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LIM A EJBRERA

19QQ-193Q
Tomo I
STEVE STEIN
Colección : Historia Social y Cultura Popular
en América Latina
Serie : Lima Obrera: 1900 - 1930
Director . : Steve Stein

PRIMERA EDICION
FEBRERO, 1986
© Steve Stein
© De esta edición Ediciones EL VIRREY
Miguel Dasso 141 Lima 27 - Perú,
Telf. 400607
Impresión : Servicios Editoriales Adolfo Arteta
IMPRESO EN EL PERU
CAPITULO I LOS CONTORNOS DE LA LIMA OBRERA

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La Lima de comienzos de siglo, aun hasta la época de la
Primera Guerra Mundial, era todavía una serie de barrios algo inde­
pendientes, con sabor colonial.. .Tal era la falta de integración de
Lima como ciudad, que sus Habitantes se identificaban, más que
como limeños, de acuerdo a su barrio o su calle; eran bajoponti-
nos, o de Maravillas, o de la Calle de la Cruz. La desgregación de
Lima se refleja en las experiencias cotidianas de las personas que
vivían Abajo el Puente, por ejemplo, y que rara vez “ subían” a
Lima aunque hacerlo sólo significaba caminar una cuadra para cru­
zar el puente que conectaba el Rímac con el centro de la ciudad.
La vida giraba alrededor de la calle, el mercadito, la iglesia más
próximos.
Desde 1900, sin embargo, Lima había comenzado su trans­
formación casi revolucionaria en una metrópolis moderna y ciu­
dad de masas. Había varias manifestaciones de este proceso. La
multiplicación de calles nuevas y asfaltadas, los nuevos barrios co­
mo La Victoria, las nuevas casas para ricos y en m«nor escala para
pobres, las nuevas plazas y edificios, todos combinaron para dar
a la capital la imágen de una ciudad que cada día crecía en exten­
sión y en modernidad. Al mismo tiempo se notaba un importante
crecimiento institucional. El gobierno, tanto a nivel nacional como
municipal, se ampliaba en funciones y en personal. Con esa amplia­
ción vino una extensión de los servicios urbanos, luz eléctrica, agua
y desagües a través del área metropolitana. Pequeñas industrias
comenzaban a aparecer, sobre todo como respuesta a la demanda
local por bienes de consumo cuando hubo una disminución impor­
tante de las importaciones europeas durante la Primera Guerra
Mundial.
En términos humanos, el aspecto más importante de esta
transformación fue el dramático crecimiento demográfico que ocu­
rrió entre 1900 y 1930. El número total de habitantes aumentó en
más de 125 por ciento de unos 165,000 en 1900 a 376,000 en
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1931. Con respecto a las masas populares, el crecimiento fue mu­
cho más espectacular, alcanzando una cifra aproximada de 200 por
ciento. Este crecimiento demográfico en general y especialmente
el de las masas populares fue producto, en su mayor parte, de la
ola de migración provinciana sin precedente hacia la capital, sobre
todo durante los años del oncenio de Leguía (1919-1930). Las no­
ticias de las novedades de una ciudad en proceso de modernización
llegaban al interior por el creciente número de carreteras construi­
das por el gobierno. Al mismo tiempo, la mayor inserción del Perú
en el mercado mundial en estos años llevó a la consolidación y ex­
pansión de las grandes haciendas a costa del campesinado. Inspira­
do por la visión de una vida mejor en Lima, hombres, mujeres y
niños iniciaron ese movimiento masivo de población del campo ha­
cia la ciudad capital.
Fue en esta época que Lima se gestó como ciudad de ma­
sas. Los sectores populares se hicieron más y más visibles en el
panorama urbano: trabajaban en los numerosos proyectos de cons
trucción que ejemplificaban el crecimiento de la ciudad; llegaban
a ser vendedores de todo, desde frutas en los mercados hasta hua-
chitos de lotería frente a las numerosas iglesias de la ciudad; labo­
raban en las fábricas textiles, de cerveza y de jabón que habían
surgido como respuesta a la aumentada demanda del nuevo merca­
do de consumidores urbanos; vivían en crecientes números en los
callejones, en las casas de vecindad y en los antiguos solares colo­
niales que se iban subdividiendo para acomodar a esta nueva pobla­
ción; comenzaban a participar en la política, primero en las mani­
festaciones callejeras que precedieron a las elecciones y después
como integrantes de los primeros partidos organizados con base
popular.
El presente libro constituye una parte del extenso estudio
sobre “ Lima obrera, 1900-1930” . El estudio intenta analizar a lar­
go plazo las diversas facetas del proceso de masificación que expe­
rimentó la ciudad en esos años. Se pone especial énfasis en la re­
construcción de la vida cotidiana de los sectores populares urba­
nos, concentrándose sobre todo en los aspectos menos formales,
menos institucionalizados de esa vida. Ya tenemos algunos traba­
jos pioneros sobre el proceso de sindicalización y la politización
de estos sectores populares(l). Pero poco sabemos de sus experien-

(1) Denis Sulmont, El movimiento obrero en el Perú: 1900-1956 (Lima,


1975); Sulmont, Historia del movimiento obrero peruano (1890­
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cias diarias, sus valores, su cultura, su nivel de vida, sus relaciones
sociales. Este libro y los dos tom os que le siguen constituyen sólo
un primer paso para conocer esa realidad compleja.
Mi preocupación por conocer lo popular de la ciudad na­
ció en mi primera investigación en el Perú (1969-71) sobre la in­
corporación política de las masas populares limeñas a los movi­
mientos “populistas”, el Aprismo y el Sanchecerrismo(2). Al estu­
diar estos movimientos —su trayectoria, ideología, estilo de lide­
razgo, reclutamiento popular, e tc —, muy pronto me di cuenta que
era necesario saber quiénes eran estos trabajadores que participa­
ban en las enormes manifestaciones por un Haya de la Torre o un
Sánchez Cerro; cómo vivían, y por qué apoyaban a un determi­
nado tipo de movimiento. Para esta última pregunta, tenía que
saber algo de su “cultura política”, o sea, su orientación objetiva
y sobre todo subjetiva al proceso político. A la vez, no se podía
separar la cultura política de la cultura popular en general, es de­
cir, los valores y normas que regían a la vida popular. Y aún cono­
ciendo esta cultura popular, quedaba la cuestión de cómo se for­
maron estos valores, estas normas y no otros. Inicialmente no tuve
el tiempo suficiente para desarrollár estos aspectos de mi trabajo.
Llegué a Lima en agosto de 1981, a exactamente diez años del tér­
mino de mi primera investigación con el deseo explícito de seguir
trabajando en esta línea.
¿Cómo abarcar un tema tan vasto como la reconstrucción
de toda una sociedad? Antes de comenzar a trabajar, había deli­
neado las siguientes áreas de investigación: '
1977); Peter Blanchard, The Origins of the Peruvian Labor Move-
ment, 1883-1919 (Pittsburgh, 1982); James L. Payne, Labor and Po-
litics in Perú (New Haven, 1965); Piedad Pareja Pflucker, Anarquis­
mo y sindicalismo en el Perú (Lima, 1978); Pareja Pflucker, Aprismo
y sindicalismo en el Perú: 1943-1948 (Lima, 1980); César Lévano,
La verdadera historia de la jomada de las ocho horas en el Perú (Li­
ma, 1967); Wilfredo Kapsoli Escudero, Luchas obreras en el Perú
por la Jornada de las 8 horas (Lima, 1969) y David Chaplin, The
Peruvian Industrial Labor Forcé (Princeton, 1967). A estas fuentes
secundarias, habría que añadir lo que es prácticamente una fuente
primaria por los numerosos documentos, folletos y cartas que repro­
duce, Ricardo Martínez de la Torre, Apuntes para una interpreta­
ción marxista de historia social del Perú, 4 tomos (Lima, 1947).
(2) El libro que generó esta investigación es Populism in Perú: The Emer-
gence of the Masses and the Politics of Social Control (Madison,
1980).
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La composición étnica y social de los sectores populares.
Aquí se intenta examinar en términos cuantitativos y cualitativos
los diferentes grupos étnicos que componían las masas urbanas y
los cambios en ellos a través de los treinta años del estudio. Como
parte de eso, hay que determinar los efectos demográficos y cul­
turales de la migración rural-urbana. En el caso específico de los
migrantes, se trata de descubrir la variedad de motivos por ir a la
ciudad y los problemas de adaptación que habrían tenido a su lle­
gada. Un área que este estudio enfoca y que ha suscitado poco in­
terés en trabajos anteriores es el impacto de la identidad étnica so­
bre las relaciones sociales. En otras palabras, se quiere determinar
el grado de conciencia étnica y de racismo existente en la Lima de
la época y trazar su influencia, por un lado, sobre las relaciones en­
tre las masas populares y otros estratos sociales, y por otro, entre
los grupos étnicos distintos que componían esas mismas masas.
S La vida en el trabajo de los sectores populares. El panora­
ma de empleos sufrió varias alteraciones durante el período, y hay
que conocer estos cambios en relación a los tipos de oficios dispo­
nibles para los hombres, mujeres y niños de las masas urbanas.
Existían además, diferencias entre las varias clases de trabajo popu­
lar con respecto a nivel de remuneraciones, estabilidad laboral, y
status relativo. Dado estas distinciones, ¿cuándo, cómo y por qué
se obtenía ciertos tipos de trabajo, con qué frecuencia se cambiaba
de empleo, y por qué se cambiaba? Los integrantes de los sectores
populares pasaban en muchos casos la mayor parte de su vida en el
sitio de empleo, de ocho hasta dieciocho horas para algunos, y es
importante estudiar las condiciones de trabajo, incluso el ambiente
del lugar donde se laboraba, los contactos con los jefes, gerentes o
patrones, las relaciones con los otros trabajadores, y la participa­
ción en organizaciones sindicales o mutualistas.
Las condiciones de vida de los sectores populares: la vivien­
da y la cultura material. Las masas urbanas ocupaban varios tipos
de vivienda durante el período que incluían callejones, casas de
vecindad y casas subdivididas. Cada tipo presentaba diferentes
características físicas y dentro de eso se nota variaciones substan­
ciales en la calidad de la vivienda manifiestas en términos de mate­
riales de construcción, espacio, densidad de población, luz, aire, y
salubridad. ¿Por qué se vivía en uno versus otro tipo de casa?
¿Con qué frecuencia se cambiaba de domicilio y por qué? Bajo
cultura material se considera todo lo que es el interior del domici­
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lio y las pertenencias del individuo y de la familia como muebles,
ropa, etc.
La estructura de la familia popular. El estudio de la fami­
lia incluye una variedad de elementos que son básicos para cono­
cer la vida de las masas urbanas. En primer lugar, ¿cómo estaba
constituida esa familia? ¿Era más común vivir en una familia nu­
clear o extendida? Para evaluar la importancia y la estabilidad de la
familia popular hay que comparar la frecuencia de familias basadas
en la institución del matrimonio con las que existían en torno al
arreglo menos formal de la convivencia, y al mismo tiempo el por
qué del predominio de una forma versus la otra. También, hay que
tomar en cuenta que la familia obrera era víctima de fuertes pre­
siones como consecuencia de su pobreza. Quizás la expresión más
dolorosa de esas presiones fue el grado extremadamente elevado de
mortalidad infantil, algo que significó un golpe especialmente duro
para la mujer obrera. Para todos los casos, el proceso de socializa­
ción comenzó en la familia popular. Allí se aprendía cóm o com ­
portarse tanto con sus “ iguales” como con sus mayores y con per­
sonas consideradas “ superiores”. Las lecciones aprendidas en los
primeros años dentro de la familia formaban la base de todo un sis­
tema de valores; serían ingredientes fundamentales de una cultura
popular emergente en la Lima obrera de 1900-1930.
La escolaridad popular. Es común creer que los niños de
las masas populares urbanas, especialmente en los primeros años
del siglo, no asistían al colegio y por consiguiente eran analfabetos.
Sin embargo, información extraída de los tres censos municipales
y de otras fuentes revela una proporción de asistencia escolar sor­
prendentemente alta para este grupo (aproximadamente 70 por
ciento). Aunque la escolaridad popular sufrió un descenso dramá­
tico en el segundo grado cuando los niños alcanzaban la edad de
trabajar, para la juventud p®pular el aula de la escuela primaria
constituyó el primer contacto formal con la sociedad urbana. Las
lecciones allí aprendidas, o a través de los estudios formales o co­
mo respuesta al ambiente y estructura de la clase llevaron a la m o­
dificación y/o refuerzo de las lecciones aprendidas en la familia.
La religión popular. Se puede estudiar las prácticas religio­
sas de las masas populares desde varios puntos de vista. Dado que
la población urbana era casi en su totalidad por lo menos formal­
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mente católica, la ideología y los rituales oficiales de la Iglesia tu­
vieron un impacto significativo sobre la vida popular. La asistencia
regular a la misa, la figura del cura, la lectura repetida de las nove­
nas, todas contribuyeron a la formación de creencias cultural-
religiosas que afectaron al proceso de socialización. Tanto o más
importante que el catolicismo formal para conocer la religión po­
pular de la época, son los numerosos cultos y hermandades dedi­
cados a la veneración de un santo o virgen en particular. Las for­
mas de comportamiento estimuladas por éstos influyeron de ma­
nera importante sobre las normas de la vida cotidiana a la vez que
constituyeron importantes expresiones del sentir popular. Tam­
bién la religiosidad actuó como un importante mecanismo de esca­
pe en un mundo donde la nota más saltante era la penuria apa, -- Al­

térnente irremediable.
La participación política de las masas urbanas. Los sectores
populares de Lima llegaron a tener una participación formal en la
política sólo al final del período 1900-1930 a través de su movili­
zación por el Aprismo y el Sanchezcerrismo y’ dé sü“votó“secreto
en la elección de 1931. Pero esta participación no ocurrió en un
vacío histórico. Desde el siglo XIX los sectores populares urbanos
habían tenido un rol político a través de los clubes electorales, las
manifestaciones callejeras y la venta de sus votos. Todas esas for­
mas de participación contribuyeron a la creación de una memoria
política que en alguna medida condicionaría la participación ma­
siva formal en 1931. Al respecto es particularmente importante
estudiar el fenómeno del capitulerismo; era el capitulero quien
fojaba los primeros contactos entre la política electoral y los sec­
tores populares. Además de las manifestaciones visibles de la parti­
cipación popular, lo que se intenta conocer es la orientación subje­
tiva de las masas hacia el sistema político. ¿Cuáles eran las creen­
cias y los sentimientos internos de la población popylar sobre el
funcionamiento del sistema político^ sobre los beneficios que ese
sistema podría ofrecer y cómo conseguir en mejor forma estos
beneficios?
La vida social y la cultura popular de las masas urbanas. En
cierto sentido el estudio de la vida social y la cultura popular es el
estudio de la misma textura de la Lima obrera, y necesariamente
tiene que proceder de todos los aspectos ya mencionados, por
ejemplo, la estructura familiar, la religión popular, las condiciones
de vida, etc. Dentro de ésto se enfoca a la red compleja de relacio­
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nes sociales verticales y horizontales de los miembros de los secto­
res populares, y las múltiples expresiones de cultura popular urba­
na tales como la música, las fiestas y los deportes. El compadrazgo
fue una institución predominante de la Lima obrera, y es impor­
tante analizar los varios tipos de relaciones patrimoniales propicia­
das por él: en la fábrica entre el obrero y el maestro o el gerente;
en la política entre el votante popular y el capitulero o el candida­
to; en la hermandad religiosa entre el suplicante y el mayordomo
o .el santo. Los lazos verticales encerrados en estas relaciones se
contaban entre los pocos recursos que tenían los humildes para
conseguir beneficios, aunque fueran marginales, a través de la “ ma->
nipulación” de aquéllos que estaban por encima de ellos en la pirá­
mide social. También eran importantes los tratos más formales de
los sectores populares en el contexto del sindicato, del club de pro­
vincianos o del equipo de fútbol. Y por debajo de todo ésto, hay
que enterarse de la interacción cotidiana de las masas urbanas, en
sus hogares, en el barrio y en sus lugares de trabajo. Es en el estu­
dio de la cultura popular donde se revela esta variedad de relacio­
nes sociales con particular claridad. Las expresiones populares en
la jarana, en la letra de los valses que se cantaban allí, en la celebra­
ción de los carnavales o de un gol por la hinchada del barrio, todas
estas y más son las expresiones directas que han perdurado de las
normas y valores de una sociedad en proceso de masificación. Nos
permiten un acercamiento a la Lima obrera desde adentro, una vi­
sión de la vidá cotidiana íntima, privada cuyo estudio es el propó­
sito central de esta obra.
El estudio de la Lima obrera ha sido guiado por una serie
de propósitos universales que trascienden al análisis de cualquier
lugar o tiempo específico. Quiero hacerlos explícitos antes de en­
trar a la consideración de la mecánica de este proyecto de investi­
gación conjunta, las principales metodologías empleadas, y las
fuentes más pertinentes. Una preocupación de extrema importan­
cia en el estudio ha sido llegar a un conocimiento de cómo vivían
los sectores populares a nivel individual, familiar y de clase social.
O quizás deba decir, ¿cómo sobrevivían, no sólo en términos físi­
cos sino también psicológicos? Si el crecimiento de estos sectores,
y por ello de la ciudad, fue la dinámica principal de la época, es
igualmente importante observar a la vida popular desde la perspec­
tiva de otra dinámica: la miseria. La miseria de distintas maneras
en diferentes momentos actuaba como una especie de colador a
través del cual pasaban todas las instituciones y los valores popu­
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lares. Por ejemplo, si casi todos los ingresos de una familia obrera
se dedicaban a la compra de alimentos, esta realidad de escasez
tenía varias consecuencias claras. Con respecto a la escolaridad,
por ejemplo, significó que más del noventa por ciento de los niños
de la Lima obrera recibían menos de dos años de educación for­
mal simplemente porque se vieron forzados a ayudar con el soste­
nimiento de sus familias tan pronto estaban en edad de trabajar.
Estas condiciones de miseria tenían un impacto igualmente pro­
fundo sobre la mujer obrera. El sueño de dedicarse al hogar, al ma­
rido y a los hijos —un sueño propiciado por la iglesia y elE stado
en sus ensenanzas formales sobre el rol de la mujer— estaba desti­
nado a ser hecho pedazos por la dura realidad de días largos de los
trabajos más bajos dentro y fuera de la casa y por el aún más dolo­
roso espectro de la alta incidencia de mortalidad infantil como re­
sultado de la falta crónica de recursos para la alimentación básica
o la atención médica. Estas ideas no son nuevas, pero frecuente­
mente parecen perderse de vista en muchos de aquellos estudios
que examinan a las masas desde arriba hacia abajo.
A la luz de esta miseria cotidiana, otra cuestión que me ha
interesado es la definición de los elementos que daban cohesión a
una sociedad fundamentalmente opresiva. Algunos de estos eran
mecanismos de control social creados por las clases dominantes
mientras otros se generaban dentro de' las mismas masas populares.
Los elementos externos son más fáciles de distinguir, desde los ac­
tos de represión física hasta la difusión de ideologías que enseña­
ban valores conservadores tales como el fatalismo y la resignación
frente al sufrimiento. Los elementos internos comprendían pautas
más sutiles que incluían actitudes racistas entre los mismos com­
ponentes de los sectores populares, conflictos entre trabajadores
sobre empleos específicos, o sobre eventos deportivos o sobre mu­
jeres. Todos estos conflictos separaban a las masas populares ha­
ciendo más difícil su cohesión como clase pero a la vez más fácil
su explotación, y por consiguiente más fácil la cohesión de la so­
ciedad limeña como conjunto.
Otro factor que dividía a los sectores populares y cuyo
análisis ha sido central en este estudio fue la heterogeneidad pro­
funda que caracterizaba a esos sectores. En términos concretos, es­
to significa identificar las formas más comunes de diferenciación
dentro de las clases populares en torno a niveles económicos, expe­
riencias de movilidad e identidad étnica. También implica conocer
las numerosas contradicciones que se generaban en la vida cotidiana
20
de la Lima obrera. No es mi intento tratar de resolver las cor\y|\e
dicciones de un individuo quien, por ejemplo, fue partícipe aettvo
en las más importantes conquistas sindicales de la época, sufrió
cárcel en numerosas ocasiones por sus actividades sindicales, y
políticas, mientras que al mismo tiempo sentía una admiración
profunda por los gerentes gringos de la fábrica textil en donde
trabajaba, sobre todo por el trato riguroso que daban a los obreros
y atribuía a su devoción por el Señor de los Milagros todos los lo­
gros de su vida. Más bien, quiero llegar a reconocer estas contra­
dicciones y comprender sus efectos sobre el comportamiento de
los sectores populares limeños.
El estudio de la vida cotidiana de las masas urbanas que
pone énfasis en los valores, estilos de vida y formas de interacción
social que perduraron a través de los años, tiende a subrayar lo
estático versus lo cambiante en la vida de la Lima obrera. Sin
embargo, la premisa inicial de todo el proyecto es que los sectores
populares y su ciudad estaban experimentando transformaciones
profundas, si no revolucionarias, en la época del estudio. No sólo
se trata de no ignorar el impacto de estos cambios en la vida de
las masas urbanas, sino también se busca esclarecer la influencia
de estas mismas masas en el amplio proceso de modernización que
ocurría en el Perú. Es importante examinar las muchas manifesta­
ciones de la dinámica entre masificación y modernización como
algunos ejemplos de los años veinte. En estos tiempos se hizo
común ver a 10 o 15,000 espectadores, sobre todo de los sectores
populares, asistiendo a un partido de fútbol. Una respuesta a esa
situación fue la creación de la Federación Peruana de Fútbol para
regular estos eventos. En las fechas de la Procesión del Señor de los
Milagros, las calles comenzaban a rebosar de suplicantes humildes,
y respondiendo a los “ peligros” que estas “turbas” representaban,
miembros de la clase alta actuaron rápidamente para controlar a la
Hermandad, tomando los puestos de mayordomos. Y cuando la
política de los años 1930-31 fue monopolizada por los nuevos par­
tidos con bases populares, las élites tradicionales se vieron obliga­
das a tratar de ganarse al candidato populista menos peligroso en
vez de lanzar candidatos propios.
Ya se debe haber hecho evidente que un proyecto de esta
amplitud sobrepasa los alcances de un solo investigador con tiem ­
po limitado. ¿Cómo abordar un tema que parece tan vasto como
interesante? Yo llegué a Lima en agosto de 1981 con un año para
dedicar al proyecto. Antes había estado en contacto con la Univer­
sidad de Lima que me había invitado a ser profesor investigador
21
durante mi estancia en el Perú. Aproveché de la cooperación de la
Universidad para montar un equipo de investigación. Mi idea no
era sólo de reclutar a varios auxiliares de investigación que se limi­
taran a recoger datos para mí. Más bien, pensé que el tema era tan
extenso que cada investigador podría escoger su propio tópico
dentro del proyecto. Propuse hacer un simposio público y editar
los trabajos más valiosos si nuestros logros fueran significativos. El
simposio se realizó en julio de 1982 y los tres tomos de La Lima
obrera, 1900-1930 son los productos de nuestra investigación con­
junta.
El término de “investigación conjunta” es particularmente
apropiado para describir la evolución del proyecto. Desde agosto
hasta julio el cuerpo de investigadores, que oscilaba entre quince y
veinticinco personas, se reunía ?. veces semanalmente, a veces cada
dos semanas, para discutir metodologías, comparar hallazgos y a
compartir ideas. Muy rápidamente los trabajos de cada uno se hi­
cieron los trabajos de todos ya que, en un ambiente de coopera­
ción plena, todos se ayudaban mutuamente, ya sea con el desarro­
llo de una técnica para hacer entrevistas, o con estrategias para el
uso de varios tipos de fuentes estadísticas o simplemente para
sugerir nuevas hipótesis a un colega. En parte, la interacción tan
fructífera entre todos nosotros fue resultado de que los miembros
del grupo venían de una diversidad de campos. Hubo representan­
tes de Historia, Antropología, Demografía, Sociología, Ciencias
Políticas, Economía, Arquitectura, Ciencias de la Comunicación,
Educación y Psicología. Y el grupo era heterogéneo en otros senti­
dos también. Alisté a estudiosos no sólo de la Universidad de Lima
sino también de la Universidad Católica, de la Universidad Nacio­
nal Mayor de San Marcos, de la Universidad de Ingeniería y de va­
rias universidades norteamericanas. En el equipo había desde estu­
diantes universitarios hasta catedráticos. .
Recurrimos a una gran variedad de fuentes para tratar la
gama de tópicos dentro del proyecto Lima obrera. Por supuesto
utilizamos las fuentes tradicionales como los libros, los periódicos
y las revistas. También hicimos mucho uso de las fuentes demográ­
ficas como los censos, registros civiles, anuarios estadísticos, catas­
tros, etc. La historia oral aportó material a casi todos los trabajos.
El equipo de investigación realizó más de 120 horas de grabaciones
de entrevistas históricas de inestimable valor. Además, empleamos
fuentes aún menos tradicionales para esclarecer áreas específicas
de la Lima obrera. Entre ellas están los análisis de contenido de
fotografías, de las letras de valses criollos, y de novenas y sermo­
22
narios de la época.
Este primer tomo de trabajos míos está compuesto en su
mayor parte de ensayos metodológicos. Pongo énfasis en lo m eto­
dológico antes de entrar en el estudio substantivo de la Lima obre­
ra porque me parece importante discutir los planteamientos, las
fuentes, y las formas de presentación de información que son
factibles en los estudios de la historia social. Este último punto,
el de la presentación de los datos, está enfocado en el siguiente
capítulo de este tomo. En “ La vida de Lucho Saldaña, o la recons­
trucción de una realidad histórica a través de su ficcionalización”,
presento una variedad de aspectos dé la vida popular limeña en la
forma de una biografía compuesta, semi-ficticia. Este capítulo crea
una visión panorámica de la Lima obrera al mismo tiempo que in-
tenta'meter al lector dentro de ese mundo por medio de personajes
de carne y hueso y situaciones reales. Al final del ensayo incluyo
comentarios detallados sobre los tipos de materiales consultados
en esta reconstrucción semi-ficticia. Estos sirven como una nota
introductoria a las fuentes empleadas en todo el proyecto de Lima
obrera.
El Capítulo 3, “ Cultura popular y política popular en los
comienzos del siglo XX en Lima”, especula sobre, la interacción
entre las normas culturales y la conducta política de las masas
populares. Trata de descubrir las fuerzas más significativas en la
formación de la cultura popular —las relaciones familiares, la vida
escolar, las prácticas religiosas, la interacción con el sistema polí­
tico y la frecuencia de relaciones sociales patrimoniales para
después examinar la influencia de estas fuerzas en la formación de
una orientación subjetiva hacia la política y los políticos en las
masas limeñas. Algunas de las fuentes más útiles para este ensayo
son los relatos de José Antonio Encinas, el primer “ psicólogo so­
cial del Perú”, sobre la estructura familiar y el medio ambiente es­
colar y el análisis de contenido de textos de colegio primario para
llegar a conocer a la ideología oficial sobre las características del
buen ciudadano. ,
El Capítulo 4, “El vals criollo y los valores de la clase tra­
bajadora en la Lima de comienzos del siglo XX”, sigue con el tema
de la cultura popular. En vez de reconstruir el proceso de encultu-
ración como el capítulo anterior, sugiere el uso de las letras de los
más populares valses de la época para identificar los valores y nor­
mas más consecuentes de esta cultura. Una especie de folklore ur­
bano escrito casi exclusivamente por y para los habitantes de los
barrios pobres de la ciudad, la letra de los valses es quizás la única
23
fuente disponible de expresión directa de las masas urbanas en las
tres primeras décadas de este siglo.
“Don Pedro Frías y la creación de los documentos histó­
ricos: un ejemplo de la historia oral”, el Capítulo 5, surge de la
necesidad de examinar en algún detalle una fuente de primordial
importancia para todo el proyecto de Lima obrera, la historia oral.
En el contexto del proyecto, comento sobre los usos más producti­
vos de las entrevistas, sus limitaciones y el método para efectuar­
las. Estas observaciones están seguidas por una parte de una entre­
vista con Don Pedro Frías, un obrero textil de la época, la que
sirve como una muestra concreta de este tipo de material. ’
El último capítulo de este primer tomo, “ Entre el Offside
y el Chimpún: Las clases populares limeñas y el fútbol, 1900­
1930”, fue escrito conjuntamente con el Historiador José Deustua
del Instituto de Estudios Peruanos y la Politicóloga Susan Stokes
de Stanford University. En el trabajo tratamos de descubrir el
papel que tenía ese deporte en la vida cotidiana de las masas urba­
nas. Encontramos dos dinámicas contrarias en el fútbol de estos
grupos: el fútbol como genuina manifestación popular, con la
capacidad de forjar lazos solidarios entre sus participantes y así
contribuir a incrementar la conciencia de clase; y el fútbol como
instrumento de control social que facilitaba la captación de secto­
res obreros por el régimen jerárquico de la sociedad y, por su espí­
ritu de competencia, creaba divisiones entre los mismos obreros
—jugadores e hinchas— haciendo más improbable actitudes y accio­
nes solidarias. Además de entrevistar extensamente a jugadores e
hinchas de la época, encontramos publicaciones deportivas de
enorme valor para el estudio del fútbol histórico.
El segundo tomo comienza con el trabajo de Laura Miller,
Historiadora de Wesleyán University, sobre “ La mujer obrera’
1900-1930”. El capítulo de Miller es el primer estudio socio-
histórico que tenemos de la mujer peruana. Basado en un número
considerable de entrevistas con mujeres humildes de la época ade­
más del análisis de datos estadísticos y de publicaciones femeninas,
Miller ilumina múltiples aspectos de la vida de la mujer obrera. Ha­
ce contribuciones especialmente valiosas sobre el proceso de socia­
lización en la niñez, las condiciones de trabajo en los empleos más
frecuentes, el contenido de las relaciones de convivencia y matri­
monio, y el impacto del terrible espectro de la mortalidad infantil.
El Capítulo 2 por Katherine Roberts, Historiadora de
Duke University, sigue el estilo de mi biografía compuesta en el
primer tomo. “El caso de Rosario” trata sobre una mujer humilde
24
que entra a trabajar en un prostíbulo. Introducido por un breve
examen de la institución de la prostitución en Lima a comienzos
de siglo, Roberts relata en su cuento las presiones en la vida de su
personaje semi-ficticio que la llevaron a convertirse en prostituta y
el efecto de esa decisión sobre su vida. Tanto en las entrevistas de
las mujeres obreras como en las fuentes impresas, Roberts fue im­
presionada por la tensión en la vida de la mujer obrera que a la vez
fue exhortada a ser una esposa y madre modelo mientras que se
veía forzada a trabajar largas horas para sostener a su familia. Esta
contradicción creaba serios estados de depresión emocional y en
algunos casos, como el de Rosario, fue un motivo determinante
para que adoptara la vida de prostituta.
“ Raza y clase social: los negros en Lima, 1900-1930” por
Susan Stokes es otra contribución notable, esta vez sobre un grupo
étnico que ha sido generalmente ignorado en estudios de la Lima
histórica o actual. El trabajo está basado en el uso intensivo de una
variedad de datos demográficos provenientes de los censos, los re­
gistros civiles y otras fuentes estadísticas, además de un buen nú­
mero de entrevistas de historia oral y de fuentes periódicas y se­
cundarias. Establece las dimensiones y las tendencias de cambio
numérico de la población negra, examina la posición de este grupo
relativa a los otros componentes de los sectores populares urbanos,
y descubre algunas de las matrices étnicas de la dominación histó­
rica en el Perú. Stokes describe la situación de los negros limeños
en torno a dos tipos de racismo, el estructural y el ideológico, que
se daban simultáneamente en la Lima obrera. Encuentra que por
estos racismos el grupo negroide se mantenía “ cuantitativamente”
en la parte más baja de la pirámide social limeña mientras que
“cualitativamente” sufría desmesuradamente de las actitudes de
prejuicio y desprecio ocasionadas por su origen étnico. Para trazar
la evolución de estos racismos en la época de 1900-1930, Stokes
termina con dos estudios de caso sobre dos instituciones que tradi­
cionalmente han sido identificadas con la población negra de la
capital, la Hermandad y la Procesión del Señor de los Milagros y el
equipo de fútbol Alianza Lima.
El Capítulo 4, “De la Guardia Vieja a la generación de Pin-
glo: Música criolla y cambio social en Lima, 1900-1940” presenta
una interpretación algo distinta a la mía (Capítulo 4 del primer
tom o) sobre el impacto de este “folklore urbano” sobre la Lima
obrera. Su autor José Antonio Llorens, además de ser antropólogo
del Instituto de Estudios Peruanos, es un guitarrista consumado,
así que trae a este estudio una sensibilidad doble de científico so­
25
cial y de músico. Llorens identifica tres etapas en el desarrollo de
la música criolla antes de 1940: La Guardia Vieja desde 1900 hasta
1920, época caracterizada por una música “artesanal o preindus-
trial” que no salía de su propio barrio y que se mantuvo ajeno a
cualquier medio de comunicación formal; El Período Crítico entre
1920 y 1930 cuando comenzó a haber una difusión intensa de for­
mas musicales extranjeras sobre todo de la Argentina y de Nor­
teamérica las cuales tuvieron un impacto notable sobre las formas
musicales criollas; y La Generación de Pinglo de 1930 a 1940 cu­
yos integrantes logran asimilar ritmos y géneros extranjeros sin
perder la esencia popular de la música criolla. Llorens también ana­
liza a la música criolla como expresión de los cambios sociocultu-
rales que experimentaba Lima en aquellos años.
El último tomo de Lima obrera comienza con el trabajo
del Demógrafo de la Universidad de Lima, José Luis Huisa, “ Lima
1900-1930: Aspectos demográficos”. El autor presenta una visión
de conjunto de una Lima que se transformaba demográficamente.
Se ve los contornos de esta transformación en cuanto a la expan­
sión geográfica de la ciudad, y los cambios en la población en
términos numéricos, étnicos, educacionales, de las proporciones
de los sexos y de las edades, y ocupacionales. Huisa no se limita a
describir estos cambios sino que también analiza el impacto sobre
ellos del crecimiento demográfico vegetativo, la incidencia de
enfermedades contagiosas y la ola de migración provinciana. Ade­
más, el autor hace un análisis sofisticado de la variedad de materia­
les estadísticos empleados por él y por el resto del equipo de inves­
tigación en que explica su valor como fuentes históricas a la vez
que señala sus limitaciones.
El Capítulo 2, “ Las condiciones de vida de los sectores po­
pulares de Lima: 1900-1930” es de dos Economistas de la Univer­
sidad de Lima, Augusto Cavassa e Isabel Hurtado. El enfoque cen­
tral de su estudio es el grado dé satisfacción de las necesidades físi­
cas de las masas urbanas. Para poder hacer conjeturas sobre eso,
Cavassa y Hurtado examinan a través de la época las variables de
niveles y clases de empleo, ingresos y costo de vida. En cada una
de ellas los autores nos demuestran con datos concretos los alcan­
ces de la miseria de la Lima obrera que se traducía en términos de
altas incidencias de enfermedades, la carencia casi total de asisten­
cia médica, la inestabilidad laboral crónica, y el trabajo casi obli­
gatorio de las mujeres y los niños. Es más, ellos encuentran que
existía un grave deterioro en las condiciones de vida de los sectores
populares que, para el caso de muchos de ellos, ya estaba por de­
26
bajo de lo que se podría considerar un nivel de subsistencia.
El Capítulo 3, “ Los cambios en la población obrera de
Lima entre 1900 y 1930: Su relación con decisiones gubernamen­
tales”, de Alejandro Caballero, experto en Educación de la Uni­
versidad de Lima, hace una correlación entre la masificación de
Lima, las presiones generadas por las nuevas masas urbanas, y las
decisiones gubernamentales a los niveles del Estado y de la Munici­
palidad de Lima. Caballero ha realizado la dura tarea de recolectar
todas las leyes nacionales y municipales que se relacionaban de al­
guna forma con los sectores populares. Al mismo tiempo ha traza­
do un esquema de las acciones más significativas de las masas po­
pulares en los campos sociales, políticos, económicos y culturales.
Encuentra una relación estrecha entre decisiones y acciones que se
demuestra con particular fuerza en sus fascinantes gráficas.
El último capítulo, “ Los obreros textiles: condiciones y
contradicciones de un ‘nuevo proletariado’ ”, es un estudio a fon­
do de uno de los sectores más destacados de la Lima obrera. Escri­
to por la politicóloga Cynthia Sanborn de Harvard University, su­
pera a los análisis anteriores de este grupo los cuales se limitaban
mayormente a recontar la historia política y sindical. Sanborn no
ignora estas áreas; más bien, las analiza desde la perspectiva mucho
más amplia de la vida cotidiana de los obreros textiles. Reconstru­
ye esta vida en sus múltiples aspectos: el proceso de contratación
de los trabajadores, la estabilidad y movilidad laboral del sector;
la estructura de la producción en las fábricas; las condiciones de
trabajo; el trabajo de mujeres y niños; las relaciones “ humanas”
dentro de las fábricas tanto entre obreros como entre obreros,
maestros y gerentes; la evolución de las organizaciones obreras; la
tensión entre “ el arribismo” individual que producían los logros
materiales que alcanzaban los textiles por encima de todos los de­
más sectores obreros y la identificación con el proletariado explo­
tado; y la diversidad de expresiones culturales de los trabajadores
desde el teatro obrero hasta el fútbol. Sanborn pone especial énfa­
sis en el pueblo textil de Vitarte donde se observaba más claramen­
te los varios aspectos de la vida de los obreros textiles. Basándose
en una gran variedad de fuentes que incluye la prensa obrera, in­
formes policiales y ministeriales, libros de actas de los sindicatos y
numerosas entrevistas a obreros textiles de la época, entre ellos
algunos líderes sindicales, Sanborn presenta una abundancia de de­
talles sobre la vida de los textiles. Todo el capítulo está infundido
por el intento de mirar desde abajo, desde la fábrica, desde el
hogar textil.
27
Con tres tomós publicados sobre una diversidad de temas
dentro de un concepto llamado “ Lima obrera” quizás parezca algo
absurdo decir que esto sólo representa el comienzo y ciertamente
no el final del proyecto. En el curso de la investigación se creó el
Instituto de Investigaciones en Historia Económica-Social dentro
del CIESUL de la Universidad de Lima com o instrumento para
ampliar este proyecto y para apoyar a otros proyectos similares.
Ha seguido trabajando un equipo de investigación en varios aspec­
tos adicionales de la Lima obrera con el mismo espíritu de apertu­
ra, colaboración y compartimiento de información que ha carac­
terizado a todo el proyecto. El trabajo de Sanborn sobre los tex­
tiles, por ejemplo, servirá como modelo para trabajos sobre otros
sectores laborales como la construcción, el servicio doméstico, la
prostitución y el transporte. Siguen adelante estudios sobre la pre­
sencia andina en Lima, la participación política de las masas urba­
nas entre la época de Piérola hasta 1930, la evolución de la vivien­
da popular, la religiosidad y la escolaridad en la Lima obrera. Espe­
ramos que estos tres tom os marquen sólo el inicio de una serie de
publicaciones sobre el tema de la Lima obrera y otras áreas simi­
lares.

28
CAPITULO II LA VIDA DE LUCHO SALDAÑA, O LA
RECONSTRUCCION DE UNA REALIDAD
HISTORICA A TRAVES DE SU
FICCIONALIZACION

i
Este capítulo representa un intento de utilizar la forma del
cuento para presentar limeños entre 1900 y 1930. Basándome casi
totalmente en fuentes primarias particularmente las estadísticas
contenidas en los censos y catastros de la época, he creado a un
personaje, una familia y una serie de circunstancias que reflejan las
estructuras y modalidades de la existencia de las masas urbanas de
estos años. La historia de Lucho Saldaña es una biografía com­
puesta, semi-ficticia, que representa lo que se podría llamar un
personaje “típico”, como si realmente hubiera tal. De todos mo­
dos, la descripción de una yida que puede haber sido relativamente
representativa revela algo de los orígenes sociales y étnicos de las
clases populares, la estructura de la familia obrera, los trabajos
disponibles, la vivienda popular y aspectos de las relaciones socia­
les de este grupo. La imagen creada está lejos de ser completa. Más
bien, se enfocan las áreas tratadas con mayor detalle en las fuentes"
consultadas. Al final del capítulo he escrito un extenso ensayo en
que examino estas fuentes y explico en qué han sido basados los
personajes y situaciones del cuento.
Pero antes de comenzar, ¿por qué recurrir a la ficcionaliza-
ción para presentar lo que es esencialmente un estudio de historia
social? Hubiera sido probablemente más fácil y más lógico simple­
mente indicar los porcentajes de los diferentes grupos étnicos, de
los tipos de vivienda, de las formas de empleo, etc. que regían para
los sectores populares.
Tengo varios motivos para sugerir esta forma alternativa de
exponer la historia social. En primer lugar, como gran proporción
del material del historiador social consiste en datos estadísticos, la
exposición tradicional de éstos tiende a girar alrededor de núme­
ros, porcentajes, tablas y su explicación. Los trabajos resultantes
son muchas veces difíciles de leer, y en parte por eso parecen ser
tan esotéricos que sólo son consultados por otros profesionales de
la historia y de las ciencias sociales. Francamente me siento pertur­
31
bado por esta especie de incesto intelectual. Nos esforzamos mu­
cho en nuestras investigaciones y en presentar nuestros resultados,
y no debemos sentirnos conformes con la idea de que nuestros;
trabajos queden en los estantes de las bibliotecas para estar rara
vez abiertos.
La historia es en su esencia comunicación; la historia que
no comunica bien pierde gran parte de su valor. Si pensamos que
lo que escribimos es importante —y si no, por qué estamos escri­
biéndolo— entonces debemos desear que ún gran número de perso­
nas lo lean. El uso del cuento constituye una manera de hacer lle­
gar la historia social a un público más amplio. Es interesante que
en años recientes en Latinoamérica los escritores de novelas y
cuentos no han titubeado en utilizar a la historia como base sus­
tantiva de sus obras. Los casos de Mario Vargas Llosa, Carlos Fuen­
tes, Gabriel García Márquez, Miguel Angel Asturias, Ernesto Sába-
to, y Jorge Amado son algunos de los ejemplos más obvios. Y ellos
siguen una larga tradición que tiene sus comienzos en los albores
de la literatura occidental. Uno solo tiene que pensar en Homero,
Virgilio, Cervantes o Shakespeare. Y en tiempos más recientes te­
nemos a Dickens, Tolstoy y Zolá. Teniendo com o base el relato
histórico, todos ellos han captado y mantenido el interés de innu­
merables lectores. Sin embargo, pocos historiadores han hecho
este mismo salto entre la historia y la literatura.
Yo propongo la ficcionalización como una modalidad, por
supuesto no la única, para llegar a un público más grande. En otras
palabras, sugiero la forma del cuento o de la novela para populari­
zar la historia en el mejor sentido de esa palabra. Para los literatos,
la distancia entre el contenido de la literatura y la historia está
conscientemente minimizada. El historiador profesional serio pue­
de hacer lo mismo. Los historiadores con estas metas pueden y
deben hacer uso de las metodologías más sofisticadas de investi­
gación. Pero no es sólo aceptable sino deseable separar la investi­
gación del acto de comunicación. Demasiados científicos sociales,
los historiadores entre ellos, se han olvidado de esta distinción
entre establecer los resultados de un estudio y comunicarlos.
En términos de la comunicación, la ficcionalización tiene
otra ventaja igualmente impqrtante: nos permite presentar las es­
feras más subjetivas de la hi^soria, de la existencia humana. Cual­
quier historia con pertinencia cultural tiene que necesariamente
tratar con las intenciones subjetivas de la gente. En efecto, es ine­
vitable tocar lo subjetivo cuahdo buscamos las causas y efectos de
32
eventos y procesos históricos. Al hacer eso tenemos que dar nues­
tros propios saltos especulativos que no siempre están com pleta­
mente respaldados por los datos. Quiero decir que la subjetividad
es ineludible tanto en la esencia de la historia como en su interpre­
tación. Por eso, criticar el recurso a la ficción como demasiado
subjetivo es algo ingenuo. Más bien lo que logra la ficcionalización,
y lo que la hace particularmente valiosa, es que permite tanto al
escritor como al lector penetrar la realidad histórica, la concien­
cia de las personas tratadas. Así el escritor y el lector pueden expe­
rimentar esa realidad al nivel emocional de los mismos seres histó­
ricos.
A través del cuento o de la novela, podemos reconstruir lo
que alguien en el pasado puede haber dicho, pensado o sentido. Lo
que da valor histórico a esta creación es la veracidad y la efectivi­
dad de la imagen presentada. Su mérito depende de su capacidad
para reproducir la gama de sensaciones y pensamientos del pasado
y su ingenio para hacer que el lector participe en ellos. En este sen­
tido, la distinción entre la historia y la literatura desaparece. La
historia es literatura.
No debe extrañar que termino esta breve introducción con
la referencia de un literato. Mario Vargas Llosa comienza su obra
de teatro La Señorita de Tacna con un ensayo titulado, por coinci­
dencia, “ Las mentiras verdaderas” . Su definición de la forma del
cuento no está muy lejos de la forma aquí propuesta de hacer his­
toria social:
En este sentido, ese arte de mentir que efe el cuento
es, también, asombrosamente, el de comunicar una recón­
dita verdad humana. En su indiscernible mezcla de cosas
ciertas y fraguadas, de experiencias vividas e imaginarias, el
cuento es una de las escasas formas —quizá la única— capaz
de expresar esa unidad que es el hombre que vive y el que
sueña, el de la realidad y el de los deseos.
sfc s{í :fc ifc

33
Lucho Saldaña nació en Lima en 1897. Fue el segundo de
dos hijos. Su madre había dado a luz cuatro veces, pero uno de los
hermanos murió al nacer, y una hermana vivió sólo hasta los nueve
meses, víctima de una enfermedad intestinal. Como su hermano,
Lucho fue hijo ilegítimo. Su padre y madre convivieron hasta que
él tuvo ocho años, y nunca se casaron. Después de que su padre los
abandonó para ir a vivir con “su otra familia”, Lucho apenas lo
veía.
Con una mezcla de sangre española e india corriendo por
sus venas, Lucho era como la mayoría de sus amigos y vecinos que
residían en el barrio del Rímac. En sus andanzas diarias por las
calles del Rímac, Lucho observaba la gran variedad racial que era
una característica distintiva de la Lima obrera. Estaba el frutero
mestizo, el verdulero chino con su puesto en la esquina, el barbero
japonés, la negra tamalera, la india que vendía pollos vivos, y los
mendigos mestizos que tocaban la guitarra y cantaban con la espe­
ranza de recibir alguna moneda. Ahora, con cuarenta años cum­
plidos, Lucho recordaba que en su niñez veía mayor cantidad de
negros y chinos que en los años posteriores. También notaba que
con el paso del tiempo había menos y menos blancos y más y más
mestizos.
En su juventud Lucho y su hermano Miguel tuvieron dos
años de escuela primaria. Aprendieron a leer y escribir pero no
pudieron continuar sus estudios porque tenían que buscar trabajo
para ayudar con las necesidades económicas de su casa. Antes de
cumplir los trece años Lucho había tenido una diversidad de tra­
bajos eventuales. Lustraba zapatos a lo largo de la Plaza de Toros
de Ácho, hacía diligencias para el farmacéutico del barrio, y ayu­
daba a una amiga de su madre que iba de casa en casa comprando
botellas y periódicos usados. Con la esperanza de aprender un ofi­
cio, Lucho se hizo aprendiz de un carpintero, y comenzó a traba­
jar en uno de los muchos pequeños talleres artesanales que emplea­
ban a una gran proporción de las clases populares de Lima. Al igual
que la mayoría de sus compañeros de trabajo, Lucho se mudaba de
un taller a otro durante los próximos tres años sin conseguir un
puesto fijo. Su más larga permanencia fue de 18 meses cuando tra­
bajó en un taller de carpintería.
Al comienzo, sus obligaciones para el maestro carpintero
diferían poco de sus experiencias de trabajo previas. No recibía
nada de instrucción en carpintería; más bien se le exigía efectuar
labores domésticas en la casa de su patrón. En verdad, el ambiente
patriarcal del taller le hacía recordar la vida anterior de su casa.
34
Después de un año de tareas domésticas, Lucho finalmente se gra­
duó al taller. Comenzaba a trabajar a las siete de la mañana y mu­
chas veces no terminaba hasta las diez u once de la noche. Lucho
sobrellevaba silenciosamente los rigores de esta existencia con la
esperanza de algún día convertirse en maestro carpintero. Admira­
ba la situación de su patrón a quien consideraba poseer una vida
envidiable. El maestro carpintero había trabajado duramente para
poder ahorrar el dinero suficiente para comprarse sus propias he­
rramientas, y había' finalmente podido establecer su propio taller,
A los ojos de Lucho, parecía tener pocas preocupaciones económi­
cas. Aunque claramente era un miembro de las clases trabajadoras,
el maestro carpintero tenía ingresos suficientes para alquilar cuatro
cuartos en una quinta y tener a una empleada doméstica para ayu­
dar en el lavado, la cocina y la limpieza general. Justo cuando
Lucho comenzaba a pensar que sería posible convertirse en el pa­
trón de un taller de carpintería, vió todos sus sueños para el futuro
deshechos. Una súbita baja en la economía y en la demanda de
trabajo de carpintería hizo que el maestro carpintero redujera su
personal. Lucho fue el primero en ser despedido.
' Después de dejar el servicio de carpintero, fue aprendiz
por corto tiempo de un pintor, un zapatero, y un sastre, pero no
pudo permanecer en ninguno dé los trabajos por más de ocho me­
ses. Finalmente decidió dejar el sector artesanal y buscar otra for­
ma de empleo. Durante los próximos años trabajaba en diferentes
oficios como mozo, cargador de maletas, ayudante de plomero,
conductor de tranvía y finalmente obrero de construcción en va­
rios proyectos por todo Lima durante la década de los veinte. A
través de la mayor parte de su vida en el trabajo hasta la Depresión
de 1930, había una constante demanda de trabajadores en Lima.
Lucho tenía poca dificultad en cambiarse de empleo, encontrando
siempre algo nuevo. Aunque nunca llegó a realizar su meta original
de convertirse en maestro carpintero, Lucho no se lamentaba. Sen­
tía cierto orgullo por haber logrado una posición económica mejor
que la mayoría de sus vecinos a quienes les había sido imposible
conseguir cualquier forma de trabajo regular, siendo relegados a la
condición de barrenderos de calles, sirvientes domésticos, ambu­
lantes o vendedores de “huachitos” de lotería.
Un trabajo que Lucho nunca había tenido era el de obrero
industrial. Cuando comenzó en el taller de carpintería en 1910,
sólo una pequeña porción de los sectores populares urbanos traba­
jaba en el sector industrial; una excepción importante consistía en
aquellos empleados en las industrias de artes y oficios representa­
35
dos por los talleres de artesanía. Con la llegada de la Primera Gue­
rra Mundial y sus efectos en la econom ía peruana, las industrias
manufactureras, particularmente la industria textil, crecieron y pu­
dieron emplear a un número cada vez mayor de trabajadores. El
crecimiento industrial vino acompañado de una expansión en el
tamaño y el poder de las organizaciones sindicales que llevó a un
desnivel cada vez más pronunciado entre los trabajadores organi­
zados y los no-organizados. Lucho se quejaba frecuentemente del
hecho de que nunca hubiera podido conseguir un empleo que le
hubiera dado la oportunidad de ser miembro de un sindicato. Veía
que a través de la actividad sindical los obreros organizados habían
podido obtener logros concretos no compartidos por los no-organi­
zados. Los sindicatos habían ganado para sus miembros la jornada
de ocho horas, mejores condiciones de trabajo en las fábricas y
protección de los excesos de los gerentes. Donde más se veía las
diferencias era en los sueldos. Los sindicatos habían sido relativa­
mente exitosos en lograr convenios favorables para sus miembros
al punto que los trabajadores organizados ganaban casi el doble
que los no-organizados.
A pesar de todos sus logros, aún los obreros sindicalizados
vivían en la pobreza, siendo la situación peor para la mayoría de
los trabajadores no-sindicalizados que formaban las masas popula­
res de Lima. Lucho siempre comentaba a Margarita, la mujer con
la que convivía desde los veinte años, que nunca podía ganar sufi­
ciente dinero para sentir alguna medida de seguridad económica,
aun después de obtener un trabajo de construcción regular y bien
remunerado. El aumento constante en el costo de vida, especial­
mente después de 1920, hizo que su sueldo fuera escasamente ade­
cuado para cubrir sus necesidades mínimas diarias. En 1928, por
ejemplo, Lucho ganaba 3 soles diarios, lo que significaba 75 soles
mensuales. Gastaba el 60% de su sueldo en comida y el 25% en vi­
vienda. El resto era apenas suficiente para pagar ropa y otras nece­
sidades de su familia de cinco. Siempre se encontraba endeudado
con el bodeguero, el sastre, el farmacéutico y el zapatero. Temía
muchísimo que llegara el día que por accidente, enfermedad o cri­
sis económica perdiera su trabajo. Le repetía siempre a Margarita
aue estarían perdidos si esto les llegara a suceder.
Los límites sobre la vida de Lucho y su familia se refleja­
ban mejor en el tipo de vivienda que podían ocupar. Soñaba con
el día en el cual pudiera comprar un pequeño lote de tierra para
construir su propia casa, pero los 16 a 18 soles que él dedicaba
36
cada mes para alquiler eran apenas suficientes para proporcionarle
uno o dos cuartos en un callejón. Los callejones de la época de
Lucho eran de diferentes formas. El más común se conformaba
de un largo pasadizo saliendo de la calle, con edificios estrechos de
una planta a los dos lados, divididos en apartamentos de uno o
dos dormitorios. Estas filas apretadas de cuartos por lo general
abarcaban el largo de toda una manzana con entradas de dos calles,
o sólo abarcaban media cuadra, terminando abruptamente en una
pared de adobe. Existían también callejones en que las filas de
cuartos se desviaban de un lado a otro dentro de la manzana.
Dos otros tipos comunes de vivienda de los sectores popu­
lares eran las casas subdivididas y casas de vecindad. Una casa sub-
dividida era un solar colonial o de comienzos de la República que
había sido abandonado por sus propietarios de la clase alta y sub-
dividido en una serie de pequeños cuartos para convertirse en vi­
vienda de familias pobres. Por lo general tenían dos plantas y
dos o tres patios interiores. La elegancia exterior de estas residen­
cias escondía un caos interno de cuartuchos minúsculos con menos
espacio aun que los apartamentos de los callejones. Las casas de
vecindad ofrecían condiciones algo mejores. Habiendo sido origi­
nalmente construidas com o edificios de alquiler para las clases
pobres, sus dos plantas tenían departamentos de dos o tres dormi­
torios que se extendían alrededor de un patio central.
El resultado de la concentración del mayor número de ha­
bitantes en el menor espacio posible fue un terrible problema de
sobrepoblación en la Lima obrera. Una familia típica de clase po­
pular —formada de una madre, a veces de un padre, abuela y/o
abuelo, y de niños grandes y pequeños— casi siempre vivía en una
sola habitación estrecha. Los que vivían en callejones y casa de
vecindad generalmente tenían más espacio que los que vivían en
casas subdivididas. En cuanto la familia crecía, el espacio físico de
cada miembro de la familia disminuía. En todos estos tipos de vi­
vienda había poca relación entre el tamaño de la casa y el tamaño
de la familia. Lucho se acordaba, por ejemplo, que en uno de los
callejones en el que él había vivido, había un grupo de 14 personas
apiñadas en dos cuartos pequeños. En sus moradas de uno o dos
dormitorios, algunas veces divididas por cartones y hasta sábanas,
familias grandes y pequeñas veían nacer a sus hijos y velaban a
sus muertos. Aunque muchos se mudaban por lo menos tres o cua­
tro veces durante sus vidas, consideraban a sus cuartos de callejón,
de casa subdividida, o de casa de vecindad como sus viviendas per­
37
manentes.
Durante su vida Lucho Saldaña residió en cuatro diferentes
callejones y en una casa subdividida. Cuando niño vivió con su ma­
dre y hermano en un callejón llamado San José. Al lado del río Rí-
mac, se hallaba en suelo extremadamente húmedo; el aire del calle­
jón estaba cargado de humedad del río y del fuerte olor de dos
excusados abiertos. El corredor central de la vivienda bordeado de
25 pequeñas habitaciones a cada lado, había sido originalmente
pavimentado con ladrillos y piedras pequeñas, pero el continuo
uso y la falta de mantenimiento durante años había llevado al de­
terioro de mucho del pavimento. En los días lluviosos, o cuando
las mujeres colgaban sus ropas mojadas para secarse al sol, charcos
de barro aparecían en el piso desigual del corredor. El callejón te­
nía dos grandes botaderos con dos caños de agua que suministra­
ban las necesidades de los 127 habitantes. Cada apartamento de
paredes de adobe tenía pequeñas puertas y ventanas que permi­
tían solamente una mínima ventilación y luz.
Cuando a la edad de veinte Lucho comenzó a vivir con
Margarita, pasaron su primer año juntos con su madre. Después de
eso, se mudaron a un callejón llamado La Alegría. Un pequeño
complejo con sólo 7 cuartos y 24 habitantes, sus habitaciones te­
nían aun menos espacio que aquellas del Callejón San José y reci­
bían luz sólo a través del tragaluz que había por encima de cada
puerta. Para obtener algún alivio de las condiciones estrechas, los
residentes vivían la mayor parte de sus vidas en el pasillo de dos
metros de ancho que se extendía a lo largo del callejón, llenándolo
de sillas, lavaderos, ollas de cocina, y animales domésticos. Miran­
do desde la calle, La Alegría parecía un laberinto de animales, gen­
te y muebles viejos. Y lo que era peor, estaba situado delante de
un establo; el olor del excremento de los caballos y muías que cu­
bría la calle inundaba la atmósfera de La Alegría.
Después de vivir cuatro años allí, Lucho comenzó a buscar
una casa mejor. Había conseguido un trabajo fijo y Margarita ha­
bía tenido dos hijos. Los dos sentían que podían pagar algo mejor
y que necesitaban más que el pequeño cuarto de La Alegría. Des­
pués que Lucho buscó por varias semanas, la familia se mudó al
Callejón Roberto. Sus 18 cuartos proporcionaban vivienda a 44
personas. El Callejón Roberto tenía cuartos ligeramente más gran­
des que los de La Alegría, pero sus residentes también vivían bajo
condiciones de estrechez y confusión. La luz del sol nunca entraba
por su estrecho corredor central que estaba cruzado por sogas
llenas de ropa secándose. En el cuarto de Lucho, por ejemplo, aun
38
al medio día, no había suficiente luz natural para distinguir las
imágenes de Jesús y de Santa Rosa que Margarita había colgado en
la pared con tanto cuidado. Al fondo del callejón había un sólo
caño con botadero que proveía un chorrito escaso de agua a las
mujeres que diariamente hacían cola con bandeja en la mano.
Lucho y su familia vivieron en el Callejón Roberto durante
siete años. Una enfermedad prolongada que había mantenido a
Lucho sin trabajo durante varios meses finalmente los obligó a bus­
car vivienda más barata. Se mudaron a una gran casa colonial sub-
dividida conocida como la Casa del Pescante cuyos 172 cuartos al­
bergaban a 353 personas. Era evidente por los restos de los delica­
dos balcones de madera y grandes portales adornados que en su
día La Casa del Pescante había sido una mansión suntuosa. Pero
para Lucho y su familia cuando llegaron les pareció un infierno de
pequeños corredores cubiertos, escaleras irregulares en varios esta­
dos de deterioro, más corredores oscuros, y cuartos diminutos es­
parcidos por todas partes. Alojándose en uno de estos cuartos en el
segundo piso, la familia tenía aún menos espacio que en su primera
casa de La Alegría. Al comienzo, Margarita se asustaba por las no­
ches del sonido de las pisadas de los que subían las escaleras cru­
jientes. Y Lucho maldecía cada vez que se tropezaba en algún hue­
co del piso de madera agujereada afuera de su cuarto. Cuando Mar­
garita o sus hijos se quejaban, Lucho trataba de apaciguarlos insis­
tiendo en la conveniencia de tener una bodega, una sastrería y un
zapatero en el primer piso de la casa. Pero Margarita no se ablanda­
ba y seguía quejándose de los animales pestíferos, de la suciedad
de las cocinas de carbón, de las sillas destartaladas, de los niños
hambrientos y llorosos y de las mujeres escandalosas que llenaban
los corredores ruidosos.
Tan pronto como Lucho pudo encontrar de nuevo un tra­
bajo relativamente seguro y bien pagado en la construcción, él,
Margarita y sus dos hijos se mudaron de la Casa del Pescante a un
callejón llamado Montañón. Esta residencia fue la mejor que Lu­
cho había jamás tenido. Con 36 cuartos y 135 habitantes era ex­
tremadamente sobrepoblada como sus viviendas anteriores, pero
tenía la ventaja de poseer un gran patio bien ventilado en la parte
delantera, un corredor central de 4 metros de ancho y cuartos más
amplios con corrales pequeños atrás para el cultivo de legumbres o
el mantenimiento de animales domésticos. El estado general del
Montañón era muy superior a las otras casas de Lucho. El corredor
central y los pisos de cada apartamento estaban pavimentados con
grandes piedras redondas y todas las paredes habían sido reciente-
39
mente pintadas con cal. Este callejón contaba con bastante luz en
el corredor y en los patios, pero como sólo tenía ventanas peque­
ñas, cada cuarto quedaba oscuro. A pesar de tener un sólo caño
para 135 personas, Margarita quiso aprovechar del mayor espacio
en el Montañón para tomar lavado de la calle y así incrementar
los ingresos de la familia. Lucho agradecía sus esfuerzos y sabía
ciertamente que el dinero extra del lavado sería una ayuda para
afrontar el constante aumento en el costo de la vida, pero malde­
cía cada vez que se tropezaba con la bandeja grande de madera
de Margarita y con la ropa mojada que ella había colgado en su
cuarto para secarse en los días lluviosos de invierno.
Además de tener que soportar vivir siempre en espacios
muy limitados, Lucho y su familia también padecían con la alta
incidencia de enfermedades reinante en las viviendas de las clases
populares. La mayoría de lo* que construían callejones o que di­
vidían sus viejas casonas daban mayor consideración a la ganancia
que a la higiene. En muchas de estas viviendas existía un sólo caño
con botadero para el uso en algunos casos de 500 habitantes. Este
era utilizado día y noche, obligando a muchos a salir al exterior
a un espacio abierto para hacer sus necesidades. El excremento hu­
mano que se acumulaba era la causa mayor de las enfermedades
intestinales que abundaban en estas viviendas. Los desagües que
atravesaban por el medio de muchos de los callejones intensifica­
ban el problema de las enfermedades. Al mismo tiempo que se .
utilizaban para arrojar basura y como reservados, sus aguas tam­
bién eran empleadas para lavar ropa, para cocinar y a veces para
beber. Además, las apretadas habitaciones y la limitada ventila­
ción de la mayoría de las viviendas de las clases populares aumen­
taban el índice de tuberculosis y de otras afecciones respiratorias.
La falta general de salubridad junto cqn la construcción defectuo­
sa de las casas —se utilizaba adobes confeccionados con excremen­
to de animales— estimulaban la proliferación de ratas e insectos,
portadores de toda clase de enfermedades. En suma, el exceso de
población y la falta casi absoluta de facilidades sanitarias llevaron
a un alto porcentaje de mortalidad entre las masas urbanas afec­
tando particularmente a la niñee. Casi no pasaba un año sin que la
familia de Lucho no fuera atacada por alguna enfermedad seria, y
dos de sus hijos fallecieron con djsentería y tifoidea.
Lucho encontraba poca Comodidad física o espiritual en el
cuarto obscuro y húmedo qye ¡cbmpartía con su mujer, sus dos hi­
jos, su suegra y su abuelo. Muebles de todas las edades y estilos
que él y Margarita habían cuidadosamente juntado a través de los
40
años llenaban el departamento. Un sofá, testigo de mejores tiem ­
pos, con su tapiz de seda desteñido y sus resortes crujientes, rete­
nía lo suficiente de su elegancia anterior para parecer fuera de sitio
entre sillas burdas de madera —algunas con patas rotas— una vieja
mesa, dos camas de segunda mano con colchones de paja y un ar­
mario sin puerta lleno de ropa raída. Al regresar a casa después de
un día de mucho trabajo, Lucho trataba sin éxito de cerrar sus
oídos a las interminables quejas de su mujer y de su suegra sobre
toda clase de asuntos desde las enfermedades de sus hijos hasta la
constante escasez de agua del único caño del callejón. En voz baja
Lucho agradecía a Dios que por lo menos su abuelo era un hombre
callado que daba pocos problemas.
Lo que más le disgustaba a Lucho sobre la vida de callejón
eran las constantes discusiones y peleas que se entablaban entre los
residentes que vivían en condiciones tan estrechas. Parecía que
ningún día pasaba sin que hubiera alguna pelea entre las mujeres, y
los niños nunca se cansaban de pegarse el uno al otro. El caño que
era el centro de la vida social del callejón era también por lo gene­
ral el centro de los conflictos. Las mujeres se empujaban para ser
las primeras en la cola, y frecuentes luchas verbales y físicas hubie­
ron. Lucho se acordaba mucho del día en que una Margarita lloro­
sa le salió al encuentro para contarle que cuando había salido a
enjuagar su ropa, la mujer del No. 12 le había colocado una baceni-
ca sucia encima de su ropa limpia. Cuando Margarita comenzó a
insultarla, la mujer cogió una piedra pesada y se la tiró golpeándole
en la espalda. Mientras Margarita buscaba como defenderse, las
otras mujeres presentes pararon la peleá. A la mañana siguiente
Lucho, con toda la cólera encima, se despertó a las 5:00 a.m.,
vació un gran barril que usaba para guardar artículos de la casa y lo
llevó al caño. Pacientemente esperaba mientras que el agua goteaba
llenando el barril lentamente. Durante las dos horas que duró este
procedimiento, Lucho no permitió a nadie llenar ni siquiera la olla
más pequeña. Finalmente regresó soberbiamente a su casa, sin
importarle los insultos murmurados de las mujeres que esperaban.
Aun de noche cuando las peleas y las discusiones habían
cesado afuera, los chismes más severos fueron el tema de la con­
versación detrás de la puerta cerrada de cada habitación. Margarita
siempre comentaba a Lucho que sus vecinos no eran “ gente de
buenas costumbres”. Se quejaba que el hijo de la mujer del No.
10 siempre estaba pegando a los niños menores: “ El debería estar
trabajando, ayudando a su familia y no juntándose con todos esos
palomillas.” Un tema favorito de los chismes de todo el callejón
41
era la mujer que vivía en el No. 16 que siempre estaba peleándose
con su marido. Todos podían oír sus gritos cuando él le pegaba al
regresar a casa y encontrar hombres extraños en su habitación to­
mando cerveza. Muchas veces ella se escapaba al corredor central
del callejón y allí, delante de todos, recibía los golpes de su marido
enfurecido. Después de estos incidentes, ella comentaba con las
mujeres que le escuchaban ávidamente que tenía que ver a otros
hombres, porque la cantidad miserable de dinero que aportaba su
marido como vendedor ambulante no era suficiente ni para pagar
la comida de sus tres hijos. Aun así usualmente sólo comían dos
veces al día: una taza de café con un pedazo de pan por la mañana,
y arroz con frijoles o papas y más café a las 2 p.m. Cuando tenía
un poquito de dinero adicional, salía por las tardes para comprar
algunos bizcochitos para sus hijos. A pesar de que los residentes
del callejón siempre se referían el uno al otro en sus chismes dia­
rios, y las mujeres conversaban horas de horas delante del caño de
agua, pocas familias hacían amistades duraderas. La desconfianza
mutua reinaba entre las familias del callejón.
Las experiencias de Lucho Saldaña, su trabajo y sus con­
diciones de vida, eran las mismas de la mayoría de la población de
la Lima obrera. Su historia es la historia de un hombre —o de un
grupo de hombres— quienes percibieron relativamente pocos cam­
bios en sus vidas durante las primeras décadas de este siglo. Ellos
afrontaban diariamente los mismos problemas, las mismas penu­
rias, las mismas inseguridades. Sin embargo, mientras Lucho y sus
compañeros tal vez no se hubieran dado cuenta, el período de
1915 a 1930 marcó üna era de cambio casi revolucionario en la
ciudad capital. Lima se extendió geográficamente y demográfica­
mente a un paso acelerado. Y más importante, las masas urbanas
crecieron durante estos años a números sin precedente. Transfor­
mados en tamaño, composición e importancia, como grupo ellos
comenzaron a asumir un nuevo rol en la vida política, social y eco­
nómica de la nación.

FUENTES Y METODOLOGIA
Existe una gran diversidad de fuentes valiosas para el estu­
dioso de la historia urbana-social de América Latina. En el caso
particular de Lima de comienzos del siglo veinte, los materiales dis­
42
ponibles que incluyen los censos de 1908, 1920, y 1931 muestran
que el tamaño promedio de la familia limeña era relativamente pe­
queño. El promedio del tamaño familiar aumentó sólo ligeramente
de 4.1 en 1920 a 4.57 en 1931 mientras que en ese último año la
familia de las áreas más pobres de la ciudad contaba, en términos
promedios, con 4.29 miembros. Véase:
Perú, Ministerio de Hacienda, Resumen del censo de
las Provincias de Lima y Callao levantado el 17 de di­
ciembre de 1920 (Lima, 1927), pp. 183-185; y Perú,
Censo de las Provincias de Lima y Callao levantado el
13 de noviembre de 1931 (Lima, 1932), p. 40.
También es notable el número de familias de clase popular
afectadas por la mortalidad infantil y por enfermedades en general.
En 1908, por ejemplo, de 2,839 madres que declararon haber dado
a luz a 3 niños, sólo 905, o aproximadamente un tercio, tenían
tres hijos sobrevivientes. Las proporciones de niños sobrevivientes
disminuían aún más en cuanto el tamaño de la familia aumentaba.
Véase:
Perú, Dirección de Salubridad Pública, Censo de la
Provincia de Lima (26 de junio de 1908), (Lima,
1915), Vol. II, pp. 990-91.
Los censos de Lima de 1908 y 1930 indican que aproxima­
damente 2/3 de los niños de los sectores populares eran ilegítimos,
uno entre muchos indicadores de la gran frecuencia de relaciones
informales entre hombre y mujer y el poco recurso al matrimonio
formal. Véase:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, p. 232; Perú, Cen­
so de Lima 1931, pp. 130-131; y Boletín municipal
de Lima, 1900-1930, que contiene registros muy de­
tallados sobre matrimonios.
Las estadísticas sobre los cambios en la composición étnica
de Lima en la época deben ser tratadas con cuidado, ya que el mar­
gen de error es muy alto. En el censo de 1931, por ejemplo, los
cuestionarios fueron llenados por los encuestados y no por los que
tomaban el censo. Con gran frecuencia los mestizos y los indios se
autodenominaban blancos. Es dudoso que los resultados fueran
mucho más acertados si los cuestionarios hubieran sido llenados
por los que tomaban el censo, quienes encontraban extremada­
mente difícil juzgar características raciales. Los materiales que fue­
ron consultados para la composición racial de los sectores popula­
43
res de Lima fueron:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, pp. 90-97; Perú,
Censo de Lima 1920, pp. 118-25; y Perú, Censo de
Lima 1931, pp. 92-94. Véase también: Enrique León
García, Las razas en Lima (Lima, 1909), especialmen­
te pp. 14-15, 40 y 69; Pedro M. Benvenutto Murrieta,
Quince plazuelas, una alameda y un callejón (Lima,
1932), p. 137; José G. Clavero, Demografía de Lima
en 1884 (Lima, 1885), p. 29; José Luis Caamaño,
Apuntes limeños, (Lima, 1935); y Eleuterio Vigil Pe-
láez, El Callao de ayer y de hoy (Callao, 1946).
En,términos de empleo, la población mestiza se agrupaba
en ocupaciones manuales como artesanía, trabajo industrial y
transporte. Muy pocos mestizos, negros o indios eran propietarios
en Lima, y las ramas de comercio, abogacía, medicina y educación
fueron dominadas por los blancos: “Esas profesiones que ganan el
más alto ingreso o producen el más alto prestigio social son prefe-
rencialmente-ejercidas por blancos.” León García, Las razas, p. 20.
Entre 1900 y 1930 el alfabetismo era notablemente alto en
las áreas urbanas de Lima. En 1908 la proporción de alfabetismo
de la población masculina y femenina de la ciudad mayor de 6
años fue de 76% con un total de analfabetismo calculado en 18.3%
(el otro 5.7% era constituido por las categorías de semialfabetiza-
dos y sin datos). Hacia 1920 el analfabetismo había disminuido a
9.6%. En 1931 se elevó ligeramente a 11%, llegando a 13.6% en el
barrio popular del Rímac. Este aumento parece haber sido el resul­
tado de la migración a la ciudad de una población rural menos edu­
cada. Si la edad mínima es aumentada de 6 a 10 años, el analfabe­
tismo declina a 9.6% en 1931. Una de las razones del alfabetismo
significativo fué la alta proporción de asistencia escolar. En 1931,
por ejemplo, 72% de los niños limeños en edad escolar había reci­
bido algo de educación formal. Véase:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, pp. 370-76 y Vol.
II, pp. 894-900; Perú, Censo de Lima 1920, pp. 139­
46; y Perú, Censo de Lima 1931, pp. 150-66.
Un excelente examen de las condiciones de trabajo de las
masas urbanas a comienzos de siglo se encuentra en Joaquín Cape­
lo, Sociología de Lima (Lima, 1895), Vol. II, pp. 39 y 43-45. Las
descripciones de Capelo paralelan estrechamente otras posteriores
de 1920.y 1930 de:
44
Ricardo Martínez de la Torre, Apuntes para una inter­
pretación marxista de historia social del Perú, (Lima,
1947), pp. 74-75; José Carlos Mariátegui, Temas de
educación (Lima’ 1930) pp. 138-39; y Magali Sarfatti
Larson y Arlene Eisen Bergman, Social Stratification
in Perú (Berkeley, Calií., 1969), p. 105.
Datos sobre la estructura general de empleos de Lima pue­
den ser encontrados en:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. II, pp. 906-43; Perú,
Censo de Lima 1920, pp. 163-82; Perú, Censo de Li­
ma 1931, pp. 192-207; David Chaplin, The Peruvian
Industrial Labor Forcé (Princeton, N.J., 1968), p.
279; y Federico Debuyst, La población en América
Latina (Madrid, 1961), pp. 125 y 128.
Material sobre las categorías económicas de empleos para
clases populares es derivado de:
Santiago Basurco y Leónidas Avendaño, “Informe
emitido por la comisión encargada de estudiar las con­
diciones sanitarias de las casas de vecindad en Lima,
primera parte”, Ministerio de Fomento, Dirección de
Salud Pública, Boletín, III: 4, (30 de abril, 1907), 33­
35; Pedro Reyes, A la Capital (Lima, 19 ?), p. 46; El
Perú, enero 20, 1931, p. 1; Hugo Marquina Ríos,
“ Cincuenta casas de vecindad en la Avenida Francisco
Pizarra”, en Carlos Enrique Paz Soldán, Lima y sus
suburbios (Lima, 1957), p. 78; y Benvenutto Murrie-
ta, Quince plazuelas, p. 318.
Los cambios frecuentes de empleo eran muy comunes y
parece que no era muy difícil encontrar trabajo durante la mayor
parte del período entre 1900 y 1930. Como Arturo Sabroso señaló
en una entrevista con el autor: “ Para cambiar de trabajo lo único
que teníam os que hacer era revisar los anuncios”, (26 de febrero
1971). Véase también El Comercio, 10 de diciembre, 1931, p. 2.
Aparentemente el mercado laboral comenzó a saturarse a media­
dos de los años veinte debido al flujo a la ciudad de grandes núme­
ros de migrantes rurales, y por consiguiente, la demanda de trabajo
en sectores como la industria de la construcción bajó estrepitosa­
mente. Véase:
Alberto Alexander, Las causas de la desvalorización
de la propiedad urbana en Lima (Lima, 1932), pp. 12­
13.
45
Las diferencias entre los trabajadores sindicalizados y los
no-sindicalizados se describen en:
El obrero textil, V: 62, (Junio, 1924), 2. Arturo Sa­
broso, Réplicas proletarias (Lima, 1934), pp. 38-39;
Leoncio M. Palacios, Encuesta sobre presupuestos fa­
miliares obreros realizada en la ciudad de Lima en
1940 (Lima, 1944) pp. 112-14; Martínez de la Torre,
Apuntes para una interpretación, Vol. II, p. 353; y
Enrique Echecopar, Aptocracia, (Lima, 1930), p. 79.
Información sobre los ingresos de la clase trabajadora y los
gastos puede ser encontrada en:
Martínez de la Torre, Apuntes para una interpreta­
ción, Vol. I, pp. 22 y 108-109; Federico Ortiz Rodrí­
guez, “ Páginas del pueblo”, Mundial, VI: 251, (3 de
abril, 1925), 32; Basurco y Avendaño, “Casas de ve­
cindad”, 35; Ernesto Galarza, “ Deudas Dictadura y
Revolución en Bolivia y el Perú”, Foreign Policy
Reports, (13 de mayo de 1931), 116; y Lawrence
Dennis, “What Overthrew Leguia: The Responsibility
of American Bankers for Peruvian Evils”, The New
Republic, LXIV: 824, (17 de septiembre 1930), 117­
118.
Que la mayoría de las clases populares de Lima vivía en ca­
llejones, casas de vecindad o casas subdivididas en las primeras dé­
cadas del siglo XX está demostrado en:
Basurco y Avendaño, “ Casas de vecindad”, passim;
Jorge Basadle, Historia de la República del Perú, 6ta.
edic., (Lima, 1968-69), Vol. XII, p. 249; Benven” Jto
Murietta, Quince plazuelas, p. 209; Alberto Ale> ?.n-
der al Director de Salubridad en Boletín de la D i c ­
ción de Salubridad Pública, Segundo Semestre,
(1926), 185; J.P. Colé, Estudio geográfico de la gran
Lima (Lima, 1957), pp. VII-18; y José Muñoz y Die­
go Robles, Estudio de tugurios en los distritos de Je­
sús María y La Victoria (Lima, 1968), p. 68.
La descripción de los rasgos arquitectónicos de los callejo­
nes está derivada de:
El Tunante (Pseud.) Abelardo Gamarra, Lima: unos
cuantos barrios y unos cuantos tipos (Lima, 1907),
pp. 22-23; Benvenutto Murrieta, Quince plazuelas,
46
p. 270; Basurco y Avendaño, “Informe emitido por la
comisión encargada de estudiar las condiciones sanita­
rias de las casas de vecindad en Lima, segunda parte”,
Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad Pú­
blica, Boletín, III: 5 (31 de mayo, 1907), 55-57; Mar-
quina Ríos, “ Cincuenta casas de vecindad”, p. 79; y
Oscar Romero Fernández, “ Un espacio urbano libre:
La Alameda de los Descalzos”, en Paz Soldán, Lima,
p. 100. r
También una serie de conversaciones con el conocido ar­
quitecto e historiador de Lima Juan Gunther en Mayo de 1971, y
observaciones personales de las viviendas actuales de las clases po­
pulares en Lima —muchas de ell^s son las mismas que aquellas des­
critas en las fuentes del período 1900-1930— fueron inmensamen­
te útiles para el entendimiento de la estructura de estas casas. Mu­
ñoz y Robles, Tugurios, es un estudio excelente en dos zonas, La
Victoria y Jesús María, de la Lima más reciente. Es interesante no­
tar los paralelos sobresalientes entre los callejones del tiempo en
que esto fue escrito y aquéllos que existieron 70 años atrás. Su
comparación demuestra la mínima evolución sufrida por este tipo
de vivienda en el transcurso del tiempo. Véase especialmente pp.
50-51. Para los planos de ios varios tipos de callejones véase:
Alberto Alexander, Los problemas urbanos de Lima
y su futuro (Lima, 1927), Tabla VII; y Pedro E. Pau-
let, Directorio anual del Perú, Vol. I, Provincias de Li­
ma y El Callao (Lima, 1910-11), p. 190.
La proliferación de callejones, casas subdivididas y casas de
vecindad no fue un fenómeno nuevo en la Lima de principios del
siglo XX. Los primeros callejones de la ciudad crecieron a lo largo
de las grandes mansiones de las familias adineradas durante el siglo
XVIII. Estimulados por un aumento general de la población urba­
na y una escasez de vivienda en el área metropolitana, muchos pro­
pietarios de grandes casas coloniales construyeron una serie de
cuartos pequeños en terrenos desocupados al lado de y atrás de sus
viviendas en tierras que anteriormente habían sido utilizadas para
el cultivo de legumbres. Después, la forma de callejón fue adopta­
da a través de todo Lima como la manera más económica de amon­
tonar a cuantiosos números de personas en las grandes cuadras que
dividían el área central de la ciudad. La diseminación de las casas
subdivididas y de las casas de vecindad fue particularmente visible
en la última parte del siglo diecinueve cuando se hizo cada vez más
47
aparente a las clases propietarias que la construcción de vivienda
de alquiler barato prometía ser una inversión lucrativa. Un produc­
to del renovado interés en este tipo de construcción fueron las ca­
sas de vecindad de las cuales el “ entrepreneur” norteamericano
Henry Meiggs fue uno de los primeros promotores. Una forma más
común de vivienda que estos primitivos edificios de apartamentos
para los sectores populares fueron las casas subdivididas que cre­
cieron en número especialmente después de 1900 cuando las clases
altas de Lima comenzaron a mudarse de la parte central de la ciu­
dad a los suburbios cercanos. Ellos subdividieron sus viejas casas en
viviendas minúsculas para las familias de las clases pobres. El alqui­
ler obtenido de un callejón, de una casa subdividida, o de una casa
de vecindad proporcionaba un ingreso constante y seguro para su
propietario.
Información sobre la historia de la vivienda de los sectores
populares de Lima fue obtenida de:
José Gálvez, Estampas limeñas, 2da. ed. (Lima,
1966), pp. 109-110; Juan Günther, entrevista, mayo
18, 1971; Tunante, Lima barrios, pp. 21-22; Marqui-
na Ríos, “Cincuenta casas de vecindad”, p. 79; y El
Perú, 12 de enero, 1931, p. 1.
Basurco y Avendaño en su estudio admirable sobre las vi­
viendas de la clase baja de Lima en 1907 estimaban que en toda la
ciudad un 66.7 por ciento de la población vivían en viviendas so-
brepobladas e insuficientes. Ellos también afirmaban que su inves­
tigación demostraba que, “ la sobrepoblación y la vida de callejón
coexisten”. Véase: Basurco y Avendaño, “ Casas de vecindad, pri­
mera parte”, 24-27. Datos má6 recientes sobre densidad de pobla­
ción reafirman sus conclusiones. Véase:
Colé, Estudio geográfico, pp. V-16-17; Romero Fer­
nández, “ Espado.urbano libre”, p. 100; y Muñoz y
Robles, Tugurios, pp. 52-53.
De acuerdo a Muñoz y Robles, p. 53, aquéllos que en los
años sesenta vivían en casas subdivididas tenían aun menos espacio
que los habitantes de callejones. Para más información sobre las
condiciones de hacinamiento características de las viviendas popu­
lares limeñas, véase:
Rómulo Eyzaguirre, “Influencia de las habitaciones
de Lima sobre las causas de su mortalidad”, Boletín
del Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad
Pública, II: 1, (31 de enero, 1906), 23-52; Tunante,
48
IWIVMSÍDAD N. M. Dg SAN MAR O 0 8
EMflEC. DE BIBLIOTECA Y PUBLICACIONES
Lima barrios, p. 23; Richard W. Patch, Life in a
Callejón”, American Universities Field Staff Reports
(West Coast South America Series), VIII: 6, (junio,
1961), 1; Martínez de la Torre, Apuntes para una in­
terpretación, Vol. I, pp. 77-78; y Basurco y Avenda­
ño, “ Casas de vecindad, primera parte”, 113-120.
Las descripciones de las diversas residencias de Lucho Sal-
daña fueron destiladas de la encuesta detallada hecha casa por^casa
de las viviendas populares de Lima por Basurco y Avendaño, Ca­
sas de vecindad, primera parte”, 38-107. Sobre las condiciones ge­
nerales de vivienda de las masas urbanas véase también: Gálvez,
Estampas limeñas, p. 109; Muñoz y Robles, Tugurios, p. 7; y El
obrero textil, III: 36, (julio del 1-15, 1922), 3-4.
Muñoz y Robles, Tugurios, pp. 54-64 y 69, que contiene
datos específicos sobre los materiales empleados en la construc­
ción de tugurios, afirman que con el transcurso de los años el
único cambio ha sido el reemplazo de pisos de piedra y de tierra
por pisos de concreto. Las paredes de los callejones, las casas
subdivididas y las casas de vecindad continúan siendo de adobe, y
la madera sigue predominando en la construcción de los techos.
También demuestran que ha habido poco progreso en el área de
la instalación de cañerías, con los residentes en siete de cada diez
callejones aún teniendo que compartir el agua, el desagüe y los re­
servados. Véase pág. 56.
Información general sobre las condiciones de salud entre
los pobres de Lima se encuentra en:
Basurco y Avendaño, “Casas de vecindad, primera
parte”, 6-7, 58-59 y 108-111; La Tribuna, 5 de julio
de 1931, p. 4; Patria, 2 de julio, 1931, p. 2; Tunante,
Lima barrios, pp. 20 y 22; y Romero Flores, “Espacio
urbano libre”, p. 99.
Un estudio detallado sobre la correlación entre la vivienda
de los sectores populares, las enfermedades y la alta mortalidad es
el de Eyzaguirre, “Influencia de la habitación”, véase especialmen­
te 44-48.
Información sobre los rasgos internos de la vivienda pro­
viene de:
Basurco y Avendaño, “ Casas de vecindad, primera
parte”, 109-10; Marquina Ríos, “ Cincuenta casas de
vecindad”, pp. 79-80; Enrique León García, “ Aloja-
49
8 735^ :
* mientos para la clase obrera en el Perú”, Boletín del
Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad Pú­
blica, II: 1 (31 de enero, 1906), 57-58; y Emilia de la
Barrera, Estampas del ambiente (Lima, 1937), p. 35.
Varios observadores han recalcado el más alto grado de
desorganización social y desconfianza entre los residentes de los
tugurios de Lima. Véase:
Gálvez, Estampas limeñas, pp. 110-12; Tunante, Lima
barrios, p. 23; y Basurco y Avendaño, “ Casas de ve­
cindad, primera parte”, p. 68.
Las descripciones en estos primeros trabajos son sorpren­
dentemente similares a las observaciones de autores posteriores in­
cluyendo a:
Patch, “ Life in Callejón”, especialmente 4-5, 7, 12,
15-16 y 19; y Humberto Rotondo, “Psychological
and Mental Health Problems of Urbanization Based
on Case Studies in Perú”, in Phillip M. Hauser, ed.,
Urbanization in Latin America (New York, 1961),
pp. 250-51 y 255. s
También una entrevista con Alcides Carreño el 4 de mayo
de 1971, fue muy reveladora acerca de los muchos aspectos de la
vida diaria de los pobres de Lima durante este período.
Parece que las circunstancias de las masas urbanas comen
zaron a deteriorarse a partir de 1920, un proceso que se extendió
hasta la Depresión. Un aumento significativo en el tamaño de b
población de Lima, producto en parte de la extensa migración
rural-urbana, llevó a una aglomeración aún mayor en los domicilios
de clase popular durante este período.
Un desmejoramiento de las viviendas populares acompañó
a la creciente sobrepoblación de las mismas durante los años vein­
te. Bajo las circunstancias de una aumentada demanda para nuevas
urbanizaciones para las clases medias y altas y con el subido costo
de los materiales de construcción, poco capital fue destinado al
mejoramiento o aun al mantenimiento de los callejones, casas sub­
divididas y casas de vecindad existentes. Estos tipos de vivienda
decayeron gradualmente en esta década al punto de que, según un
registro de propiedad urbana compilada entre 1927 y 1929, apro­
ximadamente el 53 por ciento de todos los domicilios de Lima
eran considerados inaceptables para la habitación y 40 por ciento
de éstos estaban totalmente irreparables.
50
Para información sobre las fluctuaciones en la población de
Lima entre 1908 y 1940, véase:
Alberto Alexander, Estudio sobre la crisis de la habi­
tación en Lima (Lima, 1922), especialmente pp. 8-12;
Perú, Censo de Lima 1931, pp. 28-31; Juan Bromley
y José Barbagelata, Evolución urbana de la ciudad de
Lima (Lima, 1945), pp. 117-18; The West Coast
Leader, 3 de mayo de 1932, p. 3; Ricardo Tizón y
Bueno, El plano de Lima (Lima, 1916), p. 54; y Emi­
lio Harth-Terré, “ Lima contemporánea”, en Lima en
el IV centenario de su fundación (Lima, 1935).
Muñoz y Robles, Tugurio, p. 88, presenta datos sobre la
evolución de la densidad demográfica en las viviendas populares
entre 1961 y 1967. Un estudio valioso de la relación entre la esca­
sez de viviendas obreras y el auge de la industria de la construc­
ción en los años veinte se encuentra en Alexander, Crisis de la ha­
bitación, pp. 1 y 34-35. Véase también:
Alexander a Dirección de Salubridad, 186-87; Alexan­
der, Causas de la desvaJorización, p. 4; M. Montero
Bernales y Alberto Alexander, “Contemplando la si­
tuación de los desocupados y la crisis de la vivienda”,
El Perú, 23 de enero de 1931, p. 2; Bromley y Barba-
gelatta, Evolución urbana, p. 105; Martínez de la To­
rre, Apuntes para una interpretación, Vol. I, p. 77; y
Harth-Terré, Lima contemporánea.
Las cifras para comparar la sobrepoblación de las viviendas
en 1907 y 1931 provienen de:
Basurco y Avendaño, “Casas de vecindad, primera
parte”, 24; Eyzaguirre, “Influencia de la habitación”,
27, 30, 32 y 34-37; y Montero Bernales y Alexander,
“Contemplando la situación”, p. 3.
Aun cuando se toma en cuenta estas fluctuaciones tem po-(
rales, la comparación de descripciones de las condiciones de vida
de las masas urbanas hechas a comienzos de siglo con las que se
han hecho después demuestra que estas condiciones no han varia­
do mucho a través de los años. Una excepción evidente a esta regla
ha sido el crecimiento de los barrios marginales, especialmente des­
de 1945. Sin embargo, la vida de los tugurios en los barrios tradi­
cionales ha cambiado poco. Existen paralelos pronunciados entre
los datos recogidos por Basurco y Avendaño en 1907, “Casas de
vecindad, primera parte”, y los estudios hechos en los años 50 y
60 como los de Muñoz y Robles, Tugurios, y Colé, Estudio geográ-
5]
fico. Aparentemente, aun las serias epidemias de enfermedades
contagiosas que desde el comienzo de siglo eran percibidas como
consecuencias en parte de las pésimas' condiciones de vivienda po­
pular, provocaron solo mínimos esfuerzos para aliviar esas condi­
ciones.
La información sobre las condiciones de vivienda popular
en los años veinte fue encontrada en:
Perú, Dirección de Salubridad Pública, Ministerio de
Fomento, Inspección Técniea de Urbanizaciones y
Construcciones, “Primer informe anual sobre el re­
gistro sanitario y catastro de la propiedad urbana de
Lima”, Ciudad y campo y caminos, V: 38, (marzo-
abril, 1928), 25-26 y 28; Perú, Dirección de Salubri­
dad..., Segundo informe sobre el registro sanitario y
catastro de la propiedad urbana de Lima (Lima,
1928), p. 4 y Tablas I-III; Perú, Dirección de Salubri­
dad..., “ Catastro del Distrito de La Victoria”, Ciudad
y Campos y Caminos, VI: 44, (1929), 45-46; y Perú,
Dirección de Salubridad..., Cuarto informe sobre el
registro sanitario de la vivienda y catastro de la pro­
piedad urbana de Lima, (Lima, 1929), pp. 4-5 y Ta­
blas I-III.
Una explicación de la manera en que se recopiló ese regis­
tro se encuentra en Alexander a Dirección de Salubridad, 184-85.
Sobre el deterioro de la vivienda popular en los años veinte, véase:
Alexander, Crisis de la habitación, especialmente pp.
38-41; Alexander, Causas de la desvalorización, p. 9;
Basadre, Historia de la República Vol. XIII, p. 300;
y El hombre de la calle, I: 13, (12 de diciembre de
1930), 2.

52
CAPITULO III CULTURA POPULAR Y POLITICA POPULAR
EN LOS COMIENZOS DEL SIGLO XX
EN LIMA
Este ensayo intenta encontrar una vía preliminar para
comprender la interacción entre las normas culturales y la conduc­
ta política de los sectores populares de Lima en las primeras déca­
das del siglo XX. Numerosos observadores en esos años y más tar­
de han hecho hincapié en el alto grado de personalismo que parece
penetrar el sistema político del momento, un personalismo que en­
cuentra su expresión política más importante en dos movimientos,
el Sanchezcerrismo y el Aprismo que emergieron para dominar la
jscena política en 1930-31.
Para comprender la especial atracción de esos movimien­
tos y la notable importancia del personalismo, este ensayo pone
énfasis en el desarrollo de una orientación subjetiva hacia la políti­
ca y los políticos en las masas limeñas. Sugiere algunos de los más
importantes elementos que debieron intervenir en la formación de
esa orientación subjetiva. Es al mismo tiempo una mirada intro­
ductoria al interior de algunas de las instituciones y estructuras
que contribuyeron a la formación de los valores culturales popu­
lares. Y como las actitudes políticas son simplemente una faceta
del más amplio universo cultural del pueblo, cualquier análisis de
cultura es implícitamente también un análisis de política.
Al mismo tiempo que podemos hacer uso de un estudio de
la cultura y de la formación cultural para estudiar la política, po­
demos también entender mejor las normas culturales de un sector
social particular analizando su participación política formal o su
apoyo a un movimiento político definido. Los valores culturales
jio pueden ser cuantificados. Pero la conducta política, desde la
participación en una manifestación por un candidato, hasta el acto
de sufragio puede, aunque frágilmente, medir las normas subjetivas
que caracterizan a cualquier grupo político. Antes de considerar a
la cultura como alguna especie de entidad integrada debemos pri­
mero descubrir esas fuerzas que jugaron los principales roles en su
55
formación. No existió un solo factor preponderante en la creación
de un sistema de valores en las masas de Lima a comienzos del si­
glo XX. Más bien, ese sistema fue el producto de la interacción de
una serie de influencias del medio ambiente, las cuales pueden ser
agrupadas bajo los dos rubros generales de experiencias de sociali-
, zación y restricciones estructurales. Las relaciones familiares, la vi-1
da escolar, las prácticas religiosas y la interacción con el sistema
político fueron elementos fundamentales del proceso de socializa­
ción de los sectores populares de Lima. Los valores aprendidos en
esas áreas fueron reforzados por la confrontación diaria del indivi­
duo con las relaciones estructurales de la sociedad urbana. Los ele­
mentos estructurales que afectaron particularmente la formación
de valores incluyeron la distribución del poder y la riqueza entre
los varios estratos sociales y la prevalencia de ciertos tipos de rela­
ciones sociales tradicionales.
Una premisa básica de este enfoque para el desarrollo de
un conjunto específico de valores es que las creencias que la for­
man fueron aprendidas por cada individuo a través de un ajuste
personal a las realidades de la existencia cotidiana. Cada miembro
de las masas urbanas experimentó un proceso de “enculturación”
con el cual, en respuesta a los estímulos generados por su propia
experiencia, obtuvo una manera de ver y enfrentarse al mundo.
Muy importante para adquirir disposiciones hacia la con­
ducta política fueron las lecciones aprendidas en la vida acerca
de la autoridad y la relación propia con personajes que la repre­
sentaban. Su contacto inicial con la autoridad vino de la realidad
íntima de la familia. Al interior de ésta los integrantes de los sec­
tores populares limeños aprendieron primero a definir un rol so­
cial propio y a hacer distinciones entre los estatus de subordina­
dos y superiores. El sistema dominante en el hogar conformado
con premios y castigos enseñó los modelos de conducta que
suscitaban aprobación y las que merecían un juicio contrario.
Hacia los inicios del siglo XX el sistema de premios y cas­
tigos en las familias de clases trabajadoras tenía preponderancia en
cuestiones relacionadas con la obediencia de los hijos. Corriente­
mente los padres demandaban absoluta sumisión de su descenden­
cia a su autoridad en todos sus aspectos. Un crítico agudo de la
familia peruana, José Antonio Encinas, caracterizaba esta situa­
ción como una en la cual: “El padre es todo; sus gustos, tenden­
cias, preferencias y ambiciones deben imponerse. El hijo es na-
56
die” (1). Una importante faceta de la buena educación era mostrar
respeto a los mayores a través de manifestaciones exteriores de
humildad.
Cómo se creía generalmente que la obediencia no viene na­
turalmente sino que puede ser producida por ciertas formas de
coerción, varias formas de castigo se tenían a la mano para asegu­
rar el mantenimiento de normas aceptables de conducta y de he­
cho el castigo tom ó primacía sobre el premio como modalidad en
la mayoría de los hogares. El interés de un miembro joven de la
familia a participar en una conversación de sobremesa, un pasa­
tiempo estrictamente reservado a los adultos, podía ser literalmen­
te destruido con una reprimenda verbal, como en la sarcástica des­
cripción de Manuel González Prada:
Cuando uno de esos jóvenes sentía (por suerte o mila­
gro) el impulso a expresarse con orgullo y dignidad, a toda
la familia le tomaba por sorpresa de la más extraordinaria
manera, haciéndola sentir en un estado de inequívoca ame­
naza, como si hubiesen visto que una libra esterlina se
transformaba en un centavo... Por suerte, la madre estaba
allí para reprimir el escándalo y ella salvaría el honor del
hijo. La experimentada e inteligente señora no pronuncia
discursos interminables, ni tampoco ofrece consejos espon­
táneos; recurre a una parquedad espartana. Ahoga el malig­
no impulso del joven con una abracadabra supersacramen-
tal de un indiscutible efecto mágico: “Tonto, com e y
calla”(2).
Paralelamente a la censura verbal, los padres comúnmente
recurrían a emplear el temor para corregir una mala conducta di-
ciéndoles a sus hijos que el espíritu de una persona muerta o el
“cuco” vendría a jalarles los pies o llevárselos. Si los otros métodos
no daban resultados, el castigo físico era empleado frente a los ni­
ños que no alcanzaban las estrictas reglas familiares (3),
(1) José Antonio Encinas, Higiene Mental, 2da. ed. (Santiago, 1946),
p. 259.
(2) Manuel González Prada, Bajo el oprobio (París, 1933), pp. 114-15.
(3) La más valiosa fuente de información sobre la estructura de la fami­
lia peruana comienzos del siglo XX hasta 1940 es el trabajo del sicó­
logo-educador José Antonio Encinas. Sus estudios siguientes pueden
ser consultados: Higiene Mental, especialmente pp. 15-16, 31, 45, 62
y 105; y La educación de nuestros hijos (Santiago, 1938), pp. 57 y
92.
57
La estructura autoritaria y de jerarquía rígida en estos ho­
gares debió haber dejado una huella indeleble en sus miembros jó­
venes. La continua conformidad a la poderosa y muchas veces arbi­
traria autoridad paternal produjo un estado de inseguridad y temor
en estos niños fijando una tendencia a retraerse frente al conflicto
con personas a las cuales se les percibía formando parte de un “sta-
Lus superior”. González Prada describe esta exagerada sumisión
de sus compatriotas más pobres a las autoridades que los gobiernan
com o una demostración extrema de la mentalidad del “come y
calla” que fuese embebida durante su juventud:
La mentalidad del come y calla ha sido difundida de
tal manera que merece colocarse en el anverso de nuestras
monedas. Esto revela un rasgo básico de carácter... El asno,
trabajador y sufrido, no busca comprender la sicología de
su amo; él mastica su pasto y permanece callado; las mas;
aún más miserables y quizás más pacientes que la muía no
indagan acerca del valor moral o intelectual del muletero:
ellas desayunan y se callan la boca.(4)
González Prada insinúa que el tutelajeí autoritario que ca­
racterizaba las relaciones familiares también creó un individuo con
poca confianza en su habilidad para influenciar significativamente
o controlar su medio ambiente. En su lugar, la excesiva dependen­
cia en el hogar pudo haberlo llevado a la búsqueda de gratificacio­
nes a través de la sumisión a los hombres, de “arriba”.
Estas experiencias iniciales con la autoridad pueden haber
sido transferibles más tarde a las percepciones acerca del funciona­
miento del sistema político y acerca de los atributos de sus dirigen­
tes. El sistema del “ come y calla” que excluía la participación en
la toma de decisiones en el hogar pudo haber llevado a esperar un
rol pasivo similar en el proceso político. Y los padres estrictos de
la juventud trabajadora pudieron convertirse en su mayor punto de
referencia para elegir a los dirigentes políticos en su madurez. En
el contexto de la política populista de los años 30, Luis M. Sán­
chez Cerro y Víctor Raúl Haya de la Torre exhibían muchas carac­
terísticas de un padre ideal de las masas. La participación de las
.clases laborales urbanas en esos movimientos dirigidos por hom­
bres con estilos políticos a la vez protectores y autoritarios quienes

(4) González Prada, Bajo el oprobio, pp. 116-117.


58
proclamaban que ejercerían el poder en beneficio de sus seguidores
pero sin la activa participación de éstos, fue un tipo de retorno
político a las formas de dependencia y protección experimentadas
en sus primeros años. El dil igente populista podría tomar el rol de
un padre sustituto.
Para muchos —aparentemente la mayoría— de las masas li­
meñas, los verdaderos padres no formaban parte del hogar. Más
bien la forma más común de uniones conyugales era la conviven­
cia. Datos de los censos de Lima de 1908 y 1930 indican que apro­
ximadamente dos tercios de los hijos de las clases trabajadoras fue­
ron ilegítimos y que, en términos comparativos, Lima tenía uno de
los porcentajes más bajos del mundo de personas casadas en el
total de su población. De este modo, una alta proporción de las
relaciones familiares populares no fueron entre padres e hijos sino
entre madres e hijos (5).
Es posible que es ,os hogares matriarcales aumentaran la
tendencia de los hombres de bajos estratos a buscar más tarde la­
zos dependientes en la política y en otros dominios. En estudios
sobre diferentes orientaciones políticas de los hombres y hogares
de padre y madre versus hogares cuya única figura era la madre en
otros lugares del mundo, se encontró que estos últimos producían
(niños) “Más infantiles, dependientes y sumisos que aquéllos de
hogares en los cuales el padre estuvo presente” (6). En parte estos
patrones se derivan de las características de “sobreprotección,
dominación y exigencias” adscritas a las madres de familia de pa­
dre ausente, particularmente en los rangos inferiores de la escala
social.
Los sectores populares, como el resto de la sociedad, co­
menzaron el aprendizaje de valores sociales en la familia, pero el
proceso no terminó allí. El impacto relativo de los valores aprendi­

(5) Perú, Censo de la Provincia de Lima (26 de Junio de 1908) (Lima,


1915). Vol. I, p. 232; Perú, Censo de las Provincias de Lima y Callao
levantado el 13 de Noviembre de 1931 (Lima, 1932), pp. 130-131;
Enrique León García, Las razas en Lima (Lima, 1909), pp. 26-29; y
Richard Patch, “ Life in a Callejón”, American Universities Field
Staff Reports (West Coast South America Series), VIII: 6 (Junio,
1961), 20-21.
(6) Kenneth P. Langton, Political Socialization (New York, 1969), p.31.
, Langton basa sus conclusiones sobre datos de encuestas llevadas a
cabo en Estados Unidos y Jamaica.
59
dos en el hogar sobre la vida posterior dependió en gran medida
del grado en que la experiencia posterior modificó o reformó las
lecciones aprendidas en el seno familiar. Para la mayoría de los
niños de las clases bajas de Lima, el contacto formal inicial con la
sociedad en su conjunto llegó en la escuela primaria. En las tres
primeras décadas del siglo XX aproximadamente el 70% de los
niños de la capital en edad escolar asistieron a la escuela primaria
en algún momento. El aprendizaje, de los, valores en la escuela
ocurrió de dos maneras. Primero, los estudiantes asimilaron a tra­
vés del ambiente y estructuras del aula, conocimientos implícitos
acerca de las normas básicas de estratificación social y los modelos
aceptables de conducta. Con respecto al aprendizaje político, a
menudo el profesor fue el primer representante de la autoridad
política que el niño encontraba. La relación entre el profesor y el
alumno tuvo un efecto profundo más tarde en el enfoque que este
último adquirió hacia los políticos. Segundo, la escuela primaria
dió. lecciones explícitas tanto sobre la “moral” apropiada como
sobre la conducta política, el enseñar temas que iban desde urbani­
dad hasta Historia del Perú. Los roles, las relaciones, y los materia­
les curriculares aprendidos en la escuela fueron extremadamente
importantes en la formación de la personalidad. Como afirmó un
prominente educador peruano “todo el mundo grande” se refleja
en este “mundo pequeño” del aula(7). Las enseñanzas formales e
informales del aula fueron posteriormente legitimadas por el he­
cho de que la educación publica constituía una de las únicas for­
mas aceptables de conseguir alguna movilidad, aunque marginal,
para el sector popular.
Como en el hogar, la obediencia fue la norma principal de
“la sociedad” representada en el aula de la escuela primaria. Mu­
chos de los esfuerzos de los profesores estaban dirigidos al mante­
nimiento de un ambiente apropiado de orden y silencio. En la
típica escuela de los distritos más pobres de Lima:
Los niños deberán permanecer sentados, con las espal­
das rígidas, atentos a la voz y a las órdenes del profesor.
Ningún movimiento es posible, ninguna pregunta es permi­
tida, debe reinar el silencio de los cementerios (8).

(7) José Antonio Encinas, Un ensayo de escuela nueva en el Perú (Lima,


1932), p. 197.
(8) Encinas, Educación de hijos, p. 169.
60
A la luz de estas condiciones, la descripción de estas escue­
las por Francisco García Calderón como “pequeños cuarteles don­
de debía marchitarse la juventud popular” (9), no parecía inapro­
piada. Varios factores facilitaban a los profesores el logro de esta
disciplina estricta. Estaban investidos con el rol de padres sustitutos
por la administración de la escuela y por los verdaderos padres de
los alumnos quienes de costumbre presentaban a sus hijos a los
profesores declarando: “ Profesor, señor, con todo el debido res­
peto, vengo a traerle a su segundo hijo. Usted será su segundo pa­
dre de ahora en adelante” (10). Cuando faltaba en la clase el “respe­
to filial” los profesores recurrían con frecuencia al castigo corporal
para mantener su autoridad suprema. “La letra con sangre entra”,
una máxima comúnmente usada para simbolizar el proceso educa­
cional en la escuela primaria peruana, tuvo una aplicación más que
figurativa. Los estudiantes que quebrantaban las reglas rígidas de
conducta, o que no alcanzaban a recitar sus lecciones apropiada­
mente, eran usualmente objeto de una corrección con una regla, y
en algunos casos con un látigo. Aquellos alumnos en cambio que
demostraban un alto grado de obediencia y aun de servilismo eran
objeto de frecuente aprobación por parte del profesor. Para la
mayoría de los profesores que entendían la educación como la dis­
ciplina y dominación de sus alumnos, los valores supremos de la
sociedad representados en el aula eran la buena conducta y la obe­
diencia a sus órdenes. Medían a los niños en relación a estas cuali­
dades dentro de una escala de pasividad y sumisión; los mejores
alumnos eran aquellos que no sólo obedecían sin protestar sino
que exteriorizaban constantemente su deferencia hacia el profesor
al lustrar diligentemente la manzana profesoral. Un crítico particu­
larmente sensible a los aspectos autoritarios de la escuela primaria
de inicios del siglo XX describe sin omitir detalles en su agrio in­
forme de la conducta de los profesores:
Cerrado dentro de un absurdo criterio de autoridad...
más drástico que en el hogar... el profesor se considera con­
vertido en policía o en juez, transformándose con frecuen-

(9) Francisco García Calderón, En torno al Perú y América (Lima,


1954), p. 76.
(10) Esta situación fue detallada al autor por Próspero Pereyra, Entrevis­
ta, Marzo 4, 1971 y ha sido repetido casi al pie de la letra en un nú­
mero de entrevistas subsiguientes con otros individuos.
61
cia en un dictador que posee todas las peculiaridades de los
que se erigen en amos de un pueblo o de los que se creen
“providenciales”: Les gusta ser obedecidos, halagados;
sienten fruición cuando todos se consideran sus subordi­
nados; a diario están en espera de alguna lisonja, de alguna
dádiva, de algún obsequio, de alguna pleitesía; se rodean de
su corte que, generalmente, son los muchachos serviles, o
que se entrenan para serlo; éstos son los encargados de
pronunciar discursos laudatorios... Engreído y ensoberbe­
cido, juzga que la escuela es su patrimonio, \ que los niños
han sido llevados allí para ponerlos a su entero servicio.(11)
Los valores de obediencia y sumisión aprendidos por los
niños de la clase trabajadora, primero en la atmósfera del hogar,
eran fuertemente reforzados por la dictadura profesoral en la
escuela. El alumno descubrió en el salón de clase, por ejemplo, que
el escape seguro a un castigo arbitrario se encontraba en el servilis­
mo. Por lo tanto, la escuela contribuyó significativamente a la in-
ternalización de la conducta servil como la fórmula favorita para
la confrontación con personas a las que se consideraba portadoras
de gran poder. Actuando directamente en contra del logro de
autoconfianza por parte del alumno, el ritual diario del salón de
clase de la escuela primaria alentó, por el contrario, una búsqueda
constante de aprobación y apoyo de las figuras autoritarias. Du­
rante el proceso los alumnos aumentaban su respeto básico por las
jerarquías sociales preexistentes.
El ámbito de la enculturación política las condiciones
opresivas del aula en el que la crítica y el cuestionamiento no eran
atendidos y más bien generalmente castigados por el maestro auto­
ritario, desalentaban el posterior cuestionamiento y crítica de los
hombres poderosos y de las instituciones de la política nacional.
Un dirigente aprista de las décadas de 1920 y 1930 que
atacaba amargamente el “ pesimismo político” generado por el pro­
ceso educacional se lamentaba así:
Podemos aún testimoniar las consecuencias de i'na
educación diseñada para formar espíritus débiles, inde~i os
y sumisos, a través del período del gobierno civilista... >:n-

(11) Encinas, Escuela nueva, p. 196; Higiene Mental, p. 48.


62
contramos espíritus que constituyen un receptáculo de de­
sesperanza y que creen que todo está perdido porque juz­
gan al enemigo sobre la base de su complejo de inferiori­
dad, viéndolo a éste enorme y poderoso.(12)
Igualmente la terrible competencia en la escuela por los fa­
vores del dictador-preceptor trabajaba directamente contra la
creencia de que las formas de acción colectiva podrían usarse con
éxito para el progreso individual o grupal. Por el contrario, la situa­
ción del aula estimularía al niño de la clase trabajadora a conside­
rar la sociedad y la política simplemente como una competencia
más grande por los favores de los poderosos. Al mismo tiempo, se
buscaba alguna recompensa dentro de esa a través de la sümisión
al tutelaje de un líder superior con atributos similares a aquellos
del profesor autoritario. Más aun, las relaciones de dependencia
personal que caracterizaban el gobierno del aula podrían alentar a
los alumnos a ver al gobierno nacional en términos personalistas si­
milares. Las entrevistas con miembros de los sectores populares de
Lima con relación a sus experiencias en la escuela primaria son es­
pecialmente demostrativas de la formación en el aula de una per­
cepción personalista del Estado. La siguiente identificación del go­
bierno con la persona del Presidente José Pardo hecha por un en­
trevistado al explicar cómo se distribuían libros y materiales en las
escuelas es característica de las descripciones de la relación de la
persona de Pardo con las escuelas. “Don José Pardo nos enviaba
los libros de segundo grado donde aprendíamos los poemas de
memoria. El Presidente don José Pardo daba de todo a las escuelas
hasta materiales de escritorio; para el segundo año daba compases.
¿Cuánto cree Ud. que cuesta un compás? Es bien caro, por supues­
to Cuando le preguntaba si José Pardo sacaba de sus recursos
personales para proveer esos implementos esta persona respondió:
“No, no. El gobierno d,el señor Pardo distribuía. Cada provincia te­
nía su representante y ellos venían por su provincia”. (13)
T Otra faceta de la educación popular masiva en los comien­
zos del siglo XX en Lima que estimuló la fprmación de valores so­
ciales y políticos conservadores era el extenso uso del aprendizaje
de memoria como método de enseñanza. De acuerdo a un crítico
del sistema, “desde el comienzo de la escuela el estudiante debe

(12) Juan de Dios Merel, Principios del Aprismo (Santiago, 1936), p. 64.
(13) Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971.
63
desarrollar su memoria y su humildad. La memorización es la prin­
cipal obsesión del profesor y el alumno” (14). En el aula típica, el
maestro asignaba una o dos páginas de un texto a sus alumnos para
ser memorizados. Después de dos o tres horas de “absoluto silen­
cio” durante el cual esta memorización se realizaba, el maestro
examinaba a sus alumnos haciéndoles recitar palabra por palabra
el pasaje memorizado. El rendimiento de un niño era evaluado por
el número de palabras, incluso de sílabas olvidadas. En algunos ca­
sos los errores llevaban al castigo inmediato, usualmente en la
forma de aplicar golpes a la mano del alumno con una regla según
el número de errores que,tuviera en el recitado. En cualquier caso,
los estudiantes que olvidaban frecuentemente partes de sus leccio­
nes eran objeto de abuso verbal por parte del maestro que los ca­
talogaba como ociosos y estúpidos innatos. Las reglas incontesta-
das de este sistema era la veneración de la frase y la aceptación cie­
ga de las palabras del profesor que eran, en muchos casos también,
el producto de su lectura en un texto en voz alta. Una canción me-
morizada comúnmente por los alumnos del primer año a los co­
mienzos de siglo en las escuelas públicas, señalaba este fenómeno:
Cuando en mi banco querido, padre me pongo a estu­
diar, se me figura la escuela transformada en un altar. Los
libros son un tesor^, y los maestros la luz, De Dios la cien­
cia es imagen que ella salvará al Perú. Es tu mansión ún
edén, y tus claustros benditos en los que hallaremos el
bien.(15)
El análisis o esceptisismo de parte de los alumnos que hu­
biera podido conducir a cierta conciencia de que las cosas podrían
ser distintas a lo presentado, no entraba por definición en el proce­
so educacional y se consideraba por cierto subversivo. En lugar de
estimular a los alumnos a observar y experimentar, el sistema de
aprendizaje de memoria los acostumbraba a escuchar pasivamente
y a aceptar la “Verdad” que venía desde arriba. Los padres presen­
taban a menudo apoyo efectivo al aprendizaje memorístico al juz­
gar el trabajo de los niños en la escuela sobre la base del número

(14) Carlos Enrique Paz Soldán, De la inquietud a la revolución: diez años


de.rebeldías universitarias (1909-1919) (Lima, 1919), pp. 13-14.
(15) Relatado al autor por Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971.
64
de lecciones memorizadas que ellos le repetían. La conversación
imaginaria presentada en un texto de la época entre una madre y
un niño ilustra muy bien la medida cuantitativa paternal de logro
escolar:
— Madre: El Perú es grande, hijo mío, tiene muchas ciuda­
des... cuyos nombres estás ahora aprendiendo en geogra­
fía.
— Hijo: Tienes razón mamá, y escúchame : “ El territorio
, del Perú está dividido en veinte departamentos, subdivi-
didos en provincias, de allí en distritos... Los departa­
mentos son: Amazonas, su capital Chachapoyas; Loreto,
su capital Moyobamba; Lambayeque, su capital Chi-
clayo...”
— Madre: Está muy bien, hijo m ío, es suficiente. Ahora
puedo ver que tú estás muy avanzado en el estudio de la
Geografía. (16)
El material real que se presentaba en clase para la memori­
zación respaldaba ampliamente los valores aprendidos a través de
la estructura autoritaria y estilos de enseñanza de la educación pri­
maria urbana masiva. Los cursos expresamente diseñados para for­
mar un conjunto de creencias políticas y sociales eran aquellos que
enseñaban moral, urbanidad y buenas maneras. En las mentes de
muchos maestros y alumnos por igual estos cursos eran la parte
más importante del curriculum de la escuela primaria. Los maes­
tros, ponían énfasis especial en las lecciones de buena conducta, a
fin de aumentar la disciplina del aula, y los alumnos hallaban que
la conducta enseñada en las clases de moral tenía más aplicación
directa en su vida diaria en el hogar y en la escuela que cualquier
otra materia. La instrucción en urbanidad que trataba de todo,
desde modales en la mesa hasta principios éticos elementales,
acentuaba dos preceptos básicos: obediencia hacia, respeto por, y
la confianza en las figuras superiores; y la aceptación pasiva del
sufrimiento en la vida. El libro de texto más ampliamente usado
en esos asuntos, el Manual de urbanidad y buenas maneras de Ma­
nuel Antonio Carreño, resumía su perspectiva jerárquica y básica-

(16) José Luis Torres, Catecismo patriótico y los mártires (Lima, 1885),
p. 9.
65
mente conservadora en esta descripción del supuesto básico de la
urbanidad:
La urbanidad respeta ampliamente aquellas catego­
rías establecidas por la naturaleza, por la sociedad y el mis­
mo Dios, y por tanto nos obliga a darle tratamiento prefe-
rencial a algunas personas sobre otras de acuerdo a su edad,
a su posición social, a su rango, su autoridad y su carác-
ter.(17)
Los profesores de curso de moral decían, además, que la
jerarquía esencial de una sociedad organizada se mantendría sola­
mente si los hombres de menor rango adquiriesen el hábito de
ceder a aquellos de mayor rango. Lecciones específicas sobre ejer­
cicios diarios de esas reglas fundamentales eran definidas en térmi­
nos de personas “ superiores” e “ inferiores”. En la calle, por ejem­
plo, los “ inferiores” estaban obligados siempre a darle el paso a los
“superiores”, excepto en casos de circunstancias urgentes. En la
casa los niños “ inferiores” estaban obligados a obedecer dócilmen­
te las órdenes de sus familiares “superiores”, y la misma regla se
aconsejaba en la escuela tratándose de los profesores “superiores”.
Además, los jóvenes “inferiores” no debían nunca intervenir en
una discusión entre mayores como mencionaba un individuo que
aparentemente internalizó estas enseñanzas: “ Eso era ilógico e
inmoral. ¿Qué podíamos saber de los asuntos y costumbres de
nuestros padres? Cuando se decidían a llamarnos, nosotros estába­
mos allí, listos y dispuestos a servirlos” (18).En los cursos de moral
se enseñaba también a los “ inferiores” que tanto en la casa como
en la vida en general un fiel servicio a los “superiores” podía traer
recompensas tangibles:
El pobre debería considerar que... la expiación de sus
aflicciones depende en gran parte, directa o indirectamf

(17) Manuel Antonio Carreño, Manual de urbanidad y buenas maneras


(Lima, 1966), p. 39. El trabajo de Carreño fue publicado por prime­
ra vez en las últimas décadas del siglo XIX y desde ese tiempo y a
través de gran parte del siglo XX ha permanecido en uso como el
libro de texto de moral más popular en las escuelas de Lima. Gran
parte de esta sección está basada sobre un análisis de su contenido.
(18) Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971.
66
te, de las empresas creadas y fomentadas por el rico, y que
en muchos casos esa expiación depende de la generosidad
con la cual él da parte de sus ingresos para ayudar en tiem­
pos de necesidad... el pobre debería honrar y respetar tales
nobles atributos del rico prodigándole todas las atenciones
a las que sus virtudes lo hace merecedor.(19)
El objetivo establecido de esta educación moral era la for­
mación de individuos inicuos, a los cuales se hace alusión en un
texto, de primaria como “ buenos árboles”, cuyas personalidades
retraídas y pacientes serían placenteras para todos aquellos que los
rodeasen, y especialmente para aquellos de los cuales depen­
dían (20). En tiempos de adversidad ya sea mayor o menor, la cóle­
ra o el resentimiento eran juzgados totalmente inaceptables. Aque­
llos “malos árboles” , que exhibían señales de disconformidad con
su suerte eran considerados como seres desesperados y lastimosos
que no adoptaron la actitud correcta “ resignación afectuosa” cuan­
do sufrían las aflicciones que marcaban cada momento de la exis­
tencia humana: ■
Finalmente el niño nace a costa de crueles sacrificios
y su primer signo de vida es un quejido, como si el destino
estuviera presente listo para recibirlo en sus brazos e impri­
mir en su frente la marca del dolor que arde acompañarle
en su peregrinaje desde la cuna hasta la tumba.(21)
Las clases de historia peruana constituían los agentes más
directos de la socialización política en la escuela primaria limeña.
Como la introducción de un texto de historia anunciaba, estos
cursos eran planeados para proveer a los alumnos “ejemplos prác­
ticos de moral cívica”.(22)

(19) Carreño, Manual de urbanidad, p. 342. A los “superiores” se les ense­


ñó que parte de su servicio en la vida era proporcionar ayuda pater­
nal para los menos afortunados. De acuerdo a Carreño, p. 24, en res­
puesta a sus actos caritativos, “nuestro corazón siempre siente tal
inmenso placer, tan intenso y tan indefinible, que no podría ser des­
crito ni por las más poderosas expresiones delsentimiento”.
(20) Torres, Catecismo patriótico, pp. 44-45.
(21) Carreño, Manual de urbanidad, p. 11.
(22) F.F. Brenner en Ismael Portal, Lecturas históricas comentadas ( Li­
ma, 1918); p. 138.
67
Dedicadas casi exclusivamente a la vida y muerte de los
héroes de la nación, las clases de historia y los textos enseñaban a
los alumnos considerar el pasado de su país como una serie de
acontecimientos grandes realizados por un grupo de hombres casi
sobrehumanos y predestinados. De acuerdo con la visión de la his­
toria inculcada en el colegio ni presiones sociales ni procesos polí­
ticos y económicos jugaron un rol en la evolución del Perú. Más
bien, “ héroes providenciales”, trabajando a la sombra de Dios y
del destino parecían haber sido los principales modeladores y
orientadores de los hechos históricos:
Los hombres que nos dieron la libertad en el mejor
momento (así se tiene que decir) ¡nos dieron también la
Patria!... hombres de carácter, hombres de principios, hom­
bres determinados y aparentemente enviados de lo Alto
con objetivos “ superiores”...(23)
Por sus grandes obras, profesores y textos declaraban que
merecían gratitud eterna y admiración de todos los peruanos.(24)
Este énfasis en el rol preponderante dado a los héroes indi­
viduales en la historia que llevó a un comentador a señalar, “ Un
pueblo sin héroes es un pueblo sin Patria” (25), contribuía a una
visión personalista de la política y del estado. Al mismo tiempo, la
propagación de este culto al héroe llevó rápidamente a considerar
a las personas con autoridad como las únicas capaces de generar
cambios, tanto a nivel personal como nacional. Las cualidades per­
sonales atribuidas a estos héroes por los autores de los libros de
historia los hacían aparecer no solamente como hombres podero­
sos sino, además como hombres de los cuales se podía aceptar de­
pender, especialmente en momentos de crisis. Las palabras más fre-

(23) Portal, Lecturas históricas, p. 58.


(24) El autor saca estas conclusiones concernientes al culto del héroe en
los cursos de historia peruana de la escuela primaria de un análisis de
contenido de libros de texto usados en esas instituciones y de co­
mentarios de observadores de ese fenómeno. Los textos consultados
incluyen: Portal, Lecturas históricas, Torres, Catecismo Patriótico,
David Constantino Ferrer, Compendio de Historia del Perú para el
primer grado de instrucción primaria (Lima, 1934); J. Vitalicio Be-
rroa, La epopeya de Arica (Lima, 1916); y Manuel G. Abastos, Bo-
lognesi y su hazaña (Lima, 1916).
(25) Javier Prado y Ugarteche, La educación nacional (Lima, 1899), p.20.
68
cuentemente usadas en estos libros para describir a los “grandes
hombres” de la historia peruana, desde San Martín y Bolívar hasta
los héroes de la guerra del Pacífico, incluían: valeroso, generoso,
afectuoso, humano, noble, puro, virtuoso, orgulloso, sacrificado.
En pocas palabras, reunían las cualidades del patrón ideal. A tra­
vés de la memorización de sus nombres y hazañas, los niños del
colegio asimilaban ejemplos de carne y hueso de paternalismo posi­
tivo, que más tarde podrían ser aplicados & los líderes de la políti­
ca nacional.
Aun cuando la confianza en estos héroes paternales no
conducía al éxito, como aconteció, por ejemplo, en la derrota pe­
ruana a manos de los chilenos en la guerra del Pacífico, los textos
de historia predicaban una “resignación necesaria” (26). El hecho
de que, exceptuando a los líderes de la independencia, los princi­
pales héroes de la historia del Perú participaran en la causa perdida
de la guerra con Chile, llevó a los popularizadores del culto al hé­
roe a dar un énfasis particular a la aceptación pasiva de la adversi­
dad. Un tema recurrente en los cursos de historia peruana era el
sentimiento de reverencia por aquellos hombres que por propia vo­
luntad se sacrificaron al servicio de la nación. Eran representados
como “ ejemplos dignos de admiración y a ser imitados... nos lega­
ron lecciones sublimes... que elevan el espíritu en las horas solem­
nes de prueba... hoy su recuerdo, no debemos dudarlo, es un con­
suelo frente a la adversidad” (27). Estos héroes nunca fueron cri­
ticados por haber fallado en sus esfuerzos. Más bien, la explicación
de haber perdido la guerra, giraba alrededor de las implacables
fuerzas del Destino: “ la suerte decidió no darnos sus favores.
¡Misterios de los Cielos!”.(28)
Se atribuyó al destino un rol importante en los aconteci­
mientos humanos y en muchas de las historias parece haber traba­
jado contra los protagonistas; de allí esa sorprendente virtud del
pueblo peruano de “tolerar”, “ser silencioso” y “ sufrir con resig­
nación”.(29) .
Una fuerza que probablemente tuviera mayor influencia
que la escuela primaria en la formación de actitudes fatalistas en

(26) Ver por ejemplo Portal, Lecturas históricas, (Lima, 1899), p. 20.
(27) Torres, Catecismo patriótico, pp. 262-63.
(28) Portal, Lecturas históricas, p. 250. ,
(29) Portal, Lecturas históricas, p. 173.
69
las masas limeñas fue el catolicismo popular. Indujo a los miem­
bros de los sectores populares a considerar su sufrimiento y su po­
breza como la inevitable e inalterable condición de sus vidas, como
producto de la voluntad divina. La escuela primaria era el mayor
auxiliar del catolicismo popular. Religión e Historia Sagrada eran
materias obligatorias y la educación moral enfatizaba que las bases
de la sociedad eran dadas por Dios. Estas creencias fueron centra­
les en el catolicismo popular peruano, tanto en las áreas rurales
como urbanas. Una larga y asentada subtradición de la creencia
católica popular, por ejemplo, enfatizaba la imagen de Cristo como
el sufrido hijo de Dios coronado de espinas y clavado en la cruz,
esperando una muerte dolorosa con resignación. Sacerdotes, pa­
dres de familia y profesores de escuela quienes compartían esta
doctrina a menudo señalaban paralelos entre el largo sufrimiento
de Cristo y el sufrimiento del hombre en la tierra. Como Cristo
cargó su cruz los menos afortunados aprendieron a llevar sus cru­
ces a través del “valle de lágrimas” que parecía constituir sus vidas.
Muchos de los que hablaban en nombre de la religión exaltaban el
carácter redentor de la pobreza y la humildad especialmente para
los desposeídos. Un corolario importante a esta concepción era
que la propia miseria de uno nunca debía estimular el deseo para
obtener el mayor bienestar y la posición de otros. En su énfasis de
adaptarse a las circunstancias difíciles, el catolicismo popular im­
plícitamente permitía una poderosa colaboración para la existen­
cia de modelos de una estratificación social extrema en la capital.
Mientras la siguiente cita dirigida por un sacerdote a un grupo de
trabajadores muestra el rechazo por parte de al menos un c i' : 3o
de la corriente principal de las visiones más progresistas sobro las
relaciones sociales que venían de Roma en forma de la Rerum No-
varum y otras encíclicas papales, refleja también una afirmarían
que tuvo eco en los círculos religiosos populares por la cual la di­
visión jerárquica de la sociedad peruana era justa y correcta y que
cualquier cambio radical en el statu quo debía ser condenado:
Pero la desigualdad social entre clases, dado el presen­
te estado del pecado del hombre, es necesaria; es esencial
en una sociedad que no puede ser concebida sin ésta. La
sociedad es un verdadero cuerpo moral que muestra increí­
bles paralelos con el cuerpo físico del hombre...
¿A qué se parecería el cuerpo humano si todo fuese
cabeza? Y qué si todo fuera sólo pies, manos u ojos. Una
verdadera monstruosidad, o mejor dicho, una aberración
70
imposible. Más aún, vemos que la cabeza es la parte más
alta de nuestro cuerpo, como el supremo director de nues­
tras acciones, que los pies, las manos y los ojos obedecen
sumisamente a las órdenes del cerebro... si todo el mundo
diese órdenes no habría nadie para obedecer, la sociedad
sería un caos. Si todo el mundo fuese rico no habría nadie
para efectuar algunos trabajos y quehaceres que incluso si
son bajos son necesarios a la sociedad. Si, de otro lado,
todo el mundo fuese pobre no habría nadie por facilitarle
el capital necesario para dar pan y dinero a los trabajadores,
y ellos son el alma de las grandes empresas...ven, mis ama­
dos trabajadores que es necesario que existan desigualdades
en el cuerpo social...esto es para decirles mis amados traba­
jadores que debemos aceptar la sociedad como la hemos
encontrado y no caer en el absurdo del socialismo que no
quiere reconocer la ley de Dios. (30)
Individualmente muchos sacerdotes intentaron asegurar la
obediencia a estos modelos de comportamiento, previniendo las
consecuencias que provocarían su desviación. El miedo a Dios se
inculcó frecuentemente a edad muy tierna. De acuerdo a respues­
tas ofrecidas en entrevistas tomadas en la década de 1920 a nume­
rosos alumnos de escuela primaria, estos creyeron que no obedecer
la palabra de Dios equivaldría a ser enviado al infierno, ser acecha­
do por el diablo, o simplemente sufrir una muerte prematura. Se­
gún la misma investigación, una aceptación de estas enseñanzas
religiosas se pensaba como el camino más seguro hacia la felicidad
en la otra vida. Puesto que todos los actos humanos eran atribui-
bles al deseo de Dios, la humilde aceptación de la fatalidad divina
parecía el mejor medio para hacer la existencia diaria más tolerable
y así alcanzar la máxima felicidad en el cielo.(31)
En el marco de estas creencias populares y dentro de esta
resignación el rezo constituía el único medio válido para lograr
algún éxito. En la mayoría de los casos el creyente encomendaba
sus ruegos a uno o más santos y vírgenes. En la esfera de la religión

(30) Francisco Cabré P.F.M., La unión de la c.„oe obrera (Arequipa,


1918) pp. 8-11.
(31) Los relatos de niños de seis a nueve años de edad son transcritos tex­
tualmente por Encinas, Escuela nueva, p. 128 y pp. 130-31.
71
popular estas entidades actuaban como intermediarios, relativa­
mente accesibles, entre el hombre y Dios. Eran generalmente vistos
y tratados como figuras con atributos casi humanos con los cuales
una relación personal era posible. Era común que individuos iden­
tificasen su fortuna con la benevolencia de un santo particular, de
la misma manera que en política podían contar con la benevolen­
cia de un líder político específico. Había varios signos de la impor­
tancia de los santos en la vida de los sectores populares. Raro era,
por ejemplo, el callejón que no tuviera una estatua de algún santo
patrón o virgen rodeada de velas, colocada en la pared del fondo.
Muchos de estos callejones llevaban el nombre de la virgen o del
santo patrón. La mayoría de las hermandades religiosas de Lima, a
pesar de ser cada vez más subvencionadas por los miembros de las
clases altas, estaban esencialmente formadas por gente de extrac­
ción popular. Dedicadas a la veneración de un santo particular, o
de una virgen, estas hermandades eran responsables de organizar
procesiones, preparar las festividades de la celebración del día del
santo y generalmente de “cuidar con afecto” a sus patrones espiri­
tuales. Sin lugar a dudas, el santo más popular de la capital era el
Señor de los Milagros, llamado también el Cristo de los Pobres:
El Cristo de los Milagros es el Cristo que ha aparecido
en el corazón de la tristeza. Allí, en el oscuro rincón de la
% pobreza, en el tugurio de los descalzos sin Pascua ni Do­
mingo, allí, en la Choza sin pan ni leche para aquellos que
vienen al mundo sin la estrella de Belén, el Cristo de los
Milagros es el Cristo de los pobres. El Cristo de los desvali­
dos. El Cristo de una mano que pide pan... El Cristo de los
Milagros es el Cristo de los esperanzados sin esperanza... Es
el Cristo de las masas que apuestan su último centavo con
los ojos fijos en el cielo, siempre esperando el milagro im-
posible.(32)
Todos los años durante tres días en octubre una multitud
bulliciosa y devota, principalmente de origen pobre, llenaba las ca­
lles para acompañar al Señor de los Milagros en una procesión a
través de Lima, una práctica que sigue hasta ahora. Muchos de
aquéllos que creyeron haber recibido un favor especial del Señor a

(32) Aurelio Collantes, “ A tí... señor de los pobres” Expreso, octubre 18,
1970, p. 9.
72
través de su devoción seguían su imagen, algunos descalzos o de
rodillas, proclamando en alta voz el favor recibido. Peticiones po­
pulares al Señor de los Milagros incluían curación de enfermeda­
des, éxito en el trabajo, suerte en la lotería, y protección general
contra el daño. ., .
El común recurso de la humilde postración frente a las 11-
guras de los santos en busca de ayuda contribuyó a la noción de
que cualquier beneficio que un individuo recibía en la vida era el
resultado de un favor otorgado por una figura o fuerzas superiores
y que no tenía ninguna relación con sus esfuerzos personales,
excepto cuando éstos eran dirigidos a solicitar servicios de los po­
derosos. En vez de provocar una acción afirmativa, las prácticas y
creencias religiosas de la Lima pobre acentuaron la importancia de
lazos espirituales con personas más poderosas.
En la familia, en el colegio y en las prácticas religiosas del
pueblo, las masas urbanas asimilaban un sistema de valores funda­
mentales que premiaban la adaptación pasiva y la dependencia
personal Este sistema de valores actuaba como una base de refe­
rencia, a partir del cual se podía evaluar la experiencia subsecuen­
te en todos los aspectos de la vida, incluyendo el universo de la
política nacional. Mientras los valores pre-políticos y no políticos
formaban las bases de la cultura política de las masas, mucho de o
que se llegó a creer sobre el sistema político era resultado de la
observación y de contacto directo con la política real. Los encuen­
tros personales con el proceso político además del conocimiento
sobre la interacción con el proceso de sus semejantes y de anterio­
res generaciones contribuyeron al desarrollo de una “memoria
política” sobre las reglas del juego político. La experiencia con la
política en el pasado, inmediato y distante, marcó en los miembros
de las masas populares una serie de espectativas sobre las formas
legítimas de participación política, la forma en la cual él sistema
político funcionaba, qué beneficios este sistema podría proveer y
la mejor forma de obtenerlos.
Mientras 1931 señaló la primera vez en la historia peruana
en que las masas urbanas escogieron libremente por medio del voto
secreto al candidato de su gusto en una elección presidencial, du­
rante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras decadas del si­
glo XX las clases populares sostuvieron un contacto extensivo con
la política electoral. La forma más común en que las masas urba­
nas participaron en política durante este período fue a través de
los clubes políticos que se formaban justo antes de la votacion
para promover la elección de un candidato determinado. Hasta la
73
reforma electoral de 1895, estos clubes sirvieron como una frágil
base de organización para la captura por la fuerza de las mesas
electorales. El motivo principal de ser miembro de un club político
era la recompensa material inmediata en forma de dinero, comida
y/o licor, distribuidos por los candidatos por intermedio de capi-
tuleros. Tal era la violencia que acompañaba los actos de sufragio
en el siglo XIX que la “profesión” de elector se volvió rápidamente
dominio de las masas limeñas. Como señaló el periodista peruano
Manuel Atanasio Fuentes, quien se apodaba “el Murciélago” , con
respecto a la elección de 1855:
He notado, sin embargo, yo el Murciélago, que las
mesas estaban rodeadas solamente de gente de color de lu­
to y que un pequeño número de personas de tonos más cla­
ros permanecían detrás, a una cierta distancia, más como
espectadores de la gran celebración.(33)
Con la reforma electoral de 1895 la violenta captura de las
mesas electorales, que había sido patrimonio de los clubes políti­
cos, llegó a su fin. Sin embargo, esos clubes y capituleros sobrevi­
vieron, transformando sus actividades en la compra de votos y en
la subvención de turbas para llevar a cabo manifestaciones ca1lpp-
ras como un medio de mostrar las capacidades de poder de sus
candidatos respectivos. Como antes, la remuneración concreta por
servicios rendidos era el único estím ulo de la participación de'las
clases trabajadoras. Y la única opción real ejercida por los miem­
bros de las masas urbanas la encontramos más en el campo econó­
mico que en el político: cuál candidato o capitulero sería más ge­
neroso.
Esta visión “comercial” de la política fue más allá de los
casos específicos de participación de masas, penetrando hasta las
raíces del sistema político. Tradicionalmente, una función primor­
dial del Estado peruano era el otorgamiento de favores políticos eji
la forma de trabajos, servicios personales y a veces pagos directos

(33) Manuel A. Fuentes, Aletazos del Murciélago, 2da. ed. (París, 186),
Vol, I. p. 97. Fuentes es una excelente fuente sobre los comienzos de
los clubes electorales en la política peruana. La mayoría de las deta­
lladas descripciones de la formación y funcionamiento de esos clubes
fueron escritos por Clemente Palma bajo el seudónimo de Juan Apa-
pucio Corrales, Crónicas político-doméstico-taurinas (Lima, 1938).
74
en especie. Debido a que la mayoría del pueblo no tomaba parte
directa en la conducción del país, la política parecía esencialmente
un asunto de favores individuales y los gobiernos en el poder eran
a menudo comparados a organizaciones de “caridad”. Según un di­
cho popular, el Perú no era una república sino una “res pública,
una res que ha ido al matadero y de la que todos pueden coger ta­
jada” (34). Los cambios de gobierno inevitablemente provocaban
casi una invasión del Palacio de Gobierno por gente que competía
por un pedazo de la torta. Según el secretario personal de un pre­
sidente peruano, al asumir el poder, la carrera emprendida por la
gente para obtener su favoritismo era inmediata y abrumadora:
A veces digo que lo peor que le puede pasar a uno en
política es ganar. Porque al día siguiente el ganador es la
primera víctima. Porque uno tiene la casa llena de gente,
pidiéndole su tarjeta, llamándolo por teléfono: “recomién­
dame a este hombre, recomiéndame a aquél; yo quiero
esto, usted es mi amigo”.(35)
Algunos políticos podíari haber encontrado esta práctica
desagradable, sin embargo reconocían que esto constituía una par­
te fundamental del proceso político. Para aquellos que recibían los
favores del gobierno, el uso de la política para obtener beneficios
personales no sólo era ventajoso materialmente, sino también bas­
tante lógico. Un votante popular en la elección de 1931 explicó su
adhesión a esta modalidad política en lenguaje bastante sencillo:
“Una vez que los políticos llegan arriba las masas van a pedir traba­
jos y toda una serie de cosas.’ Nadie ha regado el árbol para que se
quede allí no más, nadie. Todo el mundo fue a participar en la co­
secha. Eso es todo”.(36)
La figura central y más visible en los mecanismos de la pro­
tección y el favoritismo era el presidente de la república. Especial­
mente en la mentalidad popular, alejada de los procedimientos co­
tidianos de la administración burocrática, el presidente era el go­
bierno. Ver al presidente como la autoridad suprema y, por lo tan­
to, como el distribuidor máximo de favores no era irreal dado el

(34) Alberto Guillén, El libro de la democracia criolla (Lima, 1924), p.98.


(35) Pedro Ugarteche, Entrevista, Febrero 13, 1971.
(36) Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971.
75
alto grado de centralismo que caracterizaba a los gobiernos perua­
nos desde fines del siglo XIX, los considerables poderes reservados
por ley y costumbre al primer mandatario, y la inclinación de va­
rios de ellos por intervenir en asuntos tan banales como “el contra­
to de un portero o el despido de un empleado... porque la sicolo­
gía nacional requiere que se haga así”.(37)
Algunos presidentes pusieron mucho énfasis en su rol de
patrón político consagrando mucho tiempo a las audiencias perso­
nales con sus fieles partidarios. La accesibilidad relativa de los
mandatarios peruanos, su aparente omnipotencia y su atención al
más humilde de sus “clientes” inspiraron la creencia que la benevo­
lencia presidencial resumía la mejor parte del sistema político, la
parte más sensible a las necesidades del hombre común. Las rela­
ciones políticas generadas no eran diferentes al tipo ideal de rela­
ciones entre padres e hijos, profesores y alumnos, santos y supli­
cantes. Aunque la autoridad estaba claramente concentrada en el
hombre de arriba, los de abajo podrían esperar que la muestra ade­
cuada de deferencia y apoyo podría persuadirlo a utilizar su poder
en beneficio de ellos. Esta expresión elaborada de humildad hacia
el político poderoso se volvió una forma importante de comporta­
miento político de las masas, especialmente en situaciones en que
se pedía favores de aquellos que ocupaban posiciones de liderazgo.
Como un escritor insistió ácidamente, “el pueblo fue a ver a los de
arriba con elogios zalameros saliendo de sus labios y con sus manos
abiertas, a la espera de recibir una ayuda, una propina, un ofreci­
miento” (38). En la sombría estimación de otro, la política perua­
na era esencialmente un ejercicio de suplicar la caridad de arriba:
Este sentimiento singular de caridad en el Perú se ex­
tiende a todas las áreas de la lucha por la existencia. Aquí
se ruega por todo, desde puestos en las oficinas del Estado
hasta el talento y la gloria... Nada es conquistado. Todo el
Perú es un pueblo de mendigos... Nadie hace otra cosa que
mendigar favores y protección del Estado y el Estado está
reducido a un hombre... y de esta persona que constituye

(37) Pedro Dávalos y Lissón, La primera centuria (Lima, 1919-26), V. 1


p. 60.
(38) Gastón Roger, “ Fuegos fatuos”, Mundial, IX: 532 (Agosto 29,
1930), 14.
76
todo el gobierno se espera todo.(39)
El contexto estructural en el cual vivieran las masas lim e­
ñas de principios de siglo reforzó los valores que ellos habían ad­
quirido gradualmente en la casa, en el colegio, en la iglesia y en el
proceso político. La sumisión y dependencia hacia las figuras de
autoridad junto con la sensación de impotencia que caracterizaba
sus relaciones con individuos de estratos mas altos, eran el resulta­
do del contacto cotidiano de las masas con las realidades de su
existencia tanto como el producto de creencias aprendidas. El m o­
nopolio tradicional de todas las formas de poder por los de arriba
y la escasez resultante de los recursos de los de abajo tuvo un im­
pacto decisivo sobre el desarrollo de la cultura política popular.
La omnipotencia de la presidencia era simplemente el ejemplo
más importante de la acumulación incesante del poder en el Perú.
Una consecuencia de esta situación era el alto grado de domina­
ción ejercida por el más poderoso sobre el más débil en todos los
niveles de la sociedad nacional. En el taller el artesano dominaba al
aprendiz. En la fábrica el maestro dominaba al trabajador. En el
campo, el lugar de origen de un gran porcentaje de población ur­
bana, el hacendado dominaba al peón. Las condiciones de gran de­
sequilibrio en la distribución del poder inducían al dominado a
reconocer que su vida dependía en una gran medida de las inicia­
tivas de los hombres que ejercían un gran control s»bre los recur­
sos de la sociedad.
Dos tipos de actitudes emergieron de esta aguda división
de la sociedad entre poderosos y desposeídos. Primero, los indivi­
duos de las clases populares faltos de poder vieron que su débil po­
sición les impedía ejercer efectivamente control sobre su medio.
Esta sensación de impotencia en un universo difícil y esencialmen­
te hostil era un ingrediente primario en el desarrollo de una visión
fatalista de la vida que a menudo podía llevar a una conformidad
con la penuria. Segundo, las influencias dominantes ejercidas por
las clases superiores hicieron que las masas dependieran de indivi­
duos de élite para lograr algún éxito en una amplia variedad de
asuntos. La tendencia a esperar que iniciativas y recursos vinieran
de arriba provenía en parte de la reflexión acertada que éstos eran,
en realidad, dispuestos en su mayor parte desde arriba. Bajo condi­
ciones de amplio dominio, la deferencia y sumisión a las figuras de

(39) J. Eugenio Garro, “ Caridad humana”, Claridad, 1: 4 (Enero 1, 1924),


18.
' 77
autoridad constituían una postura racional a adoptar. Por consi
guiente, el individuo de las clases populares a la vez que reconocía
su propia impotencia dirigía sus esfuerzos hacia la creación de la­
zos con personas de un status superior con la esperanza de que en
el futuro éstas pudieran interceder a su favor. En la búsqueda de
lazos con los de arriba los miembros de las masas urbanas acepta­
ron implícitamente las grandes desigualdades del statu quo y su
posición subalterna en la jerarquía social. Además, muchos pare­
cían haber sentido que les favorecía la altamente estatificada es­
tructura social por el hecho de que las ventajas más tangibles que
recibían venían a través de su adhesión personal a los representan­
tes influyentes de esta estructura. En suma, el conocimiento de
estos severos lím ites a su poder llevó a los componentes de las cla­
ses populares a concluir que lo mejor que podían obtener era un
grado de protección paternalista en un mundo hostil.
La escasez de poder en los estratos bajos de la sociedad ur­
bana era una limitación importante para la formación de lazos
horizontales con otros miembros de las clases populares para la
acción colectiva por mejores condiciones de vida. El mismo senti­
miento de carencia de poder que proscribía manifestaciones de
agresión contra figuras dominantes causaba a veces hostilidades
entre miembros de la misma clase social, los que se vieron enfren­
tados unos a otros por la obtención de una cantidad limitada de
servicios provenientes de arriba. González Prada denunció fuerte­
mente la veneración al “superior” y la noción de que el provecho
personal para un hombre significaba necesariamente la pérdida
personal para otro en sus mismas circunstancias:
Da grima ver... el respeto servil a hombres huecos e
instituciones apolilladas... Aquí no vivimos como herma­
nos, a la sombra del mismo techo, respirando el mismo
ambiente i amando las mismas cosas, sino disputándonos
un rayo de Sol, como gitanos en feria; tratando d’engañar-
nos sórdidamente, como tahúres en mesa de garito; odián­
donos interiormente...(40)
Ejemplos de esta hostilidad abundaban en la vida de las
masas limeñas. Habitantes de callejones mostraban un alto grado

(40) Manuel González Prada, Páginas libres (Lima, 1966), V. II, pp. 156­
57.
78
de desconfianza entre sí. Eran comunes los insultos a los vecinos
y a menudo se llegaba a golpes por el uso de caño o algún otro
objeto de contienda. Inmigrantes de clase baja, especialmente los
chinos, eran a menudo el blanco de ira y violencia física, víctimas
de hombres que temían que su llegada empeorara las condiciones
de trabajo y aumentara la dificultad de encontrar empleo. Los lí­
deres laborales se quejaban constantemente de la dificultad de pre­
sentar un frente unido en su lucha por salarios más altos y menos
horas de trabajo, porque, de acuerdo a la declaración de un sindi­
cato, “las posibilidades de lucha por nuestro sindicato están res­
tringidas por prejuicios, falta de confianza y una completa confu­
sión sobre su rol social, lo que podemos comprobar por el absurdo
criterio colaboracionista que gobierna las acciones de muchos
miembros...” (41) ■
Otro obstáculo a la creación de movimientos de acción
colectiva era la represión por parte de las autoridades políticas.
Manifestaciones de protesta, ya sea contra el alto costo de los ali­
mentos, las malas condiciones de trabajo o las imposiciones des­
póticas o impopulares del régimen político, acababan generalmen­
te en choques con la policía y derramamientos de sangre.
El fichar y encarcelar eran procedimientos comúnmente
empleados contra los líderes de los movimientos de las clases po­
pulares, a fin de desalentar cualquier acción que podría atentar
contra el “legítim o” orden establecido. El extenso uso de encarce­
lamientos y deportaciones practicado por Leguía y la severa repre­
sión de las huelgas mineras por parte de Sánchez Cerro fueron dos
ejemplos del recurso habitual a la fuerza para sofocar la formación
y las actividades de las organizaciones populares.
La propensión de los individuos de las clases populares a
buscar lazos verticales, como medio de sostenerse dentro del con­
junto social, era estimulada por la existencia, desde el período
colonial, de una extensa red de relaciones patrón-cliente. Estas re­
laciones exhibían tres características principales: involucraban a
gente de estratos sociales y económicos desiguales; eran recíprocas;
y eran llevadas cara a cara sobre bases comparativamente informa­
les. Para el patrón, las relaciones conllevaban protección a sus
clientes en las formas de ayuda económica —especialmente en mo-

(41) Comisión Gráfica de Organización y Propaganda Sindical, Manifiesto


a los obreros gráficos (Lima, 1930), p. 1.
79
mentos de crisis— ayuda en disputas legales, defensa contra la
excesiva explotación por otros hombres poderosos, recomendacio­
nes Para trabajos y otros favores y consejos Sobre la prudencia de
acciones proyectadas. El patrón reunía, en esencia, los atributos de
un guía y un protector que actuaba en amparo de su “humilde”
cliente en el mundo social “superior”. Los mejores patrones eran
esos hombres o mujeres que tenían considerable poder y eran lo
bastante “generosos” .para usarlo en la protección de sus depen­
dientes.
Los clientes de las clases populares recompensaban a sus
patrones tratándolos con deferencia. En presencia del patrón, el
cliente adoptaba una respetuosa postura y a menudo declaraba su
sólida lealtad hacia su protector “amado”. El célebre ensayista
Abelardo Gamarra bosquejó los términos de un intercambio entre
un patrón y su cliente en su cómica descripción de una matrona de
alta sociedad a quién llamó doña María Campanillas:
La señora doña María Campanillas es alta personali­
dad en el mundo filantrópico: hace muchas caridades, di­
cen las gentes... la señora de las caridades tiene una cliente­
la especial, cierta categoría de gentes a la que socorre o ha­
ce socorrer por las instituciones en las que tiene influjo.
Para pertenecer a esa clientela se necesita tantas y más re­
comendaciones que para conseguir un puesto en la adua­
na... Conseguido, eso sí, el influjo, ya no queda otra cósa
que entregarse a la tarea de alabanzas para merecer... el
auxilio en las premiosas necesidades de la vida... “Qué
buena es”, “Una santa”. “No hay como la señora de Cam­
panillas”, “Qué matrona!” Tales son las exclamaciones de
su casería socorrida... Ella no socorre a los pobres sino a
sus pobres...(42)
Específicamente en la esfera de la política, los clientes eran
capaces de.ofrecer formas más tangibles de retribución a sus pro­
tectores. Mediante el voto, la asistencia a manifestaciones y la par­
ticipación en otras actividades de apoyo a un movimiento político,
contribuían directamente al ascenso político de su patrón.
Los tipos más comunes de relaciones patrón-cliente en la

(42) El Tunante (pseud.) Abelardo Gamarra, Rasgos de pluma: primera


serie (Lima, 1911), pp. 138-40.
80
sociedad limeña eran aquéllos que involucraban compadrazgo. Es­
cogiendo un padrino para un bautismo o un matrimonio, el indi­
viduo de las clases populares escogía al mismo tiempo un patrón a
través del cual él podría fortalecer su posición en la comunidad.
El acto de “honrar” a una figura superior nombrándolo padrino
tenía el propósito de ganar su confianza y por medio de eso indu­
cirlo a dar trato preferencial a la persona que era su nuevo compa­
dre o su ahijado. A través de la institución del compadrazgo, los
estratos inferiores de la población urbana podían manipular sutil­
mente los mecanismos de patronazgo y buscar así a aquellas perso­
nas más apropiadas para tomar el rol de compadre, en otras pala­
bras, los más generosos. La importancia de la generosidad en las
relaciones entre compadres aparecía claramente en un dicho popu­
lar sobre la elección de un padrino:
Indigno padrino, con los bolsillos cerrados... no tiene
dinero y quiere tener ahijado... Padrino feo, padrino arrui­
nado, no tiene dinero y quiere tener ahijado... ¡Desgracia­
d o ...! ^ )
Para los integrantes de las masas urbanas, los padrinos más
comunes incluían los dueños de talleres artesanales, gerentes de fa­
bricas, médicos, abogados, burócratas, políticos y hasta el presi­
dente del país. Los únicos límiteá para escoger a un padrino eran
aquellos de posible accesibilidad y generosidad. ^
Esos lazos de patrón-cliente se extendían más allá de las
relaciones entre determinados individuos para permear la sociedad
entera de arriba abajo. Como Víctor Raúl Haya de la Torre señaló
en una ocasión. “Todo es hecho en Lima por medio de argo­
llas” (44), y efectivamente, la primacía de las relaciones clientelis-
tas hizo que la vida de la capital pareciera girar alrededor de una
extensa red de vínculos patrón-cliente. Para los hombres de todos
los estratos sociales, la seguridad y el progreso parecían depender
principalmente de quienes conocían, o, en otras palabras, los con­
tactos con personas de posiciones superiores en el sistema. Cuando
alguien deseaba algo, se comunicaba con un patrón particular, su

(43) Néstor Gambetta Bonatti, Cosas de Callao (1936), p. 123.


(44) Víctor Raúl Haya de la Torre a Julio R. Barcos, Londres, Junio 20,
- 1925, en Haya de la Torre, Ideario y acción aprista (Buenos Aires,
1930), pp. 77-78.
81
compadre quizás, el cual, si no era capaz de ayudarlo en su necesi-E
dad, podía a su vez llamar a una persona asociada a él para resolver
el problema. Esta estampa clientelista en la vida era especialmente
evidente en el dominio político. En el contexto de la política pa-‘
trimonial, los líderes políticos estaban casi forzados a asumir el rol
de patrón por el gran número de seguidores que les pedían favores
personales. Un autor resumía la supremacía del clientelismo en el
proceso político al afirmar:
Todos hemos puesto nuestra esperanza en el Mesías
en nuestra maldición en el Canalla... ¿Quién es el Mesías?
Nuestro amigo o el amigo de nuestro papá, o de nuestro
compadre, o de nuestro amigo, o de nuestro tío Don Pe-
rensejo. ¿Quién es el canalla? El canalla es el enemigo, el
olvidadizo Presidente que no dió destinillo a nuestro amigo
o al amigo de nuestro papá o a nuestro compadre o a nues­
tro tío Don Perensejo.(45)
O, como otro analista declaraba, la más alta figura del
mundo político, el presidente, era en efecto, “El padrino número
uno del pueblo está allí para dar una mano a sus ahijados...”(46)
Para las masas de Lima, la importancia de esos lazos crecía
enormemente en momentos de crisis. Un factor fundamental en la
profusión de relaciones clientelistas en todo momento era la per­
cepción de las masas de que disponían de escasos recursos con los
cuales enfrentarse a su medio ambiente esencialmente hostil. Las
situaciones de crisis actuaron para hacer los recursos aún más esca­
sos y por consiguiente acentuaron la tendencia de los más necesita­
dos a buscar vínculos de dependencia con patrones potenciales. Se­
mejante situación de crisis se produjo en el Perú por la gran Depre­
sión de los años 30. En parte la respuesta entusiasta de las masas a
los dos movimientos populistas que surgieron en estos años se de­
bió al empobrecimiento creciente de los sectores populares urba­
nos. Esto los llevó a ver en los líderes de esos movimientos, en
Sánchez Cerro y en Haya de la Torre, dos poderosos y aparente-

(45) Guillén, Libro de democracia criolla, p. 40.


(46) El Tunante (pseud.) Abelardo Gamarra, Algo del Perú y mucho :!>.■
pelagatos (Lima, 1905), p. 50.
82
mente generosos patrones con los cuales era posible forjar lazos
valiosos de dependencia personal, al menos a nivel simbólico. Por
esto, lejos de radicalizar a las clases populares, la Depresión las in­
dujo a responder a esas alternativas populistas materializando los
modelos de dependencia personal en la esfera política.

83
CAPITULO IV EL VALS CRIOLLO Y LOS VALORES DE
LA CLASE TRABAJADORA EN LA LIMA
DE COMIENZOS DEL SIGLO XX*
El estudio de la historia es, inevitablemente, el estudio del
comportamiento de las personas. Y en el núcleo del comporta­
miento, trátese de un individuo o de una sociedad, se halla aque­
llas ideas y creencias, adquiridas a través del contacto con el am­
biente, acerca de cuáles métodos y objetivos para la acción son de­
seables o indeseables. Al pertenecer más al ámbito del sentimiento
y pensamiento subjetivos que al de la acción abierta, los valores
del hombre siempre son difíciles de determinar, especialmente en
un contexto histórico. El problema se agudiza cuando los sujetos
de la investigación son los valores proletarios; es decir, aquéllos de
un grupo que generalmente carece de una historia escrita.
Una visión parcial de los valores populares en el Perú de
comienzos del siglo veinte, específicamente en Lima, puede obte­
nerse consultando los trabajos de ensayistas y científicos sociales
de ese tiempo, quienes describieron la cultura y los estilos de vida
de la clase trabajadora. Un primer tema de esos trabajos es que los
miembros de la clase trabajadora consideraban a la vida como ine­
vitablemente difícil, y creían que el conformismo y la resignación
eran casi las únicas respuestas disponibles a las constantes penalida­
des y crisis. Se aceptaba el status quo social, económico y político,
y las sugerencias de cambio eran por lo general rechazadas sobre la
base de que, muy probablemente, sólo traerían más problemas.
Esta mentalidad otorgaba gran valor al acomodamiento en el me­
dio ambiente. Según el juicio de un comentarista quien, mientras
criticaba esta tendencia, admitía sin embargo su fuerza y utilidad
entre los miembros del proletariado urbano: “El conformismo es
una fuente inagotable de felicidad; los grandes retrocesos en la vida
.no vulneran los corazones de aquéllos que saben conformarse; la

(*) Publicado en Socialismo y Participación / No. 17.


87
conformidad ofrece los mayores beneficios, porque le permite a
uno evitar inquietantes preocupaciones y tenebrosas irritacio­
nes”.^ )
Un segundo y relacionado valor atribuido a las masas popu­
lares limeñas era que tenían una estimación muy baja de su poder
sobre sus propias existencias y, concomitantemente, una visión fa­
talista de sus asuntos. La impotencia personal y el inmovilismo
eran simplemente aceptados com o hechos incambiables de una vi­
da preordenada. Un observador citó el siguiente dicho popular
para ilustrar el punto de vista fatalista de los pobres urbanos: “Qué
quieren ustedes, así me ha hecho Dios, con este geniecito. Genio y
figura hasta la sepultura”.(2)
Finalmente, estos escritores daban considerable énfasis a la
aceptación por parte de la clase trabajadora de la jerarquía social
junto con la creencia de que la única mediación para aliviar las cir­
cunstancias adversas era la confianza en los poderosos. Aún cuan­
do el individuo concluía que las cosas no eran como deberían ser,
la pasividad y la subordinación a los situados más arriba en la esca­
la social eran vistas como formas necesarias de comportamiento,
dáda la naturaleza fija del bajo peldaño de las masas en la escalera
de la sociedad. Bajo estas condiciones, las esperanzas de mejoría
del hombre de clase baja se centraban en su cultivo de buenas rela­
ciones con aquellos “por encima” suyo. “Al dominio de aquellos
de alta posición, los de la baja posición siempre han respondido
con un encogimiento de hombros” (3), se burlaba un comentarista,
y la ácida pluma de Manuel González Prada comparaba este “espí­
ritu de servilismo” con la ética de una prostituta:
“Nuestra geometría moral no incluye líneas vertica­
les. La posición horizontal es la favorita de las prostitutas y
de muchos peruanos; las primeras sobre la espalda y abra­
zando al hombre que paga, los segundos sobre su estómago
y lamiendo los pies del pequeño tirano que les arroja li­
mosnas”.^ )

(1) El Obrero textil, V: 81. Mayo 1, 1925. 4.


(2) Eudocio Carrera Vergara, El gran doctor Copaiba, protomédico de la
Lima jaranera. Lima, 1953, p. 221.
(3) Bedoya, Otro Caín, p. 54.
(4) González Prada, Bajo el oprobio, p. 84. González Prada expresa simi­
lares opiniones sobre la prevalencia de estos valores en: Páginas li­
bres, Vol. I, pp. 61-62 y Vol. II, p. 155; y Anarquía, p. 20. Otros co­
Sin otra confirmación por otros tipos de materiales historí­
eos estas observaciones tienen una utilidad limitada por la distan­
cia 'social entre sus autores, generalmente de clase alta, y los indi­
viduos de clase trabajadora analizados. ,
La única fuente fácilmente disponible de expresión directa
de la masa urbana durante las tres primeras décadas de este siglo,
de la cual pueden extrapolarse valores populares, apoya sin embar­
go muy de cerca las citadas interpretaciones. Esa fuente es el vals
criollo la forma principal de música popular de clase baja de Lima
practicada desde 1900 a la década del treinta. Como expresión de
la cosmovisión de sus compositores proletarios, las letras de estas
canciones suministran una excepcional corroboracion de la prima­
cía de la resignación, del fatalismo, del respeto a las jerarquías y
de la dependencia personal en el sistema de valores de las masas
urbanas.El vals criollo se originó en Lima entre «nnr\
1900 y -i1»1U
n-i n y, ™
se
convirtió en la tendencia principal de la música de la clase trabaja­
dora urbana en los años 20 y comienzos de los 30 (5). Se tocaba y

mentarlos sobre el conjunto de valores mencionado por observadores


peruanos de fines del siglo 19 y del 20 incluyen: Capelo, Sociología
de Lima Vol. III, p. 21; El Tunante (seud.), Abelardo Gamarra, Algo
del Perú' y mucho de pelagatos (Lima, 1905), p. 49; Francisco A.
Lo ay z a Llamaradas (Lima, 1912), p. 9; Ulloa Sotomayor, La organi­
zación social, p. 13; Ulloa Sotomayor, Reflexiones de un cualquiera,
pp. 252-54; Pedro Dávalos y Lissón, La primera centuria (Lima
1919) Vol. I, pp. 73-74; Pedro Cisneros en El obrero textil, 111. 38
(15 de agosto’ 1922), 2; Félix Pereyra, Problemas políticos y sociales
(Lima, 1923), p. 121; Mundial, IX: 549 (diciembre 26, 1930) 34 y
36; Modesto Málaga, El sermón de mi montana (Tacna 1933), pp.
13-15- Partido Aprista Peruano, Proceso Haya, pp. 28-29; Gaceres,
Pasmo de Insurgencia, pp. 39-40; Juan Carlos Federico Blume y Cor:
bacho Sal y pimienta (Lima, 1948), p. 241; Eudocio Carrera Verga-
ra Gran doctor p. 138. Un científico social que ha escrito extensa­
mente acerca de estos valores es Richard Stephens, Riqueza y p ° «
en el Perú (ingl.) (Metuchen, N. J., 1971), especialmente pp. 30, 41-
(5) Varias autoridades en el vals criollo del Perú consideran los años de
1920 v comienzos de los 30 com o la era más productiva y afirman
aue después de 1935, con la introducción de la radio y mayores ven­
tas de discos, el comercialismo concomitante lo destruyo com o una
forma de expresión autóctona. Este es el punto de vista de varios
compositores conocidos, incluyendo a Filomeno Ormeno, entrevista,
3 de abril de 1971; y Pablo Casas, entrevista, 6 de mayo de 1971.
Gran cantidad de información para esta sección sobre música criolla,
89
cantaba valses casi exclusivamente en los callejones proletarios de
la ciudad. Eran el acompañamiento siempre presente en las ocasio­
nes festivas de los pobres urbanos, llamado por un compositor
criollo de la guardia vieja “ la orquesta del pueblo” (6). Realizadas
en el estrecho recinto de las viviendas proletarias, las fiestas o jara­
nas, en las que esta música se tocaba, eran por lo general un asunto
simple. Según las describía un prominente intérprete y compositor
de valses, que asistió a muchas jaranas: “Un grupo de muchachos
se juntaba, compañeros de trabajo, vecinos. La jarana era muy po­
bre. Era un cuarto, una caja de madera/£>ara el ritmo, una guitarra,,
una banca y pisco. Y ahí bailaban” ( 7 / Los compositores, intérpre-1
tes y oyentes que asistían a estas jaranas eran casi siempre de ex- "
tracción obrera. La estrecha identificación de la música criolla con
las masas populares llevó al total rechazo de tal música por parte
de las clases alta y media de L im a/ta antipatía exhibida por estos
últimos grupos hacia la expresión popular alcanzó tal virulencia
que los músicos de clase baja a menudo sufrieron agresiones verba­
les y, en ocasiones, físicas, cuando llevaban abiertamente sus guita­
rras en vecindarios aristocráticos. En las pocas ocasiones en que el
vals criollo se deslizó fuera del callejón a un área de clase alta, los
que lo tocaban o cantaban trataban a la música casi como un obje­
to subversivo, y se aseguraban de confinar su “ impropiedad” a los
cuartos traseros de la casa para evitar ser escuchados por los veci-
nos.(8) *
Pese al estigma social vinculado al vals criollo por algunos

un área de la cual sólo hay escasos datos publicados, fue obtenida p"
una serie de extensas entrevistas con compositores e intérpretes de la
guardia vieja. Sin su ayuda, su redacción no habría sido posib'e
También hay información sobre los orígenes de este estilo music;:'
en: Aurelio Collantes, Historia de la canción criolla (Lima, 195?), pa-
ssim; Collantes, “ Así nació el criollismo”, Expreso, 1° de noviembre,
1970, pp. 18-19; y Sergio Zapata, Psicoanálisis del vals peruano (Li­
ma, 1969), p. 9.;
(6) Alcides Carreño, entrevista, 5 de mayo, 1971.
(7) Filomeno Ormeño, entrevista, 13 de abril, 1971.
(8) Rosita Ascoy, la famosa Limeñita del dúo La Limeñita y Ascoy, re­
cordó sus intentos de mantener secreto su interés por la música crio­
lla ante su madre de clase media, en entrevista con el autor el 18 de
mayo, 1971. Otros que comentaron la naturaleza estrictamente pro­
letaria de la música criolla incluyen a Alcides Carreño, entrevistas, 4
de mayo y 12 de mayo, 1971; Filomeno Ormeño, entrevista, 13 de
abril, 1971; Pablo Casas, entrevista, 6 de mayo, 1971; José Diez-
90
sectores de la sociedad, quienes escribían e interpretaban esas com­
posiciones encontraron en ellas un valioso medio para comunicar
sentimientos individuales fuertemente percibidos. Parece que la
mayoría de compositores criollos utilizaron las letras de sus can­
ciones para contar sus propias experiencias en la vida y como vehí­
culos de verbalización de emociones profundamente sentidas. Un
conocido compositor, Pablo Casas, al ser preguntado por qué él y
otros componían valses, respondió que satisfacían una necesidad
de liberar tensiones internas y era sincera expresión de creencias
personales. Al comentar, por ejemplo, el tenor pesimista de su más
célebre composición, “Anita”, Casas afirmó:
“Siempre he sido así, es decir siempre he sido un po­
co pesimista. ¿Por qué negarlo? Así que nunca pensé te­
ner éxito o que triunfaría o que saldría adelante. Siempre
lo que salía, como dice en “Anita” , eran mis dudas. Ahí
encuentro la base, y escribo el verso... Usted me pregunta
si mi canción se basa en la realidad. Yo digo que sí. Y co­
mo esta canción, todas mis canciones, inspiradas por cosas
reales básicas, muy sentidas”.(9)
En adición a las afirmaciones de los compositores mismos,
las letras del vals criollo parecerían ser sinceros enunciados de sen­
timientos personales considerando que, hasta la aparición de la
radio y la distribución masiva de discos, los autores no recibían re­
muneración por su trabajo. Por lo tanto, nadie sugería que acomo­
daran sus canciones a un mercado que podría no ser consistente
con o estar fuera de su propia circunstancia. Si había un mercado
a tomar en cuenta, éste lo constituían los amigos y vecinos del

Canseco, Lima, coplas y guitarras (Lima, 1949), pp. 15-19; José Gál-
vez, Una Lima que se va, 3a. ed. (Lima, 1965), p. 152; Eudocio Ca­
rrera Vergara, La Lima criolla de 1900 (Lima, 1940), especialmente
p. 38; Marquina Rfos, “Cincuenta casas de vecindad”, p. 79; Ugarte
Eléspuru, Lima y lo limeño, p. 111; Ricardo Mariátegui Oliva, El
Rímac: barrio limeño de abajo el puente (Lima, 1956), p. 147; Blu-
me y Corbacho, Sal y pimienta, pp. 211-12; y Zapata, Vals peruano,
p. 9.
(9) Pablo Casas, entrevista, 6 de mayo, 1971. Todos los compositores e
intérpretes entrevistados estuvieron de acuerdo con Casas en que la
mayoría de compositores criollos utilizaron sus composiciones para
expresar sentimientos reales y para describir situaciones reales.
91
compositor, que eran también integrantes de la clase trabajadora
urbana. La amplia popularidad de las canciones criollas en precisa­
mente este segmento de la sociedad indica aún más su importancia
como mediación de los valores de la clase trabajadora. El vals se
convirtió en el modo dominante de expresión musical para los po­
bres de Lima, al menos parcialmente, porque transmitía imágenes
que concordaban con la temática emocional de la existencia de las
clases bajas. Más que el producto de un compositor individual, el
vals criollo constituía la manifestación musical de la sensibilidad
colectiva de todo un grupo social o, como dijo un observador, una
serie de “mensajes del pueblo”,(10)
Las historias relatadas por estos “mensajes” generalmente
giraban en torno a las relaciones de individuos en conflictos. Aun­
que las líneas específicas de la trama siempre diferían en los deta­
lles, la mayoría de los valses más populares (11) constituían varia­
ciones sobre un tema único. Ese tema está bien ilustrado por un
vals de Manuel Covarrubias, “Zoila Rosa” :
¿Cómo olvidarte si eres vida mía?
Cómo olvidarte si por tí yo muero,
si en mi existencia, lúgubre agonía,
con todo mi espíritu, te quiero.
Y mientras más me olvides, más te adoro.
Y mientras me desprecies, más te miro.
En el fondo del alma siempre lloro,
en el fondo del alma siempre respiro, ¡ay!

(10) Zapata, Vals peruano, p. 110. Ver también pp. 8, 9 y 13. _


(11) Por medio de entrevistas con Filomeno Ormeño, Alcides Carreño,
Pablo Casas y Rosita Ascoy, y una extensa revisión de ejemplares dis­
ponibles de El cancionero de Lima y La lira limeña, las dos revistas
que publicaron canciones criollas a partir de los años 30, el autor
pudo recopilar una lista tentativa de los valses más populares entre
1910 y 1940. Fechando y estimando la popularidad relativa de los
valses, se intentó establecer un conjunto representátivo de letras para
el análisis. El orden de los valses seleccionados es enteramente arbi­
trario: “Idolo”, “ Celaje”, “Cadenas”, “Hermelinda”, “Envenenada”,
“Adiós, adiós” , “ Idolatría”, “Lam¿nt$s”, “El guardián”, “La tísi­
ca”, “ Luis Pardo”, “ Alejandrina”, “ Hortensia”, “La palizada”, “Ani-
ta”; “ Rosa Elvira”, “Zoila Rosa”, “Angélica”, “Cruel destino’’,
“Amargura”, “Optimismo”, “El interés”, “Perdón”, “El plebeyo”,
92
Sí, el eterno llorar, tal es mi suerte.
Nací para sufrir y para amarte.
Sólo el hacha cortante de la muerte
podrá de mis recuerdos, Zoila Rosa, arrancarte.(12)
“ Zoila Rosa” reproduce la clásica situación del vals en la
que un hombre se enamora de una mujer y es rechazado. La mujer
es siempre la figura más poderosa en la canción, debido a su belle­
za o al embrujo que ejerce sobre el hombre. Aunque el macho se
siente profundamente herido por no ser su amor correspondido, su
dolor rara vez se convierte en ira o rebelión. Y en vez de culpar a la
hembra por su desdeñoso rechazo, parece adquirir mayor respeto
por su superioridad, echándose la culpa a sí mismo o al destino por
el fracaso de su relación. Al final de la canción, el hombre general­
mente se encuentra buscando su propia muerte como la única ma­
nera de acabar con su agonía, una muerte que trae consigo la in­
consciencia pero no el cielo. En suma, confrontado por una situa­
ción de conflicto con un individuo de status superior al suyo pro­
pio, el protagonista del vals se niega a enfrentar su problema. Inca_
paz de ignorarlo, busca aquella retirada total que sólo la extinción
física puede suministrar.
Las fantasías populares presentadas en el vals a primera vis­
ta no parecerían iluminar mayormente el sistema de valores de las
clases trabajadoras urbanas. Sin embargo, tras un análisis más cui­
dadoso, los conflictos interpersonales pintados en estas com posi­
ciones poseen profundas implicancias para la vida proletaria en
general, y son particularmente valiosas por revelar las pautas de
comportamiento vigentes para los individuos de clase baja en tiem ­
pos de crisis. Un elemento conspicuo de casi todo vals tradicional
es la predominante atmósfera depresiva. El vals parece ser el medio
con el cual el compositor o cantante pone en palabras la sensación

“Victoria”, “ Desavenencia”, “ Quejas”, “ La pasionaria”, “ La venta-


nita” “ Rosa Luz”, “Oración del labriego”, “El huerto de mi ama­
da”, '“Desprendidas”, “Desengaño”, “Infiel”, “La faz marchita”,
“Adela”, “ La fe verdadera”, “Nunca me faltes” y “Alma herida”.
También fueron de ayuda para compilar esta lista y encontrar letras:
Collantes, Historia de la canción criolla, passim, Oscar Flores Calde­
rón y Alberto Balbuena Pacheco, Ayer y hoy del criollismo (Lima,
1970), passim; y 200 valses criollos (Lima, 1971), passim.
(12) La letra fue suministrada por Alcides Carreño al autor.
93
de sufrimiento interno que acompaña a su existencia cotidiana.
Una canción que claramente expresa esta idea es “Amargura” de
Laureano Martínez Smart. En el vals, el protagonista lamenta que
su felicidad haya terminado al hacerse adulto y que ahora, “ muy
tristemente voy por ahí delirante, soñando con la infancia que
nunca volverá” . Añade que está solo y no tiene a quien contar de
su dolor y desesperación, excepto:
Tan sólo mi guitarra
me acompaña por el mundo,
con ella las tristezas
siempre suelo disipar.
Porque ella noble y buena
la que nunca me abandona
y juntos por el mundo
seguiremos hasta el fin,
ni de rencor una obsesión.(13)
La última frase de “Amargura” contiene otro tema cumbre
en el vals: que uno acepta pasivamente su estado infortunado sin
protesta. La idea de queja pero con sumisión frente a las dificulta­
des se diseña agudamente en otro popular vals, “ Adiós, adiós” :
Adiós, adiós, ensueño de mi vida,
el corazón lo siento desmayar...
Viviré llevando con dolor
la cruz de mi destino que tan cruel
pusiste en mis hombros con rencor...
Dejaré tan sólo de sufrir
el día que te olvide, sólo así...
pero eso nunca he podido conseguir.
Adiós, adiós, mujer que en mi camino
hizo caer la piedra del dolor;
yo ya me voy a cumplir con mi destino
sin un reproche y sin guardar rencor.(14)

(13) La lira limeña, XI: 513 (agosto 4, 1940).


(14) El cancionero de Lima, No. 1027 (enero, 1935).
94
Relacionado con el tema de la sumisión en “Adiós, adiós”
está el concepto de que las dificultades del hombre son causadas
por el destino, y que escapar del propio hado es una propuesta casi
imposible. La creencia de que el poder del destino sobre la vida de
las personas hace infructuoso todo recurso a la lucha o a la adop­
ción de otros tipos de acción positiva para cambiar condiciones
desfavorables, es expresada enérgicamente en un vals apropiada­
mente llamado ‘ Cruel destino”. El protagonista de la canción apa­
rece manipulado, más allá de su control, por las fuerzas del destino
que siempre parecen deseosas de aumentar sus penas:
Es culpa del destino que separa
el cariño que nació de nuestras vidas,
no niegues ni maldigas el momento,
confórmate si el destino lo depara;
bien comprendes ese abismo nos divide,
resígnate al destino amargo y cruento...(15)
En la música criolla, la impotencia del. hombre no sólo
convierte a la resignación frente al cruel destino en la única alter­
nativa viable, sino que se considera ridículo todo intento de mejo­
rar la situación, porque sólo traerá mayores frustraciones y proba­
blemente más sufrimiento. Como decía una canción criolla escrita
a principios de este siglo:
No quiero dichas, no quiero,
con mi mal estoy contento,
que el subir para bajar
sirve de mayor tormento.(16)
Aquí el autor muestra una terca reticencia aun para con­
templar la posibilidad de una mejoría limitada, debido a su convic­
ción de que cualquier alteración de su tradicional situación de po­
breza será ciertamente temporal y llevará, finalmente, a una angus­
tia mayor.
Una interesante faceta de casi todas las canciones criollas
es que la gente en ellas descrita, confronta sus pesares sola, y en la
mayoría de casos el único alivio al dolor procede de la muerte. Los
cantantes en muchos valses literalmente claman por el fin de sus
vidas, com o en el caso de la famosa composición “Idolo”.
(15) El cancionero de Lima, No. 951 (mayo?, 1933).
(16) Transcrito por Carrera Vergara, El gran doctor, p. 268. Una impor-
95
¿Por qué quitarme quieres,
la pena de no matarme?
¿Por qué mujer, ¡oh ídolo!,
quieres martirizarme?
Deja que yo muera
y que en paz descanse...(17)
Un espíritu colectivo, y más aún una acción colectiva, que
olucre compartir o superar dificultades de consumo con sus
ales, es algo claramente ausente del vals. De hecho, con excep-
n de la muerte, las únicas personas presentes en estas canciones
i pueden ayudar a aliviar las aflicciones del protagonista, tienen
asombroso parecido con los caudillos paternalistas que, en la
jra política, eran los recipientes de las esperanzas de sus segui-
es. En el vals “Perdón”, por ejemplo, el desconsolado cantante
enta haber abandonado el ámbito protector de la casa paterna.
:uerda que fue un “ día fatal” aquel en el que se independizó, y
límente decide que la única esperanza para aliviar su infeliz con-
ón es volver a someterse abyectamente a la autoridad de sus
res:
Cansado de rodar en mi camino, ¡pobre ay de mí!,
a la casa de mis padres regresé
y al verme desgraciado me dijeron:
¿por qué tanto nos haces padecer?
Ven acá, hijo mío, pídenos PERDON,
que sólo en los padres existe el amor.(18)
Aprendida la lección gracias a la experiencia, el hijo pródi-

tante excepción a la regla de la sumisión en el vals es el famoso “El


plebeyo” de Felipe Pinglo, que destaca com o el casi único ejemplo
de protesta social en la música criolla de los años treinta. En el vals
de Pinglo, el obrero Luis Enrique se enamora de una chica de clase
alta, y cuando los prejuicios sociales de ella le hacen rechazar sus
avances, él se vuelve un rebelde contra el privilegio social: su corazón
que ve destrozado su ideal reacciona, y ello se refleja en la franca re­
belión que cambia su humilde apariencia; el plebeyo de ayer es el re­
belde de hoy que en todas partes proclama la igualdad en el amor. El
cancionero de Lima, No. 1027, (enero, 1935).
200 valses, p. 140.
El cancionero de Lima, No. 1154 (junio, 1937).
go retorna al hogar a tiempo. Se asume que su pasada “rebeldía”
le será perdonada cumpliendo con los deseos de sus padres y pi­
diéndoles perdón.(19)
La resignación como respuesta a la adversidad y la crisis, la
aceptación fatalista de la propia suerte infortunada, y la deferencia
hacia —combinada con la dependencia de—figuras “superiores”,
emergieron como valores primarios de las masas populares en las
letras de los valses, así como de otras fuentes de evidencia sobre la
existencia de las clases trabajadoras.
Un aspecto importante en relación con la utilidad del vals
como indicador de los valores populares en Lima, es cómo se dife­
rencia del lenguaje idiomático popular de otras áreas según su men­
saje. En su énfasis en las relaciones amorosas y su tono de generali­
zada melancolía, el vals parecería ser muy similar a otras formas de
música popular, y por tanto quizá no tan representativo del caso
singular de la Lima proletaria. Dos estilos musicales latinoamerica­
nos para los que se ha encontrado información comparativa son el
tango argentino y la ranchera mexicana. A primera vista, abundan
las similitudes. Los tres tratan del amor entre hombres y mujeres.
Los tres a menudo se refieren a situaciones trágicas. Los tres mu­
chas veces conciernen al poder del destino sobre las vidas humanas.
Pero allí terminan los parecidos, y las diferencias entre ellos pue­
den constituir fascinantes comentarios acerca de las diferencias
sico-culturales básicas entre la gente trabajadora de estos tres paí­
ses. En Argentina, por ejemplo, el amor no correspondido que do­
mina el vals peruano se halla casi totalmente ausente del tango. En
el tango es la mujer el objeto pasivo que debe aceptar su destino,
y no el hombre. En contraste con la triste figura vagabunda del
vals, el hombre es descrito como el conquistador por excelencia de
hembras. Finalmente, cuando el tango examina la situación en la
que la mujer abandona al hombre, a diferencia del vals, donde el
último reacciona retirándose y deseando la propia muerte, el pro­
tagonista argentino culpa a la hembra por lo que ha pasado y a me­
nudo termina matándola en venganza (20).La superioridad del ma­

(19) Una interesante discusión sobre sicología popular según la expresa el


vals, que llega a conclusiones similares acerca de los valores comuni­
cados en la música criolla, es Zapata, Vals peruano, passim, especial­
mente pp. 13, 15, 26, 31, 34, 36-37, 49-50 y 110-11.
(2) La información sobre el tango fue obtenida en Darío Cantón, “El
mundo de los tangos de Gardel”, Revista latinoamericana de socio-
97
cho sobre la hembra es todavía más pronunciada en la ranchera
mexicana, donde el protagonista usualmente canta contra la mujer.
Casi nunca se reconoce rasgos femeninos positivos. La residencia
de la mujer ha de ser usada por el macho para su propio placer,
después de lo cual suele dejarla. Es interesante que la característica
central de la ranchera, el machismo del hombre, esté totalmente
ausente del vals peruano. En la ranchera, la violencia es todavía
más común que en el tango, y la habitual respuesta a la infidelidad
es pegar o matar a la hembra infiel, una actitud muy distante de la
resignación a la voluntad de la superior amada en el vals.
Permanece la cuestión de por qué prevalecieron estos va­
lores. No hay un factor responsable único para la creación del sis­
tema de valores de las clases trabajadoras urbanas. Más bien, ése
sistema fue el producto de la interacción de una serie de influen­
cias del medio que pueden ser agrupadas bajo los conceptos gene­
rales de experiencias de socialización y restricciones estructurales.
Las relaciones familiares, la vida escolar, las prácticas religiosas y
los encuentros con el sistema político fueron todos partes funda­
mentales del proceso de socialización del proletariado de Lima. Y
los valores aprendidos en estas áreas fueron reforzados por la con­
frontación diaria del individuo de clase trabajadora con las reali­
dades estructurales de la sociedad peruana. Los elementos estruc­
turales que afectaron particularmente la formación de valores in­
cluyeron la distribución del poder y de la riqueza entre diversos es­
tratos sociales y la prevalencia de ciertos tipos de relaciones socia­
les tradicionales. Cómo estos elementos se reforzaron mutuamente
para crear un sistema general de valores, y específicamente un con­
junto de orientaciones para el comportamiento, será sujeto de fu­
turos estudios de la Lima de clase trabajadora. (Traducción: José
B. Adolph. Las citas en inglés fueron retraducidas al castellano).

logia, IV: 3 (noviembre, 1968), 341-362. Sobre la ranchera, véase


Aniceto Aramoni, Psicoanálisis de la dinámica de un pueblo (México,
1961), pp. 186 y 192-205. Una comparación entre estas compos:"; >-
nes también es hecha en Zapata, Vals peruano, pp. 101-108.
98 .
CAPITULO V DON PEDRO FRIAS Y LA CREACION DE LOS
DOCUMENTOS HISTORICOS: UN EJEMPLO DE
LA HISTORIA ORAL*
"Cuando era más joven, yo hablaba de las teorías de la histo­
ria: grandes m ovim ientos de hombres y eventos desbordaban
de m i boca. Estaba seguro de que sabía cuales eran las tenden­
cias históricas más importantes, y hacía generalizaciones sobre
decenas de miles de personas. Yo lo hacía y estaba seguro que
tenía la razón. Pero después c<»itencé a entrevistar a diferentes
personas; ellos existen, allí están y eso es la esencia de la histo­
ria. Trata sobre las personas individuales y hasta ahora no he­
mos captado sus voces. ”
Saúl Benison, Envelopes of Sound.

Este capítulo se compone de dos secciones: una introduc­


ción sobre el uso de la historia oral para los estudios de historia
social; y un extracto de una entrevista con Don Pedro Frías que se
hizo dentro del proyecto de “Lima Obrera”. Por una parte, no
pretendo hacer un estudio exhaustivo sobre los usos de la historia
oral. Más bien, presento algunas ideas sobre su valor, sus limitacio­
nes y el método de su empleo. Por otra parte, las declaraciones de
Don Pedro sobre sus experiencias como obrero textil representan
una mínima parte de las aproximadamente cincuenta horas de en­
trevista que hice con él. No se presume que reflejen ni la amplitud
ni la complejidad de este importante sector laboral de la Lima
obrera ni de la persona de Don Pedro. Al contrario, se pueden con­
siderar como un breve complemento a estudios más detallados so­
bre la clase obrera limeña y como una muestra sabrosa del libro
dedicado exclusivamente a Don Pedro que saldrá próximamente.

(*) La mayor parte de los conceptos expresados en la introducción son


producto de la experiencia personal mía y colectiva del equipo de
“ Lima Obrera” en las más de ciento cincuenta horas de entrevista
que hemos hecho hasta la fecha para el proyecto. En los últimos
años la historia oral ha suscitado mucho interés en los Estados Uni­
dos y en Europa. Tres estudios que considero particularmente útiles
y cuyo contenido refleja muchas de mis experiencias propias son:
Daniel Bertaux, ed., Biography and Society: The Life History
Approach in the Social Sciences (Beverly Hills, California, Sage Pu-
blications, 1981): Ronald J. Grele, ed., Envelopes of Sound: Six
Practitioners Discuss the Method, Theory and Practice of Oral
History and Oral Testimony (Chicago, Illinois, Precedent Pu-
blishing, 1975); y Alessandro Portelli, “Las peculiaridades de la
historia oral. ”, un mimeo que me fue proporcionado por Carmen
Checa.
101
Lo primero que hay que tener en cuenta sobre la historia
oral es que no tiene un valor igual para todo tipo de investigación
histórica. Es particularmente útil para el estudio de aquellos gru­
pos sociales que no tienen documentos, historias o tradiciones es­
critas. Específicamente, han sido las clases populares quienes de­
jan pocas cartas, pocas memorias, pocas fuentes publicadas con la
excepción de algunos periódicos obreros y sindicales, editados en
algunos casos por individuos de otra extracción social. Debido a
esta escasez de fuentes escritas, la historia oral, cuando se puede
hacer, es una fuente imprescindible para la historia de las clases
populares.
Pero eso es valorizar a la historia oral como algo que, mal o
bien, únicamente llena vacíos. Algunos que sólo ven este valor en
las entrevistas históricas, consideran estas fuentes algo como un
mal necesario. Más tarde trataré sobre algunas de las limitaciones,
reales y supuestas, de la historia oral. Ahora vale examinar algunos
de los atributos menos ambiguos de esta metodología.
La historia oral es una fuente excelente sobre la vida coti­
diana en general y en especial sobre la de las masas populares. El
ambiente en que vivía una lavandera o un albañil, por ejemplo, o
las condiciones de su lugar de trabajo, hasta los sonidos en el pasi­
llo de su callejón se pueden averiguar en detalle a través de la en­
trevista histórica. Por otro lado, esta fuente revela con gran clari­
dad las actividades diarias, por ejemplo, de un niño en el colegio
primario desde la disciplina escolar hasta los poemas que tenía
que memorizar. Es especialmente valiosa para esclarecer la cultura
material en el pasado. ¿Qué ropa se ponía; en qué ocasiones? ¿Una
familia de las masas populares tendría muebles, de qué tipo? ¿Qué
se comía, cuánto y con qué implementos? La lista de estos aspec­
tos de la vida cotidiana se alarga, por supuesto, mucho más de lo
que he sugerido aquí. En todo caso, sin el recurso de la historia
oral, sería extremadamente difícil siquiera comenzar a examinarla.
Hasta ahora no he hablado del empleo de la historia oral
para conocer sucesos históricos concretos, por ejemplo, una huelga
o una elección. Por supuesto, se puede recurrir a la entrevista his­
tórica para reconstruir este tipo de acontecimiento, pero en la ma­
yoría de los casos, existen otras clases de información sobre este
tipo de actos, como por ejemplo los periódicos contemporáneos.
Pero a diferencia de los materiales escritos, con la historia oral el
investigador puede regresar varias veces a sus fuentes de informa­
ción. Así le es posible explorar la gran complejidad de los aconte­
cimientos históricos lo que difícilmente se revela en los documen­
102
tos escritos. Por otro lado, hay ciertos hechos que se pueden des­
cubrir sólo a través de la historia oral. Recuerdo bien mis muchas
entrevistas con Víctor Raúl Haya de la Torre, por ejemplo, donde
me contaba los pormenores de sus reuniones clandestinas con lí­
deres sindicales, o de cómo organizó la célebre protesta del 23 de
mayo de 1923. Sin embargo, en todos estos casos, el mayor valor
de la historia oral es que nos da una idea sobre el significado para
el entrevistado del suceso más que los detalles del suceso en sí.
Una entrevista nos puede hablar de lo que sentían los obreros en
una huelga (solidaridad, poder, miedo) o qué representaba una vic­
toria o una derrota para ellos (satisfacción, frustración, resigna­
ción). Usada conjuntamente con los documentos escritos, una en­
trevista puede iluminar los por qués de la participación en una ma­
nifestación política o el apoyo de un determinado candidato o par­
tido. También la historia oral nos habla de significados en otro sen­
tido. Podemos consultar fuentes estadísticas sobre, por ejemplo, la
alta tasa de mortalidad infantil en Lima a comienzos de siglo. Pero
son las voces de las madres que perdieron a estos niños las que ex­
plican el real significado de estas muertes, y lo hacen de forma mu­
cho más profunda que nuestras estadísticas.
Un problema con el uso de la historia oral en este sentido
es que la información que se recoge es netamente subjetiva. En las
entrevistas no siempre logramos datos fidedignos sobre algo que
sucedió o cómo era el estado de algo, pero sí, como indiqué arriba,
qué es lo que piensa o siente el entrevistado sobre ese algo? Al mis­
mo tiempo que la subjetividad puede ser una debilidad de esta me­
todología, es también su fuerte. La “verdad” más significativa que
se descubre a través de la historia oral es la “verdad sujeta”, una
verdad que está en el corazón del comportamiento humano. Lo
que piensa o siente la persona es una parte fundamental de cual­
quier historia, y estas entrevistas son a veces la única manera de
conocerlo.
Por ejemplo, uno de los fenómenos que estabamos tratan­
do de analizar era el impacto del racismo sobre las relaciones entre
los integrantes de las masas populares limeñas. Muy pocos de los
entrevistados admitían tener prejuicios raciales cuando les pregun­
tamos sobre eso en términos globales. Pero al indagar sobre sus
puntos de vista hacia los grupos étnicos a los que ellos no pertene­
cían, frecuentemente adelantaban opiniones extremadamente ne­
gativas. En términos simples, entonces, las entrevistas nos revela­
ban dos aspectos importantes del racismo en la época: primero, su
existencia y sus varias expresiones (“Los negros son ladrones, los
103
cholos son estúpidos); segundo, el intento de la sociedad y de sus
integrantes de sublimarlo.
Se podría decir que los que critican a la historia oral por la
subjetividad de sus fuentes asumen que las fuentes escritas son, por
el contrario, objetivas. Aunque algunos de ellos no suscribirían a
tal generalización, no obstante, existe entre muchos estudiosos
tanto una confianza implícita en la palabra escrita como una des­
confianza implícita y a veces explícita en la palabra hablada de un
informante. Sin embargo, el documento escrito —sea un informe
oficial, sea un artículo periodístico— es, igual que las declaraciones
de un entrevistado, el producto de las ideas de alguien y por eso
está afectado por la misma subjetividad. Inevitablemente, la mente
humana “ cambia” los hechos que escribe en el papel tanto como
los que relata en una entrevista. En efecto, la parcialidad del obser­
vador tiende a ser mayor cuando esté más cerca en tiempo a los
hechos. Con el paso de los años las presiones sociales y/o políticas
pueden disminuir permitiendo una mayor franqueza en los últimos
años de la vida. Es más, en muchos casos el documento escrito es
la recopilación de testimonios de terceras personas, al fin y al cabo
el producto del mismo procedimiento que la entrevista de historia
oral. Muchos de los documentos escritos carecen de la espontanei­
dad humana que caracteriza a la entrevista. Cuando se trata de ar­
tículos periodísticos, por ejemplo, todos pasan por alguna forma
de censura —en unos casos la autocensura— y tienden a enfocar re­
laciones formales, ignorando así las facetas menos visibles pero a
veces más profundas del comportamiento humano. En otras pala­
bras, quizás nuestra confianza en el poder alcanzar la “ objetivi­
dad” deba ser revisada al mismo tiempo que revisamos nuestra
desconfianza frente a las declaraciones “subjetivas” de nuestras
fuentes orales. Ya sean escritas o sean orales, se deben aplicar los
mismos criterios para evaluar la validez y representatividad de las
fuentes.
Otro reparo que tienen Jos críticos de la historia oral es
que está basada en lo que recuerdan los entrevistados sobre un
tiempo pasado que puede ser relativamente lejano. Es interesante
que generalmente expresamos estas dudas sobre personas de las
clases populares —obreros, sirvientes domésticos, ambulantes— pe­
ro casi nunca dudamos en la misma forma de las memorias de un
político, un general o cualquier otra persona “importante”. Sin
embargo, se podría afirmar que las apreciaciones de las “personas
humildes” suelen ser muchas veces menos influenciadas por el pa­
sar de los años que las de las figuras históricas. El político o el ge­
104
neral puede sentirse un personaje, y lo que escribe o dice sobre sí
mismo puede que sea filtrado por la imagen que quiere proyectar.
En cambio, el obrero o el sirviente doméstico o el ambulante, sin
tales pretensiones, potencialmente será más directo en sus aprecia­
ciones.
Directo o no, hasta qué punto puede ser representativo ca­
da individuo que entrevistamos? La cuestión de la representativi-
dad no tiene respuestas claras. Si por un lado el entrevistado habla
de una realidad suya personal y hasta cierto punto singular, por
otro su singularidad está unlversalizada por la época en que ha vivi­
do y por la clase social .a que ha pertenecido. Por supuesto que es
imposible hacer un análisis cuantitativo basado en cincuenta entre­
vistas históricas de un sector compuesto por cientos de miles de
personas. Por eso, nunca se intentó levantar una muestra íepie-
sentativa”. Pero por otra parte, después de hacer varias entrevistas,
muchas de las escenas de las historias personales se repetían; a m e­
nudo estabamos escuchando la misma historia contada por diferen­
tes bocas. Las descripciones de las experiencias escolares o de las
condiciones de trabajo en las fábricas textiles, por ejemplo, no va­
riaban mucho. Cada nueva entrevista confirmaba, con algunas va­
riaciones, pautas que ya habíamos descubierto. Nos sentíamos que
habíamos logrado entender varias facetas de la vida popular. En
otras palabras, con la entrevista de historia oral se quiere conocer
las experiencias particulares al mismo tiempo que los elementos
comunes del grupo social que estas experiencias contienen.
Una de las ventajas de la historia oral es que permite estu­
diar a las personas como actores vitales, hasta cierto punto inde­
pendientes —una realidad que se suele ignorar en los estudios más
m onolíticos— a la vez que las podemos observar como productos
de contextos sociales determinados. Justamente para el proyecto
“Lima obrera” la historia oral fue especialmente reveladora para
descubrir las posibilidades de maniobra que tenían los sectores
populares dentro de una sociedad altamente estratificada y opre­
siva.
Para los fines de la historia oral, hay otro aspecto de las en­
trevistas a personas de las clases populares que se hizo evidente en
el lapso de nuestra investigación; sus memorias impresionantes. Era
común que los entrevistados se acordaran del más mínimo detalle
de un tiempo sesenta o setenta años atrás: de cómo hacer un ado­
be; del calor que se sufría lavando ropa; de exactamente cuántos
ternos tenía y su color y corte en un año determinado. En la ma­
yoría de los casos, el problema de las entrevistas no es la falta de
105
memoria del sujeto sino la enorme cantidad de recuerdos que mu­
chas veces tienden a verterse en forma desorganizada y casual. Exis­
ten varias explicaciones para este fenómeno. Una es que la m em o­
ria se desarrolla más entre grupos sociales que tienen menos con­
tacto con la palabra escrita. No es que las masas populares limeñas
en las tres primeras décadas de este siglo fueran analfabetas. Pero
por otra parte, parecen no haber leído tanto como los estratos más
altos de la población, sea por el gasto que implicaba la compra de
un periódico, revista o libro, o porque la mayor parte de estas pu­
blicaciones no eran muy pertinentes a las inquietudes de las clases
populares. Además, estos grupos no recurrían en gran medida a la
auto-comunicación escrita. En realidad, se tenía que emplear tanta
energía simplemente en sobrevivir de día a día, que quedaba poco
para ideas abstractas u otros pasatiempos para la mente. Por otro
lado, había pocos estím ulos dentro de la sociedad popular limeña
de la época, antes de la aparición de los medios de comunicación
masivo por ejemplo, que pudieran servil' como distracciones de las
preocupaciones de la vida cotidiana. A falta de eso, ha sido común
el desarrollo de una cierta tradición oral, aún en un mundo urbano
y moderno, que implica un desarrollo paralelo de la memoria.
Pero basta de apologías para la historia oral. El ejemplo de
Don Pedro Frías es una afirmación del valor de la historia oral mu­
cho más elocuente de lo que yo pueda decir. El proyecto de “Lima
Obrera” hizo el uso extensivo de la historia oral. Entre las aproxi­
madas ciento cincuenta horas de grabaciones escogí este extracto
por varios motivos. Primero, de todas las personas que entrevista­
mos, Don Pedro Frías fue el que nos contó más y el que contó me­
jor. Conocí a Don Pedro en el Estadio de Alianza Lima en La Vic­
toria. Yo estaba buscando información sobre los primeros años del
Alianza para mi estudio sobre fútbol, y fui dirigido a Don Pedro
como el hincha más viejo del equipo de Los Intimos. Efectivamen­
te, Don Pedro, nacido en Lima en 1903, no sólo ha seguido de cer­
ca al Alianza desde la década de 1910, jugando de niño en las can­
chas de tierra con nada menos que el legendario Alejandro Villa-
nueva, sino que se acuerda de “todo”, desde el precio de las entra­
das año por año hasta las jugadas más espectaculares de partidos
innumerables.
Después de una primera entrevista sobre el fútbol, sentado
con él al lado de los camarinos del Estadio, me invitó a entrevistar­
le cualquier tarde en su casa en La Victoria. Fue en mi primera vi­
sita allí que comencé a comprender cuánto ofrecía Don Pedro al
106
historiador de la Lima obrera. Al acercarme a su puerta vi tres cal­
comanías pegadas en su ventana que simbolizan la enorme riqueza
de su persona y sus experiencias: “ Arriba Alianza” (Ya sabía de su
conocimiento futbolístico); “ El Apra Nunca Muere” ; y el Señor de
los Milagros. En nuestras reuniones sucesivas supe que Don Pedro
había sido obrero textil, sindicalista activo, y participante en la
jornada de las ocho horas, probablemente el acontecimiento de
mayor envergadura en la historia sindical peruana. Supe además
que había trabajado como albañil, en la fundición de la Oroya y
como hombre de todo oficio en un prostíbulo. También fue miem­
bro fundador del Partido Aprista y ha sido devoto del Señor de los
Milagros, tal como indicaba la calcomanía, “jaranista” entusiasta,
y hombre de muchos compromisos románticos que contaba con
lujo de detalle. Sinceramente, mis horas de conversaciones con él
fueron una de las cumbres de mi experiencia como historiador e
investigador.
Antes de llegar a las expresiones de Don Pedro, vale hace
algunos comentarios sobre la metodología de las entrevistas. El pri­
mer problema que encuentra el que decide hacer historia oral es
cómo encontrar a las personas para entrevistar. Para la investiga­
ción de “ Lima Obrera”, ya que se trataba de la reconstrucción de
toda una sociedad, hacíamos una selección bastante casual. Nues­
tros únicos “requisitos” eran que la persona tuviera más de setenta
años, que viviera en Lima por lo menos durante alguna parte de los
años 1900-1930, y que perteneciera a los sectores populares. Se
localizaba a los entrevistados de varias maneras. En el caso de Don
Pedro y otros, fuimos dirigidos a ellos por conocidos. A veces co­
nocíamos a personas nuevas a través de los mismos entrevistados,
pero tratamos de no abusar de este recurso para no caer en un
círculo homogéneo de individuos con los mismos antecedentes y
puntos de vista. Para la mayoría de los casos, simplemente íbamos
a los antiguos barrios populares de Lima —al Rímac, a La Victoria,
a los Barrios Altos— y entrábamos a los callejones, solares y casas
de vecindad. Preguntábamos por gente mayor, y casi siempre fui­
mos enviados al cuarto de algún hombre o mujer; allí mismo co­
menzaba la entrevista.
En otros casos íbamos a asilos de ancianos que albergan no
sólo a personas de edad sino también mayormente a gente pobre.
Pero fue en estos lugares donde tuvimos el menor éxito con las en­
trevistas. Si en su gran mayoría los entrevistados demostraban te­
ner una capacidad asombrosa para acordarse en detalle del pasado,
eran los internos en los asilos los que constituyeron frecuentemen­
107
te las excepciones a la regla. A pesar de vivir en muchos casos en
mejores condiciones que los residentes de los callejones o casas de
vecindad, varios de los que vivían en los asilos parecían haber per­
dido en alguna medida quizás “el sabor” de la vida o quizás el
deseo de vivir. No era raro que recordaran muy poco o que sus
recuerdos terminaran en lágrimas, algo que rara vez pasaba con las
entrevistas fuera de estas instituciones.
Con la excepción de algunos residentes de asilos, no sólo
eran lúcidos los entrevistados sino también extraordinariamente
generosos en ofrecernos una enorme cantidad de información so­
bre sus pasados. Cada entrevistado habría tenido sus motivos per­
sonales para ser más o menos accesible a nuestras preguntas. Pero
el hecho de que casi todos se abrían en las entrevistas puede tener
varias raíces comunes. Muchas de estas personas mayores se sen­
tían solas, algo abandonadas por familiares y amigos que tendrían
otras preocupaciones que hacerle compañía a tal o cual “viejito” o
“viejita”. Cuando alguno de nosotros les prestábamos atención, se
mostraban realmente contentos de conversar sobre sus experien­
cias. Además, siendo miembros de las masas populares en una so­
ciedad altamente estratificada que tradicionalmente ha dado esca­
so valor a las cosas del pueblo, el hecho de que investigadores uni­
versitarios, a veces extranjeros, estuvieran interesados en ellos, era
motivo de un cierto sentido de orgullo. Este orgullo se traducía en
el entusiasmo con que la mayoría nos recibían y nos contaban.
Las entrevistas se llevaron a cabo en el contexto de una
conversación informal. Ibamos a las entrevistas con un esbozo de
los puntos que queríamos cubrir, pero no teníam os en ningún caso
un cuestionario cerrado. Más bien las entrevistas eran totalmente
abiertas a cualquier tipo de información sobre el período. Los en­
trevistados, como representantes de una cultura y de un grupo so­
cial tenían que estructurar las entrevistas de acuerdo a su propia
visión del pasado, no la del entrevistador con distintas inquietudes
culturales o ideológicas. Por eso no queríamos dirigir a los entrevis­
tados sino que ellos nos indicaran los aspectos de sus pasados que
fueran los más importantes para sus vidas. Sin embargo, como re­
gla general, mientras mejor se preparaba el investigador sobre la
época y sobre las circunstancias del entrevistado, mejor iba la en­
trevista. Generalmente las entrevistas tomaban la forma de una re­
seña biográfica en que tratábamos de seguir la vida desde sus pri­
meros recuerdos. Pero justamente porque queríamos que ellos
establecieran la prioridad de la información, en la mayoría de los
casos estas biografías no seguían por caminos muy rectos.
Me acuer-io de una instancia con Don Pedro que es repre­
sentativa de la trayectoria sinuosa de la mayor parte de las entre­
vistas. Un día que le visité había pensado preguntarle sobre las di­
ferentes casas en que había vivido cuando era joven, yendo una
por una. Quería conocer la variedad de tipos de vivienda popular,
sus características físicas, los problemas de salubridad y los moti­
vos que podría tener una familia pobre para mudarse de una casa
a otra. Me contó sus experiencias al respecto, pero no en una o dos
horas sino en más de quince. No es que él me proporcionara quin­
ce horas de información sobre eso, sino que en el proceso de ha­
blar de sus diversas moradas me habló largamente de una serie de
otros aspectos de su vida. Y cuando él, u otra persona, quisiera
contar sobre sus experiencias en el colegio, o las enfermedades que
había tenido de joven y como se curaban, o los juegos de su niñez,
o sus jaranas, nunca se le cortaría para que siguiera un plan de en­
trevista previamente establecido.
Innumerables veces nos sorprendimos por la dirección que
tomaban las entrevistas. Al respecto, quizás nuestra mayor sorpre­
sa fue que varios de los entrevistados no titubeaban en contarnos
espontáneamente sus experiencias más íntimas y personales. De
esta manera, logramos enterarnos sobre la prostitución en Lima,
los abortos, el control de la natalidad y sobre la vida sexual en ge­
neral. En muchas oportunidades el entrevistador se sentía más
avergonzado por la dirección que tom ó las preguntas que el entre­
vistado en contestarlas. La utilización de estos datos íntim os en
obras publicadas en que el sujeto está nombrado, a pesar de la ma­
nera libre en que fueron contados, tiene que depender de la volun­
tad del entrevistado. El historiador en estos casos tiene que ser sen­
sible a los sentimientos de esa persona tanto com o de los que le
rodean.
Las entrevistas duraban entre cuarenta y cinco minutos y
cincuenta horas (el caso de Don Pedro). Realmente, una entrevista
que sólo duraba cuarenta y cinco minutos era casi siempre un fra­
caso. La persona que cuenta su vida en cuarenta y cinco minutos
realmente o no quiere o no puede contarla. La entrevista promedio
tomaba unas seis horas y se conducía a través de varios días o se­
manas. En la circunstancia extrema de Don Pedro, la entrevista
consistió en nueve meses de visitas semanales.
Unas últimas observaciones antes de entrar directamente
en el testimonio de Don Pedro. A través de este ensayo he tratado
de comunicar la enorme atracción de la historia oral para el histo­
riador social. Además de todas las razones “objetivas” para su uso,
109
uno se siente atraído por este método porque el hacerlo es perso­
nalmente muy estimulante. No existe en la investigación histórica
otro procedimiento donde se de una relación tan estrecha e íntima
entre la recolección de datos y su interpretación. Y además, el con­
tacto con la gente significa un constante enriquecimiento sobre
todo de las experiencias de los investigadores. Hay que admitirlo:
las entrevistas nos envuelven de una manera que no pueden hacer
los documentos escritos. Y este envolvimiento es para el historia­
dor tanto emocional como intelectual. Por un lado esto nos puede
crear problemas ya que el científico social debería de distanciarse
de sus fuentes para poderlas evaluar objetivamente. Pero por otra
parte, al estar envueltas en las experiencias de los entrevistados,
estamos de alguna forma compartiendo estas experiencias y así
podemos lograr un conocimiento de las personas y sus situaciones
que sería imposible tener mirando exclusivamente desde la distan­
cia de la página escrita.
Trabajando con personas de carne y hueso, estamos tam­
bién trabajando con documentos, o mejor dicho, creando docu­
mentos. Uno no sólo observa sino que también participa en la crea­
ción histórica. Y eso es otro de los grandes atractivos de la historia
oral. El investigador siente que, si no hiciera las entrevistas, los de­
talles de estas vidas se perderían para siempre. Con la entrevista y
su transcripción descubrimos y preservamos información que sin
nosotros ni siquiera existiría para el uso de sucesivas generaciones.
Este “enamoramiento” con la historia oral puede llevar,
por desgracia, a unos excesos en su uso. No se puede emplear la
información de las entrevistas en aislamiento de otras fuentes, sean
escritas, estadísticas o gráficas. Más bien, para hacer un estudio his­
tórico completo, el estudioso tiene que confrontar todas estas
fuentes para llegar a conclusiones definitivas. Por otra parte, el ma­
terial de las entrevistas siempre es algo distorsionado por las pre­
guntas y el estilo del entrevistador. Por eso, algunos historiadores
publican las entrevistas en su totalidad; incluyen no sólo las res­
puestas sino las preguntas también para indicar la naturaleza e im­
portancia del entrevistador en ese proceso de “creación de docu­
m entos”. Para los fines del presente ensayo, no he seguido este
procedimiento. Soy consciente de que la ausencia de mis preguntas
puede crear algo de distorsión, pero quiero que Don Pedro hable
por sí mismo. Quiero que se comunique directamente con el lector
como lo hizo conmigo, sin intermediario.
Escogí para este capítulo el siguiente trozo de mis entre­
no
vistas con Don Pedro porque revela varios aspectos de la experien­
cia popular que generalmente no se descubre en los documentos
escritos. Una de las Cacetas más saltantes de la realidad que he veni­
do encontrando ha sido las contradicciones inherentes en el com ­
portamiento humano. Estas contradicciones se hacían evidentes
una y otra vez en las entrevistas. Un buen ejemplo de ellas es el
punto de vista “ambivalente” de Don Pedro sobre los gerentes en
las diferentes fábricas donde trabajaba. También me parecía im­
portante el humor con que se tomaba algunos conflictos en la fá­
brica. Es fascinante observar las modalidades a veces indirectas
para confrontar actos opresivos de parte de los que tenían mavor
poder, en este caso los gerentes.
Dejamos que Don Pedro hable por sí mismo. Sus palabras
demuestran la riqueza tanto de la historia como de la historia oral
con mucha mayor claridad que mis observaciones abstractas.

3 de Marzo de 1982
La Victoria.
Eueno, le voy a decir que Tizón y Bueno fue Gerente de la
fabrica de La Victoria muchos años. Cuando era cada 25 de di­
ciembre, él daba la fiesta adentro con almuerzo, hacía almuerzo y
hacia repartir para los hijos de los obreros juguetes, todo eso. Pero
chocábamos porque cuando nosotros formamos el sindicato, este
señor no estaba de acuerdo con el sindicato. Pero los obreros sí
Pero cuando ya comenzó el sindicato, cuando hicieron ya la rebe­
lión, ya de los pedidos, este señor formó esta agrupación de todos
los maestros, para dividir al sindicato, dividirlo. Total que esos no
estaban apegados al sindicato, sino más a la fábrica. Toditos. Les
llamabamos los amarillos. Quiere decir que se plegaban a la em­
presa.
• C °menzó ya viéndose obligado, que habiendo sindicato, se
vio obligado ya a aceptar lo que nosotros pedíamos. Entonces no­
sotros cuando íbamos, “ Señor Tizón y Bueno, tal reclamo vamos
a hacer. Como no, hijo, vamos”. Porque ya había una comisión
del sindicato ¿no? Temamos toda la directiva y él se veía obligado
con inteligencia a atendernos. Ya después él decía, “Hijo, mira|
nosotros no tenemos por que pelear entre la empresa y los obre­
111
ros, cuando son ustedes los que dan las producciones para la em­
presa. Y la empresa también vende para también dar producciones
para pagarles a ustedes. Total que nosotros somos como familia”.
Entonces venía el 25 de diciembre, y él era el encargado de
hacer que hagan almuerzo en el pampón de la fábrica, y comenzar
a repartirles a los hijos de los obreros, regalos de juguetes y a la
vez, armar marinera, valses, y todo eso. (Actuaba) como papá de
todos, pero muy inteligente. El mismo agarraba el azafate, el Ge­
rente, y nos servía a nosotros, los obreros. Son tácticas, pues, con
inteligencia, ¿no?
Eso se llama estilo demagogo. El demagogo está con Dios y
el Diablo. Que cuando necesita del diablo le besa los pies, cuando
necesita de Dios le besa la mano. Así es el demagogo. Lo veíamos
un hombre que era inteligente, que estudiaba la psicología del m o­
mento de sus trabajadores. Venía siempre una intranquilidad por­
que comprendíamos que él no lo decía de corazón sino de dientes
para afuera. Esto es como él era. La lógica: él lo ponían de gerente
y le pagaban para que cuide más los intereses de la empresa que de
los trabajadores, ¿no es cierto?
(Algunos trabajadores) se dejaron sugestionar. Había traba­
jadores que apenas entraba Tizón y Bueno a la Fábrica, era su
amo, como su amo, ay! No sabían hacerle, pués. Y nosotros real­
mente los considerábamos como esos, adulones, sino le decíamos
amarillo o adulón. Pero después, se llegó siempre a enmendar todo.
Y la prueba está, cuando Tizón y Bueno murió, nosotros, los de la
fábrica, paramos y fuimos a su entierro de él.
Fue Senador por Lima, y casualmente me mandó llamar a
mí. Entonces me dijo, “ Yo quiero que trabajes por la senaduría,
por m í.” Entonces yo tenía un buen consejero, un amigo, también
que trabajaba dentro de la fábrica, luchador. Me decía, “Recíbele
toda la propaganda”. Y uno, muchacho, ¿no? Le recibía la propa­
ganda. Venía al patio y lo quemaba. Y cuando él me hablaba, “Sí
Señor, me falta más propaganda.”
Y así, salió siempre de senador, pero tuvo de bueno que
cuando fue Senador, él atendía de lo más bien. No fue como otros
senadores civilistas, porque este Tizón y Bueno pertenecía al Parti­
do Civilista. Era caritativo. Demostraba ser caritativo, atento para
la clase trabajadora. Los que íbamos, le pedían algún favor, él no,
no se negaba. El lo hacía, pero estudiaba a quien se lo hacía tam­
bién. Cuando él sabía que no le convenía, él daba esperanzas, “Sí
hijito, te voy a servir, ya.” Cuando necesitaba de esa persona, sí lo
atendía de lo más bien. Ya, ya había estudiado, pués, el carácter
112
de cada uno de nosotros.
Tenía esa costumbre, esa costumbre de meterle el tú allí a
los trabajadores. Y cuando entraba adentro de la fábrica, “Adiós,
hijos m íos.” Uno así de patilla larga. “Adiós, adiós hijos m íos,” a
todos. Poco era que le decía de usted, sino a ciertos dirigentes, sí,
que se daban su lado. Sí le decía de usted.
Era muy apegado a las mujeres, a las obreras. En todas las
fábricas de tejidos han habido mujeres, una más que otra. En don­
de habían más mujeres, eran en La Victoria, más que en el Inca. Y
la mayor parte no eran limeñas, eran iqueñas y arequipeñas. Más
que hombres no habían, pero habían más de cien mujeres, de ope­
rarías. Trabajaban como hombre porque el trabajo textil no es un
trabajo fuerte. Algodón es cosa fina, se está bajo el techo, se pisa
madera o loceta, ¿no?
Tizón y Bueno era mujeriego. Aquí en La Victoria, con va­
rias. (No hubo protestas) por eso, no. La sabía él hacer con inteli­
gencia, bien, pues. Y hay personas, mujeres serían su debilidad,
pues, que entregaban, se entregaban a él, porque él tenía en la es­
quina de Canta, era com o una tienda, ¿no? Y eso le llamaban su
matadero. Allí era el matadero, decían, ya va a matar, descuarti­
zar. Porque él tenía su carro y su chofer. Las conquistaba por va­
rios medios. Si había alguna fiesta, conquistaba. Las cedía el carro.
Y mujeres dóciles, pues. (Les hacía) favores, y a lo menos en asun­
tos metálicos, daba, pues, ¿no? Pero medido, ¿no? Eran contadas
ellas. Ya se sabía quién, quién era esas. Le daba sus centavos, pues,
porque él tenía sus centavos, Tizón y Bueno. Y cuando él se fue,
dijo, “Yo me despido y sabrán ustedes que se va la vaca lechera ”.
Cuando yo trabajaba en El Inca fue el gerente, Mister
Lewis, un alto, un gringo alto. Inglés, Mister Lewis, medía dos me­
tros veinte. El sí era de carácter muy enérgico, muy enérgico. Me­
dio neurasténico era. Ese tiempo tenía que ser así porque había
mucha rebeldía. Y los obreros, a la hora que decía, “Para la fábri­
ca”, paraba. Entonces para reprimirles, sí pues, era natural, pues,
que tenían que ser ellos así porque las empresas los ponían. La
prueba está que una vez, el mismo Mister Lewis dijo, “ Yo soy un
empleado como ustedes, porque si yo me voy a tirar a favor de
ustedes, lo que piden, el día que me saquen a m í la compañía, us­
tedes no son los que me van a poner. Total, a m í no me cuesta
subirle un sol más a un obrero, pero comienza el Presidente que los
demás obreros van a querer el sol más. Entonces me cae encima la
compañía. Así conforme ustedes cuidan sus intereses, nosotros
también tenemos que cuidar nuestro interés Entonces habían
113
hombres; luchadores que veían que tenía la razón. Cada uno tenía­
mos que defendernos, eso era, era la lucha antiguamente.
A veces, cuando estaba medio neurasténico, le agarraba el
hombro del obrero. Pero yo le voy a decir que le daba la razón. El
tejedor a veces saca la tela, malograda. Entonces cuando las piezas
las doblaban, entonces la compañía llamaba al director y le decía,
tantas, tal cantidad, miles de piezas malogradas. Entonces él era
responsable, ¿no es cierto? Y eso es lo que se confundía, se moiti-
ficaba, pues. Después, mucho robo por los obreros. Robaban géne­
ro. Lo metían al baño y se sacaban escondido un cuarto de género,
o media pieza, y se fajaban, se calateaban, se fajaban. Después que
se fajaban, se ponían la camisa y el saco encima y salían a la calle a
venderla. Otro, habían canillas largas de hilo muy bueno, unas
canillas que la llenaba la máquina. Y se las metían entre las medias,
otro entre las cinturas y se las llevaban. Pero le hacían daño a la
fábrica por las canillas. Este es el palo que llenaban de hilo, pero a
las fábricas le hacía más falta el palo. Entonces todos le echaban la
culpa a los directores de la fábrica. Mandó una vez a traer policía y
descubrieron que por atrás de la fábrica había un río, y en el río
había escusados, le llamamos nosotros ahora los baños. Entonces
por los baños, las piezas de género las tiraban al río. Ese género
doblado corría por el río, y los obreros estaban en una calle llama­
da El Panteoncito con unos palos con ganchos, y al pasar esto, lo
enganchaban. Llevaban ese tiempo carretas, carretas con muía.
(Llevaban eso) a vender.
Tenía momentos, Mister Lewis, tenía momentos de ocu­
rrencia. Una vez mi hermano estaba parado con su gorrita. Mister
Lewis lo agarró de los brazos y lo subió arriba de unos tableros y
mi hermano le decía, “ ¡Bájame!” y todavía con la mano Mister
Lewis le hizo así en la nariz. Y después lo bajó y le dio un sol. En­
tonces un día, él veía de arriba en una escalera. Y yo estaba con
mi hermano abajo, haciendo el box, porque iba a pelear este
Dempsey con Carpentier, el francés, el campeonato mundial con
Dempsey (1921). Y habían puesto una fotografía allí, y yo lo dije
a mi hermano, “Tú vas a ser Dempsey y yo Carpentier.” y comen­
zamos a boxear. Pero de la boxeadera ya vino la trompeadera,
pues, entre hermanos. Y Mister Lewis vio, y no lo veíamos noso­
tros. Cuando bajó, quisimos correr y nos jaló, nos agarró así, “ ¡Oh!
One dollar, one sol, para ustedes. ¡Sigan!” Total que por un sol,
pues, ah, un sol en ese tiempo. Mi hermano me mandó una patada,
yo le mandé otra. Entonces mi papá trabajaba en la fábrica aden­
114
tro en otro salón, y fueron a decirle, “ Vea, sus hijos se están trom­
peando Me acuerdo que mi papá vino con un palito largo a pe­
garnos, y Mister Lewis no deja. “ Yo hace trompear a esos dos, a mí
me gusta eso Dempsey y Carpentier, decían éramos nosotros.
Total que muy bien.
Pasan los años y vine acá a dar la Fábrica de La Victoria y
allí encontré de gerente a Tizón y Bueno. Entonces, vino Mister
Lewis a los años del Inca. Lo pasaron a La Victoria. Y un día, pa­
sando por allí, me miró, “ ¿Tú no eres Miranda?” porque mi papá,
cuando se escapó de chico a Vitarte, él era Antonio Frías y Miran­
da. Pero él se puso Antonio Miranda, el nombre de la mamá para
que no dieran con él, ¿no es cierto? Como mataperro. Entonces
me miró, pues, “ ¿Usted es Miranda?” “S í”, le digo. “ ¿Y su papá?”
“Está en el otro salón ”. “Oh, voy a hablar con él ”. Y todos en la
fábrica le tenían respeto al gringo, ¿no? al grandazo, pues. Total
que habló con él. “ ¿Cómo va Miranda?” “Señor, ¿cómo está
usted?” “Oh, habla, habla con Patrick, Patrick No me decía
Frías ni Pedro. “Oh, Miranda, oh, Patrick ”. Patrick me decía por
decir Pedro. “ Sí Señor ” le dijo. “Ah, yo recuerdo cuando trom­
pis y qué su hermano ” le dijo. “Está trabajando en la Fábrica de
Tejidos El Progreso ”.“ Ah, saluda, bueno ”.
Había una sección que era, que hacían los fardos de las
piezas, y dos muchachos, ayudantes comenzaron a trompearse y
pasaba Mister Lewis y dio orden que era prohibido trompearse en
la fábrica adentro, que los boten, que esos muchachos salieran
fuera a la calle. Dio orden. Entonces una de las hermanas de uno
de los muchachos vino llorando donde mí. No había esto de la
indemnización todavía, nada de eso. Entonces, él se va a la calle.
Yo era Secretario de Defensa (del sindicato). “ ¿Qué pasa?” le
dije. “Lo han botado a mi hermano, a los dos, y les han dicho que
se pongan sus sacos y se vayan ”. Entonces yo le dije, “ Vamos ”, y
estaba Mister Lewis en su oficina sentado, serio. Cuando entrába­
mos a la oficina con gorro, aunque sea cualquier gorro que tenía­
mos, aunque sea sucio, sombrero viejo, nos quitábamos el sombre­
ro porque entrábamos a la oficina, pues, del Gerente. La comisión
para entrar conmigo, tenía, tenía miedo, ¿no? Y el gringo muy
sentado allí. Entonces. “ Señor, buenos días ”. “Oh ¿Qué quiere
Miranda?” “Señor, vengo porque ha pasado esta coincidencia de
que usted ha despedido a dos obreros ” .“Si yo encuentro trompis
y eso prohibido acá adentro de la fábrica, y eso fuera, fuera, fue­
ra ”. Así hablaba. “No, Señor ” le dije. “Un momentito ”, le dije.
“ Usted se acuerda, ora años, en que El Inca, adentro de la fábrica,
115
me hizo trompear por un sol, yo Dempsey, Carpentier?” Y el grin­
go me mira y se rie. “Oh, caramba, ah, sí recuerdo Así le dije,
“Señor, dos muchachos que se han trompeado ”,le dije “quieren
ser boxeadores, los salve, ¿no?” “Oh,” dijo, “este yo voy a pen­
sar “No, pues, Señor, piense pues, Mister Lewis. Usted me cono­
ce a mí de muchacho, a mi papá que es operario bueno “ Ya
¡Castigados! Hoy día no trabajan, pero mañana ya tienen su traba­
jo”. La comisión no habló nada. Se quedaron admirados. Me dije­
ron, “ ¿Cómo has hecho? ¿Cómo has conquistado tú a este Direc­
tor?”
Cuando habían huelgas y entrábamos a su oficina, él nos
recibía muy serio. “ ¿Qué cosa quieren?” “Huelga, Señor “Oh,
no puede ser. Ustedes muy huelguistas. Yo habla con la compañía.
Yo no puedo contestar ahora mismo, tengo que consultar ”. Una
vez, tenía la costumbre de que cuando entraba a los salones y los
obreros trataban de hablarle, él seguía andando. No se. paraba. Y
una vez, un obrero lo agarró del brazo y le dijo “Oiga, usted está
hablando con la gente. Nosotros estamos hablando con usted. Y
usted sigue de largo”.
Entonces, como la fábrica trabajaba de noche, fue colosal,
eso tiene una historia. Los de noche hicieron un nacimiento de al­
godón, bien curioso, los santos de algodón. Y como había algodón
de distintos colores, le hacían la cabeza de San José igual todo.
Pero en medio pusieron, de algodón, dibujaron un miembro de
uno, y abajo le pusieron un papel, Mister Lewis. Pobrecito, era fa­
moso. Entonces todos nos escondimos. Cuando él pasaba tempra­
no, vio el nacimiento. Y él que se acerca y vio que estaban los san­
tos los carneritos que habían hecho de algodón, y estaba su miem­
bro de él, como niño Jesús. Y decía Mister Lewis: “ ¡Oh! Esto des­
cubre ahora mismo. Hoy boto a todo el mundo. A ver, llame un
policía”. Entonces entró un policía, y le dijo uno de la policía,
“Qué ha pasado?” “Oh, este no soy yo, yo no soy igualito”. En­
tonces la policía se comenzó a reír y le dijo, “Señor, vamos a in­
vestigar quién ha hecho este nacimiento”. Pero como todos éra­
mos unidos, no pudieron hacer nada. Pero había un tal Mister
Stirling, un americano, lo mejor, un técnico muy bueno. Entonces
se acercó y le habló en inglés. Y Mister Lewis lo agarró del hom­
bro, y como que lo empujó. ¿Qué diría, no? Le diría, “Los obre­
ros te han dibujado porque tú eres así”.
Porque contaron que allí había una tejedora que le decían
“La Chapana” de apodo, eso, que se come de dulce, como los ta­
males. Le pusieron porque era alta, gruesa, y le decían de apodo
116
“La Chapana Arequipeña”. Entonces Mister Lewis, como vivía en
los altos, en la mañana, ella subió al cuarto de él, y la malogró, le
rompió interiormente. Entonces bajó ella agarrándose de la baran­
da. Como las mujeres no callan nada, las mujeres pasaron, “ ¿Qué
tienes hija?”. La agarraron y ya se dieron cuenta que Mister Lewis
ya le había hablado para fucking. “Fucking Margarita”. El la de­
cía, “ Fucking, fucking Margarita”. Entonces la mujer fue a contar
a las demás.
Al contarle eso, estos muchachos que hicieron el nacimien­
to, lo hicieron así, pero lo dibujaron bonito, igualito con los dos
cocos, la cabeza colorada con algodón colorada, todito.

117
CAPITULO VI ENTRE EL OFFSIDE Y EL CHIMPUN:
LAS CLASES POPULARES LIMEÑAS Y EL
FUTBOL, 1900-1930*

José Deustua C.
Steve Stein
Susan C.Stokes
Resulta paradójico que en un país como el Perú de la déca­
da de 1920, con todos los problemas sociales y económicos que
entonces sufría, 25 mil personas se reunieran en el Estadio Nacio­
nal a presenciar un partido de fútbol. ¿Significa esto una manera
de escapar a la realidad? ¿Jugar al fútbol los domingos en las calles
del barrio de La Victoria o en las haciendas cercanas a la capital,
como lo hacían los morenos del Alianza Lima, expresaba un divor­
cio entre sus sufrimientos económicos y sociales y su capacidad
para resolverlos? ¿O era, por el contrario, una manifestación de su
sentir popular?.

(*) El presente trabajo es el producto de una larga y, a veces, enconada


polémica que sus tres autores sostuvimos en el Seminario Lima Obre­
ra organizado por la Universidad de Lima en 1982. A diferencia de lo
que ocurre en la mayoría de estos casos, donde los participantes sue­
len escucharse a sí mismos al mismo tiempo que se mantienen sordos
frente a lo que sustentan sus contrarios, nosotros no sólo nos oím os
con atención sino que llegamos a una serie de acuerdos comunes.
Este trabajo es una expresión de esos acuerdos. Pero, además, es tam­
bién producto de nuestra honda pasión por el fútbol, junto con el
igualmente hondo convencimiento de que el estudio del fútbol ofre­
ce una visión particularmente valiosa de la vida y la conciencia de
las masas populares de la época. Para elaborar este artículo hemos
consultado algunos trabajos generales sobre el fútbol o los deportes
como el de Keith Botsford: “Para una estética del fútbol” en Mundo
Nuevo No. 10. París, abril de 1967, pp. 59-64; Jean Le Floc’hmoan:
La génesis de los deportes. Editorial Labor. Barcelona, 1969; el con­
junto de ensayos recogidos en Partisans: Deportes, cultura y repre­
sión. Editorial Gustavo Gili. Barcelona, 1978, etc. Ademas nos han
servido mucho los dos trabajos literarios sobre “Manguera” Villanue-
va y las Olimpiadas de Berlín de 1936 de Guillermo Thorndike, final­
mente transformados en un sólo relato en el libro El revés de morir.
Mosca Azul editores. Lima, 1978. La inspiración sociológica provino
Recientemente se ha desatado entre los científicos sociales
peruanos una preocupación por entender los aspectos sociales del
“más popular de los deportes” : el fútbol (1). Hay quienes sostie­
nen que el fútbol es una genuina manifestación popular, con la ca­
pacidad de forjar lazos solidarios entre sus participantes y contri­
buir así a incrementar la conciencia de clase, como hecho social,
dentro de los sectores populares. Mientras otros afirman que, por
el contrario, resulta ser una forma de control social que, de varias
maneras, sirve a los intereses de las clases dominantes (2). Nos pro­
ponemos en este artículo discutir estas interpretaciones a través

del precursor artículo de Abelardo Sánchez León: “Fútbol, un espe­


jo para mirarnos mejor” en Quehacer No. 7. Lima, octubre de 1380,
pp. 119-127. Nos ha sido muy útil también el tomo XVI de la Histo­
ria de la República del Perú. Editorial Universitaria. Lima, 1969­
1970, de Jorge Basadre. Hemos consultado además algunas publica­
ciones de la época, el diario El Comercio de Lima de 1900, la revista
Variedades de 1911, y las revistas Toros y Deportes y El Sport de
1929-1930, de las que hemos extraído buena parte de nuestras refe­
rencias con suma exhaustividad. También muchas crónicas perodís-
ticas redactadas a través del tiempo, algunas revistas actuales Ra,
U67, Ovación, El Gráfico —ciertamente la mejor— y empleamos ade­
más la enorme memoria y tradición oral que guardan algunos futbo­
listas de la época (en especial Pedro Méndez, Antonio Maquilón, Pe­
dro Frías y Miguel Rostaing), simples contemporáneos dedicados a
otros menesteres (Julio Portocarrero) o actuales hinchas y fanáticos
del fútbol.
(1) Confróntese por ejemplo el artículo de Sánchez León (1980) ya ci­
tado, así como otros suyos publicados en las revistas Quehacer No.
13, Debates y últimamente Caretas. El informe de José María Sal­
cedo, el mismo Abelardo Sánchez León y Romeo Grompone sobre
el Mundial de Fútbol de España 1982, titulado: “Entre el abuelo
y el ‘niño terrible’, los punteros mentirosos” en Quehacer No. 16.
Lima, abril de 1982, pp. 42-67. El artículo de José María Salcedo:
“Así jugamos porque así som os” en El Diario de Marka, domingo
23 de junio de 1982. Pero especialmente los de José Deustua C.:
“ El fútbol y las clases populares (I). De la Inglaterra Victoriana al
Perú de Leguía” en El Diario de Marka, domingo 23 de agosto de
1981, p. 11; “ El fútbol y las clases populares (II). Selección nacio­
nal o club de barrio” en El Diario de Marka, domingo 6 de setiem­
bre de 1981, p. 11; y “ La incorporación nacional del fútbol” en
La Revista de arte, ciencia y sociedad. No. 7, Lima, marzo 1982,
pp. 42-44.
(2) Respecto a la problemática del control social (social control) pue­
de verse Steve Stein: Populism in Perú. The emergence of the masses
and the politics of social control. Wisconsin University Press, 1981.
122
de un estudio sobre los orígenes sociales del fütbol en el caso espe­
cial de Lima a comienzos del siglo XX, el que nos puede ofrecer
una perspectiva histórica como para orientar esta polémica que to­
davía sigue girando en torno a la situación presente.
ALGUNAS CONSIDERACIONES PRELIMINARES
Las ciencias históricas y antropológicas han constatado
que, a través de la historia humana y en diversas culturas del mun­
do, los grupos humanos han dedicado cierta porción de su tiempo
y energía a una serie de actividades desligadas de las netamente
productivas, por ejemplo a las artes creativas o la religión. El de­
porte se ubica dentro de éstas; constituiría, según la afirmación
clásica y algo esquemática de Louis Althusser o Marta Harnecker,
una actividad “super-estructural” (3). Es decir, si lo definiéramos
de una manera más rigurosa, se encuentra al margen de la jomada
de trabajo en sí, pero no escapa a la sociedad en general. En cierto
sentido contribuye a reproducir el sistema de producción y las
relaciones de producción, aunque también expresa los antagonis­
mos y las contradicciones de ese mismo sistema y de esas mismas
relaciones.
La manera en que el fútbol, como elemento superestruc-
tural, contribuía a reproducir la sociedad peruana o limeña a co­
mienzos del siglo XX, pero al mismo tiempo expresaba sus anta­
gonismos y contradicciones, es justamente lo que nos proponemos
explorar en este estudio. Varios teóricos han sostenido que la exis­
tencia de una clase social definida por sus condiciones objetivas es
una condición necesaria pero no suficiente para la constitución de
una clase “para sí” ; es decir, una clase con la capacidad de percibir
sus intereses y actuar para promover o defender esos mismos inte­
reses. Los obreros de las fábricas de Lima y Vitarte en 1920 no
solo limitaban sus preocupaciones a su jornada del trabajo —sobre
todo en las fábricas textiles de Santa Catalina y Vitarte Cotton
Mili— sino también a las actividades que realizaban más allá de la

(3) Louis Althusser: Ideología y Aparatos Ideológicos de Estado. Edito­


rial Nueva Visión. Buenos Aires, 1974. Martha Harnecker: Los con­
ceptos elementales del materialismo histórico. Editorial Arnier
Hnos. París, 1968. Como una crítica de este tipo de concepciones
puede verse el trabajo de Guillermo Rochabrún: “ El Capital". Crí­
tica de la autonomía relativa. Pontificia Universidad Católica. Pro­
grama Académico de Ciencias Sociales. Lima, 1976 (mimeo).
123
jornada laboral: el sindicalismo, el teatro, la ópera, el fútbol (4). Si
el fútbol que jugaban los obreros textiles tenía el efecto de legiti­
mar, de alguna manera, su subordinación a los dueños o autorida­
des de las fábricas, de integrarlos al régimen jerárquico que existía
en la fabrica y en la sociedad, o a crear divisiones entre los mis­
mos obreros e inculcarles un espíritu de competencia entre sí,
entonces se podrá concluir que, efectivamente, el fútbol contri­
buía a la subordinación de los obreros y a reproducir así el sistema
de producción. Pero, en cambio, si el fútbol servía para hacer más
sólido? los lazos sociales o psicológicos que unían a los trabajado­
res, para promover la idea entre ellos que, como grupo unificado,
podían ejercer cierta fuerza frente al régimen de los dueños de la
fábrica y así, de cuestionar la autoridad de sus opresores, esos
serían ejemplos de la manera cómo el fútbol, aunque producto de
una sociedad capitalista, era de una naturaleza contradictoria,
pudiendo llegar a ser un elemento que contribuyera a amenazar la
estructura de esa misma sociedad.
Vale desarrollar de una manera más concreta estas dos po­
sibilidades históricas del fútbol. Pero antes, hemos de esclarecer
por qué se ha escogido al fútbol para explorar la polémica que he­
mos mencionado, y no otro elemento de la cultura popular de
igual o mayor importancia. Paradójicamente el fútbol limeño a
comienzos del siglo XX mostraba no sólo cómo eran las relacio­
nes sociales, en términos de la existencia de conflictos de clase,
de grupos étnicos, de explotación económica, sino también cómo
no eran. Pensamos que el fútbol era una especie de espejo que re­
flejaba las relaciones sociales materiales, pero que también las in­
vertía en algunos momentos. En la cancha de fútbol existía cier­
ta democracia que faltaba en la sociedad peruana de entonces,
permitiendo que en algunos momentos los explotados derroten a
los explotadores, los pobres a los ricos, los negros a los blancos.
Obviamente estas inversiones se quedaban en el nivel simbólico,
en el sentido de que después de terminado el partido, la vida regre­
saba a su cauce normal, volviendo los explotados a su condición

(4) César Lévano: “La revolución cultural de los obreros peruanos” en la


revista Marka No. 105. Un ejemplo recreativo en donde se combina­
ban el deporte, el arte y la política era la fiesta de la planta que
anualmente se celebraba en Vitarte. Una descripción de la misma se
encuentra en “La fiesta de la planta”. Revista Amauta, doctrina, lite­
ratura, arte, polémica. No. 6. Lima, febrero de 1927, pp. 33-36.
124
social, el obrero a la fábrica, el negro a su misma situación de mar­
ginado en una sociedad que despreciaba a los miembros de su raza.
Insistimos en que la palabra “simbólico’’, como lo usamos
aquí, no es sinónimo de inútil, ni de ilusorio. Es probable que la
inversión simbólica de las relaciones sociales que a veces ocurría en
el campo de fútbol hubiese hecho sentir al marginado y al explota­
do (pobre o negro) más satisfecho con su status social y, por lo
tanto, menos preparado para cuestionar el orden social. Pero tam­
bién es posible que el fútbol como expresión popular uniera a los
oprimidos, los hiciera más solidarios y, por lo tanto, capaces de
intentar, en un segundo momento, actitudes más descaradamente
políticas. La cancha de fútbol era un lugar de encuentro de miem­
bros de las clases populares con distinta procedencia y tradición.
En este sentido el fútbol podría contribuir a unificarlos y a forjar
una sola cultura popular. Sin embargo, también la cancha de fút­
bol era un lugar de encuentro con miembros de las clases dominan­
tes, ya sea en un sentido de rivalidad y enfrentamiento, como tam­
bién de afinidad y paternalismo.
Por otro lado, el drama que se desarrollaba dentro de la
cancha de fútbol a veces servía para esclarecer conflictos que en
otros medios —el lugar de trabajo, el barrio— no se podían expre­
sar tan claramente. De ahí la posibilidad de que el fútbol sirviese
para fomentar una conciencia de clase o de etnicidad. Los parti­
dos que se jugaban entre el club Alianza Lima y la Universidad en
la década de 1920, por ejemplo, representaban tanto para los ju­
gadores como para el público, un conflicto clasista y racial. Con­
flictos que en otros medios, y en la ideología dominante, se escon­
dían debajo de la superficie (5).
Estas son algunas de las razones por las que hemos escogi­
do al fútbol, y no a otro elemento de la cultura popular o de la
“superestructura”, para ser analizado en este artículo. Insistimos,
de nuevo en que los niveles de lo económico-social e ideológico-
político constituyen dos ámbitos de la realidad relacionados aun­
que diversos. Reconocemos que es la base económica la que permi­
te la reproducción de la vida material y espiritual, y en este senti­
do, tiene una importancia primordial. Pero dentro de la ideología

(5) Una descripción de un encuentro de fútbol entre el Alianza y la U


a mitad de camino entre la realidad y la ficción, aunque muy ilustra­
tivo puede verse en Guillermo Thorndike: “Manguera”. El revés de
morir. Mosca Azul Editores. Lima, 1978, pp. 103-112.
125
y cultura —producto y agente de la estructura económica— muchas
veces existe espacio y mayor nitidez para la expresión de las con­
tradicciones del sistema de producción. No hay fórmula universal
que determine si la cultura o la ideología reproducen (por un lado)
o intentan destrozar (por otro) el sistema de producción y las rela­
ciones sociales de las que depende ese sistema. Hay que recorrer la
historia específica de esos elementos de la “superestructura” para
entender su posición —pasiva o desafiante— con relación a la base
económica y a las relaciones de producción. Repitamos entonces
la pregunta inicial, ¿era el fútbol una forma de control social o una
expresión popular? Valdría hacer aquí unas precisiones más sobre
lo que entendemos por control social y expresión popular.
El fútbol habría constituido un elemento de control social
en la medida en que su práctica facilitara a las clases dominantes y
al Estado canalizar la energía popular hacia actividades fútiles co­
mo el deporte, que no representaban ninguna amenaza para el sis­
tema imperante y los intereses prevalecientes, de manera que esta
energía no se orientase hacia preocupaciones políticas o el movi­
miento laboral y sindical. Pero no solo en este sentido se expresa el
control social. También el fútbol podría haber ayudado a crear di­
visiones entre las clases populares, generando rivalidades y enemis­
tades, estimulando la beligerancia entre sus miembros o fomentan­
do el espíritu de competencia, de forma tal que trasladando esa in­
tención a la actividad laboral se traduzca en una elevación de la
productividad (6).
En cambio, el fútbol habría sido una expresión popular en
la medida en que las clases populares lo realizaran espontáneamen­
te, sirviéndoles como un medio de relacionarse entre sí sin inter­
mediaciones. Si generase una emoción colectiva o grupal, el fútbol
podría haberles servido como un instrumento de expresión de sus
afinidades, de su solidaridad y, a su vez, de las rivalidades con los

(6) “ En todos los sectores de la vida social y cultural se impone la com­


petición entre los grupos y los individuos, con sus efectos inevita­
bles: mito del éxito, agresividad y conflicto, egoismo y narcisismo.
La dominación estructural de la propiedad privada, fundamento de
esta competición, reduce la actividad humana a no ser más que una
búsqueda de la ganancia, una acumulación de ventajas y beneficios
de todo tipo... Este es el fundamento general, y el deporte no es más
que la perversión sistemática del instinto agonal y lúdico a través de
la com petición”. Jean Marie Brohm: “Sociología política del depor­
te” en Deporte, Cultura y represión, p. 20.
126
grupos dominantes. Sería, en este caso, un vehículo de encuentro,
de reconocimiento mutuo, sobre todo mientras no estuviera insti­
tucionalizado, ni regimentado por mecanismos ajenos —y contra­
rios— a los que las clases populares utilizan como formas de organi­
zación y recreo. Pero siempre será necesario tomar en cuenta la
pregunta de si puede existir la autonomía cultural y recreativa de
las clases populares y sus formas de expresión independientemente
de las propias de las clases dominantes o de la sociedad en general
que las engloba. Una polémica similar se generó en torno a la exis­
tencia o no de una literatura proletaria dentro de la sociedad capi­
talista (7).
Así pues, recapitulando, pensamos que las relaciones de
trabajo sustentan la sociedad peruana de comienzos del presente si­
glo, pero reconocemos que lo ideológico-cultural no sólo forma
parte constitutiva del Perú de entonces sino que sus funciones son
también sumamente importantes. Argumentamos, finalmente, que
un análisis de una institución cultural o “superestructural”, como
el fútbol en este caso, puede iluminar aspectos sustanciales de las
relaciones sociales de la sociedad peruana.

ENTRE EL OFFSIDE Y EL CHIMPUN: LOS CLUBES,


EL FUTBOL Y EL ALIANZA LIMA .•
Hacia 1900 la página deportiva de los diarios y revistas de
Lima se encontraban repletas de noticias sobre espectáculos depor­
tivos como el tiro- al blanco, la corrida de toros, el ciclismo, la ca­
rrera de caballos y las regatas (8). Juegos recreativos acordes con el
tipo de sociedad en que se sucedían. No lo decimos solamente por­
que espectáculos como la corrida de toros referían a la tradición

(7) Cfr. por ejemplo la encuesta realizada por Monde, la revista de Henri
Barbusse en 1928, reproducida en Amauta No. 18, Lima, octubre de
1928, pp. 1-8: “ ¿Existe una literatura proletaria?”. Sobre el tema
pueden verse también los Escritos sobre literatura de Carlos Marx y
Federico Engels. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires,
1971. O el trabajo algo weberiano de Georg Lukács: “Consciencia de
clase” en Historia y consciencia de clase. Editorial Grijalbo. Barcelo­
na, 1978. Puede ser útil también los escritos de Antonio Gramsci so­
bre la cultura popular y nacional de las clases subalternas.
(8) Pueden verse, por ejemplo, El Comercio de Lima de 1900 y la revista
Variedades de 1911.
127
hispánica del país, o el “turf” a ambientes aristocráticos emulado­
res del hipódromo de Ascot en Inglaterra; sino también porque
para practicarse se demandaban una serie de elementos de los que
ciertamente carecía la mayor parte del pueblo de Lima. Era poco
probable que un residente del Rímac o de Barrios Altos poseyera
un velocípedo, fuera socio del club Regatas de Chorrillos o dispu­
siera de un mauser.
Es ilustrativa, por ejemplo, la noticia que en enero de 1900
se daba sobre la creación de un nuevo recreo: “ Se ha formado en
esta capital una sociedad para dedicarse a un sport nuevo entre no­
sotros, por iniciativa de los señores Egidio Sassone, Santiago Poppe
y Manuel Llaguno. Se trata de la posesión de un vasto campo de
cacería que comprende la laguna de Villa y charcos de Conchán,
abrazando cerca de una legua cuadrada, que ha sido escriturada a
esa sociedad para formar en él una “ Reserva”. Laudable es fom en­
tar en la juventud distracciones de este género, que contribuyen a
separarla de entretenimientos perniciosos para la salud y la moral.
Comprendiéndolo así el señor Francisco García Calderón ha cedi­
do por escritura pública la exclusiva de las lagunas de Villa a la
nueva sociedad de sport” (9). Como se ve, se trataba de un verda­
dero coto privado de caza.
En consecuencia tanto el tipo de deporte, como las institu­
ciones en donde se practicaban, eran de élite, de la misma forma
en que lo era la sociedad en su conjunto. Deportes de élites, clubes
de élites, expresiones propias de la sociedad oligárquica limeña de
entonces. Veamos por ejemplo, quiénes conformaban la directiva
del club Regatas de Chorrillos a comienzos de siglo:
Presidente: J.V. Oyague y Soyer
Vice-presidente: F. Pérez de Velasco
Secretario: J.V. Oyague y Noel
Tesorero: Carlos F. Basadre
Inspectores: Francisco Tudela Varela
Francisco Dammert
Othon Gastañeta
Comisión Revisora de Cuentas: Pedro Larrañaga
Miguel Pardo (10)

(9) El Comercio de Lima, jueves 25 ele enero de 1900.


(10) El Comercio de Lima, lunes 1 5 de enero de 1900.
128
O la del club Lima de Tiro al Blanco:
Presidente: Pedro de Osma
Vice-presidente: Manuel Morales
Secretario: Ernesto Araujo Alvarez
Tesorero: Manuel Zevallos Velásquez
Vocales: Coronel Arístides Mejía
Coronel Joaquín Durand
Max Lecaros
Salvador Mariátegui
Abraham Polo (11)
No sólo se trataba de gente que disponía de mucho poder
económico, propietarios de empresas, haciendas, minas o diarios,
o con influencias sociales y políticas, sino que hasta los clubes asu­
mían esas formas familiares, ciánicas, que suponían el control la-
miliar, cerrado, de la vida de esas instituciones. Ajenos y segregan­
do a las masas populares, con quienes no debían, ni querían, mez­
clarse. De ahí esa característica típicamente oligárquica. Puede re­
sultar ilustrativo de lo que venimos diciendo, la siguiente nota de
invitación a una competencia deportiva:
“El Comité ha resuelto que la entrada para las regatas del
domingo sea por invitaciones que se distribuirán por los
socios del club. Los socios que deseen tarjetas de invita­
ción para sus familiares podrán pedirlas en la Secretaría
del club...” (12).
No se permitía la libre asistencia popular a una com peten­
cia deportiva, ni siquiera se implementaba la “ democracia del dine­
ro” (la igualdad de la mercancía), es decir, cobrar por la asistencia
al evento; sino que estamos frente a un espectáculo cuyo disfrute
solo podía lograrse mediante invitación personal. El “summun” de
este tipo de relaciones y de un club que ya trascendía lo deportivo,
convirtiéndose en símbolo de este comportamiento oligárquico,
fue el Club Nacional (13).

(11) El Comercio de Lima, martes 6 de febrero de 1900.


(12) El C o m ercio de L im a, ju ev es 8 d e fe b re ro de 1900.
(13) Sobre la oligarquía y el comportamiento oligárquico puede verse Ho-
rricaud, Favre, Bravo Bresani, Piel: La Oligarquía en el Perú Amo-
rrortu editores, Buenos Aires, 1969. Sinesio López: “El estudio oli­
gárquico, un ensayo de interpretación” en Estudios Sociales Centro­
Americanos. Costa Rica, mayo-agosto, 1978. Manuel Burga y Alber­
to Flores Galindo: Apogeo y crisis de la república anstocratica^ Adi­
ciones Rikchav Perú, Lima, 1980 en especial pp. 95-103. Henry
1 29
Un periodista que comentó el suceso deportivo antes men­
cionado, hizo la siguiente anotación sobre el público asistente:
“Ante una concurrencia escasa, pero selecta, y con marcado entu­
siasmo efectuóse ayer en la bahía de Chorrillos las regatas...” (14)
Es cierto que otros entretenimientos deportivos tenían dis­
tinto cariz, como en la fiesta brava, donde asistía numeroso públi­
co, encontrándose en él miembros de sectores populares. En este
caso regía el criterio de la capacidad económica, lo que también
daba lugar a la segregación y el elitismo, concentrándose los secto­
res oligárguicos en los palcos de sombra mientras que Sol era hasta
cierto punto “reservado” para la gente del pueblo. Hemos encon­
trado una tarifa del valor de las entradas para la corrida de toros:
Tipo de asiento Precio
Cuartos de sombra sin entrada 8 soles
Galería sin entrada 6 soles
Cuartos de sol sin entrada 4 soles
Arcos para vivanderas 2 soles
Ochavo de primera banca con entrada 1.50 soles
Ochavos de segunda a séptima banca
con entrada 1 sol
Entrada a galería o cuarto 1 sol
Entrada al paraíso 50 centavos
Sillas de galería de sol 30 centavos
Media entrada de 50 a 30 centavos (15)
El lím ite entre el sector popular y el privilegiado cierta­
mente lo marcaban los 2 soles que pagaban las vivanderas para po­
der ofertar sus productos en pleno espectáculo. Pero en todo caso
este ejemplo nos refiere al consumo del evento, no a su producción
donde las masas populares estaban definidamente marginadas de
estos juegos oligárquicos.
De todas maneras es interesante destacar que los toros, a
diferencia de las regatas por ejemplo, estaban organizados como un
espectáculo comercial, un negocio. De ahí la importancia de co­
brar la entrada. Mientras que las otras constituían reuniones socia­
Pease García; El ocaso del poder oligárquico. Deseo, Lima, 1977, en
especial pp. 15-21 y 217-227. Dennis Gilbert: La oligarquía peruana,
historia de tres familias. Editorial Horizonte, Lima, 1982.
(14) Lima ilustrado, lunes 9 de abril de 1900. El subrayado es nuestro.
(15) El Comercio de Lima, 23 de marzo de 1900. Un buen salario para la
130
les o familiares (16).
Pero con el siglo se comenzaban a notar una serie de cam­
bios sociales y económicos de notables repercusiones, producto del
impulso capitalista que se venía dando en el país desde finales de
la centuria pasada (17). Para la Lima de 1900 era notorio el desa­
rrollo industrial y mercantil que se venía generando, el surgimiento
de fábricas y locales comerciales, edificios y céntricas avenidas, la
urbanización que esto suponía. Y dentro de los sectores populares,
pese a la sobrevivencia de viejos grupos artesanales, se notaba el
surgimiento y crecimiento de un proletariado urbano-industrial, de
nuevos sectores populares no obreros, de sectores medios —en e-
pecial empleados y estudiantes— y de nuevos lugares de asiento fa­
bril y popular (Vitarte, La Victoria). Estas crecientes masas popu­
lares, que contribuían al grueso de la población limeña, no sólo
iban a buscar activamente su derecho a mejores condiciones de vi­
da y trabajo, sino también buscaban participar en las actividades
recreativas y los clubes.
La irrupción de las masas populares en la vida limeña se
época era aproximadamente de 1 sol, cfr por ejemplo Shane Hunt:
“ Evolución de los salarios reales en el Perú, 1900-1940” en la revista
Economía. Lima, vol. III, No. 5, junio 1980. Cabría agregar que la
entrada al Jockey Club de Lima costaba 3 soles.
(16) Para la regata del primero de abril de 1900, por ejemplo, el Concejo
Provincial de Lima donó la copa en disputa; se formó una Asamblea
Patriótica para, con el espectáculo, “acrecentar los fondos del monu­
mento a Bolognesi”; participó la Banda del Regimiento de Artillería
y concursaron señoritos deportistas como Luis Miró Quesada, M. Or-
tiz de Zevallos, V. Oyague y J. Althaus. Cfr. El Comercio de Lima,
jueves 5 de abril, sábado 7 de abril y lunes 9 de abril de 1900.
(17) Cfr. Rosemary Thorp y Geoffrey Bertram: Perú 1890-1977, growth
and policy in an open economy. Columbia University Press, New
York, 1978, en especial pp. 21-144. Heraclio Bonilla: “La emergen­
cia del control norteamericano sobre la economía peruana, 1850­
1930” en Un siglo a la deriva, ensayos sobre el Perú, Bolivia y la gue­
rra. Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1980, pp. 71-105. Manuel
Burga y Alberto Flores Galindo, pp. cit. Ernesto Yepes: “ Los inicios
de la expansión mercantil capitalista en el Perú (1890-1930)” en His­
toria del Perú, tomo VII, Juan Mejía Baca editores, Lima. Para el
caso de Lima y las clases populares puede verse Steve Stein: Popu-
lism and mass politics in Perú, the political behavior of the Lima
working class in 1931 election. Stanford University, Thesis Ph. D.,
1973. Denis Sulmont: El movimiento obrero en el Perú, 1900-1956.
Fondo editorial de la Universidad Católica, Lima, 1975. Piedad Pare­
ja: Anarquismo y sindicalismo en el Perú. Ediciones Rikchay Perú,
Lima, 1978.
manifestó en la lucha social con los paros de 1913 y 1919, en la
actividad política con el respaldo de la candidatura de Guillermo
Billinghurst en 1912, y en el deporte y los juegos recreativos con
la creciente importancia del fútbol, también desde la década de
1910. Tanto en el deporte como en la vida política y económica
de la ciudad, la misma presencia de las masas populares dictaba su
integración.
Pero antes de eso, en su primer momento, el fútbol asumió
las formas de los otros juegos de élite. Todos los deportes que sur­
gieron a fines del siglo XIX fueron el reflejo, hasta cierto punto
una imitación consciente, de las modas europeas. Y eso no es ex­
traño en una época en que el Perú, y particularmente Lima, se in­
tegraba más que nunca al mundo capitalista, tanto en lo cultural
como en lo económico. Igual que muchas otras nuevas importacio­
nes, el fútbol llegó al Perú en la década de 1880 a bordo de un bar­
co inglés. La raíz inglesa aparecía inmediatamente cuando se escu­
chaba. cualquier referencia al deporte. Por ejemplo, el primer parti­
do que fue anunciado en los diarios se jugó en 1892 y llevó el
nombre de Football: “El Domingo 7 de Agosto se verificará un de­
safío de Football entre limeños y chalacos en Santa Sofía, Lima,
organizado por los señores Larrañaga y Fonkes, principiando a las
3 de la tarde” (18). Y hasta la actualidad se habla de off-side, cór­
ner, half, forward, wing. Esos eran los frecuentes vocablos que uti­
lizaron los deportistas de la época; representan una clara expresión
de la dependencia cultural en el terreno deportivo.
Algunos años después de ese “primer partido” se formaron
dos clubes. selectos en donde se practicaba el fútbol: el Lima
Cricket and Football Club, compuesto casi exclusivamente por ex­
tranjeros; y el Unión Cricket, donde se mezclaban foráneos con se­
ñoritos de la capital (19). De ahí que ambos clubes combinaran el
júego del fútbol con otro tipo de deportes como el cricket, el polo,
las regatas o la esgrima, de caracteres también excluyentes. Fue el
caso también del Ciclista Lima a comienzos de siglo, que combina­
ba la práctica del fútbol con el ciclismo. No es por esto extraña la
idea de “un conocido sport-man” de crear una sociedad “sportiva”
confederada “que tendrá por su objeto reunir todos los practica­

(18) El Callao. Callao, 3 de agosto de 1892.


(19) Jorge Basadre op. cit., tom o XVI, pp. 214-216 y José Deustua c. art.
cit. 1981a.
132
dos en esta capital: foot-ball, lawn tennis, cricket, esgrima, carrera
de caballos, id. al tiro al blanco, bicicleta, etc.... de tal modo que
los socios que pertenezcan a esta gran asociación, podrán mediante
una cuota moderada, practicar todos estos ejercicios” (20).
En los últimos años del siglo XIX se comenzaron a jugar
partidos entre grupos, no siempre tan institucionalizados com o el
Lima Cricket o Unión Cricket, provenientes de Lima, el Callao,
Chorrillos y Barranco. Hubo un lento crecimiento en asistencia a
los partidos jugados en campos abiertos, sin tribunas o asientos de
ninguna clase. Comenzaron a salir equipos favoritos entre el públi­
co, todavía un público casi enteramente de origen oligárquico. En
1897 se cobró entrada por primera vez para un partido de fútbol y
con el comienzo del nuevo siglo algunas personas empezaron oca­
sionalmente a “ir al fútbol”, como también iban a las carreras de
caballos o a los toros. .
Era propio de esta euforia por los nuevos juegos que sur­
gieran en Lima una serie de “sport-man” , sobre todo dentro de la
juventud de la nueva oligarquía. Fue el caso de las directivas del
Unión Cricket que en 1897 se componía de personas tan “distin­
guidas” como Pedro de Osma, Carlos Gildemeister, J. Garland,
Miguel Grau, Luis Alayza y Rafael Benavides. Fue el caso también
de Telmo Carbajo en el Callao, del promotor de la Sociedad Spor­
tiva Confederada, antes mencionada, y más tarde de Plácido Ga-
lindo en la Universidad, de Fernando Ortiz de Zevallos Vidaurre,
de Alberto Benavides Canseco, de Luis Miró Quesada, todos ellos
entre 20 y 25 años de edad. (21)
En otras palabras, el fútbol cuando ingresaba en la socie­
dad peruana repetía los mismos moldes oligárquicos de los otros
juegos recreativos de entonces. Pero con los profundos cambios
que comenzaban a ocurrir en el contexto social de Lima, otro iba
a ser el papel que cumpliría. El carácter de juego colectivo, en
equipo, en una sociedad que se colectiviza y se masifíca, fruto del
desarrollo capitalista, posibilitó que fueran otras personas las que
empezaran a practicar el fútbol, personas que provenían de otros
estratos sociales.

(20) El C om ercio de Lima, m iérco les 9 de m a y o de 1900.


(21) Un ejemplo muy hermoso, aunque extremo, de este tipo de persona­
je para la época, es Teddy Crownchield Soto Menor, el protagonista
de la novela Duque de José Diez Canseco, escrita en 1928 y 1929.
Hemos consultado la tercera edición. Ediciones Peisa. Lima, 1973.
Al parecer los primeros equipos populares de fútbol sur­
gieron en el puerto, en el Callao, justamente por donde espacial­
mente lo introdujeron los inmigrantes ingleses, ya que muchos ma­
rineros enseñaron a los porteños este alegre deporte. Un poco des­
pués se veía, de vez en cuando, un partido espontáneo jugado en­
tre los aristocráticos jugadores de Lima Cricket y algunos trabaja­
dores que habían estado observando con curiosidad los entrena­
mientos.
Rápidamente estos encuentros informales entre marinos in­
gleses por un lado y estibadores y pescadores por otro, en el puer­
to, o entre jugadores del Lima Cricket y obreros limeños en la ca­
pital, dieron el estímulo para una mayor participación popular en
el fútbol. También los mismos clubes oligárquicos patrocinaban la
formación de conjuntos de jugadores de los sectores populares pa­
ra tener contra quien competir y demostrar su superioridad depor­
tiva. Estos clubes animaban a los jugadores populares pagándoles
pequeñas propinas por cada partido. Por lo demás, con mucha ma­
yor frecuencia, los mismos participantes de las clases populares co­
menzaron a formar sus propios clubes.
Fue en febrero de 1901 que se formó el primero de ellos,
el “Club Sport Alianza” que después sería el legendario Alianza
Lima. Un año más tarde se fundó el más encarnizado rival del
Alianza en las primeras décadas del fútbol peruano: el Club Atlé­
tico Chalaco. Ya por 1910 habían aparecido una serie de clubes
de clara procedencia popular. Entre ellos estaban además del Sport
Alianza y Atlético Chalaco: Unión Buenos Aires Callao, Sport José
Gálvez, Sport Tarapacá, Miraflores Sporting Club, Club Atlético
Grau, Sport Inca, Sport Jorge Chávez, Club Atlético de Lima,
Sport Vitarte, Sport Progreso y Sport Tabaco (luego Sponting Cris­
tal) (22).
Estos clubes, que reunían a jugadores de los estratos más
pobres de la sociedad, se formaron bajo diversas circunstancias. Al­
gunos respondían a la dinámica de determinados barrios populares
con los que se identificaban, como fue el caso del Unión Buenos
Aires Callao, con el barrio popular de Buenos Aires en el Callao o
del Sport Alianza con La Victoria. Los clubes de barrio general­
mente tuvieron una formación enteramente espontánea. El Alian­

(22) El Comercio de Lima en el año 1900; revista Variedades Nos. 174­


192, julio-noviembre 1911; Jorge Basadre op. cit. tomo XVI, pp.
216-221.
za, por ejemplo, originalmente estaba compuesto por los trabaja­
dores del stud de caballos de carrera “Alianza”, perteneciente al
futuro Presidente del Perú, Augusto B. Leguía. Estos solían jugar
en la calle frente al stud después del trabajo. Según un cronista, un
buen día alguien dio la idea de fundar un club de fútbol al igual
que los “gringos” del Lima Cricket y los “blancos” del Unión
Cricket (23). Al principio, el club se reunía en plena calle, termi­
nando pronto en el cuarto interior de un callejón que era la casa de
uno de sus fundadores.
Don Pedro Frías, un observador incisivo que vivía las pri­
meras décadas del fútbol peruano, nos cuenta de la creciente im­
portancia para las masas populares de los clubes de barrio:
“Cada barrio tenía su club, pero los clubes, pues, sin regla­
mento, y su interés de ellos era jugar. Ud. veía desde las
8 de la mañana hasta las 8 de la noche, fútbol. Me salían
más equipos. Toditos, distintas clases de equipos con sus
uniformes. Muchachos que jugaban por deporte, no? No
había ningún interés de nada, jugaban por deporte. Cuan­
do ganaba el Alianza, ganaba La Victoria” (24).
Cuando se formaron estos primeros equipos de barrio, Li­
ma era más que una ciudad integrada, una serie de barrios algo au­
tónomos. Uno era primero bajopontino o Victoriano y después
Limeño. Y muchas veces los representantes más visibles del barrio.
Como dijo un viejo hincha del Alianza: “ La mayoría de La Victo­
ria han sido aliancistas. La mayoría. Toditos han sido aliancistas.
Raros son los que no han sido aliancistas” (25).
La victoria de un club en un partido llegó muy pronto a
significar la victoria de todo un barrio sobre otro.
Pero desde los primeros años del siglo hasta la época ac­
tual, las clases populares llegaron al fútbol en formas aún más es­
pontáneas que a través de clubes formales. Saliendo del colegio, o
simplemente paseando por el barrio, no faltaban partidos entre
muchachos. La experiencia de la mayoría debe de haber sido pare­
cida a la de Antonio Maquilón, el que llegaría a ser el primer capi­
tán de una selección peruana en la Copa Mundial de Montevideo
en 1930: “Comencé a jugar en el colegio. Hasta la vaca me hacía
para jugar al fútbol. Jugábamos en los potreros donde había que

(23) César Miró, Los íntimos de la Victoria Lima, 1958, pp. 22-23.
(24) Pedro Frías. Entrevista, noviembre 10, 1981.
(25) Pedro Mendez. Entrevista, mayo 24, 1982.
135
recoger la piedra para hacer cancha” (26). Miguel “Quemado”
Rostaing, el hombre orquesta del fútbol peruano entre 1918 y
1936 cuenta una historia parecida sobre su iniciación en el fútbol:
“Jugábamos en el barrio, a veces cinco contra cinco. En una pam­
pa que siempre hay en diferentes sitios. En ese tiempo Lima era
casi toda chacras. Jugábamos grupos de muchachos” (27). Se juga­
ba por el puro goce recreativo y a veces, como cuenta Maquilón,
“jugábamos once colas. Se llamaba cola o soda una botella que se
hundía la bola y se tomaba. El que ganaba tomaba esas colas. El
que no ganaba, veía pues” (28).
Para los jóvenes de los sectores más pobres, que carecían
mayormente de instituciones que orientaran su vida social, el fút­
bol llegó a tomar una importancia en la vida cotidiana mucho más
allá de lo deportivo. El pequeño equipo de fútbol se volvió en mu­
chos casos en grupo de amigos íntimos que se veían tanto fuera
como dentro de la cancha. Cuenta Maquilón que “ los del equipo
éramos muy unidos. Ibamos al cine. Hacíamos palomilladas. A ju­
gar trompos, a jugar las bolas. Mis mejores amigos eran los que ju­
gaban conmigo ” (29). O en las palabras de Rostaing: “siempre pa­
rábamos juntos. Ibamos al cine, y como era muy oscura La Victo­
ria (en 1912-1914), así que íbamos de cuatro, cinco hasta el Om-
nia. Así que de La Victoria nos íbamos y penaban. ¿No ve que era
muy oscuro? Sapos, culebras, de todo había. Hasta tales que a mi
compadre Alberto Montellanos una noche lo persiguió la Viuda”
(30).
En esos años, el fútbol de barrio se jugaba con escasos ele­
mentos materiales. Las canchas eran de tierra con arcos formados
con piedras. Se usaban las llamadas pelotas de trapo que eran con­
feccionadas de medias de mujer llenadas con trapo, lana y, a veces,
una piedra para dar peso. Los que jugaban en equipos más estable­
cidos usaban pelotas de jebe y comenzaban a ponerse uniformes,
“un poco a la buena de Dios”, según Pedro Frías (31). Estos, que
eran en la mayoría de los casos solamente camisetas de un mismo
color y corte, fueron comprados con las cuotas mensuales de los

(26) Antonio Maquilón. Entrevista, junio 19, 1982.


(27) Miguel Rostaing. Entrevista, abril 15, 1982.
(28) Antonio Maquilón. Entrevista, junio 19, 1982.
(29) Antonio Maquilón. Entrevista, junio 19, 1982.
(30) Miguel Rostaing. Entrevista, mayo 6, 1982.
(31) Pedro Frías. Entrevista, noviembre 13, 1981.
136
mismos jugadores o, en algunos casos, con el donativo de algún
vecino más acomodado a quien se nombraba presidente del equipo
(32). _ , .
Es importante notar que en estos anos, aun en los equipos
de mayor prestigio como el Alianza Lima o Atlético Chalaco, se
jugaba “ por amor a la camiseta”. Los jugadores no recibían suel­
dos, pero, además del placer que sentían jugando, sí lograban cier­
tos beneficios particulares. A algunos los atraía el entusiasmo y la
veneración del público, sea grande o pequeño: allí comenzaba
una zumbadita —cuenta Miguel Rostaing jugando ya se burlaba
del otro, cabreándolo. El público lo llamaba a uno” (33). Y, según
otro jugador de la época, “cuando se hacía una buena jugada, lo
aplaudían hombres, mujeres. Le hacían barra, pues. Uno que hacía
una jugada buena y le hacían barra, uno se sentía Dios, pues. Uno
se sentía, ya se sentía allí, que yo soy capazote" (34). Sobre todo
para un trabajador que diariamente sufría derrotas en su vida, estas
sensaciones cobraban una especial importancia. ^
Para muchos jugadores otra atracción importante del fút­
bol era, “la simpatía del barrio, del amigo y de la amiga. Entonces
esa era la satisfacción que tenia el futbolista, atraer a amigos, a
amigas, para bailar. Entonces venía la consideración, el respeto, la
estimación del amigo” (35). Muchas veces esta estimación se tradu­
cía en invitaciones a tomar cervezas u otros tragos por los hinchas,
y después de los partidos, en jaranas. Como dijo Israel Bravo Ríos,
“no se terminaba un partido de fútbol si no había baile. Lo más
importante para nosotros era que después del partido nos reunía­
mos en el local. Entonces venían chicas, se formaba la música, la
jarana. Y uno era como un héroe, gozaba de gran simpatía con las
chicas. Claro, no todo era por asuntos maliciosos, no todo era por
pretensiones de saciarse, pero sin embargo, gozábamos de una gran
simpatía, más claro, reinaba el respeto, la estimación. Claro que
había intenciones; eso lo lleva uno en la naturaleza ’. (36)
(32) Miguel Rostaing (Entrevista, mayo 6, 1982) dice que cuando el juga­
ba en su primer equipo de “segunda”, el Huascar, entre 1914 y
1918 pagaba 50 centavos por mes de cuota, mientras Israel Bravo
Ríos (Entrevista, junio 20, 1982), jugador de Sporting Tabaco a par­
tir de 1930, dice que abonaba 20 centavos por semana en los anos
veinte cuando jugaba en las “divisiones menores”.
(33) Miguel Rostaing. Entrevista, junio 17, 1982.
(34) Francisco Real. Entrevista, abril 28, 1982.
(35) Israel Bravo Ríos. Entrevista, junio 3, 1982.
(36) Ibid.
137
Además, con creciente frecuencia se recibían recompensas
más tangibles. Se organizaban torneos en que se jugaba por diplo­
mas o medallas, o a veces por copas. Los mismos jugadores junto
con los socios o presidentes de clubes contribuían para la compra
de estos premios. Para muchos futbolistas, ganar un diploma o una
medalla de oro, aunque fuera en realidad hecha de cobre, fue un
acontecimiento de importancia. Es remarcable la observación de
un jugador de la trayectoria tan impresionante como la de Miguel
Rostaing. Preguntado sobre lo más positivo de su carrera de futbo­
lista, respondió: “para mí, las medallas de oro, los diplomas, esos
son los recuerdos más gratos. Pero ahora cuesta muy caro ponerlos
en un cuadro. Y esas medallas en tiempo malo se han tenido que
empeñar” (37).
Este mundo futbolístico, creación de los mismos jugadores
de las clases populares, fue para ellos un mundo amateur. Aunque
no ingrese el fútbol peruano en el profesionalismo hasta mucho
después de los años treinta, los comienzos de este fenómeno se
pueden ver muy tempranamente en la evolución de este deporte
por lo menos a nivel popular. Porque el origen de los clubes popu­
lares no tuvo siempre una iniciativa popular. En algunos casos fue­
ron miembros de las clases dominantes los que contribuyeron a
formarlos o apadrinaron su fundación. El ejemplo más claro de es­
to, y un primer paso hacia el profesionalismo fue la creación de
equipos de fútbol por las principales fábricas textiles de Lima y Vi­
tarte. Parece que la idea surgió cuando los gerentes veían que algu­
nos de sus operarios jugaban al salir del trabajo en los descampados
al lado de las fábricas. Primero se formaban equipos de las diferen­
tes secciones de las fábricas y los gerentes regalaban un sol al gana­
dor. Poco despues nacieron los elencos que representaban a estas
fábricas: Sport Inca, de la Inca Cotton Mili; Sport Progreso, de la
Fábrica del Progreso; Sport Vitarte, de la Fábrica de Tejidos Vitar­
te; y José Gálvez, de la Fábrica de La Victoria. Pedro Frías cuenta
de la fundación de este último equipo: “el José Gálvez se formó el
2 de mayo de 1907. Lo formaron por medio de los trabajadores de
la Fábrica de Tejidos de La Victoria. El que presidía allí era el Sr.
Ricardo Tizón y Bueno. La Fábrica donó uniformes, zapatos, do­
nó todo. Les dio local gratis. No le cobraba alquiler. Y todo el que
era jugador de ellos le daba trabajo en la Fábrica” (38).

(37) Miguel Rostaing. Entrevista, mayo 13, 1982.


(38) Pedro Frías. Entrevista, noviembre 13, 1981.
138
Al reclutar a jugadores a través de la oferta de un trabajo
relativamente privilegiado para las clases populares limeñas, las fá­
bricas textiles dieron los primeros pasos hacia el eventual profesio­
nalismo. El jugador se acercaba a la gerencia ya sea en forma direc­
ta o a través de un amigo de la fábrica. Según la descripción de un
hombre que llegó así a jugar por el Sporting Tabaco: “decía el ge­
rente, ‘Vamos a darle una oportunidad para verlo jugar’. Entonces
lo veían jugar. Les gustaba, y entonces le daban trabajo, aunque
sea recogiendo, barriendo. El caso es que Ud. trabajaba en la fábri­
ca. Tenía un buen salario” (39). Y habían algunos beneficios adi­
cionales. Los jugadores salían temprano del trabajo para poder
entrenar, sin perder el salario. A veces se les ayudaba con présta­
mos que no recibían los otros operarios.
Esta práctica se dio mayormente, pero no solamente, en las
fábricas textiles. Además del equipo Sporting Tabaco, que fue
creado por el Estanco de Tabaco, varias haciendas en los alrededo­
res de Lima formaron sus propios elencos. Así relata un jugador de
una hacienda: “Cuando yo trabajaba en la hacienda, yo jugaba pe­
lota también, entre la peonada de la hacienda. A don Enrique Par­
do, el hijo del propietario, le hicimos presidente. Nos regaló una
copa y nos daba de comer. Fuimos los días domingo a otras ha­
ciendas. Jugábamos por gusto. A los hacendados los hacíamos ca­
pitanes, no para que jugaran, sino para que nos regalaran, pues.
Eran los dueños. Nos regalaban un juego de chompas, zapatos, pe­
lotas. Nos aprovechábamos” (40).
Como observa perspicazmente este jugador, los peones no
sólo apoyaban estos intentos porque facilitaban su participación
en una actividad que les gustaba, sino también se podía interpretar
como una forma de “ oposición” a las clases dominantes. Por su
parte, éstos patrocinaban sus equipos por motivos que no eran pu­
ramente deportivos. Más bien realizaban esta acción con fines pro­
pios. Las contiendas de fútbol entre estos equipos fabriles creaban
otras preocupaciones y llevaban a divisiones entre los miembros de
las clases populares. Según los sindicalistas de la época, estas inicia­
tivas tuvieron un impacto considerable sobre sus intentos de forjar
la solidaridad obrera: “A la fábrica le convenía romper por medio
del deporte al sindicalismo. Jalaban a la gente. Hacían campeona­
tos entre las fábricas y ya ese sindicalismo de lucha iba un poco

(39) Israel Bravo Ríos. Entrevista, junio 3, 1982.


(40) Pedro Mendez. Entrevista, mayo 24, 1982.
130
muriendo. Porque el que menos, dentro de la fábrica, se dedicaba
al deporte, a difundir deporte. Fue una táctica de los industriales
para desunir a la organización. Allí comenzó a venir las rivalidades
y había trompeaderas entre los clubes. En Vitarte, cuando jugó
Vitarte con La Victoria, hubo trompeadera” (41). Trabajadores
que habían llegado a pelear entre sí en la cancha de fútbol, encon­
traban que era difícil unirse más tarde para las reivindicaciones so­
ciales.
El fútbol popular ocasionaba el mismo tipo de rivalidades
en las contiendas entre los equipos de barrio. Independiente de
cualquier influencia patronal, con frecuencia estos partidos termi­
naban en batallas campales entre jugadores e hinchas que se identi­
ficaban con los diferentes barrios de la ciudad. Este elemento de
conflicto dentro de las clases populares surgía tanto en el fútbol
“espontáneo” como en el más “institucionalizado”. En ambos ca­
sos dificultaba la emergencia de lazos de solidaridad, hasta cierto
punto de una conciencia de clase, para las masas urbanas.
Volviendo al caso específico de los clubes de fábrica, el
establecimiento de éstos también respondía a una dinámica patro­
nal que buscaba forjar lazos de lealtad entre los trabajadores —no
sólo entre los jugadores, sino entre todos los trabajadores— y la ge­
rencia de la fábrica. Al apadrinar los equipos, comprar la indu­
mentaria deportiva, proveerlos de locales y, a veces, costear las ja­
ranas, los presidentes de los clubes, como Ricardo Tizón y Bueno,
gerente de la Fábrica de La Victoria, o el famoso Mr. Smith, geren­
te de la Fábrica de Vitarte, creaban fuertes clientelas entre sus pro­
pios obreros. El relato de un jugador del Sporting Tabaco demues­
tra la fuerte infusión de patemalismo que encerraban estas inicia­
tivas :
“ Llegaba (a las jaranas después de los partidos) el presiden­
te de la institución que era Don Juan Carbone, que era
muy animoso. Partidos ganados o perdidos o de empate,
siempre él llegaba y hacía un aporte para ver cómo nos
comportábamos, si había rivalidades entre nosotros. Llega­
ba un rato, estaba allí, veía y agarraba su auto y decía:
‘Sigan divirtiéndose. Aquí tienen una donación para su cer-
vecita. No se vayan a pasar mañana a las siete de la mañana;
a su trabajo.’ Esa era su palabra de él. Entonces nosotros,
agradecidos, seguíamos. Y el estado físico en ese tiempo

(41) Pedro Frías. Entrevista, noviembre 13, 1981.


140
era tan poderoso que llegaban las seis de la mañana, nos
amanecíamos, y a las siete estábamos en la fábrica. El no
participaba en la jarana. El miraba a ver si no había ene­
mistad, dificultades, problemas. Era como un padre. Efec­
tivamente. Y todos cumplían, porque lo estimábamos tan­
to a él, como él a nosotros” (42).
Un jugador de otro club interpretaba esos gestos de su
“patrón” de una manera distinta: “ Es que esa gente es inteligente.
Entonces uno lo cuida, pues, al señor. Si Ud. tiene personal, tiene
que agradarlo. Entonces el personal lo cuida, no le roba” (43).
El advenimiento del fütbol popular fue, ciertamente, un fe­
nómeno contradictorio (seamos presumidos, dialéctico). El depor­
te pasaba a ser un espacio de las clases populares, pero era tam­
bién, y a la vez, un instrumento de control, una forma de reprodu­
cir dentro de nuevas dimensiones relaciones de dominación, de
clientelaje, de las que los futbolistas no solo no escapaban sino que
querían también usufructuar. Así, por un lado se trataba de en­
frentar al equipo de otro barrio o fábrica, y por otro se pedía al
patrón las camisetas, el trofeo, el préstamo o los tragos después del
partido.
Tenemos, pues, una iniciativa de las clases populares de ha­
cer del fútbol su terreno, de ganar la arena de la sociedad pública;
pero también otra, de las clases dominantes, para transformarla en
una nueva forma de dominación, de manera que persista el orden
establecido. Pero no por esto —o cabría mejor decir, justamente
por esto— no deja de ser una zona de conflicto. Como decíam os en
las consideraciones preliminares, los conflictos sociales se encuen­
tran también en el terreno del deporte, como aussi las permanen­
cias, el orden, la estabilidad.
Cualquiera que fuera el caso a nivel de la recreación depor­
tiva, la sociedad se ampliaba, abarcando ahora el grueso de la po­
blación limeña e incluyendo a los sectores populares, los que ya no
podían continuar segregados. El fútbol constituyó, entonces, un
verdadero barómetro de la sociedad limeña, que en todas sus face­
tas se encontraba en pleno proceso de masificación. A la vez, se­
guían existiendo por un tiempo clubes de élite conformados exclu­
sivamente por gente rica, blanca, “decente”, “de buena f amilia ”
(Unión Cricket, Lima Cricket); pero al mismo tiempo ocurría una

(42) Israel Bravo Ríos. Entrevista, junio 3, 1982.


(43) Pedro Méndez. Entrevista, mayo 24, 1982.
141
inundación de nuevos clubes populares. Varios factores llevaron a
la eventual desaparición de los clubes oligárquicos de la esfera pú­
blica. Por un lado, éstos se veían derrotados en la cancha por los
clubes populares que tenían mucho mayor radio de acción en el re­
clutamiento de sus jugadores. Estas derrotas deben de haber dolido
bastante a los decanos del fútbol peruano. Además, para los socios
exclusivos del Lima Cricket, no sería en absoluto aceptable jugar
en el mismo equipo al lado de un negro o un cholo, lo que implica­
ba no sólo el contacto cercano con ellos en los entrenamientos y
en la cancha sino, lo que era peor, el contacto en los camarines.
Todavía al comienzo de la década de 1920 el Lima Cricket, el últi­
mo sobreviviente de los clubes oligárquicos, de vez en cuando rea­
lizaba competencias con el Alianza Lima, pero en esos mismos
años dejó de hacerlo, convirtiéndose exclusivamente en un club
privado. La esfera pública en general, y específicamente la deporti­
va, estaba siendo absorbida por los sectores populares. Esta inva­
sión de lo popular haría crisis, a nivel político, en la década de
193 0 (44 ).
Pero hay una razón más por la que los clubes populares de
fútbol en la Lima de 1910 en adelante comenzaban a ganar espacio
público, y es la de la existencia de los consumidores del espectácu­
lo, el público espectador que asistía a los eventos deportivos. A di­
ferencia de las reuniones sociales y familiares de los clubes elitistas
de comienzos de siglo, el fútbol tenía una creciente asistencia t’e
masas. Las multitudes que concurrían a los partidos de fútbol po­
seían, sobre todo, una composición popular. Las integraban esos
obreros, obreras, empleados, trabajadores de servicios, albañiles,
peones, que se reunían en sus escasos ratos libres —sobre todo los
domingos y feriados— para observar ese juego mágico practicado
por sus iguales, lo que les servía como entretenimiento y diversión,
de manera que podían descargarse momentáneamente de sus an­
gustias y preocupaciones económicas. Era un espectáculo y una di­
versión alegre, social, es decir, colectiva.
Las primeras canchas carecían de paredes y de bancos.
Eran aquellos descampados de tierra rodeados en un sábado o do­
mingo por unas cien personas, al principio familiares y amigos de
los jugadores. Por supuesto, no se cobraba entrada. Más adelante
en las décadas de 1910 y 1920 este cuadro daba paso a los prime­

(44) Para el análisis de la irrupción de las masas populares en la crisis de


1930, cfr. Steve Stein 1973.
142
ros estadios, aunque fueran sólo unos tabladillos colocados alrede­
dor de un campo. Estos primeros estadios fueron luego divididos
entre la primera y la segunda, pagándose 50 centavos por entrar a
la sección preferencial y 20 para popular en el año de 1914 (45).
Los partidos se volvieron verdaderas fiestas con la venta de chicha­
rrones y cerveza. A un partido jugado en Lima en 1918 entre Atlé­
tico Chalaco y José Gálvez, se estimaba que asistieron una siete
mil personas, un récord para esa época (46).
Ya en las postrimerías de los años veinte no sólo se habían
multiplicado los estadios en número y tamaño sino también el pre­
cio y la variedad de las entradas. Para un encuentro entre Alianza
Lima y Universitario de Deportes ya en 1930, se publicó los si­
guientes precios de las localidades:
Entrada a primera S/. 1.50
Media entrada a primera 1.00
Preferencia sin entrada 1.50
Baranda sin entrada 2.00
Segunda 0.80 (47)
Aunque no se publicaban números exactos de las personas
que asistían a estos partidos, el reportaje sobre aquel encuentro en­
tre el Alianza y la Universidad nos puede dar alguna idea: “Días
antes del señalado para la realización del match... la demanda de
boletos fue verdaderamente extraordinaria, al punto que la afluen­
cia de personas al Estadio Nacional, hacía pensar que el match se
realizaría dentro de breves momentos. La demanda de localidades
superó en mucho la capacidad del Estadio para la normal ubica­
ción de los espectadores. En consecuencia se produjeron desórde­
nes... millares de personas no pudieron ingresar al Estadio, no obs­
tante de exhibir en la mano sus respectivas localidades” (48).
En la segunda y tercera década de este siglo el fútbol de Li­
ma se había vuelto popular, tanto en la extracción de los clubes y

(45) Pedro Frías. Entrevista, noviembre 13, 1981. Compárese con los pre­
cios de las entradas a los toros, el fútbol era obviamente, mucho más
barato.
(46) Reco Borodi: Historia de la selección: En los campos de antaño.
Lima, 1982, p. 28.
(47) El Sport, Lima, abril 19, 1930, p. 5.
(48) Ibid. abril 26, 1930, p. 4. Para información de los interesados Alian­
za ganó 2-0.
143
jugadores como en su evolución de deporte espectáculo. Una face­
ta importante del creciente número de asistentes a los partidos fue
la aparición de las barras, los grupos de espectadores que se junta­
ban para alentar a un equipo en particular. El cariño de la barra, o
del integrante de la barra, el hincha, por el club o por el jugador de
sus preferencias, tenía que ver con fenómenos sociales y también
psicológicos. En el caso de la composición urbana de la Lima de
entonces existía la ligazón intrínseca entre el club y el barrio, so­
bre la que ya nos hemos referido. Además, Lima entre 1910 y
1920 era más la conjunción de una serie de barrios con cierta auto­
nomía e identidad, antes que una ciudad moderna. Existía una cul­
tura de barrio, local, que justamente tenía sus máximas expresio­
nes en los sectores populares que buscaban alguna identidad ya sea
en la música, la danza, la jarana, etc... fenómeno que no ocurría
en los barrios de las clases altas que imitaban modelos y la cultura
extranjera. De ahí que el valse criollo y la Guardia Vieja, surgidos
justamente en estas épocas, hayan tenido origen en barrios como el
Rímac o Barrios Altos (49).
Estas barras comenzaron a surgir con fuerza en los años
veinte, sobre todo alrededor de los primeros grandes clásicos del
fútbol peruano entre Alianza Lima y Atlético Chalaco. Como el
Callao no tenía todavía un estadio cerrado, estos partidos general­
mente se realizaban en Lima. La barra chalaca, compuesta mayor­
mente por pescadores y estibadores, era realmente temida tanto
por los jugadores como por el público limeño. Llegaban en tren
del Callao y, según el relato de Antonio Maquilón, “Se iban a pie
al Estadio. Las barreadas que venían, y por todas las calles, el ji­
rón de la Unión, todas, ¡chimpún, Callao, chimpún Callao/ ” (50).
El término chimpún proviene de los pequeños petardos de dinami­
ta que llevaban los pescadores consigo. Pedro Frías, asistente inevi­
table a estos clásicos, cuenta del comportamiento de las barras en
el Estadio:
“Se agarraban entre el público. Era cosa brava cuando ju­
gaban los chalacos con los limeños. Era como un boche.

(49) Cfr. Steve Stein: “El vals criollo y los valores de la clase trabajadora
en la Lima de comienzos del siglo XX” en Socialismo y Participación
No. 17. Lima, marzo 1982. Y el trabajo de José Antonio Lloreus:
Música popular en Lima: criollos y andinos. Instituto de Estudios
Peruanos. Lima, 1983.
(50) Antonio Maquilón. Entrevista, julio 19, 1982.
144 i
Enemigos desde ese tiempo los chilenos con los peruanos:
así era entre ellos. Mucho pasionismo había. Allí un equi­
po que perdía. Que le ganaba Alianza, ¡uf! Por eso los re­
ferees no querían un match que jugara Atlético Chalaco
con Alianza Lima. Una vez le tocaba a este Sarmiento ser
referee, y él les dijo: ‘No, aunque me paguen el doble’ ”
(51). ^
El entusiasmo de las barras afectaba no sólo a los especta­
dores sino también a los jugadores. Miguel Rostaing, que jugaba
por Alianza en estos partidos, relata las experiencias con los hin­
chas enfervorecidos, desde la perspectiva de la cancha: •
“ Había que jugar, pues, con cuchillo en la mano para hin­
car a cualquiera de esta hinchada, para hacerle tener mie­
do. Eran bravos los chalacos. Mucha gente bandida. Los
pescadores venían con dinamita. Tenían su dinamita pre­
parada. Entonces la barra limeña no aguantaba. ¿Con qué
se defendía? Tenían que salir corriendo. Esos pescadores
casi vuelan a un back que teníam os nosotros con dinami­
ta al lado de donde iba a sacar la bola. Casi lo vuelan con
pelota y todo. Y otra vez nos ganaron un partido cuando
hinchas, que estaban detrás del arco, le cortaron el po-
tingo a Segala (el arquero de Alianza). Segala volteó la
cara y ya el gol estaba hecho. Y a Segala se lo llevaron y le
cosieron con 5 puntos. Temible por su barra. Uf! Había
que salir con el pantalón en la mano corriendo” (52).
Entre otras cosas, estas escenas demuestran lo profundo
que había entrado el fútbol en la conciencia popular limeña. Se
creaban expresiones propias del lenguaje popular, como aquella
del chimpún referida ahora al zapato deportivo. Se había hecho
casi el único deporte de las masas urbanas y para muchos se con­
virtió en una preocupación central de la vida cotidiana. En las pala­
bras de uno que sentía esa atracción:
“Cuando era joven, el fútbol era lo que más me gustaba.
No había otro deporte más que el fútbol. Y después es la
fiesta de 28 de Julio, carnavales, casi nada, nada más. Pero
el fútbol fue lo más emocionante, porque allí se juntaba,
pues, todo. Todo era fútbol. De política, nada. El fútbol
era más que nada, más que las chicas” (53).
(51) Pedro Frías. Entrevista, noviembre 13, 1981.
(52) Miguel Rostaing. Entrevista, abril 22, 1982.
(53) Francisco Real. Entrevista, abril 28, 1982.
145
Otro fenómeno que ocurría era el de la transferencia o el
simbolismo. Transferencia no exclusivamente en el sentido psico-
analítico, sino sobre todo en el sentido social. El ídolo futbolístico
a finales de la década de 1920, Alejandro “Manguera” Villanueva,
por ejemplo, siendo un miembro de las clases populares [(Qué lejos
estaban ya los “sport-man” de 1900)], era considerado un perso­
naje público, merecía la totalidad de las páginas deportivas y en las
competiciones internacionales su nombre era voceado por los “se­
ñores de la sociedad”. Era pues el sinónimo del triunfador, si bien
nunca salió de su condición de marginado económica, social y ra­
cialmente. De este modo, los jóvenes de los barrios populares, tam­
bién marginados, veían en aquel ídolo el modelo a imitar. Este fe­
nómeno consciente e inconsciente, creaba fidelidad y admiración.
Y además estimulaba el juego popular del fútbol espontáneamente
a nivel local.
A este fenómeno va a contribuir substancíalmente la exten­
sión paulatina del periodismo deportivo, principalmente en los
años veinte. Esto se corrobora en el siguiente cuadro que mueslra
el aumento de las publicaciones deportivas entre 1918 y 1930:
Años 1918 1919 1920 1921 1922 1923 1924
No. 2 6 10 - 4 9

Años 1925 1926 1927 1928 1929 1930


No. 13 13 15 13 19
Fuente: Ministerio de Hacienda y Comercio. Extracto Estadístico del Perú.
Dirección Nacional de Estadística. Lima. Años 1918-1930.
Como se ve, las publicaciones deportivas casi no existentes
en 1918, alcanzan el número de 19 en 1930, esto sin contar los
diarios que también contenían páginas deportivas. El cuadro ante­
rior muestra las revistas o publicaciones especializadas exclusiva-
ménte en el deporte. Todo eso no es ajeno a la dinámica interna­
cional de auge deportivo antes referida. Europa, sobre todo, vivía
el extraordinario despliegue que conllevaba la formación de las
Asociaciones Deportivas Internacionales, la restauración de las
Olimpiadas y el establecimiento de los campeonatos europeos, su­
damericanos y mundiales de fútbol.
146
Tampoco debemos perder de vista que esta extensión y ge­
neralización del deporte a nivel de toda la sociedad entre 1900 y
1930, es sólo parte del proceso de extensión y generalización de
las relaciones capitalistas y del trabajo colectivo, fruto del desarro­
llo de las fábricas y de la producción y circulación de mercancías.
Al igual que se extienden y generalizan la educación, la prensa,
etc., lo mismo ocurrió con el deporte, los juegos colectivos y en
equipo, en especial el fútbol.
El importante crecimiento en la popularidad del fútbol
para jugadores y espectadores no escapaba a la atención de las cla­
ses dominantes. Fueron iniciados varios intentos de controlar este
crecimiento a través de la creación de instituciones para regular el
deporte. Las primeras señales de esto fueron los torneos organiza­
dos por las fábricas que tenían equipos donde se regalaban copas
y banderines y que terminaban en bailes patrocinados por la em­
presa. En 1912 se tom ó un paso decisivo al respecto; se fundó la
Liga Peruana de Fútbol. La Liga, formada en primera y segunda
división, hacía sus campeonatos en el campo deportivo de Santa
Beatriz. Los dos dirigentes máximos de la institución eran Eduar­
do Fry, representante de la élite social limeña, y H. G. Redshaw,
miembro prominente de la comunidad inglesa. El deportista in­
glés Sir Thomas Dewar, a través de la colonia inglesa, regaló un
escudo de plata que serviría de premio para el equipo ganador de
cada temporada. Es con la fundación de la Liga que se comenzó a
cobrar las entradas a los partidos de fútbol. A pesar de realizar
campeonatos todos los años entre 1912 y 1921, la Liga estuvo pla­
gada de dificultades desde el comienzo. No tenía local y carecía
de fondos suficientes. No lograba imponer su autoridad sobre los
clubes, y en 1922 se produjo un cisma en su seno que llevaría a
su desaparición. Un sector de la Liga terminó fundando la Federa­
ción Peruana de Fútbol el 23 de agosto de 1922, que en 1924 se
afilia a la FIFA (54).
La aparición de la Federación coincidió con la apertura
del Estadio Nacional, regalo de la colonia inglesa con motivo de la
celebración del centenario de la Independencia Nacional. Se había
producido la institucionalización del fútbol y su reconocimiento
como deporte oficial. “ A Leguía le cupo convertir esa afición de

(54) Para información sobre la formación de la Liga y la Federación con­


súltese: Borodi, Historia de la Selección, pp. 24 y 32-33; y El ínti­
mo, I: 1 (1962), 23-24.
147
masas en estructuras institucionales de práctica del deporte. Es
decir, el Estado, por primera vez en el país, se encargaba de lá
organización y difusión del deporte. Pero ya el fútbol estaba pre­
ñado de pueblo y de lo popular, sólo que esta esencia ahora se
distorsionaba por la mediación de un Estado de clase” (55).
Aunque el fútbol peruano seguía manteniendo su status
amateur, la espontaneidad popular de los primeros años, sobre
todo en lo que respecta a la formación y funcionamiento de clu­
bes, venía declinando velozmente.
Otro aspecto aún más importante de la desaparición del
fútbol espontáneo fue el progresivo uso de las llamadas “propinas”
para remunerar, aunque todavía informalmente, a los jugadores.
Estas se hicieron posibles a partir de la cobranza de entradas para
asistir a los partidos. Sin embargo, al comienzo, debido al escaso
público y los precios baratos, lo que el club ganaba en una tarde
no cubría ni el costo de la indumentaria deportiva. Por muchos
años los mismos jugadores seguían abonando su cuota para mante­
ner al club. Antonio Maquilón relata su experiencia en el Club Ta-
rapacá al respecto:
“Nosotros en Tarapacá jugábamos amateurmente. Y no re­
cibíamos nada. No había propina entonces. Lo único que
compraban eran los uniformes y los zapatos. Eran pobres
las entradas porque en el Estadio Nacional se cobraba un
sol y dos soles. Y se repartían entre los cuadros, pero para
que esos cuadros pudieran comprar sus uniformes. Nos da­
ban dos, tres entradas para la familia. Y nos daban para el
pasaje. Y si había, nos ayudaba (el presidente del club) con
plata” (56).
En los años 20, sobre todo después de la aparición de la
Federación, la propina llegó a ser la norma en todos los equipos
grandes. Esa propina no era un sueldo fijo sino un porcentaje de
las entradas. La Federación cobraba su proporción, el Club su 20%
y el resto era repartido entre los jugadores por igual. Aunque a los
ojos de la afición habían comenzado a destacar ciertas estrellas,
eso todavía no se reflejaba en pagos preferenciales a los jugadores
más hábiles. Por supuesto, no se ganaba igual en todos los partidos;
los clásicos y los partidos internacionales arrojaban un mayor be­
neficio. También el jugador podía ganar más cuando reforzaba a

(55) Deustua 1981a. Cfr. también Deustua 1982.


(56) Antonio Maquilón. Entrevista, junio 19, 1982.
148
otro equipo o cuando integraba un combinado local. Según los ju­
gadores de la época las propinas eran también mayores cuando el
equipo salía en giras a las provincias:
“Teníamos una propina, sí, cuando salíamos en gira, por
ejemplo, a jugar a cualquier provincia, así sea la provincia
más cercana, como decir Cañete, Chincha, Huacho. El pú­
blico se volcaba a ver muy especialmente cuando iba Spor-
ting Tabaco a una provincia, Alianza Lima o Universitario
de Deportes. El público se volcaba porque tenía, pues, la
curiosidad de ver jugar al cuadro lim eño” (57).
A pesar de la difusión de las propinas y del creciente públi­
co en los partidos, hasta los años treinta ningún futbolista vivía ex­
clusivamente del deporte. Tal fue el caso del famoso puntero dere­
cho del Alianza Lima, José María Lavalle, que era adobero de ofi­
cio. Lavalle se levantaba a las 4 ó 5 de la mañana todos los días pa­
ra preparar los adobes y después, según su compadre Miguel Ros­
taing, “trabajaba todo el día, y en las tardes se venía aquí a Santa
Beatriz a entrenar. Ese era su entrenamiento, y cuando había tan
barato las entradas, ¿cuánto le pagaban? Una miseria, no tenía”
(58).
Esta tendencia hacia la integración o captación del fútbol
popular por las clases dominantes, sea con la institucionalización o
con la propina, no tuvo un mismo impacto sobre todos los clubes.
Muchos equipos de fútbol no alcanzaron la escena pública pero
germinaban en los barrios, desarrollándose competencias locales.
Ese fue el caso de elencos como el Club Atlético Guillermo Gasta-
ñeta (que llevaba el nombre de su presidente honorario, el Dr. Gas-
tañeta) de los Barrios Altos, el Centro Sportivo Capitán Ruiz del
Callao, el Aliados Sporting Club del Cercado, el Club Juventud
Sporting de la Magdalena y el Club Enrique Rup de Manzanilla.
El mismo Alianza, fundado en 1901, no pretendía en sus
orígenes nada más que cubrir el ámbito del barrio y de las compe­
tencias locales con otros barrios o equipos populares no oficiales.
Su calidad, el tiempo y alguna gestión de dirigentes o padrinos de
las clases dominantes fue lo que lo obligó a salir de ese nivel.
Pero con el Alianza Lima ocurría un fenómeno particular.
No sólo se trataba del club más popular y con más acogida en la
Lima de 1920, por citar una fecha, sino, como ya hemos mencio-

(57) Israel Bravo Ríos. Entrevista, junio 3, 1982


(58) Miguel Rostaing. Entrevista, abril 22, 1982.
149 -
nado, era un club de composición y extracción popular, muy li­
gado a la vida local de un barrio limeño de la época, La Victoria.
La popularidad del Alianza se debió a varios factores. En
parte fue el club más popular por sus orígenes independientes, o
sea, nunca estuvo ligado a ninguna fábrica o empresa. Más bien, sus
jugadores trabajaban en una variedad de oficios que incluía a cho­
feres, albañiles, gráficos y obreros textiles. Pero por sobre todo
esto tenía como característica peculiar su composición étnica, el
Alianza Lima —tal vez como hasta cierto punto el barrio de La
Victoria— era un club de morenos ( ¡Qué lejanos se deberían ver
ahora los clubes oligárquicos y elitistas de 1900!). Aquí se mezcla,
por lo tanto, el factor social y económico, de dominación y pobres
niveles de ingreso, con el factor étnico y cultural. Los negros en el
Perú tenían una larga tradición de creación propia y aporte cultu­
ral para el país, que los identificaba y valoraba entre sí, pero que a
la vez los desmerecía frente al resto de la sociedad y en especial
frente a las clases dominantes, étnicamente blancas y procedentes
de otra tradición cultural, que los despreciaban sobre todo por su
pasado esclavista y su condición, aún entonces vigente, de inferio­
ridad económica y social (59). De nuevo, insistimos, los fenóme­
nos sociales y económicos que el Alianza Lima como club popular
produjo, tenían también claramente una expresión étnica: el acce­
so de la tradición y población negra, con su sapiencia e ingenio, a
la esfera pública.
Cuando el club Alianza Lima, en la década de 1920, con
“Manguera” Villanueva, José María Lavalle, Alberto Montellanos
y el “Quemado” Rostaing, se convirtió en el ídolo de la afición li­
meña y llenaba las páginas deportivas de diarios y revistas, ¿ no es­
taba ocurriendo, en cierto modo, que lo negroide adquiría relevan­
cia nacional? ¿No se convertía en un símbolo de la nacionalidad,
Alejandro Villanueva, el moreno centrodelantero peruano, que con
su virtuoso juego destacaba en las confrontaciones internacionales?
En 1929 un periodista reconocía que “se ha acentuado en el públi-

(59) Cfr. Denys Cuche: La condición del negro en el Perú, 1855-1900.


Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 1973; Fernando R o­
mero: “Papel de los descendientes de africanos en el desarrolla
económico-social d^l Perú” en Movimientos Sociales No. 5. Univer­
sidad Nacional Agraria. Lima, 1980; y especialmente Susan Caroi
Stokes: “Raza y clase social: los negros en Lima, 1900-1930”. Edi­
ciones El Virrey. Tomo II de la serie “ Lima obrera, 1900-1930”
(en prensa).
150
co aficionado la idea de que el Alianza Lima es el equipo que está
más capacitado para defender nuestro prestigio deportivo en la
actual temporada... no se puede negar que el club Alianza Lima
constituye el más poderoso conjunto de jugadores nacionales”
(60).
Esta revaloración de lo negroide, o si se quiere, esta asimi­
lación de lo negroide como parte integrante de la sociedad nacio­
nal, no sólo se manifiesta con el ejemplo del fútbol y el Alianza
Lima, también se muestra en la aceptación de la marinera como
baile nacional, la instauración de la procesión del Señor de los Mi­
lagros como culto oficial y el apogeo estertóreo de la décima. Su­
cesos todos que ocurrieron en la década de 1920 (61). Sin embar­
go, hay que tomar en cuenta la posibilidad —una posibilidad que
se realizó, por ejemplo, en el caso de Alianza Lima y el fútbol pe­
ruano— que esta misma asimilación o inserción de lo étnico o lo
popular en la vida nacional conllevara, desde la perspectiva de los
oprimidos, cierta apropiación cultural.
Tampoco hay que perder de vista el carácter de la “super­
estructura” —en este caso del fútbol— que no sólo es el mero refle­
jo de las contradicciones y evolución económico-social, sino que es
también agente, es decir, invierte la relación entre los componentes
básicos de la sociedad. Con esto queremos decir que el apogeo del
Alianza Lima como club popular negroide dentro de los deportes
nacionales, alcanzando la escena pública oficial, no supuso tan solo
el impacto de la cultura popular en la sociedad nacional. También
pudo ser el resultado de un nuevo mecanismo de control y someti­
miento social, que además adquiría características étnicas.
“El fútbol es un deporte de negros” era la expresión con-
sensual que explicaba, por un lado, la especialización de este grupo
étnico en esta peculiar actividad (de ahí su virtuosismo) y, por
otro lado, la misma incapacidad de este grupo étnico para desarro­
llar otras actividades (científicas, intelectuales, empresariales). Los
soportes racistas de la sociedad limeña de comienzos de siglo, así
como la organización de explotación económica, encontraban otra

(60) Revista Toros y deportes. Lima, 28 de diciembre de 1929. Artículo:


“ El público reclama al Alianza Lima”.
(61) Para la marinera véanse los trabajos de Rosa Mercedes de Ayarza y la
referencia de Jorge Basadre en La vida y la historia. Para la procesión
del Señor de los Milagros, confróntese el trabajo ya citado de Susan
C. Stokes y para la décima el libro de Nicomedes Santa Cruz: La dé­
cima en el Perú. Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 1982.
151
razón de ser en el fútbol. Dejad que los negros sean los ases del,
fútbol, para los otros grupos étnicos (en especial los blancos) y
para las otras clases sociales estaban destinadas las funciones real­
mente importantes, y dirigentes, de la sociedad.
No es ajeno, sin embargo, a este proceso social —de nuevo,
contradictorio y dialéctico— el conflicto social. El apogeo, gloria y
popularidad de los jugadores del Alianza Lima en la década de
1920, mal que bien representaba que las clases populares ganasen
la hegemonía, si no total, por lo menos abrumadora en un espacio
importante de la sociedad (el recreativo), y en una dimensión de
la escena pública. Fue esta ascendencia, un motivo importante pa­
ra la creación en 1927 del Universitario de Deportes, el club de los
estudiantes de la Universidad, compuesto básicamente por secto­
res medios y altos, el que comenzó a rivalizar con el Alianza a fin
de captar las simpatías del público aficionado. Los duelos futbolís­
ticos entre el Alianza y la U se transformaron muchas veces en ver­
daderas batallas campales, como lo ha reseñado literariamente Gui­
llermo Thomdike,'las que mostraban una oposición (conflicto) so­
cial, económico y étnico, expresión de la lucha de clases en la Li­
ma de entonces. Los contemporáneos eran conscientes de este fe­
nómeno, así la revista Sport evaluaba el clásico que la U y el Alian­
za disputarían el 20 de abril de 1930 de la siguiente manera:
“El team universitario, formado en su mayoría por jóvenes
que han aspirado siempre a la conquista del primer sitial en
el fútbol peruano, encarna, por decirlo así, el ideal de reno­
vación de nuestros valores en este deporte. Tras de ellos
está una juventud animosa y entusiasta que los estimula
con su aliento y su aplauso.
El Alianza Lima, club popular que se ha granjeado la sim­
patía y admiración de todos los buenos aficionados, repre­
senta el valimento deportivo de la clase más modesta: el
pueblo.
De un lado está la juventud estudiosa y del otro de los
obreros...” (62).
En forma análoga a como en 1915, José de la Riva Agüero
y la juventud civilista y demócrata pretendió renovar la historia
política peruana con el fin de continuar hegemonizando el cam­
biante orden social; en la década de 1920 Plácido Galindo, un he­
redero de esos “sportman” de 1900, y algunos estudiantes univer-

(62) El Sport. Lima, 19 de abril de 1930, p. 5.


152
sitarios pretendían renovar el fútbol limeño con el fin de ganarle la
hegemonía a “el pueblo”, “ los obreros”, es decir a los morenos del
Alianza Lima. ,
La revista Toros y deportes en las mismas fechas reconocía
que la rivalidad entre la U y el Alianza era también étnica y por
eso, con cierta sorna, comentaba:
“ Un café con leche.
Con leche de calidad
(léase Universidad)
y un café de gran estima
como es el ‘Alianza Lima’
la Señora Federación
ofrece ‘algo’ de sensación.
Habrá que tener cúidado
no salga el café quemado
o por alguna trastada
la leche resulta aguada.
... el match de los negritos con los doctores será una com­
petencia entre la leche y el café, en el que se impondrá la
mejor calidad de estos productos” (63).
A la semana siguiente, y luego del triunfo del Alianza Li­
ma, el mismo órgano periodístico tuvo que reconocer, insistiendo
en la analogía, que “con el triunfo del Alianza Lima sobre la Uni­
versidad se ha impuesto el café sobre la leche” (64).
Los jugadores también reconocían este antagonismo racial
en los partidos U-Alianza, y parece que eso influyó en su nivel de
juego. Según Miguel Rostaing, “estos choques se convertían en lu­
chas entre negros y blancos. Eso ponían ellos (los periódicos) co­
mo rédame, para atraer... Más claro, se jugaba con más ahínco
contra la U, porque había esa rivalidad: Alianza negros y U blan­
cos” (65). #
Pero esta oposición y conflicto no sólo se mostraba en el
contraste de los jugadores y equipos, sino que también se manifes­
taba en el diferente público, ya sean barristas o simples espectado­
res, que concurría a alentar a ambos cuadros; y en general, en el
aficionado común que abrigaba simpatías por cualquiera de los dos

(63) Toros y deportes. Lima, 19 de abril de 1930. Artículo: “ Un café con


leche”.
(64) Ibid. 26 de abril de 1930, p. 15.
(65) Miguel Rostaing. Entrevistas, abril 15 y 22, 1982.
153
clubes. El club de la Universidad se veía respaldado sobre todo por
miembros de las clases altas y medias de la Lima de entonces, sec­
tores étnicamente blancos y socialmente privilegiados, “ los univer­
sitarios tendrán de su parte (también) el aplauso femenino” (66).
Los del Alianza, por el contrario, encontraron una gran receptivi­
dad entre las clases populares limeñas, lo que le dio justamente su
gran arraigo. Miguel Rostaing describe a la hinchada del Alianza en
los siguientes términos: “ Los hinchas eran de diferentes barrios,
claro mayor cantidad de La Victoria, y después de Abajo el Puen­
te, de Malambo. Era popular Alianza, de obreros. Los de la U eran
universitarios. Alianza representaba a la gente pobre y la U a la
gente rica. Por eso los llamaron blanco y negro” (67).
En estos años, en un contexto de creciente institucionali-
zación, accedemos a un nuevo nivel de lo contradictorio, de lo
conflictivo. Por definición, en estas nuevas condiciones, el Estado,
representante de las clases dominantes antiguas y modernas, debía
por ejemplo, apoyar al Alianza Lima, el club popular de los more­
nos del barrio de La Victoria. Lo que significaba, ciertamente, so­
cavar su propio poder, porque ampliaba la hegemonía de las clases
populares. Pero, por otro lado, también significaba que el Estado
se legitimaba frente a estas mismas clases populares como un Esta­
do o gobierno populista, que de paso, admitía cierta democracia
étnica. Generándose, de esta manera, un proceso similar al que vi­
vió la procesión del Señor de los Milagros en esos mismos años, o
la música indígena con la celebración oficial del Día del Indio
(68). Al respecto, un comentarista de fútbol decía que, “en el
campo de la democracia que es hoy día el deporte... no tiene cabi­
da ninguna distinción de clase, de raza, ni tampoco intelectual”
(69), lo que no es sino una justificación de las desigualdades que
realmente existían. Esta institucionalización del fútbol popular y
del Alianza Lima, por añadidura, contribuía a mistificar la reali­
dad, aunque, nos parece, no anulaba la existencia del conflicto so­
cial y, sobre todo, de la posibilidad de un proyecto de actividad
recreativa y sociedad diferentes. Veamos estos fenómenos en .^1
caso concreto de los sucesos del año 1929.

(66) El Sport, Lima, 19 de abril de 1930, p. 13.


(67) Miguel Rostaing. Entrevista, abril 24, 1982.
(68) Stokes op. cit., Lucy Núñez Rebaza y José A. Llorens: “ La música
tradicional andina en Lima metropolitana” en América Indígena.
XLI, No. 1, enero-marzo, 1981.
(69) Toros y deportes. Lima, 19 de abril de 1930.
154
LA DIALECTICA DEL CONFLICTO: CONFRATERNIDAD
POPULAR O SELECCION OFICIAL
En 1929 se iba a realiar una edición más de los campeona­
tos sudamericanos de fútbol, esta vez en Argentina. La Federación
Peruana de Fútbol convocó entonces a los principales clubes y ju­
gadores de Lima con el fin de formar la selección nacional. Para
ello, además, dictó disposiciones a fin de que no se realizase en
ese año el Campeonato Nacional, para no distraer la atención de
la selección (lo cual reflejaba, a propósito, la afinidad de los miem­
bros de la Federación con la cultura internacional, y su desprecio
por lo nacional). No se contrató, sin embargo, un entrenador para
preparar debidamente al equipo. Los jugadores del Alianza, club
de características cooperativas, se negaron a integrar la selección
“alegando que no querían que recayera a ellos la responsabilidad
de un fracaso que más tarde la afición haría efectivo, prefiriendo
continuar participando en el campeonato de competencia” (70).
También había surgido la posibilidad de una gira a los Estados
Unidos para Alianza, y no iban a dejarla pasar por seguir con la
incierta empresa de la selección. Y, sobre todo, existía en el Alian­
za el interés por mantener el contacto con su popular hinchada y
con otros equipos locales que pedían competir con ellos, lo que
además era su forma de subsistir. Pasar un año entero abocado
exclusivamente a las actividades del seleccionado, sin entrenar y
sin poder seguir ejerciendo sus funciones de club popular en el
campeonato nacional o en las competiciones locales, era algo
que iba en contra de los intereses de los miembros del Alianza
Lima. Por ello decidieron no participar.
Además, habría que agregar que desde que se convocó
a la selección nacional, los jugadores del Alianza sufrieron cier­
ta discriminación y racismo. Para conformar el equipo se prefi­
rió a los jugadores “distinguidos”, para que en el exterior no
pensasen que el Perú era un país de bárbaros. Los jugadores del
Alianza Lima fueron segregados y marginados por su condición
social y étnica, colocándoseles simplemente como suplentes. Una
nota periodística de la época refiriéndose a este asunto mencio­
naba:

(70) Toros y deportes. Lima, 21 de diciembre de 1929. Artículo: “ La fal­


ta de orientaciones técnicas”.
155
“El último reducto en que se baten los que sólo recono­
cen el mérito técnico del Alianza Lima... es el relativo al
prejuicio de raza. ¡Cómo vamos a mándar un equipo de
negros a un campeonato —exclaman—. Dirán que somos
un país de esa raza!” (71).
En última instancia, se impuso el criterio racista sobre el
deportivo y, aun, el nacional.
La renuncia de los miembros del Alianza Lima motivó una
amarga respuesta de la Federación de Fútbol, que expulsó al club
de su seno, incapacitándolo, por lo tanto, para jugar cualquier tor­
neo o partido oficial. Para los dirigentes de la Federación resultaba
realmente insolente que los morenos futbolistas se negaran a inte­
grar la selección nacional. Se les acusó de antipatriotas y disolven­
tes. La sanción impuesta por la Federación implicaba, además, que
los estadios oficiales o cualquier evento que contase con el recono­
cimiento o auspicio oficial le estaba negado al Alianza Lima. En
otras palabras, no podían participar en ningún partido donde se
vendiesen entradas, por lo que el Alianza no tendría ingresos mo­
netarios por partido jugado. La negativa a participar en la seleción
significaba para el Alianza, en otras palabras, no poder seguir sien­
do un club oficial de fútbol.
Ante la aplicación de la sanción, los jugadores del Alianza
Lima decidieron, entonces, retomar los lineamientos del fútbol co­
mo confraternidad popular, lo que no deja de suponer, obviamen­
te, ciertos beneficios o recompensas materiales, producto de las
competiciones que realizaban contra los equipos y clubes locales
de los barrios de Lima y en provincias.
“ Se han popularizado más, si cabe, los jugadores del Alian­
za Lima, quienes se vienen pachamangueando en los alre­
dedores de Lima por dentro y por fuera, lo que nos hace
recordar la frase muy criolla y algo antigua que dice: ‘Hay
que jugar carnavales por dentro y por fuera’ Por dentro era
el ‘come’ y por fuera los baldazos de agua que le echaban
al más pintado y más guapo.
Por eso decimos que los jugadores del Alianza se pacha-
manqueaban, o lo que es lo mismo se divierten por dentro
y por fuera.
Por fuera meten goles como cancha a sus contrincantes, y

(71) Toros y deportes. Lima, 22 de febrero de 1930, p. 2. Artículo: “El


prejuicio de la raza”.
156
por dentro se banquetean de lo lindo con sendas anticucha-
das, que asientan con chicha de jora o con el rico licor pe­
ruano de caña con azúcar o de pura uva de lea, según como
venga.
En Vitarte no fue tan mansa la cosa, porque se vieron con
los zapatos ajustados, pero los ‘negritos’ saben componér­
selas para siempre ser los que ganan de todas mangas, por­
que si les falta manguera acuden a Villanueva que tiene
hasta para vender.
En Pachacamac la cosa fue a pedir de boca. Banda de músi­
cos, muchas palmas y un almuerzo criollo que a una legua
de distancia hacía abrir el apetito de los vecinos.
En Lurín fueron recibidos en el local del Concejo y decla­
rados huéspedes de honor como los grandes héroes. Se re­
pitió el plato de los goals, almuerzo, música, baile criollo,
distinguiéndose don Kochoy y Lavalle.
Después de todo, y como bien sé ha dicho, el Alianza está
haciendo una efectiva campaña en beneficio del fútbol en
los alrededores de Lima, porque van dejando sus enseñan­
zas...” (72).
Las relaciones entre la Federación y el Alianza Lima se
rompieron definitiva y totalmente. Algunos testimonios mencio­
nan que los dirigentes de la Federación eran “presidentes de los
clubes privilegiados”, miembros de las clases dominantes y benefi­
ciarios de los productos que resultaban de los partidos de fútbol,
los que de ningún modo iban a admitir esta rebeldía de “los more­
nos” de La Victoria (73). Por ello luego de sancionar tan drástica­
mente al Alianza, pasaron a conformar la selección prescindiendo
de los rebeldes. Es más declararon en El Comercio de Lima que
“sin los del Alianza el equipo había ganado en eficiencia y que de­
bía irse al campeonato para cumplir la palabra empeñada” (74).
Mientras tanto el Alianza Lima jugaba en Chilca donde ga­
nó por 10 goles a cero:
“Previamente a la realización del encuentro, los jugadores
del Alianza Lima fueron recepcionados espléndidamente
por los clubs Progreso y Alianza Bolognesi de Chilca, en

(72) Toros y deportes. Lima, 7 de diciembre de 1929, p. 13.


'73) Ibid. p. 6.
74) Citado en “El sabio mascapucho y sus fracasos”. Toros y deportes.
Lima, 7 de diciembre de 1929. p. 15.
157
cuyos locales se realizaron sesiones conmemorativas de la
visita...
Los dirigentes de ambas instituciones se esmeraron por
atender en la mejor forma a los visitantes a quienes recibie­
ron con una banda de músicos que precedió la gran mani­
festación que le tributó el pueblo. (...)
Es digna de aplauso la labor de difusión de la técnica fut­
bolística que viene haciendo el Alianza Lima en los pue­
blos vecinos a Lima, donde dejan enseñanzas que serán
bien aprovechadas. Y tan lo estiman así los dirigentes de
clubs que no omiten esfuerzos ni sacrificios para conseguir
que el referido club limeño los visite, prodigándoles aten­
ciones en forma que no tiene precedentes” (75).
El capitán del equipo, Jorge Kochoy Sarmiento, “ eximio
guitarrista, cantor y bailarín" de rasgos y ascendencia chinos
—otro de los grupos étnicos segregados en la sociedad limeña y
peruana de entonces—, comentó de la siguiente manera la acogida
que le brindaron, según el relato del comentarista deportivo:
“ Me llamó la atención ver tanta gente de Lima que había
llegado en autos de plaza y en particulares, no faltando al­
gunas admiradoras...
Me olvidaba decir que el vinito que pusieron los entusias­
tas dirigentes de los clubs de Chilca era como se pide. Nun­
ca lo había tomado en mi vida, los jugadores del Alianza
salieron medios zarazones a la cancha, viendo que estaba
medio alarmado Rivero, el otrora terrible delantero centro
del Alianza y hoy convertido en el entrenador del cuadro.
Muchachos —les decían— cuidado con ese vino que puedan
perder y alejó a Filomeno (García) que se había adherido a
una garrafa” (76).
También jugaron en Manzanilla y en la hacienda Infantas,
donde excesos de entusiasmo derivaron en otros menesteres:
“El Alianza iba ganando el match con un goal que colocó
Kochoy, cuando Villanueva, sin saber las costumbres del
lugar, se le ocurre pechar al arquero. Apareció en el espacio
un ladrillo que fue a posarse con el cuerpo de Villanueva y

(75) “Alianza Lima jugó en Chilca”. Toros y deportes. Lima, 14 de di­


ciembre de 1929, p. 4.
(76) “ Nuevas declaraciones del capitán del Alianza Lima, don Jorge Ko­
choy Sarmiento”. Ibid. p. 15.
158
éste sin esperar el segundo se lanzó contra el agresor y le
dio su merecido. Se armó el gran lío. Se movilizó en un ins­
tante las aguerridas huestes d<? la localidad contra los juga­
dores del Alianza, siendo el objetivo Villanueva...
... Se formaron dos bandos, uno defendía al Alianza y otro
la combatía a puño limpio. Los que fueron de Lima sesoli-
danzaron con el Alianza junto con otros del lugar, de aque­
llos fanáticos del club limeño” (77).
En todo este tiempo, mientras se realizaban estas contien­
das en provincias, el Alianza seguía castigado por la Federación.
En un --pensamos— supuesto diálogo entre el comentarista depor­
tivo de la revista Toros y deportes y Jorge Kochoy Sarmiento, se
discutió la sanción. El diálogo resulta interesante porque muestra
cómo los jugadores del Alianza percibían un camino distinto para
el fútbol peruano al que se estaba trazando con la instituciona-
lización del deporte, la formación de la Federación y la regimen-
tación por el Estado —ciertamente instrumento de las clases do­
minantes— de esta actividad recreativa popular, que había genera­
do niveles de confraternidad y comunicación entre los diversos
segmentos de las clases populares limeñas. Un camino distinto no
muy claro, pero sí propio y popular. Dice Kochoy en terminolo­
gía que le adultera el periodista deportivo:
“Dicen señor Kochoy que le levantarán el castigo al Alian­
za para que juegue con el Tucumán.
— Alianza no necesita levantar el castigo. Sus jugadores es­
tán contentos con la atención que le hacen todita la gen­
te cuando jugamos en el pueblo. Buena comida, buen vi­
no y jugamos siempre pelota.
— Sí pero no ganan ni siquiera para comprarse un par de
zapatos o una camiseta.
— Con Federación la misma cosa. Tampoco ganamos nada
y friegan.
— ¿De modo que el Alianza está conforme con su situa­
ción?
— Tú puedes decir en el gráfico que Alianza está contenta”
(78).

(77) “El club Alianza Lima jugó el domingo en la Hacienda Infantas”.


Toros y deportes. Lima, 28 de diciembre de 1929, p. 3.
(78) “ Nuevas declaraciones del capitán del Alianza Lima, don Jorge Ko­
choy Sarmiento”. Toros y deportes. Lima, 14 de diciembre de 1929,
159
La crisis terminó cuando la selección nacional fracasó es­
trepitosamente en el campeonato sudamericano y la crítica depor­
tiva la emprendió contra los dirigentes de la Federación, recono­
ciendo que los miembros del Alianza Lima tenían razón. Hay acu­
saciones y culpabilidades aceptadas por la Federación de Fútbol,
mientras los del Alianza eran conocidos como “los ídolos del día”
(79). Se pensaba que la labor del Alianza en ese año había sido
más productiva que la de la Federación, pues mientras ésta pecaba
de centralismo y oficialismo, de abandono del deporte en provin­
cias y del fútbol amateur por la dedicación exclusiva a la selección
nacional, de improvisación y arbitrariedad, las confrontaciones del
Alianza habían “constituido valiosas enseñanzas” (80). La prensa
pasó así de censurar al Alianza por su alejamiento de la selección
a elogiarlo en su campaña por difundir el deporte, del mismo m o­
do que criticó a El Comercio por “servir los intereses” de la Fede­
ración contra la opinión pública.
Finalmente el castigo al Alianza le fue levantado, luego de
que firmaran una carta de arrepentimiento. Los voceros de la Fe­
deración comprendieron “porque al fin y al cabo esa gente por su
falta de cultura no tiene tanta conciencia de lo que hacen” (81).
Y así el Alianza volvió a formar parte del sistema oficial jugando
su primer partido contra el Tucuman, que había derrotado estre­
pitosamente a los otros equipos capitalinos. Los morenos de La
Victoria le ganaron por 3 goles a cero volviendo a manifestarse la
solidaridad del público espectador:
“ No tiene precedentes la forma como el público recepcio-
nó al Alianza Lima al ingresar a la cancha. La ovación que
le tributó fue estruendosa y que hay que interpretarla, por
lo menos, como un reconocimiento de su tan discutida
valía” (82).
Al mismo tiempo que el Alianza volvía “a la legitimidad”,
lo tomaba a su cargo un nuevo presidente, Juan Bromley, un alto

p. 15. Hemos corregido el texto, intencionalmente distorsionado


para acentuar sus rasgos chinos, con el fin de hacerlo más legible.
(79) “ Los ídolos del día”. Toros y deportes. Lima, 7 de diciembre de
1929, p. 13.
(80) “ El público reclama al Alianza Lima”. Toros y deportes. Lima, 28 de
diciembre de 1929, p. 5.
(81) Toros y deportes. Lima, 8 de febrero de 1930, p. 2.
(82) Toros y deportes. Lima, 15 de febrero de 1930, p. 4.
160
empleado de la Municipalidad de Lima. No sabemos hasta qué
punto la dirección de Bromley fue una condición previa para le­
vantar el castigo, pero lo que sí es cierto es que él “estableció el
orden” entre los “indisciplinados” aliancistas. Una revista de la
época al principio cuestionaba su habilidad para lograr esto:
“ Hay quienes dudan de la capacidad de don Juan Bromley
para dirigir con éxito al Alianza. Su decencia personal, su
hombría de bien, unidos a su desconocimiento del medio
en que se desenvuelve el fútbol, se consideran como incon­
venientes para una labor, en la que se necesita más que ca­
pacidad en el deporte, poseer ‘viveza criolla’; dedicar su
tiempo a quemar incienso a determinados personajes y es­
tar al corriente de las mil intrigas que se suscitan diaria­
m ente” (83).
No hay evidencia de que el Sr. Bromley llegara a quemar
incienso, pero tenía, quizás, un arma más potente para lograr la
“pacificación” de sus jugadores: el dinero y la oferta de trabajo re­
lativamente bien remunerado. Actuando de acuerdo con el modelo
paternalista que había sido introducido años atrás por los clubes
de fábrica, Bromley consiguió empleos en la Municipalidad para
todos los jugadores que los quisieran, y hacía los acostumbrados
préstamos a los jugadores que los pidieran (84).
El Alianza, que nunca había tenido un presidente con los
recursos suficientes para realizar estos actos, y presionado por el
fútbol institucionalizado, se vio ..forzado a abandonar su fútbol,
que representaba, en cierto modo, la cultura popular autónoma
—la única forma de la cultura popular, pensamos, que hubiera de­
jado espacio a que surgiera a través del deporte la solidaridad y
conciencia colectiva de los sectores populares. En cambio, el fút­
bol que practicaba Alianza, como el de otros equipos se volvió a
encuadrar más o menos bien dentro de una serie de relaciones so­
ciales que predominaban en todos los niveles —materiales, socia­
les, políticos— de la sociedad. De esta manera, se podría afirmar
que este elemento de la cultura terminó siendo otra forma de so­
cialización, que justificaba y legitimaba la subordinación de los
sectores populares en todas las esferas de la sociedad. O, por lo
menos, es obvio que en casos como el aquí explicado, los eventos
ciertamente no ofrecieron finalmente una lección del poder autó-

(83) “Villanueva literato”. El Sport. Lima, 5 de abril de 1930, p. 15


(84) Miguel Rostaing. Entrevista, abril 22, 1982
161
nomo de los sectores dominados (en este caso tanto étnica como
económicamente) frente a sus opresores.
El fútbol durante el período aquí tratado y después siguió
englobando, a un nivel menos formal y menos asimilado, el régi­
men impuesto por los dueños de los equipos, las fábricas, clubes
profesionales, patrones, la Federación y el Estado. Pudo, quizás,
haber mantenido otra función, la de solidaridad popular y fuerza
colectiva, sobre todo con la rebeldía del Alianza Lima en 1929.
Es más, clubes com o el Alianza siguieron estando en cierto modo
ligados a sus barras populares, pese a su formalización y (luego)
profesionalización. Pero la historia que hemos relatado es ilustrati­
va, sin embargo, de las fuertes presiones que forzaban a los practi­
cantes, si no de abandonar, por lo menos dejar de lado, el fútbol
como expresión popular.

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INDICE

PREFA C IO ..................................................................................................................
CAP. I
LOS CONTORNOS DE LA LIMA O B R E R A ..................................................
CAP. II
LA VIDA DE LUCHO SALDAÑA, O LA RECONSTRUCCION DE
UNA REALIDAD HISTORICA A TRAVES DE SU FICCIONALI-
ZA C IO N ........................................................................................................................
FUENTES Y METODOLOGIA................................................................
CAP. III
CULTURA POPULAR Y POLITICA POPULAR EN LOS COMIEN­
ZOS DEL SIGLO XX EN LIMA.........................................................................
CAP. IV
EL VALS CRIOLLO EN LOS VALORES DE LA CLASE TRABAJA­
DORA EN LA LIMA DE COMIENZOS DEL SIGLO X X ..........................
CAP. V
DON PEDRO FRIAS Y LA CREACION DE LOS DOCUMENTOS HIS­
TORICOS: UN EJEMPLO DE LA HISTORIA O R A L ................................
CAP. VI
ENTRE EL OFFSIDE Y' EL CHIMPUN :LAS CLASES POPULARES
LIMEÑAS Y EL FUTBOL, 1900-1930, POR JOSE DEUSTUA, STEVE
STEIN Y SUSAN C. STO K ES...............................................................................
ALGUNAS CONSIDERACIONES PRELIMINARES.......................
ENTRE EL OFFSIDE Y EL CHIMPUN: LOS CLUBES, EL
FUTBOL Y EL ALIANZA L IM A ..........................................................
LA DIALECTICA DEL CONFLICTO: CONFRATERNIDAD
POPULAR O SELECCION OFICIAL.....................................................

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