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Entrevista con Soledad Barruti

En medio de la primera batalla ganada en México por colocar el etiquetado frontal en productos
alimenticios, que digan claramente cuánta azúcar, grasa o sal contienen, y en el escenario en el
que nuestro país ocupa tristemente el primer lugar en obesidad infantil, Salud Primero charló con
la periodista argentina, Soledad Barruti, autora del libro “Mala leche, Por qué la comida
ultraprocesada nos enferma desde chicos. El supermercado como emboscada”.

Y la primera estampa es brutal: “En nuestra región, a los ocho años, los niños ya consumen la
misma azúcar que su abuelo de 80 y enferman de las mismas cosas. El azúcar va anestesiando su
paladar y genera pequeños niños adictos que ya no pueden tomar agua porque necesitan el sabor
de las bebidas artificiales”.

El marketing, explica Barruti, se centra en los niños; en ellos se concentran las estrategias
publicitarias en las que se utilizan a sus personajes preferidos, “porque los niños son los clientes
predilectos de las marcas, pues ellos definen el 75% de las compras de los hogares, entonces es a
ellos a quienes hay que medirles el paladar para hacerlos comedores perfectos de productos que
les garanticen clientes de toda la vida. Esta industria “cumple” deseos a niños que luego, durante
70 años seguirán satisfaciendo, por encima de su salud, las necesidades de compra de la
industria”.
Y es que ese paquete de promesas engañosas, mentirosas, son muy eficaces y generan una trampa
de la que es muy difícil salir. La industria de la comida ultraprocesada ha ido “ganando”
generaciones de niños y niñas que crecen consumiendo una comida que compromete su salud.
Basta ver las estadísticas.

“Hay niveles de obesidad récord en nuestra región y es apenas una parte que se manifiesta como
factor de riesgo de enfermedades no transmisibles como diabetes, problemas cardiovasculares,
distintos tipos de cáncer. Lo que generamos con esta forma de comer son nuevas generaciones
que viven mal a causa de lo que comen y de lo que dejan de comer, porque mientras la comida se
vuelve esta oportunidad de venta de productos ultraprocesadas, lo que no comen nuestros niños y
niñas son platos caseros, hechos con ingredientes naturales, frutas, verduras. Todo por una batalla
desleal de los productos ultraprocesados.

Comer con los ojos, lo que ves no es lo que es

Comer con los ojos es lo primero que hacemos, ilustra la periodista argentina, pues estamos
invadidos de señales visuales que son muy atractivas, que son creadas y que “son casi de ciencia
ficción, donde se hacen montajes con la comida; la maquillan, la presentan de una forma que
nunca va a tener. Las hamburguesas que parecen suculentas y tentadoras, no lo son, sin embargo
es tan efectivo lo que provoca ese estímulo visual, que deriva en el impulso de compra y consumo
que hace que la gente siga una y otra vez comiendo eso que nunca es ni bello ni armónico, ni
agradable, sin embargo, se complementa con un sabor adictivo y vivimos atravesados por
imágenes que nos provocan deseos que luego las marcas pueden satisfacer porque utilizan
sustancias y fórmulas que se insertan directamente con nuestra expectativa de recompensa,
superándola y que pasan de algo que podría generar placer a algo que provoca excitación, que no
es lo mismo.

“Lo más grave es que las decisiones salen de nuestro control. El deseo y la expectativa de consumo
alimenticio es algo que nos mantiene todo el tiempo con hambre y a los niños presos de lo que
ofrecen las marcas”.

El supermercado como emboscada

El supermercado es una emboscada, apunta Barruti, esto porque los productos que más se
encuentran son buenos para vender y malos para comer, pues desde el diseño de su empaque
hasta sus fórmulas, están hechos para generar compras compulsivas.

“Es una trampa en la que nosotros no participamos activamente en la selección, sino que nos
enganchan con productos que tienen mucha azúcar, colores vibrantes, texturas creadas en
laboratorio, porque tienen empaques que nos prometen vitaminas y minerales que creemos que
necesitamos de esa determinada manera, o que nuestros hijos necesitan.

“Los niños están en un momento de vulnerabilidad, en su rol de niños, de sus deseos, de su


capacidad maravillosa sensorial y sus expectativas, y todo esto se utiliza para generar un negocio
que arruina su salud. Es una perversión enorme lo que ocurre con el sistema alimentario y los
niños. Lo peor de todo es que cuando esos niños terminan en condición de obesidad, se toma
como si fuese algo que hay que derribar, un monstruo al que hay que domar, y se terminan
aplicando sobre los menores las peores estrategias de adelgazamiento. Muchas veces las prácticas
médicas no son de salud, son para quitar kilos.

“Niños de 11 años, 12 años, tienen cuerpos flagelados por este sistema alimentario, pero también
por el ejercicio de la medicina más cruenta que hace otra forma de industria a partir de la
obesidad. Hemos dejado que alrededor de la industria alimentaria proliferen otras igual de
siniestras como la industria de la obesidad.

La amarga verdad del azúcar

El azúcar es, sin duda, la sustancia que más ha aumentado su consumo en esta época, junto con
los aceites de mala calidad, los aceites vegetales. “El azúcar se consume en nuestros países unas
cinco veces más que el límite saludable recomendado por la Organización Mundial de la Salud.
Unas 10 veces más en el caso de los niños, que no deberían comer más de tres caramelos, por día
como límite. Pero hoy en día, los niños comen azúcar en la mañana, en la tarde y en la noche a un
nivel de locura.

“El aumento de consumo de azúcar es el indicador más relacionado con el incremento de


enfermedades no transmisibles y es algo que en nuestra región aumenta muchísimo. Los
problemas que tienen que ver con esta amarga verdad del azúcar es algo que se sabe desde los
años 60, la relación entre azúcar, cáncer y problemas cardiovasculares, van de la mano
científicamente hablando. ¿Por qué los ciudadanos comunes no lo sabemos?, porque la industria
del azúcar logró generar una campaña publicitaria que tapara nuestro derecho a la información,
“creó” una ciencia que siguiera sus recomendaciones y no la realidad de la evidencia, imitando lo
que hizo en las tabacaleras en su momento, generando una realidad ficticia que acompañó el
crecimiento de la industria y que hoy en día es muy difícil de revertir.

“Hay que impulsar medidas como el aumento al impuesto de bebidas azucaradas, pero al mismo
tiempo generar una importante campaña para mostrar los daños que genera a la salud, y prohibir
el acceso de los productos mega azucarados en las escuelas y su entorno”.

Mala leche

La leche, argumenta Barruti, es la gran metáfora de lo que ocurre con nuestra alimentación, y de
cómo hemos puesto nuestra salud en manos de “expertos” que no nos han dicho nunca la verdad
y que trabajan con la industria para hacernos comer.

“La leche se promociona como algo que hay que consumir tres veces al día, y que si no lo hacemos
nuestros huesos van a quedar hechos añicos y eso es mentira. Hay una gran cantidad de evidencia
creada para aumentar el consumo de un producto que tiene solo qué ver con el gusto personal. La
única leche que hace falta en la humanidad es la lecha materna, que por supuesto como no es un
negocio no tiene campañas a favor. Pero la leche de un rumiante de 500 kilos creada para su cría
no es algo que nosotros necesitemos como especie. Las estadísticas de osteoporosis de los países
que más consumen leche y lácteos no son mejores que las de países que no consumen leche y ni
hablar de cómo aumentan los casos de cáncer de mama, ovario y próstata en los países más
consumidores de lácteos”.

Tocar a los intocables

Tocar a los intocables es el primer paso para empezar a ganar esta guerra en la que estamos
metidos, donde la comida de verdad ha sido desplazada por la procesada. Y es que México no se
ha diferenciado de países en los que la corrupción ha permeado Congresos y gobiernos.

“En nuestra región, muchos países, han ido muy en línea con las necesidades de la industria y muy
poco en línea con las necesidades de salud pública. ¿Qué nos queda como sociedad civil? Hacer un
fuerte reclamo por el cumplimiento de nuestros derechos como consumidores, como ciudadanos,
pero también como madres y padres. Tenemos derecho a la salud, a la alimentación adecuada, a
la información, ninguna de estas cosas está garantizada en este momento. Hay que exigirlo, no
bajar los brazos. Hay que comunicar muchísimo; usar las redes sociales. Impulsar la ciencia, libre
de conflicto de interés”.
Ahora México pelea la batalla para el etiquetado frontal de alimentos. Y el pasado miércoles se
abrió la esperanza: La Comisión de Salud de la Cámara de Diputados avaló el Dictamen a las
iniciativas con proyecto de decreto por el que se reforman y adicionan diversos artículos de la Ley
General de Salud, en materia de sobrepeso, obesidad y etiquetado frontal de advertencia de
alimentos y bebidas no alcohólicas.

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