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Puedo asegurar que fue Tolstoi el que dijo que la mayor sorpresa en la vida
de un hombre es la vejez, pero no estando de acuerdo con eso y sin recordar qué
poeta fue el que lo contradijo, sí creo que la vejez no está hecha para los
cobardes. Es un estado que llega despacio a los seres humanos, y mientras toces
por culpa de tanta nicotina en tus pulmones te estarás preguntando, yo me
pregunto, por qué no puede un anciano comportarse como dice su edad, cómo es
posible que siga involucrado en los asuntos carnales de la tragicomedia humana.
Mi respuesta es que en mi cabeza nada ha cambiado. Veo llover a través de la
ventana y mientras cientos de adolescentes se divierten allá afuera, yo recuerdo
que mi última sensación juvenil la tuve gracias a una mujer, se llamaba Antonia
Miranda y era una de mis estudiantes.
Yo hablaba de crítica práctica la primera vez que la vi entrar al auditorio,
tenia el pelo negro, suelto y algo despeinado.
— Acá vamos, directo a la gran pregunta: ¿Cada libro se convierte en un
texto diferente solamente porque lo leamos?... ¡Pues sí, por supuesto!, pero
porqué. Porque aportamos algo al libro y a nosotros mismos, y si vuelven a leerlo
después de diez años éste volverá a cambiar porque ustedes habrán cambiado.
La belleza está en los ojos de quien la mira.
Siempre he sido vulnerable a la belleza femenina, supe esto desde muy
joven. La señorita Miranda era diferente, tenía un porte perfecto y se vestía como
una abogada de un prestigioso buffet. Su sofisticación la distinguía de las demás,
ella sabia que era hermosa, pero no estaba segura de cómo tenía que llevar su
belleza.
—No tome apuntes, en verdad no vale la pena.
Se sonrojó, y aunque escondió inmediatamente la cara detrás de sus
manos, fue inevitable no percibir que tenía la sonrisa más perfecta que jamás se
hubiera visto en una joven de 23 años.
Debo confesar que jamás mantuve contacto con mis estudiantes hasta que
el curso terminara, muchos menos después de que colgaron junto a mi oficina la
línea directa de acoso sexual. Esperaba siempre hasta el final y después de
zafarme de cualquier responsabilidad organizaba una fiesta para toda la clase y
siempre resultaba ser un éxito. Había jóvenes que se acercaban a preguntar
tonterías, como si una persona de mi edad no notará las ansias que produce tener
al frente a una persona mayor que sale en entrevistas televisivas y que tiene en
sus manos el poder de aprobarlos o reprobarlos según se le apetezca. Admito
que era insoportable que no buscaran ningún tipo de contacto extra-intelectual con
sus compañeros de clase, había jóvenes apuestos y de buen porte y señoritas que
siempre tenían la imaginación más larga que sus vestidos; como no eran capaces
de actuar la depravación de los americanos, se conformaban con hablar de ella.
Esa vez, ella caminó por cada rincón ojeando de paso los cuadros que
había colgados por toda la casa: pinturas, partituras, papiros, cerámicas; era
capaz de servirse vino una y otra vez sin necesidad de voltear siquiera a verme,
no necesitaba mi aprobación para sentirse dueña de ese lugar; sabia en cambio
que yo no le había quitado la vista y eso le era suficiente.
— Señorita Miranda.
— Hola profesor —y deslizando su dedo suavemente, preguntó por una de mis
reliquias colgantes— ¿Ésta es una carta autentica de Kafka?
— Sí, es una de las cartas originales que le escribía a Milena… Fue un
obsequio de alguien.
- De alguien cercano a usted.
- Alguien que me era cercano, señorita Miranda.
- Dígame Antonia, no estamos en clase, no seamos tan formales.
- ¡Antonia!
Y mientras tapaba el rostro de la imagen dejando sólo ver sus ojos, como
aquella vez en que ella se sonrojó en clase, le pedí que se acercara.
- El color del pelo, y los ojos tal vez. Pero ¿por qué me la muestra?
La tenia, estaba intrigada, así que para no echar todo a perder, cerré el libro
y; la dejé sola, de pie frente a mi escritorio. ¿Por qué hablaba de Kafka, Goya y su
familia cubana? No quiero mal interpretaciones, estaba bien que su familia fuera
cubana, y que ella disfrutara mis clases, pero yo seguía hablando sólo porque
quería acostarme con ella.
- También he pasado por el proceso de ganarme las cosas, por eso tengo
a mi familia. Y por amor de Dios, con una esposa también se puede
hablar, tal vez deberías volverte a casar… Lo que debes hacer es
separar tus necesidades, si te apetece ve a museos, mira todos los
Goyas que quieras, pero dedica la parte del sexo sólo al sexo.
No sé si aún hablaba con su mujer de cosas interesantes, pero tenia razón.
Esa noche, luego de despedirnos, recibí una llamada de Carol, llevábamos quince
años viéndonos cada vez que ella regresaba de sus viajes; es una excelente
pintora, una mujer que a pesar de todo sigue fumando como si tuviera 18 y hace el
amor como si tuviera menos de 35.
- Siempre que nos vemos en esta misma cama me repites que no debería
fumar. Llevas quince años intentando que deje de fumar, desde el
primer día que llegue a tu clase… seguro fue tu clase la que me hizo
fumar.
Nunca sabía la ciudad exacta de la que Carol venía o hacia dónde iba así
que para esconder mi falta de interés, y más en ese momento en que Antonia era
lo único en lo que pensaba, halagaba sus deseos de ser su propio jefe, de estar
siempre buscando imitar a ese personaje viajero de Cortázar.
Ella fue la única que no me reprochó jamás el haber dejado abandonada a
mi ex esposa, no estaba interesada en ser la heroína bienhechora de mujeres
indefensas; pero hay que admitirlo, tampoco quería estar lejos de mi, no quería
que mi rechazo terminara siendo el precio que pagara por decir algo inadecuado,
sabia perfectamente que yo había sido siempre el primero en saltar el muro
cuando algo me espantaba de una mujer. Yo creía entonces en el tiempo fuera y
ella prefería no enterarse de nada, así que podría decirse que nos usábamos lo
necesario para estar cómodos cada vez que nos veíamos, a pesar de estar
convencidos el uno al otro de que ninguno se acostaba con nadie más.
Fue lo primero que dijo Gregorio cuando le conté lo que había sucedió: ¡Por
fin Antonia!, durante cuatro meses sólo pensé en ella, la deseé a ella, hasta que
por fin lo había logrado. El problema resultó ser que mi inteligencia se había visto
subestimada por una joven de 23 años, la cual resultaría ser mi segunda
perdición; disoluto de nuevo a causa de una mujer. Antonia me recordó que
desde mi divorcio me he preocupado por envejecer cuando en definitiva lo que
debería hacer seria preocuparme por empezar a madurar.
- Para ella soy una de las tantas experiencias que vendrán. Me recordará
como el tipo viejo que de paso le enseñó algo de cultura. Y para tu
pesar, Gregorio, no hubo un único encuentro. Ha vuelto por más.
Era una mujer irresistible, tenía los pechos más bonitos que jamás hubiera
visto y desde el día que le hice saber que me encantaba verla de lejos mientras
estaba desnuda recostada en mi cama, no se cansó de hacerme repetir que la
veneraba, que veneraba su belleza, ella sabia que me era imposible dejarla de
mirar; era una auténtica obra de arte.
Recuerdo que una mañana, después de salir de la ducha decidió que
habláramos de mí, le interesaba saber si había estado con más de cincuenta
mujeres o con menos, a lo cual le respondí que nunca me había interesado
contarlas, aunque probablemente habían sido más de cincuenta. Ella sólo había
estado con cinco, y yo me interesé por saber si eran más jóvenes que yo, pero
resultó ser una mala idea por que cada vez que quería saber algo más recordaba
que de joven yo hacia cosas extrañas sólo por las ganas de sentir que estaba
creciendo, que era grande, y de un tiempo para acá lo único que quiero es ser un
niño otra vez.
Ella no me hacia sentir joven, y Gregorio, como siempre, era el único que
sabia que mi mayor angustia era sentirme como jugando futbol con unos
veinteañeros con quienes notas la diferencia desde el primer segundo; una madre
no se hace joven por estar rodeada de sus hijos, y yo no tenia la juventud
garantizada por estar saliendo con una mujer a la que le doblaba la edad.
Hubo un tiempo en que pensé que lo mejor era no volverla a buscar, estar
un paso por delante, ya que tarde o temprano seria ella quien me dejaría por
alguien más, y tal vez si yo había resistido un divorcio era porque había sido yo
quien había abandonado, no a quien había dejado y no estaba dispuesto a pasar
por esa incomodidad a mi edad.
Recuerdo que un día en otoño la lleve frente al mar, seguí los consejos de
Gregorio y busqué ese lugar romántico para terminar con todo, y aunque creí que
estaba encontrando la forma de hacerle el menor daño posible, era evidente que
por más de que lo intentará no podía engañarme, no era capaz de dejarla. Esa vez
ella me hablo de su familia, ella no quería que su salida de Cuba resultara ser su
primer y único viaje, así había sido la vida de sus padres y ella quería una distinta.
- Te llamaré mañana
- No, te llamaré yo.
No supe que responderle, así que ella sólo me recordó que mi sentimiento
de celos y mi actitud posesiva no ayudaban en absoluto; ella tenía razón, incluso
los niños se ponen celos de sus juguetes nuevos hasta que se cansan de ellos y
quieren otros nuevos. Antonia sabia que eso podía pasar entre nosotros. Yo
seguía sin decir una palabra y ella sabia por qué: un futuro a su lado me asustaba.
Había una diferencia de treinta años entre ella y yo, tenía toda una vida por
delante y sólo era cuestión de tiempo para que ella también se diera cuenta.
Entendí tarde que Antonia no quería saber qué haría ella, sino qué haría yo con
ella; aún me siento estúpido por no haberle dicho que me había enamorado. Aún
así esa misma noche la tuve de nuevo en mi cama.
Hacer el amor con una mujer es la mejor forma de vengarse de todas las
cosas que nos han derrotado en la vida. Me había pasado la vida saltando de una
relación a otra porque eso me hacia sentir que nunca estaba solo y que el tiempo
no pasaba. ¿Quién soy yo para ti me había preguntado ella? Pero y quién era yo
para ella… me daba miedo preguntarle. Ahora me pregunto cuánto tiempo
podríamos haber durado.
Carol era increíble, y había logrado por muchos años sorprenderme con esa
capacidad de poseer un encanto inigualable que la mayoría de las mujeres de su
edad ya habían perdido. Recuerdo que por esos días llegó sin avisar con un ramo
de rosas rojas en la mano; ella era mi único punto de contacto con ese hombre
seguro de si mismo que solía ser. Atropellaba y huía, era mi versión femenina,
venia de dos matrimonios desastrosos que la habían vuelto una mujer sin agendas
escondidas ni líos complicados, era lo único a lo que me agarraba sin miedo, una
mujer mayor.
Esa fue la última vez que la vi en mi cama, descubrió en la gaveta una ropa
interior de Antonia y aunque intenté buscar una excusa ya era demasiado tarde
cuando fui disculparme, se subió al coche y no volvía a saber de sus cuadros, de
sus viajes ni de ella.
Tres meses después fuimos con Antonia de nuevo a ver el mar, allí
volvieron las ganas por hacer fotografía pues sentía que podría atraparla por un
par de segundos al menos. Una foto preciosa, una mujer preciosa, y que fuera
más joven que yo no la convertía en una niña; también tenia inteligencia, una
manos preciosas y yo quería acostarme con ella siempre que la tenía cerca.
Para Antonia llegué a parecer un hombre sínico, para mí en cambio mi
actitud frente al mundo era la de un hombre realista, y aunque infantil a veces,
alcancé a durar un año con ella. Era como una montaña rusa, pero como todas las
atracciones de los parques de diversiones, antes o después, se acaban.
Los padres de Antonia organizaron una fiesta por su graduación y como era
de esperarse ella quería que estuviera allí, pero en realidad no me importaba si
seguían pensado que salía con un narcotraficante, no quería hacerlo, no había
aparecido en su cumpleaños ni en Navidad y no iba hacerlo en ese momento; a
pesar de todo le dije que iría. Allí estaría sus tíos, primas, amigos de infancia y
seguramente los dos jóvenes con los que hizo un trío sexual a los 18, y yo… a mí
me presentarían como el profesor cincuentón que sale por televisión dando
charlas de literatura; se me juzgaría por mi edad: la joven que se acuesta con el
viejo porque quiere algo a cambio o el viejo que encuentra satisfacción sólo en
perseguir jovencitas. Una noche antes de la fiesta me dijo por teléfono que quería
contarme algo importante, pero eso no era suficiente, ya había decidido no ir.
Era un hombre patético, llegué a la puerta de su casa y no fui capaz de salir
del auto. La vi durante una hora entrar y salir, estaba realmente hermosa con ese
vestido blanco de escote profundo en la espalda, hoy me lamento no haberme
bajado del coche. Le mentí, la llame y dije que no podría llegar. Ese día me sentí
como un actor que interpreta al anciano sabio que lo sabe todo, el que siempre
sabe más, el que sabe qué es buena cultura y lo que la gente debe o no decidir.
¡Creí que sabía tantas cosas! Pero había dejado sola a Antonia justo en el
momento en que me había demostrado que lo significaba todo para ella; me
quería, me quería tanto.
No llamó al otro día, ni al siguiente; no volvió a llamarme.
Mi consuelo hasta ese día había sido pensar una y otra vez que ella tarde o
temprano se iba a dar cuenta que no existía futuro al lado de un hombre treinta
años mayor, me había dicho a mi mismo tantas veces que todo había sido una
equivocación y que nada de eso debería haber ocurrido. Pero allí estaba de
nuevo; seguro aparecería como una mujer a la que el día a día le había cambiado
la forma de ver el mundo, la gente, los hombres.
Y aunque su voz era tan distinta, supe que había vivido todos esos años
para oír de nuevo alguna palabra suya. Me derrumbe y caí al suelo mientras
escuchaba su mensaje una y otra vez imaginándome lo peor. ¿Estaba
enamorada, iba a casarse y tal vez hasta quería mi bendición?, y qué tal si yo
tenia un hijo y nunca me lo había querido decir. Había dejado su número de
teléfono así después de dos horas la llame.
- Para que empezar ahora, me dejaste sola una vez y nada me garantiza
que no lo harás ahora. Además, tú puedes hacer todo solo.
Hace un mes me enteré que Antonia había muerto, y mientras veo llover sin
esperanzas ya de encontrar alguna compañía confiable, espero haber cumplido
con su último favor. Aquel paquete que dejo junto a la puerta era el manuscrito de
una novela, se dedicó a escribirla desde hace tres años cuando se enteró que
tenía cáncer… cuenta esta historia, la nuestra.
He utilizado a mis amigos para que ese libro vea la luz, y la única condición
que he puesto es que la portada lleve una de las fotos que tomé la última vez que
la vi.
No sé si más adelante me avergonzará decir que el amor de mi vida fue una
de mis estudiantes, una joven treinta años menor que yo, pero sí sé que nunca me
dará temor decir que la literatura escrita por mujeres como ella no pide excusas
por si misma, y aunque muchos no sabemos exactamente que es la poesía o la
buena literatura, sí podremos siempre reconocerla cuando la oímos o la leemos.
Antonia será para mi de ahora en adelante parte de una melodía, de una
letra, de una palabra no egocéntrica, una palabra que encontró la vida sólo a
través de la muerte.
Para José,
porque para ti el tiempo pasa
mientras miras a otro lado
Te lo dice tu Beatriz, tu Matilde,
tu Simone… Tu Antonia
Antonia Miranda