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La consolidación de un actor político: los miembros de la plebe porteña y los conflictos de

1820 – Gabriel di Meglio

Muchos de los integrantes de la plebe urbana participaron de la vida política que


originó la Revolución de Mayo. Aunque intervinieron siempre subordinadamente
devinieron en un actor político que se fue desarrollando a lo largo de la agitada década de
guerra independentista. En 1820 ese actor se consolidó como tal y adquirió un lugar inédito
en la escena política.

El termino plebe era empleado por la elite de Buenos Aires para denominar a los
sectores bajos de la sociedad porteña, un conjunto heterogéneo de personas que compartían
su condición social subalterna.

La participación de la plebe porteña en la política pos revolucionaria no ha sido un


tema central en la historiografía argentina. Dos autores ubicaron a la plebe como un actor
destacado en los vaivenes de 1820: Vicente López y Halperín Donghi.

Los miembros de la plebe y los conflictos de 1820

Los acontecimientos de 1820 en Buenos Aires constituyen un intrincado cumulo de


hechos desatados por la derrota en febrero del último director supremo, José Rondeau, en la
batalla de Cepeda ante los entrerrianos y santafecinos, que puso fin al largo conflicto entre
el gobierno central y la disidencia litoral que había dirigido José Artigas. La consecuencia
directa fue la caída del Directorio, que fue también la del sector político centralista de
Buenos Aires que había dirigido el gobierno desde 1816. El resultado fue una crisis en la
hasta entonces capital, en el momento en que avanzaban triunfantes las tropas de Estanislao
López y Francisco Ramírez.

En este contexto, otra vez, como había ocurrido en la primera mitad de la década
que se cerraba, la plebe – principal proveedora de milicianos-ocupaba un lugar en la escena
política en una coyuntura de conflicto intraelite. La movilización de una parte de la plebe
resultó decisiva para resolver la suerte de la política en esos momentos críticos, dada la
falta de poder de respuesta de los sectores dominantes.

El Cabildo de Buenos Aires y los líderes populares

De la complejidad política de los hechos previos al levantamiento de octubre de


1820 se desprenden dos aspectos a explicar para dilucidar la participación de la plebe
urbana: el papel de sus líderes y la importancia del Cabildo de Buenos Aires.

Tres oficiales- SOLER, PAGOLA, DORREGO- se destacaron como referentes de


los sectores bajos en los acontecimientos de 1820. Eran parte de lo que Halperín ha llamado
la “oposición popular”, formada por militares y publicistas en el segundo lustro posterior a
la revolución para enfrentar la moderación del gobierno de Pueyrredon. La trayectoria en el
ejército durante la década de 1810 le permitió adquirir influencia sobre la plebe urbana, que
había integrado sus tropas, movilizándolas bajo su liderazgo en 1820.

La oposición de estos oficiales a la tibia política de Pueyrredon para con los


enemigos de Buenos Aires los hacía populares. Dorrego, Pagola y Soler se filiaban con la
tradición guerrera de la primera etapa de la revolución. En cuanto a sus rasgos personales,
los tres eran carismáticos y habían ganado fama de valientes en las campañas en las que
habían participado. Por lo tanto, pertenecer al ejército era fundamental para lograr
influencia entre la plebe, pero no bastaba: la actitud política, el carisma y los gestos hacia el
“bajo pueblo” desempeñaron también un papel decisivo.

Cabe señalar que entre los lideres y sus seguidores plebeyos se ubicaba un sector de
dirigentes “intermedios” de gran ascendencia, como algunos capitanes del segundo tercio
cívico que participaron en todos los acontecimientos políticos de 1820: José Bares, Epitacio
del Campo, etc. que fueron llamados “tribunos de la plebe” No eran plebeyos, eran
llamados “don” y sabían escribir, pero no estaban en las esferas de la alta sociedad. Muchos
de ellos eran empleados del Estado. El papel de estos individuos se percibe con rapidez en
todos los movimientos en los que la plebe actuó políticamente siguiendo a algún sector de
la elite (en 1820 a los lideres mencionados arriba).

Todos estos liderazgos no alcanzan para hablar de un “partido popular” antes de la


caída del Directorio. De hecho, hasta 1820 los tres principales referentes de la plebe en ese
año no se encontraban en Buenos Aires. Su liderazgo fue sólo un antecedente de sector
político que dirigiría Dorrego en los años subsiguientes. La actuación de los lideres
mencionados y la plebe urbana a lo largo de la década de la revolución es en realidad
indisoluble de su relación constante con el Cabildo de Buenos Aires, el referente legitimo
de aquellos oficiales, el receptor de las peticiones y el convocador de los sectores
subalternos en todas sus intervenciones políticas. Su papel es central para entender la
participación plebeya.

El Cabildo de Buenos Aires no sólo sobrevivió a la ruptura del vínculo colonial sino
que afianzó su poder tras la revolución. Continuó siendo el órgano de representación de los
vecinos de Buenos Aires y fue el brigadier de las milicias de la ciudad; conservó y ejerció
la capacidad de ocupar el gobierno en caso de acefalia y de convocar a Cabildo abierto,
además de lograr otras atribuciones inéditas. Aunque lo integraba únicamente un sector de
los porteños, se basaba, a diferencia de otras corporaciones, en el supuesto de que se
ocupaba del “bien común”, es decir, que velaba por todos los habitantes de su territorio y
no sólo por aquel sector. Esto hacia que para la plebe urbana, y para el resto de la sociedad,
el ayuntamiento fuera una autoridad legítima, que se encargaba también de ella.

De esta posición de “padre”, de encargado del “bien común”, provino la lealtad que
la plebe mostró al Cabildo mientras éste existió. La novedosa participación de los plebeyos
en una política también nueva, surgida con la revolución, se articuló con una de las
instituciones más tradicionales de Buenos Aires.

El levantamiento de Octubre

En octubre de 1820 la plebe se consolidó como actor al combinarse una serie de


prácticas y lazos que se habían desarrollado durante la década revolucionaria de manera
paralela. La fidelidad a la autoridad legítima del Cabildo, el apoyo a la facción anti
directoral y la elaboración de “motines autónomos” se entremezclaron durante el
levantamiento que siguió en la ciudad al nombramiento de Martin Rodríguez como
gobernador, en detrimento de Dorrego. (Los milicianos fueron la columna vertebral del
levantamiento y se sublevaron bajo la conducción de sus jefes).

El levantamiento estaba conducido por uno de los líderes populares: Pagola.


Rodríguez optó por marcharse a la campaña y el Cabildo reasumió el poder y no reconoció
al fugitivo. Los líderes del movimiento y los capitulares buscaban ganar tiempo hasta que
Dorrego, a quien los cívicos querían como gobernador, se hiciera presente con sus tropas y
decidiera la situación; eso no ocurriría puesto que aquel acató las resoluciones de la Junta
de Representantes.

Mientras tanto, Rodríguez organizaba extramuros fuerzas con las que avanzó sobre
Buenos Aires secundado por las tropas que conducía el comandante de milicias de la
campaña, Juan Manuel de Rosas. Entraron en la ciudad y se dispusieron a asaltar la Plaza
de la Victoria, único punto controlado efectivamente por los cívicos. En un principio los
dirigentes del levantamiento buscaron pactar pero luego, se reanudo el violento combate
que finalizó con el triunfo de las tropas de Rodríguez, cuya columna vertebral eran los
colorados de Rosas. Concluía así el último episodio violento de 1820; Rodríguez afianzó su
autoridad y, poco después, se le retiró al Cabildo la conducción de las milicias cívicas, las
que a su vez pronto serian reformadas.

A pesar de los recorridos y las diversas preguntas que se realizan las distintas
corrientes historiográficas es indudable que se trataba de vencer a esa facción,
fundamentalmente porque el resquemor que los militares y publicistas que la integraban
causaban en la elite económica y en el viejo grupo centralista provenía, más que de una
propuesta de modelo político, de su posibilidad de generar inestabilidad a partir de su
capacidad de movilizar a parte de la plebe.

Tres actores de la política pos revolucionaria fueron derrotados en octubre de 1820:


el Cabildo, los líderes populares y la plebe. La unión de distintas practicas de la década
previa-acudir a movimientos liderados por la elite y realizar motines sin su intervención en
la milicia y el ejercito-explicitó el papel activo que la plebe había adquirido, por medio de
la intransigencia de quienes ocupaban la Plaza de la Victoria, el lugar central de la vida
política porteña y de la desobediencia a las negociaciones de sus oficiales. La plebe era una
molestia en tanto actor político; a ello se sumo en esa ocasión un fogonazo de temor a un
desborde social.

Los sectores dominantes de la economía, que necesitaban la paz para intentar una
prosperidad que les parecía posible, y los integrantes de la facción directoral buscaron
eliminar toda posibilidad de desorden y en su enfrentamiento con el sector más capacitado
para producirlo atacaron a lo que lo volvía peligroso: la plebe. Basada en estos dos
elementos –el objetivo político y la breve histeria de temor social-partió la decisión de un
ataque que desembocó en un combate de llamativa ferocidad.

La resolución del conflicto ilustra el grado de movilización al que había llegado la


plebe urbana: los jefes querían negociar, la tropa no. Era la movilización plebeya lo que
buscaba destruir la elite. El “partido del orden” fue, entre otras cosas, una solución para ello
en el siguiente lustro.

Conclusiones:

La crisis de 1820 dio lugar a la consolidación de la plebe urbana como un actor


político, producto de la combinación de dos practicas surgidas tras la revolución: su
intervención en los conflicto intraelite, dirigida por los miembros de ésta y la realización de
“motines autónomos” en el ejército y la milicia, conducidos por plebeyos. El surgimiento
en octubre de ese año de una suerte de motín protagonizado por integrantes de los sectores
bajos dentro de un conflicto entre facciones fue consecuencia de la experiencia de esa
década de politización de la sociedad porteña, que involucró a gran parte de ella. Pero las
condiciones que permitieron ese acontecimiento se modificaron con el fracaso del
levantamiento y desarticularon en parte las prácticas políticas de la plebe del periodo
revolucionario.

Es necesario tener en cuenta que los plebeyos que participaron en los conflictos de
1820 no actuaron defendiendo intereses en tanto plebe. Lo que los movilizó fueron
solidaridades políticas: una tradicional hacia el Cabildo y otras nuevas construidas
fundamentalmente en el ejército y la milicia. La tropa de las milicias eran entonces
plebeyos armados. El levantamiento de octubre únicamente fue posible por la organización
que daban las milicias, pero datos fragmentados permiten apreciar un alcance mayor de la
participación que incorporaba al ejército regular, la “chusma” y los esclavos fugitivos.

Tras el levantamiento de octubre, Martin Rodríguez pasó a dirigir a los cívicos y el


Cabildo perdió así una de sus mayores prerrogativas, junto a la de convocar al pueblo en
caso de emergencia. No mucho más tarde la institución municipal desaparecería y la Junta
de Representantes ocuparía su lugar; este cambio fue también el triunfo del espacio
provincial sobre el meramente urbano, central en el periodo colonial y en los diez años de
guerra. La extinción del Cabildo rompió el sólido frente municipal que representaron entre
1810 y 1820 la institución capitular y las milicias cívicas. Es muy probable que en su
desaparición haya pesado la voluntad de la elite de eliminar al referente legitimo de la
plebe.

El inicio de la tranquilidad del periodo rivadaviano en Buenos Aires, el nuevo


sistema electoral, los efectos de la represión del último levantamiento de 1820 y la reforma
militar modificaron bastante la forma de intervención de la plebe urbana en la política
porteña. Los plebeyos siguieron actuando en ella, muchos de ellos vinculados desde 1824
con la facción dirigida por Dorrego, pero sus prácticas se redefinirían con el cambio de
escenario que puso fin a sus modos de participación en la década de la revolución.

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