Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
DE DIOS
demos muy bien, que otras exposiciones se pueden admitir, y aun se han
hecho. Lo que ante todo pretendemos es exponer con suma objetividad
la mente teresiana (1).
Antes de proseguir queremos dejar constancia del objeto de nuestra
investigación. Fundamentalmente tratamos del amor a Dios, no del amor
de Dios, aunque entre de algún modo en la exposición de la doctrina.
Cae también fuera del ámbito de nuestra exposición el amor al prójimo,
a pesar de su Íntima relación con el amor a Dios, por ser objeto propio
de otro tema. Sin embargo, incidentalmente, no dejaremos de hacer algu-
nas referencias necesarias en nuestro trabajo. Finalmente, téngase pre-
sente, que en el trabajo no abordamos el tema de la vivencia teresiana
del amor a Dios. El sólo bastaría para un tema. Y ha sido ya tratado por
Etchegoyen en su 'Obra sobre Santa Teresa. Pero teniendo una unión tan
Íntima en la obra escrita teresiana la vivencia con la doctrina, en más de
una ocasión también nos servirá de punto de referencia.
ambiente que respiró, el que trató de formar, fué en mucha mayor escala
con almas de un termómetro espiritual elevado, que con el mundo del
pecado y herejía contra los que luchó desde sus rinconcitos' carmelitanos.
SU OBJETO Y ORIGEN.
(7) C. 15, 7. (8) R. 60, 4. (9) cta. 18, 1. (10) cta. 420, 1.
(11) C. E. 45, 7. (12) C. V. 27, 7.
"T"'7.•.•
EL AMOR Y LA GRACIA.
En la doctrina teresiana existe una unión muy -estrecha entre el amor a
Dios y la gracia santificante. Prescindiendo de las cuestiones teológicas sobre
la distinción entre la caridad y la gracia, lo cierto -es que para Santa Teresa
la gracia y el amor a Dios mutuamente 'se infieren. La cuestión de la certe-
za de su estado de gracia acució en más de una ocasión al alma de Tere-
sa. Esa certeza que ordinariamente no se posee, Santa Teresa la tuvo por
revelación. Y las razones se basan ante todo en el amor. El Señor le dice
que «semejante amor de Dios y hacer Su Majestad aquellas mercedes y
'sentimientos que da a el alma, no se compadecía hacerse a un alma que
estuviese en pecado mortal» (13).. En cuanto a los, demás la Santa nos
habla de una certeza moral basada en «grandes conjeturas» (14), en «se-
ñales que parece los ciegos las ven» (15), en «voces que hacen mucho
ruido» (16). Estas señales en concreto se manifiestan en el amor y temor
de Dios, en una medida superior a la común 'entre los fieles y que por
lo mismo «pocos los tienen con perf'ección». La Madre nos ha dejado una
descripción bellísima del amor a Dios que valga para inferir la certeza
moral del estado de gracia. Comentando en el Camino las palabras «no
nos dejes caer en la tentación», escribe: «Quienes de veras aman a Dios
todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo
lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre, y los favorecen y defien-
den; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar. ¿Pensaís que
es posible, quien muy de veras ama a Dios, amar vanidades, ni puede,
ni riquezas, ni cosas del mundo de deleites, ni honras, ni tiene contiendas,
ni envidias? Todo porque no pretende otra cosa siho contentar al Amado.
Andan muriendo porque los ame y ansí ponen la vida en entender cómo
le agradarán más» (17). Como se advierte, la Santa es harto realista. Fren-
te a las señales del amor de Dios de algunos quietistas, que las centraban
en sentimientos orgánicos (17 bis), ella insiste en el ejercicio de virtudes
sólidas y olvido de sÍ. Aunque el alma no tenga sino esta certeza moral, le
debe bastar para andar confiada, alegre y quieta en el camino espiritual,
sin hacer caso a las tentaciones de temor con que acometerá eldemo··
nio (17 ter).
valor, de la excelencia del amor. Toda la obra teresiana tiene muy presente
la valía del amor. Si es grato hablar del amor, es con todo :mucho más in-
teresante poseerlo (18). Hablando de las heridas de amor nos presenta al
alma plenamente convencida de «ser cosas preciosas» (19). Por 1'0 mismo
la estimación la extiende a las almas que se sienten heridas del amor. En
la Af~tobíografía nos ha dejado la Santa el relato de su entrevista en Toledo
con el P. CarcÍa de Toledo. Le encuentra lleno de amor. Al escribir des-
pués la entrevista se expresa de esta manera: «¡Oh, Jesús mío, qué hace
un alma abrasada en vuestro amor! ¡Cómo la habíamos de estimar en
mucho y suplicar al Señor la dejase en esta vida!» (20). Este amor de
Dios es para ella un auténtico «tesoro» (21), que «trae consigo todos los
bienes» (22) cuando se posee en perfección.
Esta estima del amor divino causa en la Santa una doble actitud. En
primer lugar, en orden a los bienes creados una valoración correcta, con-
cretada en una actitud de desapego y contentamiento con poco. Hablan-
do en las Fundaciones de las penurias sufridas en la fundación toledana,
recomienda la pobreza en los edificios religiosos de su Reforma: «Pues
de una celda es lo que gozamos con tino, que ésta sea muy grande y bien
labrada ¿qué nos va? ... considerando que no es la casa que nos ha de
durar siempre, sino tan breve tiempo como es el de la vida, por larga que
sea, se nos hará todo suave, viendo que mientras menos tuviéremos acá,
más gozaremos en aquella eternidad adonde son las moradas conforme al
amor con que hemos imitado la vida de nuestro buen Jesús» (23).
La otra vertiente teresiana se orienta a la actividad. Es el amor lo que
en definitiva califica el valor de la misma (24). Es como la varita mágica
que todo lo que toca convierte en 'Oro. Este principio del valor del amor
sobre toda otra actividad, y la impregnación necesaria de éste para la
valía del apostolado, hace que se encuentre en el amor un medio de acción
apostólica constante y fecunda. El amor es cosa valiosa, por lo mismo nun-
ca el alma ha de cesar de ejercitarlo. «Aunque sean pequeñas no dejéis
de hacer por Su Majestad lo que pudiéreis, el Señor lo pagará; no mirará
sino al amor con que las hicierdes» (25). Y a las almas llegadas a las Sépti-
mas Moradas, que se sienten en el recinto del convento como águilas enjau-
ladas en sus vuelos de amor, y que no pueden convertir a las hermanas
por ser estas almas buenas, la Madre Teresa les muestra otros derroteros;
mejora de las hermanas y con ello del valor de su oración apostólica, y de
todos modos: «El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el
amor con que se hacen, y como hagamos lo que pudiéremos hará Su Ma-
jestad que vamos pudiendo cada día mlÍs y más, como no nos cansemos
luego» (26). Así Santa Teresa empalma con la más pura tradición cristia-
na que ha colocado la caridad en la cima del monte de la perfección.
Esta valía intrínseca del amor hace que Santa Teresa aconse.je pro-
curarlo y admitirlo por los medios que Dios lo envía, por dolorosos que
sean. Escribiendo a doña Luisa de la Cerda, aquejada de frecuentes y do-
(27) cta. 35, 2. (28) cta. 417, 5. (29) V. 33, 4. (30) V, 33, 4.
(31) M3, 1, 7-8. (32) V. 22, 14. (33) V. 11, 1. (34) V. 11, 1.
(35) V. 11, 14. (35 bis) V. 11, 16.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 615
mas amor a quien nos hace algunos bienes del cuerpo, quien siempre pro-
cura y trabaja de hacerlos al alma, ¿por qué no le hemos de querer?» (54).
Su experiencia personal la ha llevado a la conclusión de la importancia
de este amor, para aprovecharse en el espíritu y poner por obra grandes
cosas en el servicio de Dios (55). Pero la Santa recomienda cautela. Ha de
ser vigilado el modo de proceder de los directores. Si con él se mantie-
nen procurando sinceramente el aprovechamiento del alma y su trato no
va encaminado a alguna vanidad, no 'se preocupen las almas por el afecto
que por él sientan. Las inquietudes que pone el demonio cesarán des-
preciándolas con el tiempo. Pero si el confesor no procede tim espiritual-
mente, limítese a la simple confesión y aun si es posible se cambie. En
cuanto al trato de las monjas entre sí, quiere exista la ternura natural,
que las haga apiadarse mutuamente de los trabajos de las otras y holgarse
de sus virtudes y evitar toda discordia. Resumiendo su enseñanza, le
dice a sus monjas: «Quiero más que se quieran y amen tiernamente y con
regalo-aunque no sea tan perfecto como el amor que queda dicho, como
sea en general-que no que haya un punto de discordia» (56).
Así ambos amores legítimos, el puro espiritual y el mezclado con algo
de ternura quedan como materia para ser informada por el amor de Dios,
de quien nacen en último término. Ambas formas del amor son la expre-
sión más pura del amor al prójimo y éste para ser perfecto y moralmente
bueno ha de enraizarse en el amor a Dios. Al hablar de los efecfos del
amor a Dios veremos las relaciones con el amor al prójimo.
, Cerremos este apartado sobre las diversas clases de amores con la
diferencia que pone la Mística Doctora entre el amor a Dios y el amor
mundano teniendo en cuenta la amplitud. El amor mundano es un amor
egoísta, un amor de pura concupiscencia, un amor cerrado en el sujeto,
mientms el amor a Dios es ante todo un amor de benevolencia y amistad.
Por lo mismo tiénen características muy diferentes. El amor mundano,
egoísta como és, excluye a los demás del objeto de su amor, pues le
restarían la exclusividad de la. posesión y goce que ansía, mientras el amor
a Dios abre las puertas a la comunicación en el amor. La Santa escribe:
«Oh amor poderoso de Dios, cuán diferentes son tus efectos del amor del
mundo. Este no quiere compañía por parecerle que le han de quitar lo
que posee; el de mi Dios mientras más amadores entiende que hay, más
crece, y ansí sus gozos se tiemplan en ver que no gozan todos de aquel
bien» (57).
del padre Antonio de Jesús: «Es santo y así le trata Dios» (70). En r'eali·
dad, la visión del dolor del justo no era un misterio para el alma de
Teresa. El dolor es regalo amoroso de Dios, ordenado, como na-
cido del amor, al bien de la persona amada, aunque probada. Resu-
miendo esta manera de obra de Dios, escribe: «Terriblemente trata Dios
a sus amigos; a la verdad no les haüe agravio, pues se hubo ansí con
su Hijo» (71). Y estos trabajos Dios los «da conforme al amor que nos
tiene; a los que ama más da de estos dones más, a los que menos, menos.
y conforme al ánimo que vé en cada uno y el amor que ti'ene a Su Ma-
jestad. A quien le amare mucho verá que puede padecer mucho por El;
al que amare poco, poco. Tengo para mí que la medida del poder llevar
gran cruz u pequeña es la del amor» (72). Ya recordamos anteriormente
la relación estrecha que tienen los trabajos con el amor a Dios. No sola-
mente éste es causa ocasional del envío de trabajos, sino efecto y paga
de los trabajos por Dios (73).
Otra virtud íntimamente relacionada con el amor a Dio;s es la obe-
diencia, fruto exquisito del amor. Hemos visto a Santa Teresa colocando
el amor verdadero en un acto de unión de voluntades. Esa unión no es
coordinación, ni justa posición, sino subordinación de la humana a la
divina, en otras palabras: esa determinación de la voluntad humana al
cumplimiento de la divina es la disposición previa a la obediencia, que
no 'es otra cosa sino el paso a la actividad del propósito concebido ante-
riormente. La obediencia es amor de voluntad ante el que ha de ceder
el amor regalado de la oración recogida. Cuando el Superior ordena,
ant'e él ha de ceder la misma oración (74). Y no hay peligro de pérdida
espiritual para el alma que obedecie-qdo ama. Es impo'sible, según Santa
Teresa, que un alma que se ha dete'l'minado a amar a Dios y se deja
guiar por la 'Obediencia, que esa alma pueda perder en el espíritu. Dios
se encarga de su aprovechamiento de «modo que sin entender cómo,
se hallen llenas de espíritu y aprovechamiento» (75). Y 'es que la obe-
diencia es el camino que lleva más presto a la suma perfecciono Esta, nos
ha dicho, no está en los regalos interiores ni arrobamientos, sino en la
conformidad con la voluntad de Dios de tal modo que ninguna cosa
entendamos que quiere que no la queramos con toda nuestra volun-
tad» (76). Y esa unión de voluntades es obra del amor perfecto (77), que
olvida su gusto por contentar a la persona amada. Así, en realidad, en
el abandono de la oración recogida por las 'Obras de obediencia no hay
una sobreestima de la obediencia sobre el amor, sino que las obras de
obediencia vienen a ser actos imperados por el amor. La vida de obe-
diencia es una esclavitud, pero nacida del amor al Señor, por el que oel
alma se somete a la voluntad ajena (78). Y como en el ca'so de los tra-
bajos, los efectos de la entrega amorosa no pueden ser más excelentes.
Una vez dada la voluntad al Señor, el alma se puede «emplear en Dios,
(70) cta. 242, 2. (71) cta. 217, 4. (72) C. V. 32, 7. (73) V. 33, 4:
(74) F. 15, 3. (75) F. 5, 10. (76) F. 5, 10. (77) F. 5, 10.
(78) F. 5, 17.
622 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD
ciados los primeros pasos. Reconciliadas con Dios, pronto volvieron a sus
pecados habituales (90). Entrados en el castillo interior, pronto 'saltaron
la cerca para pasarse al bando enemigo. Otras almas han penetrado un
poco más en las estancias del castillo. Se guardan de pecados mortales,
pero hacen poco caso de los veniales. Han corrido más por el camino
del amor, pero su amistad con Dios es sospechosa, y no exenta, segú:n
Santa Teresa, de retrocesos lamentables, por caídas en pecados grav'es,
dada la continuidad de las ocasiones en que se .meten (91). Un avance
en el camino amoroso supon'e el estado de las almas que se guardan de
pecados veniales, aunque no abandonan del todo las ocasiones y las
comodidades de la vida. Son éstas las pertenecientes a las Terceras Mo-
radas. Lo mismo en ellas que en los Conceptos insiste Santa Teresa en
que no es ésta la amistad perfecta que pide la Esposa. Para llegar a ella
hay que correr aún más velozmente, quitar los obstáculos, penetrar per-
severantemente en el Ca'stillo Interior. Es la obra de las Moradas más
interiores. Un alma que ha llegado a ellas, con la ayuda de Dios, logra-
rá cada vez una mayor espiritualización, el amor propio irá perdiendo
lúgar para dárselo al divino, y se llegará al amor puro de Dios. Es éste
el amor de los perfectos, el amor sin interés, puramente espiritual, donde
el corazón se fija en Dios y la mirada del alma va dirigida rápida y cons-
tantemente a la gloria divina, llegando incluso al desapropio de las mer-
cedes de Dios, deseando se las dé a almas qll'e mejor las aprovechen (92).
El alma, llegada a estas alturas, mira tranquila a las tormentas de la
vida y se preocupa muy poco de los consuelos de la vida (93), Y aun los
consuelos celestes pasan a &egundo plano, preocupada ante todo por
contenta·r al Señor. Sencillamente el amor de concupiscencia, propio de
la esperanza, sin dejar de existir, no aflora en la candencia como moti-
vo de acción. El amor a Dios de amistad, como es el amor de caridad, en
sus diversas formas es el motor de actividad del espíritu. Antes de
llegar a estas cima's, el alma ha sentido los afectos intensos del amor de
esperanza, las penas por la posesión del Amado. Llegada al grado su-
premo del amor estas manifestaciones han dejado, normalmente, de ma-
nifestarse para dar lugar al amor más puro de amistad (94).
El amor teresiano, pues, es un amor dinámico, activo, que siempre
está en crecimiento hasta la total transformación amorosa en que el
alma canta:
Ya toda me entregué y di.
Y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí,
y yo soy para mi Amado.
(90) CA. 2, 18. (91) CA. 2, 24. (92) V. 10, 4. (93) M6, 9, 21.
(94) M6, 21, 22.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 625
Pero Santa Teresa no solamente conoce los -estímulos del amor, sabe
también de 'sus impedimentos. Es harto conocida su descripción del alma
en pecado mortal. Como ha visto las últimas raíces del amor en el mismo
Dios y el alma en gracia -es para ella árbol plantado cabe las aguas de
vida, fuente pura derivada de la fuente de toda pureza, así por el con-
trario el pecador es árbol plantado junto al agua cenagosa, es fuente im-
pura nacida de otra impureza mayor, Conoce muy bien los amores desas-
trados que han hurtado el nombre al auténtico amor, ha visto la contradic-
ción interna de la vida de gracia y pecado, pues si el alma en gracia
busca contentar a Dios, el fin del pecador «es hacer placer al demo-
nio» (147) yha visto -en el pecado una guerra campal contra el Señor (148).
Junto al pecado mortal, causa de total abandono y retroceso en el
amor, la Santa Reformadora ha visto en el amor propio una de las cau-
sas de no aprovechar -en el amor. En el amor a DiÚ's, se busca su agrado,
darle gusto, procurar .su honra y gloria, El amor propio, amor concupis-
cente, búsqueda de sí propio, egoísmo, Por lo mismo, impedimento para el
amor. De ahí la necesidad de pasar esa posición espiritual para pasar a
la unión con Dios. La Santa es clara. Hablando de la unión en las Quin-
tas Moradas, exige terminantemente la muerte del feo. gusano: «Muera
ya este amor propio, y nuestra voluntad y el estar asidas a ninguna de
la t1erra» (149). Así, muerto el gusano, el alma quedará convertida en
bella mariposa, capaz de volar a Dios. El amor propio es el que re-
tarda la entrega total a Dios, requisito indispensable para llegar a la
perfección del amor. Santa T'eresa, en repetidas ocasiones nos habla
de la necesidad del vacío total de nosotros para la entrega total de
Dios. Esta remisión que la criatura presenta a veces para darse d-el
todo a Dios, es la causa de la falta de disposición adecuada al amor per-
fecto (150). Nuestras entregas a Dios son entregas parciales, ofrecimiento
de los frutos, y el Señor quiere también las raíces.
El amor propio viene en definitiva a concentrar en sí las razones más
particulares de los impedimentos al amor. Los demás vicios no son sino
formas de este amor propio polifacético. Ello explica la insistencia de
Santa Teresa en este vencimiento del amor desordenado, y en las exigen-
cias d-e la entrega total, que supone la transposición del amor a su le-
gítimo orden.
Visto lo que le hace crecer y nbstruye, digamos que Santa Teresa con-
cibe al amor como una fuente de perenne actividad. Nunca está ocioso.
Obra donde se halla y las obras en su perfección concreta son la garantía
del amor. Hemos considerado anteriormente el crecimiento en el amor,
que 'en realidad no es 'sino una necesidad interna de la psicología del
amor. La Santa tiene presente este carácter del amor para juzgar sobre
la autenticidad de ciertas gracias místicas y su valoración. Al tratar de
las almas de las Quintas Moradas, no concibe llegar a ellas sin un ejer-
(147) M1, 2, 21. (148) E. 14, (149) M5, 2, 6. (150) V. 11, 1.
632 FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO, OCD
ble de por sí, cambia de aspecto y se le pierde el temor (175) yen cuanto
al juici:o divino el alma queda con confianza de una sentencia favora-
ble (176). Hasta -el mismo trato con DiO's queda poco a poco cambiado y
se hace cada vez más confiado, capaz de llegar a la petición del óscu¡lo
divino (177) y atreverse a dar quejas amorosas al Señor, como Santa
Marta (178).
Pero aún señala más efectos la Mística Doctora. El amor es el medio
de purificación previo a la unión con el Señor. Santa Teresa nos descri-
be la pena, causada por el amor insaUsfecho y por las heridas de amor
y los compara al fuego del purgatorio (179). Es la máxima purificación.
En adelante, purificada, ya puede cantar con San Juan de la Cruz: «Oh
cauterio suave ... ».
A los efectos espirituales causados en el alma, añadamos los que el
amor obra en el cuerpo. Santa Teresa habla de ellos, también. En el
Camino de Perfección recuerda la muerte de amor y otras que se han
visto en muy próximo peligro (180), mientras que en las Séptimas Moradas
habla del -efecto confortativo que recibe de la unión con el Señor (181).
Nada advierte sobre estas mercedes divinas, pero se muestra cautelosa
sobre los efectos corporales en estados más inferiores, aconsejando a la's
prioras vigilancia e incluso cese de oración unida a una mayor alimen-
tación (182).
En orden a Dios el amor se manifiesta porr la idea de solicitud por lo
divino y por la idea de servicio. El amor es el móvil de toda la actividad
y la idea de servicio está en la Santa expresada con una mucho mayor
insistencia que la misma idea nupcial. Es decir, que mientras la idea
nupcial en el amor no aparece sino mucho más tarde, la idea del servicio
a Dios está presente desde los primeros grados del amor. Un servicio,
que a no existir el peligro de condenación, la Santa desearía fuese eter-
no (183). Y ese servicio divino se halla acompañado de un intenso gozo,
ya se vea realizado por el alma misma ya por otros (184).
El amor a Dios por parte del alma se halla conespondido por la efu-
sión de la bondad divina sobre las almas amantes. Dios es fiel, y tnun-
ca abandona en 10's peligros. Busca y obra la capacitación para la recep-
ción de los dones divinos y las manifestaciones secretas de Dios (185).
Las mismas mercedes divinas, con tener el aspecto de gratuidad que
Santa Teresa afirma, con todo, en ocasiones, están condicionada's al amor.
Parece ser una idea arraigada en ella que la rareza de las comunica-
ciones divinas tenga su última causa en la falta de disposición hu-
mana (186).
Los efectos que causa el amor en relación a los prójimos son también
varios. En primer lugar, podemO's recordar el buscar la amistad de per-
sonas santas y la pena que causa la pérdida de estas personas espiri-
tuales y santas (187). Sin embargo, es el cdo por la salvación y bien
de los prójimos la más frecuente manifestación del amor a Dios. Santa
(175) V. 21, 7. (176) C. V. 40, 8. (177) CA. 1, 12. (178) E. 5.
(179) M6, 11, 6; V. 39, 23. (180) C. E. 31, 5. (181) M7, 4, 12.
(182) F. 6, 3. (183) M5, 4, 12. (184) Cta. 154, 1. (185) V. 40, 1.
(186) Cta. 74, 6. (187) F. 30, 9.
DOCTRINA TERESIANA DEL AMOR DE DIOS 635
(193) S. FRANCISCO DE SALES, Tratada del Amor de Dios. Madrid, BAC, 1954,
prólogo, p. 18.