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LA JUVENTUD POLÍTICA

A fuerza de militancia y madrinazgo presidencial, en el último lustro una generación de


jóvenes kirchneristas logró ocupar los resortes, cuando no agarrar la manija, del
Estado Nacional. A menudo retratada desde afuera en un análisis que se limita a la
conducción de La Cámpora, ya era tiempo de preguntarse qué piensan y cómo es el
trabajo de esa multitud anónima que se calza la pechera y recorre el territorio en
busca de votos y adhesiones.

-por Damián Selci para Inrockuptibles, septiembre 2015-

“Antes que nada, es importante diferenciar dos cosas: táctica de masa y estrategia de
construcción.” Esto están diciendo en una unidad básica del oeste del conurbano
bonaerense. De pie, el responsable político se explaya: “la construcción es hablar con
Martha, Sonia, Gladys, Antonio; hacernos amigos de la comisión directiva del Club Tal
y Tal, que nos conozcan; arreglarle el techo a don Eduardo, a quien también le
conseguimos insulina; en fin, relaciones sociales, con contenido político, de modo de
insertarnos en la sociedad civil local. Construcción: un pasito, luego otro, te conocen la
cara, te quieren. La organización seduce al tiempo, se expande silenciosamente, con la
lentitud del humor, las costumbres y el cambio social… Después, por otro lado, está la
política de masa, donde salimos a lo loco, para los cuatro costados: es decir,
¡elecciones! Como acá precisamos el voto, no es quedarse dos horas tomando mate,
sino que, si el vecino es compañero, le pedimos el teléfono y seguimos rumbo, porque
ese ya nos acompaña. Hay 50 mil frentes en el distrito y resulta que tenemos que
llegar a todos. Como suena. Así que importa lo cuantitativo, porque lo electoral es eso:
números. Todo esto, claro”, prosigue el responsable, “ha de ocurrir bien rápido, en un
par de meses eléctricos, furiosos, inolvidables. Se llama o le dicen ‘campaña electoral’.
En cambio, la construcción, lo que hacemos el resto del año, y de la vida, es cualitativa
y la llamaremos, con intencionado dejo religioso, ‘campaña cultural’”.

¿Qué es todo este idioma? El mes pasado fueron las elecciones primarias abiertas en
las que se definieron las candidaturas a presidente, gobernador, intendente y
legisladores nacionales, provinciales, locales y del Parlasur, y la prensa debió registrar
el avance de una organización como La Cámpora en varios municipios emblemáticos de
la Provincia de Buenos Aires (Moreno, San Vicente, Lanús, Hurlingham, Almirante
Brown, Mercedes). Dicho fenómeno parecerá inexplicable: ¿tiene la juventud
kirchnerista representatividad en la población? Al parecer, la tiene. ¿Cómo pasó?
¿Cómo no lo previeron los interesantes escritores de Le Monde Diplomatique, de la
revista Crisis, del blog Panamá? La respuesta: el trabajo de construcción es silencioso,
lento, paciente; el electoral es ruidoso. Y ha llegado el momento del ruido.

Estrategia de construcción
A las nueve de la mañana, en Villa Tesei, un sábado helado... En la calle Lángara cae
hielo. Los compañeros se reúnen en torno al operativo de salud. Volantes fotocopiados
cuelgan entre los dedos angulosos, rígidos, a duras penas retráctiles. Esperan que
aparezcan las vecinas del barrio. No tardan nada. En fila, en procesión seudocristiana,
con rostros pasolinianos, rigurosos… Vienen a que les firmen las libretas de la
Asignación. A la derecha, sobre el descampado, puede oírse el viento, que mueve un
manojo de hojas pútridas hasta la cabina de un auto incinerado, graciosamente –
entreabierto, sin vidrios ya, su pintura roída. Por arriba, es notorio, camina un gato.

Los compañeros deben hacer esto: charlar en la fila. No limitarse a entregar el volante,
como el runflerío. El runflerío es el conocido “aparato”, lo que un guionista de
televisión denominaría “punteros”, o sea, el reemplazo de la militancia una vez que la
dictadura terminó: gente que por sus contactos puede resolver problemas (tal vez) de
los vecinos, lo que sin duda es absolutamente meritorio, pero que luego no politiza la
relación. Así la cosa no avanza nunca. Politizar sería, en un nivel mínimo, volver
sensible el vínculo que existe entre un problema concreto y los grandes asuntos
nacionales. Y emocionar, llamar a la acción.

Hoy, ahora, en julio, los militantes dicen: antes, cuándo hubo un operativo de salud
acá. No hubo. Una vecina critica al municipio: en la salita no le quisieron firmar la
libreta; qué culpa tenían ellos (los médicos) de que haya parido sin plata. Se hubiera
cuidado. Esto le dijeron. Una barbaridad recurrente, el racismo medicinal… Los
compañeros politizan, dicen: hay que luchar, los valores de este proyecto, el
intendente debería controlar, faltan gasas, basta de frases nazis. Es un comienzo.
Salta otra y alega que sube el costo de todo: el pan, la carne, gaseosas. Bueno,
replican los compañeros, pero hablemos de política, o lo que es estrictamente idéntico,
¿de quién es la culpa? ¿De la Cristina? No. Arriba CRISTINA = ASIGNACIÓN, abajo
EMPRESARIOS = INFLACIÓN… Este fraseo simple debe ser imaginado, brillante, en una
pared. Reina la satisfacción de haber tenido una idea; pero cuidado.

Altercado en el paredón
Militantes se acercan a un clásico paredón ferroviario. Todo el mundo lo pinta. Evidente
en su finalidad, indiferente en su ideología, en sí mismo resulta ser una cosa
esencialmente disponible, lo más parecido que se pueda concebir a una “forma pura”.

Llevan un tacho de cal y unas botellas cortadas al medio, donde cargaron el ferrite
azul. Arrancan blanqueando el paredón, tirando cal con rodillos harapientos; este
fenómeno ha ocurrido mil veces, y volverá a ocurrir. El nombre del intendente va
borrándose. Luego toca escribir la consigna y de esto se ocupa Luciana, clásicamente.
La facilidad de su trazo es sorprendente; también la firmeza. Van a poner algo normal,
sobre la Patria, nada muy provocativo.

Pero, pero: aparecen dos patrulleros. La policía municipal: oh. Con más rigor,
los patrulleros municipales, es decir, los coches comprados por la intendencia. Porque
la policía municipal, a mediados de 2015, todavía no existe. Claro que podría tratarse
de una sutileza; en definitiva, la represión del enemigo político no es una ciencia
exacta.

Hay que reconocer que, para no existir, la fuerza municipal es bastante numerosa.
Unas ocho personas vienen a impedir lo que fuere. Pese a la cantidad, por ahora reina
un ánimo de cooperación y vecinazgo. “Chicos. ¿Van a pintar? No se puede; todo bien,
igual, pero no”, discurren los policías. Los compañeros desean averiguar el porqué; un
agente replica que “es propiedad privada”, confiando en el poder mágico de estas
palabras. “Todo el mundo pinta acá”, protestan los “chicos”, “y aparte son terrenos
ferroviarios: pertenecen al Estado Nacional”. La remisión a una instancia superior irrita
el clima casi benévolo que predominaba entre los efectivos. Empiezan a hacerse, o
fingir hacerse, llamados telefónicos. Aparece el inevitable “policía malo”, en este caso
revestido por la condición de su absoluta inexistencia jurídica. “Hay cámaras de
seguridad. Basta. Eh.” El tono es rasposo y frío. El “policía malo” murmura que “nos
mandaron” aunque “no queremos estar acá” y que “todos sabemos que esto va a ser
así”. Los compañeros analizan el escenario: la propuesta policíaca es que no hay Orden
Social y que todo funciona en el terreno del “vamos viendo”, del sobreentendido, los
puntos suspensivos... Ante esto, se impone la resistencia pasiva: no pintan, pero
tampoco se van. Y hacen también sus llamados. (¿Cómo era la política antes del
teléfono celular?)

Hablan con un militante abogado, que se toma un remís para llegar volando a la
escena. Otro, responsable político de la zona, coordina con Luciana. Ella está asustada;
es flaca, un poco encorvada, como un junco. “Los que están ahí, seguro son mitad
bonaerenses, mitad municipales. Todo verso. Esperamos al boga.” Llegan refuerzos al
bando seudopolicial. Son “civiles”, esto quiere decir funcionarios. El revoltijo de poder
localista incrementa la tensión. “Nos los vamos a llevar detenidos”, dice fuerte uno de
los recién llegados, como para que lo escuchen. Surte algún efecto; Luciana vuelve a
llamar al responsable político y reporta la situación. El mandato que le devuelven:
esperar al boga. “Pero, pero… Nos quieren llevar. Piden DNI.” “No somos chorros.
¡Nada de DNI!”, el responsable político le responde a los gritos a Luciana, pero es para
despabilarla y enojarla –funciona, como siempre. Y se levanta el espíritu de los
compañeros. Empiezan a pedir identificaciones a los propios canas, quienes, por cierto,
se niegan: van enervándose, entre un poco y mucho. Surge un debate acerca de quién
debe identificarse ante quién. ¿Son acaso verdaderos policías? A todo esto, la sociedad
civil propiamente dicha, en reducido número, curiosea de a ratos –y se aburre, porque
en realidad no ocurre nada.

Llega el militante abogado. Acá se define la política: o pueden seguir pintando, o no.
Se presenta como tal, abogado Mengano; y cosa curiosa, su presencia resulta
fulminante.

Esto es, se van.

Esto es, el bando seudopolicial se desmiembra: un par suben al auto y defeccionan.


Los polis distritales, la parte más irreal del grupo… Los funcionarios municipales
también se borran. Quedan bonaerenses hablando cordialmente con el abogado:
comentan, como quien oye llover, que no les gusta que los llamen para “asistir” en
semejantes pavadas.

¡Triunfo! Sin dudas. El deseo de no querer líos, que a veces gobierna el accionar
policial, se expresa de diferentes maneras y algunas –por qué no decirlo– bien podrían
ser un fragmento de la Constitución.
A sumar gente
Pero ¿cómo, por dónde se empieza a militar? La opinión pública no lo sabe. Tal vez no
quiera saberlo; como decía Lacan, no existe ninguna “pulsión de saber”: la ignorancia
es una pasión. Por cierto, la opinión pública jamás conduce a nada, así que el pre-
militante debe tener la suerte de encontrarse con alguien que le brinde información
certera sobre el asunto. Porque mejor que la impersonal alternativa de mandar un
correo electrónico a alguna organización es, claro, conocer a alguien que ya esté
militando. Armemos la escena. Es de noche. Están en un bar; como las vanguardias
artísticas, la política también empieza en un bar (o en la casa de alguien que cumple
esa función; no es difícil que esto pase, porque la gente tiene que juntarse en algún
lado). Bajo neutrales tubos de luz, se habla de coyuntura. El mozo oye al azar
palabras, sustantivos, “izquierda peronista”, “el campo”, “Primera Sección electoral”,
flotando en el aire, entremezclándose con el barullo del ambiente y el humo
confundido que dejan los cigarrillos, que para eso están. Todos hablan y dicen lo suyo,
es decir, lo que han leído del tema. Cosas interesantes. Pero cuando le toca al
militante, se nota que sabe. Suena distinto cuando él dice “Kirchner” o “poder político”;
suena distinto, sí. Kirchner. Poder político. Palabras conocidas, pero que adquieren otra
penetración, otra expresividad, llegan más lejos, se abren paso entre las columnas de
humo que expulsan los fumadores, se le imponen incluso a la conciencia intermitente
del mozo… Todos prestan atención. Lo más viejo del mundo, claro; está sumando
gente; como se dice en la jerga, el primer paso del encuadramiento.

El encuadramiento
Supongamos que el pre-militante decide probar, salir del bar, ir a la cosa misma. ¿Qué
pasa en las primeras semanas? Conoce gente. En forma imparable: Juan, Luciana,
Andrea, el Colorado, Luis, Victoria, Alberto, José, José Carlos, todos mezclados e
innumerables como en la Biblia, singulares, con sus características, su forma de
hablar. En el medio del frenesí de reuniones, tal vez logra detener la vista en algo: una
compañera que le gusta, y que canaliza (él no lo sabe) su deseo de otra vida, otra
juventud… Pero las actividades arrancan inmediatamente; de entrada tendrá que
exhibir la capacidad de levantarse, un sábado, a las siete y media de la mañana.
Curiosamente, no comienza luchando contra la Sociedad Rural ni la especulación
financiera, sino que carga bolsas, pinta techos, camina muchísimo y habla, habla con
el pueblo, habla y ve: un océano de sufrimiento. Habla y ve: poder local, gente más
inteligente de lo que suponía que podía haber. Habla y dice: al final, el Conurbano es…
ya sabíamos cómo era: es común, está lleno de calles, tiene veredas con pasto,
intendentes, hay pobres y no pobres, depende la zona, es irresumible. El pre-militante
entra en los barrios periféricos. Sus compañeros son de varias clases sociales, quizá de
todas. Saben preparar una mezcla de cemento, mover el fratacho sobre un revoque
nuevo. Aprende mirando; no se explica cómo, pero está aprendiendo a pegar ladrillos.
La política real le hace acordar que tiene un cuerpo, pero de manera distinta… Claro,
es “poner el cuerpo” –en otras palabras, quedar demasiado cansado como para salir el
sábado a la noche, quizá saliendo igual. Pero además, modelar el cuerpo. Bueno,
mejor dicho, el espíritu: tener la orgánica en el cuerpo. Parecido a lo que dijo Alain
Badiou a propósito del poder popular: “quienes nada tienen, solo tienen su disciplina”.

¿Qué es esto? La orgánica, la disciplina, significa que yo no soy yo. Más bien, yo sería
"uno" –el pronombre indefinido donde intersectan la voluntad personal y la estrategia
del conjunto: en definitiva, la fuerza radica en esto, en que se pueda tener una vida
no-individual. Digamos lo mismo con una imagen. Cuando el militante se pone, por
primera vez, la pechera de la organización, piensa en cómo lo verán sus amigos, los
otros, aquellos, los de antes: él, que nunca había… no es un nene, en fin… La semana
pasada no pudo ir a uno de esos casamientos campestres a mediodía porque le
coincidía con una actividad. ¿Lo decidió él? En tanto “yo”, no; pero en tanto “uno” –se
enreda. No hay tiempo. Es de noche; está en una fiesta con música que antes no
hubiese escuchado. No conoce a nadie. Está lleno de compañeros. En la penumbra,
mientras vuelca cerveza en un vaso de plástico transparente, oye: los que tienen
novia, la van a terminar dejando, suele pasar, cuando termine el encuadramiento.

La buena nueva
Hoy los compañeros se vinieron directo desde el Oeste, en el ramal San Martín, y
temprano. El sol les pegó un rato en la cara. Con algunos apretujones ingresan en la
Casa Rosada, esa importante mansión consciente de sí misma, luego de atravesar la
entrada ojival y los controles; por las claraboyas penetra la última claridad del día, un
tono pardovioláceo sentimental… Cruzan como pueden el Salón de los Patriotas y se
dirigen al Patio de las Palmeras; conocen el camino porque lo han hecho infinidad de
veces. El clima adentro: es un recital, pero esos recitales chicos, en los que pasan las
cosas importantes, los que no se filmaron, como ver a Sumo en el Parakultural... Todo
está cerca, la gente contenta, hay columnas que no dejan ver bien, las canciones
suenan como un trueno. ¿Cuándo pasó esto? ¿Volverá a pasar? El sol va ocultándose
entre las pesadas hojas de las palmeras. Ya tuvo lugar el anuncio. Sale Cristina,
micrófono en mano. Sí, esto debe ser un recital… La forma en que la masa ocupa el
espacio, la forma en que ella saluda, “los quiero mucho”... O es al revés y los recitales
“copiaron” de la política el elemento místico: la noción de aglomeramiento como un
hecho positivo, liberador. Se canta eléctricamente “no pasa nada/ si todos los traidores
se van con Massa”. Los militantes y funcionarios que acompañan a Cristina cantan
también, ponen los dedos en V, porque es lo que hay que hacer y porque quieren
hacerlo. Es un espacio libre de ironía, de suspicacia, de temor, de tedio...

En este momento, uno puede retraerse un segundo y observar a los presentes. En


general, y de forma continua, están los compañeros, claro, pero también todas esas
personas vistas diez o doce veces, a medias conocidas, con las que uno está vinculado
por una vida en común, por objetivos compartidos y por un destino que bueno o malo
les caerá a todos, uniformemente, en la cabeza. Eso los junta. Y toda esta escena
puede configurar también una lección de teoría política: la potencia colectiva, para no
desperdiciarse, se concentra en un punto –el líder, en este caso, la líder. Se ve fácil
eso: hay conducción.

Día de elecciones (recuadro)


-Cronología del último 10 de agosto, desde un comando de campaña.-

05:00 hs Oscuridad, truenos; sentimientos góticos. El agua murmura en las cunetas.


Anoche, justo es decirlo, circuló un correo avisando que podía llover fuerte. Mandarinas
en la mesa de fórmica. ¿Votará el pueblo? Una luz racionalista, intemporal, corre en
superficies mojadas…

6:45 El comando de campaña, sin mayores movimientos. Primeros llamados por


teléfono. Luz de tubo blanco, cayendo lamentablemente sobre medialunas y bizcochos.
Desde la ventana, la ciudad parece un frasco de laboratorio, algo descolorido.

7:15 Los fiscales llegan a las escuelas: empapados. Continúa el atentado terrorista de
la lluvia, el “puño sin brazo” del que hablaba Trotsky. Todo marcha bien, salvo en un
par de casos, donde los runflas no quieren que se sienten nuestros fiscales, aduciendo
que “ya los lugares están ocupados”. Gente simpática nos saluda, si bien no la
conocemos.

8:00 Problemas con el apoderado del partido a nivel local. Un gran parecido con Jack
Nicholson.

9:00 Con apreciable demora, termina de abrir la última mesa de votación. Furor
telefónico con los fiscales generales. ¿Está todo el mundo sentado? ¿Boletas? La lluvia
no está siendo tan problemática por el momento. Especulaciones sobre la retracción
del voto popular a causa de los anegamientos.

12:00 Nada importante hasta el mediodía, cuando llega el candidato. Hay problemas
en tal escuela: como no queda lugar adentro, la policía hace esperar a la gente afuera,
y se mojan. Lo bueno: nuestra boleta se mueve más que la de ellos.

14:00 Momento del prode. En una hojita, los que andan en el comando de campaña
anotan pronósticos de la elección. Hay tantas categorías que deciden jugar solamente
en presidente e intendente, y sólo con los porcentajes locales. Acuerdan un margen de
error de un punto. Obviamente, más divertido que jugar es establecer las reglas, así
que todos apuestan que ganamos y que nos va bárbaro.

14:30 ¡A almorzar! ¡A votar! Y justo se larga con todo. Poca gente en la calle y en la
escuela; las familias comen ravioles y se duermen. En el cuarto oscuro están
representadas todas las formas y todos los colores de la volonté générale de que
hablaba Rousseau. Al salir, lo dicho, la lluvia perfora los árboles.

17:00 Hora clave para prestar atención y que no haya avivadas. Se envían mensajes
de arenga a los fiscales, que responden con exclamaciones y algarabía; mensajes
demócrata-populistas, con ánimo, con polarización.

18:00 Cierre formal del acto eleccionario, aunque obviamente en algunas mesas hay
demoras. Aplausos en el comando. Ahora se toma de nuevo mate. Empieza a llegar
cualquier cantidad de gente; personas vistas en ocasiones olvidadas, charlando junto a
las ventanas húmedas, con expresiones satisfechas, intrigadas.

19:30 Primeros resultados, ¡ganamos! Pero el escrutinio será lento y pesado.

20:00 Llega de nuevo el candidato al comando. Aplausos. Periodistas de medios


locales, muy jóvenes: ¿cómo será su vida? Empatía; quizá todos los jóvenes de esta
época sean buenos e interesantes. Empieza a aparecer, no queda claro de dónde, un
importante número de pizzas y gaseosas.

20:30 Todavía no hay nuevos resultados. Llega la noticia que también andamos
bárbaro en distritos vecinos. Alguien dice: es una ola. En la televisión no saben nada y
simplemente dan a entender que ganamos a nivel nacional.

22:00 Está muy claro que ganamos, pero el escrutinio es lento, y todavía no hay
nuevos resultados. Se come pizza fría y llueve desconsoladamente. El comando rebalsa
de personas.

23:15 El otro lado reconoce la derrota. Los fiscales salen de las escuelas y se dirigen
al Club Tal y Tal, donde serán los festejos. El recorrido es penoso, por la ya
descontrolada lluvia; difícil pensar en el triunfo. Hay que ir a abrazarlos, darles pizza o
café.

00:15 Club lleno de gente; la gente desconocida sonríe sin parar; los fiscales
empapados, es decir los militantes, cantan: “Néstor / mi buen amigo / esta campaña
volveremos a estar contigo. / Militaremos de sol a sol…”

02:15 Volviendo a casa. La lluvia no termina de caer bajo ningún punto de vista.
Alguien dice: contra la desagradable pedantería de los que desmerecían a la juventud,
llamándonos kirchneristas de último momento… el momento parecería no ser el último.
Paran en un semáforo. Un claro se abre momentáneamente en el cielo; del cuerno de
la luna quedó enganchada una nube. Por la calle lateral, desierta a esta hora, pasa un
coche tocando bocina, solo.

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