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Atlan, Morin, Castoriadis, Varela. Incluso a los lectores que han conocido algunas nociones por mis escritos
anteriores.
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tipos de familias occidentales y las reducimos a una? Nos esforzaremos por discriminar las
formas ideológicas que gobiernan la representación de la maternidad y de la paternidad.
Marx lo dijo así: “la esencia humana no es una abstracción inherente al individuo
aislado, es en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”. Se opuso al presuponer
una naturaleza dada e inmutable, anterior a todo proceso cultural y social. El sujeto, es una
combinatoria de constantes y cambiantes condiciones históricas con su patrimonio cultural
específico.
Hay subjetivación cuando el ser puede acontecer, cuando las posibilidades se
actualizan, cuando no se es todavía lo que un día se será. La alteración es poder convertirse
en otro (devenir otro) sin dejar de ser uno mismo. No se pierden todas las cualidades, sino
algunas. 3 Y se adquieren unas nuevas. La alteración es la forma viva de la subjetividad.
Mientras que la alteridad, a diferencia de la alteración, supone una relación entre dos seres.
Es lo opuesto a la identidad (principio de identidad), es aceptar lo diferente (principio de
alteridad) (Hornstein, 2011).
Para Beck, la actual es una “sociedad de riesgo”. Hay tanta incertidumbre que se hace
imposible imaginar el futuro. Han estallado las normas tradicionales, y el adolescente no sabe
a qué atenerse. Se le exige ser exitoso en lo económico, estético, sexual, psicológico,
profesional, social, etc. En un mundo fascinado por el éxito, el rendimiento y la excelencia,
hay tensiones fuertes entre las metas y los logros.
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igualdad de géneros o de diferencia generacional, en el interior de nuestros consultorios las
vemos como confusión y angustia, depresión, aburrimiento, sentimiento de vacío, falta de
proyectos, baja autoestima, poca capacidad para pensar antes de actuar y un profundo
sentimiento de soledad en compañía, envuelta por los oropeles del ruido, del alcohol, de la
droga, de la violencia que llevan a que esas transgresiones tan propias de la adolescencia
pasen el límite que hace de lo transformador una puesta en riesgo de la vida (Rother
Hornstein, 2015).
Foucault, en el año ´77, dice: “la historicidad que nos arrastra no es lenguajera sino belicosa”. Y agrega: “El
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modelo con el cual pienso la historia no es el modelo de la lengua sino el de la guerra”. En ese mismo año dice:
“nadie puede ser más antiestructuralista que yo”. Foucault había sido uno de los padres del estructuralismo.
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arte, hasta devenir estrategia. Y al incluir excluye. Nada de programas y recetas. La
estrategia está en condiciones de lidiar con la incertidumbre. No teme la incertidumbre.
Un analista trabaja siempre con su disponibilidad afectiva y con su escucha. En la
clínica del adolescente se le solicita algo más: su potencialidad simbolizante, no sólo para
recuperar lo existente, sino para producir lo que nunca estuvo.5
El desvalimiento adolescente
Para hablar del desvalimiento del adolescente viene a cuento la respuesta que dio
Román Jakobson ante la pregunta de cómo él había decidido ser lingüista. Respondió “no es
que yo he decidido ser lingüista, sino que los demás hombres decidieron dejar de serlo”.
La historia comienza con el desvalimiento. ¿Qué dimensión puede tener sino
traumática? Todos fuimos desvalidos, es decir, sin recursos ¿de donde procedieron los
recursos? Y en cuanto ese acopio nos alejó del desvalimiento. Esa transformación del
desvalimiento es indisociable de la constitución del sujeto y su consideración no es posible
aislada del edipo y sus grandes ejes: identidad y diferencia, deseo y prohibición, yo y
alteridad.
Predomina el desvalimiento cuando los otros no pudieron construir los objetos
transicionales. Su lugar, que debió ser ocupado por el lenguaje, la simbolización, la
creatividad, se verá invadido por las somatizaciones, las actuaciones o por la depresión
vacía.
Cuando el desvalimiento se prolonga el adolescente está demasiado expuesto a los
vasallajes del cuerpo, de la realidad, del sistema de valores y de las múltiples turbulencias.
A veces prevaleció un fracaso en su historia libidinal e identificatoria. A veces duelos,
traumas actuales, enfermedades orgánicas, sacuden momentáneamente el psiquismo.
Estructurales u ocasionales, son ambas situaciones que llevan al desvalimiento.
En el desvalimiento predomina la descarga y la repetición de lo traumático (mas que la
elaboración psíquica), la tendencia al actuar y a la desorganización del yo.
La cómoda, para el psicoanalista que trabaja con adolescentes, es refugiarse en la
técnica. 6 El desafío, poner a prueba su singularidad y hacer sus opciones dentro de la
diversidad actual del psicoanálisis. El analista es algo más que el soporte de proyecciones y
de afectos movilizados por la regresión del paciente. La contratransferencia revelará al
analista no sólo su “saber” sino también su capital libidinal y relacional que remite a su propia
historia. ¿Estará preparado? Su subjetividad es una caja de resonancia historizante e
historizada.
Del miedo a las prótesis y de la implicación subjetiva me he ocupado en Las encrucijadas del psicoanálisis (FCE,
5
2013).
Que será técnica perimida, obsoleta.
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(fase religiosa). Y un momento en que el individuo acepta las exigencias de la realidad (fase
científica).
Cuando cesa la fusión con la madre, esa separación lo hace depender de la mirada
de la que se espera aprobación y amor. Entonces se construye el yo y sus ideales de
independencia, autonomía, nutrido por el narcisismo, pero también su reverso: la angustia de
ser alguien sin valor y sin interés. Surge otra cadena causal que relaciona el juicio del otro, la
diferenciación social, el sentimiento de inferioridad, el desmoronamiento de la imagen
idealizada de los padres, el odio, el desprecio, la ambivalencia y la diferenciación.
Mencionamos “narcisismo”, concepto complejo, difícil. El narcisismo integra diversas
corrientes: la de la búsqueda de autonomía y autosuficiencia con respecto a los otros, la
pretensión de dominar y negar a los otros, el predominio de la fantasía sobre la realidad. Por
un lado, la indiscriminación entre el yo y el otro; por otro, la regulación de la autoestima así
como el interés exacerbado por la identidad (Hornstein, 2000).
Nos corresponde correlacionar lo histórico social y la constitución subjetiva mediante
la noción de narcisismo. El adolescente actual está sometido a los mensajes de los medios
de comunicación masivos. Los adolescentes se repliegan a sus preocupaciones personales:
la “mejora” de su cuerpo y su subjetividad.
Hay un narcisismo patológico, claro, pero también un narcisismo trófico. El patológico
a a veces se confunde con un exceso de amor propio, siendo todo lo contrario. El individuo
carece de amor propio. Realiza esfuerzos insaciables por sustituirlo por la admiración
externa. Así carenciado, el yo es amenazado por la desintegración, por la desvalorización o
por una sensación de vacío interior. El vivir se concentra (y se agota) en uno mismo. Mientras
que en el narcisismo trófico el interés irriga metas y actividades. Se diversifica. Las
actividades conciernen a las ambiciones, los ideales, el compromiso con los otros, y ya no
importa casi mantener y promover la identidad y la autoestima, ahora convertidas en
productos colaterales de tales actividades. Alcanzada cierta cohesión de la identidad y de la
autoestima, la persona es más libre para orientar su vida no por motivos narcisistas, sino por
la realización de deseos y proyectos (Hornstein, 2013 a).
No hay tanto una crisis de valores como una crisis del sentido mismo de los valores y
de la aptitud para guiarnos. Tambalean los marcos morales heredados de las grandes
confesiones religiosas, pero también se desdibujan los valores laicos que pretendieron
reemplazarlos (ciencia, progreso, emancipación de los pueblos, ideales solidarios y
humanistas). Ya no existe un patrón fijo sino que los valores fluctúan en un amplio mercado.
Un laberinto que nos marea.
No es éste el lugar para desarrollar el tema de la globalización, pero sí para recordar
que sus efectos (inherentes o indeseados) deben ser estudiados multidisclinariamente.
Constatamos que se han debilitado los lazos sociales y que se ha borrado la dimensión de la
vida pública. Las sociedades contemporáneas cultivan dos discursos aparentemente
contradictorios. Por un lado quisieran revitalizar la moral. Por el otro exhiben su costado
decadente. Aumentan la delincuencia, la violencia, el narcotráfico, la drogadicción, los delitos
financieros, la corrupción en la vida política y económica.
Foucault define la ética “como la elaboración de una forma de relación del individuo
consigo mismo que le permite constituirse en sujeto de una conducta moral”. No la define en
relación con una ley, que es lo propio de la moral. El sujeto moral debe ajustarse a una ley
preexistente mientras que el sujeto ético se constituye sólo por su relación con la ley a la que
adhiere. En la ética así definida la libertad retoma sus derechos, incluidos los de desobedecer
cualquier ley, reglamento u orden que fuera contrario a su ética.
La ética no le dice a un individuo lo que debe hacer, no le exige aprobar una visión del
mundo, a lo sumo, le indica en qué casos tiene el deber de decir no. La ética y la moral
pueden enfrentarse y permitir así a cada individuo el ejercicio de su libertad.
Las modificaciones en los modos como los hombres actúan como resultado de
acontecimientos históricos, cambios tecnológicos, modificaciones de las formas familiares, la
«cultura» incide en la valoración. ¿Cuáles son las metas, ideales o modelos de estas
diferencias culturales? ¿Qué códigos apoyan estos ideales?
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Cuando el futuro se presenta amenazador e incierto, queda la retirada sobre el
presente. A la vez que pone el futuro entre paréntesis, el sistema procede a la “devaluación
del pasado” por su avidez de abandonar las tradiciones.
Sufrimientos
En los sufrimientos predominantes incide lo socio-cultural. Los valores personales son
instituidos en la infancia pero no de una vez y para siempre. No dejan de resignificarse a lo
largo de la vida. Y día por día son afectados por los valores colectivos. ¿Cómo? Tendremos
que estudiarlos.
En tanto realidad y fantasía no coinciden, el sufrimiento el precio de reconocer la
diferencia, en vez de negarla. El exceso de sufrimiento es la experiencia de un sujeto que
está enfrentado a la pérdida, al rechazo, a la decepción que le impone un otro investido. El
sujeto apela a la desinvestidura, que, si está al servicio de la pulsión de vida, preserva la
posibilidad de un nuevo soporte. Pero en su desesperación el sufriente puede desapegarse
de la “causa” del sufrimiento y tirar el bebé con el agua de la bañadera. Es decir, empobrecer
sus relaciones.
¿Qué es “investir”? Para “Investir” como para “invertir” hay que apostar. No hay
garantías. Y el sufriente siente que tiene poco o que no tiene nada. Vivir es arriesgar. Y el
sufriente siente que no puede arriesgar lo que tiene. Incluso, atemorizado, recurre a
“desinvestir”: retira la inversión, el entusiasmo, el interés. De los otros y de la realidad
parecen venir sólo afrentas. La indiferencia se convierte en un escudo (por suerte a veces es
un escudo transitorio, un repliegue táctico para retomar la lucha en mejores condiciones)
(Hornstein, 2013b).
La tendencia regresiva de la pulsión de muerte apunta a un antes del deseo, a un
estado de quietud, al reposo de la actividad de representación. Aspira al Nirvana, a la
desaparición de cualquier objeto que pueda provocar el surgimiento del deseo.
¿Podemos hacer algo? ¿Tenemos márgenes de maniobra ante el sufrimiento? ¿O
solo salidas desesperadas como la anestesia de los fármacos, del alcohol y las drogas, la paz
sepulcral de ciertas corrientes “new age” para las cuales son descalificados nuestros afectos
y compromisos? Aquí sólo diré una frase: la vida es posible cuando uno puede zambullirse en
ella. (Espero que suene realista.)
El yo y su devenir
El yo no es un don ni un regalo. El yo va siendo. Zambulléndose en la complejidad de la
vida. Es decir, elaborando muchísimos duelos. El trayecto identificatorio asegura al yo un
saber sobre el yo futuro y sobre el futuro del yo. Cada vez más investir emblemas
identificatorios depende de las propuestas sociales y no del discurso de un único otro. Se ha
modificado la economía libidinal después de la declinación del Edipo.
Hago mi repaso y quizá el lector, simultáneamente, quiera hacer el suyo. Una y otra
vez me he preguntado tantas veces cómo se construye el yo… Cómo se articula historia
identificatoria-historia libidinal. Qué lugar le doy a las identificaciones primarias y secundarias.
Cuál es el rol de la madre como constructora de la subjetividad. Y si es histórica o innata la
falla yoica. (Si la falla es histórica, ¿cómo entendemos la intersubjetividad, en cuanto a la
construcción tanto del yo, como del superyó y de lo reprimido?). Me he preguntado y me he
repreguntado. ¿Habré “vuelto a pensar”?
El niño nace y comienzan una serie de identificaciones, una serie de elecciones de
objeto… Cuando la madre no se discrimina lo suficiente del yo de ese bebé que va surgiendo,
el se torna yo borroso. Una madre suficientemente buena permite crear una espacio
transicional, con adentro, afuera, y en el medio un espacio de juego. Límites. Historia
narcisista-historia identificatoria, ya que la madre va proveyendo al niño identificaciones, va
narcisizando, positiva o negativamente.
Lo traumático es inevitable, dados la complejidad de la historia libidinal e identificatoria
y sus bucles recursivos. Hacemos converger en la trama edípica todos los hilos que
conciernen a la identificación. Reubicando las instituciones del yo (la censura, las defensas,
la prueba de realidad) y las del superyó (los ideales, la conciencia moral y la
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autoobservación). La combinatoria de bisexualidad y lazos edípicos atravesados por la
ambivalencia permite comprender el juego identificatorio (Lerner, 2006).
Al yo lo amenazan de todos lados. Lo amenazan desde el ello, desde el superyó, desde
el mundo exterior. Pero no lo avasallan (por más que Freud haya hablado de “vasallajes del
yo”). La oposición entre un yo-función, propenso a la adaptación, y un yo-representación,
condenado al desconocimiento, simplifica pero no resuelve la tarea de construir una
metapsicología del yo. El yo es defensivo e historizante. Freud defenderá hasta el último día
la complejidad del yo, negada por las dos cosmovisiones simplificantes7.
El niño interioriza las imágenes y las propuestas que los otros tienen de él para
construir a ese adulto que será. Pero una subjetividad no es una unidad sino una
multiplicidad. Todos sus diversos aspectos son relativamente autónomos los unos respecto
de los otros: el profesional, el familiar, el amoroso, el político.
Adiós al peregrino
Por cuestiones de edad, algunos han oído hablar y otros hemos vivido los tiempos del
modernismo, que podríamos llamar tiempos utópicos en que se creía en la “victoria final”. La
vida parecía más simple, porque, como en un western, creíamos saber quiénes eran los
malos. En la postmodernidad se rechazan las certidumbres de la tradición y la costumbre,
que habían tenido en la modernidad un papel legitimante. Se han disuelto (o son disueltos)
los marcos tradicionales de sentido.
La modernidad construía en acero y hormigón; la posmodernidad construye en
plástico biodegradable. Un mundo construido con objetos duraderos fue reemplazado por
productos descartables destinados a una obsolescencia inmediata.
No hace falta ser creyente para sentir que “el hombre es un peregrino sobre la Tierra”.
Para los peregrinos la verdad es, como el horizonte, distante en el tiempo y el espacio. La
distancia entre el verdadero mundo y este mundo está constituida por la discordancia entre lo
que debe alcanzarse y lo que se ha logrado. La estrategia posmoderna evita los
compromisos de largo plazo: no atarse al lugar y controlar el futuro, sino negarse a
hipotecarlo, amputando el presente en ambos extremos, cercenarlo de la historia, abolir el
tiempo y convertirlo en un presente continuo. El tiempo ya no es un río, sino una serie de
lagunas y estanques. Así como el peregrino fue la metáfora para la estrategia de la vida
moderna el paseante, el vagabundo, el turista y el jugador proponen las metáforas de la
estrategia posmoderna.
El paseante alterna entre extraños y es un extraño para ellos. El vagabundo no tiene
un itinerario anticipado: su trayectoria se arma por fragmentos. Cada lugar es una parada
transitoria, y sólo decide el rumbo cuando llega a una encrucijada. Como el vagabundo el
turista está en movimiento. Es un buscador de experiencias y novedades. A diferencia del
vagabundo, el turista tiene un hogar; en otra parte existe un sitio acogedor al cual es posible
retornar. Para el jugador nada es predecible ya que su mundo esta plagado de riesgos y de
una sucesión de juegos. Las cuatro estrategias de vida posmodernas comparten la tendencia
a fragmentar las relaciones humanas; todas atentan contra los deberes y obligaciones.
Privilegian la “autonomía” en oposición a las responsabilidades morales.
Bibliografia
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Luis Hornstein
Premio Konex de platino en psicoanálisis (década 1996 a 2006).
Sus últimos libros son Narcisismo (Paidós, 2000), Intersubjetividad y
Clínica (Paidós, 2003), Proyecto terapéutico (Paidós, 2004), Las
depresiones (Paidós, 2006), Autoestima e identidad (F.C.E., 2011)
Las encrucijadas actuales del psicoanálisisis (F.C.E, 2013). Puedes
escribirle a su email: luishornstein@gmail.com o consultar su
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