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LA MOSTAZA

1. ESCUCHAR LA PARÁBOLA
18 Jesús añadió: —¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué le
compararé?19 Es como un grano de mostaza que un hombre sem-
bró en su huerto; creció, se convirtió en árbol y las aves del cielo
anidaron en sus ramas.20 De nuevo les dijo: —¿A qué compararé el
reino de Dios?21 Es como la levadura que una mujer toma y mete
en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta. (Lc 13,18-21)

2. CONOCERLA MEJOR
Una parábola en tres versiones.
¿Con qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo
expondremos? Sucede con él lo que con un grano de mostaza.
Cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las se-
millas. Pero, una vez sembrada, crece, se hace mayor que cualquier
hortaliza y echa ramas tan grandes, que las aves del cielo pueden
anidar a su sombra (Mc 4,30-32).
Les propuso otra parábola: —Sucede con el reino de los cielos lo
que con un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en
su campo. Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando
crece es mayor que las hortalizas y se hace como un árbol, hasta el
punto de que las aves del cielo pueden anidar en sus ramas (Mt
13,30-32).

Mateo insiste en la pequeñez de la mostaza (una semilla de bras-


sica nigra o la sinapis albis, pesa apenas un miligramo y tiene un
diámetro de un milímetro; esta planta anual alcanza en pocas se-
manas de un metro y medio hasta tres). Lucas no menciona la pe-
queñez del grano ni el tamaño de la planta: habla de un «árbol».
Marcos, más modesto, dice que es la mayor de las hortalizas. En
cuanto al paradero de los pájaros, en Marcos anidan «a su som-
bra» y en Lucas «en las ramas».
La levadura simboliza en general el papel del mal que todo lo in-
vade aunque a veces la Escritura subraya también su poder como
fermento: una vez añadida a la harina, cala en toda la masa y afec-
ta a todas las partículas. Para las dos comidas de una familia solo
era preciso medio kilo de harina y frente a esta cantidad, las tres
medidas de harina con que la mezcla una mujer son una medida
exorbitante: equivalen a unos 40 kilos y con esa cantidad pueden
comer alrededor de 150 personas. Es la cantidad de harina que pi-
dió Abraham a Sara que amasara para agasajar con esplendidez a
los tres huéspedes que habían llegado a Mambré (Gn 18,6). La
abundancia de pan evoca la esplendidez de los banquetes, imagen
de la plenitud del final de los tiempos.
Dios empieza por realidades pequeñas. El Reino de Dios tiene
comienzos insignificantes, pero sus efectos serán visibles para to-
dos. Su pequeño principio posee una increíble capacidad de trans-
formación: la potencia de Dios para transformar el mundo. De es-
to está seguro Jesús en medio del desconcertado y perdido puñadi-
to de discípulos que le rodea. Por eso es decisivo el momento pre-
sente y no hay que esperar solamente al fin: en Jesús está ya pre-
sente el Reino, aunque sus efectos no se revelarán hasta el final.
Otras miradas. «Para un oyente despierto del tiempo de Jesús, el
detalle de “plantar la mostaza en el jardín” constituía una adver-
tencia. En la visión judía del mundo se identificaba el orden con la
santidad y el desorden con la impureza, y por eso había reglas
muy estrictas sobre qué se podía plantar en un jardín doméstico.
La ley rabínica establecía que no se podían mezclar ciertas plantas
en el mismo jardín. Estaba prohibido plantar una semilla de mos-
taza en un jardín doméstico porque se extendía rápidamente y
tendía a invadir el espacio de los vegetales. Al afirmar que ese
hombre plantó un grano de mostaza en su jardín, se advierte a los
oyentes que estaban haciendo algo ilegal. Así, en esta parábola,
una imagen impura se convierte en el punto de partida para la vi-
sión que Jesús tiene del reino de Dios».

3. DESCUBRIR SUS ARMÓNICOS


Eliminar la levadura era en Israel signo de renovación y purifica-
ción: «Haréis desaparecer de vuestras casas toda levadura, el que
coma algo fermentado será excluido de Israel» (Éx 12,15) y las
ofrendas se comerán sin levadura y en lugar sagrado (Lv 6,6).
«Absteneos de la levadura de los fariseos», recomendaba Jesús (Mt
16,5-89) y también para Pablo es símbolo de corrupción: «¿No sa-
béis que con una pizca de levadura fermenta toda la masa? Extir-
pad la levadura vieja para ser una masa nueva» (1Cor 5,6-7).
La pequeñez de la mostaza debía ser algo proverbial entre los
judíos y por eso Jesús recurre a ella con frecuencia: «Si tuvierais fe
del tamaño de un grano de mostaza, diríais a este monte: “Traslá-
date allá” y se trasladaría; nada os sería imposible» (Mt 17,20).
Además de su pequeñez, evoca también el simbolismo de la muerte
y de la vida, como el grano de trigo que muere y da mucho fruto
del que hablaba Jesús (Jn 12,24).
Pablo utiliza también esta simbología: «Lo que tú siembras no
germina si antes no muere. Dios proporciona a cada semilla el
cuerpo que le parece conveniente» (1Cor, 15,37-44). Hay una se-
mejanza en los diferentes estados de una semilla: primero, la semi-
lla muerta; más tarde, la vida producida por el milagro de la ac-
ción de Dios que, de los comienzos más humildes, de la nada a los
ojos humanos, hace surgir su Reino.
Se acentúa el contraste con la altura de los grande árboles, sím-
bolo en Israel del poder terreno: Ezequiel habla de los cedros del
Líbano y Daniel ve en una visión «un árbol de gran altura que cre-
ció y se hizo corpulento; su copa tocaba el cielo, y se lo veía desde
los extremos de la tierra. Su follaje era hermoso, su fruto abun-
dante y había en él alimento para todos; a su sombra se cobijaban
las bestias del campo, en sus ramas anidaban los pájaros del cielo,
y todo ser viviente se alimentaba de él»... (Dan 4,8-9).
Pero esa altura de los grandes árboles es una imagen de la so-
berbia humana que se engríe ante Dios y que Él abatirá: « Cesará
la mirada altiva, se acabará la arrogancia humana; aquel día solo el
Señor será exaltado, pues será el día del Señor todopoderoso: con-
tra todo lo arrogante y encumbrado, contra todo lo altivo para
abatirlo. Contra todos los cedros del: Líbano llenos de arrogancia y
altivez...» (Is 2,12-13).
La humildad de los orígenes es otra línea conductora de la histo-
ria de salvación: «El Señor se fijó en vosotros y os eligió, no por-
que fuerais más numerosos que los demás pueblos, pues sois el
más pequeño de todos, sino por el amor que os tiene…» (Dt 7,7-
8). David había sido elegido por Dios aunque era el más pequeño
de los hijos de Jesé, «porque la mirada de Dios no es como la del
hombre: el hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón»
(1Sam 16,7).
Jesús considera a los pequeños como los más importantes: «Lla-
mó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: — Os aseguro que
si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el reino
de los cielos. El que se haga pequeño como este niño, ese es el ma-
yor en el reino de los cielos» (Mt 18,1-4). Por eso sus discípulos
deben perderle el miedo a su insignificancia: «No temáis, pequeño
rebaño, vuestro Padre ya sabe lo que necesitáis» (Lc 12,31).

4. IMAGINARLA EN UNA VIDA


Habla un discípulo: Natanael
Hacía aún poco tiempo que habíamos comenzado a caminar jun-
to a Jesús, cuando un sábado en la sinagoga escuchamos en la lec-
tura profética una parábola del libro de Ezequiel: en ella, un águila
gigante y de poderosas alas, volaba al Líbano, arrancaba un esque-
je del cogollo más alto de un enorme cedro y lo plantaba en otro
lugar. El futuro de ese cedro, afirmaba el profeta, sería glorioso:
echaría ramas frondosas, llegaría a ser un cedro magnífico y todos
los pájaros vendrían a anidar en él y a cobijarse a su sombra (Ez
17,1-24).
A la salida de la sinagoga, Natanael a quien siempre atrae todo lo
grandioso y espectacular, manifestó su admiración por las imáge-
nes de la parábola que acabábamos de escuchar: tanto el poderío
de aquella águila como la majestad del cedro, decía, le hacían com-
prender mejor lo que sería el Reino de Dios.
Jesús le escuchaba en silencio y en aquel momento no supimos
interpretar si estaba o no de acuerdo con las opiniones de Nata-
nael. Lo supimos más tarde, el día en que comparó el Reino con un
grano de mostaza que es la más pequeña de todas las semillas y
todos entendimos que, frente al poderío del cedro, él entendía de
una manera distinta de Ezequiel el crecimiento del Reino.
Quizá por eso dijo en otra ocasión mientras contemplaba de le-
jos las murallas de la gran Jerusalén que su mayor deseo era cobi-
jarla bajo sus alas, como hacen una gallina con sus polluelos, pero
ella no había querido. Pero necesitábamos más tiempo de convi-
vencia con él para irnos acostumbrando a su lenguaje y a sus sor-
prendentes opiniones y preferencias.
Hablaba con entusiasmo de Nazaret, su pueblo, aunque había es-
cuchado más de una vez burlas sobre la humildad de aquella aldea
perdida de Galilea y Felipe, que nunca se calla nada, contó un día
en el grupo que, cuando Natanael le oyó hablar de Jesús y le dijo
de dónde era, opinó con desconfianza: “¿Cómo va a salir algo
bueno de un sitio como Nazaret? (Jn 1,46).
El pobre Natanael protestó avergonzado, diciendo que lo había
dicho antes de conocer a Jesús y que no tenía nada en contra de
Nazaret. Pero, a pesar de sus protestas, no conseguía ocultar sus
preferencias y otro día al salir del templo, se le ocurrió decir:
“Maestro, ¡mira qué sillares y qué edificios!”
A Jesús no debía haberle impresionado demasiado tanta magnifi-
cencia y comentó algo sobre la pronta ruina que iba a sobrevenir
sobre todo aquello (Mc 13,1-2).
Y es que era extremamente reacio a quedarse en las formas y
apariencias de las cosas o de las personas: su mirada perforaba las
apariencias y era capaz siempre de intuir y detectar lo más escon-
dido del corazón para encontrar allí semillas invisibles de bondad y
de rectitud.
Quizá por eso se mostraba distante ante la fama o las pretendi-
das virtudes de quienes alardeaban de ser grandes orantes, peni-
tentes o limosneros y se dejaba conmover en cambio por los pe-
queños gestos de oculta generosidad, como el de aquella pobre
viuda que había echado en el cepillo del templo todo lo que necesi-
taba para vivir (Mc 12,41-44).
Se fijaba en todo, no pasaba por alto los pequeños detalles, como
el de recomendar que el agua que se ofreciera para beber “a uno
de esos pequeños” estuviera fresca (Mt 10,42).
Cuando le vimos un día arrastrado por las calles de Jerusalén,
llevado de un poder a otro, recordamos lo que dijo el profeta
Isaías hablando del Siervo de YHWH y lo vimos como un brote,
como una raicilla de tierra árida, sin figura ni belleza (Is 53,2).
Pero los que hoy vivimos gracias a su resurrección de entre los
muertos, sabemos por experiencia que su existencia sepultada en
tierra como un granito insignificante de mostaza, se ha convertido
en un gran árbol y en sus ramas pueden venir a cobijarse todos los
pájaros.

5. CONSTRUIR EL REINO DESDE LA PEQUEÑEZ

Desde una anécdota…


¿Pero para qué te tomas la molestia de fregar así? ¿Piensas que
con eso vas a solucionar el problema de la sequía? ¡Con la cantidad
de agua que desperdicia la gente llenando sus piscinas y hasta el
Ayuntamiento regando los parques...!
En vez de pegarme un corte y contestarme alguna impertinencia
que es lo que me merecía, me ha mirado sonriendo y me ha dicho
algo que creo no voy a olvidar: —Ya me lo dicen también Eduardo
y los niños, pero es que estas cosas pequeñas son las únicas que yo
puedo hacer y me he propuesto cerrarle el paso a la postura del
«total-para-qué»...
Posiblemente ella no se ha dado cuenta del efecto que me hicie-
ron sus palabras y cuánto me han sacudido por dentro: y es que
con esa fórmula auto-tranquilizante del «total-para-qué», yo justi-
fico muchas veces la pasividad de mi conducta y acallo muchas in-
quietudes. Y lo malo es que no me pasa solo a mí, sino que es una
manera de reaccionar muy frecuente: total-para-qué el esfuerzo de
reciclar o de reducir el consumo de agua...; total-para-qué denun-
ciar los gritos y amenazas que oímos en casa de los vecinos o el
acoso a un compañero de trabajo o el abuso de poder también
dentro de la Iglesia...
En el fondo es porque pensamos que nuestros gestos, palabras o
acciones son insignificantes, demasiado pequeños como para cam-
biar algo... Por eso me han sonado a nuevas las parábolas del
grano de mostaza y de la levadura, y me ha parecido que con ellas
Jesús estaba contestando a los «total-para-qués» de sus discípulos,
desconcertados y desanimados al ver que eran pocos y que no te-
nían poder ni influencias. Y se me iluminan también las reacciones
de los discípulos y discípulas de Jesús el primer día de la semana:
total-para-qué, debieron pensar ellos, encerrados a cal y canto en
el cenáculo: para qué tomarse el trabajo inútil de embalsamar a un
crucificado, para qué correr ese riesgo. Jesús está muerto y bien
muerto y nosotros mismos hemos visto la herida de su costado...
No podemos hacer nada y lo más sensato es quedarnos aquí, como
los tres monos sordos, ciegos y mudos.
También ellas, las mujeres que le habían seguido desde Galilea y
habían estado mirando de lejos su muerte, sabían que su unción
no iba a devolverle la vida y que sus perfumes carecían del poder
de derrotar a la muerte, pero al menos conseguirían el pequeño
triunfo de retrasar unos días la corrupción del cadáver. Y dejando
atrás los total-para-qué, corrieron hacia el sepulcro en la madru-
gada de aquel primer día de la semana. Cuando llegaron, ya no ha-
bía piedra que correr ni cadáver que ungir y el Resucitado les salió
al encuentro, dando la razón para siempre y cargando de sentido
aquel gesto suyo y con él todos los mínimos pasos y compromisos
de nuestras vidas.
A nuestros escépticos total-para-qués les caducó el código de ba-
rras en aquella mañana, se convirtieron en basura nuclear, tan in-
servibles ya como los lienzos y sudarios abandonados en el sepul-
cro.
Me doy cuenta de lo lejos que me han llevado sus palabras… Es
como si el agua que aquella mujer cuidaba tanto esta noche, se
hubiera convertido en un río que me ha llevado hasta Galilea si-
guiendo su corriente.

6. ENCONTRAR UN TESORO

Eres como aquel hombre que sembró en su jardín: tienes en tus


manos el grano de mostaza de mi vida, y como conoces mi insigni-
ficancia, me invitas a contemplar el resultado final y a fiarme de
las fuerzas ocultas de crecimiento que has escondido en mi peque-
ñez.
Eres la Palabra sembrada en mi corazón: parece frágil e inconsis-
tente, pero cuando la dejo germinar y crecer, se convierte en un
gran árbol que ofrece sombra a los cansados.

LA MOSTAZA

(Mateo, VIII, 31-32 – Marcos, IV, 30-32 – Lucas, XIII, 18-19).


Consideremos aquí, el Reino de los Cielos como todo lo que está
por encima y por debajo, a la derecha y a la izquierda de nosotros,
todo ese inmenso espacio, infinito, inconmensurable, donde se me-
cen los astros y brillan las estrellas; todo ese Éter que nos parece
vacío, pero que en verdad, encierra multitudes de seres y de mun-
dos, donde se exhiben maravillas del Arte y de la Ciencia de Dios.
Para quien lo ve desde la Tierra, con los ojos del cuerpo, su cono-
cimiento parece insignificante, como lo es un grano de mostaza.
Pero, después de estudiarlo, así como después que se planta la si-
miente, nuestra inteligencia se dilata, como se dilata la simiente
cuando germina; se transforma nuestro modo de pensar, como le
suele suceder a la simiente ya modificada en hierba; y el conoci-
miento del Reino de los Cielos crece en nosotros como crece la
mostaza, hasta el punto de volvernos un centro de apoyo alrede-
dor del cual revolotean los espíritus, así como los seres humanos
que sienten la necesidad de ese apoyo moral y espiritual, de la
misma forma que los pájaros, para su descanso, buscan los árboles
más exuberantes para gozar de la sombra benéfica de sus ramajes.
El grano de mostaza sirvió dos veces para las comparaciones de
Jesús: una vez lo comparó al Reino de los Cielos; otra, a la Fe. El
grano de mostaza tiene sustancia y un grano produce efecto re-
vulsivo. Esa misma sustancia se transforma en árbol; después da
muchas simientes y muchos árboles y hasta sus hojas sirven de
alimento. Pero es necesaria la fertilidad de la tierra, para que tra-
baje la germinación, haya transformación, crecimiento y fructifi-
cación de lo que fue simiente; y es necesario, a su vez, el trabajo de
la simiente y de la planta en el aprovechamiento de ese elemento
que le fue dado. Así ocurre con el Reino de los Cielos en la interio-
ridad humana; sin el trabajo de esa “simiente”, que es hecho por
los Espíritus del Señor; sin el concurso de la buena voluntad, que
es la mejor fertilidad que le podemos proporcionar; sin el esfuerzo
de la investigación, del estudio, no puede aumentar y engrandecer-
se en nosotros, no se nos puede mostrar tal como es, así como la
mostaza no se transforma en hortaliza sin el empleo de los requi-
sitos necesarios para esa modificación.
La Fe es la misma cosa: se parece a un grano de mostaza cuando
ya es capaz de “transportar montañas”, pero su tendencia es
siempre para el crecimiento, a fin de operar cambio para un cam-
po más extenso, más abierto, de más dilatados horizontes. La Fe
verdadera estudia, examina, investiga, sin espíritu preconcebido, y
crece siempre en el conocimiento y en la vivencia del Evangelio de
Jesús. El Espíritu, con sus acciones positivas, a veces extraordina-
rias, pero otras en el caminar de cada día, viene a dar un gran im-
pulso a la Fe, descubriendo para todos el Reino de Dios. Así como
el Reinado Celeste abarca el infinito, la Fe es todo y de ella todos
necesitan para crecer en la experiencia interior de la verdad que
da sentido a nuestra vida.

BENDICIÓN

Os invito ahora a dejaros bendecir, a acoger la brisa del Espíritu,


para ser bendición y misericordia para todos…

ACOGE LA BENDICIÓN PARA TI Y TU FAMILIA…

Que Dios te bendiga con la INCOMODIDAD,

frente a las respuestas fáciles, las medias verdades, las relaciones


superficiales, para que seas capaz de profundizar dentro de tu co-
razón.

Que Dios te bendiga con el CORAJE,

frente a la injusticia, la opresión y la explotación de la gente, para


que puedas trabajar por la justicia, la libertad y la paz.

Que Dios te bendiga con LÁGRIMAS,

para derramarlas por aquellos que sufren el dolor, el rechazo, el


hambre y la guerra, para que seas capaz de estar a su lado, recon-
fortándolos y convertir su dolor en alegría.

Que Dios te bendiga con suficiente LOCURA,

para creer que Él puede hacer diferente este mundo con tu pobre-
za, para que creas que Dios puede lo que otros proclaman imposi-
ble.

Que Dios te bendiga con la NOCHE,

para que tus ojos se abran a una luz mayor, a una verdad por des-
cubrir, para que te haga entrar en comunión con la noche de los
que ahora no ven, para que descubras una mirada que siempre ha
estado y siempre estará.

Que Dios te bendiga con la SOLEDAD Y EL ABANDONO de


todos,

para que empieces por fin a darte cuenta de quiénes son y de


quién eres tú, para que te descubras en tu desnuda verdad y
aprendas a AMAR.

Que Dios te bendiga con el CANSANCIO,

para que, por fin, descanses de ti mismo y de lograr, para que


aprendas a respirar, a estrenar, para que Dios descanse en ti y
contigo.

Que Dios te bendiga con la POBREZA, la DESNUDEZ y el


VACÍO que te asusta,

para que gustes la verdadera riqueza, el don inapreciable, y te de-


jes arropar y evangelizar por los pobres,

Señor, bendíceme, bendícenos a todos, nuestros hijos, nuestras


hermanas y hermanos, con lo que tú sabes más necesitamos, con
lo que tú más necesitas, COMO Tú tengas a bien….
Examen de conciencia

Desde el primer día hemos tratado de reflexionar sobre


la fe, sobre nuestra fe, como un verdadero encuentro con
Dios, como un encuentro con Cristo, quien quiso compartir
nuestras vidas para que pudiéramos vivir de la gracia y la
misericordia del Padre…
Por ello hacemos un ejercicio de interioridad en
nosotros mismos, en nuestra vida humana y cristiana… para
poder pedir perdón.

No podemos encontrarnos con Cristo cuando la


tristeza embarga toda nuestra existencia.
• Confesamos, Señor, que la falta de sentido de la
vida, la falta de amor y la falta de medios para hacer
realidad el proyecto del Reino, nos roban la alegría, fruto de
la esperanza.
Danos, Señor, tu perdón, y llénanos de la alegría que
da la confianza.
No podemos encontrarnos con Cristo cuando el
derrotismo se adueña de nuestra vida.
• Confesamos Señor, que la sospecha de que todo
esto no tiene futuro y que nada podemos hacer para
cambiar las cosas, unido a nuestra actitud de infravalorar los
pequeños y humildes signos del reino que son perceptibles
en nuestro derredor, nos roban la quietud, hija de la
esperanza.
Danos, Señor, tu perdón, y haznos inquietos, vigilantes
para descubrir los rastros de la acción de tu Espíritu.
No podemos encontrarnos con Cristo cuando la
indiferencia se apodera de nuestras conciencias.
• Confesamos, Señor, nuestra impasibilidad ante el
sufrimiento ajeno, nuestra despreocupación ante la muerte
injusta de tantos y tantos seres humanos, nuestra
irresponsabilidad ante la abismal diferencia entre ricos y
pobres.
Danos, Señor, tu perdón, y haznos trabajadores
comprometidos de tu mies, para que el Reino de la paz, la
justicia y la fraternidad vaya germinando entre nosotros.
No podemos encontrarnos con Cristo cuando
la impaciencia nos exaspera y desespera.
• Confesamos, Señor, nuestras prisas, nuestros
anhelos de resultados inmediatos, nuestra impaciencia ante
la lentitud de los procesos, y nos cansamos de esperar.
Danos, Señor, tu perdón y haznos pacientes
sembradores del Evangelio.
No podemos encontrarnos con Cristo cuando
dejamos de orar y de acercarnos a los sacramentos.
• Confesamos, Señor, que, cuando nos alejamos de
la vida de oración, disminuye nuestro deseo de Ti y se
debilita nuestra confianza en ti. Y entonces somos presa de
nuestra propia vanidad, creyendo que nosotros podemos
salvar al mundo.
Danos, Señor, tu perdón, y danos perseverancia en la
oración que nace de la confianza de que tú quieres y puedes
salvarnos.
No podemos encontrarnos con Cristo cuando
nos dejamos arrastrar por el consumismo.
• Confesamos, Señor, que poseemos tantos bienes
que hemos llegado al hartazgo. Confesamos, Señor, que la
preocupación por satisfacer nuestros deseos materiales, nos
ha insensibilizado para captar la necesidad más honda de
toda persona: Tú mismo.
Danos, Señor, tu perdón, y danos mesura y sobriedad
para que Tú también tengas cabida en la vida de toda
persona.
• ¿Hasta qué punto Dios ocupa el primer lugar en
mi vida y en mi corazón?
• ¿Cómo es mi relación con Dios? ¿Es confiada y
filial, o es interesada y fría? En la prueba, en la adversidad y
en la enfermedad, ¿confío en Él?
• ¿Le escucho, como María acogió y creyó, o, por el
contrario, me guío únicamente por mis propios criterios?
• ¿Cómo es mi relación con los demás? ¿Trato de ser
generoso, comprensivo? ¿Perdono cuando creo que me
ofenden? ¿Vivo enemistado con alguien? ¿Vivo demasiado
pendiente de mí mismo y me olvido de los demás? ¿Procuro
decir bien de los demás y callar en el momento oportuno?
• ¿Estoy apegado a los cosas, soy egoísta, o, por el
contrario, estoy dispuesto a compartir?
• ¿Hago lo posible para que mi mente y mi corazón
estén siempre orientados hacia el bien? ¿Trato de pensar
bien? ¿Mi corazón es un corazón limpio, libre de
esclavitudes, capaz de amar siempre?
• ¿Procuro actuar siempre de acuerdo con mi
conciencia?
Petición comunitaria de perdón.
+ Por los pecados de nuestra sociedad: los deseos
de guerra, los actos terroristas, las acciones vandálicas, la
delincuencia y la inseguridad ciudadana, el poco valor que
se da a la vida humana y el respeto a los demás; por la
veneración hacia el dinero y hacia los bienes materiales, por
los abusos a inmigrantes, por la explotación del hombre por
el hombre, por los contratos basura y el empleo temporal,
por las bolsas de pobreza en las grandes ciudades... SEÑOR,
ESCUCHANOS, SEÑOR SALVANOS…

+ Por los pecados de nuestra Iglesia y de las


comunidades cristianas: la falta de valentía en la
denuncia de todas las injusticias, la tolerancia de algunos
pecados sociales, las faltas de omisión en el compromiso con
los débiles y con los pobres, la caridad que falta en el trato
con los que son críticos con ella, la colaboración que falta
con grupos de otras ideologías que comparten con nosotros
la búsqueda de un mundo más humano, la falta de
testimonio de Jesús en todos los ambientes... . SEÑOR,
ESCUCHANOS, SEÑOR SALVANOS…

Personales:
Con humildad y confianza pedimos a Cristo, y le
decimos después de cada invocación: PERDÓN, SEÑOR,
PERDON
• Libéranos de la carga de nuestros pecados. P..
• Libéranos del peso de nuestros egoísmos. P..
• Libéranos de nuestras ataduras y apegos
psicológicos y corporales. P..
• Libéranos de nuestras comodidades y nuestros
miedos. P..
• Libéranos de nuestras dudas y oscuridades. P.
• Libéranos de nuestros rencores y envidias. P.
• Libéranos de nuestras violencias y venganzas. P..
• Libéranos de lo que pueden ser nuestras riquezas y
codicias. P..
• Libéranos de nuestras tristezas y desesperanzas. P..
• Libéranos de nuestros pesimismos y pasividades.
P..

Después del Símbolo……


Salmo 50
*SEÑOR JESÚS,
TEN MISERICORDIA DE MI PECADOR

LA ABSOLUCIÓN

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