La vida nos da una nueva oportunidad para unirnos por una gran causa. El mundo nos pide a gritos que le demos esperanza, pero ¿cómo darle esperanza? En los últimos meses américa Latina se ha visto envuelto en grandes protestas sociales, en Ecuador el grito del hombre originario nos pide que no le quitemos la dignidad, en Chile el profesor, el estudiante, el médico nos dicen que la saludad y la educación cuestan más que la propia vida, ahora en Colombia las clases más necesitadas les dicen a los poderosos que ellos no son los dueños del destino. Protestas, sangre y muerte, hemos sido testigos de escenas desgarradoras, que nos hacen pensar si la humanidad tiene esperanza. La ética del siglo XXI nos obliga no solo a ser honestos en un mundo plagado de corrupción, sino en el respeto y la tolerancia al que piensa diferente a nosotros. Hay contradicciones, como la hay también en la Biblia. El Antiguo testamento, nos muestra un Dios de plagas, de castigados y de ira, pero el Nuevo Testamento nos enseña que hay una nueva arma para vencer todo tipo de adversidades: El amor. Así como Jesús en la última cena con sus discípulos nos sentencia, que la ley de moisés no es la más importante, ni la de los propios mandamientos, nos hereda uno nuevo, uno que engloba todo tipo de humanidad: Amemos unos a otros como él nos amó y sigue amando. Sin embargo, en las últimas décadas hemos dejado el concepto común, para centrarnos solo en el concepto individual. La codicia, la vanidad, la soberbia, la envidia se han convertido en características del hombre. Esta nueva situación nos ha hecho que nos alejamos del verdadero sentido de la vida, ayudar y dar felicidad al quien menos tiene. Porque en un país como el nuestro, herido históricamente por conflictos, guerras, oligarquías, corrupción, requiere de la materia prima más importante de la tierra: el hombre. Aunque puedo decir, que la razón de muchas de nuestras desgracias no ha sido por las cosas ya mencionadas, sino por la desunión de todos los peruanos. Somos un país desmemoriado que comete los mis errores de siempre y quienes los sufren son los que día a día luchan por ser atendidos en un hospital o centro de salud, los niños que ven el derecho de la educación como un privilegio para ricos, los peruanos que día a día luchan en las calles para poder sostener a sus familias. Todo eso es pobreza, pero hay una pobreza más denigrante que impide el avance de nuestros pueblos y es la indigencia de conocimiento. Dios nos enseñó que la fe mueve montañas, pero quienes la mueven somos nosotros. Haciendo y queriendo la felicidad del otro. Las buenas personas no se miden ni echan flores porque solo dan dádivas a quienes menos tienen, el humilde jamás dice que es humilde. EL honrado no muestra sus manos, es el prójimo el que se lo reconoce. ¿Por qué se está perdiendo la humanidad? ¿Podemos recuperarla? Nuestra Madre fundadora nos relata un capítulo de su vida y nos recomienda que debemos saber despreciar las vanidades del mundo de ese entonces y para nosotros el de hoy, arrepentirnos y en vez de avergonzarnos nosotros mismos de nuestros errores y defectos, aprender a corregirlos, brindarle nuestra alma a Dios. Hay que ser agradecidos con todos, con Dios principalmente, yo le agradezco a diario haberme dado el poder de la palabra, pero soy consiente también que debe ser instrumento de unión, de paz y de amor. Como lo dice el mejor libro que podamos leer; la biblia en Efesios 4:2: “Siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor”. Los jóvenes debemos entender que la acción nos llama a construir una sociedad justa e integral, a no dejarnos envolver en demasía por las nuevas tecnologías, porque son esos instrumentos los que nos alejan de la realidad social de nuestra localidad, región y país. He renegado siempre del mal concepto y significado que se le dio a la frase de Manuel Gonzales Prada: “Jóvenes a la obra y viejos a la tumba” e resaltado más la de un ejemplar ciudadano llamado Salvador Allende: “Hay jóvenes viejos y viejos jóvenes”. El joven viejo es el que no se da cuenta que la vida pasa en cada minuto del tiempo y como dice el ex presidente de Uruguay Pepe Mujica: No se puede comprar vida. Hay algo que nos diferencia de las otras especies y es que nosotros podemos gracias a Dios, darle orientación y por ende contenido a nuestra existencia. Dios nos hizo libres, pero nuestra libertad no es para pisotear la del otro. Amemos la naturaleza, los animales, el mar, viento, porque ahí también está Dios. Cuidemos lo que en unos años ya no puede existir. Si hay esperanza, esa que se deposita en las nuevas generaciones, la misma esperanza que tuvo San Benito en ser predicador de la palabra de Dios y formador de los que nos reúne. Todos somos seres humanos, san Benito sintió la verdadera humanidad, darlo todo porque quien menos tiene. Luchemos por la vida, defendámosla, oremos como lo hacen nuestras madres benedictinas por nuestro prójimo. Hagamos lo que dice el poeta Charles Bukoski, acerca diciembre, pero yo quiero y creo que todo un diciembre con luces apagadas, pero con almas encendidas. La esperanza es lo último que se pierde y yo tengo esperanza en Dios, en ustedes madres, en ustedes pueblo de Sechura, tengo la esperanza que un día entendamos que somos una sola idea. Dios nos guía y nos bendice, y también espera que seamos más que solo palabras. Demos esperanza a los niños, al enfermo, al pobre, al quien más necesita de la palabra de Dios. Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. 1 Corintios 13:4-5 DIOS LOS BENDIGA