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19QQ-193Q
Tomo I
STEVE STEIN
Colección : Historia Social y Cultura Popular
en América Latina
Serie : Lima Obrera: 1900 - 1930
Director . : Steve Stein
PRIMERA EDICION
FEBRERO, 1986
© Steve Stein
© De esta edición Ediciones EL VIRREY
Miguel Dasso 141 Lima 27 - Perú,
Telf. 400607
Impresión : Servicios Editoriales Adolfo Arteta
IMPRESO EN EL PERU
CAPITULO I LOS CONTORNOS DE LA LIMA OBRERA
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La Lima de comienzos de siglo, aun hasta la época de la
Primera Guerra Mundial, era todavía una serie de barrios algo inde
pendientes, con sabor colonial.. .Tal era la falta de integración de
Lima como ciudad, que sus Habitantes se identificaban, más que
como limeños, de acuerdo a su barrio o su calle; eran bajoponti-
nos, o de Maravillas, o de la Calle de la Cruz. La desgregación de
Lima se refleja en las experiencias cotidianas de las personas que
vivían Abajo el Puente, por ejemplo, y que rara vez “ subían” a
Lima aunque hacerlo sólo significaba caminar una cuadra para cru
zar el puente que conectaba el Rímac con el centro de la ciudad.
La vida giraba alrededor de la calle, el mercadito, la iglesia más
próximos.
Desde 1900, sin embargo, Lima había comenzado su trans
formación casi revolucionaria en una metrópolis moderna y ciu
dad de masas. Había varias manifestaciones de este proceso. La
multiplicación de calles nuevas y asfaltadas, los nuevos barrios co
mo La Victoria, las nuevas casas para ricos y en m«nor escala para
pobres, las nuevas plazas y edificios, todos combinaron para dar
a la capital la imágen de una ciudad que cada día crecía en exten
sión y en modernidad. Al mismo tiempo se notaba un importante
crecimiento institucional. El gobierno, tanto a nivel nacional como
municipal, se ampliaba en funciones y en personal. Con esa amplia
ción vino una extensión de los servicios urbanos, luz eléctrica, agua
y desagües a través del área metropolitana. Pequeñas industrias
comenzaban a aparecer, sobre todo como respuesta a la demanda
local por bienes de consumo cuando hubo una disminución impor
tante de las importaciones europeas durante la Primera Guerra
Mundial.
En términos humanos, el aspecto más importante de esta
transformación fue el dramático crecimiento demográfico que ocu
rrió entre 1900 y 1930. El número total de habitantes aumentó en
más de 125 por ciento de unos 165,000 en 1900 a 376,000 en
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1931. Con respecto a las masas populares, el crecimiento fue mu
cho más espectacular, alcanzando una cifra aproximada de 200 por
ciento. Este crecimiento demográfico en general y especialmente
el de las masas populares fue producto, en su mayor parte, de la
ola de migración provinciana sin precedente hacia la capital, sobre
todo durante los años del oncenio de Leguía (1919-1930). Las no
ticias de las novedades de una ciudad en proceso de modernización
llegaban al interior por el creciente número de carreteras construi
das por el gobierno. Al mismo tiempo, la mayor inserción del Perú
en el mercado mundial en estos años llevó a la consolidación y ex
pansión de las grandes haciendas a costa del campesinado. Inspira
do por la visión de una vida mejor en Lima, hombres, mujeres y
niños iniciaron ese movimiento masivo de población del campo ha
cia la ciudad capital.
Fue en esta época que Lima se gestó como ciudad de ma
sas. Los sectores populares se hicieron más y más visibles en el
panorama urbano: trabajaban en los numerosos proyectos de cons
trucción que ejemplificaban el crecimiento de la ciudad; llegaban
a ser vendedores de todo, desde frutas en los mercados hasta hua-
chitos de lotería frente a las numerosas iglesias de la ciudad; labo
raban en las fábricas textiles, de cerveza y de jabón que habían
surgido como respuesta a la aumentada demanda del nuevo merca
do de consumidores urbanos; vivían en crecientes números en los
callejones, en las casas de vecindad y en los antiguos solares colo
niales que se iban subdividiendo para acomodar a esta nueva pobla
ción; comenzaban a participar en la política, primero en las mani
festaciones callejeras que precedieron a las elecciones y después
como integrantes de los primeros partidos organizados con base
popular.
El presente libro constituye una parte del extenso estudio
sobre “ Lima obrera, 1900-1930” . El estudio intenta analizar a lar
go plazo las diversas facetas del proceso de masificación que expe
rimentó la ciudad en esos años. Se pone especial énfasis en la re
construcción de la vida cotidiana de los sectores populares urba
nos, concentrándose sobre todo en los aspectos menos formales,
menos institucionalizados de esa vida. Ya tenemos algunos traba
jos pioneros sobre el proceso de sindicalización y la politización
de estos sectores populares(l). Pero poco sabemos de sus experien-
térnente irremediable.
La participación política de las masas urbanas. Los sectores
populares de Lima llegaron a tener una participación formal en la
política sólo al final del período 1900-1930 a través de su movili
zación por el Aprismo y el Sanchezcerrismo y’ dé sü“votó“secreto
en la elección de 1931. Pero esta participación no ocurrió en un
vacío histórico. Desde el siglo XIX los sectores populares urbanos
habían tenido un rol político a través de los clubes electorales, las
manifestaciones callejeras y la venta de sus votos. Todas esas for
mas de participación contribuyeron a la creación de una memoria
política que en alguna medida condicionaría la participación ma
siva formal en 1931. Al respecto es particularmente importante
estudiar el fenómeno del capitulerismo; era el capitulero quien
fojaba los primeros contactos entre la política electoral y los sec
tores populares. Además de las manifestaciones visibles de la parti
cipación popular, lo que se intenta conocer es la orientación subje
tiva de las masas hacia el sistema político. ¿Cuáles eran las creen
cias y los sentimientos internos de la población popylar sobre el
funcionamiento del sistema político^ sobre los beneficios que ese
sistema podría ofrecer y cómo conseguir en mejor forma estos
beneficios?
La vida social y la cultura popular de las masas urbanas. En
cierto sentido el estudio de la vida social y la cultura popular es el
estudio de la misma textura de la Lima obrera, y necesariamente
tiene que proceder de todos los aspectos ya mencionados, por
ejemplo, la estructura familiar, la religión popular, las condiciones
de vida, etc. Dentro de ésto se enfoca a la red compleja de relacio
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nes sociales verticales y horizontales de los miembros de los secto
res populares, y las múltiples expresiones de cultura popular urba
na tales como la música, las fiestas y los deportes. El compadrazgo
fue una institución predominante de la Lima obrera, y es impor
tante analizar los varios tipos de relaciones patrimoniales propicia
das por él: en la fábrica entre el obrero y el maestro o el gerente;
en la política entre el votante popular y el capitulero o el candida
to; en la hermandad religiosa entre el suplicante y el mayordomo
o .el santo. Los lazos verticales encerrados en estas relaciones se
contaban entre los pocos recursos que tenían los humildes para
conseguir beneficios, aunque fueran marginales, a través de la “ ma->
nipulación” de aquéllos que estaban por encima de ellos en la pirá
mide social. También eran importantes los tratos más formales de
los sectores populares en el contexto del sindicato, del club de pro
vincianos o del equipo de fútbol. Y por debajo de todo ésto, hay
que enterarse de la interacción cotidiana de las masas urbanas, en
sus hogares, en el barrio y en sus lugares de trabajo. Es en el estu
dio de la cultura popular donde se revela esta variedad de relacio
nes sociales con particular claridad. Las expresiones populares en
la jarana, en la letra de los valses que se cantaban allí, en la celebra
ción de los carnavales o de un gol por la hinchada del barrio, todas
estas y más son las expresiones directas que han perdurado de las
normas y valores de una sociedad en proceso de masificación. Nos
permiten un acercamiento a la Lima obrera desde adentro, una vi
sión de la vidá cotidiana íntima, privada cuyo estudio es el propó
sito central de esta obra.
El estudio de la Lima obrera ha sido guiado por una serie
de propósitos universales que trascienden al análisis de cualquier
lugar o tiempo específico. Quiero hacerlos explícitos antes de en
trar a la consideración de la mecánica de este proyecto de investi
gación conjunta, las principales metodologías empleadas, y las
fuentes más pertinentes. Una preocupación de extrema importan
cia en el estudio ha sido llegar a un conocimiento de cómo vivían
los sectores populares a nivel individual, familiar y de clase social.
O quizás deba decir, ¿cómo sobrevivían, no sólo en términos físi
cos sino también psicológicos? Si el crecimiento de estos sectores,
y por ello de la ciudad, fue la dinámica principal de la época, es
igualmente importante observar a la vida popular desde la perspec
tiva de otra dinámica: la miseria. La miseria de distintas maneras
en diferentes momentos actuaba como una especie de colador a
través del cual pasaban todas las instituciones y los valores popu
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lares. Por ejemplo, si casi todos los ingresos de una familia obrera
se dedicaban a la compra de alimentos, esta realidad de escasez
tenía varias consecuencias claras. Con respecto a la escolaridad,
por ejemplo, significó que más del noventa por ciento de los niños
de la Lima obrera recibían menos de dos años de educación for
mal simplemente porque se vieron forzados a ayudar con el soste
nimiento de sus familias tan pronto estaban en edad de trabajar.
Estas condiciones de miseria tenían un impacto igualmente pro
fundo sobre la mujer obrera. El sueño de dedicarse al hogar, al ma
rido y a los hijos —un sueño propiciado por la iglesia y elE stado
en sus ensenanzas formales sobre el rol de la mujer— estaba desti
nado a ser hecho pedazos por la dura realidad de días largos de los
trabajos más bajos dentro y fuera de la casa y por el aún más dolo
roso espectro de la alta incidencia de mortalidad infantil como re
sultado de la falta crónica de recursos para la alimentación básica
o la atención médica. Estas ideas no son nuevas, pero frecuente
mente parecen perderse de vista en muchos de aquellos estudios
que examinan a las masas desde arriba hacia abajo.
A la luz de esta miseria cotidiana, otra cuestión que me ha
interesado es la definición de los elementos que daban cohesión a
una sociedad fundamentalmente opresiva. Algunos de estos eran
mecanismos de control social creados por las clases dominantes
mientras otros se generaban dentro de' las mismas masas populares.
Los elementos externos son más fáciles de distinguir, desde los ac
tos de represión física hasta la difusión de ideologías que enseña
ban valores conservadores tales como el fatalismo y la resignación
frente al sufrimiento. Los elementos internos comprendían pautas
más sutiles que incluían actitudes racistas entre los mismos com
ponentes de los sectores populares, conflictos entre trabajadores
sobre empleos específicos, o sobre eventos deportivos o sobre mu
jeres. Todos estos conflictos separaban a las masas populares ha
ciendo más difícil su cohesión como clase pero a la vez más fácil
su explotación, y por consiguiente más fácil la cohesión de la so
ciedad limeña como conjunto.
Otro factor que dividía a los sectores populares y cuyo
análisis ha sido central en este estudio fue la heterogeneidad pro
funda que caracterizaba a esos sectores. En términos concretos, es
to significa identificar las formas más comunes de diferenciación
dentro de las clases populares en torno a niveles económicos, expe
riencias de movilidad e identidad étnica. También implica conocer
las numerosas contradicciones que se generaban en la vida cotidiana
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de la Lima obrera. No es mi intento tratar de resolver las cor\y|\e
dicciones de un individuo quien, por ejemplo, fue partícipe aettvo
en las más importantes conquistas sindicales de la época, sufrió
cárcel en numerosas ocasiones por sus actividades sindicales, y
políticas, mientras que al mismo tiempo sentía una admiración
profunda por los gerentes gringos de la fábrica textil en donde
trabajaba, sobre todo por el trato riguroso que daban a los obreros
y atribuía a su devoción por el Señor de los Milagros todos los lo
gros de su vida. Más bien, quiero llegar a reconocer estas contra
dicciones y comprender sus efectos sobre el comportamiento de
los sectores populares limeños.
El estudio de la vida cotidiana de las masas urbanas que
pone énfasis en los valores, estilos de vida y formas de interacción
social que perduraron a través de los años, tiende a subrayar lo
estático versus lo cambiante en la vida de la Lima obrera. Sin
embargo, la premisa inicial de todo el proyecto es que los sectores
populares y su ciudad estaban experimentando transformaciones
profundas, si no revolucionarias, en la época del estudio. No sólo
se trata de no ignorar el impacto de estos cambios en la vida de
las masas urbanas, sino también se busca esclarecer la influencia
de estas mismas masas en el amplio proceso de modernización que
ocurría en el Perú. Es importante examinar las muchas manifesta
ciones de la dinámica entre masificación y modernización como
algunos ejemplos de los años veinte. En estos tiempos se hizo
común ver a 10 o 15,000 espectadores, sobre todo de los sectores
populares, asistiendo a un partido de fútbol. Una respuesta a esa
situación fue la creación de la Federación Peruana de Fútbol para
regular estos eventos. En las fechas de la Procesión del Señor de los
Milagros, las calles comenzaban a rebosar de suplicantes humildes,
y respondiendo a los “ peligros” que estas “turbas” representaban,
miembros de la clase alta actuaron rápidamente para controlar a la
Hermandad, tomando los puestos de mayordomos. Y cuando la
política de los años 1930-31 fue monopolizada por los nuevos par
tidos con bases populares, las élites tradicionales se vieron obliga
das a tratar de ganarse al candidato populista menos peligroso en
vez de lanzar candidatos propios.
Ya se debe haber hecho evidente que un proyecto de esta
amplitud sobrepasa los alcances de un solo investigador con tiem
po limitado. ¿Cómo abordar un tema que parece tan vasto como
interesante? Yo llegué a Lima en agosto de 1981 con un año para
dedicar al proyecto. Antes había estado en contacto con la Univer
sidad de Lima que me había invitado a ser profesor investigador
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durante mi estancia en el Perú. Aproveché de la cooperación de la
Universidad para montar un equipo de investigación. Mi idea no
era sólo de reclutar a varios auxiliares de investigación que se limi
taran a recoger datos para mí. Más bien, pensé que el tema era tan
extenso que cada investigador podría escoger su propio tópico
dentro del proyecto. Propuse hacer un simposio público y editar
los trabajos más valiosos si nuestros logros fueran significativos. El
simposio se realizó en julio de 1982 y los tres tomos de La Lima
obrera, 1900-1930 son los productos de nuestra investigación con
junta.
El término de “investigación conjunta” es particularmente
apropiado para describir la evolución del proyecto. Desde agosto
hasta julio el cuerpo de investigadores, que oscilaba entre quince y
veinticinco personas, se reunía ?. veces semanalmente, a veces cada
dos semanas, para discutir metodologías, comparar hallazgos y a
compartir ideas. Muy rápidamente los trabajos de cada uno se hi
cieron los trabajos de todos ya que, en un ambiente de coopera
ción plena, todos se ayudaban mutuamente, ya sea con el desarro
llo de una técnica para hacer entrevistas, o con estrategias para el
uso de varios tipos de fuentes estadísticas o simplemente para
sugerir nuevas hipótesis a un colega. En parte, la interacción tan
fructífera entre todos nosotros fue resultado de que los miembros
del grupo venían de una diversidad de campos. Hubo representan
tes de Historia, Antropología, Demografía, Sociología, Ciencias
Políticas, Economía, Arquitectura, Ciencias de la Comunicación,
Educación y Psicología. Y el grupo era heterogéneo en otros senti
dos también. Alisté a estudiosos no sólo de la Universidad de Lima
sino también de la Universidad Católica, de la Universidad Nacio
nal Mayor de San Marcos, de la Universidad de Ingeniería y de va
rias universidades norteamericanas. En el equipo había desde estu
diantes universitarios hasta catedráticos. .
Recurrimos a una gran variedad de fuentes para tratar la
gama de tópicos dentro del proyecto Lima obrera. Por supuesto
utilizamos las fuentes tradicionales como los libros, los periódicos
y las revistas. También hicimos mucho uso de las fuentes demográ
ficas como los censos, registros civiles, anuarios estadísticos, catas
tros, etc. La historia oral aportó material a casi todos los trabajos.
El equipo de investigación realizó más de 120 horas de grabaciones
de entrevistas históricas de inestimable valor. Además, empleamos
fuentes aún menos tradicionales para esclarecer áreas específicas
de la Lima obrera. Entre ellas están los análisis de contenido de
fotografías, de las letras de valses criollos, y de novenas y sermo
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narios de la época.
Este primer tomo de trabajos míos está compuesto en su
mayor parte de ensayos metodológicos. Pongo énfasis en lo m eto
dológico antes de entrar en el estudio substantivo de la Lima obre
ra porque me parece importante discutir los planteamientos, las
fuentes, y las formas de presentación de información que son
factibles en los estudios de la historia social. Este último punto,
el de la presentación de los datos, está enfocado en el siguiente
capítulo de este tomo. En “ La vida de Lucho Saldaña, o la recons
trucción de una realidad histórica a través de su ficcionalización”,
presento una variedad de aspectos dé la vida popular limeña en la
forma de una biografía compuesta, semi-ficticia. Este capítulo crea
una visión panorámica de la Lima obrera al mismo tiempo que in-
tenta'meter al lector dentro de ese mundo por medio de personajes
de carne y hueso y situaciones reales. Al final del ensayo incluyo
comentarios detallados sobre los tipos de materiales consultados
en esta reconstrucción semi-ficticia. Estos sirven como una nota
introductoria a las fuentes empleadas en todo el proyecto de Lima
obrera.
El Capítulo 3, “ Cultura popular y política popular en los
comienzos del siglo XX en Lima”, especula sobre, la interacción
entre las normas culturales y la conducta política de las masas
populares. Trata de descubrir las fuerzas más significativas en la
formación de la cultura popular —las relaciones familiares, la vida
escolar, las prácticas religiosas, la interacción con el sistema polí
tico y la frecuencia de relaciones sociales patrimoniales para
después examinar la influencia de estas fuerzas en la formación de
una orientación subjetiva hacia la política y los políticos en las
masas limeñas. Algunas de las fuentes más útiles para este ensayo
son los relatos de José Antonio Encinas, el primer “ psicólogo so
cial del Perú”, sobre la estructura familiar y el medio ambiente es
colar y el análisis de contenido de textos de colegio primario para
llegar a conocer a la ideología oficial sobre las características del
buen ciudadano. ,
El Capítulo 4, “El vals criollo y los valores de la clase tra
bajadora en la Lima de comienzos del siglo XX”, sigue con el tema
de la cultura popular. En vez de reconstruir el proceso de encultu-
ración como el capítulo anterior, sugiere el uso de las letras de los
más populares valses de la época para identificar los valores y nor
mas más consecuentes de esta cultura. Una especie de folklore ur
bano escrito casi exclusivamente por y para los habitantes de los
barrios pobres de la ciudad, la letra de los valses es quizás la única
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fuente disponible de expresión directa de las masas urbanas en las
tres primeras décadas de este siglo.
“Don Pedro Frías y la creación de los documentos histó
ricos: un ejemplo de la historia oral”, el Capítulo 5, surge de la
necesidad de examinar en algún detalle una fuente de primordial
importancia para todo el proyecto de Lima obrera, la historia oral.
En el contexto del proyecto, comento sobre los usos más producti
vos de las entrevistas, sus limitaciones y el método para efectuar
las. Estas observaciones están seguidas por una parte de una entre
vista con Don Pedro Frías, un obrero textil de la época, la que
sirve como una muestra concreta de este tipo de material. ’
El último capítulo de este primer tomo, “ Entre el Offside
y el Chimpún: Las clases populares limeñas y el fútbol, 1900
1930”, fue escrito conjuntamente con el Historiador José Deustua
del Instituto de Estudios Peruanos y la Politicóloga Susan Stokes
de Stanford University. En el trabajo tratamos de descubrir el
papel que tenía ese deporte en la vida cotidiana de las masas urba
nas. Encontramos dos dinámicas contrarias en el fútbol de estos
grupos: el fútbol como genuina manifestación popular, con la
capacidad de forjar lazos solidarios entre sus participantes y así
contribuir a incrementar la conciencia de clase; y el fútbol como
instrumento de control social que facilitaba la captación de secto
res obreros por el régimen jerárquico de la sociedad y, por su espí
ritu de competencia, creaba divisiones entre los mismos obreros
—jugadores e hinchas— haciendo más improbable actitudes y accio
nes solidarias. Además de entrevistar extensamente a jugadores e
hinchas de la época, encontramos publicaciones deportivas de
enorme valor para el estudio del fútbol histórico.
El segundo tomo comienza con el trabajo de Laura Miller,
Historiadora de Wesleyán University, sobre “ La mujer obrera’
1900-1930”. El capítulo de Miller es el primer estudio socio-
histórico que tenemos de la mujer peruana. Basado en un número
considerable de entrevistas con mujeres humildes de la época ade
más del análisis de datos estadísticos y de publicaciones femeninas,
Miller ilumina múltiples aspectos de la vida de la mujer obrera. Ha
ce contribuciones especialmente valiosas sobre el proceso de socia
lización en la niñez, las condiciones de trabajo en los empleos más
frecuentes, el contenido de las relaciones de convivencia y matri
monio, y el impacto del terrible espectro de la mortalidad infantil.
El Capítulo 2 por Katherine Roberts, Historiadora de
Duke University, sigue el estilo de mi biografía compuesta en el
primer tomo. “El caso de Rosario” trata sobre una mujer humilde
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que entra a trabajar en un prostíbulo. Introducido por un breve
examen de la institución de la prostitución en Lima a comienzos
de siglo, Roberts relata en su cuento las presiones en la vida de su
personaje semi-ficticio que la llevaron a convertirse en prostituta y
el efecto de esa decisión sobre su vida. Tanto en las entrevistas de
las mujeres obreras como en las fuentes impresas, Roberts fue im
presionada por la tensión en la vida de la mujer obrera que a la vez
fue exhortada a ser una esposa y madre modelo mientras que se
veía forzada a trabajar largas horas para sostener a su familia. Esta
contradicción creaba serios estados de depresión emocional y en
algunos casos, como el de Rosario, fue un motivo determinante
para que adoptara la vida de prostituta.
“ Raza y clase social: los negros en Lima, 1900-1930” por
Susan Stokes es otra contribución notable, esta vez sobre un grupo
étnico que ha sido generalmente ignorado en estudios de la Lima
histórica o actual. El trabajo está basado en el uso intensivo de una
variedad de datos demográficos provenientes de los censos, los re
gistros civiles y otras fuentes estadísticas, además de un buen nú
mero de entrevistas de historia oral y de fuentes periódicas y se
cundarias. Establece las dimensiones y las tendencias de cambio
numérico de la población negra, examina la posición de este grupo
relativa a los otros componentes de los sectores populares urbanos,
y descubre algunas de las matrices étnicas de la dominación histó
rica en el Perú. Stokes describe la situación de los negros limeños
en torno a dos tipos de racismo, el estructural y el ideológico, que
se daban simultáneamente en la Lima obrera. Encuentra que por
estos racismos el grupo negroide se mantenía “ cuantitativamente”
en la parte más baja de la pirámide social limeña mientras que
“cualitativamente” sufría desmesuradamente de las actitudes de
prejuicio y desprecio ocasionadas por su origen étnico. Para trazar
la evolución de estos racismos en la época de 1900-1930, Stokes
termina con dos estudios de caso sobre dos instituciones que tradi
cionalmente han sido identificadas con la población negra de la
capital, la Hermandad y la Procesión del Señor de los Milagros y el
equipo de fútbol Alianza Lima.
El Capítulo 4, “De la Guardia Vieja a la generación de Pin-
glo: Música criolla y cambio social en Lima, 1900-1940” presenta
una interpretación algo distinta a la mía (Capítulo 4 del primer
tom o) sobre el impacto de este “folklore urbano” sobre la Lima
obrera. Su autor José Antonio Llorens, además de ser antropólogo
del Instituto de Estudios Peruanos, es un guitarrista consumado,
así que trae a este estudio una sensibilidad doble de científico so
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cial y de músico. Llorens identifica tres etapas en el desarrollo de
la música criolla antes de 1940: La Guardia Vieja desde 1900 hasta
1920, época caracterizada por una música “artesanal o preindus-
trial” que no salía de su propio barrio y que se mantuvo ajeno a
cualquier medio de comunicación formal; El Período Crítico entre
1920 y 1930 cuando comenzó a haber una difusión intensa de for
mas musicales extranjeras sobre todo de la Argentina y de Nor
teamérica las cuales tuvieron un impacto notable sobre las formas
musicales criollas; y La Generación de Pinglo de 1930 a 1940 cu
yos integrantes logran asimilar ritmos y géneros extranjeros sin
perder la esencia popular de la música criolla. Llorens también ana
liza a la música criolla como expresión de los cambios sociocultu-
rales que experimentaba Lima en aquellos años.
El último tomo de Lima obrera comienza con el trabajo
del Demógrafo de la Universidad de Lima, José Luis Huisa, “ Lima
1900-1930: Aspectos demográficos”. El autor presenta una visión
de conjunto de una Lima que se transformaba demográficamente.
Se ve los contornos de esta transformación en cuanto a la expan
sión geográfica de la ciudad, y los cambios en la población en
términos numéricos, étnicos, educacionales, de las proporciones
de los sexos y de las edades, y ocupacionales. Huisa no se limita a
describir estos cambios sino que también analiza el impacto sobre
ellos del crecimiento demográfico vegetativo, la incidencia de
enfermedades contagiosas y la ola de migración provinciana. Ade
más, el autor hace un análisis sofisticado de la variedad de materia
les estadísticos empleados por él y por el resto del equipo de inves
tigación en que explica su valor como fuentes históricas a la vez
que señala sus limitaciones.
El Capítulo 2, “ Las condiciones de vida de los sectores po
pulares de Lima: 1900-1930” es de dos Economistas de la Univer
sidad de Lima, Augusto Cavassa e Isabel Hurtado. El enfoque cen
tral de su estudio es el grado dé satisfacción de las necesidades físi
cas de las masas urbanas. Para poder hacer conjeturas sobre eso,
Cavassa y Hurtado examinan a través de la época las variables de
niveles y clases de empleo, ingresos y costo de vida. En cada una
de ellas los autores nos demuestran con datos concretos los alcan
ces de la miseria de la Lima obrera que se traducía en términos de
altas incidencias de enfermedades, la carencia casi total de asisten
cia médica, la inestabilidad laboral crónica, y el trabajo casi obli
gatorio de las mujeres y los niños. Es más, ellos encuentran que
existía un grave deterioro en las condiciones de vida de los sectores
populares que, para el caso de muchos de ellos, ya estaba por de
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bajo de lo que se podría considerar un nivel de subsistencia.
El Capítulo 3, “ Los cambios en la población obrera de
Lima entre 1900 y 1930: Su relación con decisiones gubernamen
tales”, de Alejandro Caballero, experto en Educación de la Uni
versidad de Lima, hace una correlación entre la masificación de
Lima, las presiones generadas por las nuevas masas urbanas, y las
decisiones gubernamentales a los niveles del Estado y de la Munici
palidad de Lima. Caballero ha realizado la dura tarea de recolectar
todas las leyes nacionales y municipales que se relacionaban de al
guna forma con los sectores populares. Al mismo tiempo ha traza
do un esquema de las acciones más significativas de las masas po
pulares en los campos sociales, políticos, económicos y culturales.
Encuentra una relación estrecha entre decisiones y acciones que se
demuestra con particular fuerza en sus fascinantes gráficas.
El último capítulo, “ Los obreros textiles: condiciones y
contradicciones de un ‘nuevo proletariado’ ”, es un estudio a fon
do de uno de los sectores más destacados de la Lima obrera. Escri
to por la politicóloga Cynthia Sanborn de Harvard University, su
pera a los análisis anteriores de este grupo los cuales se limitaban
mayormente a recontar la historia política y sindical. Sanborn no
ignora estas áreas; más bien, las analiza desde la perspectiva mucho
más amplia de la vida cotidiana de los obreros textiles. Reconstru
ye esta vida en sus múltiples aspectos: el proceso de contratación
de los trabajadores, la estabilidad y movilidad laboral del sector;
la estructura de la producción en las fábricas; las condiciones de
trabajo; el trabajo de mujeres y niños; las relaciones “ humanas”
dentro de las fábricas tanto entre obreros como entre obreros,
maestros y gerentes; la evolución de las organizaciones obreras; la
tensión entre “ el arribismo” individual que producían los logros
materiales que alcanzaban los textiles por encima de todos los de
más sectores obreros y la identificación con el proletariado explo
tado; y la diversidad de expresiones culturales de los trabajadores
desde el teatro obrero hasta el fútbol. Sanborn pone especial énfa
sis en el pueblo textil de Vitarte donde se observaba más claramen
te los varios aspectos de la vida de los obreros textiles. Basándose
en una gran variedad de fuentes que incluye la prensa obrera, in
formes policiales y ministeriales, libros de actas de los sindicatos y
numerosas entrevistas a obreros textiles de la época, entre ellos
algunos líderes sindicales, Sanborn presenta una abundancia de de
talles sobre la vida de los textiles. Todo el capítulo está infundido
por el intento de mirar desde abajo, desde la fábrica, desde el
hogar textil.
27
Con tres tomós publicados sobre una diversidad de temas
dentro de un concepto llamado “ Lima obrera” quizás parezca algo
absurdo decir que esto sólo representa el comienzo y ciertamente
no el final del proyecto. En el curso de la investigación se creó el
Instituto de Investigaciones en Historia Económica-Social dentro
del CIESUL de la Universidad de Lima com o instrumento para
ampliar este proyecto y para apoyar a otros proyectos similares.
Ha seguido trabajando un equipo de investigación en varios aspec
tos adicionales de la Lima obrera con el mismo espíritu de apertu
ra, colaboración y compartimiento de información que ha carac
terizado a todo el proyecto. El trabajo de Sanborn sobre los tex
tiles, por ejemplo, servirá como modelo para trabajos sobre otros
sectores laborales como la construcción, el servicio doméstico, la
prostitución y el transporte. Siguen adelante estudios sobre la pre
sencia andina en Lima, la participación política de las masas urba
nas entre la época de Piérola hasta 1930, la evolución de la vivien
da popular, la religiosidad y la escolaridad en la Lima obrera. Espe
ramos que estos tres tom os marquen sólo el inicio de una serie de
publicaciones sobre el tema de la Lima obrera y otras áreas simi
lares.
28
CAPITULO II LA VIDA DE LUCHO SALDAÑA, O LA
RECONSTRUCCION DE UNA REALIDAD
HISTORICA A TRAVES DE SU
FICCIONALIZACION
i
Este capítulo representa un intento de utilizar la forma del
cuento para presentar limeños entre 1900 y 1930. Basándome casi
totalmente en fuentes primarias particularmente las estadísticas
contenidas en los censos y catastros de la época, he creado a un
personaje, una familia y una serie de circunstancias que reflejan las
estructuras y modalidades de la existencia de las masas urbanas de
estos años. La historia de Lucho Saldaña es una biografía com
puesta, semi-ficticia, que representa lo que se podría llamar un
personaje “típico”, como si realmente hubiera tal. De todos mo
dos, la descripción de una yida que puede haber sido relativamente
representativa revela algo de los orígenes sociales y étnicos de las
clases populares, la estructura de la familia obrera, los trabajos
disponibles, la vivienda popular y aspectos de las relaciones socia
les de este grupo. La imagen creada está lejos de ser completa. Más
bien, se enfocan las áreas tratadas con mayor detalle en las fuentes"
consultadas. Al final del capítulo he escrito un extenso ensayo en
que examino estas fuentes y explico en qué han sido basados los
personajes y situaciones del cuento.
Pero antes de comenzar, ¿por qué recurrir a la ficcionaliza-
ción para presentar lo que es esencialmente un estudio de historia
social? Hubiera sido probablemente más fácil y más lógico simple
mente indicar los porcentajes de los diferentes grupos étnicos, de
los tipos de vivienda, de las formas de empleo, etc. que regían para
los sectores populares.
Tengo varios motivos para sugerir esta forma alternativa de
exponer la historia social. En primer lugar, como gran proporción
del material del historiador social consiste en datos estadísticos, la
exposición tradicional de éstos tiende a girar alrededor de núme
ros, porcentajes, tablas y su explicación. Los trabajos resultantes
son muchas veces difíciles de leer, y en parte por eso parecen ser
tan esotéricos que sólo son consultados por otros profesionales de
la historia y de las ciencias sociales. Francamente me siento pertur
31
bado por esta especie de incesto intelectual. Nos esforzamos mu
cho en nuestras investigaciones y en presentar nuestros resultados,
y no debemos sentirnos conformes con la idea de que nuestros;
trabajos queden en los estantes de las bibliotecas para estar rara
vez abiertos.
La historia es en su esencia comunicación; la historia que
no comunica bien pierde gran parte de su valor. Si pensamos que
lo que escribimos es importante —y si no, por qué estamos escri
biéndolo— entonces debemos desear que ún gran número de perso
nas lo lean. El uso del cuento constituye una manera de hacer lle
gar la historia social a un público más amplio. Es interesante que
en años recientes en Latinoamérica los escritores de novelas y
cuentos no han titubeado en utilizar a la historia como base sus
tantiva de sus obras. Los casos de Mario Vargas Llosa, Carlos Fuen
tes, Gabriel García Márquez, Miguel Angel Asturias, Ernesto Sába-
to, y Jorge Amado son algunos de los ejemplos más obvios. Y ellos
siguen una larga tradición que tiene sus comienzos en los albores
de la literatura occidental. Uno solo tiene que pensar en Homero,
Virgilio, Cervantes o Shakespeare. Y en tiempos más recientes te
nemos a Dickens, Tolstoy y Zolá. Teniendo com o base el relato
histórico, todos ellos han captado y mantenido el interés de innu
merables lectores. Sin embargo, pocos historiadores han hecho
este mismo salto entre la historia y la literatura.
Yo propongo la ficcionalización como una modalidad, por
supuesto no la única, para llegar a un público más grande. En otras
palabras, sugiero la forma del cuento o de la novela para populari
zar la historia en el mejor sentido de esa palabra. Para los literatos,
la distancia entre el contenido de la literatura y la historia está
conscientemente minimizada. El historiador profesional serio pue
de hacer lo mismo. Los historiadores con estas metas pueden y
deben hacer uso de las metodologías más sofisticadas de investi
gación. Pero no es sólo aceptable sino deseable separar la investi
gación del acto de comunicación. Demasiados científicos sociales,
los historiadores entre ellos, se han olvidado de esta distinción
entre establecer los resultados de un estudio y comunicarlos.
En términos de la comunicación, la ficcionalización tiene
otra ventaja igualmente impqrtante: nos permite presentar las es
feras más subjetivas de la hi^soria, de la existencia humana. Cual
quier historia con pertinencia cultural tiene que necesariamente
tratar con las intenciones subjetivas de la gente. En efecto, es ine
vitable tocar lo subjetivo cuahdo buscamos las causas y efectos de
32
eventos y procesos históricos. Al hacer eso tenemos que dar nues
tros propios saltos especulativos que no siempre están com pleta
mente respaldados por los datos. Quiero decir que la subjetividad
es ineludible tanto en la esencia de la historia como en su interpre
tación. Por eso, criticar el recurso a la ficción como demasiado
subjetivo es algo ingenuo. Más bien lo que logra la ficcionalización,
y lo que la hace particularmente valiosa, es que permite tanto al
escritor como al lector penetrar la realidad histórica, la concien
cia de las personas tratadas. Así el escritor y el lector pueden expe
rimentar esa realidad al nivel emocional de los mismos seres histó
ricos.
A través del cuento o de la novela, podemos reconstruir lo
que alguien en el pasado puede haber dicho, pensado o sentido. Lo
que da valor histórico a esta creación es la veracidad y la efectivi
dad de la imagen presentada. Su mérito depende de su capacidad
para reproducir la gama de sensaciones y pensamientos del pasado
y su ingenio para hacer que el lector participe en ellos. En este sen
tido, la distinción entre la historia y la literatura desaparece. La
historia es literatura.
No debe extrañar que termino esta breve introducción con
la referencia de un literato. Mario Vargas Llosa comienza su obra
de teatro La Señorita de Tacna con un ensayo titulado, por coinci
dencia, “ Las mentiras verdaderas” . Su definición de la forma del
cuento no está muy lejos de la forma aquí propuesta de hacer his
toria social:
En este sentido, ese arte de mentir que efe el cuento
es, también, asombrosamente, el de comunicar una recón
dita verdad humana. En su indiscernible mezcla de cosas
ciertas y fraguadas, de experiencias vividas e imaginarias, el
cuento es una de las escasas formas —quizá la única— capaz
de expresar esa unidad que es el hombre que vive y el que
sueña, el de la realidad y el de los deseos.
sfc s{í :fc ifc
33
Lucho Saldaña nació en Lima en 1897. Fue el segundo de
dos hijos. Su madre había dado a luz cuatro veces, pero uno de los
hermanos murió al nacer, y una hermana vivió sólo hasta los nueve
meses, víctima de una enfermedad intestinal. Como su hermano,
Lucho fue hijo ilegítimo. Su padre y madre convivieron hasta que
él tuvo ocho años, y nunca se casaron. Después de que su padre los
abandonó para ir a vivir con “su otra familia”, Lucho apenas lo
veía.
Con una mezcla de sangre española e india corriendo por
sus venas, Lucho era como la mayoría de sus amigos y vecinos que
residían en el barrio del Rímac. En sus andanzas diarias por las
calles del Rímac, Lucho observaba la gran variedad racial que era
una característica distintiva de la Lima obrera. Estaba el frutero
mestizo, el verdulero chino con su puesto en la esquina, el barbero
japonés, la negra tamalera, la india que vendía pollos vivos, y los
mendigos mestizos que tocaban la guitarra y cantaban con la espe
ranza de recibir alguna moneda. Ahora, con cuarenta años cum
plidos, Lucho recordaba que en su niñez veía mayor cantidad de
negros y chinos que en los años posteriores. También notaba que
con el paso del tiempo había menos y menos blancos y más y más
mestizos.
En su juventud Lucho y su hermano Miguel tuvieron dos
años de escuela primaria. Aprendieron a leer y escribir pero no
pudieron continuar sus estudios porque tenían que buscar trabajo
para ayudar con las necesidades económicas de su casa. Antes de
cumplir los trece años Lucho había tenido una diversidad de tra
bajos eventuales. Lustraba zapatos a lo largo de la Plaza de Toros
de Ácho, hacía diligencias para el farmacéutico del barrio, y ayu
daba a una amiga de su madre que iba de casa en casa comprando
botellas y periódicos usados. Con la esperanza de aprender un ofi
cio, Lucho se hizo aprendiz de un carpintero, y comenzó a traba
jar en uno de los muchos pequeños talleres artesanales que emplea
ban a una gran proporción de las clases populares de Lima. Al igual
que la mayoría de sus compañeros de trabajo, Lucho se mudaba de
un taller a otro durante los próximos tres años sin conseguir un
puesto fijo. Su más larga permanencia fue de 18 meses cuando tra
bajó en un taller de carpintería.
Al comienzo, sus obligaciones para el maestro carpintero
diferían poco de sus experiencias de trabajo previas. No recibía
nada de instrucción en carpintería; más bien se le exigía efectuar
labores domésticas en la casa de su patrón. En verdad, el ambiente
patriarcal del taller le hacía recordar la vida anterior de su casa.
34
Después de un año de tareas domésticas, Lucho finalmente se gra
duó al taller. Comenzaba a trabajar a las siete de la mañana y mu
chas veces no terminaba hasta las diez u once de la noche. Lucho
sobrellevaba silenciosamente los rigores de esta existencia con la
esperanza de algún día convertirse en maestro carpintero. Admira
ba la situación de su patrón a quien consideraba poseer una vida
envidiable. El maestro carpintero había trabajado duramente para
poder ahorrar el dinero suficiente para comprarse sus propias he
rramientas, y había' finalmente podido establecer su propio taller,
A los ojos de Lucho, parecía tener pocas preocupaciones económi
cas. Aunque claramente era un miembro de las clases trabajadoras,
el maestro carpintero tenía ingresos suficientes para alquilar cuatro
cuartos en una quinta y tener a una empleada doméstica para ayu
dar en el lavado, la cocina y la limpieza general. Justo cuando
Lucho comenzaba a pensar que sería posible convertirse en el pa
trón de un taller de carpintería, vió todos sus sueños para el futuro
deshechos. Una súbita baja en la economía y en la demanda de
trabajo de carpintería hizo que el maestro carpintero redujera su
personal. Lucho fue el primero en ser despedido.
' Después de dejar el servicio de carpintero, fue aprendiz
por corto tiempo de un pintor, un zapatero, y un sastre, pero no
pudo permanecer en ninguno dé los trabajos por más de ocho me
ses. Finalmente decidió dejar el sector artesanal y buscar otra for
ma de empleo. Durante los próximos años trabajaba en diferentes
oficios como mozo, cargador de maletas, ayudante de plomero,
conductor de tranvía y finalmente obrero de construcción en va
rios proyectos por todo Lima durante la década de los veinte. A
través de la mayor parte de su vida en el trabajo hasta la Depresión
de 1930, había una constante demanda de trabajadores en Lima.
Lucho tenía poca dificultad en cambiarse de empleo, encontrando
siempre algo nuevo. Aunque nunca llegó a realizar su meta original
de convertirse en maestro carpintero, Lucho no se lamentaba. Sen
tía cierto orgullo por haber logrado una posición económica mejor
que la mayoría de sus vecinos a quienes les había sido imposible
conseguir cualquier forma de trabajo regular, siendo relegados a la
condición de barrenderos de calles, sirvientes domésticos, ambu
lantes o vendedores de “huachitos” de lotería.
Un trabajo que Lucho nunca había tenido era el de obrero
industrial. Cuando comenzó en el taller de carpintería en 1910,
sólo una pequeña porción de los sectores populares urbanos traba
jaba en el sector industrial; una excepción importante consistía en
aquellos empleados en las industrias de artes y oficios representa
35
dos por los talleres de artesanía. Con la llegada de la Primera Gue
rra Mundial y sus efectos en la econom ía peruana, las industrias
manufactureras, particularmente la industria textil, crecieron y pu
dieron emplear a un número cada vez mayor de trabajadores. El
crecimiento industrial vino acompañado de una expansión en el
tamaño y el poder de las organizaciones sindicales que llevó a un
desnivel cada vez más pronunciado entre los trabajadores organi
zados y los no-organizados. Lucho se quejaba frecuentemente del
hecho de que nunca hubiera podido conseguir un empleo que le
hubiera dado la oportunidad de ser miembro de un sindicato. Veía
que a través de la actividad sindical los obreros organizados habían
podido obtener logros concretos no compartidos por los no-organi
zados. Los sindicatos habían ganado para sus miembros la jornada
de ocho horas, mejores condiciones de trabajo en las fábricas y
protección de los excesos de los gerentes. Donde más se veía las
diferencias era en los sueldos. Los sindicatos habían sido relativa
mente exitosos en lograr convenios favorables para sus miembros
al punto que los trabajadores organizados ganaban casi el doble
que los no-organizados.
A pesar de todos sus logros, aún los obreros sindicalizados
vivían en la pobreza, siendo la situación peor para la mayoría de
los trabajadores no-sindicalizados que formaban las masas popula
res de Lima. Lucho siempre comentaba a Margarita, la mujer con
la que convivía desde los veinte años, que nunca podía ganar sufi
ciente dinero para sentir alguna medida de seguridad económica,
aun después de obtener un trabajo de construcción regular y bien
remunerado. El aumento constante en el costo de vida, especial
mente después de 1920, hizo que su sueldo fuera escasamente ade
cuado para cubrir sus necesidades mínimas diarias. En 1928, por
ejemplo, Lucho ganaba 3 soles diarios, lo que significaba 75 soles
mensuales. Gastaba el 60% de su sueldo en comida y el 25% en vi
vienda. El resto era apenas suficiente para pagar ropa y otras nece
sidades de su familia de cinco. Siempre se encontraba endeudado
con el bodeguero, el sastre, el farmacéutico y el zapatero. Temía
muchísimo que llegara el día que por accidente, enfermedad o cri
sis económica perdiera su trabajo. Le repetía siempre a Margarita
aue estarían perdidos si esto les llegara a suceder.
Los límites sobre la vida de Lucho y su familia se refleja
ban mejor en el tipo de vivienda que podían ocupar. Soñaba con
el día en el cual pudiera comprar un pequeño lote de tierra para
construir su propia casa, pero los 16 a 18 soles que él dedicaba
36
cada mes para alquiler eran apenas suficientes para proporcionarle
uno o dos cuartos en un callejón. Los callejones de la época de
Lucho eran de diferentes formas. El más común se conformaba
de un largo pasadizo saliendo de la calle, con edificios estrechos de
una planta a los dos lados, divididos en apartamentos de uno o
dos dormitorios. Estas filas apretadas de cuartos por lo general
abarcaban el largo de toda una manzana con entradas de dos calles,
o sólo abarcaban media cuadra, terminando abruptamente en una
pared de adobe. Existían también callejones en que las filas de
cuartos se desviaban de un lado a otro dentro de la manzana.
Dos otros tipos comunes de vivienda de los sectores popu
lares eran las casas subdivididas y casas de vecindad. Una casa sub-
dividida era un solar colonial o de comienzos de la República que
había sido abandonado por sus propietarios de la clase alta y sub-
dividido en una serie de pequeños cuartos para convertirse en vi
vienda de familias pobres. Por lo general tenían dos plantas y
dos o tres patios interiores. La elegancia exterior de estas residen
cias escondía un caos interno de cuartuchos minúsculos con menos
espacio aun que los apartamentos de los callejones. Las casas de
vecindad ofrecían condiciones algo mejores. Habiendo sido origi
nalmente construidas com o edificios de alquiler para las clases
pobres, sus dos plantas tenían departamentos de dos o tres dormi
torios que se extendían alrededor de un patio central.
El resultado de la concentración del mayor número de ha
bitantes en el menor espacio posible fue un terrible problema de
sobrepoblación en la Lima obrera. Una familia típica de clase po
pular —formada de una madre, a veces de un padre, abuela y/o
abuelo, y de niños grandes y pequeños— casi siempre vivía en una
sola habitación estrecha. Los que vivían en callejones y casa de
vecindad generalmente tenían más espacio que los que vivían en
casas subdivididas. En cuanto la familia crecía, el espacio físico de
cada miembro de la familia disminuía. En todos estos tipos de vi
vienda había poca relación entre el tamaño de la casa y el tamaño
de la familia. Lucho se acordaba, por ejemplo, que en uno de los
callejones en el que él había vivido, había un grupo de 14 personas
apiñadas en dos cuartos pequeños. En sus moradas de uno o dos
dormitorios, algunas veces divididas por cartones y hasta sábanas,
familias grandes y pequeñas veían nacer a sus hijos y velaban a
sus muertos. Aunque muchos se mudaban por lo menos tres o cua
tro veces durante sus vidas, consideraban a sus cuartos de callejón,
de casa subdividida, o de casa de vecindad como sus viviendas per
37
manentes.
Durante su vida Lucho Saldaña residió en cuatro diferentes
callejones y en una casa subdividida. Cuando niño vivió con su ma
dre y hermano en un callejón llamado San José. Al lado del río Rí-
mac, se hallaba en suelo extremadamente húmedo; el aire del calle
jón estaba cargado de humedad del río y del fuerte olor de dos
excusados abiertos. El corredor central de la vivienda bordeado de
25 pequeñas habitaciones a cada lado, había sido originalmente
pavimentado con ladrillos y piedras pequeñas, pero el continuo
uso y la falta de mantenimiento durante años había llevado al de
terioro de mucho del pavimento. En los días lluviosos, o cuando
las mujeres colgaban sus ropas mojadas para secarse al sol, charcos
de barro aparecían en el piso desigual del corredor. El callejón te
nía dos grandes botaderos con dos caños de agua que suministra
ban las necesidades de los 127 habitantes. Cada apartamento de
paredes de adobe tenía pequeñas puertas y ventanas que permi
tían solamente una mínima ventilación y luz.
Cuando a la edad de veinte Lucho comenzó a vivir con
Margarita, pasaron su primer año juntos con su madre. Después de
eso, se mudaron a un callejón llamado La Alegría. Un pequeño
complejo con sólo 7 cuartos y 24 habitantes, sus habitaciones te
nían aun menos espacio que aquellas del Callejón San José y reci
bían luz sólo a través del tragaluz que había por encima de cada
puerta. Para obtener algún alivio de las condiciones estrechas, los
residentes vivían la mayor parte de sus vidas en el pasillo de dos
metros de ancho que se extendía a lo largo del callejón, llenándolo
de sillas, lavaderos, ollas de cocina, y animales domésticos. Miran
do desde la calle, La Alegría parecía un laberinto de animales, gen
te y muebles viejos. Y lo que era peor, estaba situado delante de
un establo; el olor del excremento de los caballos y muías que cu
bría la calle inundaba la atmósfera de La Alegría.
Después de vivir cuatro años allí, Lucho comenzó a buscar
una casa mejor. Había conseguido un trabajo fijo y Margarita ha
bía tenido dos hijos. Los dos sentían que podían pagar algo mejor
y que necesitaban más que el pequeño cuarto de La Alegría. Des
pués que Lucho buscó por varias semanas, la familia se mudó al
Callejón Roberto. Sus 18 cuartos proporcionaban vivienda a 44
personas. El Callejón Roberto tenía cuartos ligeramente más gran
des que los de La Alegría, pero sus residentes también vivían bajo
condiciones de estrechez y confusión. La luz del sol nunca entraba
por su estrecho corredor central que estaba cruzado por sogas
llenas de ropa secándose. En el cuarto de Lucho, por ejemplo, aun
38
al medio día, no había suficiente luz natural para distinguir las
imágenes de Jesús y de Santa Rosa que Margarita había colgado en
la pared con tanto cuidado. Al fondo del callejón había un sólo
caño con botadero que proveía un chorrito escaso de agua a las
mujeres que diariamente hacían cola con bandeja en la mano.
Lucho y su familia vivieron en el Callejón Roberto durante
siete años. Una enfermedad prolongada que había mantenido a
Lucho sin trabajo durante varios meses finalmente los obligó a bus
car vivienda más barata. Se mudaron a una gran casa colonial sub-
dividida conocida como la Casa del Pescante cuyos 172 cuartos al
bergaban a 353 personas. Era evidente por los restos de los delica
dos balcones de madera y grandes portales adornados que en su
día La Casa del Pescante había sido una mansión suntuosa. Pero
para Lucho y su familia cuando llegaron les pareció un infierno de
pequeños corredores cubiertos, escaleras irregulares en varios esta
dos de deterioro, más corredores oscuros, y cuartos diminutos es
parcidos por todas partes. Alojándose en uno de estos cuartos en el
segundo piso, la familia tenía aún menos espacio que en su primera
casa de La Alegría. Al comienzo, Margarita se asustaba por las no
ches del sonido de las pisadas de los que subían las escaleras cru
jientes. Y Lucho maldecía cada vez que se tropezaba en algún hue
co del piso de madera agujereada afuera de su cuarto. Cuando Mar
garita o sus hijos se quejaban, Lucho trataba de apaciguarlos insis
tiendo en la conveniencia de tener una bodega, una sastrería y un
zapatero en el primer piso de la casa. Pero Margarita no se ablanda
ba y seguía quejándose de los animales pestíferos, de la suciedad
de las cocinas de carbón, de las sillas destartaladas, de los niños
hambrientos y llorosos y de las mujeres escandalosas que llenaban
los corredores ruidosos.
Tan pronto como Lucho pudo encontrar de nuevo un tra
bajo relativamente seguro y bien pagado en la construcción, él,
Margarita y sus dos hijos se mudaron de la Casa del Pescante a un
callejón llamado Montañón. Esta residencia fue la mejor que Lu
cho había jamás tenido. Con 36 cuartos y 135 habitantes era ex
tremadamente sobrepoblada como sus viviendas anteriores, pero
tenía la ventaja de poseer un gran patio bien ventilado en la parte
delantera, un corredor central de 4 metros de ancho y cuartos más
amplios con corrales pequeños atrás para el cultivo de legumbres o
el mantenimiento de animales domésticos. El estado general del
Montañón era muy superior a las otras casas de Lucho. El corredor
central y los pisos de cada apartamento estaban pavimentados con
grandes piedras redondas y todas las paredes habían sido reciente-
39
mente pintadas con cal. Este callejón contaba con bastante luz en
el corredor y en los patios, pero como sólo tenía ventanas peque
ñas, cada cuarto quedaba oscuro. A pesar de tener un sólo caño
para 135 personas, Margarita quiso aprovechar del mayor espacio
en el Montañón para tomar lavado de la calle y así incrementar
los ingresos de la familia. Lucho agradecía sus esfuerzos y sabía
ciertamente que el dinero extra del lavado sería una ayuda para
afrontar el constante aumento en el costo de la vida, pero malde
cía cada vez que se tropezaba con la bandeja grande de madera
de Margarita y con la ropa mojada que ella había colgado en su
cuarto para secarse en los días lluviosos de invierno.
Además de tener que soportar vivir siempre en espacios
muy limitados, Lucho y su familia también padecían con la alta
incidencia de enfermedades reinante en las viviendas de las clases
populares. La mayoría de lo* que construían callejones o que di
vidían sus viejas casonas daban mayor consideración a la ganancia
que a la higiene. En muchas de estas viviendas existía un sólo caño
con botadero para el uso en algunos casos de 500 habitantes. Este
era utilizado día y noche, obligando a muchos a salir al exterior
a un espacio abierto para hacer sus necesidades. El excremento hu
mano que se acumulaba era la causa mayor de las enfermedades
intestinales que abundaban en estas viviendas. Los desagües que
atravesaban por el medio de muchos de los callejones intensifica
ban el problema de las enfermedades. Al mismo tiempo que se .
utilizaban para arrojar basura y como reservados, sus aguas tam
bién eran empleadas para lavar ropa, para cocinar y a veces para
beber. Además, las apretadas habitaciones y la limitada ventila
ción de la mayoría de las viviendas de las clases populares aumen
taban el índice de tuberculosis y de otras afecciones respiratorias.
La falta general de salubridad junto cqn la construcción defectuo
sa de las casas —se utilizaba adobes confeccionados con excremen
to de animales— estimulaban la proliferación de ratas e insectos,
portadores de toda clase de enfermedades. En suma, el exceso de
población y la falta casi absoluta de facilidades sanitarias llevaron
a un alto porcentaje de mortalidad entre las masas urbanas afec
tando particularmente a la niñee. Casi no pasaba un año sin que la
familia de Lucho no fuera atacada por alguna enfermedad seria, y
dos de sus hijos fallecieron con djsentería y tifoidea.
Lucho encontraba poca Comodidad física o espiritual en el
cuarto obscuro y húmedo qye ¡cbmpartía con su mujer, sus dos hi
jos, su suegra y su abuelo. Muebles de todas las edades y estilos
que él y Margarita habían cuidadosamente juntado a través de los
40
años llenaban el departamento. Un sofá, testigo de mejores tiem
pos, con su tapiz de seda desteñido y sus resortes crujientes, rete
nía lo suficiente de su elegancia anterior para parecer fuera de sitio
entre sillas burdas de madera —algunas con patas rotas— una vieja
mesa, dos camas de segunda mano con colchones de paja y un ar
mario sin puerta lleno de ropa raída. Al regresar a casa después de
un día de mucho trabajo, Lucho trataba sin éxito de cerrar sus
oídos a las interminables quejas de su mujer y de su suegra sobre
toda clase de asuntos desde las enfermedades de sus hijos hasta la
constante escasez de agua del único caño del callejón. En voz baja
Lucho agradecía a Dios que por lo menos su abuelo era un hombre
callado que daba pocos problemas.
Lo que más le disgustaba a Lucho sobre la vida de callejón
eran las constantes discusiones y peleas que se entablaban entre los
residentes que vivían en condiciones tan estrechas. Parecía que
ningún día pasaba sin que hubiera alguna pelea entre las mujeres, y
los niños nunca se cansaban de pegarse el uno al otro. El caño que
era el centro de la vida social del callejón era también por lo gene
ral el centro de los conflictos. Las mujeres se empujaban para ser
las primeras en la cola, y frecuentes luchas verbales y físicas hubie
ron. Lucho se acordaba mucho del día en que una Margarita lloro
sa le salió al encuentro para contarle que cuando había salido a
enjuagar su ropa, la mujer del No. 12 le había colocado una baceni-
ca sucia encima de su ropa limpia. Cuando Margarita comenzó a
insultarla, la mujer cogió una piedra pesada y se la tiró golpeándole
en la espalda. Mientras Margarita buscaba como defenderse, las
otras mujeres presentes pararon la peleá. A la mañana siguiente
Lucho, con toda la cólera encima, se despertó a las 5:00 a.m.,
vació un gran barril que usaba para guardar artículos de la casa y lo
llevó al caño. Pacientemente esperaba mientras que el agua goteaba
llenando el barril lentamente. Durante las dos horas que duró este
procedimiento, Lucho no permitió a nadie llenar ni siquiera la olla
más pequeña. Finalmente regresó soberbiamente a su casa, sin
importarle los insultos murmurados de las mujeres que esperaban.
Aun de noche cuando las peleas y las discusiones habían
cesado afuera, los chismes más severos fueron el tema de la con
versación detrás de la puerta cerrada de cada habitación. Margarita
siempre comentaba a Lucho que sus vecinos no eran “ gente de
buenas costumbres”. Se quejaba que el hijo de la mujer del No.
10 siempre estaba pegando a los niños menores: “ El debería estar
trabajando, ayudando a su familia y no juntándose con todos esos
palomillas.” Un tema favorito de los chismes de todo el callejón
41
era la mujer que vivía en el No. 16 que siempre estaba peleándose
con su marido. Todos podían oír sus gritos cuando él le pegaba al
regresar a casa y encontrar hombres extraños en su habitación to
mando cerveza. Muchas veces ella se escapaba al corredor central
del callejón y allí, delante de todos, recibía los golpes de su marido
enfurecido. Después de estos incidentes, ella comentaba con las
mujeres que le escuchaban ávidamente que tenía que ver a otros
hombres, porque la cantidad miserable de dinero que aportaba su
marido como vendedor ambulante no era suficiente ni para pagar
la comida de sus tres hijos. Aun así usualmente sólo comían dos
veces al día: una taza de café con un pedazo de pan por la mañana,
y arroz con frijoles o papas y más café a las 2 p.m. Cuando tenía
un poquito de dinero adicional, salía por las tardes para comprar
algunos bizcochitos para sus hijos. A pesar de que los residentes
del callejón siempre se referían el uno al otro en sus chismes dia
rios, y las mujeres conversaban horas de horas delante del caño de
agua, pocas familias hacían amistades duraderas. La desconfianza
mutua reinaba entre las familias del callejón.
Las experiencias de Lucho Saldaña, su trabajo y sus con
diciones de vida, eran las mismas de la mayoría de la población de
la Lima obrera. Su historia es la historia de un hombre —o de un
grupo de hombres— quienes percibieron relativamente pocos cam
bios en sus vidas durante las primeras décadas de este siglo. Ellos
afrontaban diariamente los mismos problemas, las mismas penu
rias, las mismas inseguridades. Sin embargo, mientras Lucho y sus
compañeros tal vez no se hubieran dado cuenta, el período de
1915 a 1930 marcó üna era de cambio casi revolucionario en la
ciudad capital. Lima se extendió geográficamente y demográfica
mente a un paso acelerado. Y más importante, las masas urbanas
crecieron durante estos años a números sin precedente. Transfor
mados en tamaño, composición e importancia, como grupo ellos
comenzaron a asumir un nuevo rol en la vida política, social y eco
nómica de la nación.
FUENTES Y METODOLOGIA
Existe una gran diversidad de fuentes valiosas para el estu
dioso de la historia urbana-social de América Latina. En el caso
particular de Lima de comienzos del siglo veinte, los materiales dis
42
ponibles que incluyen los censos de 1908, 1920, y 1931 muestran
que el tamaño promedio de la familia limeña era relativamente pe
queño. El promedio del tamaño familiar aumentó sólo ligeramente
de 4.1 en 1920 a 4.57 en 1931 mientras que en ese último año la
familia de las áreas más pobres de la ciudad contaba, en términos
promedios, con 4.29 miembros. Véase:
Perú, Ministerio de Hacienda, Resumen del censo de
las Provincias de Lima y Callao levantado el 17 de di
ciembre de 1920 (Lima, 1927), pp. 183-185; y Perú,
Censo de las Provincias de Lima y Callao levantado el
13 de noviembre de 1931 (Lima, 1932), p. 40.
También es notable el número de familias de clase popular
afectadas por la mortalidad infantil y por enfermedades en general.
En 1908, por ejemplo, de 2,839 madres que declararon haber dado
a luz a 3 niños, sólo 905, o aproximadamente un tercio, tenían
tres hijos sobrevivientes. Las proporciones de niños sobrevivientes
disminuían aún más en cuanto el tamaño de la familia aumentaba.
Véase:
Perú, Dirección de Salubridad Pública, Censo de la
Provincia de Lima (26 de junio de 1908), (Lima,
1915), Vol. II, pp. 990-91.
Los censos de Lima de 1908 y 1930 indican que aproxima
damente 2/3 de los niños de los sectores populares eran ilegítimos,
uno entre muchos indicadores de la gran frecuencia de relaciones
informales entre hombre y mujer y el poco recurso al matrimonio
formal. Véase:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, p. 232; Perú, Cen
so de Lima 1931, pp. 130-131; y Boletín municipal
de Lima, 1900-1930, que contiene registros muy de
tallados sobre matrimonios.
Las estadísticas sobre los cambios en la composición étnica
de Lima en la época deben ser tratadas con cuidado, ya que el mar
gen de error es muy alto. En el censo de 1931, por ejemplo, los
cuestionarios fueron llenados por los encuestados y no por los que
tomaban el censo. Con gran frecuencia los mestizos y los indios se
autodenominaban blancos. Es dudoso que los resultados fueran
mucho más acertados si los cuestionarios hubieran sido llenados
por los que tomaban el censo, quienes encontraban extremada
mente difícil juzgar características raciales. Los materiales que fue
ron consultados para la composición racial de los sectores popula
43
res de Lima fueron:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, pp. 90-97; Perú,
Censo de Lima 1920, pp. 118-25; y Perú, Censo de
Lima 1931, pp. 92-94. Véase también: Enrique León
García, Las razas en Lima (Lima, 1909), especialmen
te pp. 14-15, 40 y 69; Pedro M. Benvenutto Murrieta,
Quince plazuelas, una alameda y un callejón (Lima,
1932), p. 137; José G. Clavero, Demografía de Lima
en 1884 (Lima, 1885), p. 29; José Luis Caamaño,
Apuntes limeños, (Lima, 1935); y Eleuterio Vigil Pe-
láez, El Callao de ayer y de hoy (Callao, 1946).
En,términos de empleo, la población mestiza se agrupaba
en ocupaciones manuales como artesanía, trabajo industrial y
transporte. Muy pocos mestizos, negros o indios eran propietarios
en Lima, y las ramas de comercio, abogacía, medicina y educación
fueron dominadas por los blancos: “Esas profesiones que ganan el
más alto ingreso o producen el más alto prestigio social son prefe-
rencialmente-ejercidas por blancos.” León García, Las razas, p. 20.
Entre 1900 y 1930 el alfabetismo era notablemente alto en
las áreas urbanas de Lima. En 1908 la proporción de alfabetismo
de la población masculina y femenina de la ciudad mayor de 6
años fue de 76% con un total de analfabetismo calculado en 18.3%
(el otro 5.7% era constituido por las categorías de semialfabetiza-
dos y sin datos). Hacia 1920 el analfabetismo había disminuido a
9.6%. En 1931 se elevó ligeramente a 11%, llegando a 13.6% en el
barrio popular del Rímac. Este aumento parece haber sido el resul
tado de la migración a la ciudad de una población rural menos edu
cada. Si la edad mínima es aumentada de 6 a 10 años, el analfabe
tismo declina a 9.6% en 1931. Una de las razones del alfabetismo
significativo fué la alta proporción de asistencia escolar. En 1931,
por ejemplo, 72% de los niños limeños en edad escolar había reci
bido algo de educación formal. Véase:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, pp. 370-76 y Vol.
II, pp. 894-900; Perú, Censo de Lima 1920, pp. 139
46; y Perú, Censo de Lima 1931, pp. 150-66.
Un excelente examen de las condiciones de trabajo de las
masas urbanas a comienzos de siglo se encuentra en Joaquín Cape
lo, Sociología de Lima (Lima, 1895), Vol. II, pp. 39 y 43-45. Las
descripciones de Capelo paralelan estrechamente otras posteriores
de 1920.y 1930 de:
44
Ricardo Martínez de la Torre, Apuntes para una inter
pretación marxista de historia social del Perú, (Lima,
1947), pp. 74-75; José Carlos Mariátegui, Temas de
educación (Lima’ 1930) pp. 138-39; y Magali Sarfatti
Larson y Arlene Eisen Bergman, Social Stratification
in Perú (Berkeley, Calií., 1969), p. 105.
Datos sobre la estructura general de empleos de Lima pue
den ser encontrados en:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. II, pp. 906-43; Perú,
Censo de Lima 1920, pp. 163-82; Perú, Censo de Li
ma 1931, pp. 192-207; David Chaplin, The Peruvian
Industrial Labor Forcé (Princeton, N.J., 1968), p.
279; y Federico Debuyst, La población en América
Latina (Madrid, 1961), pp. 125 y 128.
Material sobre las categorías económicas de empleos para
clases populares es derivado de:
Santiago Basurco y Leónidas Avendaño, “Informe
emitido por la comisión encargada de estudiar las con
diciones sanitarias de las casas de vecindad en Lima,
primera parte”, Ministerio de Fomento, Dirección de
Salud Pública, Boletín, III: 4, (30 de abril, 1907), 33
35; Pedro Reyes, A la Capital (Lima, 19 ?), p. 46; El
Perú, enero 20, 1931, p. 1; Hugo Marquina Ríos,
“ Cincuenta casas de vecindad en la Avenida Francisco
Pizarra”, en Carlos Enrique Paz Soldán, Lima y sus
suburbios (Lima, 1957), p. 78; y Benvenutto Murrie-
ta, Quince plazuelas, p. 318.
Los cambios frecuentes de empleo eran muy comunes y
parece que no era muy difícil encontrar trabajo durante la mayor
parte del período entre 1900 y 1930. Como Arturo Sabroso señaló
en una entrevista con el autor: “ Para cambiar de trabajo lo único
que teníam os que hacer era revisar los anuncios”, (26 de febrero
1971). Véase también El Comercio, 10 de diciembre, 1931, p. 2.
Aparentemente el mercado laboral comenzó a saturarse a media
dos de los años veinte debido al flujo a la ciudad de grandes núme
ros de migrantes rurales, y por consiguiente, la demanda de trabajo
en sectores como la industria de la construcción bajó estrepitosa
mente. Véase:
Alberto Alexander, Las causas de la desvalorización
de la propiedad urbana en Lima (Lima, 1932), pp. 12
13.
45
Las diferencias entre los trabajadores sindicalizados y los
no-sindicalizados se describen en:
El obrero textil, V: 62, (Junio, 1924), 2. Arturo Sa
broso, Réplicas proletarias (Lima, 1934), pp. 38-39;
Leoncio M. Palacios, Encuesta sobre presupuestos fa
miliares obreros realizada en la ciudad de Lima en
1940 (Lima, 1944) pp. 112-14; Martínez de la Torre,
Apuntes para una interpretación, Vol. II, p. 353; y
Enrique Echecopar, Aptocracia, (Lima, 1930), p. 79.
Información sobre los ingresos de la clase trabajadora y los
gastos puede ser encontrada en:
Martínez de la Torre, Apuntes para una interpreta
ción, Vol. I, pp. 22 y 108-109; Federico Ortiz Rodrí
guez, “ Páginas del pueblo”, Mundial, VI: 251, (3 de
abril, 1925), 32; Basurco y Avendaño, “Casas de ve
cindad”, 35; Ernesto Galarza, “ Deudas Dictadura y
Revolución en Bolivia y el Perú”, Foreign Policy
Reports, (13 de mayo de 1931), 116; y Lawrence
Dennis, “What Overthrew Leguia: The Responsibility
of American Bankers for Peruvian Evils”, The New
Republic, LXIV: 824, (17 de septiembre 1930), 117
118.
Que la mayoría de las clases populares de Lima vivía en ca
llejones, casas de vecindad o casas subdivididas en las primeras dé
cadas del siglo XX está demostrado en:
Basurco y Avendaño, “ Casas de vecindad”, passim;
Jorge Basadle, Historia de la República del Perú, 6ta.
edic., (Lima, 1968-69), Vol. XII, p. 249; Benven” Jto
Murietta, Quince plazuelas, p. 209; Alberto Ale> ?.n-
der al Director de Salubridad en Boletín de la D i c
ción de Salubridad Pública, Segundo Semestre,
(1926), 185; J.P. Colé, Estudio geográfico de la gran
Lima (Lima, 1957), pp. VII-18; y José Muñoz y Die
go Robles, Estudio de tugurios en los distritos de Je
sús María y La Victoria (Lima, 1968), p. 68.
La descripción de los rasgos arquitectónicos de los callejo
nes está derivada de:
El Tunante (Pseud.) Abelardo Gamarra, Lima: unos
cuantos barrios y unos cuantos tipos (Lima, 1907),
pp. 22-23; Benvenutto Murrieta, Quince plazuelas,
46
p. 270; Basurco y Avendaño, “Informe emitido por la
comisión encargada de estudiar las condiciones sanita
rias de las casas de vecindad en Lima, segunda parte”,
Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad Pú
blica, Boletín, III: 5 (31 de mayo, 1907), 55-57; Mar-
quina Ríos, “ Cincuenta casas de vecindad”, p. 79; y
Oscar Romero Fernández, “ Un espacio urbano libre:
La Alameda de los Descalzos”, en Paz Soldán, Lima,
p. 100. r
También una serie de conversaciones con el conocido ar
quitecto e historiador de Lima Juan Gunther en Mayo de 1971, y
observaciones personales de las viviendas actuales de las clases po
pulares en Lima —muchas de ell^s son las mismas que aquellas des
critas en las fuentes del período 1900-1930— fueron inmensamen
te útiles para el entendimiento de la estructura de estas casas. Mu
ñoz y Robles, Tugurios, es un estudio excelente en dos zonas, La
Victoria y Jesús María, de la Lima más reciente. Es interesante no
tar los paralelos sobresalientes entre los callejones del tiempo en
que esto fue escrito y aquéllos que existieron 70 años atrás. Su
comparación demuestra la mínima evolución sufrida por este tipo
de vivienda en el transcurso del tiempo. Véase especialmente pp.
50-51. Para los planos de ios varios tipos de callejones véase:
Alberto Alexander, Los problemas urbanos de Lima
y su futuro (Lima, 1927), Tabla VII; y Pedro E. Pau-
let, Directorio anual del Perú, Vol. I, Provincias de Li
ma y El Callao (Lima, 1910-11), p. 190.
La proliferación de callejones, casas subdivididas y casas de
vecindad no fue un fenómeno nuevo en la Lima de principios del
siglo XX. Los primeros callejones de la ciudad crecieron a lo largo
de las grandes mansiones de las familias adineradas durante el siglo
XVIII. Estimulados por un aumento general de la población urba
na y una escasez de vivienda en el área metropolitana, muchos pro
pietarios de grandes casas coloniales construyeron una serie de
cuartos pequeños en terrenos desocupados al lado de y atrás de sus
viviendas en tierras que anteriormente habían sido utilizadas para
el cultivo de legumbres. Después, la forma de callejón fue adopta
da a través de todo Lima como la manera más económica de amon
tonar a cuantiosos números de personas en las grandes cuadras que
dividían el área central de la ciudad. La diseminación de las casas
subdivididas y de las casas de vecindad fue particularmente visible
en la última parte del siglo diecinueve cuando se hizo cada vez más
47
aparente a las clases propietarias que la construcción de vivienda
de alquiler barato prometía ser una inversión lucrativa. Un produc
to del renovado interés en este tipo de construcción fueron las ca
sas de vecindad de las cuales el “ entrepreneur” norteamericano
Henry Meiggs fue uno de los primeros promotores. Una forma más
común de vivienda que estos primitivos edificios de apartamentos
para los sectores populares fueron las casas subdivididas que cre
cieron en número especialmente después de 1900 cuando las clases
altas de Lima comenzaron a mudarse de la parte central de la ciu
dad a los suburbios cercanos. Ellos subdividieron sus viejas casas en
viviendas minúsculas para las familias de las clases pobres. El alqui
ler obtenido de un callejón, de una casa subdividida, o de una casa
de vecindad proporcionaba un ingreso constante y seguro para su
propietario.
Información sobre la historia de la vivienda de los sectores
populares de Lima fue obtenida de:
José Gálvez, Estampas limeñas, 2da. ed. (Lima,
1966), pp. 109-110; Juan Günther, entrevista, mayo
18, 1971; Tunante, Lima barrios, pp. 21-22; Marqui-
na Ríos, “Cincuenta casas de vecindad”, p. 79; y El
Perú, 12 de enero, 1931, p. 1.
Basurco y Avendaño en su estudio admirable sobre las vi
viendas de la clase baja de Lima en 1907 estimaban que en toda la
ciudad un 66.7 por ciento de la población vivían en viviendas so-
brepobladas e insuficientes. Ellos también afirmaban que su inves
tigación demostraba que, “ la sobrepoblación y la vida de callejón
coexisten”. Véase: Basurco y Avendaño, “ Casas de vecindad, pri
mera parte”, 24-27. Datos má6 recientes sobre densidad de pobla
ción reafirman sus conclusiones. Véase:
Colé, Estudio geográfico, pp. V-16-17; Romero Fer
nández, “ Espado.urbano libre”, p. 100; y Muñoz y
Robles, Tugurios, pp. 52-53.
De acuerdo a Muñoz y Robles, p. 53, aquéllos que en los
años sesenta vivían en casas subdivididas tenían aun menos espacio
que los habitantes de callejones. Para más información sobre las
condiciones de hacinamiento características de las viviendas popu
lares limeñas, véase:
Rómulo Eyzaguirre, “Influencia de las habitaciones
de Lima sobre las causas de su mortalidad”, Boletín
del Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad
Pública, II: 1, (31 de enero, 1906), 23-52; Tunante,
48
IWIVMSÍDAD N. M. Dg SAN MAR O 0 8
EMflEC. DE BIBLIOTECA Y PUBLICACIONES
Lima barrios, p. 23; Richard W. Patch, Life in a
Callejón”, American Universities Field Staff Reports
(West Coast South America Series), VIII: 6, (junio,
1961), 1; Martínez de la Torre, Apuntes para una in
terpretación, Vol. I, pp. 77-78; y Basurco y Avenda
ño, “ Casas de vecindad, primera parte”, 113-120.
Las descripciones de las diversas residencias de Lucho Sal-
daña fueron destiladas de la encuesta detallada hecha casa por^casa
de las viviendas populares de Lima por Basurco y Avendaño, Ca
sas de vecindad, primera parte”, 38-107. Sobre las condiciones ge
nerales de vivienda de las masas urbanas véase también: Gálvez,
Estampas limeñas, p. 109; Muñoz y Robles, Tugurios, p. 7; y El
obrero textil, III: 36, (julio del 1-15, 1922), 3-4.
Muñoz y Robles, Tugurios, pp. 54-64 y 69, que contiene
datos específicos sobre los materiales empleados en la construc
ción de tugurios, afirman que con el transcurso de los años el
único cambio ha sido el reemplazo de pisos de piedra y de tierra
por pisos de concreto. Las paredes de los callejones, las casas
subdivididas y las casas de vecindad continúan siendo de adobe, y
la madera sigue predominando en la construcción de los techos.
También demuestran que ha habido poco progreso en el área de
la instalación de cañerías, con los residentes en siete de cada diez
callejones aún teniendo que compartir el agua, el desagüe y los re
servados. Véase pág. 56.
Información general sobre las condiciones de salud entre
los pobres de Lima se encuentra en:
Basurco y Avendaño, “Casas de vecindad, primera
parte”, 6-7, 58-59 y 108-111; La Tribuna, 5 de julio
de 1931, p. 4; Patria, 2 de julio, 1931, p. 2; Tunante,
Lima barrios, pp. 20 y 22; y Romero Flores, “Espacio
urbano libre”, p. 99.
Un estudio detallado sobre la correlación entre la vivienda
de los sectores populares, las enfermedades y la alta mortalidad es
el de Eyzaguirre, “Influencia de la habitación”, véase especialmen
te 44-48.
Información sobre los rasgos internos de la vivienda pro
viene de:
Basurco y Avendaño, “ Casas de vecindad, primera
parte”, 109-10; Marquina Ríos, “ Cincuenta casas de
vecindad”, pp. 79-80; Enrique León García, “ Aloja-
49
8 735^ :
* mientos para la clase obrera en el Perú”, Boletín del
Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad Pú
blica, II: 1 (31 de enero, 1906), 57-58; y Emilia de la
Barrera, Estampas del ambiente (Lima, 1937), p. 35.
Varios observadores han recalcado el más alto grado de
desorganización social y desconfianza entre los residentes de los
tugurios de Lima. Véase:
Gálvez, Estampas limeñas, pp. 110-12; Tunante, Lima
barrios, p. 23; y Basurco y Avendaño, “ Casas de ve
cindad, primera parte”, p. 68.
Las descripciones en estos primeros trabajos son sorpren
dentemente similares a las observaciones de autores posteriores in
cluyendo a:
Patch, “ Life in Callejón”, especialmente 4-5, 7, 12,
15-16 y 19; y Humberto Rotondo, “Psychological
and Mental Health Problems of Urbanization Based
on Case Studies in Perú”, in Phillip M. Hauser, ed.,
Urbanization in Latin America (New York, 1961),
pp. 250-51 y 255. s
También una entrevista con Alcides Carreño el 4 de mayo
de 1971, fue muy reveladora acerca de los muchos aspectos de la
vida diaria de los pobres de Lima durante este período.
Parece que las circunstancias de las masas urbanas comen
zaron a deteriorarse a partir de 1920, un proceso que se extendió
hasta la Depresión. Un aumento significativo en el tamaño de b
población de Lima, producto en parte de la extensa migración
rural-urbana, llevó a una aglomeración aún mayor en los domicilios
de clase popular durante este período.
Un desmejoramiento de las viviendas populares acompañó
a la creciente sobrepoblación de las mismas durante los años vein
te. Bajo las circunstancias de una aumentada demanda para nuevas
urbanizaciones para las clases medias y altas y con el subido costo
de los materiales de construcción, poco capital fue destinado al
mejoramiento o aun al mantenimiento de los callejones, casas sub
divididas y casas de vecindad existentes. Estos tipos de vivienda
decayeron gradualmente en esta década al punto de que, según un
registro de propiedad urbana compilada entre 1927 y 1929, apro
ximadamente el 53 por ciento de todos los domicilios de Lima
eran considerados inaceptables para la habitación y 40 por ciento
de éstos estaban totalmente irreparables.
50
Para información sobre las fluctuaciones en la población de
Lima entre 1908 y 1940, véase:
Alberto Alexander, Estudio sobre la crisis de la habi
tación en Lima (Lima, 1922), especialmente pp. 8-12;
Perú, Censo de Lima 1931, pp. 28-31; Juan Bromley
y José Barbagelata, Evolución urbana de la ciudad de
Lima (Lima, 1945), pp. 117-18; The West Coast
Leader, 3 de mayo de 1932, p. 3; Ricardo Tizón y
Bueno, El plano de Lima (Lima, 1916), p. 54; y Emi
lio Harth-Terré, “ Lima contemporánea”, en Lima en
el IV centenario de su fundación (Lima, 1935).
Muñoz y Robles, Tugurio, p. 88, presenta datos sobre la
evolución de la densidad demográfica en las viviendas populares
entre 1961 y 1967. Un estudio valioso de la relación entre la esca
sez de viviendas obreras y el auge de la industria de la construc
ción en los años veinte se encuentra en Alexander, Crisis de la ha
bitación, pp. 1 y 34-35. Véase también:
Alexander a Dirección de Salubridad, 186-87; Alexan
der, Causas de la desvaJorización, p. 4; M. Montero
Bernales y Alberto Alexander, “Contemplando la si
tuación de los desocupados y la crisis de la vivienda”,
El Perú, 23 de enero de 1931, p. 2; Bromley y Barba-
gelatta, Evolución urbana, p. 105; Martínez de la To
rre, Apuntes para una interpretación, Vol. I, p. 77; y
Harth-Terré, Lima contemporánea.
Las cifras para comparar la sobrepoblación de las viviendas
en 1907 y 1931 provienen de:
Basurco y Avendaño, “Casas de vecindad, primera
parte”, 24; Eyzaguirre, “Influencia de la habitación”,
27, 30, 32 y 34-37; y Montero Bernales y Alexander,
“Contemplando la situación”, p. 3.
Aun cuando se toma en cuenta estas fluctuaciones tem po-(
rales, la comparación de descripciones de las condiciones de vida
de las masas urbanas hechas a comienzos de siglo con las que se
han hecho después demuestra que estas condiciones no han varia
do mucho a través de los años. Una excepción evidente a esta regla
ha sido el crecimiento de los barrios marginales, especialmente des
de 1945. Sin embargo, la vida de los tugurios en los barrios tradi
cionales ha cambiado poco. Existen paralelos pronunciados entre
los datos recogidos por Basurco y Avendaño en 1907, “Casas de
vecindad, primera parte”, y los estudios hechos en los años 50 y
60 como los de Muñoz y Robles, Tugurios, y Colé, Estudio geográ-
5]
fico. Aparentemente, aun las serias epidemias de enfermedades
contagiosas que desde el comienzo de siglo eran percibidas como
consecuencias en parte de las pésimas' condiciones de vivienda po
pular, provocaron solo mínimos esfuerzos para aliviar esas condi
ciones.
La información sobre las condiciones de vivienda popular
en los años veinte fue encontrada en:
Perú, Dirección de Salubridad Pública, Ministerio de
Fomento, Inspección Técniea de Urbanizaciones y
Construcciones, “Primer informe anual sobre el re
gistro sanitario y catastro de la propiedad urbana de
Lima”, Ciudad y campo y caminos, V: 38, (marzo-
abril, 1928), 25-26 y 28; Perú, Dirección de Salubri
dad..., Segundo informe sobre el registro sanitario y
catastro de la propiedad urbana de Lima (Lima,
1928), p. 4 y Tablas I-III; Perú, Dirección de Salubri
dad..., “ Catastro del Distrito de La Victoria”, Ciudad
y Campos y Caminos, VI: 44, (1929), 45-46; y Perú,
Dirección de Salubridad..., Cuarto informe sobre el
registro sanitario de la vivienda y catastro de la pro
piedad urbana de Lima, (Lima, 1929), pp. 4-5 y Ta
blas I-III.
Una explicación de la manera en que se recopiló ese regis
tro se encuentra en Alexander a Dirección de Salubridad, 184-85.
Sobre el deterioro de la vivienda popular en los años veinte, véase:
Alexander, Crisis de la habitación, especialmente pp.
38-41; Alexander, Causas de la desvalorización, p. 9;
Basadre, Historia de la República Vol. XIII, p. 300;
y El hombre de la calle, I: 13, (12 de diciembre de
1930), 2.
52
CAPITULO III CULTURA POPULAR Y POLITICA POPULAR
EN LOS COMIENZOS DEL SIGLO XX
EN LIMA
Este ensayo intenta encontrar una vía preliminar para
comprender la interacción entre las normas culturales y la conduc
ta política de los sectores populares de Lima en las primeras déca
das del siglo XX. Numerosos observadores en esos años y más tar
de han hecho hincapié en el alto grado de personalismo que parece
penetrar el sistema político del momento, un personalismo que en
cuentra su expresión política más importante en dos movimientos,
el Sanchezcerrismo y el Aprismo que emergieron para dominar la
jscena política en 1930-31.
Para comprender la especial atracción de esos movimien
tos y la notable importancia del personalismo, este ensayo pone
énfasis en el desarrollo de una orientación subjetiva hacia la políti
ca y los políticos en las masas limeñas. Sugiere algunos de los más
importantes elementos que debieron intervenir en la formación de
esa orientación subjetiva. Es al mismo tiempo una mirada intro
ductoria al interior de algunas de las instituciones y estructuras
que contribuyeron a la formación de los valores culturales popu
lares. Y como las actitudes políticas son simplemente una faceta
del más amplio universo cultural del pueblo, cualquier análisis de
cultura es implícitamente también un análisis de política.
Al mismo tiempo que podemos hacer uso de un estudio de
la cultura y de la formación cultural para estudiar la política, po
demos también entender mejor las normas culturales de un sector
social particular analizando su participación política formal o su
apoyo a un movimiento político definido. Los valores culturales
jio pueden ser cuantificados. Pero la conducta política, desde la
participación en una manifestación por un candidato, hasta el acto
de sufragio puede, aunque frágilmente, medir las normas subjetivas
que caracterizan a cualquier grupo político. Antes de considerar a
la cultura como alguna especie de entidad integrada debemos pri
mero descubrir esas fuerzas que jugaron los principales roles en su
55
formación. No existió un solo factor preponderante en la creación
de un sistema de valores en las masas de Lima a comienzos del si
glo XX. Más bien, ese sistema fue el producto de la interacción de
una serie de influencias del medio ambiente, las cuales pueden ser
agrupadas bajo los dos rubros generales de experiencias de sociali-
, zación y restricciones estructurales. Las relaciones familiares, la vi-1
da escolar, las prácticas religiosas y la interacción con el sistema
político fueron elementos fundamentales del proceso de socializa
ción de los sectores populares de Lima. Los valores aprendidos en
esas áreas fueron reforzados por la confrontación diaria del indivi
duo con las relaciones estructurales de la sociedad urbana. Los ele
mentos estructurales que afectaron particularmente la formación
de valores incluyeron la distribución del poder y la riqueza entre
los varios estratos sociales y la prevalencia de ciertos tipos de rela
ciones sociales tradicionales.
Una premisa básica de este enfoque para el desarrollo de
un conjunto específico de valores es que las creencias que la for
man fueron aprendidas por cada individuo a través de un ajuste
personal a las realidades de la existencia cotidiana. Cada miembro
de las masas urbanas experimentó un proceso de “enculturación”
con el cual, en respuesta a los estímulos generados por su propia
experiencia, obtuvo una manera de ver y enfrentarse al mundo.
Muy importante para adquirir disposiciones hacia la con
ducta política fueron las lecciones aprendidas en la vida acerca
de la autoridad y la relación propia con personajes que la repre
sentaban. Su contacto inicial con la autoridad vino de la realidad
íntima de la familia. Al interior de ésta los integrantes de los sec
tores populares limeños aprendieron primero a definir un rol so
cial propio y a hacer distinciones entre los estatus de subordina
dos y superiores. El sistema dominante en el hogar conformado
con premios y castigos enseñó los modelos de conducta que
suscitaban aprobación y las que merecían un juicio contrario.
Hacia los inicios del siglo XX el sistema de premios y cas
tigos en las familias de clases trabajadoras tenía preponderancia en
cuestiones relacionadas con la obediencia de los hijos. Corriente
mente los padres demandaban absoluta sumisión de su descenden
cia a su autoridad en todos sus aspectos. Un crítico agudo de la
familia peruana, José Antonio Encinas, caracterizaba esta situa
ción como una en la cual: “El padre es todo; sus gustos, tenden
cias, preferencias y ambiciones deben imponerse. El hijo es na-
56
die” (1). Una importante faceta de la buena educación era mostrar
respeto a los mayores a través de manifestaciones exteriores de
humildad.
Cómo se creía generalmente que la obediencia no viene na
turalmente sino que puede ser producida por ciertas formas de
coerción, varias formas de castigo se tenían a la mano para asegu
rar el mantenimiento de normas aceptables de conducta y de he
cho el castigo tom ó primacía sobre el premio como modalidad en
la mayoría de los hogares. El interés de un miembro joven de la
familia a participar en una conversación de sobremesa, un pasa
tiempo estrictamente reservado a los adultos, podía ser literalmen
te destruido con una reprimenda verbal, como en la sarcástica des
cripción de Manuel González Prada:
Cuando uno de esos jóvenes sentía (por suerte o mila
gro) el impulso a expresarse con orgullo y dignidad, a toda
la familia le tomaba por sorpresa de la más extraordinaria
manera, haciéndola sentir en un estado de inequívoca ame
naza, como si hubiesen visto que una libra esterlina se
transformaba en un centavo... Por suerte, la madre estaba
allí para reprimir el escándalo y ella salvaría el honor del
hijo. La experimentada e inteligente señora no pronuncia
discursos interminables, ni tampoco ofrece consejos espon
táneos; recurre a una parquedad espartana. Ahoga el malig
no impulso del joven con una abracadabra supersacramen-
tal de un indiscutible efecto mágico: “Tonto, com e y
calla”(2).
Paralelamente a la censura verbal, los padres comúnmente
recurrían a emplear el temor para corregir una mala conducta di-
ciéndoles a sus hijos que el espíritu de una persona muerta o el
“cuco” vendría a jalarles los pies o llevárselos. Si los otros métodos
no daban resultados, el castigo físico era empleado frente a los ni
ños que no alcanzaban las estrictas reglas familiares (3),
(1) José Antonio Encinas, Higiene Mental, 2da. ed. (Santiago, 1946),
p. 259.
(2) Manuel González Prada, Bajo el oprobio (París, 1933), pp. 114-15.
(3) La más valiosa fuente de información sobre la estructura de la fami
lia peruana comienzos del siglo XX hasta 1940 es el trabajo del sicó
logo-educador José Antonio Encinas. Sus estudios siguientes pueden
ser consultados: Higiene Mental, especialmente pp. 15-16, 31, 45, 62
y 105; y La educación de nuestros hijos (Santiago, 1938), pp. 57 y
92.
57
La estructura autoritaria y de jerarquía rígida en estos ho
gares debió haber dejado una huella indeleble en sus miembros jó
venes. La continua conformidad a la poderosa y muchas veces arbi
traria autoridad paternal produjo un estado de inseguridad y temor
en estos niños fijando una tendencia a retraerse frente al conflicto
con personas a las cuales se les percibía formando parte de un “sta-
Lus superior”. González Prada describe esta exagerada sumisión
de sus compatriotas más pobres a las autoridades que los gobiernan
com o una demostración extrema de la mentalidad del “come y
calla” que fuese embebida durante su juventud:
La mentalidad del come y calla ha sido difundida de
tal manera que merece colocarse en el anverso de nuestras
monedas. Esto revela un rasgo básico de carácter... El asno,
trabajador y sufrido, no busca comprender la sicología de
su amo; él mastica su pasto y permanece callado; las mas;
aún más miserables y quizás más pacientes que la muía no
indagan acerca del valor moral o intelectual del muletero:
ellas desayunan y se callan la boca.(4)
González Prada insinúa que el tutelajeí autoritario que ca
racterizaba las relaciones familiares también creó un individuo con
poca confianza en su habilidad para influenciar significativamente
o controlar su medio ambiente. En su lugar, la excesiva dependen
cia en el hogar pudo haberlo llevado a la búsqueda de gratificacio
nes a través de la sumisión a los hombres, de “arriba”.
Estas experiencias iniciales con la autoridad pueden haber
sido transferibles más tarde a las percepciones acerca del funciona
miento del sistema político y acerca de los atributos de sus dirigen
tes. El sistema del “ come y calla” que excluía la participación en
la toma de decisiones en el hogar pudo haber llevado a esperar un
rol pasivo similar en el proceso político. Y los padres estrictos de
la juventud trabajadora pudieron convertirse en su mayor punto de
referencia para elegir a los dirigentes políticos en su madurez. En
el contexto de la política populista de los años 30, Luis M. Sán
chez Cerro y Víctor Raúl Haya de la Torre exhibían muchas carac
terísticas de un padre ideal de las masas. La participación de las
.clases laborales urbanas en esos movimientos dirigidos por hom
bres con estilos políticos a la vez protectores y autoritarios quienes
(12) Juan de Dios Merel, Principios del Aprismo (Santiago, 1936), p. 64.
(13) Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971.
63
desarrollar su memoria y su humildad. La memorización es la prin
cipal obsesión del profesor y el alumno” (14). En el aula típica, el
maestro asignaba una o dos páginas de un texto a sus alumnos para
ser memorizados. Después de dos o tres horas de “absoluto silen
cio” durante el cual esta memorización se realizaba, el maestro
examinaba a sus alumnos haciéndoles recitar palabra por palabra
el pasaje memorizado. El rendimiento de un niño era evaluado por
el número de palabras, incluso de sílabas olvidadas. En algunos ca
sos los errores llevaban al castigo inmediato, usualmente en la
forma de aplicar golpes a la mano del alumno con una regla según
el número de errores que,tuviera en el recitado. En cualquier caso,
los estudiantes que olvidaban frecuentemente partes de sus leccio
nes eran objeto de abuso verbal por parte del maestro que los ca
talogaba como ociosos y estúpidos innatos. Las reglas incontesta-
das de este sistema era la veneración de la frase y la aceptación cie
ga de las palabras del profesor que eran, en muchos casos también,
el producto de su lectura en un texto en voz alta. Una canción me-
morizada comúnmente por los alumnos del primer año a los co
mienzos de siglo en las escuelas públicas, señalaba este fenómeno:
Cuando en mi banco querido, padre me pongo a estu
diar, se me figura la escuela transformada en un altar. Los
libros son un tesor^, y los maestros la luz, De Dios la cien
cia es imagen que ella salvará al Perú. Es tu mansión ún
edén, y tus claustros benditos en los que hallaremos el
bien.(15)
El análisis o esceptisismo de parte de los alumnos que hu
biera podido conducir a cierta conciencia de que las cosas podrían
ser distintas a lo presentado, no entraba por definición en el proce
so educacional y se consideraba por cierto subversivo. En lugar de
estimular a los alumnos a observar y experimentar, el sistema de
aprendizaje de memoria los acostumbraba a escuchar pasivamente
y a aceptar la “Verdad” que venía desde arriba. Los padres presen
taban a menudo apoyo efectivo al aprendizaje memorístico al juz
gar el trabajo de los niños en la escuela sobre la base del número
(16) José Luis Torres, Catecismo patriótico y los mártires (Lima, 1885),
p. 9.
65
mente conservadora en esta descripción del supuesto básico de la
urbanidad:
La urbanidad respeta ampliamente aquellas catego
rías establecidas por la naturaleza, por la sociedad y el mis
mo Dios, y por tanto nos obliga a darle tratamiento prefe-
rencial a algunas personas sobre otras de acuerdo a su edad,
a su posición social, a su rango, su autoridad y su carác-
ter.(17)
Los profesores de curso de moral decían, además, que la
jerarquía esencial de una sociedad organizada se mantendría sola
mente si los hombres de menor rango adquiriesen el hábito de
ceder a aquellos de mayor rango. Lecciones específicas sobre ejer
cicios diarios de esas reglas fundamentales eran definidas en térmi
nos de personas “ superiores” e “ inferiores”. En la calle, por ejem
plo, los “ inferiores” estaban obligados siempre a darle el paso a los
“superiores”, excepto en casos de circunstancias urgentes. En la
casa los niños “ inferiores” estaban obligados a obedecer dócilmen
te las órdenes de sus familiares “superiores”, y la misma regla se
aconsejaba en la escuela tratándose de los profesores “superiores”.
Además, los jóvenes “inferiores” no debían nunca intervenir en
una discusión entre mayores como mencionaba un individuo que
aparentemente internalizó estas enseñanzas: “ Eso era ilógico e
inmoral. ¿Qué podíamos saber de los asuntos y costumbres de
nuestros padres? Cuando se decidían a llamarnos, nosotros estába
mos allí, listos y dispuestos a servirlos” (18).En los cursos de moral
se enseñaba también a los “ inferiores” que tanto en la casa como
en la vida en general un fiel servicio a los “superiores” podía traer
recompensas tangibles:
El pobre debería considerar que... la expiación de sus
aflicciones depende en gran parte, directa o indirectamf
(26) Ver por ejemplo Portal, Lecturas históricas, (Lima, 1899), p. 20.
(27) Torres, Catecismo patriótico, pp. 262-63.
(28) Portal, Lecturas históricas, p. 250. ,
(29) Portal, Lecturas históricas, p. 173.
69
las masas limeñas fue el catolicismo popular. Indujo a los miem
bros de los sectores populares a considerar su sufrimiento y su po
breza como la inevitable e inalterable condición de sus vidas, como
producto de la voluntad divina. La escuela primaria era el mayor
auxiliar del catolicismo popular. Religión e Historia Sagrada eran
materias obligatorias y la educación moral enfatizaba que las bases
de la sociedad eran dadas por Dios. Estas creencias fueron centra
les en el catolicismo popular peruano, tanto en las áreas rurales
como urbanas. Una larga y asentada subtradición de la creencia
católica popular, por ejemplo, enfatizaba la imagen de Cristo como
el sufrido hijo de Dios coronado de espinas y clavado en la cruz,
esperando una muerte dolorosa con resignación. Sacerdotes, pa
dres de familia y profesores de escuela quienes compartían esta
doctrina a menudo señalaban paralelos entre el largo sufrimiento
de Cristo y el sufrimiento del hombre en la tierra. Como Cristo
cargó su cruz los menos afortunados aprendieron a llevar sus cru
ces a través del “valle de lágrimas” que parecía constituir sus vidas.
Muchos de los que hablaban en nombre de la religión exaltaban el
carácter redentor de la pobreza y la humildad especialmente para
los desposeídos. Un corolario importante a esta concepción era
que la propia miseria de uno nunca debía estimular el deseo para
obtener el mayor bienestar y la posición de otros. En su énfasis de
adaptarse a las circunstancias difíciles, el catolicismo popular im
plícitamente permitía una poderosa colaboración para la existen
cia de modelos de una estratificación social extrema en la capital.
Mientras la siguiente cita dirigida por un sacerdote a un grupo de
trabajadores muestra el rechazo por parte de al menos un c i' : 3o
de la corriente principal de las visiones más progresistas sobro las
relaciones sociales que venían de Roma en forma de la Rerum No-
varum y otras encíclicas papales, refleja también una afirmarían
que tuvo eco en los círculos religiosos populares por la cual la di
visión jerárquica de la sociedad peruana era justa y correcta y que
cualquier cambio radical en el statu quo debía ser condenado:
Pero la desigualdad social entre clases, dado el presen
te estado del pecado del hombre, es necesaria; es esencial
en una sociedad que no puede ser concebida sin ésta. La
sociedad es un verdadero cuerpo moral que muestra increí
bles paralelos con el cuerpo físico del hombre...
¿A qué se parecería el cuerpo humano si todo fuese
cabeza? Y qué si todo fuera sólo pies, manos u ojos. Una
verdadera monstruosidad, o mejor dicho, una aberración
70
imposible. Más aún, vemos que la cabeza es la parte más
alta de nuestro cuerpo, como el supremo director de nues
tras acciones, que los pies, las manos y los ojos obedecen
sumisamente a las órdenes del cerebro... si todo el mundo
diese órdenes no habría nadie para obedecer, la sociedad
sería un caos. Si todo el mundo fuese rico no habría nadie
para efectuar algunos trabajos y quehaceres que incluso si
son bajos son necesarios a la sociedad. Si, de otro lado,
todo el mundo fuese pobre no habría nadie por facilitarle
el capital necesario para dar pan y dinero a los trabajadores,
y ellos son el alma de las grandes empresas...ven, mis ama
dos trabajadores que es necesario que existan desigualdades
en el cuerpo social...esto es para decirles mis amados traba
jadores que debemos aceptar la sociedad como la hemos
encontrado y no caer en el absurdo del socialismo que no
quiere reconocer la ley de Dios. (30)
Individualmente muchos sacerdotes intentaron asegurar la
obediencia a estos modelos de comportamiento, previniendo las
consecuencias que provocarían su desviación. El miedo a Dios se
inculcó frecuentemente a edad muy tierna. De acuerdo a respues
tas ofrecidas en entrevistas tomadas en la década de 1920 a nume
rosos alumnos de escuela primaria, estos creyeron que no obedecer
la palabra de Dios equivaldría a ser enviado al infierno, ser acecha
do por el diablo, o simplemente sufrir una muerte prematura. Se
gún la misma investigación, una aceptación de estas enseñanzas
religiosas se pensaba como el camino más seguro hacia la felicidad
en la otra vida. Puesto que todos los actos humanos eran atribui-
bles al deseo de Dios, la humilde aceptación de la fatalidad divina
parecía el mejor medio para hacer la existencia diaria más tolerable
y así alcanzar la máxima felicidad en el cielo.(31)
En el marco de estas creencias populares y dentro de esta
resignación el rezo constituía el único medio válido para lograr
algún éxito. En la mayoría de los casos el creyente encomendaba
sus ruegos a uno o más santos y vírgenes. En la esfera de la religión
(32) Aurelio Collantes, “ A tí... señor de los pobres” Expreso, octubre 18,
1970, p. 9.
72
través de su devoción seguían su imagen, algunos descalzos o de
rodillas, proclamando en alta voz el favor recibido. Peticiones po
pulares al Señor de los Milagros incluían curación de enfermeda
des, éxito en el trabajo, suerte en la lotería, y protección general
contra el daño. ., .
El común recurso de la humilde postración frente a las 11-
guras de los santos en busca de ayuda contribuyó a la noción de
que cualquier beneficio que un individuo recibía en la vida era el
resultado de un favor otorgado por una figura o fuerzas superiores
y que no tenía ninguna relación con sus esfuerzos personales,
excepto cuando éstos eran dirigidos a solicitar servicios de los po
derosos. En vez de provocar una acción afirmativa, las prácticas y
creencias religiosas de la Lima pobre acentuaron la importancia de
lazos espirituales con personas más poderosas.
En la familia, en el colegio y en las prácticas religiosas del
pueblo, las masas urbanas asimilaban un sistema de valores funda
mentales que premiaban la adaptación pasiva y la dependencia
personal Este sistema de valores actuaba como una base de refe
rencia, a partir del cual se podía evaluar la experiencia subsecuen
te en todos los aspectos de la vida, incluyendo el universo de la
política nacional. Mientras los valores pre-políticos y no políticos
formaban las bases de la cultura política de las masas, mucho de o
que se llegó a creer sobre el sistema político era resultado de la
observación y de contacto directo con la política real. Los encuen
tros personales con el proceso político además del conocimiento
sobre la interacción con el proceso de sus semejantes y de anterio
res generaciones contribuyeron al desarrollo de una “memoria
política” sobre las reglas del juego político. La experiencia con la
política en el pasado, inmediato y distante, marcó en los miembros
de las masas populares una serie de espectativas sobre las formas
legítimas de participación política, la forma en la cual él sistema
político funcionaba, qué beneficios este sistema podría proveer y
la mejor forma de obtenerlos.
Mientras 1931 señaló la primera vez en la historia peruana
en que las masas urbanas escogieron libremente por medio del voto
secreto al candidato de su gusto en una elección presidencial, du
rante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras decadas del si
glo XX las clases populares sostuvieron un contacto extensivo con
la política electoral. La forma más común en que las masas urba
nas participaron en política durante este período fue a través de
los clubes políticos que se formaban justo antes de la votacion
para promover la elección de un candidato determinado. Hasta la
73
reforma electoral de 1895, estos clubes sirvieron como una frágil
base de organización para la captura por la fuerza de las mesas
electorales. El motivo principal de ser miembro de un club político
era la recompensa material inmediata en forma de dinero, comida
y/o licor, distribuidos por los candidatos por intermedio de capi-
tuleros. Tal era la violencia que acompañaba los actos de sufragio
en el siglo XIX que la “profesión” de elector se volvió rápidamente
dominio de las masas limeñas. Como señaló el periodista peruano
Manuel Atanasio Fuentes, quien se apodaba “el Murciélago” , con
respecto a la elección de 1855:
He notado, sin embargo, yo el Murciélago, que las
mesas estaban rodeadas solamente de gente de color de lu
to y que un pequeño número de personas de tonos más cla
ros permanecían detrás, a una cierta distancia, más como
espectadores de la gran celebración.(33)
Con la reforma electoral de 1895 la violenta captura de las
mesas electorales, que había sido patrimonio de los clubes políti
cos, llegó a su fin. Sin embargo, esos clubes y capituleros sobrevi
vieron, transformando sus actividades en la compra de votos y en
la subvención de turbas para llevar a cabo manifestaciones ca1lpp-
ras como un medio de mostrar las capacidades de poder de sus
candidatos respectivos. Como antes, la remuneración concreta por
servicios rendidos era el único estím ulo de la participación de'las
clases trabajadoras. Y la única opción real ejercida por los miem
bros de las masas urbanas la encontramos más en el campo econó
mico que en el político: cuál candidato o capitulero sería más ge
neroso.
Esta visión “comercial” de la política fue más allá de los
casos específicos de participación de masas, penetrando hasta las
raíces del sistema político. Tradicionalmente, una función primor
dial del Estado peruano era el otorgamiento de favores políticos eji
la forma de trabajos, servicios personales y a veces pagos directos
(33) Manuel A. Fuentes, Aletazos del Murciélago, 2da. ed. (París, 186),
Vol, I. p. 97. Fuentes es una excelente fuente sobre los comienzos de
los clubes electorales en la política peruana. La mayoría de las deta
lladas descripciones de la formación y funcionamiento de esos clubes
fueron escritos por Clemente Palma bajo el seudónimo de Juan Apa-
pucio Corrales, Crónicas político-doméstico-taurinas (Lima, 1938).
74
en especie. Debido a que la mayoría del pueblo no tomaba parte
directa en la conducción del país, la política parecía esencialmente
un asunto de favores individuales y los gobiernos en el poder eran
a menudo comparados a organizaciones de “caridad”. Según un di
cho popular, el Perú no era una república sino una “res pública,
una res que ha ido al matadero y de la que todos pueden coger ta
jada” (34). Los cambios de gobierno inevitablemente provocaban
casi una invasión del Palacio de Gobierno por gente que competía
por un pedazo de la torta. Según el secretario personal de un pre
sidente peruano, al asumir el poder, la carrera emprendida por la
gente para obtener su favoritismo era inmediata y abrumadora:
A veces digo que lo peor que le puede pasar a uno en
política es ganar. Porque al día siguiente el ganador es la
primera víctima. Porque uno tiene la casa llena de gente,
pidiéndole su tarjeta, llamándolo por teléfono: “recomién
dame a este hombre, recomiéndame a aquél; yo quiero
esto, usted es mi amigo”.(35)
Algunos políticos podíari haber encontrado esta práctica
desagradable, sin embargo reconocían que esto constituía una par
te fundamental del proceso político. Para aquellos que recibían los
favores del gobierno, el uso de la política para obtener beneficios
personales no sólo era ventajoso materialmente, sino también bas
tante lógico. Un votante popular en la elección de 1931 explicó su
adhesión a esta modalidad política en lenguaje bastante sencillo:
“Una vez que los políticos llegan arriba las masas van a pedir traba
jos y toda una serie de cosas.’ Nadie ha regado el árbol para que se
quede allí no más, nadie. Todo el mundo fue a participar en la co
secha. Eso es todo”.(36)
La figura central y más visible en los mecanismos de la pro
tección y el favoritismo era el presidente de la república. Especial
mente en la mentalidad popular, alejada de los procedimientos co
tidianos de la administración burocrática, el presidente era el go
bierno. Ver al presidente como la autoridad suprema y, por lo tan
to, como el distribuidor máximo de favores no era irreal dado el
(40) Manuel González Prada, Páginas libres (Lima, 1966), V. II, pp. 156
57.
78
de desconfianza entre sí. Eran comunes los insultos a los vecinos
y a menudo se llegaba a golpes por el uso de caño o algún otro
objeto de contienda. Inmigrantes de clase baja, especialmente los
chinos, eran a menudo el blanco de ira y violencia física, víctimas
de hombres que temían que su llegada empeorara las condiciones
de trabajo y aumentara la dificultad de encontrar empleo. Los lí
deres laborales se quejaban constantemente de la dificultad de pre
sentar un frente unido en su lucha por salarios más altos y menos
horas de trabajo, porque, de acuerdo a la declaración de un sindi
cato, “las posibilidades de lucha por nuestro sindicato están res
tringidas por prejuicios, falta de confianza y una completa confu
sión sobre su rol social, lo que podemos comprobar por el absurdo
criterio colaboracionista que gobierna las acciones de muchos
miembros...” (41) ■
Otro obstáculo a la creación de movimientos de acción
colectiva era la represión por parte de las autoridades políticas.
Manifestaciones de protesta, ya sea contra el alto costo de los ali
mentos, las malas condiciones de trabajo o las imposiciones des
póticas o impopulares del régimen político, acababan generalmen
te en choques con la policía y derramamientos de sangre.
El fichar y encarcelar eran procedimientos comúnmente
empleados contra los líderes de los movimientos de las clases po
pulares, a fin de desalentar cualquier acción que podría atentar
contra el “legítim o” orden establecido. El extenso uso de encarce
lamientos y deportaciones practicado por Leguía y la severa repre
sión de las huelgas mineras por parte de Sánchez Cerro fueron dos
ejemplos del recurso habitual a la fuerza para sofocar la formación
y las actividades de las organizaciones populares.
La propensión de los individuos de las clases populares a
buscar lazos verticales, como medio de sostenerse dentro del con
junto social, era estimulada por la existencia, desde el período
colonial, de una extensa red de relaciones patrón-cliente. Estas re
laciones exhibían tres características principales: involucraban a
gente de estratos sociales y económicos desiguales; eran recíprocas;
y eran llevadas cara a cara sobre bases comparativamente informa
les. Para el patrón, las relaciones conllevaban protección a sus
clientes en las formas de ayuda económica —especialmente en mo-
83
CAPITULO IV EL VALS CRIOLLO Y LOS VALORES DE
LA CLASE TRABAJADORA EN LA LIMA
DE COMIENZOS DEL SIGLO XX*
El estudio de la historia es, inevitablemente, el estudio del
comportamiento de las personas. Y en el núcleo del comporta
miento, trátese de un individuo o de una sociedad, se halla aque
llas ideas y creencias, adquiridas a través del contacto con el am
biente, acerca de cuáles métodos y objetivos para la acción son de
seables o indeseables. Al pertenecer más al ámbito del sentimiento
y pensamiento subjetivos que al de la acción abierta, los valores
del hombre siempre son difíciles de determinar, especialmente en
un contexto histórico. El problema se agudiza cuando los sujetos
de la investigación son los valores proletarios; es decir, aquéllos de
un grupo que generalmente carece de una historia escrita.
Una visión parcial de los valores populares en el Perú de
comienzos del siglo veinte, específicamente en Lima, puede obte
nerse consultando los trabajos de ensayistas y científicos sociales
de ese tiempo, quienes describieron la cultura y los estilos de vida
de la clase trabajadora. Un primer tema de esos trabajos es que los
miembros de la clase trabajadora consideraban a la vida como ine
vitablemente difícil, y creían que el conformismo y la resignación
eran casi las únicas respuestas disponibles a las constantes penalida
des y crisis. Se aceptaba el status quo social, económico y político,
y las sugerencias de cambio eran por lo general rechazadas sobre la
base de que, muy probablemente, sólo traerían más problemas.
Esta mentalidad otorgaba gran valor al acomodamiento en el me
dio ambiente. Según el juicio de un comentarista quien, mientras
criticaba esta tendencia, admitía sin embargo su fuerza y utilidad
entre los miembros del proletariado urbano: “El conformismo es
una fuente inagotable de felicidad; los grandes retrocesos en la vida
.no vulneran los corazones de aquéllos que saben conformarse; la
un área de la cual sólo hay escasos datos publicados, fue obtenida p"
una serie de extensas entrevistas con compositores e intérpretes de la
guardia vieja. Sin su ayuda, su redacción no habría sido posib'e
También hay información sobre los orígenes de este estilo music;:'
en: Aurelio Collantes, Historia de la canción criolla (Lima, 195?), pa-
ssim; Collantes, “ Así nació el criollismo”, Expreso, 1° de noviembre,
1970, pp. 18-19; y Sergio Zapata, Psicoanálisis del vals peruano (Li
ma, 1969), p. 9.;
(6) Alcides Carreño, entrevista, 5 de mayo, 1971.
(7) Filomeno Ormeño, entrevista, 13 de abril, 1971.
(8) Rosita Ascoy, la famosa Limeñita del dúo La Limeñita y Ascoy, re
cordó sus intentos de mantener secreto su interés por la música crio
lla ante su madre de clase media, en entrevista con el autor el 18 de
mayo, 1971. Otros que comentaron la naturaleza estrictamente pro
letaria de la música criolla incluyen a Alcides Carreño, entrevistas, 4
de mayo y 12 de mayo, 1971; Filomeno Ormeño, entrevista, 13 de
abril, 1971; Pablo Casas, entrevista, 6 de mayo, 1971; José Diez-
90
sectores de la sociedad, quienes escribían e interpretaban esas com
posiciones encontraron en ellas un valioso medio para comunicar
sentimientos individuales fuertemente percibidos. Parece que la
mayoría de compositores criollos utilizaron las letras de sus can
ciones para contar sus propias experiencias en la vida y como vehí
culos de verbalización de emociones profundamente sentidas. Un
conocido compositor, Pablo Casas, al ser preguntado por qué él y
otros componían valses, respondió que satisfacían una necesidad
de liberar tensiones internas y era sincera expresión de creencias
personales. Al comentar, por ejemplo, el tenor pesimista de su más
célebre composición, “Anita”, Casas afirmó:
“Siempre he sido así, es decir siempre he sido un po
co pesimista. ¿Por qué negarlo? Así que nunca pensé te
ner éxito o que triunfaría o que saldría adelante. Siempre
lo que salía, como dice en “Anita” , eran mis dudas. Ahí
encuentro la base, y escribo el verso... Usted me pregunta
si mi canción se basa en la realidad. Yo digo que sí. Y co
mo esta canción, todas mis canciones, inspiradas por cosas
reales básicas, muy sentidas”.(9)
En adición a las afirmaciones de los compositores mismos,
las letras del vals criollo parecerían ser sinceros enunciados de sen
timientos personales considerando que, hasta la aparición de la
radio y la distribución masiva de discos, los autores no recibían re
muneración por su trabajo. Por lo tanto, nadie sugería que acomo
daran sus canciones a un mercado que podría no ser consistente
con o estar fuera de su propia circunstancia. Si había un mercado
a tomar en cuenta, éste lo constituían los amigos y vecinos del
Canseco, Lima, coplas y guitarras (Lima, 1949), pp. 15-19; José Gál-
vez, Una Lima que se va, 3a. ed. (Lima, 1965), p. 152; Eudocio Ca
rrera Vergara, La Lima criolla de 1900 (Lima, 1940), especialmente
p. 38; Marquina Rfos, “Cincuenta casas de vecindad”, p. 79; Ugarte
Eléspuru, Lima y lo limeño, p. 111; Ricardo Mariátegui Oliva, El
Rímac: barrio limeño de abajo el puente (Lima, 1956), p. 147; Blu-
me y Corbacho, Sal y pimienta, pp. 211-12; y Zapata, Vals peruano,
p. 9.
(9) Pablo Casas, entrevista, 6 de mayo, 1971. Todos los compositores e
intérpretes entrevistados estuvieron de acuerdo con Casas en que la
mayoría de compositores criollos utilizaron sus composiciones para
expresar sentimientos reales y para describir situaciones reales.
91
compositor, que eran también integrantes de la clase trabajadora
urbana. La amplia popularidad de las canciones criollas en precisa
mente este segmento de la sociedad indica aún más su importancia
como mediación de los valores de la clase trabajadora. El vals se
convirtió en el modo dominante de expresión musical para los po
bres de Lima, al menos parcialmente, porque transmitía imágenes
que concordaban con la temática emocional de la existencia de las
clases bajas. Más que el producto de un compositor individual, el
vals criollo constituía la manifestación musical de la sensibilidad
colectiva de todo un grupo social o, como dijo un observador, una
serie de “mensajes del pueblo”,(10)
Las historias relatadas por estos “mensajes” generalmente
giraban en torno a las relaciones de individuos en conflictos. Aun
que las líneas específicas de la trama siempre diferían en los deta
lles, la mayoría de los valses más populares (11) constituían varia
ciones sobre un tema único. Ese tema está bien ilustrado por un
vals de Manuel Covarrubias, “Zoila Rosa” :
¿Cómo olvidarte si eres vida mía?
Cómo olvidarte si por tí yo muero,
si en mi existencia, lúgubre agonía,
con todo mi espíritu, te quiero.
Y mientras más me olvides, más te adoro.
Y mientras me desprecies, más te miro.
En el fondo del alma siempre lloro,
en el fondo del alma siempre respiro, ¡ay!
3 de Marzo de 1982
La Victoria.
Eueno, le voy a decir que Tizón y Bueno fue Gerente de la
fabrica de La Victoria muchos años. Cuando era cada 25 de di
ciembre, él daba la fiesta adentro con almuerzo, hacía almuerzo y
hacia repartir para los hijos de los obreros juguetes, todo eso. Pero
chocábamos porque cuando nosotros formamos el sindicato, este
señor no estaba de acuerdo con el sindicato. Pero los obreros sí
Pero cuando ya comenzó el sindicato, cuando hicieron ya la rebe
lión, ya de los pedidos, este señor formó esta agrupación de todos
los maestros, para dividir al sindicato, dividirlo. Total que esos no
estaban apegados al sindicato, sino más a la fábrica. Toditos. Les
llamabamos los amarillos. Quiere decir que se plegaban a la em
presa.
• C °menzó ya viéndose obligado, que habiendo sindicato, se
vio obligado ya a aceptar lo que nosotros pedíamos. Entonces no
sotros cuando íbamos, “ Señor Tizón y Bueno, tal reclamo vamos
a hacer. Como no, hijo, vamos”. Porque ya había una comisión
del sindicato ¿no? Temamos toda la directiva y él se veía obligado
con inteligencia a atendernos. Ya después él decía, “Hijo, mira|
nosotros no tenemos por que pelear entre la empresa y los obre
111
ros, cuando son ustedes los que dan las producciones para la em
presa. Y la empresa también vende para también dar producciones
para pagarles a ustedes. Total que nosotros somos como familia”.
Entonces venía el 25 de diciembre, y él era el encargado de
hacer que hagan almuerzo en el pampón de la fábrica, y comenzar
a repartirles a los hijos de los obreros, regalos de juguetes y a la
vez, armar marinera, valses, y todo eso. (Actuaba) como papá de
todos, pero muy inteligente. El mismo agarraba el azafate, el Ge
rente, y nos servía a nosotros, los obreros. Son tácticas, pues, con
inteligencia, ¿no?
Eso se llama estilo demagogo. El demagogo está con Dios y
el Diablo. Que cuando necesita del diablo le besa los pies, cuando
necesita de Dios le besa la mano. Así es el demagogo. Lo veíamos
un hombre que era inteligente, que estudiaba la psicología del m o
mento de sus trabajadores. Venía siempre una intranquilidad por
que comprendíamos que él no lo decía de corazón sino de dientes
para afuera. Esto es como él era. La lógica: él lo ponían de gerente
y le pagaban para que cuide más los intereses de la empresa que de
los trabajadores, ¿no es cierto?
(Algunos trabajadores) se dejaron sugestionar. Había traba
jadores que apenas entraba Tizón y Bueno a la Fábrica, era su
amo, como su amo, ay! No sabían hacerle, pués. Y nosotros real
mente los considerábamos como esos, adulones, sino le decíamos
amarillo o adulón. Pero después, se llegó siempre a enmendar todo.
Y la prueba está, cuando Tizón y Bueno murió, nosotros, los de la
fábrica, paramos y fuimos a su entierro de él.
Fue Senador por Lima, y casualmente me mandó llamar a
mí. Entonces me dijo, “ Yo quiero que trabajes por la senaduría,
por m í.” Entonces yo tenía un buen consejero, un amigo, también
que trabajaba dentro de la fábrica, luchador. Me decía, “Recíbele
toda la propaganda”. Y uno, muchacho, ¿no? Le recibía la propa
ganda. Venía al patio y lo quemaba. Y cuando él me hablaba, “Sí
Señor, me falta más propaganda.”
Y así, salió siempre de senador, pero tuvo de bueno que
cuando fue Senador, él atendía de lo más bien. No fue como otros
senadores civilistas, porque este Tizón y Bueno pertenecía al Parti
do Civilista. Era caritativo. Demostraba ser caritativo, atento para
la clase trabajadora. Los que íbamos, le pedían algún favor, él no,
no se negaba. El lo hacía, pero estudiaba a quien se lo hacía tam
bién. Cuando él sabía que no le convenía, él daba esperanzas, “Sí
hijito, te voy a servir, ya.” Cuando necesitaba de esa persona, sí lo
atendía de lo más bien. Ya, ya había estudiado, pués, el carácter
112
de cada uno de nosotros.
Tenía esa costumbre, esa costumbre de meterle el tú allí a
los trabajadores. Y cuando entraba adentro de la fábrica, “Adiós,
hijos m íos.” Uno así de patilla larga. “Adiós, adiós hijos m íos,” a
todos. Poco era que le decía de usted, sino a ciertos dirigentes, sí,
que se daban su lado. Sí le decía de usted.
Era muy apegado a las mujeres, a las obreras. En todas las
fábricas de tejidos han habido mujeres, una más que otra. En don
de habían más mujeres, eran en La Victoria, más que en el Inca. Y
la mayor parte no eran limeñas, eran iqueñas y arequipeñas. Más
que hombres no habían, pero habían más de cien mujeres, de ope
rarías. Trabajaban como hombre porque el trabajo textil no es un
trabajo fuerte. Algodón es cosa fina, se está bajo el techo, se pisa
madera o loceta, ¿no?
Tizón y Bueno era mujeriego. Aquí en La Victoria, con va
rias. (No hubo protestas) por eso, no. La sabía él hacer con inteli
gencia, bien, pues. Y hay personas, mujeres serían su debilidad,
pues, que entregaban, se entregaban a él, porque él tenía en la es
quina de Canta, era com o una tienda, ¿no? Y eso le llamaban su
matadero. Allí era el matadero, decían, ya va a matar, descuarti
zar. Porque él tenía su carro y su chofer. Las conquistaba por va
rios medios. Si había alguna fiesta, conquistaba. Las cedía el carro.
Y mujeres dóciles, pues. (Les hacía) favores, y a lo menos en asun
tos metálicos, daba, pues, ¿no? Pero medido, ¿no? Eran contadas
ellas. Ya se sabía quién, quién era esas. Le daba sus centavos, pues,
porque él tenía sus centavos, Tizón y Bueno. Y cuando él se fue,
dijo, “Yo me despido y sabrán ustedes que se va la vaca lechera ”.
Cuando yo trabajaba en El Inca fue el gerente, Mister
Lewis, un alto, un gringo alto. Inglés, Mister Lewis, medía dos me
tros veinte. El sí era de carácter muy enérgico, muy enérgico. Me
dio neurasténico era. Ese tiempo tenía que ser así porque había
mucha rebeldía. Y los obreros, a la hora que decía, “Para la fábri
ca”, paraba. Entonces para reprimirles, sí pues, era natural, pues,
que tenían que ser ellos así porque las empresas los ponían. La
prueba está que una vez, el mismo Mister Lewis dijo, “ Yo soy un
empleado como ustedes, porque si yo me voy a tirar a favor de
ustedes, lo que piden, el día que me saquen a m í la compañía, us
tedes no son los que me van a poner. Total, a m í no me cuesta
subirle un sol más a un obrero, pero comienza el Presidente que los
demás obreros van a querer el sol más. Entonces me cae encima la
compañía. Así conforme ustedes cuidan sus intereses, nosotros
también tenemos que cuidar nuestro interés Entonces habían
113
hombres; luchadores que veían que tenía la razón. Cada uno tenía
mos que defendernos, eso era, era la lucha antiguamente.
A veces, cuando estaba medio neurasténico, le agarraba el
hombro del obrero. Pero yo le voy a decir que le daba la razón. El
tejedor a veces saca la tela, malograda. Entonces cuando las piezas
las doblaban, entonces la compañía llamaba al director y le decía,
tantas, tal cantidad, miles de piezas malogradas. Entonces él era
responsable, ¿no es cierto? Y eso es lo que se confundía, se moiti-
ficaba, pues. Después, mucho robo por los obreros. Robaban géne
ro. Lo metían al baño y se sacaban escondido un cuarto de género,
o media pieza, y se fajaban, se calateaban, se fajaban. Después que
se fajaban, se ponían la camisa y el saco encima y salían a la calle a
venderla. Otro, habían canillas largas de hilo muy bueno, unas
canillas que la llenaba la máquina. Y se las metían entre las medias,
otro entre las cinturas y se las llevaban. Pero le hacían daño a la
fábrica por las canillas. Este es el palo que llenaban de hilo, pero a
las fábricas le hacía más falta el palo. Entonces todos le echaban la
culpa a los directores de la fábrica. Mandó una vez a traer policía y
descubrieron que por atrás de la fábrica había un río, y en el río
había escusados, le llamamos nosotros ahora los baños. Entonces
por los baños, las piezas de género las tiraban al río. Ese género
doblado corría por el río, y los obreros estaban en una calle llama
da El Panteoncito con unos palos con ganchos, y al pasar esto, lo
enganchaban. Llevaban ese tiempo carretas, carretas con muía.
(Llevaban eso) a vender.
Tenía momentos, Mister Lewis, tenía momentos de ocu
rrencia. Una vez mi hermano estaba parado con su gorrita. Mister
Lewis lo agarró de los brazos y lo subió arriba de unos tableros y
mi hermano le decía, “ ¡Bájame!” y todavía con la mano Mister
Lewis le hizo así en la nariz. Y después lo bajó y le dio un sol. En
tonces un día, él veía de arriba en una escalera. Y yo estaba con
mi hermano abajo, haciendo el box, porque iba a pelear este
Dempsey con Carpentier, el francés, el campeonato mundial con
Dempsey (1921). Y habían puesto una fotografía allí, y yo lo dije
a mi hermano, “Tú vas a ser Dempsey y yo Carpentier.” y comen
zamos a boxear. Pero de la boxeadera ya vino la trompeadera,
pues, entre hermanos. Y Mister Lewis vio, y no lo veíamos noso
tros. Cuando bajó, quisimos correr y nos jaló, nos agarró así, “ ¡Oh!
One dollar, one sol, para ustedes. ¡Sigan!” Total que por un sol,
pues, ah, un sol en ese tiempo. Mi hermano me mandó una patada,
yo le mandé otra. Entonces mi papá trabajaba en la fábrica aden
114
tro en otro salón, y fueron a decirle, “ Vea, sus hijos se están trom
peando Me acuerdo que mi papá vino con un palito largo a pe
garnos, y Mister Lewis no deja. “ Yo hace trompear a esos dos, a mí
me gusta eso Dempsey y Carpentier, decían éramos nosotros.
Total que muy bien.
Pasan los años y vine acá a dar la Fábrica de La Victoria y
allí encontré de gerente a Tizón y Bueno. Entonces, vino Mister
Lewis a los años del Inca. Lo pasaron a La Victoria. Y un día, pa
sando por allí, me miró, “ ¿Tú no eres Miranda?” porque mi papá,
cuando se escapó de chico a Vitarte, él era Antonio Frías y Miran
da. Pero él se puso Antonio Miranda, el nombre de la mamá para
que no dieran con él, ¿no es cierto? Como mataperro. Entonces
me miró, pues, “ ¿Usted es Miranda?” “S í”, le digo. “ ¿Y su papá?”
“Está en el otro salón ”. “Oh, voy a hablar con él ”. Y todos en la
fábrica le tenían respeto al gringo, ¿no? al grandazo, pues. Total
que habló con él. “ ¿Cómo va Miranda?” “Señor, ¿cómo está
usted?” “Oh, habla, habla con Patrick, Patrick No me decía
Frías ni Pedro. “Oh, Miranda, oh, Patrick ”. Patrick me decía por
decir Pedro. “ Sí Señor ” le dijo. “Ah, yo recuerdo cuando trom
pis y qué su hermano ” le dijo. “Está trabajando en la Fábrica de
Tejidos El Progreso ”.“ Ah, saluda, bueno ”.
Había una sección que era, que hacían los fardos de las
piezas, y dos muchachos, ayudantes comenzaron a trompearse y
pasaba Mister Lewis y dio orden que era prohibido trompearse en
la fábrica adentro, que los boten, que esos muchachos salieran
fuera a la calle. Dio orden. Entonces una de las hermanas de uno
de los muchachos vino llorando donde mí. No había esto de la
indemnización todavía, nada de eso. Entonces, él se va a la calle.
Yo era Secretario de Defensa (del sindicato). “ ¿Qué pasa?” le
dije. “Lo han botado a mi hermano, a los dos, y les han dicho que
se pongan sus sacos y se vayan ”. Entonces yo le dije, “ Vamos ”, y
estaba Mister Lewis en su oficina sentado, serio. Cuando entrába
mos a la oficina con gorro, aunque sea cualquier gorro que tenía
mos, aunque sea sucio, sombrero viejo, nos quitábamos el sombre
ro porque entrábamos a la oficina, pues, del Gerente. La comisión
para entrar conmigo, tenía, tenía miedo, ¿no? Y el gringo muy
sentado allí. Entonces. “ Señor, buenos días ”. “Oh ¿Qué quiere
Miranda?” “Señor, vengo porque ha pasado esta coincidencia de
que usted ha despedido a dos obreros ” .“Si yo encuentro trompis
y eso prohibido acá adentro de la fábrica, y eso fuera, fuera, fue
ra ”. Así hablaba. “No, Señor ” le dije. “Un momentito ”, le dije.
“ Usted se acuerda, ora años, en que El Inca, adentro de la fábrica,
115
me hizo trompear por un sol, yo Dempsey, Carpentier?” Y el grin
go me mira y se rie. “Oh, caramba, ah, sí recuerdo Así le dije,
“Señor, dos muchachos que se han trompeado ”,le dije “quieren
ser boxeadores, los salve, ¿no?” “Oh,” dijo, “este yo voy a pen
sar “No, pues, Señor, piense pues, Mister Lewis. Usted me cono
ce a mí de muchacho, a mi papá que es operario bueno “ Ya
¡Castigados! Hoy día no trabajan, pero mañana ya tienen su traba
jo”. La comisión no habló nada. Se quedaron admirados. Me dije
ron, “ ¿Cómo has hecho? ¿Cómo has conquistado tú a este Direc
tor?”
Cuando habían huelgas y entrábamos a su oficina, él nos
recibía muy serio. “ ¿Qué cosa quieren?” “Huelga, Señor “Oh,
no puede ser. Ustedes muy huelguistas. Yo habla con la compañía.
Yo no puedo contestar ahora mismo, tengo que consultar ”. Una
vez, tenía la costumbre de que cuando entraba a los salones y los
obreros trataban de hablarle, él seguía andando. No se. paraba. Y
una vez, un obrero lo agarró del brazo y le dijo “Oiga, usted está
hablando con la gente. Nosotros estamos hablando con usted. Y
usted sigue de largo”.
Entonces, como la fábrica trabajaba de noche, fue colosal,
eso tiene una historia. Los de noche hicieron un nacimiento de al
godón, bien curioso, los santos de algodón. Y como había algodón
de distintos colores, le hacían la cabeza de San José igual todo.
Pero en medio pusieron, de algodón, dibujaron un miembro de
uno, y abajo le pusieron un papel, Mister Lewis. Pobrecito, era fa
moso. Entonces todos nos escondimos. Cuando él pasaba tempra
no, vio el nacimiento. Y él que se acerca y vio que estaban los san
tos los carneritos que habían hecho de algodón, y estaba su miem
bro de él, como niño Jesús. Y decía Mister Lewis: “ ¡Oh! Esto des
cubre ahora mismo. Hoy boto a todo el mundo. A ver, llame un
policía”. Entonces entró un policía, y le dijo uno de la policía,
“Qué ha pasado?” “Oh, este no soy yo, yo no soy igualito”. En
tonces la policía se comenzó a reír y le dijo, “Señor, vamos a in
vestigar quién ha hecho este nacimiento”. Pero como todos éra
mos unidos, no pudieron hacer nada. Pero había un tal Mister
Stirling, un americano, lo mejor, un técnico muy bueno. Entonces
se acercó y le habló en inglés. Y Mister Lewis lo agarró del hom
bro, y como que lo empujó. ¿Qué diría, no? Le diría, “Los obre
ros te han dibujado porque tú eres así”.
Porque contaron que allí había una tejedora que le decían
“La Chapana” de apodo, eso, que se come de dulce, como los ta
males. Le pusieron porque era alta, gruesa, y le decían de apodo
116
“La Chapana Arequipeña”. Entonces Mister Lewis, como vivía en
los altos, en la mañana, ella subió al cuarto de él, y la malogró, le
rompió interiormente. Entonces bajó ella agarrándose de la baran
da. Como las mujeres no callan nada, las mujeres pasaron, “ ¿Qué
tienes hija?”. La agarraron y ya se dieron cuenta que Mister Lewis
ya le había hablado para fucking. “Fucking Margarita”. El la de
cía, “ Fucking, fucking Margarita”. Entonces la mujer fue a contar
a las demás.
Al contarle eso, estos muchachos que hicieron el nacimien
to, lo hicieron así, pero lo dibujaron bonito, igualito con los dos
cocos, la cabeza colorada con algodón colorada, todito.
117
CAPITULO VI ENTRE EL OFFSIDE Y EL CHIMPUN:
LAS CLASES POPULARES LIMEÑAS Y EL
FUTBOL, 1900-1930*
José Deustua C.
Steve Stein
Susan C.Stokes
Resulta paradójico que en un país como el Perú de la déca
da de 1920, con todos los problemas sociales y económicos que
entonces sufría, 25 mil personas se reunieran en el Estadio Nacio
nal a presenciar un partido de fútbol. ¿Significa esto una manera
de escapar a la realidad? ¿Jugar al fútbol los domingos en las calles
del barrio de La Victoria o en las haciendas cercanas a la capital,
como lo hacían los morenos del Alianza Lima, expresaba un divor
cio entre sus sufrimientos económicos y sociales y su capacidad
para resolverlos? ¿O era, por el contrario, una manifestación de su
sentir popular?.
(7) Cfr. por ejemplo la encuesta realizada por Monde, la revista de Henri
Barbusse en 1928, reproducida en Amauta No. 18, Lima, octubre de
1928, pp. 1-8: “ ¿Existe una literatura proletaria?”. Sobre el tema
pueden verse también los Escritos sobre literatura de Carlos Marx y
Federico Engels. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires,
1971. O el trabajo algo weberiano de Georg Lukács: “Consciencia de
clase” en Historia y consciencia de clase. Editorial Grijalbo. Barcelo
na, 1978. Puede ser útil también los escritos de Antonio Gramsci so
bre la cultura popular y nacional de las clases subalternas.
(8) Pueden verse, por ejemplo, El Comercio de Lima de 1900 y la revista
Variedades de 1911.
127
hispánica del país, o el “turf” a ambientes aristocráticos emulado
res del hipódromo de Ascot en Inglaterra; sino también porque
para practicarse se demandaban una serie de elementos de los que
ciertamente carecía la mayor parte del pueblo de Lima. Era poco
probable que un residente del Rímac o de Barrios Altos poseyera
un velocípedo, fuera socio del club Regatas de Chorrillos o dispu
siera de un mauser.
Es ilustrativa, por ejemplo, la noticia que en enero de 1900
se daba sobre la creación de un nuevo recreo: “ Se ha formado en
esta capital una sociedad para dedicarse a un sport nuevo entre no
sotros, por iniciativa de los señores Egidio Sassone, Santiago Poppe
y Manuel Llaguno. Se trata de la posesión de un vasto campo de
cacería que comprende la laguna de Villa y charcos de Conchán,
abrazando cerca de una legua cuadrada, que ha sido escriturada a
esa sociedad para formar en él una “ Reserva”. Laudable es fom en
tar en la juventud distracciones de este género, que contribuyen a
separarla de entretenimientos perniciosos para la salud y la moral.
Comprendiéndolo así el señor Francisco García Calderón ha cedi
do por escritura pública la exclusiva de las lagunas de Villa a la
nueva sociedad de sport” (9). Como se ve, se trataba de un verda
dero coto privado de caza.
En consecuencia tanto el tipo de deporte, como las institu
ciones en donde se practicaban, eran de élite, de la misma forma
en que lo era la sociedad en su conjunto. Deportes de élites, clubes
de élites, expresiones propias de la sociedad oligárquica limeña de
entonces. Veamos por ejemplo, quiénes conformaban la directiva
del club Regatas de Chorrillos a comienzos de siglo:
Presidente: J.V. Oyague y Soyer
Vice-presidente: F. Pérez de Velasco
Secretario: J.V. Oyague y Noel
Tesorero: Carlos F. Basadre
Inspectores: Francisco Tudela Varela
Francisco Dammert
Othon Gastañeta
Comisión Revisora de Cuentas: Pedro Larrañaga
Miguel Pardo (10)
(23) César Miró, Los íntimos de la Victoria Lima, 1958, pp. 22-23.
(24) Pedro Frías. Entrevista, noviembre 10, 1981.
(25) Pedro Mendez. Entrevista, mayo 24, 1982.
135
recoger la piedra para hacer cancha” (26). Miguel “Quemado”
Rostaing, el hombre orquesta del fútbol peruano entre 1918 y
1936 cuenta una historia parecida sobre su iniciación en el fútbol:
“Jugábamos en el barrio, a veces cinco contra cinco. En una pam
pa que siempre hay en diferentes sitios. En ese tiempo Lima era
casi toda chacras. Jugábamos grupos de muchachos” (27). Se juga
ba por el puro goce recreativo y a veces, como cuenta Maquilón,
“jugábamos once colas. Se llamaba cola o soda una botella que se
hundía la bola y se tomaba. El que ganaba tomaba esas colas. El
que no ganaba, veía pues” (28).
Para los jóvenes de los sectores más pobres, que carecían
mayormente de instituciones que orientaran su vida social, el fút
bol llegó a tomar una importancia en la vida cotidiana mucho más
allá de lo deportivo. El pequeño equipo de fútbol se volvió en mu
chos casos en grupo de amigos íntimos que se veían tanto fuera
como dentro de la cancha. Cuenta Maquilón que “ los del equipo
éramos muy unidos. Ibamos al cine. Hacíamos palomilladas. A ju
gar trompos, a jugar las bolas. Mis mejores amigos eran los que ju
gaban conmigo ” (29). O en las palabras de Rostaing: “siempre pa
rábamos juntos. Ibamos al cine, y como era muy oscura La Victo
ria (en 1912-1914), así que íbamos de cuatro, cinco hasta el Om-
nia. Así que de La Victoria nos íbamos y penaban. ¿No ve que era
muy oscuro? Sapos, culebras, de todo había. Hasta tales que a mi
compadre Alberto Montellanos una noche lo persiguió la Viuda”
(30).
En esos años, el fútbol de barrio se jugaba con escasos ele
mentos materiales. Las canchas eran de tierra con arcos formados
con piedras. Se usaban las llamadas pelotas de trapo que eran con
feccionadas de medias de mujer llenadas con trapo, lana y, a veces,
una piedra para dar peso. Los que jugaban en equipos más estable
cidos usaban pelotas de jebe y comenzaban a ponerse uniformes,
“un poco a la buena de Dios”, según Pedro Frías (31). Estos, que
eran en la mayoría de los casos solamente camisetas de un mismo
color y corte, fueron comprados con las cuotas mensuales de los
(45) Pedro Frías. Entrevista, noviembre 13, 1981. Compárese con los pre
cios de las entradas a los toros, el fútbol era obviamente, mucho más
barato.
(46) Reco Borodi: Historia de la selección: En los campos de antaño.
Lima, 1982, p. 28.
(47) El Sport, Lima, abril 19, 1930, p. 5.
(48) Ibid. abril 26, 1930, p. 4. Para información de los interesados Alian
za ganó 2-0.
143
jugadores como en su evolución de deporte espectáculo. Una face
ta importante del creciente número de asistentes a los partidos fue
la aparición de las barras, los grupos de espectadores que se junta
ban para alentar a un equipo en particular. El cariño de la barra, o
del integrante de la barra, el hincha, por el club o por el jugador de
sus preferencias, tenía que ver con fenómenos sociales y también
psicológicos. En el caso de la composición urbana de la Lima de
entonces existía la ligazón intrínseca entre el club y el barrio, so
bre la que ya nos hemos referido. Además, Lima entre 1910 y
1920 era más la conjunción de una serie de barrios con cierta auto
nomía e identidad, antes que una ciudad moderna. Existía una cul
tura de barrio, local, que justamente tenía sus máximas expresio
nes en los sectores populares que buscaban alguna identidad ya sea
en la música, la danza, la jarana, etc... fenómeno que no ocurría
en los barrios de las clases altas que imitaban modelos y la cultura
extranjera. De ahí que el valse criollo y la Guardia Vieja, surgidos
justamente en estas épocas, hayan tenido origen en barrios como el
Rímac o Barrios Altos (49).
Estas barras comenzaron a surgir con fuerza en los años
veinte, sobre todo alrededor de los primeros grandes clásicos del
fútbol peruano entre Alianza Lima y Atlético Chalaco. Como el
Callao no tenía todavía un estadio cerrado, estos partidos general
mente se realizaban en Lima. La barra chalaca, compuesta mayor
mente por pescadores y estibadores, era realmente temida tanto
por los jugadores como por el público limeño. Llegaban en tren
del Callao y, según el relato de Antonio Maquilón, “Se iban a pie
al Estadio. Las barreadas que venían, y por todas las calles, el ji
rón de la Unión, todas, ¡chimpún, Callao, chimpún Callao/ ” (50).
El término chimpún proviene de los pequeños petardos de dinami
ta que llevaban los pescadores consigo. Pedro Frías, asistente inevi
table a estos clásicos, cuenta del comportamiento de las barras en
el Estadio:
“Se agarraban entre el público. Era cosa brava cuando ju
gaban los chalacos con los limeños. Era como un boche.
(49) Cfr. Steve Stein: “El vals criollo y los valores de la clase trabajadora
en la Lima de comienzos del siglo XX” en Socialismo y Participación
No. 17. Lima, marzo 1982. Y el trabajo de José Antonio Lloreus:
Música popular en Lima: criollos y andinos. Instituto de Estudios
Peruanos. Lima, 1983.
(50) Antonio Maquilón. Entrevista, julio 19, 1982.
144 i
Enemigos desde ese tiempo los chilenos con los peruanos:
así era entre ellos. Mucho pasionismo había. Allí un equi
po que perdía. Que le ganaba Alianza, ¡uf! Por eso los re
ferees no querían un match que jugara Atlético Chalaco
con Alianza Lima. Una vez le tocaba a este Sarmiento ser
referee, y él les dijo: ‘No, aunque me paguen el doble’ ”
(51). ^
El entusiasmo de las barras afectaba no sólo a los especta
dores sino también a los jugadores. Miguel Rostaing, que jugaba
por Alianza en estos partidos, relata las experiencias con los hin
chas enfervorecidos, desde la perspectiva de la cancha: •
“ Había que jugar, pues, con cuchillo en la mano para hin
car a cualquiera de esta hinchada, para hacerle tener mie
do. Eran bravos los chalacos. Mucha gente bandida. Los
pescadores venían con dinamita. Tenían su dinamita pre
parada. Entonces la barra limeña no aguantaba. ¿Con qué
se defendía? Tenían que salir corriendo. Esos pescadores
casi vuelan a un back que teníam os nosotros con dinami
ta al lado de donde iba a sacar la bola. Casi lo vuelan con
pelota y todo. Y otra vez nos ganaron un partido cuando
hinchas, que estaban detrás del arco, le cortaron el po-
tingo a Segala (el arquero de Alianza). Segala volteó la
cara y ya el gol estaba hecho. Y a Segala se lo llevaron y le
cosieron con 5 puntos. Temible por su barra. Uf! Había
que salir con el pantalón en la mano corriendo” (52).
Entre otras cosas, estas escenas demuestran lo profundo
que había entrado el fútbol en la conciencia popular limeña. Se
creaban expresiones propias del lenguaje popular, como aquella
del chimpún referida ahora al zapato deportivo. Se había hecho
casi el único deporte de las masas urbanas y para muchos se con
virtió en una preocupación central de la vida cotidiana. En las pala
bras de uno que sentía esa atracción:
“Cuando era joven, el fútbol era lo que más me gustaba.
No había otro deporte más que el fútbol. Y después es la
fiesta de 28 de Julio, carnavales, casi nada, nada más. Pero
el fútbol fue lo más emocionante, porque allí se juntaba,
pues, todo. Todo era fútbol. De política, nada. El fútbol
era más que nada, más que las chicas” (53).
(51) Pedro Frías. Entrevista, noviembre 13, 1981.
(52) Miguel Rostaing. Entrevista, abril 22, 1982.
(53) Francisco Real. Entrevista, abril 28, 1982.
145
Otro fenómeno que ocurría era el de la transferencia o el
simbolismo. Transferencia no exclusivamente en el sentido psico-
analítico, sino sobre todo en el sentido social. El ídolo futbolístico
a finales de la década de 1920, Alejandro “Manguera” Villanueva,
por ejemplo, siendo un miembro de las clases populares [(Qué lejos
estaban ya los “sport-man” de 1900)], era considerado un perso
naje público, merecía la totalidad de las páginas deportivas y en las
competiciones internacionales su nombre era voceado por los “se
ñores de la sociedad”. Era pues el sinónimo del triunfador, si bien
nunca salió de su condición de marginado económica, social y ra
cialmente. De este modo, los jóvenes de los barrios populares, tam
bién marginados, veían en aquel ídolo el modelo a imitar. Este fe
nómeno consciente e inconsciente, creaba fidelidad y admiración.
Y además estimulaba el juego popular del fútbol espontáneamente
a nivel local.
A este fenómeno va a contribuir substancíalmente la exten
sión paulatina del periodismo deportivo, principalmente en los
años veinte. Esto se corrobora en el siguiente cuadro que mueslra
el aumento de las publicaciones deportivas entre 1918 y 1930:
Años 1918 1919 1920 1921 1922 1923 1924
No. 2 6 10 - 4 9
162
INDICE
PREFA C IO ..................................................................................................................
CAP. I
LOS CONTORNOS DE LA LIMA O B R E R A ..................................................
CAP. II
LA VIDA DE LUCHO SALDAÑA, O LA RECONSTRUCCION DE
UNA REALIDAD HISTORICA A TRAVES DE SU FICCIONALI-
ZA C IO N ........................................................................................................................
FUENTES Y METODOLOGIA................................................................
CAP. III
CULTURA POPULAR Y POLITICA POPULAR EN LOS COMIEN
ZOS DEL SIGLO XX EN LIMA.........................................................................
CAP. IV
EL VALS CRIOLLO EN LOS VALORES DE LA CLASE TRABAJA
DORA EN LA LIMA DE COMIENZOS DEL SIGLO X X ..........................
CAP. V
DON PEDRO FRIAS Y LA CREACION DE LOS DOCUMENTOS HIS
TORICOS: UN EJEMPLO DE LA HISTORIA O R A L ................................
CAP. VI
ENTRE EL OFFSIDE Y' EL CHIMPUN :LAS CLASES POPULARES
LIMEÑAS Y EL FUTBOL, 1900-1930, POR JOSE DEUSTUA, STEVE
STEIN Y SUSAN C. STO K ES...............................................................................
ALGUNAS CONSIDERACIONES PRELIMINARES.......................
ENTRE EL OFFSIDE Y EL CHIMPUN: LOS CLUBES, EL
FUTBOL Y EL ALIANZA L IM A ..........................................................
LA DIALECTICA DEL CONFLICTO: CONFRATERNIDAD
POPULAR O SELECCION OFICIAL.....................................................