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C.I.: 4.717.833-3
Ciudad: Montevideo
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"El alcohol suplió la función que no tuvo
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RESUMEN
Este trabajo pretende desarrollar el asunto de las adicciones desde un
enfoque psicoanalítico. Adicción en tanto un vínculo problemático que compete a un
objeto seductor para el sujeto; en este caso nos remitiremos a adicciones a
sustancias tóxicas.
Como hipótesis, la conducta adictiva podría plantearse como otra forma de
discursividad por fuera de la palabra. Imposibilidad de decir, de poder pensar los
padecimientos y elaborarlos mediante las vías psíquicas. En efecto, se trata de una
descarga mediante la evacuación hacia el cuerpo y hacia el acto. Es decir, el sujeto
adicto consume como forma de poner a jugar un dolor al que no le puede dar
sentido.
El objetivo es poder pensar en lo que se esconde detrás de esta relación
ambivalente sujeto - droga, que lo fascina a la vez que lo somete. Se indagará en
esta relación, en tanto se especula la idea de que esconde una historia que
desemboca en cuestiones que llevan al pasaje al cuerpo.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de adicciones? ¿Cómo pensamos al
sujeto adicto y el vínculo que establece con el tóxico? ¿Cómo pensar ese pasaje al
cuerpo que habla de un goce atrapado, como producto de algo indecible, imposible
de ser representado mediante las vías de la simbolización?
Estas serán preguntas disparadoras que se intentarán abordar a lo largo del
trabajo.
Se comenzará por definir el concepto de adicción desde varias acepciones y
enfoques, con fin de ir complejizando la cuestión para adentrarnos en el papel que
juega el adicto, pensado desde autores como Freud, Le Poulichet, Lacan, entre
otros.
Luego se hará una revisión bibliográfica con el objetivo de entender el
proceso de subjetivación “normal”, que servirá para indagar en las vicisitudes que se
ponen en juego, que devienen en la trama adictiva como conducta manifiesta.
A continuación se hará el análisis de un caso clínico que oficie de ejemplo a
la bibliografía seleccionada.
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ANTECEDENTES
En términos generales podríamos convenir que el adicto (a drogas en nuestro
caso) es aquel que se ve envuelto en una condición de dependencia de una
sustancia, tal que condiciona su existencia, al punto de no tolerar vivir sin ella,
teniendo además efectos destructivos en los vínculos familiares y sociales.
El método más tosco, pero también el más eficaz, para obtener este
influjo es el químico: la intoxicación… no sólo se les debe la ganancia
inmediata de placer, sino una cuota de independencia, ardientemente
anhelada, respecto del mundo exterior, bien se sabe que con ayuda de
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los quitapenas es posible sustraerse en cualquier momento de la
presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece
mejores condiciones de sensación. (p.77)
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Así, desde la neurobiología, estas alteraciones implicarían al adicto como un
enfermo, donde la adicción es tomada como un trastorno del desarrollo que
compromete la función cerebral:
Porque las drogas han existido históricamente en todos los pueblos, utilizadas de
diversas formas, tanto en lo religioso, terapéutico, lúdico como productivo, etc., de acuerdo
a cada cultura. Por ejemplo el cáñamo, utilizado como medicamento en China, el opio como
analgésico en Europa y Asia menor. Como incienso y desinfección del aire la empleaban los
asirios. La tribu de los escitas de Oriente medio colocaba hojas de la planta sobre piedras
calientes para embriagarse con el humo; y en Grecia y Roma utilizaban el cáñamo para
confección de telas (Molina Mansilla, 2008, p. 3). Sin embargo, se considera que el
problema de la adicción podría ser un fenómeno que ha adquirido mayor énfasis en tiempos
contemporáneos.
Desde este paradigma se justificaría todo daño que pueda ocasionar la persona que
padece de adicción, como sujeto pasivo que queda exonerado de toda responsabilidad. ¿Es
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el adicto un enfermo? Pregunta compleja que genera controversias, si bien no intentaremos
responder aquí, coquetearemos con la idea, puesto que permite reflexionar acerca de la
posición del sujeto. En este sentido se apelaría a una búsqueda de subjetividad capaz de ir
más allá de la “enfermedad”, puesto que sólo al sujeto le podemos atribuir la capacidad, o
no, de “curarse”.
Rodríguez Nebot (2008), da una impronta más bien social, y ubica la problemática a
partir del capitalismo mundial integrado, en el siglo XX, donde se destaca el incremento de
la producción de drogas. La sociedad de consumo es el nuevo tipo de subjetividad, “cuyas
características en el imaginario social son: el hedonismo y el culto narcisístico, la paranoia y
su sistema de vigilancia y control; las adicciones al consumo de objetos y signos
significantes” (p. 241).
Lo que plantea Rodríguez Nebot (2008) es que estamos en una época que se
caracteriza por el “consumo por el consumo” (p. 241). Se consumen objetos cualesquiera,
con el fin de exhibir y ostentar. Esto funciona como códigos que ubican al sujeto en
determinada posición social. Con esta añoranza por objetos materiales, se genera otro tipo
de subjetividad que afecta a las familias y sus modos de producción, y además trae
aparejado el costo de un sufrimiento que se viste en forma de “paranoias, depresiones,
panic-attacks, burns-out, anorexias, bulimias, infartos de miocardio, ulceras, eyaculación
precoz, frigidez, un largo etc y la vedette: las adicciones” (Rodríguez N. 2008, p. 242).
En este sentido, el discurso de este nuevo modelo de sociedad apunta al lugar del
“objeto a” (causa del deseo) como agente que promueve el consumo, como un mandato de
goce, que seduce al sujeto para el encuentro con objetos del mercado (Palma, C., 2007, p.
219).
Estas relaciones tienen efectos directos en las subjetividades, donde el riesgo reside
en que el objeto de la pulsión quede amarrado al objeto del mercado, provocando un goce
que desborda al sujeto; y al decir de Carmona, el deseo quede ligado a un objeto cual
necesidad (veremos esto más adelante).
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Asimismo, los tratamientos que se ofrecen suelen apuntar a una
modificación en la conducta, “solo por hoy” consiste en ir aplazando el consumo día
a día, “estar limpio” aunque esto no implique dejar de ser adicto. Sin embargo se
cree que dejando de consumir cierta sustancia se terminara el problema; no
obstante suele ocurrir que en lugar de esta aparezca otra, a modo de
desplazamiento, sólo cambia el objeto.
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EL PAPEL DEL ADICTO
Lo que trataremos de exponer en este apartado tiene que ver con un enfoque
donde se considere al sujeto adicto como el primer eslabón de la problemática,
tratando de dilucidar la responsabilidad de su devenir en tanto sujeto que se entrega
a la droga. La idea es identificar al sujeto para reconocerse responsable de su
destino.
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que el sujeto establece con el tóxico, en tanto el sujeto construye la droga en su
subjetividad, más allá de la sustancia que sea.
A propósito, Le Poulichet (1996, p. 42) utiliza la noción de toxicomanía y
plantea esta cuestión que tiene que ver con el tóxico per se y las toxicomanías,
donde problematiza el uso de los términos “las toxicomanías” o “la toxicomanía”, o
“el toxicómano”, y uso de drogas, como si fuera la introducción de sustancias en el
organismo lo que convierte a un sujeto en toxicómano, -también pensando en
estigmas sociales, médico, legales, etc.-. La pregunta es ¿hace el tóxico al
toxicómano?
Esta pregunta invita a reflexionar acerca del papel que ocupa el adicto en
esta relación y tratar de esclarecer qué ocurre en el psiquismo del sujeto adicto.
Carmona (1995, p. 73) nos plantea que desde un sentido psicoanalítico, el
objeto es en tanto construcción subjetiva. Entonces la droga, respecto a una
adicción, es necesario enfocarla de acuerdo a la naturaleza del vínculo. La droga
per se no hace al adicto, sino que es el sujeto en tanto activo, el que la define como
tal y le proporciona un lugar particular en su subjetividad. Aquí dejaríamos de pensar
a ese sujeto pasivo ante el dominio de la droga; dando lugar a la subjetividad de
este ser que establece una relación particular con el tóxico, trascendiendo las
propiedades y los efectos de este último.
A propósito, Sylvie Le Poulichet (1996) nos presenta la noción de fármakon,
en un intento de explicar los mecanismos que se ponen en juego en el sujeto,
haciendo referencia a una operación propia de las toxicomanías. La define como la
tendencia a una “cancelación tóxica del dolor”,y a su vez de “establecer las
condiciones de una percepción y de una satisfacción alucinatorias” (p. 69).
Consistiría en una forma de conservar el narcisismo, como un mecanismo
psíquico que protege, y que revela la función de una defensa ante el dolor,
mediante una cancelación tóxica. Lo alucinatorio estaría dado por un cuerpo
desposeído de metáfora, pegado a la cosa.
La autora sostiene una posición respecto a las toxicomanías que explica la
adicción, no como una forma de hacerse daño, sino que por el contrario considera
que la operación del fármakon está dada como una vía de escape del sufrimiento,
como una forma de sortear el dolor y no como una forma de dañarse. Adicto como
forma de buscar una solución al sufrimiento y a la vez esclavo de esta solución. Esta
operación está dada por la incapacidad de afrontar un hecho que es intolerable para
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el psiquismo, entonces el sujeto adicto utilizaría el tóxico como una especie de
muleta que le permite mantener su integridad, ante lo que él vive como una
amenaza. Es decir, la vivencia no puede ser asumida en el orden de lo simbólico,
por ser algo intolerable para el psiquismo.“Mientras que los discursos sobre „‟la
toxicomanía‟‟ presentan a esta como una „‟autodestrucción‟‟, vemos surgir la
perspectiva de una operación esencialmente conservadora que protege a una forma
de narcisismo” (Le Poulichet, 1996, p. 69). Es por esto que la autora habla de la
reversibilidad de la operación del fármakon, que por un lado oficia como sostén,
pero por el otro daña. Este remedio – veneno, que carece de esencia estable,
ambiguo…
Es lo que pone en comunicación a los contrarios y lo que deroga las
oposiciones distintivas. (…) A la vez remedio y veneno, no es una
sustancia, sino, más bien, un principio particular de reversibilidad que
encuentra su eco clínico en lo alucinatorio y en la ambigüedad del
dolor. (Le Poulichet, 1996, p. 69)
Así, el fármakon funciona como una formación de compromiso que cae en las
vías del acto y el soma. Es en el acto, cura y mata. Actúa como un remedio que
produce la ilusión de cura, pero en realidad es fallido, puesto que taponea el dolor,
no permitiendo la movilidad que implicaría una elaboración psíquica, sino que la
elude, volcando hacia el soma la intoxicación del alma.
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CONSIDERACIONES CONCEPTUALES DEL PSICOANÁLISIS LACANIANO
Para poder profundizar acerca de las vicisitudes que explicarían el
funcionamiento psíquico del sujeto adicto, haremos referencia a algunos aspectos
pertinentes que funcionen como guía de un proceso de subjetivación “normal”, de
acuerdo a la concepción lacaniana, para luego adentrarnos en las complejidades de
este devenir.
Según Le Poulichet (1996) para hablar de toxicomanía, es preciso que ante
un exceso psíquico, se genere la formación de un nuevo cuerpo. Asignar un nuevo
cuerpo implicaría obedecer a la carne, al órgano, (pasando por fuera del psiquismo),
generando con el tóxico, como una especie de prótesis, en un cuerpo despojado de
sexualidad, desde lo real (p. 76).
Lo que plantea esta autora oficiará de disparador para comenzar a pensar en
términos Lacanianos, qué pasa con este cuerpo y con este psiquismo; para lo cual
nos remitiremos a la noción de goce.
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¿Es mío mi cuerpo o está consagrado al goce del Otro, ese Otro del
significante y de la ley que me despoja de esa propiedad que sólo
puede ser mía cuando consigo arrancarla de la ambición y del
capricho del Otro? (Braunstein, N., 2006, p.20)
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que el falo según Lacan, es a partir de lo cual se organizará la vida sexual adulta,
mediante la presencia o ausencia de este pene imaginario. Esta lógica entre
presencia y ausencia del falo, Lacan los sistematizará a través de los conceptos de
falta y significante. (Nasio,J. D., 2000, p.46). Por ejemplo en el caso del complejo de
castración masculino, el falo imaginario es lo que va a ser sustituido por otros
objetos a partir de la prohibición de gozar de su madre. Es decir, se trata de una
representación psíquica en tanto falo imaginario (representación anatómica, libidinal
y fantasmática) y falo simbólico.
El falo simbólico no consta de presencia o ausencia –como el falo imaginario-
, sino de prever la posibilidad de ser intercambiable por otros objetos equivalentes,
“cuya función, a la manera de un señuelo, estriba en mantener el deseo sexual del
niño, a la vez que le posibilitan apartar la peligrosa eventualidad de gozar de la
madre” (Nasio, J. D., 2000, p. 48). En esta renuncia, el falo imaginario deja de serlo,
queda excluido por entrar en el orden simbólico, como patrón ante lo cual se
elegirán objetos sexualmente equivalentes, que recuerdan el acontecimiento de la
castración, mediante la aceptación de los límites del goce con la madre.
Así el sujeto deviene mediante este juego dialéctico, que va a disparar
preguntas en el niño, tales como ¿Qué quiere mi madre? ¿Qué soy yo para el Otro?
Estas inquietudes representan la duda por el propio deseo, y dan lugar al
reconocimiento propio como sujeto en un proceso de renuncia al goce primordial
que se hizo carne en la sexualidad infantil. Es esto que hace que seamos
incompletos y que siempre busquemos objetos de deseo con una ilusión de
completud que es imposible. Recordamos aquí que Lacan sostiene que el sujeto no
es un dato inicial, el único dato inicial es el Gran Otro. De allí la pregunta “¿cómo
puede constituirse el sujeto en el lugar del Otro que lo preexiste?” (Miller, 1994,
p21). Es en la medida en que el niño entra en el campo de lo simbólico, que
comienza a reconocerse como sujeto: “el efecto de la introducción del sujeto mismo
es efecto de la significancia. Es propiamente poner el cuerpo y el goce en esta
relación que he definido por la función de la alienación” (Lacan, 2003, p 104). Esta
función de alienación es en tanto que el sujeto entra en el mundo del lenguaje, y en
tanto tal, lo separa de su propia identidad, queda abolido, puesto que se pierde en
eso que ya está dado de antemano y no le pertenece. Alienación que va a permitir
entrar al campo de lo simbólico, y que recuerda que el deseo va a ser tan
insatisfecho como el deseo incestuoso al que se debió renunciar.
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La premisa “el falo es el significante del deseo”, implicaría esta renuncia al
goce, que obliga al hablante a desplazarse por una cadena significante: “La carne
se incorpora al lenguaje y así se hace cuerpo” (Braunstein, N., 2006, p. 73).
En otras palabras el falo se comprenderá en una cadena significante a través
de otro significante que es el del Nombre del Padre (Braunstein, 2006, p. 268). Este
padre simbólico que viene a determinar la ley es el que regula el deseo. ¿Y qué
pasa con el goce? El nombre del padre vendría a confrontarse con el superyó que
le dice al sujeto “goza”. Esta figura del superyó para Lacan se comporta a favor de
la satisfacción del goce, -justamente lo contrario a lo que propone Freud- y juega en
contra del Nombre del Padre, este interdictor con el cual se genera una relación de
homeostasis con el primero.
Para citar palabras de J.A. Miller:
El superyó como ley insensata está muy cercano al deseo de la Madre
antes de que ese deseo sea metaforizado e incluso dominado por el
Nombre del Padre. El superyó está cerca del deseo de la Madre como
capricho sin ley (1994, p. 143).
Dicho acaecer del psiquismo, tal como se plantea en esta sección, queda
subsumido a ciertos aconteceres en el devenir del adicto, para lo cual, el apartado
siguiente servirá para pensar en estos conceptos en términos de las vicisitudes del
toxicómano.
Haremos una lectura en base a la dialéctica del amo y el esclavo que esboza
Lacan para ilustrar como juega el goce y el cuerpo en dicho caso.
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EL ADICTO Y LA ALEGORÍA DEL ESCLAVO.
Volviendo a la dialéctica amo – esclavo en relación con el goce ¿Cómo
relacionamos este goce con el adicto y la idea de éste como esclavo?
Lacan va a plantear que el amo es en tanto “reconocimiento de su deseo,
más que deseo de reconocimiento”, como lo planteaba Hegel. (Quiceno, S., 2010)
¿Qué quiere decir esto? Reconocimiento de su deseo en tanto que el sujeto deviene
tal por haber adentrado en el mundo del lenguaje, lo que lo convierte en sujeto
deseante.
El goce es, en este fundamento primero de la subjetividad del cuerpo,
lo que cae en la dependencia de esta subjetivización y para decirlo
todo, lo que se borra en el origen de la posición del amo. Es lo que
Hegel avizora, justamente renuncia al goce, posibilidad de enganchar
todo sobre esta disposición o no del cuerpo, no sólo del suyo sino del
otro. (Lacan, 2003, p104)
Lo que plantea Lacan tiene que ver con que el amo se constituye como tal,
en el momento en que renuncia al goce, esto es, cuando los significantes se
inscriben en el cuerpo, ese cuerpo que por acción de lo simbólico el amo arriesga y
que el esclavo conserva; éste pegado al goce mientras aquel lo trasciende en la
significación.
Como sosteníamos en el apartado anterior, luego de la castración, el sujeto
entra en la cadena significante y se introduce en el mundo del lenguaje. Esto
supone que a partir del efecto estructural que le proporciona, también queda
alienado de su ser, como un resto que no puede ser simbolizado, pero que será la
causa del deseo, denominado objeto a. Nos referimos al objeto a de acuerdo al
término propuesto por Lacan para significar “lo que queda de la operación por la
cual uno se convierte en un ser hablante” (Leader y Groves, 1998, p.128). Es decir,
está referido a un plus de goce como causa del deseo. Es el plus de goce, producto
de lo que el sujeto pierde cuando accede al orden simbólico.
En términos de la dialéctica, citamos a Ravinovich (citado por Dasuky, S.,
2010), quien ilustra al esclavo como:
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deviene saber. Saber que ni debe tomarse en su sentido habitual sino
tal como lo hemos definido anteriormente: el conjunto de los otros
significantes de los cuales el amo se encuentra desconectado,
dividido, separado, al plantearse como idéntico a su propio
significante. El cuerpo es aquí el lugar de la inscripción significante,
ese cuerpo que el amo arriesga y que el esclavo prefiere conservar es,
justamente, cuerpo sede de la inscripción que hace al goce y que
produce como resto el objeto “a” (p.119).
Recuerden lo que ocurre al amo que tiene libertad – así por lo menos
lo define Hegel, es el amo mítico – cuando introduce su dominio en la
extrañeza del lenguaje. Él entra tal vez entonces en el pensamiento,
pero seguramente en ese momento pierde también su libertad (p248).
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y no logramos situar o explorar” (p. 61). Lo real se refiere a aquello que no cambia,
es lo que no cae en vías de simbolización, lo que es excluido de este orden. Para
dar un ejemplo de lo real, existe la comparación con una biblioteca, donde estarían
ubicados del primero al veinte todos los tomos de la colección, menos uno, el
catorce por ejemplo. Nosotros diríamos que en esta biblioteca falta el tomo catorce.
Desde un registro simbólico esto es coherente, pero no así en lo real. En lo real no
falta nada, no existe la falta sino lo que está allí como tal, como la cosa.
Esto real que implica el goce, que se acerca más a lo inmediato, como ese
esclavo que está más cerca del animal - de la necesidad que aclama ser satisfecha-
que del deseo, que implicaría una elaboración psíquica en términos de lo simbólico.
Entonces, un exceso psíquico implica demasiada estimulación, o demasiado
poca. El goce es vivido como un sufrimiento intolerable para el organismo, y en
consecuencia el psiquismo no lo puede procesar. Así, queda en lo real, fuera de
significación.
Continuando con Le Poulichet (1996): “cuando una forma de llamado al goce
ha impedido de manera parcial la simbolización de la demanda y del deseo, subsiste
una parte de apertura al goce del Otro” (p. 100). Es decir, una pulsión parcial no ha
sido adecuadamente elaborada, la demanda del Otro no ha sido simbolizada y
queda abierta al goce. Así la droga vendría a posarse en ese cuerpo carente de
representaciones, como una figura de incógnito. Cuerpo escaso de inscripción
significante, cual esclavo que no accede a resignarlo.
La droga se hace carne, no toma un lugar simbólico, no está investido
libidinalmente. Vendría a cerrar algo del cuerpo, como un anudamiento que no es
significante, no hay enlace asociativo sino que el tóxico pertenecería al campo de lo
real. “El deseo queda subsumido en la lógica de la necesidad. "La droga" se
convierte en el objeto de una pseudonecesidad que, al igual que la sed, no admite
postergaciones ni sustitutos, se convierte en un producto de primera necesidad”
(Carmona, J., 1995, p. 74).
Como sabemos, las necesidades pueden satisfacerse con el objeto, no así el
deseo, puesto que el deseo no tiene objeto. Refiere a lo que Lacan llama la
metonimia del deseo y que implica justamente esta búsqueda constante, siempre en
movimiento, puesto que el objeto nunca llega a completarlo, sino que siempre
estamos deseando otra cosa. Este deseo no se corresponde con un objeto, en el
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sentido de que no hay objeto de satisfacción plena, sino deseo que se desplaza.
Deseo de deseo en la medida de ser reconocido por el Otro. (Dasuky, S., 2010, p.
121) Deseo de reconocimiento: concepto que se corresponde con el Amo en Hegel.
Podríamos pensar que el avatar posible del adicto consistiría en una falla a
nivel de la castración simbólica; es decir, en esta lógica de la necesidad, el sujeto
queda amarrado al goce de un otro del que intenta desamarrarse con la droga. Al
decir de Carmona, que se tratara de un deseo con objeto, que no permite una
movilidad, sino que se remite a la lógica de la necesidad. Así la droga se incorpora
para obviar la falta.
Se dice que el sujeto pretende escamotear la falta (Carmona,J. 1995, p. 74),
burlar el deseo, consumiendo un tóxico que colma y que funciona como ilusión de
completud.
En la misma línea de pensamiento, Lacan plantea que la droga “es lo que
permite romper el casamiento con el pipí” (Carmona, J. 1995, p. 72). Lo que quiere
decir, de acuerdo a la lectura de Braunstein, es que el adicto intenta eludir las
demandas, las regulaciones y las coacciones que el gran Otro de la cultura impone
en su búsqueda de alcanzar la dicha y escapar a la desgracia, como un mecanismo
que implica alejarse de la realidad en un repliegue narcisista. Escapar a ese gran
Otro, es no aceptar la falta que luego de la castración simbólica deberíamos asumir,
en busca de otros objetos de deseo.
Es decir, si la adicción implica la desmentida de la castración, -y si la
castración abre la puerta al deseo, a la falta y a una búsqueda siempre en
movimiento-, y en consecuencia rechaza al goce; esto implica que el sujeto adicto -
que la reniega-, queda aferrado a un goce imposible, que no le permite realizarse en
torno al deseo, sino que queda atrapado en lo pulsional. Así, se intenta eludir el
campo del Otro (gran Otro), las demandas, regulaciones, etc.; y también sustituir al
otro (con minúscula), por uno que no implique un intercambio, una búsqueda de
deseos, etc. (Carmona, J. 1995, p. 73)
Aquí también podríamos relacionar lo que planteaba Freud respecto de la
adicción como equivalente a la masturbación, y que conlleva a no recurrir a otro,
como semejante, ni tomar en cuenta al Otro como renuncia al goce, sino con una
postura de introversión que burla las exigencias de la realidad.
Pero aun así, Braunstein (2006) plantea una contradicción que existe en el
adicto, puesto que el “instrumento” que se utiliza para rehusar ese Otro, proviene de
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algo que está propuesto y proporcionado por ese Otro, en forma de mercancía que
implica el tóxico. “que puede satisfacer esta demanda de una separación radical, de
aniquilación del “pienso” en beneficio del “soy”” (p. 279). Es decir, el camino por el
cual el sujeto se revela en contra de la operación de alienación significante proviene
de ese Otro que se quiere burlar. Pero el autor continúa diciendo que el modo
extremo de corte con ese Otro es el suicidio, mientras que:
En la intoxicación no hay muerto, sino un “darse por muerto” que no
reivindica con orgulloso desdén al cuerpo que se entrega como un
óbolo al Otro sino que lo degrada y lo muestra en la miseria de sus
servidumbres orgánicas (Braunstein, 2006, p. 279).
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CASO CLÍNICO NETUNO.
Se utilizará este caso clínico con el fin de ilustrar aquellos aspectos que
fueron conceptualizados anteriormente.
Su madre fallece cuando él tenía 9 años y su padre no pudo hacerse cargo de él,
por lo que Netuno luego de la muerte de su madre queda desamparado.
Su niñez está marcada por episodios de violencia que su padre ejercía a su madre y
a él. Ante las constantes peleas, Netuno se sentía “gurizinho” que nada podía hacer.
Se había convertido en cómplice de su madre, a la vez que sentía que tenía que
defenderla.
A los 8 años fue a vivir a la casa de su abuela, como una separación que lo
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prepararía para la muerte de su madre. Cuando su madre muere, el padre viaja a
otro Estado, dejándolo a él y a su hermano con la abuela. Luego comienza a
deambular por casas, identificando este momento como el comienzo de su
“vagancia”. Enumeraba las casas por las que pasó, dejando ver su carácter
bohemio, como una actualización constante de la escena de abandono.
Por lo general, los duelos por una pérdida real, suelen ser desestabilizadores,
traen consigo el trauma de la pérdida. El duelo de por sí es un trabajo difícil,
caracterizado por el dolor, al punto de perder todo interés en lo que rodea al sujeto,
dado que toda la carga libidinal es puesta en tal proceso. Ante este hecho podría
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considerarse un procesamiento normal cuando luego de un tiempo, se logre
desinvestir el objeto perdido, para devenir investimentos en otros, en un intento de
reorganizar la vida pulsional que se encontraba a merced del objeto. Esto
podríamos considerarlo un procesamiento normal del duelo. Pero, ¿qué le ocurre a
Netuno? Consideremos que cuando Netuno pierde a su madre, tenía 9 años, es
decir, no contaba con la madurez psíquica ni con suficiente fortaleza para transitar
un procesamiento normal, dadas las circunstancias de violencia en las que estaba
inmerso y el vínculo estrecho que tenía con su madre.
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castración simbólica falla, lo que produce una amarra al goce de un Otro del que
intenta desamarrarse utilizando como medio el tóxico. Netuno habría quedado a
medio camino de asumir la castración, detenido en un goce al que no puede dar
sentido, sino a través del consumo impulsivo y los pasajes al cuerpo.
Los encuentros con la ley, a partir de consumo y robos, podrían leerse como
la búsqueda de un castigo. Faltando a la ley, busca un castigo, cual un padre que
regula y organiza, puesto que los límites en el afuera no están inscriptos
simbólicamente, sino desde lo real. Netuno pone de manifiesto mediante el acto,
mediante lo real, lo que no puede simbolizar, debido a la debilidad en este orden. De
esta forma estaría denunciando que alguna acción en él no fue cumplida: hacerse
notar, buscar la ley, reclamar un lugar paterno.
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CONCLUSIONES
Cuerpo, goce, narcisismo, son eslabones que hoy más que nunca encuentran su
esplendor en nuestras sociedades. Cuerpos que aclaman placeres, que no toleran el dolor,
que buscan sortear cualquier tipo de sentimiento de displacer, medicados, envenenados.
Cuerpos ávidos de placer sensorial inmediato. Cuerpos como objeto, cuerpos como
depositarios de cosas que no se pueden pensar. Cuerpos, descargas, goces que lo
inundan, devorando lo que no es digno de ser pensado, de ser dicho. Tóxicos que hoy
más que nunca encuentran excusas y formas de colarse en lo cotidiano. Cuerpos que
manifiestan carencias, que se visten de otros cuerpos para sentir una unidad de la que de
cara no pueden dar cuenta.
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con la transferencia, cuyo filo está mellado por el proceso mismo que
atraviesa el sujeto.” (Braunstein, N. 2006, p. 78)
.
En este sentido, el abordaje propone quitar esos disfraces, jugar en contra de
ese ropaje que viste el adicto, romper con la identificación en torno a “el adicto”,
para ver el sujeto allí detrás.
De este modo queda abierta la pregunta por el ser. Ser más allá de la
adicción.
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