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FICHTE, J. G. (1808 – 1995) Discursos a la nación alemana. Ma. J. Varela, L. A.

Acosta, Barcelona, Ediciones Altaya (discurso octavo y noveno).

REPORTE DE LECTURA.

En este par de textos hallamos dos de las principales preocupaciones de cualquier


Estado – Nación, pero más aún, de la nación alemana que, históricamente se ha
caracterizado por un sentimiento nacionalista exacerbado, aún desde sus orígenes
como el orgulloso pueblo germano que se levantó contra el gran imperio romano,
arriesgando mucho más que su vida: su permanencia en el continuo de lo eterno,
que debiera ser, según Fichte la consecución más noble y elevada de cuantas
pudiera imaginar la mente humana,

Fichte comienza exponiendo que un pueblo en el sentido superior de la


palabra es “El conjunto de hombres que conviven en sociedad y que se reproducen
natural y espiritualmente de manera continuada, que está sometido en su totalidad
a una determinada ley especial del desarrollo de lo divino a partir de él”. En el texto
se realza la importancia que tiene la necesidad de permanencia, esa que va más
allá de una simple existencia dentro del instante que representa el tiempo que puede
abarcar una sola vida humana; llegando a alcanzar un tiempo indefinido en el que
se prolonga, no la existencia de un solo individuo, sino la esperanza de la
permanencia eterna del pueblo mismo.

En este sentido, podemos comprender el hecho de que la noción de pueblo


desde la concepción de Fichte, va íntimamente ligado con el orgullo de pertenencia
que tanta polémica ha despertado dentro de la nación alemana, sobre todo por que
somos conscientes de los excesos en los que se ha caído durante ciertos regímenes
como el liderado por Hitler. Sin embargo, debemos estar conscientes de que, son
los hombres y no las ideologías, quienes son susceptibles de cometer errores, por
lo que hemos de mantenernos alejados de cualquier sesgo malintencionado al
momento de analizar lo que se enarbola en los discursos de Fichte.

En el discurso octavo, la idea de pueblo y nación se nos muestra íntimamente


ligada con conceptos religiosos como la idea de la eternidad, “Ni siquiera el hombre
puede amarse a sí mismo a no ser que se entienda como algo eterno”, dice Fichte
y, al mismo tiempo, nos recuerda que es la búsqueda por la eternidad lo que mueve
al pueblo a conformarse como nación, a buscar ir más allá de lo que son, en aras
de un bien común que traspase las barreras de la existencia, porque para quien el
concepto de lo eterno no tenga la validez necesaria, dice Fichte, no será capaz de
lograr nada en pro de su patria, “no posee amor alguno ni puede tampoco, amar a
una patria, pues una cosa así no existe para él”.

Dentro de lo que se nos plantea, podemos deducir que el hombre como tal,
deja de ser importante dentro del concepto de patria, de nación y aún más, de
pueblo. El individuo no es más que una parte integradora de un todo, de algo mucho
más grande que él mismo, de algo que sí ha de permanecer; en tanto que la vida
humana es perecedera y fugaz, la vida de un pueblo será eterna, tan sólo se cuenta
con el esfuerzo de todos.

Se nos brinda por lado, el ejemplo del pueblo romano como la quintaesencia
de la patria: es la fe en la permanencia de su patria lo que los anima a hacer los
mayores esfuerzos y sacrificios, a morir lejos de su tierra, a separarse de sus
familias con la casi certeza de que no habrán de verse de nuevo, pero sabiendo
que, si son capaces de resignarse, de llevar todos estos sufrimientos de manera
estoica y esperanzada, su patria: su Roma, habrá de permanecer eternamente, y
ellos habrán también de permanecer, habrán de continuar viviendo eternamente en
esta eternidad dentro del tiempo. Por otro lado, se le da la misma importancia al
concepto de pueblo representado por los germanos: estando divididos en diferentes
regiones, en donde cada uno de los miembros de ese pueblo podría buscar
integrarse, de acuerdo con sus aspiraciones y talentos; siendo plenamente
aceptado en cada uno de esos lugares tan pronto como arribaba, contando con todo
lo necesario para seguir sintiéndose parte de algo más grande, más importante que
sí mismo; podía pues, sentirse integrante, contenido y acogido; por lo que buscará,
con su propio esfuerzo, contribuir al engrandecimiento de ese continuo, de ese
Estado que buscará al mismo tiempo garantizar el bienestar de cada individuo que
lo integra, regido por el amor a la patria; es decir, el Estado deberá estar sometido
ante la idea aún más elevada de la patria, para limitarse a la hora de elegir la forma
en la que se ha de buscar la paz interna.

En el discurso noveno, Fichte nos habla de la educación y de cómo, en un


orden anterior, lo más importante para ella era el mundo de los sentidos, por ser
considerado como el único auténtico, verdadero y realmente existente; por lo que
era lo primero que le era presentado al educando. Sin embargo, una nuevo
corriente, una nueva educación, considera que el único mundo verdadero y
realmente existente es el que se capta “mediante el acto de pensar”. Para Fichte,
tanto como para esa nueva corriente educativa, la educación es el capo de batalla
en el que se enfrenta el mundo real con el mundo dominado por la razón pura; es
por ello que notamos nuevamente la escisión, como ocurrió en su obra
“Fundamentos del derecho…” que analizamos antes.

Dentro de esta nueva forma de pensar, todo aquello que percibimos con los
sentidos queda en un segundo plano, puesto que está sujeto a una percepción
subjetiva y contaminada por cuestiones físicas que podrían cambiar por completo la
forma en la que se percibe. La manera en la que podemos asir el mundo mediante
su percepción sensorial resulta incapaz de mostrarnos la realidad “real”, ya que todo
aquello que sentimos se relaciona con el viaje de los impulsos a través de nuestro
sistema nervioso y, por tanto, pudiera quedar interrumpido o contaminado por
cualquier fallo en el mismo. Por otro lado, si es que somos fieles a lo que captamos
mediante el acto de pensar, podríamos, al menos al parecer, dentro de los
conceptos ideados por Fichte, llegar a una universalidad de forma más completa y
compleja. Ya no es una simple cuestión fisiológica susceptible de imperfección, sino
que se trata de un proceso mental susceptible de perfección, un proceso complejo
mediante el cual, el ser humano es capaz de llevar a cabo el más elevado de los
ideales, al encontrar el mundo y encontrarse en él de forma tal que el educando
(cada uno de ellos) llegará a convertirse en un ser humano tanto en lo individual
como en lo colectivo, es decir, como integrante de un pueblo, de una patria, en la
que se hallará convencido de que habitará aún después de su propia muerte.

Si bien el discurso podría pasar por religioso, debemos tener en cuenta que
la eternidad de la que nos habla Fichte en ambos textos, es un sentido elevado de
la percepción del tiempo, es una permanencia de la obra que cada uno de los
integrantes de un pueblo, ha contribuido a forjar; y que va mucho más allá de la
concepción de premio o castigo a posteridad una vez terminado el tiempo de vida
físico al que se está sujeto como seres humanos. Al preguntarse Fichte si acaso
“¿es el cuerpo del niño el niño mismo?”, podemos vislumbrar precisamente el hecho
de que para él, como integrante de la nación alemana, lo verdaderamente
importante no es el cuerpo, la existencia en años a la que está sujeto el cuerpo
humano como sistema, sino más bien, se comprende que la consciencia del niño –
en este caso-, va más allá. El niño no es su cuerpo, sino que es mucho más; y todo
ese potencial que se encuentra en él sólo será alcanzado mediante la educación
integral que lo formará como ciudadano, como habitante de un todo más grande,
mucho más elevado que el ser humano mismo. Y para ello deberá ser formado
también de modo que su ser físico alcance toda la perfección posible, sus
capacidades habrán de ser explotadas y llevadas al máximo para que su servicio a
la patria sea completo. Si un hombre ama a su patria, se dejará pulir dentro del
sistema de forma total, dócilmente, pero con orgullo; sabiendo que todo cuanto se
hace por él, se hace por la patria.

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