Vous êtes sur la page 1sur 17

La libertad de expresión acerca de la libertad de expresión.

Una reflexión
desde la filosofía política y desde un México lacerado1

Bernardo Bolaños∗

A Darsi Ferrer, preso de conciencia en Cuba

1. Introducción
Callamos muchas cosas sobre la libertad de expresión. Callamos que las
víctimas de la falta de protección de esta libertad suelen ser individuos
considerados como disfuncionales por la opinión pública y las autoridades; los
afectados suelen ser vistos como los causantes de su propia ruina (la mujer
que denunció, en China, las crueldades de la política demográfica,
supuestamente ineludible, de un sólo hijo; el dirigente de un partido socialista
que predicó el advenimiento de la revolución en la cuna del capitalismo mundial
o, a la inversa, el disidente que elogió el capitalismo en un país comunista;2 el
locutor mexicano que “imprudentemente”, según se dice en su velorio, habló
del narcotráfico al aire; el poeta anarquista que escribió, con palabras soeces,
contra los símbolos patrios). Callamos que, para los propios encargados de
velar por la vigencia efectiva de la libertad de expresión, esos individuos “se la
buscaron”, “rebasaron los límites”, “quisieron ser mártires” o “no se dieron
cuenta que su causa no valía tanto como su vida”. En el presente ensayo,
comenzaré aludiendo a la complacencia acerca de la represión de los
disfuncionales y recordaré que incluso las instituciones mexicanas encargadas
de proteger la libertad de expresión se atreven a violarla. Con ello trataré de

1
Este artículo fue publicado en el libro Acercamientos a la libertad de expresón
(Diez visiones multidisciplinarias) coordinado por Perla Gómez Gallardo y
publicado por la Fundación para la libertad de expresión, Editorial Bosque de
Letras y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Ciudad de México,
2010, pp. 17 a 42.
∗ Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana – Cuajimalpa.
2 Para el primer caso, me refiero a la condena a 10 años de prisión, en 1919, de Eugene Debs,
candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Partidos Socialista de América, acusado
del delito de sedición luego de pronunciar un discurso apelando a la desobediencia civil contra
el reclutamiento durante la Primera Guerra Mundial y a favor del socialismo. Para el segundo
caso, véase más adelante la descripción del caso Darsi Ferrer en Cuba.

1
mostrar que al interior mismo del movimiento en defensa de la libertad de
expresión callamos acerca de muchas cosas, en particular, desde el
nacionalismo y la izquierda mexicanas se calla que un modelo de sociedad que
defienda la libertad de expresión debe ser forzosamente liberal en sentido
político. No reconocer los vínculos entre libertad de expresión y el liberalismo
político es contribuir a la complacencia social que existe hacia la censura;
constituye una ausencia de libertad de expresión sobre la libertad de expresión.
Desde luego, desde el liberalismo político libertario que caracteriza a la
derecha neoliberal también se reproducen otros tabúes igualmente peligrosos
contra la libertad de expresión, en particular la idea de que el principal enemigo
de ésta es el Estado y que, por lo tanto, el único estado compatible con tal
libertad es el Estado mínimo. Damos por hecho, contra esta postura, que una
correcta interpretación del pensamiento ilustrado que inspiró la doctrina liberal
de los derechos humanos hace dos siglos admite la protección de las libertades
fundamentales desde un Estado fuerte (lo que no significa concentrado en
alguno de sus poderes) que proteja a los individuos contra los abusos de
factores reales de poder como son monopolios informativos y crimen
organizado. Pero, en el presente ensayo, por falta de espacio no nos
concentraremos en las críticas de la derecha libertaria y neoliberal al Estado,
sino en un problema acaso más acuciante: el no reconocimiento por la opinión
pública y las instituciones mexicanas de los vínculos estructurales que existen
entre libertad de expresión y liberalismo político.

2. La incomprensión social de la libertad de expresión en México


Históricamente, los periodistas suelen ser odiados por quienes se ven
afectados por ellos y vistos con una admiración distante por el resto de la
sociedad. En sus famosas conferencias pronunciadas en el invierno de 1919,
Max Weber escribió que el público considera a la prensa con una mezcla de
desprecio y de lamentable cobardía, que el periodista “pertenece a una especie
de casta paria que la ‘sociedad’ juzga siempre de acuerdo con el
comportamiento de sus miembros moralmente peores”.3 De entonces a la
fecha, sin embargo, la percepción social acerca del periodista ha cambiado. Si

3 Weber, Max. El político y el científico, Alianza, Madrid, 1967, p. 117.

2
ya no es concebido como un político frustrado y amargado, suele ser visto hoy
como chivo expiatorio y, en el mejor de los casos, como héroe.
Los papeles se han invertido en buena medida. La imagen del héroe había
coincidido durante décadas con la de los líderes políticos. Representantes
populares, carismáticos, dispuestos a sacrificarse por su país, valientes, listos
para tomar las armas, así eran vistos los mejores políticos hace apenas un
siglo. El adalid mexicano por excelencia de la libertad de expresión en la
primera mitad del siglo XX, Belisario Domínguez, no fue un periodista sino un
político, aunque muchos prefieran colocar hoy en su lugar a personajes como
Ricardo Flores Magón. Un siglo después, íconos mexicanos del valor civil son
las periodistas Carmen Aristegui y Lydia Cacho. Siendo el periodismo uno de
los oficios más peligrosos, la valentía es considerada como la virtud por
excelencia de los periodistas independientes, así como las dotes de
comunicación.
Los políticos profesionales pueden llegar a ganar sus cargos gracias a la
mercadotecnia política, ya no necesitan ser héroes, aún si no cuentan con
dotes naturales para ganar la simpatía de la mayoría. Lo que hace que los
políticos profesionales lleguen a serlo es el apoyo de la estructura de sus
partidos y el acceso a fuentes de financiamiento. Ya no tienen que tener
virtudes caballerescas como las que encarnaban un Juárez o un Lincoln. Los
periodistas, en cambio, se convierten en líderes de opinión y encarnan valores
heroicos. Los estudios de mercado permiten cuantificar las preferencias de las
audiencias de televidentes, radioescuchas y lectores, de modo que ahora
existen conductores de televisión y editorialistas con amplio respaldo
democrático (con legitimidad, diría la teoría política) y ellos son los que las
grandes cadenas buscan contratar.
Ahora bien, la percepción social que se tiene de los periodistas asesinados,
principalmente reporteros, ya sea en términos de héroes, de individuos
ingenuos o de personas que “rebasaron la línea de lo que podía decirse” deja
ver cierto menosprecio e incomprensión hacia el significado de la libertad de
expresión. En los tres casos se trata de supuestos “disfuncionales”. El héroe es
alguien que “no nos merecíamos”. El reportero que filtra por descuido una
información que le cuesta la vida es calificado de “ingenuo”. El crítico
incansable “no es constructivo”, siempre “busca el pelo en la sopa”, “se opone

3
a todo”. Percibir socialmente a las víctimas de la libertad de expresión como
individuos disfuncionales supone creer que, para marchar adecuadamente, la
sociedad debe ponerle límites considerables a la expresión de sus miembros.
Eso es lo que resulta preocupante. No mejoraremos el estado de la libertad de
expresión en México mientras no se comprenda que ésta no es un mal
necesario, ni un error del sistema constitucional que se presta a abusos. Todo
lo contrario, la libertad de expresión es condición necesaria del funcionamiento
de una sociedad bien ordenada.4

3. La incomprensión institucional de la libertad de expresión en México


No sólo la opinión pública comprende mal la tarea del periodista al pedirle que
sea héroe y/o chivo expiatorio. Francisca Pou ha distinguido dos formas muy
distintas de entender la libertad de expresión en México por parte de las
instituciones: la primera estrechamente vinculada con la tradición jurídica-
política mayoritaria en el país, mientras que la segunda, de corte liberal,
influenciada por la protección internacional de los derechos humanos.5 A
continuación, reconstruiremos y compararemos estas dos maneras de concebir
la libertad de expresión. Pou hace la diferencia al aludir al caso del poeta
Sergio Hernán Witz Rodríguez que fue motivo de la decisión de la Primera Sala
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación el 5 de octubre del 2005 en el
amparo en revisión 2676/2003. Witz Rodríguez había publicado el siguiente
poema en la revista Criterios de Campeche:

“Yo
me seco el orín en la bandera
de mi País,
ese trapo
sobre el que se acuestan
los perros
y que nada representa,
salvo tres colores
y un águila
que me producen
un vomito nacionalista
o tal vez un verso
lopezvelardino

4 Como veremos en la sección 4.


5 Pou, Francisca. “El precio de disentir. El debate interno en la Corte” en Vázquez Camacho,
Santiago, Libertad de expresión. Análisis de casos judiciales, México, Porrúa, 2007, pp. 1-9.

4
de cuya influencia estoy lejos,
yo, natural de esta tierra,
me limpio el culo
con la bandera
y los invito a hacer lo mismo:
verán a la patria
entre mierda
de un poeta”.6

Luego de ser acusado por una asociación civil de ultrajar a los símbolos patrios
y de ser perseguido por el Ministerio Público, Witz solicitó el amparo a la
justicia federal. La Primera Sala de la Suprema Corte se lo negó. La decisión
de la Corte evocó de manera extensa aquella tradición conservadora al citar el
dictamen de la iniciativa y los debates durante la reforma constitucional de
1965 destinada a proteger los símbolos patrios (es decir, el himno, la bandera y
el escudo nacionales) contra “usos inconvenientes e irrespetuosos”. En aquella
ocasión, el senador Andrés Serra Rojas afirmó, por ejemplo, que al Estado le
correspondía mantener vivo el fervor de los símbolos patrios e incluso
reglamentar su uso, regular su divulgación, su respeto y asegurar su
mantenimiento. Cuarenta años más tarde, el Tribunal Constitucional mexicano
ratificó la necesidad de proteger el uso correcto de los símbolos patrios no sólo
en documentos y ceremonias oficiales sino contra los improperios de un poeta
insolente, aunque este fuese escasamente conocido y leído. La ministra Olga
Sánchez Cordero consideró que cualquier ultraje a la bandera nacional “afecta
la estabilidad y la seguridad de la Nación”. Con razón, el investigador Miguel
Carbonell enfrentó tal afirmación con el siguiente cuestionamiento a la ministra:
“el poema de Witz se publicó en el 2001, es decir, hace más de cuatro años;
¿nos podría señalar la Ministra un solo hecho que acredite la afectación a la
estabilidad y seguridad de la nación que se haya desprendido de la publicación
del poema?”.7
Pero independientemente de la justeza de la observación de Carbonell de que
en este caso no existieron afectaciones graves, es claro que en otros ejemplos
de ejercicio de la libertad de expresión sí podrían existir y que ni siquiera eso

6 Witz, Sergio. “Invitación (la patria entre mierda)” publicado en la revista Criterios, número 44,
Campeche, abril del 2001.
7 Carbonell, Miguel. “Ultrajando la Constitución. La Suprema Corte contra la libertad de
expresión” en Vázquez Camacho, Santiago, Libertad de expresión. Análisis de casos judiciales,
México, Porrúa, 2007, p. 36.

5
debería aducirse para limitarla tan radicalmente (por ejemplo, cuando un
importante líder de opinión llama a resistir decisiones gubernamentales, un
periodista revela secretos militares, un portal de Internet ofrece información de
la corrupción gubernamental, etc.; ejemplos todos ellos que la jurisprudencia
comparada y el derecho internacional de los derechos humanos muestran
como casos legítimos de ejercicio de la libertad de expresión). En efecto, son
estos casos los que las doctrinas nacionalistas y conservadoras evocan como
fundamento de las restricciones a la libertad de expresión, pero no así la
tradición liberal. En particular, los sustantivos “estabilidad” y “seguridad
nacional” junto con los de “moral”, “paz pública” y “orden públicos” son
conceptos claves de la tradición jurídico-política mexicana que se opone
radicalmente a la doctrina liberal internacional de los derechos humanos.
Nuestra Carta Federal no es ajena a esta tradición. El primer párrafo del
artículo sexto constitucional reza:

“La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición


judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los
derechos de tercero, provoque algún delito, o perturbe el orden público;
el derecho de réplica será ejercido en los términos dispuestos por la
ley. El derecho a la información será garantizado por el Estado.”

Los casos de limitaciones constitucionales a la libertad de expresión son


demasiado extensos. Por ejemplo, desde una lectura conservadora e
inquisitiva, el “ataque a los derechos de tercero” puede comprender la mera
molestia causada a otras personas por las críticas vertidas por un periodista
contra sus acciones públicas o su trayectoria (dado que la labor periodística
afecta en algún grado los derechos a la propia imagen, a la intimidad, etc. de
quienes son sometidos a escrutinio). Tal vaguedad da como resultado que un
periodista pueda ser sometido a proceso por figuras públicas que tengan el
dinero y la capacidad de acusarlo por “difamación” o demandarlo por “daño
moral”, en circunstancias que en sociedades liberales serían parte del legítimo
ejercicio de la prensa. Es claro que la Constitución sólo debería proteger los
derechos fundamentales de terceros contra las expresiones ilícitas que los
afecten.

6
La redacción del artículo sexto constitucional se ha extendido a la legislación
secundaria. Por ejemplo, el artículo 228 del Código Federal de Instituciones y
Procedimientos Electorales no se limita a repetir los términos constitucionales
sino que añade que “en la propaganda política o electoral que difundan, los
partidos deberán abstenerse de expresiones que denigren a las instituciones y
a los propios partidos”.8 Como una obligación expresa de los partidos políticos,
dicho Código dispone que deben “abstenerse de cualquier expresión que
implique diatriba, calumnia, infamia, injuria, difamación o que denigre a los
ciudadanos, a las instituciones públicas o a otros partidos políticos y sus
candidatos, particularmente durante las campañas electorales y en la
propaganda política que se utilice en
las mismas” (artículo 38, fracción 1, inciso p).
Las alusiones expresas a la moral y al orden público como limitantes
constitucionales de la libertad de expresión ya no se justifican a principios del
siglo XXI. En nuestras sociedades plurales, la mayor parte del contenido de la
moral emana de la conciencia de cada individuo. En particular, la definición del
bien no puede decretarse de manera unívoca por un acuerdo colectivo. Lo que
es objeto del contrato social son las instituciones y éstas no deben estar
comprometidas con una definición particular del bien sino con principios de
justicia generales que, esos sí, requieren de la aceptación general. Por su
parte, la noción de “expresión denigrante de las instituciones” y las de
“difamación”, “infamia”, etcétera son demasiado vagas y peligrosa como
pretextos para la censura política.

4. La teoría de la justicia de John Rawls frente a la libertad de expresión


Para comprender el enfrentamiento entre estas dos concepciones (la
nacionalista conservadora y la liberal) vale la pena aludir a culturas
constitucionales que han hecho de la libertad de expresión precisamente la
bandera de la sociedad. Alexis de Tocqueville escribía en La democracia en
América que:

8 El primer párrafo del mismo establece que: “La libre manifestación de las ideas, incluidas las
políticas, no puede ser objeto de ninguna inquisición jurisdiccional o administrativa, sino en los
casos que ataque la moral, los derechos de tercero, provoque algún delito o perturbe el orden
público. El derecho de réplica será ejercido en los términos dispuestos por la ley”.

7
“En un país donde rige ostensiblemente el dogma de la soberanía del
pueblo, la censura no es solamente un peligro, sino un absurdo
inmenso. Cuando se concede a cada uno el derecho de gobernar a la
sociedad, es necesario reconocerle la capacidad de escoger entre las
diferentes opiniones que agitan a sus contemporáneos, y de apreciar
los diferentes hechos cuyo conocimiento puede guiarle. La soberanía
del pueblo y la libertad de prensa son, pues, dos cosas enteramente
correlativas”9

La teoría liberal de la justicia más famosa del siglo XX se debe al profesor de la


universidad de Harvard John Rawls. Es imposible ofrecer aquí una descripción
detallada de esta compleja teoría filosófica, pero por su pertinencia para el
tema de la libertad de expresión nos detendremos brevemente en ella.10 El
objetivo de la teoría es ofrecer una concepción de la justicia que continúe las
teorías democráticas del contrato social de Locke, Rousseau y Kant. Para
Rawls, la justicia es la imparcialidad de trato que se alcanza cuando los
miembros de una sociedad bien ordenada deciden elegir juntos los principios
básicos en los que se funde su unión. Esta teoría de la justicia es liberal porque
da prioridad a las libertades fundamentales de los individuos por encima de
consideraciones de igualdad o de búsquedas particulares del bien. Sin
embargo, frente a los liberales individualistas Rawls es liberal igualitarista pues
como segunda prioridad de justicia impone restricciones radicales a la
propiedad privada en aras de la igualdad de bienes materiales y sociales. El
primer y más importante principio de la teoría en su versión original, de 1971,
señala que cada persona ha de tener un derecho igual al más extenso sistema
total de libertades básicas compatible con un sistema similar de libertad para
todos. Dicho de otro modo, cada individuo debe ver garantizadas sus libertades
básicas en la medida en que ello no afecte las libertades básicas de otros
individuos. De la misma manera en que en un diccionario aparecen las letras A,
B, C, en un orden lexicográfico, el principio de libertad es siempre el primero
para Rawls en la lista lexicográfica de principios de justicia (seguido de
principios acerca de la igualdad de oportunidades, el ahorro justo y la definición
de las desigualdades legítimas). Lo que nos interesa analizar en el presente

9 Tocqueville, Alexis de. La democracia en América, México, FCE, 2001 , p. 199. Citado por
Carbonell, op. cit., p. 38.
10
La obra fundadora, publicada originalmente en 1971, es: Rawls, John. Teoría de la justicia,
Fondo de Cultura Económica, México, D. F. 1997. Para una visión global del pensamiento del
autor: idem., Collected Papers, Harvard University Press, Cambridge, 2001.

8
ensayo de la teoría rawlsiana es la prioridad de la libertad, la cual implica que
una libertad fundamental puede ser limitada sólo cuando favorece a otras
libertades fundamentales y nunca bajo el criterio de incrementar la riqueza
total, el orden público, la paz social, etcétera.
Ahora bien, como filósofo, Rawls enfrentó la crítica de juristas que, como
Herbert L. Hart, veían dogmatismo en la prioridad lexicográfica de la libertad y
demasiada ambigüedad en el tratamiento de las libertades básicas en su
teoría.11 Podemos afirmar que, bajo ciertas interpretaciones, el primer principio
rawlsiano era incluso compatible con estados autoritarios: pensemos que en
una dictadura cada habitante podría gozar de un derecho igual (aunque
mínimo) a la libertad de expresión y se podría argumentar que este esquema
sería el más extenso sistema total de libertades básicas posible si se quisiera
garantizar la estabilidad, la seguridad y la paz pública. Para responder a estos
peligros, Rawls afinó la lista de libertades que debían ser consideradas como
bienes sociales básicos y abandonó el criterio cuantitativo de buscar el más
extenso sistema total de libertades básicas para cada persona. Lo importante,
en la segunda versión de su teoría, ya no era maximizar una libertad abstracta
(meta imposible de definir) sino encontrar un esquema plenamente adecuado
para unas circunstancias sociales dadas. Así, la nueva redacción de su primer
principio fue la siguiente: toda persona debe tener el mismo derecho a un
esquema plenamente válido de iguales libertades básicas que sea compatible
con un esquema similar de libertades para todos.
Observemos que no todas las libertades tienen la misma importancia. Las de
consumir drogas o de no trabajar no estaban en la lista selecta de bienes
fundamentales protegidos por el primer principio. En cambio, estaban las
siguientes: en primer lugar las libertades de pensamiento y de expresión,
porque “forman parte de las condiciones contextuales institucionales
necesarias para el desarrollo y pleno y consciente ejercicio de las dos
capacidades morales” que son, para Rawls, el sentido de la justicia y el poder
elegir libremente la definición de lo que uno considera como el bien.12 Dicho de

11 H. L. A. Hart. “Rawls on Liberty and Its Priority”, The University of Chicago Law Review, Vol.
40. no. 3, 1973, pp. 534-555.
12 Rawls, John. « Las libertades fundamentales y su prioridad » en Rawls, John y Sen,
Amartya, Libertad, igualdad y derecho. Las conferencias Tanner sobre filosofía moral, Planeta-
Agostini, Barcelona, 1995, p. 28.

9
otra manera, para Rawls sin libertad de expresión sería imposible participar en
el contrato social mediante el cual elegimos las instituciones de la sociedad
(tarea misma de la justicia) y también sería imposible que cada quien
defendiese su proyecto de vida individual (que es el bien supremo de una
persona para los liberales). En la lista de libertades vendrían, después, las de
movimiento y profesión, la libertad de asumir cargos públicos, la libertad de
disponer de las pertenencias propias (forma limitada del derecho de propiedad,
pues no supone la libertad de acumular ilimitadamente pertenencias), etc.
La manera concreta que Rawls eligió para responder a las críticas del jurista
Hart y describir su nuevo sistema fue aludiendo a la historia de la protección de
la libertad de expresión en su país. De acuerdo con él, aunque en el pasado
algunos jueces hubiesen censurado y reprimido la libertad de expresión
política, nunca en toda la historia constitucional de Estados Unidos debió
haberse suspendido esta libertad pues nunca existió un peligro real e inminente
de tal magnitud que lo justificara. Ni siquiera durante la guerra civil de 1862-
1865 que amenazó con la secesión de los estados del sur. Rawls analiza la
censura desafortunada que al principio del siglo XX sufrieron los socialistas
estadounidenses al pretender anunciar una futura sociedad sin clases y
organizarse para hacerla posible.13 Luego, explica cómo la Corte Suprema de
los Estados Unidos comprendió décadas más tarde que tales censuras eran
innecesarias y que, por el contrario, lo que sí resultaba indispensable era
garantizar la validez plena de la libertad de expresión, pues los focos rojos que
anuncian los disidentes políticos son indispensables para que el sistema
democrático se entere a tiempo, se adapte y sobreviva. Cuando la Corte de
Estados Unidos permitió al New York Times y al Washington Post revelar, en
1971, secretos militares y diplomáticos durante la guerra de Vietnam es porque
una especie de proceso hegeliano de formación de la autoconciencia había
llevado a Estados Unidos a darse cuenta que la defensa radical de la libertad
de expresión era un valor central del país.

13 Ya hemos aludido en la nota 1 a la condena de Eugene Debs. Esta se basó en el


precedente Schenck v. United States, 249 U.S. 47 (1919). Charles Schenck, secretario del
Partido Socialista de América, fue acusado de imprimir y distribuir propaganda contra el
enrolamiento para la guerra. La Corte Suprema estatuyó que la expresión de palabras que
constituyeran un “peligro claro y presente” podían ser prohibidas con base en la ley sin violar
con ello la garantía libertad de expresión de la Primera Enmienda.

10
Desde luego, para no parecer que hacemos un elogio de la historia
estadounidense (cuando sólo queremos exponer una teoría filosófica), más allá
de la comprensión que los estadounidenses tengan de sí mismos y de su
proceso histórico, es sano recordar brevemente hechos contrarios a dicha
visión subjetiva. Como graves vicios contra la libertad de expresión podemos
aludir a la actual propiedad privada de los medios de comunicación
concentrada en unas cuantas manos, al contenido frívolo e incluso manipulador
de la información televisiva, a la violación de libertades fundamentales de
opositores (del macartismo a Guantanamo), a la represión de voces
independientes en países sometidos al imperialismo estadounidense, etcétera.
Desde luego, todo eso puede y debe decirse. Pero sería un error que en
nombre de un antiamericanismo primario ignoremos una reflexión que, como la
rawlsiana, proviene de la filosofía política y no sólo no ignora sino que condena
las desviaciones que la historia de Estados Unidos ha sufrido con respecto a
los valores liberales. Hay que insistir, contra los prejuicios generalizados
producto de la ignorancia de su pensamiento, que Rawls no fue nunca un
liberal económico sino un liberal político. Basta mencionar que como forma de
gobierno era partidario de un socialismo liberal y democrático, o bien de una
democracia con control de la propiedad privada.14 Ambos modelos gobierno
suponen el control colectivo de la riqueza pero jamás el control de la libertad de
expresión.
Lo que nos importa destacar es, pues, el lugar privilegiado que la libertad de
expresión ocupa en la arquitectura de una sociedad liberal a diferencia de otros
modelos de sociedad. No podemos seguir rechazando el legado liberal de
Kant, Locke, Rousseau, Voltaire y, recientemente, Rawls en nombre del
rechazo del imperialismo yanqui. Hacerlo significa, no solamente emplear
razonamientos filosóficos flojos y falaces sino censurar la reflexión acerca de la
libertad de expresión.

5. La libertad de expresión en las sociedades no liberales


Llego a visitar la casa del periodista Darsi Ferrer en La Habana en el municipio
“Diez de octubre”, a principios de noviembre del 2008. Mi viaje es turístico pero

14 Cf. Jung, Wonsup. “Property Owning Democracy or a Liberal (Democratic) Socialism?:


Which One is More Compatible with Rawlsian Justice?”, disponible en línea en
http://www.bu.edu/wcp/Papers/Poli/PoliJung.htm. Consultado el 12 de marzo del 2010.

11
me tomo el tiempo de ver al periodista y disidente. Darsi nos recibe con su
esposa, Yusnaymi, en una vivienda pequeña, oscura y maltratada. Los muros
están leprosos por la humedad y en algunas partes rotos de viejos. Darsi es
efusivo y obsesivo. Me explica con excesiva seguridad una teoría esquemática
acerca de la situación en Cuba y que se resume en la afirmación de que el
contrato social cubano está en bancarrota. El contrato rezaba, dice Darsi, “te
doy 20% de tus necesidades básicas y tolero que cubras el 80% restante con la
‘bolsa negra’. Pero ahora no se tolera más ese 80% y la gente no sobrevive
con el 20%. Hay juicios sumarísimos a quienes venden verdura: los condena a
uno o dos años de prisión. La gente ya no aguanta más, está al borde del
estallido social”. Mientras habla, me pregunto si Darsi es riguroso al
argumentar, también me pregunto qué intereses tiene (si el mero patriotismo o
una obsesiva ideología anticomunista). Me pregunto cómo puede decirme esos
porcentajes sobre la situación en Cuba si no están respaldados en estadísticas
oficiales y no hay fuentes confiables independientes. Él dice que ha hecho sus
propias encuestas; me muestra cuadernos con preguntas, respuestas y
frecuencias calculadas. Luego continúa con su diagnóstico: “Las expectativas
de los cubanos son: viajar libremente, volver a tener una sola moneda, tener
acceso a una mejor educación, gozar de libertad de expresión, disfrutar al fin
de un régimen democrático”. Yo le pregunto cómo puede hablar a nombre de
los cubanos, que son miles. Darsi defiende su método. Me doy cuenta que las
condiciones que yo poseo en México como profesor-investigador de tiempo
completo no son las de él. Por su parte, Darsi también se de cuenta de mi
escepticismo y hace concesiones al régimen: “La gente –dice- ha apreciado las
reformas de Raúl Castro de abrir los hoteles”. Al cabo de unos minutos de
charla, Darsi nos cuenta de su situación personal: “Me han venido a golpear
cuatro veces con matracas. La última vez me cortaron en la mano, a la altura
de la muñeca. Hace tres semanas fui secuestrado. Me dijeron ‘te vamos a
aplicar la ley 88 y tendrás como mínimo 25 años’. Los vecinos me quieren
porque soy su médico. El hombre más poderoso del barrio no es el delegado,
sino quien reparte el aceite y los granos”.
Admiro profundamente a Darsi, disidente in situ, a diferencia de los cubanos
que critican desde Miami. Pone su vida y la seguridad de su familia en un
segundo plano. Pero no puedo evitar pensar en el fondo de mi conciencia que

12
es una personalidad límite, un disfuncional en la Habana ¿es normal criticar
tanto al gobierno cubano desde adentro, arriesgarse tanto? Yo no me atrevería.
Darsi me parece un suicida y no puedo evitar preguntarme por qué se sacrifica.
¿Realmente lucha por una abstracción como es la democracia? Son estos los
héroes, pienso.
Regreso a México el 10 de noviembre. El 23 de julio del 2009, Charlotte me
envía un boletín de prensa de “Reporteros sin fronteras”. Darsi ha sido
encarcelado en la penitenciaría de Valle Grande, al oeste de La Habana.
Oficialmente, Darsi Ferrer fue detenido por intentar adquirir, ilegalmente,
material destinado a renovar su casa, que se encontraba en mal estado. Me
consta que su vivienda estaba muy deteriorada pero no creo ni un segundo que
esa sea la explicación de su encierro. Según el mismo boletín, apenas el 9 de
julio, Darsi y su mujer habían sido hostigados por la policía pocas horas antes
de celebrarse una manifestación en la cual participarían. En febrero del 2010,
Aministía Internacional reconoce a Darsi Ferrer como preso de conciencia en
Cuba.
Que Darsi parezca un disfuncional en esa sociedad no debería cambiar nada si
yo creyera firmemente, en términos rawlsianos, que la libertad de expresión
deber ser la primera libertad de una sociedad. Que lo mueva el afán
democrático o la admiración del capitalismo es algo que no me importa, no
puedo meterme en su psique, no puedo decidir por él lo que está bien. Darsi
debería tener derecho, como cubano, como ser humano, a expresarse acerca
de la justicia de las instituciones de su país y a defender lo que cree que está
bien. Es parte del contrato social en las sociedades democráticas. Por primera
vez en mi vida, comprendo de manera concreta el supuesto apotegma de
Voltaire (que, aunque inexacto históricamente, describe bastante bien su
pensamiento): « Je ne suis pas d'accord avec ce que vous dites, mais je me
battrai jusqu'à la mort pour que vous ayez le droit de le dire » (“No estoy de
acuerdo con lo que usted dice, pero me batiría hasta la muerte para que tenga
el derecho de decirlo”). Se trata de una comprensión más que gramatical. Un
verdadero liberal es un radical, un radical de la libertad de expresión. Dar la
vida por el derecho de los otros a expresarse puede ser desproporcionado,
pero jamás será individualista o egoísta; no coincide con el cliché que escucho
entre mis amigos latinoamericanos de izquierda acerca del liberalismo político.

13
Admito la posibilidad de que otros modelos políticos puedan ser mejores, pero
no que se comprometan más con la libertad de expresión. La paradoja es que
existan periodistas latinoamericanos que están dispuestos a dar su vida por la
libertad de expresión pero no dispuestos a llamarse a sí mismos liberales. ¿Y si
ejerciéramos la libertad de expresión acerca de la libertad de expresión?
Quien tenga el valor de expresarse libremente acerca de la libertad de
expresión reconocería que otros fines pueden anteponerse a ésta según el
modelo de sociedad. Se puede preferir la unidad nacional, la igualdad material
de la población, la protección de la vida privada, el perfeccionamiento moral de
los individuos, el orden público, etcétera. El régimen comunista cubano limita la
libertad de expresión en nombre de la igualdad y de los derechos sociales. El
gobierno chino encarcela a disidentes políticos y censura Internet para proteger
su estrategia de crecimiento económico promovido centralmente.
Detengámonos en este último ejemplo: la tradición política china se ha
considerado tradicionalmente en oposición a la tradición liberal de los derechos
humanos. Eso no quiere decir que el Occidente sea moralmente superior a
China. El pensamiento confuciano posee un alto sentido de la moralidad
individual (para él cada persona debe aspirar a ser íntegra), pero la libertad de
expresión no es un valor central del pensamiento confuciano. La libertad de
expresión choca con un valor más importante para muchos confucianos, que es
la obediencia a la autoridad legítima (el padre debe actuar como padre, el hijo
como hijo, el gobernante como gobernante, el gobernado como gobernado).15
Es obvio que la tradición política china no es liberal en sentido político.
Lo único que pretendo mostrar con los ejemplos anteriores es que no es un
azar si la libertad de expresión se ve amenazada en sociedades no liberales
como Cuba, China y, en buena medida, México y América Latina. Como hemos
visto, la Suprema Corte de Justicia de México ni siquiera es capaz de evaluar el
impacto que para la estabilidad y la seguridad nacionales tiene un oscuro
poema antipatriótico. Menos aún podría adoptar la defensa radical de la libertad
de expresión que hacen liberales como Voltaire o Rawls.

15 Acerca de la ambigüedad autoritaria-emancipadora del pensamiento confuciano véanse los


recientes trabajos de Xiang Huang, investigador del CINVESTAV, México. Cf. Huang, Xiang.
“El individuo confuciano” en Ensayos sobre reflexividad y autoconciencia, UAM, México (de
próxima publicación). También Weiming, Tu. “Implications of the Rise of ‘Confucian’ East Asia”,
Daedalus, Vol. 129, no. 1, 2000, pp. 195-218.

14
6. México: liberalismo económico y conservadurismo político
A pesar de contar con leyes especializadas en combate contra la delincuencia
organizada desde 1996, México ha tomado el lugar de Colombia como centro
de operaciones de los grandes cárteles de la droga latinoamericanos. Algunos
especialistas consideran que con la extradición a los Estados Unidos en 1999
de José Castrillón Henao, jefe logístico del cartel de Cali, los cárteles
mexicanos asumieron el liderazgo hemisférico.16 Así se consumó este
desplazamiento y la geopolítica del narcotráfico se movió hacia América del
Norte.
Durante 2009, más de una decena de periodistas fueron asesinados en
México, agravando el problema que era de por sí alarmante desde el sexenio
anterior. No analizaremos en este ensayo el delicado tema del grado de
participación que en algunos de estos delitos tuvieron funcionarios públicos
(políticos corruptos, cuerpos de seguridad a sueldo del crimen organizado,
etcétera), ya sea como responsables por omisión o, en el peor de los casos,
como autores intelectuales o autores materiales. Lo que resulta claro es el
enfrentamiento de las interpretaciones oficiales con las de los grupos civiles.
Mientras que para el gobierno federal las bandas de narcotraficantes
constituyen la mayor amenaza para la prensa, lo que confirma la necesidad de
combatirlas de manera frontal, para diversos especialistas y organizaciones no
gubernamentales la mayoría de las agresiones contra la libertad de expresión
(todas la modalidades incluidas) fueron perpetradas por funcionarios públicos.
Sólo una parte se relacionarían con la delincuencia organizada.17
Pero tanto el gobierno federal como los grupos civiles reconocen que los más
violentos ataques contra periodistas fueron cometidos por el crimen
organizado. Desde luego, la responsabilidad del Estado de proteger la libertad
de expresión no desaparece porque factores reales de poder sean quienes
realicen tales ataques. Destacan las siguientes obligaciones por parte del
gobierno federal: destinar recursos crecientes a la investigación efectiva de los
crímenes contra periodistas y, más aún, fortalecer las facultades de las
autoridades para la prevención de los mismos; reparar el daño a las víctimas,
por la falla en la obligación de brindar seguridad pública y como gesto especial

16 Merlen, E. y Ploquin, F., Trafic de drogue… Trafic d’états, Fayard, París, 2002, p. 300.
17 Cf. Emir Olivares Alonso, “Funcionarios y fuerzas de seguridad, los principales agresores de
periodistas: ONG”, en periódico La Jornada, domingo 7 de marzo del 2010, p. 10.

15
a favor de quienes murieron en el ejercicio de la libertad de expresión. Pero
frente a males estructurales como la consolidación del crimen organizado en
México, es preciso adoptar también medidas estructurales. Es preciso que la
persecución de los delitos sea realmente autónoma, por lo cual las
asociaciones de periodistas deberían proponer a los fiscales a los que se les
encomiende investigar los crímenes contra periodistas. Asimismo, es preciso
que las notas periodísticas acerca del crimen organizado reciban un
tratamiento específico (en buena medida esto ya se hace y las firma el editor o
el medio que la difunde). Para todo ello, sería preciso reformar la llamada ley
de los delitos de imprenta y otras leyes acerca del ejercicio periodístico.
Finalmente, dado que la mayoría de las agresiones, aunque no las más graves,
provienen de funcionarios públicos, es urgente reforzar la garantía
constitucional misma de libertad de expresión. Ello supone una verdadera
revolución constitucional en México, una revolución liberal. Es preciso reformar
el primer párrafo del artículo 6 constitucional para eliminar las referencias a la
moral y al orden público y que éste rece, en términos acordes con la tradición
liberal de las declaraciones internacionales de derechos humanos:

“La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición


judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque los derechos
fundamentales de tercero, provoque algún delito, o perturbe el orden
público; el derecho de réplica será ejercido en los términos dispuestos
por la ley. El derecho a la información será garantizado por el Estado.”

Conclusiones
Quienes piensan que un poeta que ha ultrajado a la bandera debe ser
sancionado penalmente o que los presos de conciencia en Cuba o en China
son casos tristes pero justificados de censura carecen de la comprensión de lo
que significa la libertad de expresión como un bien público primario y están
fuera de la doctrina liberal que inspira las declaraciones internacionales de
derechos humanos. El análisis de los asesinatos de periodistas en México
desde la filosofía política es más complejo, pues en la mayoría de los casos
tales crímenes no son el resultado de la aplicación de una ideología política
desde el Estado. Sin embargo, sí podemos decir que un liberal consecuente

16
colocaría en una altísima prioridad la toma de medidas de protección a la
prensa mexicana.
Según las versiones más acabadas del liberalismo político, los derechos
fundamentales sólo deben ser limitados cuando colisionan con otros derechos
fundamentales o con principios constitucionales que, en última instancia,
protejan directamente derechos fundamentales. La censura fundada en
apelaciones a la moral, al orden público o a la mera molestia a terceros (distinta
de una verdadera afectación de sus derechos fundamentales) es injustificable
en una sociedad justa. Todo habitante de México debería tener el mismo
derecho a un esquema plenamente válido de igual libertad de expresión que
sea compatible con un esquema similar de libertades fundamentales para
todos. La triste realidad, sin embargo, es que en México no vivimos en una
sociedad inspirada por los valores del liberalismo político.

17

Vous aimerez peut-être aussi