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EXAMEN DE CRISTOLOGÍA

Se plantea las siguientes dificultades en cristología:


Jesús tuvo perfecta conciencia, en sus palabras y acciones, y en su existencia y su persona, de
que el reino y el reinado de Dios eran al mismo tiempo una realización presente, una esperanza
y una aproximación (cf. Lc 10, 23ss; 11, 20). No sólo se presentó como el Salvador escatológico,
sino que también explicó su misión en forma directa, si bien lo más frecuentemente implícita.
Traía la salvación escatológica, puesto que llegaba después del último de los profetas, Juan
Bautista. Hacía presente a Dios y su reinado, y conducía a su cumplimiento el tiempo de la
promesa (Lc 16, 16; cf. Mc 1, l5a).

La obra de Cristo Salvador se cumplió con la ininterrumpida cooperación del Espíritu


Santo, que cubrió con su sombra a la Virgen María, de modo que quien nacería de ella fuera
llamado Santo e Hijo de Dios (Lc 1, 35). Luego, al ser bautizado Jesús en el Jordán (cf. Lc 3, 22),
fue ungido por el Espíritu para cumplir su misión mesiánica (Hech 10, 38; Lc 4, 18), mientras la
voz del cielo lo declara como el Hijo en quien el Padre se complació (Mc 1, 10 y paral.). En
seguida, Cristo, conducido por el Espíritu (Lc 4, 1), inició y completó el ministerio de Servidor
expulsando los demonios con el dedo de Dios (Lc 11, 20), y anunciando la proximidad del reino
de Dios (Mc 1, 15), que se perfecciona por el Espíritu Santo.

Según el Concilio de Éfeso (cf. la carta de San Cirilo, dirigida a Nestorio), el Hijo se apropió los
dolores infligidos a su naturaleza humana (oikeiosis); los intentos de reducir esta proposición
(y otras existentes en la Tradición, semejantes a ella) a mera «comunicación de idiomas» sólo
pueden reflejar su sentido íntimo, de modo insuficiente y sin agotarlo. Pero la Cristología de la
Iglesia no acepta que se hable formalmente de pasibilidad de Jesucristo según la divinidad.

La identidad sustancial y radical de Jesús en su realidad terrenal con el Cristo glorioso,


pertenece a la esencia misma del mensaje evangélico. Una investigación cristológica que
pretendiera limitarse al solo «Jesús de la historia», sería incompatible con la esencia y la
estructura del Nuevo Testamento, incluso antes de ser objeto de rechazo por parte de una
autoridad religiosa magisterial.

Al definir de este modo la divinidad de Cristo, la Iglesia se apoyó también sobre la experiencia
de la salvación y sobre la divinización del hombre en Cristo. Por otra parte, la definición
dogmática determinó y subrayó la experiencia de la salvación. Se puede, pues, reconocer una
interacción profunda entre la experiencia vital y el proceso de clarificación teológica.
Durante el curso de las controversias entre la escuela de Antioquía y la de Alejandría, no se veía
cómo conciliar la trascendencia, es decir, la distinción entre las naturalezas, con la inmanencia,
es decir, la unión hipostática. El concilio de Calcedonia, celebrado el año 451[2], quiso mostrar
que una síntesis de ambos puntos de vista era posible, recurriendo al mismo tiempo a dos
expresiones: «sin confusión» (άσυγχύτως), «sin división» (άδιαιρέτως); se puede ver en ellas
el equivalente apofático de la fórmula que afirma «las dos naturalezas y la única hipóstasis» de
Cristo.

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