Vous êtes sur la page 1sur 28

DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR

DE DIOS

Es de sobra conocido el papel esencial y predominante que en toda


vid~ cristiana representa el amor a Dios Nuestro Señor. Jesús lo puso de
manifiesto en el Evangelio, la Iglesia ha mantenido la primacía contra
todos los conatos desviacioni'stas, nacidos de un mal entendido apostolado;
y los Santos son los mejores exponentes de esta vivencia cristiana. Su amor
a los hombres, hecho carne en sus instituciones de caridad, no les impidió
nunca dejar de intuir la trascendencia incontrovertible del amor a Dios.
Por ello, han sabido guardar la jerarquía de los valores en su vida; y, si
han escrito, la han plasmado en las páginas que nos dejaron.
Santa Teresa de Jesús es un exponente excepcional de lo que afirma-
mos. Entre sus virtudes la Iglesia ha querido hacer resaltar el amor a Dios
de lo que fué la transverberación una prueba no común. Santa Teresa
vivió todo el itinerario de la santidad, y además lo narró. El amor, corona,
no podía ser de otra manera, la ascensión espiritual teresiana. Teresa, sin
estudiar teología, nos ofrece una teología vivida.
Con todo, en vano se buscará en las obras teresianas una exposición
de la doctrina del amor a Dios, orgánicamente trabajada. Los libros de
Santa Teresa tienen mucho de conversación escrita. Y esa conversación
teresiana era una conversación de una mujer, escrita en primer lugar para
mujeres. Por ello, sus descripciones poseen todo el encanto y viveza de su
autora, pero 'se resisten a la exposición sosegada del pensamiento dialécti-
co. Ni siquiera las Moradas, unidas por el símil del Castillo, nos ofrecen
puros y solos los avances del alma en el desarrollo del amor. Como en las
demás obras teresianas, también allí nos ofrece mezclada's preciosidades
espirituales. Le hu):üéramos agradecido una exposición del amor divino
parecida a la que en el Camino de Perfección, hace del amor espiritual
al prójimo; pero, de hecho, no nos la ofreció.
Intentaremos, por lo mismo, hacer una exposición de la doctrina del
amor a Dios, con cierto orden, sin pretender imponerlo a nadie. Compren-
610 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

demos muy bien, que otras exposiciones se pueden admitir, y aun se han
hecho. Lo que ante todo pretendemos es exponer con suma objetividad
la mente teresiana (1).
Antes de proseguir queremos dejar constancia del objeto de nuestra
investigación. Fundamentalmente tratamos del amor a Dios, no del amor
de Dios, aunque entre de algún modo en la exposición de la doctrina.
Cae también fuera del ámbito de nuestra exposición el amor al prójimo,
a pesar de su Íntima relación con el amor a Dios, por ser objeto propio
de otro tema. Sin embargo, incidentalmente, no dejaremos de hacer algu-
nas referencias necesarias en nuestro trabajo. Finalmente, téngase pre-
sente, que en el trabajo no abordamos el tema de la vivencia teresiana
del amor a Dios. El sólo bastaría para un tema. Y ha sido ya tratado por
Etchegoyen en su 'Obra sobre Santa Teresa. Pero teniendo una unión tan
Íntima en la obra escrita teresiana la vivencia con la doctrina, en más de
una ocasión también nos servirá de punto de referencia.

EXISTENCIA DEL AMOR A DIOS.


Es para Santa Teresa un hecho incontrovertible la existencia del amor
a Dios. Remontándose hasta el Ser divino, nos habla de la existencia del
amor divin'O, en el seno de la Trinidad. Un amor eterno, inmanente, per-
fecto, esencial (2). De ese amor, como de fuente, se derivan todos los amo-
res, como de la verdad divina se originan las demás verdades creadas (3).
Pero también existe en los hombres. La obra teresiana se ordenará pre-
cisamente a aumentar el número de los amadores de Dios, a que el castillo
de buenos cristianos no sufra menguas (4). La Iglesia, y sobre todo las
Religiones, 'son testigos perennes de la existencia del amor a' Dios. A
pesar de la iniquidad reinante en el mundo, todavía el Señor cuenta con
buen número de «siervos de D i'O s», con personas «de mucha virtud». So-
bre todo sus Descalzas, lo sabe bien, son un jardín de olorosas flores donde
Dios se deleita (5), almas limpias que no traían otra pretensión sino servir
y contentar al Señor (6). Santa Teresa estuvo convencida, como pocos, de
la realidad del amor a Dios. Su vida entera estuvo en contacto con almas
fervorosas y santas, desde los santos canonizados hasta 10'5 seglares devo-
tos y clérigos ejemplares. En realidad el contacto personal teresiano, el
(1) La bibliografía sobre el tema no es muy numerosa y no la hemos tenido
presente. Las citas las hacemos según la edición manual de las Obras Completas,
pUblicadas por los PP. EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, OCD, y OTGER STEGGINK, O. Garm.,
ateniéndonos en cuanto a la ortografía a la lliliUal, así como a la ,designación de
las obras teresianas. Usamos las siglas siguientes para ,designar las obras de la
Santa: V. = Vida; F. = Fundaciones; C. = Camino de Perfección (afíadimos E. si se
trata del códice de El Escorial o V. si se trata del de Valladolid); M = Moradas,
aftadiendo un número que indica la Morada correspon,diente; E. = Exclamaciones;
CA. = Conceptos del Amor de Dios; R. = Relaciones; A. = Avisos; Cta. = Carta. Sigue
a cada sigla un número que expresa el capitulo o número de la darta y otro que
expresa el parágrafo.
(2) E. 7. (3) V. 40, 4. (4) C. 3, 2. (5) V. 35, 12.
(6) C. 3, 7; F. 1, 2.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 611

ambiente que respiró, el que trató de formar, fué en mucha mayor escala
con almas de un termómetro espiritual elevado, que con el mundo del
pecado y herejía contra los que luchó desde sus rinconcitos' carmelitanos.

SU OBJETO Y ORIGEN.

El amor del hombre a Dios no se ha de circunscribir, según la Mística


Doctora, a las tres Personas divinas, sino que ha de entrar también el
amor a la Humanidad sacratísima de Cristo, unida en persona al Verbo
divino. Es bien conocida la posición de Santa Teresa sobre el papel fun.
damental que la Humanidad de Cristo representa en la oración contem.
plativa. El amor a ella entra necesariamente en el amor a Dios. Al fin
es la naturaleza humana de Dios. Cristo hombre es para ella el amigo
que no falta, aun en medio del abandono general (7) y las almas harán
muy bien en aficionarse a ella.
El amor a Dios que comprende como objeto cada una de las Personas,
está tan unido al amor de las demás que es imposible la separación afec-
tiva. Como la·s Personas divinas mutuamente se aman, así el amor criado
acaba en un amor trinitario. Leemos en las Relaciones: «¿Podría uno amar
al Padre sin querer al Hijo y al Espíritu Santo? No, sino que quien con-
tentare a la una de estas tres personas divinas contenta a todas Tres, y
quien la ofendiere, lo mismo» (8).
Veíamos que Santa Teresa ha visto en Dios el origen del amor. De
todo amor. El amor para que lleve verdaderamente 'este nombre ha de ser
calcado en el amor divino, en el de Cristo. La cuestión filosófica de la posi~
bilidad de un amor a Dios natural, no recordamos que la trate. Aunque
trata largamente del amor natural, que existe en la criatura con relación
a los prójimos, parece haberle pasado desapercibida la cuestión de un
amor natural a la Divinidad. O se ama sobrenaturalmente o no se ama
a Dios.
Este amor sobrenatural, nacido de Dios e infundido en el bauUsmo,
lo atribuye Santa Teresa al Espíritu Santo en más de una ocasión. Así,
a Diego Ortiz, el poco complaciente toledano, le desea que el Espíritu
Santo «le dé su santo amor y temor» (9). Más expresiva con el confesor
del cardenal Quiroga, Dionisia Ruiz, le desea a través del Espíritu Santo
«mucha plenitud de 'su amor» (10). En la Exposición del Pater noster co-
mentando la palabra «Padre nuestro» deja a las Descalzas 1'0 mediten de
por sÍ, convencida como está de que «entre tal Padre y tal Hijo», forzado
ha de estar el Espíritu Santo, que obre en vuestra voluntad y os ate tan
grandísimo amor, ya que no os ate tan gran interés» (11). Como se ve, bien
recuerda la idea teológica del «vinculum» que es el Espíritu Santo. En
este mismo párrafo leemos en la 'segunda redacción declarando la obra
del Espíritu Santo: «enamore vuestra voluntad» (12).

(7) C. 15, 7. (8) R. 60, 4. (9) cta. 18, 1. (10) cta. 420, 1.
(11) C. E. 45, 7. (12) C. V. 27, 7.
"T"'7.•.•

612 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

EL AMOR Y LA GRACIA.
En la doctrina teresiana existe una unión muy -estrecha entre el amor a
Dios y la gracia santificante. Prescindiendo de las cuestiones teológicas sobre
la distinción entre la caridad y la gracia, lo cierto -es que para Santa Teresa
la gracia y el amor a Dios mutuamente 'se infieren. La cuestión de la certe-
za de su estado de gracia acució en más de una ocasión al alma de Tere-
sa. Esa certeza que ordinariamente no se posee, Santa Teresa la tuvo por
revelación. Y las razones se basan ante todo en el amor. El Señor le dice
que «semejante amor de Dios y hacer Su Majestad aquellas mercedes y
'sentimientos que da a el alma, no se compadecía hacerse a un alma que
estuviese en pecado mortal» (13).. En cuanto a los, demás la Santa nos
habla de una certeza moral basada en «grandes conjeturas» (14), en «se-
ñales que parece los ciegos las ven» (15), en «voces que hacen mucho
ruido» (16). Estas señales en concreto se manifiestan en el amor y temor
de Dios, en una medida superior a la común 'entre los fieles y que por
lo mismo «pocos los tienen con perf'ección». La Madre nos ha dejado una
descripción bellísima del amor a Dios que valga para inferir la certeza
moral del estado de gracia. Comentando en el Camino las palabras «no
nos dejes caer en la tentación», escribe: «Quienes de veras aman a Dios
todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo
lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre, y los favorecen y defien-
den; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar. ¿Pensaís que
es posible, quien muy de veras ama a Dios, amar vanidades, ni puede,
ni riquezas, ni cosas del mundo de deleites, ni honras, ni tiene contiendas,
ni envidias? Todo porque no pretende otra cosa siho contentar al Amado.
Andan muriendo porque los ame y ansí ponen la vida en entender cómo
le agradarán más» (17). Como se advierte, la Santa es harto realista. Fren-
te a las señales del amor de Dios de algunos quietistas, que las centraban
en sentimientos orgánicos (17 bis), ella insiste en el ejercicio de virtudes
sólidas y olvido de sÍ. Aunque el alma no tenga sino esta certeza moral, le
debe bastar para andar confiada, alegre y quieta en el camino espiritual,
sin hacer caso a las tentaciones de temor con que acometerá eldemo··
nio (17 ter).

EXCELENCIA Y VALOR DEL AMOR.


Toda la pedagogía teresiana se ordena a la entrega amorosa del alma
al Creador. Para ello Santa Teresa despliega todas las riquezas de su
espíritu y en primer lugar pone sumo interés en persuadir al alma del
(13) V. 34, 9. (14) V. 26, 1. (15) C. V. 40, 2. (16) C. 40, 2.
(17) C. V. 40, 3-4.
(17 bis) M. DE LA PINTA LLORENTE, Una calificación general de las doctrinas de
los alumbrados, en "La Ciudad de Dios" 176 (1963) 96-106.
(17 ter) C. V. 40, 5.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 613

valor, de la excelencia del amor. Toda la obra teresiana tiene muy presente
la valía del amor. Si es grato hablar del amor, es con todo :mucho más in-
teresante poseerlo (18). Hablando de las heridas de amor nos presenta al
alma plenamente convencida de «ser cosas preciosas» (19). Por 1'0 mismo
la estimación la extiende a las almas que se sienten heridas del amor. En
la Af~tobíografía nos ha dejado la Santa el relato de su entrevista en Toledo
con el P. CarcÍa de Toledo. Le encuentra lleno de amor. Al escribir des-
pués la entrevista se expresa de esta manera: «¡Oh, Jesús mío, qué hace
un alma abrasada en vuestro amor! ¡Cómo la habíamos de estimar en
mucho y suplicar al Señor la dejase en esta vida!» (20). Este amor de
Dios es para ella un auténtico «tesoro» (21), que «trae consigo todos los
bienes» (22) cuando se posee en perfección.
Esta estima del amor divino causa en la Santa una doble actitud. En
primer lugar, en orden a los bienes creados una valoración correcta, con-
cretada en una actitud de desapego y contentamiento con poco. Hablan-
do en las Fundaciones de las penurias sufridas en la fundación toledana,
recomienda la pobreza en los edificios religiosos de su Reforma: «Pues
de una celda es lo que gozamos con tino, que ésta sea muy grande y bien
labrada ¿qué nos va? ... considerando que no es la casa que nos ha de
durar siempre, sino tan breve tiempo como es el de la vida, por larga que
sea, se nos hará todo suave, viendo que mientras menos tuviéremos acá,
más gozaremos en aquella eternidad adonde son las moradas conforme al
amor con que hemos imitado la vida de nuestro buen Jesús» (23).
La otra vertiente teresiana se orienta a la actividad. Es el amor lo que
en definitiva califica el valor de la misma (24). Es como la varita mágica
que todo lo que toca convierte en 'Oro. Este principio del valor del amor
sobre toda otra actividad, y la impregnación necesaria de éste para la
valía del apostolado, hace que se encuentre en el amor un medio de acción
apostólica constante y fecunda. El amor es cosa valiosa, por lo mismo nun-
ca el alma ha de cesar de ejercitarlo. «Aunque sean pequeñas no dejéis
de hacer por Su Majestad lo que pudiéreis, el Señor lo pagará; no mirará
sino al amor con que las hicierdes» (25). Y a las almas llegadas a las Sépti-
mas Moradas, que se sienten en el recinto del convento como águilas enjau-
ladas en sus vuelos de amor, y que no pueden convertir a las hermanas
por ser estas almas buenas, la Madre Teresa les muestra otros derroteros;
mejora de las hermanas y con ello del valor de su oración apostólica, y de
todos modos: «El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el
amor con que se hacen, y como hagamos lo que pudiéremos hará Su Ma-
jestad que vamos pudiendo cada día mlÍs y más, como no nos cansemos
luego» (26). Así Santa Teresa empalma con la más pura tradición cristia-
na que ha colocado la caridad en la cima del monte de la perfección.
Esta valía intrínseca del amor hace que Santa Teresa aconse.je pro-
curarlo y admitirlo por los medios que Dios lo envía, por dolorosos que
sean. Escribiendo a doña Luisa de la Cerda, aquejada de frecuentes y do-

(18) C. V. 40, 1. (19) M6, 2, 1. (20) V. 34, 15. (21) V. 11, 3.


(22) V. 11, 1. (23) F. 14, 5. (24) E.5. (25) CA. 1, 6.
(26) M7, 4, 18.
26
614 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

lorosas enfermedades, le dice: «Una vez leí en un libro que el premio de


los trabajos es el amor de Dios. Por tan precioso premio ¿quién no les
amará?» (27). En el mismo sentido escribe a Leonor de la Misericordia, que
se le había quejado de sequedades en la oración: «De estos es Su Majes-
tad,que paga los grandes 'servicios con trabajos; y no puede ser mejor
paga, pues que la de ellos es el amor de Dios» (28).
Cuando así hablaba, Santa Teresa tenía el soporte de su experiencia
persorial. Los trabajos pa'sados en el primer conato de fundación de San
José, no fueron pocos, ni pequeños. El intento reformativo tuvo la virtud
de desencadenar contra ella una ofensiva casi unánime. Pero la experien-
cia teresiana fué para ella sumamente valiosa: «Aquí me enseñó el Señor
el grandísimo bien que es pasar trabajos y persecuciones por El, porque
fué tanto el acrecentamiento que vÍ en mi alm,a de amor de Dios y otras
cosas, que yo me espantaba» (29). Unidos a esta fundación están los ímpe-
tus y arrobamientos de amor (30).
Esta valoración de amor aparece también por parte de Dios que en el
reparto de los premios atiende a la medida del amor (31). No hemos por
lo mismo de extrañarnos del interés que tiene la Santa de que nuestra
oración insi:sta en esa consideración del amor. Desde los principios de la
vida espiritual quiere nos fijemos más que en los sufrimientos mismos, en
el amor con que Cristo los soporta. Su ley de psicología de amor la ha
condensado en esta fórmula brevísima: «Amor, saca amor» (32).
Santa Teresa, que en 'su 'Obra literaria nos ha dejado un monumento de
sabiduría y discreción en las señales de la espiritualidad auténtica, de las
desviaciones encubiertas con capa de virtud, aplicó esta misma pedagogía
al tema del amor. Las virtudes fingidas, como las mercedes fingidas, hacen
en definitiva el papel al enemigo y entorpecen el caminar del alma por el
verdadero 'sendero. No de otra manera ocurre con el amor. El auténtico,
sólo el auténtico, es el que es ayuda en el camino, el que es el tesoro del
alma, el que está acompañado de bienes (33). De ahí el interés que 13
Santa ha puesto en poner en evidencia los caracteres de amor verdadero.
Hemos transcrito la hermosa descripción del amor que hace en el Ca-
mino de Perfección (34). En 'Otras ocasiones aborda directamente la cues-
#ón sobre la esencia del amor de Dios. Era ésta una cuestión que aparece
resuelta desde sus primeros escritos. Ya en la Vida, hablando con lll's almas
que se han determinado seriamente aseguir por el camino de la oración,
con gusto o con sequedades, escribe: «Sí, que no está el amor de Di:os en
tener lágrimas y ternuras, que por la mayor parte los deseamos y consola-
mos con ellos, sino en servir con fortaleza de ánima y humildad» (35).
A.las almas que se inquietan por las distracciones que les asaltan en
la oración, les recuerda el conocimiento que Dios tiene de la humana
fragilidad y prosigue: «Sabe que ya esta's almas desean siempre pensar
en él y amarle. Esta determinación es la que quiere» (35 bis). La experien-
cia teresiana del peligro de estas distracciones para las almas que se en-

(27) cta. 35, 2. (28) cta. 417, 5. (29) V. 33, 4. (30) V, 33, 4.
(31) M3, 1, 7-8. (32) V. 22, 14. (33) V. 11, 1. (34) V. 11, 1.
(35) V. 11, 14. (35 bis) V. 11, 16.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 615

redan en ellas, le lleva a repetir de nuevo en las Moradas consejos pare-


cidos. No quiere que haya sobre la cuestión de amor engaños perniciosos.
Por ello, después de dar en las Cuartas Moradas el consejo de hacer lo que
más despierte el amor, prosigue: «Quizá no sabemos qué es amar y no
me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor
determinación de contentar en todo a Dios y procurar en cuanto pudié-
remos no le ofender, y rogarle que vaya siempre adelante la honra y glo-
ria de su Hijo y el aumento de la Iglesia católica. Estas son las señales del
amor, y no penséi·s. que está la cosa en no pensar otra cosa, y que si Ü'S
divertís un poco va todo perdido». (36).
Como se advierte a primera vista, la Santa ha puesto el centro de gra-
vedad del amor, no en lo que éste puede tener de infusión divina, sino
ante todo en la idea de servicio constante y fuerte, radicado en la deter-
minación de la voluntad. Las obras quedarán solamente dentro de las po-
sibilidades concretas de la vida. Al mismo tiempo ha insinuado el matiz
apostólico del amm cristiano: dilatación de la Iglesia, aumento de la
honra de Cristo, que lleva a un mayor conocimiento del Señor. Esta no-
ción del amor a Dios efectitJo, unido al amor de benevolencia afectivo, no
deja de contrastar con las nociones de otras corrientes espirituales y poner
de manifiesto la 'sabidurÍa teresiana. Esta efectividad es la garantía de la
legitimidad, mientras que los contentos y gustos, aun admitida la proce-
dencia de Dios en un caso determinado, no son de por sí garantía de le~
gitimidad (37). En una fina observación psicológica hará notar que hay
almas de complexión tierna, fáciles a las lágrimas, quienes creerán haber
llorado de amor a Dios, cuando en realidad será producto de su com-
plexión natural (38). Por ello habrá a veces que cortar estas efusiones na-
turales o seminaturales: «N o pensemos que está todo hecho en llorando
mucho, sino que echemos manos del obrar mucho y de las virtudes ... y
las lágrima-s vengan cuando Dios las enviare» (39).
Santa Teresa volverá de nuevo a insistir en las Moradas Quintas en la
mayor seguridad que la unión de tJoluntades ofrece sobr'e la unión regalada
que no la incluyese. Este mismo criterio lo apAca incluso al caso de la recepc
ción de la Sagrada Comunión. El alma «por amor que tenga» (40) no se ha
de acercar a ella, sino bajo el control de la Priora y confesor. Y que no
escribía por escribir 10 manifestó claramente en la posición que tomó en
el caso de las monjas de Medina. A pesar de la perfección y del amor con
que presenta a ambas religiosas, la resistencia en someterse a .la obedien-
cia fué 'suficiente para descubrir algo de ilegítimo en aquellos impulsos de
amor. La Santa tenía razón (41). Y no es que la Santa Doctora deje de com-
prender que la privación puede sentirse, por 10 que no condena esta pena
resignada, pero de todos modos nos ha dejado esta regla prudentísima:
«Créanme, que amor de Dios-no digo que lo es, sino a nuestro parecer-
que menea las pasiones de 'suerte que para en alguna ofensa suya °en
alterar la paz del alma enamorada de manera que no entienda la razón,
es claro que nos buscamos a nosotros mismos» (42). ASÍ, sin remilgos.

(36) M4. 1, 7. (37) M4, 1, 6. (38) M6, 6, 7. (3!}) M6, 6, 9.


(40) F. 6, 16. (41) F. 6, 13. (42) F. 6, 21.
616 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

RELACIONES ENTRE EL AMOR A DIOS Y EL AMOR HUMANO.


Dadas esta's normas discretas para el conocimiento del amor legítimo
de Dios y cuando no lo es, podremos comprender más fácilmente las
relaciones del amor a Dios con el amor humano. Santa Teresa es buena
c'Ünocedora del corazón humano y de los diversos movimientos que le
agitan. Conocedora también del amor divino, no ignora la simultaneidad
de amores en el pecho humano, de los cuales unos habitan simultánea-
mente en paz mientras otros tienen la virtud de excluir el de Dios.
El Camino de Perfección es el mapa donde Santa Teresa ha dejado
registradas de mano maestra estas diferencia's de amores. La Santa distin-
gue en el amor humano varias clases de amor. Hay en primer lugar un
amor humano malo «desastrado»; amor pasional que no está gobernado
p'Ür la razón y ley de Dios. Este amor es totalmente contrario al amor divi-
no. Santa Teresa no quiere se trate de semejantes amores ni en veras ni
en burlas. Es un amor «que es infierno» y por lo mismo malo e ilícito (43).
Otro amor humano, que puede coexistir con el divino, pero que está
unido a hartas imperfecciones, es el amor «demasiado» excesivo, donde
también de algún modo entra la pasión. Son las amistades particulares
con un fondo de desorden. La Santa nos pone en guardia contra los efec-
tos que este amor demasiado puede causar en una vida de comunidad,
sobre todo femenina: «De aquÍ viene el no amar tanto a todas, el sentir
el agravio que se hace a aquélla, el desear tener para regalarla, el buscar
tiempo para hablarla y muchas veces más para decirle lo que la quiere
que lo que ama a Dios» (44). La aguda perspicacia teresiana descubre en
estas grandes amistades imperfecciones y peligros a veces no percibidos por
almas que tratan de poca perfección, pero sí por las almas perfectas. En
efecto, este amor demasiado se enseñorea de la voluntad, siendo una fuen-
te perpetua de niñerías y parcialidades. La Santa no las quiere ver elll
sus casas reformadas. Aun entre hermanos son «ponzoña»; entre deu-
dos, «pestilencia». Y, sobre todo, los efectos para la vida de perfección,
fatales. Siendo en la mente teresiana la perfección una obra de entrega
total del alma a Dios, el alma que se deja llevar de esas amistades dema-
siadas cierra la puerta a la perfección, pues ese amor desordenado «poco
a poco quita la fuerza a la voluntad para que del todo se emplee en
amar a Dios» (45).
Nos equivocaríamos con todo si creyéramos a Santa Teresa censora
amarga de todo amor humano. Precisamente una de las tres cosas que
quiere encargar a sus monjas es el amor de unas con otras. Pero el amor
1'0 quiere limpio, legítimo, lícito y virtuoso y se trata de una comunidad
reducida, como lo han ,de ser las de Descalzas; un amor <<universal» o
común entre ellas. Dentro de esta amplitud la Santa ha dejado constancia
de dos clases de amores. El uno puramente espiritual, sin tener que ver
con él nada la sensualidad,ni la ternura natural; el otro es también espi-
ritual, pero no puramente espiritual; se ha concedido algo a la sensualidad
(43) C. V. 7, 2. (44) C. V. 4, 6. (45) C. E. 6, 2.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 617

y flaqueza, pero nótese que la expresión en la Santa no tiene el deje de


impuro. En el autógrafo del Camino de Petjección de Valladolid lo ex-
plica más claramente diciendo que este amor no puramente espiritual
está acompañado de «nuestra sensualidad y flaqueza u buen amor, que
parece lícito, como el de los deudos o amigos» (46).
La característica de ambos amores lícitos es la carencia de pasión,
«porque en habiéndola va todo desconcertado este concierto» (47).
Con todo, la diferencia entre ambos amores es grande. La Santa pone
de relieve la excelencia del amor puramente espiritual, comenzando ya por
la misma «singularidad» de este amor. Es algo valioso por lo raro, pues
«le tienen pocos» (48). Las almas que lo tengan son invitadas a alabar a
Dios, ya que es «grandísima perfección» (49). No nos detenemos en la ex-
posición de 10's motivos y calidades de este amor, pues pertenece a otro
tema, pero por las palabras referidas se puede muy bien comprender que
este amor puramente espiritual se compagina maravillosamente con el
amor a Dios. Sencillamente, la Santa ve en este amor el amorr al pró-
jimo en su grado de máxima pureza, el que Cristo nos encomendó, el que
lleva con más propiedad el nombre de amor: «Digo que merece este nom-
bre de amor, que esotras afecciones bajas le tienen usurpado el nom-
bre» (50). Un amor «pr'ecioso», imitador del amor de Jesús, nuestro
bien (51); un amor sin poco ni mucho de interés, donde la intención se
dirige purísima al deseo de los bienes eternos para la persona amada.
La Santa atribuye una importancia decisiva al trato con las almas que
han llegado a la pureza del amor. En un arranque lírico exclma: «¡Oh,
dicho'sas almas que son ,amadas de los tales! ¡Dichosos el día que las co-
nacieron! ¡Oh, Señor mío; no me haríades merced que hubiese muchos
que ansí me amasen ... ! Cuando alguna persona semejante conocierdes,
hermanas, con todas las diligencias que pudiere la madre procure trate
con vosotras. Quered cuanto quisiedes a los tales» (52).
Este amor puramente espiritual es la meta a que Santa Teresa enca-
mina a sus hijas. Es el ambiente que quiere se respire en sus claustros.
Con todo, como meta, la Santa supone que no puede ordinariamente ad-
quirirse de un golpe. Y no ve inconveniente en que se comience con el
amor lícito, no puramente espiritual, por el amor con ternura, mientras sea
en común, si la comunidad es reducida (53). La Santa toca discretamente
un problema que fácilmente puede surgir en la práctica y que no resuelto
podría ocasionar perturbaciones en el espíritu. En este ser tan complicado
que es el hombre, las zonas tienen una interacción mutua. La ternura
natural, perteneciente al amor lícito, puede en más de una ocasión sentir
los influjos de la parte sensitiva en zona's no tan claras. O sencillamente
la manifestación del amor engendra el peligro de la reciprocidad amoro-
sa, máxime en personas de sexo diferente. En una religiosa c1austrada
fácilmente ese amor y ternura pueden dirigirse al que la ayuda en el
espíritu. ¿Qué hacer en el caso? La Santa no ve inconveniente en el amor
sentido al director, mientras el afecto le permanezca oculto: «Pues cobra-

(46) C. V. 4, 12. (47) C. E. 7, 1. (48) C. V. 6, 1. (49) C. V. 6, 1.


(50) C. V. 6, 7. (51) C. E. 11, 1. (52) C. E. 11, 5. (53) C. E. 11, 5.
618 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

mas amor a quien nos hace algunos bienes del cuerpo, quien siempre pro-
cura y trabaja de hacerlos al alma, ¿por qué no le hemos de querer?» (54).
Su experiencia personal la ha llevado a la conclusión de la importancia
de este amor, para aprovecharse en el espíritu y poner por obra grandes
cosas en el servicio de Dios (55). Pero la Santa recomienda cautela. Ha de
ser vigilado el modo de proceder de los directores. Si con él se mantie-
nen procurando sinceramente el aprovechamiento del alma y su trato no
va encaminado a alguna vanidad, no 'se preocupen las almas por el afecto
que por él sientan. Las inquietudes que pone el demonio cesarán des-
preciándolas con el tiempo. Pero si el confesor no procede tim espiritual-
mente, limítese a la simple confesión y aun si es posible se cambie. En
cuanto al trato de las monjas entre sí, quiere exista la ternura natural,
que las haga apiadarse mutuamente de los trabajos de las otras y holgarse
de sus virtudes y evitar toda discordia. Resumiendo su enseñanza, le
dice a sus monjas: «Quiero más que se quieran y amen tiernamente y con
regalo-aunque no sea tan perfecto como el amor que queda dicho, como
sea en general-que no que haya un punto de discordia» (56).
Así ambos amores legítimos, el puro espiritual y el mezclado con algo
de ternura quedan como materia para ser informada por el amor de Dios,
de quien nacen en último término. Ambas formas del amor son la expre-
sión más pura del amor al prójimo y éste para ser perfecto y moralmente
bueno ha de enraizarse en el amor a Dios. Al hablar de los efecfos del
amor a Dios veremos las relaciones con el amor al prójimo.
, Cerremos este apartado sobre las diversas clases de amores con la
diferencia que pone la Mística Doctora entre el amor a Dios y el amor
mundano teniendo en cuenta la amplitud. El amor mundano es un amor
egoísta, un amor de pura concupiscencia, un amor cerrado en el sujeto,
mientms el amor a Dios es ante todo un amor de benevolencia y amistad.
Por lo mismo tiénen características muy diferentes. El amor mundano,
egoísta como és, excluye a los demás del objeto de su amor, pues le
restarían la exclusividad de la. posesión y goce que ansía, mientras el amor
a Dios abre las puertas a la comunicación en el amor. La Santa escribe:
«Oh amor poderoso de Dios, cuán diferentes son tus efectos del amor del
mundo. Este no quiere compañía por parecerle que le han de quitar lo
que posee; el de mi Dios mientras más amadores entiende que hay, más
crece, y ansí sus gozos se tiemplan en ver que no gozan todos de aquel
bien» (57).

FORMAS DEL AMOR A DIOS.


Vistas ya las relaciones del amor divino con los amores humanos, exa-
minemos las formas que el amor reviste. En realidad son casi las mismas
que la's del amor humano lícito: un amor racional y un amor sensitivo.
Es decir, un amor que se queda en sola la voluntad, y otro que invade
también el apetito sensitivo: amor-pasión. Creo que sin violentar el pen-
(54) C. E. 7, 2. (55) C. E. 7 ,2. (56) C. E. 11, 11. (57) E. 2.
1
'!

DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 619

samiento de Santa Teresa, el amor-pasión corresponde principalmente al


amor infuso, que se deja sentir en la oración sobrenatural. No se puede
excluir del todo el amor-pasión en el alma que medita los misterios divi~
nos, pero es cierto que son las heridas de amor, los ímpetus de amor, la
transverberación, el desposorio y matrimonio espiritual, las manifestacio-
nes más claras del amor-pa·sión. Cuál de estas dos formas sea más nece-
saria en la vida espiritual, es claro en la mente de Santa Teresa. La
hemos visto anteriormente colocar la esencia del amor verdadero no en
los gustos y regalos, sino en la determinación de la voluntad al cumpli-
miento de la voluntad divina. Cuando en las Moradas Quintas habla de
la unión regalada y la no regalada, es preci'samente a ésta,' a la que da el
epíteto de «verdadera» (58), la que es «para desear» (59), y da el precio
a la unión regalada, la «más clara y segura» (60). Y es bien claro que en
la mente teresiana la unión que tales alabanzas merece no es sino la
unión consistente en tener la voluntad' «atada con lo· que fuere voluntad
de Dios» (61), y su valor es tan grande que llega a escribir' de la otra:
«ninguna cosa se os dé destotra unié.n regalada» (62). Sencillamente, no
encontramos en la valoración entre el amor a Dios apreciativo y el amara
Dios sensitivo, correspondiente a cada una de estas uniones.
Pero haríamos una traición al texto teresiano si creyésemos ver en las
frases anteriores un menosprecio de la unión regalada y demás merce-
des divinas. No; para la Santa todas estas mercedes son valiosísimas, teso~
ros inestimables por los que el hombre debe dejar todo, pero que en el
orden espiritual representan el valor de un «atajo». Camino más rápido,
pero no necesario. Además, no echemos en olvido el papel providencial
que estas mismas mercedes representan en la adquisición del amor, para
el que son muy eficacf;s estímulos. La Santa dice claramente que las
mercedes, si son de Dio's, «vienen cargadas de amor y fortaleza, con que
se puede caminar más sin trabajo y ir creciendo en obras y virtudes»
(62 bis).

AMOR A DIOS Y PERFECCION.


¿Qué representa el amor de Dios dentro del organismo sobrenatural?
No recordamos haber leído en la Santa Madre una página al estilo del
elogio que hace Santa Tepesita, pero no ha dejado de expresar en más
de una ocasión la viva estima que del, amor hacía. Y en primer lugar
coincidiendo con la más sana teología ha colocado en el amor, en la ca-
ridad, la esencia de la perf'ección cristiana. Amor a Dios y perfección son
algo indisolublemente unido. En las Terceras Moradas, hablando de las
tentaciones que bajo color de bien el demonio pone a las almas, recuer-
da entre ellas el celo exagerado e indiscreto por la observancia de la
Regla. Y la Santa comenta: «Lo que aquí pretende el demonio no es
poco, que es enfriarla caridad u el amor de unas con otras, que ¡sería
(58) M5, 3, 3. (59) M5, 3, 3. (60) M5, 3, 5. (61) M5, 3, 3.
(62) M5, 3, 3. Cfr. los textos de F. 15, 10. (62 bis) M3, 2, 11.
620 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

gran daño. Entendamos, hijas mías, que la penección verdadera es amor


de Dios y del prójimo y mientras con más perfección guardáremos estos
dos mandamientos 'seremos más perfectas. Toda nuestra Regla y Cons-
tituciones no sirven de otra cosa sino de medios para guardar esto con
más perfección» (63). Como se ve, la prevalencia de la caridad queda
b~en manifiesta. El amor es la finalidad de la ley, finis pmecepti car~fJas,
y como tal ha de ejercer un influjo positivo sobre toda la vida espiritual.
y entiéndase del amor a Dios de voluntad. En la's Moradas Terceras
habla de la distinción entre gustos y contentos y manifiesta su parecer
sobre su relación con la perfección: «No está la penección en los gus-
tos, sino en quien ama más y el premio lo mesmo y en quien mejor obrare
con justicia y verdad» (64). En otras ocasiones expondrá la misma doc-
trina de la perfección de una manera un poco diferen1>e en la forma,
aunque no en el fondo. Hablando a propósito de las almas que comien-
zan el camino de la oración, les da este prudentísimo conS'ejo: «Toda la
pretensión de quien comienza oración ... ha de ser trabajar y determinar-
se y disponerse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad con-
formar con la de Dios; y como diré después, estad muy cierta que en
esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en '81
camino espiritual» (65). Apunta al mismo blanco: la unión de voluntad,
donde ha puesto la señal del verdadero amor y a la que orienta toda
la formación 'espiritual de sus hijas (66).

AMOR A DIOS Y VIRTUDES.


El amor colocado en el centro de la actividad virtuosa tiene, como
no podía por menos, estrechas relaciones con la's demás virtudes. En la
doctrina teresiana aparece claro el lazo con algunas virtudes, sin que
la no enumeración de las otras limite a las mencionadas la actividad
del amor. Santa T~resa habla de las relaciones estrechas entre el amor
y la paciencia en los trabajos. E'stos están condicionados en su frecuencia
e intensidad por un doble amor: elque Dios nos ttene, y el que le tiene
el alma. Hablando de la tercera petición «fíat voluntas tua» nos pone
de manifiesto cuál sea ésta en el ejemplo de Cristo, cuando la hizo ,en
el huerto: «Mirad si la cumplió bien en lo que le dió de trabajos y dolo-
Tes y injurias y persecuciones» (67). Es así la norma. Los trabajos son 'el
regalo divino que ofrece a los que le aman: «Oh, Señor mío, y qué cierto
es a quien os hace algún servicio pagar luego con un gran trabajo. Y qué
precio tan precioso para los que de veras os aman, si luego se nos diese
a entender 'su valor» (68). La Santa recurre incansable a este motivo en
sus cartas. Escribiendo a Gracián, en medio de las persecuciones de los
Calzados, l'e dice: «Yo le digo, que le quiere Dios mucho, mi padre. y
que va bien a su imitación. Esté muy alegre, pues le da lo que le pide,
que son trabajos» (69). De la misma manera enjuicia los sufrimientos
(63) MI, 2, 17. (64) M3, 2, 10. (65) M2, 2, 8. (66) C. V. 35, 3.
(67) C. V. 32, 6. (68) F. 31, 22. (69) cta. 236, 14.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 621

del padre Antonio de Jesús: «Es santo y así le trata Dios» (70). En r'eali·
dad, la visión del dolor del justo no era un misterio para el alma de
Teresa. El dolor es regalo amoroso de Dios, ordenado, como na-
cido del amor, al bien de la persona amada, aunque probada. Resu-
miendo esta manera de obra de Dios, escribe: «Terriblemente trata Dios
a sus amigos; a la verdad no les haüe agravio, pues se hubo ansí con
su Hijo» (71). Y estos trabajos Dios los «da conforme al amor que nos
tiene; a los que ama más da de estos dones más, a los que menos, menos.
y conforme al ánimo que vé en cada uno y el amor que ti'ene a Su Ma-
jestad. A quien le amare mucho verá que puede padecer mucho por El;
al que amare poco, poco. Tengo para mí que la medida del poder llevar
gran cruz u pequeña es la del amor» (72). Ya recordamos anteriormente
la relación estrecha que tienen los trabajos con el amor a Dios. No sola-
mente éste es causa ocasional del envío de trabajos, sino efecto y paga
de los trabajos por Dios (73).
Otra virtud íntimamente relacionada con el amor a Dio;s es la obe-
diencia, fruto exquisito del amor. Hemos visto a Santa Teresa colocando
el amor verdadero en un acto de unión de voluntades. Esa unión no es
coordinación, ni justa posición, sino subordinación de la humana a la
divina, en otras palabras: esa determinación de la voluntad humana al
cumplimiento de la divina es la disposición previa a la obediencia, que
no 'es otra cosa sino el paso a la actividad del propósito concebido ante-
riormente. La obediencia es amor de voluntad ante el que ha de ceder
el amor regalado de la oración recogida. Cuando el Superior ordena,
ant'e él ha de ceder la misma oración (74). Y no hay peligro de pérdida
espiritual para el alma que obedecie-qdo ama. Es impo'sible, según Santa
Teresa, que un alma que se ha dete'l'minado a amar a Dios y se deja
guiar por la 'Obediencia, que esa alma pueda perder en el espíritu. Dios
se encarga de su aprovechamiento de «modo que sin entender cómo,
se hallen llenas de espíritu y aprovechamiento» (75). Y 'es que la obe-
diencia es el camino que lleva más presto a la suma perfecciono Esta, nos
ha dicho, no está en los regalos interiores ni arrobamientos, sino en la
conformidad con la voluntad de Dios de tal modo que ninguna cosa
entendamos que quiere que no la queramos con toda nuestra volun-
tad» (76). Y esa unión de voluntades es obra del amor perfecto (77), que
olvida su gusto por contentar a la persona amada. Así, en realidad, en
el abandono de la oración recogida por las 'Obras de obediencia no hay
una sobreestima de la obediencia sobre el amor, sino que las obras de
obediencia vienen a ser actos imperados por el amor. La vida de obe-
diencia es una esclavitud, pero nacida del amor al Señor, por el que oel
alma se somete a la voluntad ajena (78). Y como en el ca'so de los tra-
bajos, los efectos de la entrega amorosa no pueden ser más excelentes.
Una vez dada la voluntad al Señor, el alma se puede «emplear en Dios,

(70) cta. 242, 2. (71) cta. 217, 4. (72) C. V. 32, 7. (73) V. 33, 4:
(74) F. 15, 3. (75) F. 5, 10. (76) F. 5, 10. (77) F. 5, 10.
(78) F. 5, 17.
622 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

dándole fa voluntad limpia para que la junte con la suya, pidiéndole


que venga fuego del cielo de amor suyo, que abrase este sacrificio» (79).
Otra virtud Íntimamente relacionada con el amor a Dios es la cari-
dad fraterna. No hemos de entrar aquí en la doctrina Íntegra de la
misma en la Santa. Nos baste observar que la Madre 'f.eresa pone en
ambos amores la perfección, y que Santa Teresa ve la raíz del amor al
prójimo precisamente en el amor a Dios (79 bis). Este 'es precisamente
el que hace abandonar la oración regalada por las obms de caridad, el
que hace estimar en poco las ternuras de oración, si por ellas ha de
sufrir detrimento la salud espiritual del prójimo. Y esto, aunque se trate
de una sola alma (80) . Y como indicamos al tratar de la obediencia, no
&e vea en esta actitud teresiana una claudicación en la primacía del
amor, :una sobreestlmación de la actividad apostólica a expensas del
amor divino. No, se trata de que esas mismas obras están imperadas y
aun la voluntad no deja hacer actos propios de amor a Dios. La Santa
escrihe penetrando en la última raíz de esa acción apostólica: «Cuán
grande es el amor que tenéis a. los hijos de lüs hombres, que el mayor
servic'io que se os puede hacer 'es dejaros a Vos por su amor y ganancia,
y entonces sois poseídos más enteramente, porque aunque no se 'satisface
tanto en gcnar .la voluntad, -el alma se goza de que os contenta a Vos» (81).
Para concluir ,citemos este texto teresiano de resonancias bíblicas. Ha-
blando del amor al prójimo escribe: «Quien no le amare, no os ama,
Dios mío, pues con tanta sangre vemos mostrado el amor tan grande que
nos tenéis a los hijos de Adán» (82). Así s'e comprende que en. última instan~
cia el amor al prójimo tiene su raíz última en el amor a Dios, manifes-
tado en el cumplimiento de los d'eseo,s divinos.
De una manera más ligera toca Santa Teresa las relaciones del amor
a Dios con la pobreza y la humildad. En las Relaciones nosda, cuenta de
las dudas que le asaltaron sobre la retención de cierta imagen. Por una
parte la imagen devota la excitaba al amor, por ótra las molduras eran
artísticas. El Señor inverviene afirmando la primacía del amor, y dado
caso que el amor valía más «todo lo que despertase a él no lo, deja&e
ni lo quitase a las monjas, aunque a las molduras se había de extender
la pobreza» (83). Las íntimas relaciones entre amor y humildad las v'e
la Santa bien manifiesta's en la humildad de la Virgen y su valor como
disposición a la EncarnaciÓn. Y es que Teresa no puede entender «cómo
haya ni pueda haber humildad sin amor, ni amor sin humildad» (84). En
realidad la noción teresiana de humildad que tiene los ojos muy abier-
tos a los dones recibidos, no puede menos de disponer el alma al agra-
decimiento amoroso.
Hemos 'expuesto las virtudes que la Santa menciona expresamente
relacionadas con el amor. Pero la realidad es muy superior en extensión
y Santa Teresa nos lo dice, siquiera vaya envuelto en una frase gené-
rica: Para ·ella existe una correlación entre el crecimiento del amor y
el crecimiento de la actividad virtuosa. Hablando de los efectos de los

(79) F. 5, 12. (79 bis) M5, 3, 9. (80) F. 5, 5. (81) E. 2.


(82) E. 2. (83) R. 63, 1. (84) C. V. 24, 2.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 623

arrobamientos manifiesta su sentir de que no siempre tengan éstos una


manifestación inmediata en los 'efectos de la vida espiritual. Con todo,
«mientras más crece el amor y humildad en el alma, mayor olor dan
de sí estas flores de virtudes para sí y para los otros» (85). Y esto nos
intro-duce en otro apartado de la doctrina tel'8siana del amor: su ac-
tividad.

DINAMISMO DEL AMOR.

El amor lo concibe Santa Teresa como algo dinámico, algo incapaz


de estar en un ser; es una chispita encendida por Dios en el alma, que
debe crecer hasta convertirse en un gran fuego que abrase el alma en
amores divinos. No existe duda posible sobre el crecimiento de ese fuego
de amor en las obras teresianas. En ellas podemos ver perfectamente
las manifestaciones cada vez más patentes del amor, sus grados, desde
el amor inidal hasta la perfección del mismo. La Santa concede que el
amor divino suele andar a los principios disimulado, cosa que poco a
poco se va perdiendo conforme el alma avanza por el camino del espí-
ritu (86). Sobre todo en la vida contemplativa el amor pronto se mani-
fiesta. El amor contemplativo suele ser un amor grande, .manifiesto, que
no se puede esconder. La Madre Teresa mencionará como pruebas el
de la Magdalena y San Pablo (87). En las Moradas vuelve de nuevo
a manifestarse la actividad diversa del amor. Hay un amor ponderado,
muy puesto en razón, imperfecto, mientra's otro es poderoso para sacar
de razón, llegando a la locura de amor (88). Por el primero e~ alma va
contando y tasando sus penitencias, sus actos de servicio, siempre con
miedo de exceder la regla; poseída el alma por el segundo, las peniten-
cias le parecen fáciles y llevaderas, los servicios ·siempre pequeños. El
alma, para caminar bien, ha de .<;recer en amor, confirmado por obras.
No hay peor señal para Santa Teresa que ver el alma siempre en un ser,
por más sobrenatural que la 'Oración pueda parecer, pues el amor nun-
ca está ocioso, como las fuentecicas que echan ,el agua hacia arriba,
así 'su movimiento amoroso siempre mira hacia arriba, siempre crece, y
su cuantía se mide por los dejos y determinaciones (89).
El camino de amor es un camino empinado, una subida cada v'ez
más rápida, que permite respirar, aires cada vez más puros, menos infi-
cionados de los miasmas corruptores de la vida imperfecta. Una a'scen-
sión paciente hasta la cima donde habita 'el Esposo. La Santa lo ha reco-
rrido todo, no c'On la ligereza del turista, sino con la permanencia del
morador estable. Por eso la descripción teresiana del itinerario amoroso
tiene 'ese sabor inconfundible de experiencia sentida. La Santa ha vi'sto
almas que comenzaron el camino del amor, para volver atrás apenas ini-

(85) V. 21, 8. (86) V. 26, 1. (87) G. V. 40, 3. (88) M3, 2, 7.


(89) M5, 4, 10; M7, 4, 10.
624 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

ciados los primeros pasos. Reconciliadas con Dios, pronto volvieron a sus
pecados habituales (90). Entrados en el castillo interior, pronto 'saltaron
la cerca para pasarse al bando enemigo. Otras almas han penetrado un
poco más en las estancias del castillo. Se guardan de pecados mortales,
pero hacen poco caso de los veniales. Han corrido más por el camino
del amor, pero su amistad con Dios es sospechosa, y no exenta, segú:n
Santa Teresa, de retrocesos lamentables, por caídas en pecados grav'es,
dada la continuidad de las ocasiones en que se .meten (91). Un avance
en el camino amoroso supon'e el estado de las almas que se guardan de
pecados veniales, aunque no abandonan del todo las ocasiones y las
comodidades de la vida. Son éstas las pertenecientes a las Terceras Mo-
radas. Lo mismo en ellas que en los Conceptos insiste Santa Teresa en
que no es ésta la amistad perfecta que pide la Esposa. Para llegar a ella
hay que correr aún más velozmente, quitar los obstáculos, penetrar per-
severantemente en el Ca'stillo Interior. Es la obra de las Moradas más
interiores. Un alma que ha llegado a ellas, con la ayuda de Dios, logra-
rá cada vez una mayor espiritualización, el amor propio irá perdiendo
lúgar para dárselo al divino, y se llegará al amor puro de Dios. Es éste
el amor de los perfectos, el amor sin interés, puramente espiritual, donde
el corazón se fija en Dios y la mirada del alma va dirigida rápida y cons-
tantemente a la gloria divina, llegando incluso al desapropio de las mer-
cedes de Dios, deseando se las dé a almas qll'e mejor las aprovechen (92).
El alma, llegada a estas alturas, mira tranquila a las tormentas de la
vida y se preocupa muy poco de los consuelos de la vida (93), Y aun los
consuelos celestes pasan a &egundo plano, preocupada ante todo por
contenta·r al Señor. Sencillamente el amor de concupiscencia, propio de
la esperanza, sin dejar de existir, no aflora en la candencia como moti-
vo de acción. El amor a Dios de amistad, como es el amor de caridad, en
sus diversas formas es el motor de actividad del espíritu. Antes de
llegar a estas cima's, el alma ha sentido los afectos intensos del amor de
esperanza, las penas por la posesión del Amado. Llegada al grado su-
premo del amor estas manifestaciones han dejado, normalmente, de ma-
nifestarse para dar lugar al amor más puro de amistad (94).
El amor teresiano, pues, es un amor dinámico, activo, que siempre
está en crecimiento hasta la total transformación amorosa en que el
alma canta:
Ya toda me entregué y di.
Y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí,
y yo soy para mi Amado.

¿Cuáles son según la Santa las cauosas y factores de ese crecimiento


amoroso?

(90) CA. 2, 18. (91) CA. 2, 24. (92) V. 10, 4. (93) M6, 9, 21.
(94) M6, 21, 22.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 625

CRECIMIENTO DEL AMOR. CAUSAS Y FACTORES.

En los Conceptos ha dejado Santa Teresa manifestada su opllllOn de


que todo lo criado puede ayudar al crecimiento del amor en la persona
que ama (95). Descend1endo a la enumeración concreta en sus escritos
podemos comprobar que uno de los medios más eficaces para excitar el
amo.r es el recuerdo de los beneficios divinos y su previo conocimiento.
La Santa no quiere que el alma cierre los ojos ante la munificencia
divina y llegue por falsa humildad a la negación de los dones recibidos.
Desea el reconocimiento sencillo y humilde, porque ayuda al amor:
«si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar» (96). Su fina
psicología le ha hecho adv'ertir la estrecha relación que existe entre el
recuerdo de lüs beneficios recibido.s y el amor a las personas que los
hicieron. Este recuerdo, por afectarnos tan perso.nalment'e, <<forzado con-
vida a amar» (97). De ahí la insistencia en la recomendación del recuerdo
de los beneficios divinos. Todas sus obras resuenan con los armoniosos
sonidos de 'su cántico. a los diVinos beneficios. En la Autobiografía re-
calcará sobre todo la misericordia divina, manifestada en el perdón gene-
roso de sus faltas y en las misericordias conc'edidas, en los demás libros
aprovechará cualquier ocasión para este recuerdo. 'sentido. de la Bondad
de Dios.
Sobre todo el recuerdo amoroso de Cristo caló profundamente en su
espíritu y trabajó por transmitirlo a los demás, Valgan estos dos texto.s:
en el Camino escribe del Señor hablando de su amor: «De cuantas ma-
neras puede mostrar el amor le muestra; pues ¿por qué, hijas mías, no
se le mostraremos nosotras en cuanto podamos?» (98). Y en la Autobio-
grafía da este consejo: «Siempre que se piense de Cristo nos acordemos
del amor con que nos hizo tantas meTC'edes y cuán grande no.s le müstró
Dios en darnos tal prenda del que no.s tiene» (99). Y a continuación
enuncia un principio que rige toda su psicología del amor: «amor saca
amor». Precisamente por esto la Santa Docto.ra quiere que el misterio
de Cristo sea objeto de la meditación desde los mismos comienzos de la
vida espiritual. Esta consideración de Cristo y su recuerdo. son muy efi-
caces para despertar el amor, y causa de correr fácilmente por el camino
espiritual (100). Este recuerdo de Cristo ha de acompañar al alma 'en todo
el itinerario. espiritual. PocO's como. ella han luchado más valientemente
por asegurar este puesto. a Jesús HO'mbre. Sobre todo con ocasión de las
festividades litúrgicas, el alma cristiana contemplativa ha de volver su
recuerdo a los misterios de Cristo, que en frase teresiana «son vivas cen-
tellas para encenderla más en el que tiene a nuestro Señor» (101). Preci-
samente para animar a sus hijas les invitará a poner sus ojo.s 'en Cristo
crucificado (102).
Otro de los factores para el crecimiento del amor lo ve la Santa en
las mercedes de Dios. Hablando de sí misma en la Autobiografía, dice:
(95) CA. 1, 10. (96) V. 10, 4. (97) V. 10, 5. (98) C. E. 26, 3.
(99) C. 22, 14. (lOO) V. 22, 14. (101) M6, 7, 11. (102) M7, 3, 6.
626 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

«Hác-enme confusión porque veo soy muy más deudora y háceme a mí


parecer crecer el deseo de servirle y avÍvase el amor» (103). Lo mismo
recomienda a D. Sancho Dávila: «Siempr-e vaya entendiendo las mer-
cedes que recibe de su mano, para que vaya creciendo lo que le
ama» (104). Santa Teresa recuerda varios beneficios en particular como
causantes de este crecimiento en el amor, como la comunión espi-
ritual y el beneficio de la conservación (105). '
Un papel singular representan, sobre todo, en la motivación del amor
las mercedes divinas del orden de la vida mística. A priori se puede
suponer >el papel que representan 'si se tiene presente que la vida de
perfección del alma está en el amor, y todas ellas se ordenan a correr
más rápidamente por ese camino. A mayor abundamiento tenemos ex-
presos testimonios. Una de las raz'Ones que han movido a la Santa a
escribir las mercedes grandes de Dios, haciendo caso omiso del peligro
de escándalo en los flacos, es que las almas favorecidas con ellas «se re-
galarán y despertarán a más amar a qui-en hace tantas misericordias
siendo tan grande su poder y bondad» (106). Estas mercedes sobrena-
turales nos dice «vienen cargadas de amor y fortaleza» (107), con que
se camina más con menos trabajo. Más adelante estudiaremos este punto
con más amplitud.
Al tratar de las relaciones del amor de Dios con el amor al prójimo
dejamos de intento de examinar las relaciones que tienen y su lnu~ua in-
teracción. Para Santa T-eresa, entre el amor del prójimo y el amor a
Dios no sólo existe unión, sino que el amor al prójimo es causa del acre-
centamiento en el amor a Dios. Las Quintas Moradas, que son junta-
mente un llamamiento cálido a ambos amores, ponen de relieve este as-
pecto: la voluntad de Dios se cifra en el amor a Dios y al prójimo. El
amor al prójimo es la señal más cierta de la posesión del amor al Señor:
«Estad ciertas qu.e mientras más en esto 'Os vierdes aprovechadas, más
lo estais en el amor de Dios; porque es tan grande el que Su Majestad
nos tiene, que en pago del que tenemos a >el prójimo hará que crezca el
que le tenemos a Su M aiestad por mil manera's. En esto yo no puedo
dudaD> (108). La Santa no carecía del soporte de la experiencia cuando
esto escribía, siendo la mejor ilustración de esta doctrina el capítulo
quinto de las Fundaciones, que ella concluye con estas palabras: «Créan-
me que no es -el largo tiempo el que aprovecha el alma en la oración, que
cuando le emplea tan bien en 'Obras, gran ayuda es para que en muy
poco espacio tenga miior disposición para encender el amor, que en
muchas horas de consideración» (109).
Otros de los medios que asigna Santa Teresa para el progreso amo-
roso son las amistades espirituales. Santa Teresa, Santa de la amistad,
que al hablar de las particulares las estimagtizó en la vida religiosa, no
deja de comprender que la amistad santa es un magnífico estímulo en
la vida perfecta. Ella se guía -en este caso, com'O frecuentemente, por su
experiencia personal. A los principiantes les aconseja -el trato con peT-

(103) V. 19, 5. (104) cta. 379, 2. (105) M2,4. (106) M1, 1, 4.


(107) M3, 2, 11. (108) M5, 3, 8. (109) F. 5, 17.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 627

sonas santas y lo reputa por «cosa importantísima» (110). Esta amistad


no solamente es una defensa contra las persecuciones que no dej arán
de hacer acto de presencia en una vida piudosa, sino un estímulo amo-
roso: «crece la caridad con ser comunicada» (111). Ella lo sabía muy
bien desde aquella conversación tenida en Toledo con el dominico P. Car-
cía de Toledo. La Santa ha trasladado al escrito la emoción que sintió
en aquella entrevista inolvidable : «Hacíame tanto provecho estar con
él, que parece dejaba a mi ánima puesto nuevo fuego para desear servir
a el Señor de el principio» (112).
Hay con todo una amistad especialísima, a la que la Santa dedica un
especial interés y que no podemos dej ar siquiera de tocar: la oración.
Es harto conocido su concepto de la oración como trato de amistad para
que nos detengamos en ello (113). Y la amistad es por 'su natural'eza
IIiisma un trato amoroso. Nótese, sin embargo, que no es de esencia de
toda oración el que sea trato amoroso. Sí lo es, mirada la finalidad, p'ero
no supone siempre la oración la amistad con Dios en el alma orante: los
pecadores pueden tener oración, deben tenerla y 'Si la han comenzado,
por nada del mundo dejarla, pues la oración les llevará al amor, les sa-
cará a puerto de luz (114). Pero el verdadero orante pertenece a los
«siervos del amor» (115) y la oración es una «amistad particular» con el
Señor con todo 10 que tiene °de propio una amistad particular. Y la San-
ta invita a todos a esta amistad particular sin posibilidad de excusas.
y es que la oración no requ~ere 'salud, ni riquezas, ni otra cosa más que
«amor y costumbre» (116).
La oración es trato amoroso. Según la Santa el amor ocupa con mucho
la parte fundamental de la oración, pero, como amistad que es, la oración
comprende también un elemento cognoscitivO' muy variado (117), sobre
todo 'en la etapa mística. Las relaciones entre ambos elementos la Santa
las menciona en más de una ocasión. No se encuentra en Santa Teresa
una desvalorización de la meditación como 'se encuentra, v. gr., en San
Juan de la Cruz y otros autores. El e1emento discursivo no aflora sola-
mente en los albores de la vida espiritual, sino que perdura a través de
toda ella. La meditación de los pecados, de los atributos divinos, de la
Humanidad de Cristo S'e ha de continuar mientras Dios no suba al alma
a cosas sobrenaturales. Y aun dentro de la etapa mística no faltan oca-
si:ones en que hay que volver a hacerse niño y de nuevo a pensar en la
muerte, infierno, etc., para mantenerse en el amor. Y nunca se debe
dejar de meditar la Humanidad de Jesús.
Para la Santa, como para la verdadera filosofía, es válido el nihil vo c
litum quin praecognitum. Esta independencia la manifiesta, por ejemplo,
en 081 Camino de Perfección, donde hablando de la vida del cielo escribe:
«la mesma alma no entiende sino en amarle, ni puede dejarle de amar,
porque le conoce» (118). Así, la necesidad del acto de amor beatífico fa·

(110) V. 8, 20. (111) V. 8, 22. (112) V. 34, 15. (113) V. 6, 5.


(114) V. 8, 4. (115) V. 8, 9. (116) V. 7, 12.
(117) Cfr. ToMÁs DE LA CRUZ, OCD, Santa Teresa de Jesús, contemplativa, en
"Ephemerides Carmeliticae" 13 (1962) 19-57.
(118) C. E. 52, 20.
628 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

dica, según ella, conforme en este caso con la teología tomista, en la


perfección del conocimiento de Dios. Pero el principio es válido tam-
bién para el amor no beatífico, pues dice: «y ansÍ le amaríamos acá, aun-
que no en esta perfección, ni en un ser, mas muy de otra manera le
amaríamos 'si l'e conociésemos» (119). La razón, pues, de la diferencia
del amor está últimamente determinada por la diferencia del conoci-
miento. La Santa está plenamente convencida de esta mutua relación
entre ambos elementos. En una de las visiones que tuvo comprendió la
diferencia de los gozos del cielo y lo mucho que se debe hacer por gozar
de un grado más de los goces celestes, dejando de paso 'este pensamien-
to: «veo que quien más le conoce más le ama y alaba» (120). Dentro de
la vida mística ve también que el mayor conocimi'ento recibido en las
mercedes sobrenaturales condiciona la mayor o menor alabanza al Se-
ñor (121), como también la intensidad de la pena sentida por el senti-
miento de la ausencia divina está en relación con la ilustración preceden-
te de la hermosura divina (122).
Esta mutua relación entre ambos elementos de la vida espiritual
es la normal, pero no excluye la posibilidad de un amor infuso superior
al elemento cognoscitivo: la Santa ha descrito esta experiencia, que está
avalada por otras similares de otros mÍ'sticos (123).
La valoración normal del el'emento cognoscitivo explica la insisten-
cia de Santa Teresa sobre la actividad cognoscitiva en la oración: libros
buenos, consultas a letrados, y sobre todo la actividad meditativa perso-
nal. Nunca la Santa manifestó menos estima por el conocimiento intelec-
tivo, todo lo contrario. Las l'etras virtuosas son una magnífica disposición
para el desarrollo de una vida sobrenatural pujante. Los ejemplos de los
dominicos Ibáñez y GarcÍa de Toledo, elevados en breve espacio a una
altísima oración, le hicieron comprender el papel verdaderamente eficaz
que en la vida de oración tiene el conocimiento teológico.
Con todo, no es menos cierto que el ejercicio de amor es lo que ante
todo entra en la perspectiva teresiana. La meditación se ha de ej'ercitar,
ante todo como medio para prorrumpir en actos amorosos. Por eUo acon-
seja los actos para despertarle (124) a los principiantes y es la razón de
insistir en la meditación de la Humanidad del Señor (125). La sustancia
de la Ol'ación, nos dirá en otra parte, «no está en pensar mucho, sino en
amar mucho» (126), y este amor que se intenta condiciona la elección del
tema de meditación. «Lo que más os despertare a amar, eso hacen> (127).
y este amor será el mejor modo de saber la perfección de la oración (128).
Precisamente por ser la vida de Cristo un ejemplar perfecto del amor de
Dios a los hombr,es, y según la filosofía teresiana amor 'saca amor, es por
lo que insiste en su meditación en todos los estadios del camino espiri-
tual, aunque sean contemplativos (128).

(119) C. E, 52, 20. (120) V. 37, 3. (121) M7, 1, 1.


(122) M6, 11, 1.
(123) SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico B., canción 26, n. 8.
(124) V. 12, 2. (125) V. 12, 2. (126) F. 5, 2. (127) M4, 1, 7.
(128) V. 22, 14.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 629

La oración, pues; dice una estrecha relación con el amor.. La oración


ordinaria se mdena al mi·smo. A su nacimiento, sí el alma orante está en
pecado; a su desarrollo en el alma en gracia, siendo la perfección del
amor el fruto más exquisito de una vida encaminada por Dios por el
camino no místico, conforme a la posibilidad admitida por la Santa de una
perf'ección sin mercedes místicas (129). La oración sobrenatural, por su
parte, no tiene otra finalidad sino la de hacer caminar más rápidamente
por el camino del amor, siendo en algunas de 'sus formas ejercicio de
amor infuso, o al menos una consecuencia normaL Examinemos, siquie-
ra sea rápidamente, la unión de la oración sobrenatural con el amor.
La oración de recogimiento, que aún no es sobrenatural, ofrece una
exce1ente disposición para el amor: «Pégase más presto el fuego del
amor divino, porque con un poquito que soplen con el entendimiento,
como están cerca del mesmo fuego, con una centellica que le toque \ge
abrasará todo» (130). .
La oración de quietud nos la describe Santa Teresa, ante todo, por
un encarcelam~ento del alma por el amor divino, que tiene al amor huma-
no tan atado «que no deja libertad para amar en aquel punto otra cosa
sino a Dios» (131). .¡

Otras metáforas vienen a poner de manifiesto el carácter amoroso e


infuso de esta forma de oración. Es 'esta oración una centellica del amor
de Dios, principio del gran fuego que consumirá a las almas perfec-
tas (132). El alma se siente embriagada en este amor (133). Dentro de la
característica de esta oración quieta, t'OdavÍa el a.lma puede despertar el
amor con algunas razones sin discurso, y ejercitarse en alabanzas divi-
nas, una de las formas del amor de benevolencia (134). El alma, al ,salir
de esta oración, según Santa Teresa, sale con un amor a Dios desintoe-
resado (135).
No es otra la característica que causa en las almas el «sueño de las
potencias». El alma también aquÍ '8e siente embriagada en amor, del que
brotan espontáneas y ardientes las alabanzas a Dios. El amor aquÍ es
más poderoso y comienza ya a sacar de sí al alma enamorada (136).
Las Quintas Moradas son la última palabra de la Santa sobre la ora-
ción de unión, de la que había tratado antes en Vida, Camino y Con-
ceptos. Ya en la Autobiografía la describe como un «juntamiento con el
amor celestial» (137). En los Conceptos pone de manifiesto la cercanía
de Dios en esa oración, pues aunque en escondido Di'Os «envía por medio
del amor una noticia de que se está tan junta Su Majestad, que no se
puede decir» (138). En esta oración es ante todo el amor el que obra:
«Que ... estando todas las potencias muertas u dormidas queda el amor vivo,
y que, sin entender cómo obra, ordene el Señor que obre tan maravillo-
samente que esté hecho una cosa con el mesmo Señor del amor» (139).
La unión es, ante todo, de amor: «estos dos amores 8e tornan uno» (140).

(129) No es de nuestra incumbencia probar ahora esta afirmación, que creemos


clara en la lectura de sus obras, como probamos en otra ocasión.
(130) C. V. 28, 8. (131) V. 14, 2. (132) V. 14, 5. (133) CA. 4, 3.
(134) V. 14, 5; M6, 3, 8. (135) V. 14, 11. (136) V. 16, per totum.
(137) V. 18, 6. (138) CA. 5, 6. (139) CA. 6, 4. (140) CA. 6, 11.
27
630 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

Las nuevas mercedes que la Santa relata: visiones imaginaria's, VISLO-


nes intelectuales, por ejemplo, están también cargadas de amor al Señor.
Las hablas del Señor «si son de amor hacen deshacerse en amar» (141).
Las visiones intelectuales, 'Sobre todo, si van acompañadas de palabras
sustanciales, dejan también en el alma efecto de amor (142), y las ima-
ginarias del Señor son tan eficaces que al alma «parécele comienza de
nuevo amor vivo de Dios en muy alto grado» (143).
Todas estas mercedes, según Santa Teresa, están hecha·s en función
de una mayor vida de amor, por ello, nada de extraño causen amor. La
Santa las ha colocado en las Sextas Moradas. En éstas trata de la merced
del desposorio espiritual.
El alma quedó en la oración de unión unida de modo pasajero con el
amor divino en unión furtiva. Las Sexta's Moradas dispondrán al alma a
la unión matrimonial perfecta y duradera. Santa Teresa nos presenta a
las almas de las Sextas Moradas heridas del amor del Esposo (144). El
Señor, en efecto, las despierta sabrosísimamente con las heridas de amor,
entre la·s que ocupa un lugar especial la transverberación (145). El mis-
mo papel representan las visiones intelectuales, los raptos, vuelos de es-
píritu, etc. Una vez que 'el alma a través de estas mercedes sobrenatura-
les se ha preparado al matrimonio espiritual, se celebra éste, envuelto
en amor. Entonces se da cumplimiento a la promesa de Cristo: «Si algu-
no me ama, guardará mi palabra. Y mi Padre le amará y vendremos a
él». El amor hará la unión estable, permaneciendo inconmovible la unión
en el centro del alma. Santa Teresa aplica a este 'estado las palabras pau-
linas: «Vivo yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí». Hay todavía
una razón poderosa para ver que se trata de una obra de amor y son
los ef'ectos que produce, propios ciertamente de un alma enamorada,
como veremos muy pronto.
Las Séptimas Moradas, cima de la oración, lo son también de la
amistad con Dios. Así se pone de manifiesto el papel privilegiado que
pertenece a la oración en la vida del amor a Dios, y se explica muy bien
el lugar preeminente que le ha dado en la organización de su Reforma.
Santa Teresa aparecoe innovadora en la frecuencia sacramental que im-
plantó en la Reforma, pero mucho más en la insi:stencia en el ejercicio de
la oración, recomendada por la Regla. Colocado el amor en la cima de
las virtudes, y establecidas las relaciones entre el conocimiento y el
amor, nada tiene de extraño la insistencia en ese contacto intelectual
con Dios en la oración, que es donde se entienden las verdades.
Recordemos finalmente entre los estímulos al crecimiento en el amor
las obras de penitencia. Recordemos un solo texto: en carta a su her-
mano Lorenzo de 17 de enero de 1574 le dice: «Para cuando no se pu-
diere bien recoger al tiempo que tiene de oración y cuando hubiere gana
de hacer algo por el Señor, le envío ese cilicio, que despierta mucho el
amor» (146).

(141) V. 25, 6. (142) V. 27, 9. (143) V. 29, 4. (144) M6, 1, 1.


(145) M6, 2, 1. (146) cta. 71, 17.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 631

IMPEDIMENTOS DEL AMOR A DIOS.

Pero Santa Teresa no solamente conoce los -estímulos del amor, sabe
también de 'sus impedimentos. Es harto conocida su descripción del alma
en pecado mortal. Como ha visto las últimas raíces del amor en el mismo
Dios y el alma en gracia -es para ella árbol plantado cabe las aguas de
vida, fuente pura derivada de la fuente de toda pureza, así por el con-
trario el pecador es árbol plantado junto al agua cenagosa, es fuente im-
pura nacida de otra impureza mayor, Conoce muy bien los amores desas-
trados que han hurtado el nombre al auténtico amor, ha visto la contradic-
ción interna de la vida de gracia y pecado, pues si el alma en gracia
busca contentar a Dios, el fin del pecador «es hacer placer al demo-
nio» (147) yha visto -en el pecado una guerra campal contra el Señor (148).
Junto al pecado mortal, causa de total abandono y retroceso en el
amor, la Santa Reformadora ha visto en el amor propio una de las cau-
sas de no aprovechar -en el amor. En el amor a DiÚ's, se busca su agrado,
darle gusto, procurar .su honra y gloria, El amor propio, amor concupis-
cente, búsqueda de sí propio, egoísmo, Por lo mismo, impedimento para el
amor. De ahí la necesidad de pasar esa posición espiritual para pasar a
la unión con Dios. La Santa es clara. Hablando de la unión en las Quin-
tas Moradas, exige terminantemente la muerte del feo. gusano: «Muera
ya este amor propio, y nuestra voluntad y el estar asidas a ninguna de
la t1erra» (149). Así, muerto el gusano, el alma quedará convertida en
bella mariposa, capaz de volar a Dios. El amor propio es el que re-
tarda la entrega total a Dios, requisito indispensable para llegar a la
perfección del amor. Santa T'eresa, en repetidas ocasiones nos habla
de la necesidad del vacío total de nosotros para la entrega total de
Dios. Esta remisión que la criatura presenta a veces para darse d-el
todo a Dios, es la causa de la falta de disposición adecuada al amor per-
fecto (150). Nuestras entregas a Dios son entregas parciales, ofrecimiento
de los frutos, y el Señor quiere también las raíces.
El amor propio viene en definitiva a concentrar en sí las razones más
particulares de los impedimentos al amor. Los demás vicios no son sino
formas de este amor propio polifacético. Ello explica la insistencia de
Santa Teresa en este vencimiento del amor desordenado, y en las exigen-
cias d-e la entrega total, que supone la transposición del amor a su le-
gítimo orden.
Visto lo que le hace crecer y nbstruye, digamos que Santa Teresa con-
cibe al amor como una fuente de perenne actividad. Nunca está ocioso.
Obra donde se halla y las obras en su perfección concreta son la garantía
del amor. Hemos considerado anteriormente el crecimiento en el amor,
que 'en realidad no es 'sino una necesidad interna de la psicología del
amor. La Santa tiene presente este carácter del amor para juzgar sobre
la autenticidad de ciertas gracias místicas y su valoración. Al tratar de
las almas de las Quintas Moradas, no concibe llegar a ellas sin un ejer-
(147) M1, 2, 21. (148) E. 14, (149) M5, 2, 6. (150) V. 11, 1.
632 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

cicio continuo de virtudes (151). Estas han de 'ser la resultante de la


oración de unión. En otra ocasión juzgará de la perfección de la oración
por los dejos de amor y virtudes (152). Pl'ecisamente la efectividad es la
norma distintiva del amor. No solamente donde' hay amor no se puede
dormir sin esforzarse (153), sino que, como el fuego, 'su efectividad y
radio de acción está 'en relación directa de su magnitud (154). El alma
poseída y penetrada del amor llega a una especie de omnipotencia.
Como en el evangelio se dice que todo l'e es posible al creyente, así
Santa Teresa lo dice del que ama: «¡Oh amor fuerte de Dios, dice en los
Conceptos, y cómo no le parece que ha de haber cosa imposible a quien
ama!» (155). Esta es la explicación de aquella visión de los monasteri'Os
con las solas patentes de Rubeo.

EFECTOS DEL AMOR A DIOS.

Veamos, finalmente, los efectos del amor en la mente teresiana. Son


éstos variados. Para mayor claridad los podemos considerar en orden
al amante, en 'Orden a Dios, y en orden al prójimo.
El que ama a Dios recibe del amor un impulso constante para crecer
en él. Como el fuego por su misma naturaleza busca posesionarse más
y más de aquel a quien se aplica, así el alma quemada del amor divino,
se sientoe movida al ejercicio del amor. Santa Teresa recomienda en los
Avisos ros actos de amor a Dios (156). Sus obras son la mejor manifes-
tación del amor en acción. En ellas vemos acto's fervorosos de alabanza,
de acción de gracias, de benevolencias, de >entrega al amor; sin salirnos
de sus obras podemos ver lo que es un alma enamorada (157), y nos
explicamos muy bien 10 que hacía el P. Yanguas de pl'epararse a la
misa leyendo las obra's teresianas, que llamaba su «braserillo».
Como consecuencia del amor, el alma se hace sumament'e sensible
ante el pecado. Santa Teresa recordará que, donde hay vida, se siente la
picadura ligera de un alfiler, y lo aplicará al alma amante, que sentirá la
ofensa divina aunque sea pequeña (158). Su Vida y demás escritos nos
han dejado muestra evidente de este sentido del pecado, de su valora-
ción justa, de su aborrecimiento hacia él. A pesar de saberse perdonada,
el recuerdo de los pecados cometidos está presente en su alma amant'9,
como algo que no se puede olvidar. Ella desea que 'el alma llegada a las
últimas Moradas nunca olvide sus culpas (159) y que tenga por suma
merced de Dios poder evitar aunque sea un solo pecado v>enial. A este
mismo sentido del pecado, a esta hipersensibilidad ante él, responde su
(151) M5, 4, 10. (152) cta. 131, 7. (153) Cta. 290, 1.
(154) C. V. 19, 4. (155) CA. 3, 4.
(156) A. 52. A pesar del influjo jesuítico patente en los Avisos teresianos, con
todo, los retoques y variaciones de la Santa nos hacen ver que en ellos, como en
otras doctrinas de autores, la Santa se hizo la doctrina.
(157) Son tan numerosos los actos de amor en sus diversas formas, que bien
podemos decir que no hay casi capítulo de sus obras mayores donde no se encuen-
tren varios.
(158) CA. 2, 5. (159) M7, 3, 14.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 633

preocupaclOn e insistencia en avisar a las alma's la huída de p'Oner~


se en ocasiones de ofender a Dios, por determinada que se halle de no
ofender al Señor. Tal vez su experiencia propia le enseñase algo en este
sentido, pero es el caso que hasta pasadas les Sextas Moradas no quiere
que el alma se meta en esas ocasiones (160). Este deseo de evitar las
ofensas a Dios le hace estimar y procurar la soledad, m<Íos que por los
gustos que Dios en ella da (161). Este deseo de soledad, pOI' otra parte,
nos dice, «anda continuo en las almas que de veras aman a Dios» (162).
Dentro de la pedagogía teresiana está, nacida de este deseo de evital' el
pecado, su recomendación de que para vencer las tentaciones se acuda
110 solamente al amor, sino también al temor de Dios, para que si el amor
hace volar hacia Dios, >el temor nos haga mirar muy bien dónde pone-
mos los pies para no tropezar (163). Es verdaderamente admirable ver a
Santa Teresa, colocada en el mismo matrimonio espiritual y, con todo,
estar temblando ante una posible caída en 'el pecado morfal.El mismo
sentido del pecado se manifiesta en el cuidado que han de poner las al-
mas en evitar toda falta venial yel peligroso estado en que describe a
las almas descuidadas en sus Conceptos. Esto entra en su pedagogía, pero
no se olvide que el ideal es llegar pronto a no tener necesidad de este
temor para el cumplimiento del bien (164). El amor debe de ser la nor-
ma para el alma. Un amor que Hegue a transformar la actitud misma en
el trato con las almas. Para el amante perfecto el mismo trato con las
almas pecadoras y distraídas le viene a ser ocasión de un crecimiento
ene1 amor, y no tiene necesidad de las cautelas y apartamiento del alma,
que no ha llegado aún a esa's cimas de amor (165). El alma colocada en
estas alturas es como la luz, que todo lo toca sin perder su pureza in-
maculada.
El alma ha llegado a esta preocupación por Dios, porque ha llegado a
un comp1eto olvido de sí y de sus cosas. Santa Teresa nos ha descrito
diversas forma's de ese olvido: olvido del aspecto penal sensitivo del pur-
gatorio, mirado en primer lugar como carencia de la visión de Dios (166);
olvido de la honra humana, manifestado en los cambios de opinión sin
razón al pareC'er justificada, pero en aras del servicio de Dios (167); olvido
de sí en el abandono de conveniencias sociales (168), en el sufrimiento
de las injurias (169), en la exposición de la vida y salud (170), e inclu-
so un olvido de sí que llega hasta el desapropio de los dones espirihla-
les (171). .
Toda la vida del alma queda modificada bajo la acción de amor. Las
cosas humanas a las que los hombres tan fácilmente se apegan, para el
alma amante le 'son cruz, sin que, por otra parte, ninguna pueda dañar-
la (172). Las cosas difíciles no representan para ella ninguna (178); la
penit'encia corporal, que se comenzó a desear hacer ya desde los princi-
pios de la vida mística, se neva a cabo (174); la misma muerte, tan terri-

(160) M5, 4, 5. (161) F. 5, 14. (162) F. 5, 15. (163) C. V. 40, 2.


(164) CA. 4, 1. (165) C. V. 41, 9. e (166) cta. 305, 10, (167) F. 29, 19.
(168) F, 26, 12. (169) F 26, 12. (170) CA, 3, 4.; F. 28, 24; 31, 12.
(171) V. 21, 2. (172) cta. 363, 3, (173) C. 23, 14.
(174) Cta. 180, 12.
634 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

ble de por sí, cambia de aspecto y se le pierde el temor (175) yen cuanto
al juici:o divino el alma queda con confianza de una sentencia favora-
ble (176). Hasta -el mismo trato con DiO's queda poco a poco cambiado y
se hace cada vez más confiado, capaz de llegar a la petición del óscu¡lo
divino (177) y atreverse a dar quejas amorosas al Señor, como Santa
Marta (178).
Pero aún señala más efectos la Mística Doctora. El amor es el medio
de purificación previo a la unión con el Señor. Santa Teresa nos descri-
be la pena, causada por el amor insaUsfecho y por las heridas de amor
y los compara al fuego del purgatorio (179). Es la máxima purificación.
En adelante, purificada, ya puede cantar con San Juan de la Cruz: «Oh
cauterio suave ... ».
A los efectos espirituales causados en el alma, añadamos los que el
amor obra en el cuerpo. Santa Teresa habla de ellos, también. En el
Camino de Perfección recuerda la muerte de amor y otras que se han
visto en muy próximo peligro (180), mientras que en las Séptimas Moradas
habla del -efecto confortativo que recibe de la unión con el Señor (181).
Nada advierte sobre estas mercedes divinas, pero se muestra cautelosa
sobre los efectos corporales en estados más inferiores, aconsejando a la's
prioras vigilancia e incluso cese de oración unida a una mayor alimen-
tación (182).
En orden a Dios el amor se manifiesta porr la idea de solicitud por lo
divino y por la idea de servicio. El amor es el móvil de toda la actividad
y la idea de servicio está en la Santa expresada con una mucho mayor
insistencia que la misma idea nupcial. Es decir, que mientras la idea
nupcial en el amor no aparece sino mucho más tarde, la idea del servicio
a Dios está presente desde los primeros grados del amor. Un servicio,
que a no existir el peligro de condenación, la Santa desearía fuese eter-
no (183). Y ese servicio divino se halla acompañado de un intenso gozo,
ya se vea realizado por el alma misma ya por otros (184).
El amor a Dios por parte del alma se halla conespondido por la efu-
sión de la bondad divina sobre las almas amantes. Dios es fiel, y tnun-
ca abandona en 10's peligros. Busca y obra la capacitación para la recep-
ción de los dones divinos y las manifestaciones secretas de Dios (185).
Las mismas mercedes divinas, con tener el aspecto de gratuidad que
Santa Teresa afirma, con todo, en ocasiones, están condicionada's al amor.
Parece ser una idea arraigada en ella que la rareza de las comunica-
ciones divinas tenga su última causa en la falta de disposición hu-
mana (186).
Los efectos que causa el amor en relación a los prójimos son también
varios. En primer lugar, podemO's recordar el buscar la amistad de per-
sonas santas y la pena que causa la pérdida de estas personas espiri-
tuales y santas (187). Sin embargo, es el cdo por la salvación y bien
de los prójimos la más frecuente manifestación del amor a Dios. Santa
(175) V. 21, 7. (176) C. V. 40, 8. (177) CA. 1, 12. (178) E. 5.
(179) M6, 11, 6; V. 39, 23. (180) C. E. 31, 5. (181) M7, 4, 12.
(182) F. 6, 3. (183) M5, 4, 12. (184) Cta. 154, 1. (185) V. 40, 1.
(186) Cta. 74, 6. (187) F. 30, 9.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 635

Teresa ha sentido como pocos este des'eo del aprovechamiento de los


prójimos que debemos retrotraer a los mismos principios de su vida 'es-
piritual. El aprovechamiento de los próFmos será para ella el principal
servicio que se les puede hacer, y a Dios. Por ello aficionó a sus monjas
al bien de las almas y quiere que sus conversaciones con los prójimos
vayan dirigidas a este fin (188). Toda la vida carmelitana está en fun-
ción de Iglesia. Los buenos, los pecadores, los herejes, los infieles entran
en la perspectiva teresiana de la vida de amor legítimo. El alma que
ha llegado a las cimas del amor de Dios y le busca de veras se hace
para el prójimo de una claridad meridiana. Las faltas las sentirá como
propias, las llorará y hará por ellfl's penitencia, pero no se callará y sus
prójimos oirán sus voces, manifestadoras de los errores en que se hallan.
El amor a Dios es la raíz del apostolado legítimo: «Cuando las obras
activas salen de esta raíz, 'Son admirables y olorosísimas flores, porque
proceden de este árbol de amor de Dios y por sólo él sin interés ninguno
propio y extiéndese el olor de estas flores para aprovechar a mu-
chos» (189). La pedagogía de la predicación teresiana se ba'sa ante todo
en el amor. Lo que al parecer de los demás es prudencia, es para Santa
Teresa imperfección en el amor y a la larga hacer daño a los prójimos.
La Santa quiere el apostolado químicamente puro, sin mezcla de inte-
reses humanos. Con todo, mirando al bien del prójimo, 'en más de una
ocasión advierte la necesidad de mirar las propia's fuerzas en la obra
apostólica. El apostolado es una lucha por Dios contra el mundo y el
demonio. La cruz está aparejada para el que soe enrole en la misión apos-
tólica. y las fuerzas espirituales no siempre responden a lo que uno pien-
sa de sÍ. De ahí la recordada cautela de ponerse en las ocasiones de
ofender a Dios so pretexto de apostolado.
Otro aspecto muy interesante de los efectos del amor lo ve la Santa
en el soportar al prójimo por Dios. Con ocasión de los disturbios ocasio-
nados en la comunidad de Sevilla, escribe a Isabel de San Jerónimo y a
María de San José: «Aquí se ha de parecer mis hermanas, el amor que
tienen a Dios en haber mucha compasión della» (190). Y no solamente
el saberles soportar, sino también el saber hacer el bien al prójimo nece-
sitado: en carta a Doria, que se había encargado de favorecer a las Des-
calzas necesitadas, le dice: «Qué hace el amar a Dios, pues quiere tener
cuenta con hacer bi'en a esas ~ pobres» (191).
Todos estos efectos son obra de amor a Dios, pero podemos notar
en Santa Teresa una intensificación a través de las mercedes místicas.
Examinando las Moradas se puede observar cómo hay algunos efectos
que de modo constante se encuentran unidos a ellas. Erraríamos con
todo si creyésemos que se trata de lo mismo. El amor a Dios y al pró-
jimo, los deseos de aprovechar almas, van intensificándose' según la di-
versa perfección de las mercedes. Otros, como la penitencia, el deseo de
ver a Dios, se ll'egan a amortiguar en las últimas moradas ante el mayor
servicio divino (192).

(188) C. V. 41, 7. (189) CA. 7, 3. (190) Cta. 273, 11.


(191) cta. 297, 2. (192) M7, 3, 2; R. 66, 2.
636 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD

Creemos haber recogido lo más interesante de Santa Teresa sobre el


tema que traemos entre manos. Teresa ha tocado los puntos principales
de la doctrina del amor al Señor. No ha escrito una obra ex profeso
dedicada al amor, pero éste circula por toda su obra como una savia
vivificante. Sin haber pretendido un magisterio sobre >el amor, ha me-
recido con todo ser señalada por San Francisco de Sales como una de
las fuentes de su magnífico Tratado del amor de Díos, y sus palabras
responden a una realidad. Helas aquí:
«La bienaventurada Madre Teresa de Jesús ha escrito con tal pro-
piedad de los movimientos del amor en todos sus libros que causa asombro
ver elocuencia semejante junto a tan honda humildad, tanta firmeza de es-
píritu entre tanta sencillez. Su sapientísima ignorancia hace .que nos pa-
rezca ignorantísima la sabiduría de numerosos letrados que, después de
largos estudios, s'e sienten avergonzados de no entender lo que ella tan
felizmente escribió en torno al amor divino» (193).

FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, oen


Theresianum de Roma.

(193) S. FRANCISCO DE SALES, Tratada del Amor de Dios. Madrid, BAC, 1954,
prólogo, p. 18.

Vous aimerez peut-être aussi