive mucha gente,
entre sus hijos, su marido y sus padres. Son como doce.
EVA.- ¿En una casa donde no viva nadie? Casa tiene cuatro letras.
EVA.- ¿Frente al Gloria? ¿de cuatro letras? No sé. Apúrate a decírmelo porque
quieren usar el teléfono. Además ya se fueron al otro cuarto donde
está la extensión y a lo mejor nos oyen.
EVA.- Porque no pienso perder el tiempo con un hombre que ha ido tan pocas
veces al hotel que no sabe que se escribe con hache. Adiós.
ANTONIO.- Chin.
FLORINDA.- Ah, en nada. Señora, soy viuda. Sabe usted que vivo aquí enfrente
desde hace más de un año, en esa casa azul. Tuve un momento de
descanso y decidí atravesar a visitarlo.
FLORINDA.- No, no hace falta. Es que me dije: “Don Gonzalo se pasa todas las
tardes sentado en la puerta leyendo, puede ser que le venga bien un
poco de conversación”.
FLORINDA.- Varias horas al día. Cuando se acerca alguna fiesta trabajo más,
hasta de noche. Pero no importa, gano más de lo que necesito para
vivir.
FLORINDA.- ¿Qué?
FLORINDA.- Es usted muy orgulloso y para ser feliz hay que tener humildad.
DON GONZALO.- Todo se aprende demasiado tarde. Siempre hay tiempo para
reflexionar. Para actuar hay un solo momento que puede ser el único.
DON GONZALO.- . . .
FLORINDA.- Perdóneme si le he molestado. No era esa mi intención. No
quisiera que lo diera todo por perdido y que hablara sin esperanza.
La vida. . . la vida es milagrosa.
FLORINDA.- Sí. Claro que una tiene que poner algo de su parte. Don Gonzalo. .
. me decidí a venir a verlo después de meditarlo muchos meses. La
primera vez que se me ocurrió pensé que jamás me atrevería. Luego,
al pasar el tiempo, fui acostumbrándome a la idea, tanto, que hoy en
la mañana, ya lo veía como la cosa más natural del mundo.
FLORINDA.- Una visita sencilla, no. Pero se trata de algo poco común.
FLORINDA.- Sólo en el caso de que usted así quiera verlo. Yo me conformo con
que venga a mi casa.
FLORINDA.- Ya le he dicho que gano más dinero del que gasto y que me sobra
tiempo. ¿Acepta usted, don Gonzalo?
FLORINDA.- ¡Ah!
FLORINDA.- Muchas gracias, don Gonzalo. Seré muy feliz de casarme con
usted.
FLORINDA.- Vamos.
DON GONZALO.- Tenga usted cuidado al bajar la acerca porque esta silla de
ruedas está cada vez más destartalada.
FLORINDA.- No se preocupe, don Gonzalo. Cierre los ojos y piense que la calle
es un río; ya le diré cuando alcancemos la otra orilla.
“Yo con hambre miraba los pasteles. . .”
Sófocles. Fragmento.
(Hilda. Laura.)
HILDA.- Cuéntamelo rápido porque tengo que llegar con las verduras. Si no, no
da tiempo a que se cocinen.
HILDA.- No te hagas la interesante. Está bien que el hijo de tus padrinos tenga
coche y que te haya invitado a cenar a la fonda. . . Pero no es
complicado.
LAURA.- Pues. . .
HILDA.- ¿Entonces?
LAURA.- ¿Te acuerdas con qué entusiasmo esperaba que llegara de la capital? y
¿cómo mi madrina se hacía la remolona y no quería darme noticias
suyas ni enseñarme sus cartas?
HILDA.- Y ¿qué?
LAURA.- Aunque voy a comer con ellos una vez por semana, el viernes pasado
me mandaron avisar que no fuera, porque llegaba él. . .
LAURA.- Me regala vestidos usados y los veinte pesos los necesitan en mi casa;
desde el primero de diciembre ya están muertos de miedo de que se
le vayan a olvidar. Y el hambre. . . En casa de mi madrina piensan
que ir a la fonda es vulgar y van por divertirse. Pero para mí y mis
hermanos significa una sola cosa: ¡comida!
LAURA.- Sí. Todas las vecinas se asomaron a verme salir y me decían adiós
como si fueran muy amigas mías.
HILDA.- ¿Entonces?
LAURA.- Pues. . . echó a andar el coche y ¿sabes? Yo quería portarme como una
muchacha de la ciudad, de esas que conversan en forma muy
animada… pero como me costaba tanto trabajo hablar no me fijé por
dónde íbamos. . .
LAURA.- No. Pero me llevó cerca de la carretera. A esa zona donde nunca
vamos y donde alquilan casas para. . . ¡quién sabe qué! Y ¿sabes?
¡Tenía una preparada! Ya estaba el zaguán abierto. Metió el coche
antes de que me diera cuenta y un hombre cerró el zaguán y se
fue. . .
HILDA.- ¡Ay Laura! Yo creo que tú ya no eres buena muchacha. Y ¿qué pasó?
LAURA.- No se lo puedo contar porque ya faltan diez días para Navidad y los
veinte pesos. . .
HILDA.- ¡Qué asco! Y te llevó a tu casa sin decir una palabra más. Claro. ¿Qué
podía decir?
HILDA.- ¡Qué fresco! Estos ricos de pueblo se creen que todo lo pueden. Quería
aprovecharse de ti y como no te dejaste, te invita a cenar. Que eso le
sirva de lección. A él y a su padre y a su madre que se sienten muy
generosos y en realidad nunca te dan nada. . . ¿Qué cara puso
cuando le dijiste que no aceptabas?
LAURA.- Es que. . .
LAURA.- ¡Claro que acepté! Después de todo, ¿por qué iba a quedarme sin
cenar después de aquel disgusto? ¡Y comí como loca! ¿Qué me ves?
Comí ensalada de camarones y pollo frito y fresas con crema y pastel
con helado. . . hasta que se me quitó bien el hambre.
HILDA.- Igual que en mi cas, que se van a quedar sin verduras. Adios.
“Daemoni, etiam vera dicendi, non
est credendum”
JUEZ.- A pesar de los años que llevamos de conocernos, no puedo pasar esto
por alto, es una irregularidad que. . .
DON JOSE.- No pierda usted la paciencia, señor Juez y tenga en cuenta que
nuestra situación es desesperada.
DON JOSE.- Yo lo único que entiendo es que no puedo vivir ni un días más con
doña Cándida y que ella no me quiere dejar en paz hasta que
estemos legítimamente divorciados.
JUEZ.- Eso quedó claro desde el principio. Tráigame usted el acta, sin ella no
puedo divorciarlos.
DON JOSE.- ¡Ah qué señor Juez! José Ramírez, para servirle desde hace muchos
años.
JUEZ.- ¿Y su esposa?
JUEZ.- Muy bien. Entonces, ¿por qué me trae usted el acta de matrimonio de un
tal Rodrigo Ramos y de una señora Juliana Pérez?
JUEZ.- Don José, ¿por qué no me trae un acta de matrimonio con los nombres
de usted y de su mujer?
JUEZ.- ¡¡Cómo!!
JUEZ.- Que doña Cándida y usted son amates y por lo tanto no necesitan
ningún divorcio.
DON JOSE.- ¡Lo que diría doña Cándida si pudiera oírlo! Está usted
equivocado, señor Juez.
JUEZ.- Son amantes todos los que viven unidos sin haber pasado por el
Registro.
JUEZ.- Don José, no tengo tiempo. . . bueno, explíqueme usted quiénes son
amantes.
DON JOSE.- Son amantes esas personas de vida airada que se reúnen por
casualidad y para satisfacer sus bajas pasiones. Gente sin temor a
Dios y sin consideración para sus semejantes.
JUEZ.- Muy bien. Ahora dígame usted quiénes no son amantes pero viven
juntos y no han registrado su. . . matrimonio.
DON JOSE.- Todos los que se hayan conducido tan solemnemente como ella y
yo.
JUEZ.- No sé. Pero se me ocurre una cosa. ¿Por qué quiere usted registrar su
separación si no consideró conveniente registrar su unión? Sepárese
usted solemnemente de doña Cándida y asunto terminado.
DON JOSE.- Porque doña Cándida se resiste a vivir en una situación que pueda
dar lugar a confusiones. Es una de esas mujeres definitivas por
naturaleza. Dice que una mujer no puede ser más que soltera, casada
o divorciada y que ella debe tener un sitio en la sociedad. Doña
Cándida es de moral muy estricta y jamás consentiría en ser objeto
de habladurías.
DON JOSE.- Es tan cierto lo que le cuento que ese es el motivo de nuestro
divorcio. Me resulta desagradable vivir con una mujer tan seria.
JUEZ.- Veo que su problema es tan difícil de solucionar que tal vez el mejor
camino para usted sea acostumbrarse a vivir con doña Cándida.
JUEZ.- Me temo que sólo hasta que ese día haya llegado podrá usted aclarar
este asunto satisfactoriamente.
(Reina. Filiberta.)
BERTA.- ¿Cómo?
REINA.- ¿No saber lo que me pasó? Tuve un pleito con mi vecina, doña Mary.
REINA.- Y esta señora se lo tomó muy a mal porque su hijo se llama Lorenzo y
yo platicaba mucho con el loro. Como en su casa se oye todo lo que
se dice en la mía. . .
REINA.- No. Sólo me dejó de saludar. Y yo tenía razón, porque más mal hizo
ella poniéndole a su hijo nombre de loro que yo al loro el nombre de
su hijo. ¿No te parece?
REINA.- Los piratas eran protestantes. Cuando bauticé al loro yo pensaba en los
piratas y no en el calendario. Pero eso no fue más que el principio.
Como a las tres semanas me regalaron una perrita que traía el
nombre escrito en su collar y se llamaba Ursula.
BERTA.- Igual que la hija de la señora Mary y que Santa Ursula, de las once mil
vírgenes.
REINA.- Claro, pero yo no me acordaba porque le dicen Chula. Allí fue donde
perdió la cabeza la señora Mary. Me habló por telé fono. Me echó un
párrafo que tenía escrito o muy bien ensayado, de esos que se dicen
sin respirar porque si te callas un momento le das oportunidad de
contestar a la otra persona. Algo así: “Oiga, Reina Borrega, ¿qué está
usted loca? ¿Está usted tan trastocada por su nombres de fiera que ha
decidido ponerle a sus animales nombres de persona? ¿Qué le da
envidia? Ha de ser envidia porque mis hijos se apellidan Robles del
Solar, nombre poético. Y tengo dos antepasados ilustres. Mientras
que su apellido ha de ser traducción de alguna palabra indígena,
porque en las carabelas de Colón y en las naves de Hernán Cortés
puedo jurar que no venía ni un borrego de nombre, ni siquiera de
verdad. ¿Cree usted que voy a soportar que una mujer de apellido
tan incierto caiga en el pecado de llamar a sus animales con el
nombre de los mártires? Reina Borrega, borreguísima, y aunque sea
de León y exista Fray Luis de León a su marido el nombre no le
queda porque es un verdadero chivo, con cuernos y todo. . . “
BERTA.- No es posible.
REINA.- Pero encontré las tijeras y las dos fuimos a dar a la delegación. Corrí
con las tijeras en la mano y entré a su casa sin tocar, ¿crees que
todavía estaba prendida en el teléfono? Lo primero que hice fue
cortar el hilo del teléfono. Ella empezó a golpearme con el pedazo
que le quedó en la mano y como yo me defendí gritó y su sirvienta
llamó a la patrulla. Cuado vi a los policías me desmayé y hasta la
delegación no caí en la cuenta de que se me habían perdido las
tijeras. . .
REINA.- ¡Qué va! Esas tijeras no tenían filo, eran de punta redonda, pero
alemanas. Total, que su hijo Lorenzo la fue a sacar y me sacó también
a mí para que no anduviera haciéndome la víctima con las otras
vecinas.
REINA.- Nos subió a su coche y las dos nos hicimos las dormidas. Luego nos
insultó.
REINA.- Estaba furioso. Más conmigo que con ella, claro, porque yo no soy su
mamá y no lleva mi sangre. Nos dijo: “Bájense pirañonas”, eso nos
dijo. Después de eso no es posible quedarse viviendo tan cerca. Mi
marido dijo que él no tenía tiempo de pelear con pendejos, ni de
estar sacando madres de la cárcel. A las dos semanas nos cambiamos.
BERTA.- Hicieron bien. Entre vecinos un pleito puede ser gravísimo. Supongo
que allí acabó todo.
REINA.- Sí y no. Me contaron que la famosa Mary tiene ahora una perra que se
llama Reina y yo. . .
ALBERTO SUAREZ.- . . .
ALBERTO SUAREZ.- . . .
ALBERTO SUAREZ.- . . .
DOLORES.- No era para tenerle lástima, después de lo que había hecho. Matar
de un tiro a su mujer que era tan bonita y tan buena y que con toda
inocencia cortaba flores en el jardín, sólo porque estaba borracho.
Muy linda historia y excelente recomendación. Claro que luego
intentó suicidarse. . . y no lo logró. Por poco.
ALBERTO SUAREZ.- . . .
DOLORES.- Otras personas sí dan lástima, usted no. A veces, cuando llegan
los heridos las lágrimas se me agolpan, o me asusto. Pero usted es
como aquel faquir que vino a dar una exhibición y puso su tienda en
la plaza principal. Dijo que iba a estar tendido treinta días con la
mano atravesada por un clavo. Muy guapo era ese faquir, pero se
murió del corazón a los veintiocho días. . . Y se murió en serio,
cuando ya todo el pueblo había pagado por verlo. Le hicieron un
monumento muy elegante.
ALBERTO SUAREZ.- . . .
ALBERTO SUAREZ.- . . .
ALBERTO SUAREZ.- . . .
DOLORES.- .Ahora, que a causa del accidente de verlo más de cerca y le hablo
porque ya estoy en vías de curación y no podré acercarme a usted sin
despertar sospechas. Ya mi madre me previno que es usted loco
furioso. Pero yo no le tengo miedo, señor Suárez. Desde que me cayó
el rayo en el pie comprendí que estaba como blindada y que no
podía hacerme daño nada en el mundo ni siquiera la locura de usted.
Si se le ha ocurrido darme el balazo a mí, en vez de matarme, me
hubiera quemado un mechón de pelo; ya ve que el rayo ni coja me
dejó. Además, hay algo que los dos sabemos por experiencia: morirse
no es tan fácil.
ALBERTO SUAREZ.- . . .
DOLORES.- Usted vive para su desgracia, según usted. Yo, por suerte, y he
decidido que para algo muy especial. Desde mi experiencia con el
rayo, todo ha cambiado. Iba a casarme con el hijo del notario, ese
muchacho que venía a verme todas las tardes, pero ya terminé con él.
Ya se murió esa Dolores que pudo haberlo hecho feliz, la mató el
rayo porque era como todo el mundo. Ahora queda la otra, y esa otra
está tan puesta a prueba, tan por encima de la felicidad común y
corriente, que puede aspirar a casarse con usted.
ALBERTO SUAREZ.- . . .
ALBERDO SUAREZ.- . . .
ALBERTO SUAREZ.- . . .
DOLORES.- Tres años lleva usted aquí metido y según el Juez, aquí se queda
usted otros cuatro. Y eso, porque creen que no está usted bien de la
cabeza. Pero yo no he hecho nada, estoy muy cuerda y casi nunca
salgo de aquí porque ésta es mi casa. Por eso sé que el hospital no es
un lugar tan malo para vivir. Sobre todo si se tienen las cosas que
uno sale a buscar por la calle. Usted podría ayudar a mi padre en la
administración; ya está viejo y usted es contador. Podría ser útil de
muchos modos. Volvería usted a hablar y luego puede que hasta se
riera de vez en cuando.
ALBERTO SUAREZ.- . . .
ALBERTO SUAREZ.- . . .
DOLORES.- ¿Qué manera es esa de demostrar que está de acuerdo? Nos están
viendo, señor Suárez. Le digo que nos están viendo.
ALBERTO SUAREZ.- . . .
Sófocles. Fragmento.
(Eulalia. Pepita.)
PEPITA.- No veo por qué. . . llevo dos horas esperando que se asome usted al a
ventana a regar sus plantas.
EULALIA.- ¿Por qué no? Si quiere, lo digo yo. Ya se sabe que Pedro me
abandonó para ir a vivir con otra mujer.
PEPITA.- Lo siento tanto. Dígame Eulalia ¿le dio muy mala vida?
EULALIA.- No.
EULALIA.- No me hizo más que vienes. Me dio dinero, buenos tratos y todas
las noches, fervientemente. . .
PEPITA.- ¿Cómo es posible? Usted debía haberlo retenido con trampas, con
mañas, con magia negra.
PEPITA.- Sí.
PEPITA.- Pues todavía está usted guapa, aunque hoy está muy pálida, tiene la
piel bonita y sus ojos negros. . .
EULALIA.- Y, ¿sabe cómo me hacía sentir Pedro? Vieja, con arrugas, gorda,
con canas.
PEPITA.- Claro. Por eso es un desastre tan grande que él se haya ido a vivir
con una mujer tan fea y mayor que usted.
EULALIA. No, Pepita, yo siempre lo quise, sólo que pensaba. . . ¿Qué seré yo
en el mundo para tener que soportar esta situación? En esa cadena de
fealdad y belleza, yo era la última, la que peor se sentía.
EULALIA.- No, Pepita. Lo peor hubiera sido que él se fuera a vivir con una
mujer hermosa y se dejara querer. ¡Entonces sí lo hubiera defendido!
Porque aquella mujer hermosa y yo hubiéramos sido la misma y mis
dolores no acabarían jamás. . . Alégrese, Pepita. Alégrese por mí y
felicíteme para que tenga éxito en lo que me propongo.
PEPITA.- Lo que yo estoy viendo es que usted es una señora muy complicada
y que no merece que los demás nos impongamos privaciones para
consolarla. . .
PEPITA.- No, gracias. ¿Cómo voy a consolarla si lo que usted quiere es que la
feliciten?
PEPITA.- ¿Cómo?
(David. Betsabé.)
BETSABE.- Todavía, señor mío, hallo difícil definir la forma en que me amas,
quizá porque la música es muda en la palabra y muy intensa de
significado.
DAVID.- El grillo todo se merece porque canta y más todavía la cigarra, que es
vibración pura; si no fueran pequeñas, quizá no hubieran merecido
distinciones. No brillan como las luciérnagas, por eso tiene voz.
BETSABE.- Pero yo a veces, sola o acompañada, me lanzo por los aires en busca
de palabras, para decir, nombrar, dejar mí huella en el tiempo que
pasa. Dejar escrito, dicho y repetido lo que hay entre tú y yo.
BETSABE.- Menos que una cigarra. Como una estrella y sin textos, aunque haya
hablado tanto. Yo ya sé cómo me amas, al fin y al cabo, aunque te
eludas, aunque desaproveches mis preguntas y mis respuestas.
DAVID.- Hay sonidos nocturnos y otros que sólo se dan bajo la luz.
BETSABE.- Luego me sueltas y sin salir de tus brazos me lanzas por el aire
como una cometa. Entonces ríes y juegas como niño. Yo floto, recibo
tus miradas, las devuelvo, nos devanamos en un mundo de hilos.
Cuando duermes yo descanso en tu pecho y no me rompes y no me
enredas y no me dejas porque me sueñas. Hablo mucho, David.
DAVID.- Sin faltar uno. Es una raza extraña, una calaña de resonadores donde
se juntan el oído y el tacto a una sensualidad profunda que les viene
de adentro desde la fuente de su armonía individual y propia. Viene
una frase musical que es luz y movimiento, sale al aire, entra por el
oído, sale de nuevo. Todo es cuerpo, sentidos, emociones, sin que por
ello deje de ser la forma más oculta y más hermosa del puro
pensamiento.