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“Sarabuca de rabo de cuca”


El lingüista José Antonio Millán explica el ritmo que late en cantos infantiles, refranes, conjuros
o nanas
GERMÁN R. PÁEZ

Madrid - 9 MAY 2017 - 12:53 EDT

Unas niñas juegan al corro de la patata, en una imagen del libro 'Guía de Juegos Tradicionales Madrileños'. EL PAÍS

Si la lengua fuese un jardín, sería uno donde junto a los podados setos de los usos normativos crece, desde hace
 siglos, la maleza de un lenguaje oral y salvaje transmitido al margen de la cultura oficial. Canciones infantiles,

refranes, trabalenguas, nanas, encantamientos y modernos juegos verbales, todos comparten algo que nos
acompaña desde el primer latido, y cuyo sentido es exclusivo del ser humano: el ritmo. “Tal como recogen
neurólogos como Oliver Sacks, el sentido del ritmo es algo que está muy profundamente grabado en el cerebro
humano”, asegura el lingüista José Antonio Millán, que ha publicado Tengo, tengo, tengo (Ariel, 2017), un ensayo
donde investiga la función de la estructura métrica, la rima, las pausas y acentos y los paralelismos internos en
unas producciones orales “sin un propósito directamente literario o artístico”, al contrario que la poesía.

“Los niños, que son una muestra de lo que es un ser humano en proceso de socialización, usan
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palabras que muchas veces no tienen sentido para jugar con ritmos”, explica Millán, que pone
¿Qué sabes de
refranes? como ejemplo el soniquete de los cantos de sorteo en los juegos infantiles: “Sarabuca / de
rabo de cuca / de acucandar / que ni sabe arar / ni pan comer / vete a esconder / detrás de la
puerta / de San Miguel”. Es un ejemplo que aparecía en un diálogo del siglo XVII, pero como
este hay cientos de producciones orales, en todas las lenguas, donde “la verosimilitud
semántica o narrativa se deja de lado para favorecer el uso de las palabras en el juego”. “A mí
La voz y la palabra no me extrañaría que emisiones orales todavía no ligadas a un significado fueran una de las

Al loro, que esto


vías con las que empezó el lenguaje”, asegura el lingüista.
mola

El ritmo puede servir tanto a un fin lúdico como a otro mágico (encantamientos), proverbial
(refranes) o puramente práctico: dormir a un niño (nanas), acompasar los movimientos de un grupo humano
(cantos de trabajo). “¡Pan, pan! En el lavadero / ¡pan, pan! Margot con la pala / ¡pan, pan! negra de dolor / ¡pan,
pan! lavará su alma”, cantaban unas lavanderas del siglo XIX, aprovechando sus golpes de pala para marcar el
ritmo. “Estamos acostumbrados a pensar en el lenguaje como un puro envoltorio que envuelve una comunicación
conceptual, pero eso no siempre es así”, afirma Millán, que incide en una energía básica y no racional del lenguaje
que aflora cuando lo fónico domina sobre el significado.

Palabras que hacen cosas


Gran parte de este mundo oral y rítmico apela a la vez a la necesidad humana de asimilar o intervenir en una
dimensión de la realidad regida por el azar o la providencia (¿Quién saldrá elegido en el juego? ¿Se dormirá el
niño? ¿Sanará la herida? ¿Lloverá? ¿Me querrá Fulanito?): “En los encantamientos, igual que en ciertos juegos y
refranes, hay una intención clara de trascender lo que se dice y de hacer que la palabra tenga una operatividad. Se
quiere realmente actuar sobre el mundo: sobre una persona, para recuperar su afecto, o sobre algo que se ha
perdido”, asegura el autor sobre un uso del lenguaje que pretende ser performativo: hablar para hacer.

 
'El conjuro' o 'Las brujas' (1797-1798), de Francisco de
Goya y Lucientes.

Los refranes, antes que consejos, son “una forma de asumir lo que te sobreviene”, afirma el escritor, para quien
decir algo en forma de proverbio equivale a “salirse de la lengua normal, de todos los días, para usar una lengua
especial” que dota de solemnidad los hechos cotidianos. “Cuando alguien presencia un accidente en la calle y
dice: 'Van como van, y pasa lo que pasa', no significa nada, su valor lingüístico-lógico es cero, pero con esa
repetición está situando los hechos en otro nivel, en un nivel trascendente”.

Cuando alguien suelta hoy en día un “La cagaste, Burt Lancaster”, está inconscientemente participando de ese
salvaje universo oral que, desde tiempos inmemoriales, es patrimonio común de unos hablantes que lo han
trasmitido “al margen de la cultura oficial”. “Los juegos infantiles han ido pasando de niño en niño a lo largo de
muchísimo tiempo. Ha habido épocas en que se han enseñado algunas canciones o trabalenguas en la escuela,
pero en general los grupos de niños son muy autónomos: hay una continuidad de décadas o siglos de transmisión
al margen de todo: de los padres, de la escuela…”, cuenta Millán, que incide en que esa falta de normatividad
explica que haya “vasos comunicantes” por los cuales un conjuro reaparece en un pregón o un proverbio se acaba
utilizando como estribillo de una canción.

Aunque los cantos y juegos de palabras tradicionales han sufrido diversas contaminaciones desde el siglo XX
hasta la actualidad —las canciones patrióticas y religiosas enseñadas en la escuela durante el franquismo, la
influencia de la cultura pop y de los eslóganes publicitarios...—, el escritor cree que la gente seguirá usando el
ritmo y la sonoridad “para cualquier fin que le apetezca”. “Así ha venido ocurriendo, y así ocurrirá”. Y colorín,
 colorado, este cuento se ha acabado.

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