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Adicción Cuerpo Y Goce

Monografía Final de Grado

Nombre estudiante: Natalia Viñas Carrasco

C.I.: 4.717.833-3

Ciudad: Montevideo

Fecha: Julio 2017

Tutor: Flora Singer

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"El alcohol suplió la función que no tuvo

Dios, también la de matarme, la de matar.

Ese rostro del alcohol llegó antes que el

alcohol. El alcohol lo confirmó. Esa

posibilidad estaba en mí, sabía que

existía, como las demás, pero

curiosamente, antes de tiempo".

(Marguerite Duras “El amante”)

Adicciones: más allá de un hábito, de una conducta, de una dependencia.


Máscaras que velan historias, sinsentidos. Historias que tiñen rostros a la manera
de adicciones.
Función que no tuvo Dios, dios como un portador de sentido.
Dios- droga- prótesis contenedora de un goce que de lo contrario podría ser
mortal.
Pero la posibilidad estaba ya de antes... en ese rostro, en esa historia...

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RESUMEN
Este trabajo pretende desarrollar el asunto de las adicciones desde un
enfoque psicoanalítico. Adicción en tanto un vínculo problemático que compete a un
objeto seductor para el sujeto; en este caso nos remitiremos a adicciones a
sustancias tóxicas.
Como hipótesis, la conducta adictiva podría plantearse como otra forma de
discursividad por fuera de la palabra. Imposibilidad de decir, de poder pensar los
padecimientos y elaborarlos mediante las vías psíquicas. En efecto, se trata de una
descarga mediante la evacuación hacia el cuerpo y hacia el acto. Es decir, el sujeto
adicto consume como forma de poner a jugar un dolor al que no le puede dar
sentido.
El objetivo es poder pensar en lo que se esconde detrás de esta relación
ambivalente sujeto - droga, que lo fascina a la vez que lo somete. Se indagará en
esta relación, en tanto se especula la idea de que esconde una historia que
desemboca en cuestiones que llevan al pasaje al cuerpo.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de adicciones? ¿Cómo pensamos al
sujeto adicto y el vínculo que establece con el tóxico? ¿Cómo pensar ese pasaje al
cuerpo que habla de un goce atrapado, como producto de algo indecible, imposible
de ser representado mediante las vías de la simbolización?
Estas serán preguntas disparadoras que se intentarán abordar a lo largo del
trabajo.
Se comenzará por definir el concepto de adicción desde varias acepciones y
enfoques, con fin de ir complejizando la cuestión para adentrarnos en el papel que
juega el adicto, pensado desde autores como Freud, Le Poulichet, Lacan, entre
otros.
Luego se hará una revisión bibliográfica con el objetivo de entender el
proceso de subjetivación “normal”, que servirá para indagar en las vicisitudes que se
ponen en juego, que devienen en la trama adictiva como conducta manifiesta.
A continuación se hará el análisis de un caso clínico que oficie de ejemplo a
la bibliografía seleccionada.

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ANTECEDENTES
En términos generales podríamos convenir que el adicto (a drogas en nuestro
caso) es aquel que se ve envuelto en una condición de dependencia de una
sustancia, tal que condiciona su existencia, al punto de no tolerar vivir sin ella,
teniendo además efectos destructivos en los vínculos familiares y sociales.

José Barrionuevo (2013) recupera la etimología de la palabra adicción y nos


dice que:
Etimológicamente, del latín a-dictio: „no dicción‟ o sin palabras, el
término adicto se referiría a alguien que sigue ciegamente al líder, sin
criticarlo ni decirle nada, sin cuestionamiento. Luego se llamó addictus
a un „esclavo‟ por deudas, de allí addictio: „adjudicación, cesión al
mejor postor, consagración, dedicación‟. (párr. 9)

De esto podemos inferir la posición que el sujeto adicto toma, dependiente,


esclavo, su vida gira en torno a una sustancia que lo convierte en sumiso, no tiene
palabras. Palabras que no velan el cuerpo, que no pueden decir de esa relación
amo - esclavo, que suprime al sujeto como ser activo, y queda sometido a las
demandas de un cuerpo sufriente que necesita de su amo.
El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE, 2014) por su parte,
define adicción como: 1) “dependencia de sustancias o actividades nocivas para la
salud o el equilibrio psíquico”.2) "afición extrema a alguien o algo".
Y toxicomanía como: „”Hábito patológico de intoxicarse con sustancias que
procuran sensaciones agradables o que suprimen el dolor‟‟.
Estas concepciones también dan a entender el dominio que ejerce la droga
sobre el sujeto, donde la posición del sujeto es en tanto padeciente, que “depende” -
en esta relación de sometimiento ante la droga.
Asimismo, Freud (1986) en el texto “El malestar en la cultura”, plantea una
concepción de droga relacionada a la mitigación de un dolor, y argumenta que es
en el propio organismo donde nos enteramos del sufrimiento, e influyendo sobre él
mismo podemos aliviar ese dolor:

El método más tosco, pero también el más eficaz, para obtener este
influjo es el químico: la intoxicación… no sólo se les debe la ganancia
inmediata de placer, sino una cuota de independencia, ardientemente
anhelada, respecto del mundo exterior, bien se sabe que con ayuda de

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los quitapenas es posible sustraerse en cualquier momento de la
presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece
mejores condiciones de sensación. (p.77)

En este contexto se vincula el sufrimiento con el cuerpo, donde la droga


ocuparía el lugar de calmante, aludiendo al efecto que causan ciertos tóxicos en el
organismo, de acuerdo a propiedades de determinadas sustancias en tanto
estimulantes, analgésicos, alucinógenos, euforizantes, puesto que producen un
efecto químico en nuestro sistema nervioso central, que conlleva un cambio de
consciencia cuando se los consume. Resulta que suele ser un discurso común el de
la apelación a la droga como forma de obtener estímulos que la vida "de cara" no
ofrece.
Por su parte la definición del Manual Diagnóstico y Estadístico, en su cuarta
versión (DSM IV), hace referencia a la dependencia de sustancias y sostiene que:

La característica esencial de la dependencia de sustancias consiste en


un grupo de síntomas cognoscitivos, comportamentales y fisiológicos
que indican que el individuo continúa consumiendo la sustancia, a
pesar de la aparición de problemas significativos relacionados con ella.
Existe un patrón de repetida autoadministración que a menudo lleva a
la tolerancia, la abstinencia y a una ingestión compulsiva de la
sustancia (DSM IV, 1995. p. 182).

Aquí predomina la importancia atribuida a los síntomas causados por el


consumo habitual de sustancias, que se correlaciona con el malestar que provoca
su falta en el organismo. También la neurobiología da una explicación a partir de la
dependencia y los efectos en el sistema nervioso central del uso de drogas, que
explicarían la compulsividad, la abstinencia, entre otros síntomas.

Estudios de neuroimagen cerebral recientes han revelado una


disrupción subyacente en regiones que son importantes para los
procesos de motivación, recompensa y control inhibitorio. Esto
plantearía la adicción a las drogas como una enfermedad cerebral, y el
comportamiento anormal asociado sería resultado de la disfunción del
tejido cerebral. Así, aunque inicialmente la experimentación y el uso
recreativo de la droga es voluntario, una vez se establece la adicción
este control se ve afectado notablemente. (de Iceta Ibáñez de Gauna,
M. parr.7).

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Así, desde la neurobiología, estas alteraciones implicarían al adicto como un
enfermo, donde la adicción es tomada como un trastorno del desarrollo que
compromete la función cerebral:

Diversas conductas normales durante la adolescencia (etapa en la que


suelen iniciarse las adicciones)- como la toma de riesgos, la búsqueda
de novedades o la respuesta a la presión del grupo- incrementa la
propensión a experimentar con drogas legales e ilegales, lo que
pudiera ser un reflejo de un desarrollo incompleto de determinadas
áreas cerebrales (por ejemplo, mielinización de algunas regiones del
lóbulo frontal), implicadas en los procesos de control ejecutivo y
motivación. (de Iceta Ibáñez de Gauna, M. parr.10).

De esta manera, las definiciones antes mencionadas, tratan de dar una


explicación a partir del poder que de la droga en el sujeto y sus alteraciones en el
organismo. Pero existe un psiquismo en el cual la droga cobra valor, y el consumo
no es condición suficiente para que una persona se convierta en adicta. Por eso nos
vemos tentados a suponer que existen otras variantes que podrían influir en este
sujeto que se entrega a “los poderes del tóxico”. En definitiva, el problema no es la
droga sino quien la consume; el acento debería ser puesto en el sujeto.

A propósito, Pérez Gómez, A (1995) reflexiona acerca de creaciones de


industrias abocadas a las adicciones, con la creencia de que “el “adicto” es un
“enfermo” que necesita tratamiento (aún cuando nunca se curará del todo)” (p.68)
a fin de quitar culpa al adicto, como si fuera un mal que viene de afuera y éste es la
víctima elegida para tal acontecer.

Porque las drogas han existido históricamente en todos los pueblos, utilizadas de
diversas formas, tanto en lo religioso, terapéutico, lúdico como productivo, etc., de acuerdo
a cada cultura. Por ejemplo el cáñamo, utilizado como medicamento en China, el opio como
analgésico en Europa y Asia menor. Como incienso y desinfección del aire la empleaban los
asirios. La tribu de los escitas de Oriente medio colocaba hojas de la planta sobre piedras
calientes para embriagarse con el humo; y en Grecia y Roma utilizaban el cáñamo para
confección de telas (Molina Mansilla, 2008, p. 3). Sin embargo, se considera que el
problema de la adicción podría ser un fenómeno que ha adquirido mayor énfasis en tiempos
contemporáneos.

Desde este paradigma se justificaría todo daño que pueda ocasionar la persona que
padece de adicción, como sujeto pasivo que queda exonerado de toda responsabilidad. ¿Es

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el adicto un enfermo? Pregunta compleja que genera controversias, si bien no intentaremos
responder aquí, coquetearemos con la idea, puesto que permite reflexionar acerca de la
posición del sujeto. En este sentido se apelaría a una búsqueda de subjetividad capaz de ir
más allá de la “enfermedad”, puesto que sólo al sujeto le podemos atribuir la capacidad, o
no, de “curarse”.

Rodríguez Nebot (2008), da una impronta más bien social, y ubica la problemática a
partir del capitalismo mundial integrado, en el siglo XX, donde se destaca el incremento de
la producción de drogas. La sociedad de consumo es el nuevo tipo de subjetividad, “cuyas
características en el imaginario social son: el hedonismo y el culto narcisístico, la paranoia y
su sistema de vigilancia y control; las adicciones al consumo de objetos y signos
significantes” (p. 241).

Lo que plantea Rodríguez Nebot (2008) es que estamos en una época que se
caracteriza por el “consumo por el consumo” (p. 241). Se consumen objetos cualesquiera,
con el fin de exhibir y ostentar. Esto funciona como códigos que ubican al sujeto en
determinada posición social. Con esta añoranza por objetos materiales, se genera otro tipo
de subjetividad que afecta a las familias y sus modos de producción, y además trae
aparejado el costo de un sufrimiento que se viste en forma de “paranoias, depresiones,
panic-attacks, burns-out, anorexias, bulimias, infartos de miocardio, ulceras, eyaculación
precoz, frigidez, un largo etc y la vedette: las adicciones” (Rodríguez N. 2008, p. 242).

En este sentido, el discurso de este nuevo modelo de sociedad apunta al lugar del
“objeto a” (causa del deseo) como agente que promueve el consumo, como un mandato de
goce, que seduce al sujeto para el encuentro con objetos del mercado (Palma, C., 2007, p.
219).

Estas relaciones tienen efectos directos en las subjetividades, donde el riesgo reside
en que el objeto de la pulsión quede amarrado al objeto del mercado, provocando un goce
que desborda al sujeto; y al decir de Carmona, el deseo quede ligado a un objeto cual
necesidad (veremos esto más adelante).

A su vez, la biologización del cuerpo y la medicalización, que no admite la expresión


del cuerpo, donde el sufrimiento se vuelve intolerable, no se permite escuchar lo que nos
dice sino que queda reducido a los efectos de calmantes (Palma, C., 2007, p. 220).

El adicto en estos términos juega un papel preponderante, como consumidor,


entregado a esta lógica de mercado, reduciendo el padecimiento a una alteración del
organismo provocada por la incorporación de drogas

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Asimismo, los tratamientos que se ofrecen suelen apuntar a una
modificación en la conducta, “solo por hoy” consiste en ir aplazando el consumo día
a día, “estar limpio” aunque esto no implique dejar de ser adicto. Sin embargo se
cree que dejando de consumir cierta sustancia se terminara el problema; no
obstante suele ocurrir que en lugar de esta aparezca otra, a modo de
desplazamiento, sólo cambia el objeto.

En definitiva estamos ante una problemática donde el sujeto es atravesado por


varios vectores que contribuyen a complejizar las vicisitudes que podrían dar razón de este
devenir, sin necesidad de justificar el accionar del adicto.

Afín a lo anterior, el uso de drogas invita a vivir la velocidad, la omnipotencia, la


fugacidad, y la inmediatez de estar bien, y a tendencias de evasión de la realidad imperante,
con predominancia de la actuación, del no pienso y de lo no dicho. (Rodríguez, N. 2008, p.
245)

Más intrapsíquicamente, pensaremos este no pienso, no digo, en el apartado


siguiente.

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EL PAPEL DEL ADICTO

Lo que trataremos de exponer en este apartado tiene que ver con un enfoque
donde se considere al sujeto adicto como el primer eslabón de la problemática,
tratando de dilucidar la responsabilidad de su devenir en tanto sujeto que se entrega
a la droga. La idea es identificar al sujeto para reconocerse responsable de su
destino.

En una carta Fliess, del 22 de diciembre de 1897, Freud (1986) se refiere a la


masturbación como primer gran hábito, como “adicción primordial”, a partir de lo
cual luego ocuparían su lugar otras adicciones como sucedáneas. “se me ha
abierto la intelección que la masturbación es el único gran hábito, la “adicción
primordial”, como cuyo sustituto y relevo, exclusivamente, nacen de las demás
adicciones al alcohol, la morfina, el tabaco, etc.” (p. 313).
Es decir, de acuerdo a lo que el autor plantea, la toxicomanía vendría a ser
un hábito que viene en lugar de otro más primitivo que consiste en la masturbación,
como compulsiones que provienen de una sexualidad primitiva autoerótica.
La explicación vendría dada por el intento del sujeto de satisfacer su
sexualidad sin darle lugar al otro, y a la vez, complaciendo la omnipotencia que
implica la satisfacción más allá de otro, como un mecanismo que consiste en
alejarse de la realidad en un repliegue narcisista. Análogamente, el autor propone
que el adicto, en este intento de encontrar mejores condiciones de sensación, se
refugia en el tóxico.
Pero, como planteamos anteriormente ¿es el hábito condición suficiente para
que un sujeto se convierta en adicto? Aquí podríamos pensar no sólo en drogas de
autoconsumo sino en psicofármacos u otros que son recetados bajo prescripción
médica, donde existe una habituación al consumo y no por esto se es adicto. Así, en
otro apartado Freud señala que “hablar de “habituación” no esclarece nada, que es
solamente un giro verbal carente de valor, pues no todo el que haya consumido por
un tiempo morfina, cocaína o cualquiera de estas drogas, se vuelve “adicto” a ellas”
(1981: p. 268). Es decir, el sujeto adicto no es tal por el sólo hecho de estar
expuesto al consumo temporal de alguna droga.
En este sentido, es necesario complejizar estas perspectivas, puesto que
para que haya adicción se necesita ahondar más allá de la sustancia, de sus efectos
y de la dependencia. Desde el psicoanálisis es preciso pensar a partir de la relación

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que el sujeto establece con el tóxico, en tanto el sujeto construye la droga en su
subjetividad, más allá de la sustancia que sea.
A propósito, Le Poulichet (1996, p. 42) utiliza la noción de toxicomanía y
plantea esta cuestión que tiene que ver con el tóxico per se y las toxicomanías,
donde problematiza el uso de los términos “las toxicomanías” o “la toxicomanía”, o
“el toxicómano”, y uso de drogas, como si fuera la introducción de sustancias en el
organismo lo que convierte a un sujeto en toxicómano, -también pensando en
estigmas sociales, médico, legales, etc.-. La pregunta es ¿hace el tóxico al
toxicómano?
Esta pregunta invita a reflexionar acerca del papel que ocupa el adicto en
esta relación y tratar de esclarecer qué ocurre en el psiquismo del sujeto adicto.
Carmona (1995, p. 73) nos plantea que desde un sentido psicoanalítico, el
objeto es en tanto construcción subjetiva. Entonces la droga, respecto a una
adicción, es necesario enfocarla de acuerdo a la naturaleza del vínculo. La droga
per se no hace al adicto, sino que es el sujeto en tanto activo, el que la define como
tal y le proporciona un lugar particular en su subjetividad. Aquí dejaríamos de pensar
a ese sujeto pasivo ante el dominio de la droga; dando lugar a la subjetividad de
este ser que establece una relación particular con el tóxico, trascendiendo las
propiedades y los efectos de este último.
A propósito, Sylvie Le Poulichet (1996) nos presenta la noción de fármakon,
en un intento de explicar los mecanismos que se ponen en juego en el sujeto,
haciendo referencia a una operación propia de las toxicomanías. La define como la
tendencia a una “cancelación tóxica del dolor”,y a su vez de “establecer las
condiciones de una percepción y de una satisfacción alucinatorias” (p. 69).
Consistiría en una forma de conservar el narcisismo, como un mecanismo
psíquico que protege, y que revela la función de una defensa ante el dolor,
mediante una cancelación tóxica. Lo alucinatorio estaría dado por un cuerpo
desposeído de metáfora, pegado a la cosa.
La autora sostiene una posición respecto a las toxicomanías que explica la
adicción, no como una forma de hacerse daño, sino que por el contrario considera
que la operación del fármakon está dada como una vía de escape del sufrimiento,
como una forma de sortear el dolor y no como una forma de dañarse. Adicto como
forma de buscar una solución al sufrimiento y a la vez esclavo de esta solución. Esta
operación está dada por la incapacidad de afrontar un hecho que es intolerable para
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el psiquismo, entonces el sujeto adicto utilizaría el tóxico como una especie de
muleta que le permite mantener su integridad, ante lo que él vive como una
amenaza. Es decir, la vivencia no puede ser asumida en el orden de lo simbólico,
por ser algo intolerable para el psiquismo.“Mientras que los discursos sobre „‟la
toxicomanía‟‟ presentan a esta como una „‟autodestrucción‟‟, vemos surgir la
perspectiva de una operación esencialmente conservadora que protege a una forma
de narcisismo” (Le Poulichet, 1996, p. 69). Es por esto que la autora habla de la
reversibilidad de la operación del fármakon, que por un lado oficia como sostén,
pero por el otro daña. Este remedio – veneno, que carece de esencia estable,
ambiguo…
Es lo que pone en comunicación a los contrarios y lo que deroga las
oposiciones distintivas. (…) A la vez remedio y veneno, no es una
sustancia, sino, más bien, un principio particular de reversibilidad que
encuentra su eco clínico en lo alucinatorio y en la ambigüedad del
dolor. (Le Poulichet, 1996, p. 69)

Así, el fármakon funciona como una formación de compromiso que cae en las
vías del acto y el soma. Es en el acto, cura y mata. Actúa como un remedio que
produce la ilusión de cura, pero en realidad es fallido, puesto que taponea el dolor,
no permitiendo la movilidad que implicaría una elaboración psíquica, sino que la
elude, volcando hacia el soma la intoxicación del alma.

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CONSIDERACIONES CONCEPTUALES DEL PSICOANÁLISIS LACANIANO
Para poder profundizar acerca de las vicisitudes que explicarían el
funcionamiento psíquico del sujeto adicto, haremos referencia a algunos aspectos
pertinentes que funcionen como guía de un proceso de subjetivación “normal”, de
acuerdo a la concepción lacaniana, para luego adentrarnos en las complejidades de
este devenir.
Según Le Poulichet (1996) para hablar de toxicomanía, es preciso que ante
un exceso psíquico, se genere la formación de un nuevo cuerpo. Asignar un nuevo
cuerpo implicaría obedecer a la carne, al órgano, (pasando por fuera del psiquismo),
generando con el tóxico, como una especie de prótesis, en un cuerpo despojado de
sexualidad, desde lo real (p. 76).
Lo que plantea esta autora oficiará de disparador para comenzar a pensar en
términos Lacanianos, qué pasa con este cuerpo y con este psiquismo; para lo cual
nos remitiremos a la noción de goce.

Lacan formula el concepto de goce fundándose en la concepción de Hegel.


(citado por Medina, P. 2010). Este último hace referencia a goce en términos de
derecho y de posesión. Referido a la noción de disfrute, plantea la idea de goce en
relación a la pertenencia del propio cuerpo. En la medida en que poseo mi propio
cuerpo puedo gozar de este.

En el texto la Fenomenología del espíritu de Hegel, Lacan se servirá de la


dialéctica del amo y el esclavo, para ilustrar el devenir del cuerpo y la relación con
el goce. Esta relación amo- esclavo hace referencia a la apropiación del cuerpo
como primera propiedad - en tanto me pertenece y no le pertenece al otro-, y las
relaciones con otros cuerpos como reglamentación y contrato social, a la vez que
las restricciones establecidas respecto a ese goce como consecuencia del orden
simbólico. En palabras de Braunstein: “la apropiación o expropiación del goce en
relación con el Otro” (2006, p.20).

A propósito de la constitución psíquica del cuerpo, al comienzo, en la


relación madre – bebé, existe una fusión donde el niño no se reconoce como
diferente de su madre. El bebé sería como una extensión de ésta. En esta
seducción originaria, esencial, no anecdótica, es que se localiza el goce en el
cuerpo, para luego ser despojado, en un proceso de separación, que lo prepara
para su inmediata reprobación. (Braunstein, N. 2006, p. 25).

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¿Es mío mi cuerpo o está consagrado al goce del Otro, ese Otro del
significante y de la ley que me despoja de esa propiedad que sólo
puede ser mía cuando consigo arrancarla de la ambición y del
capricho del Otro? (Braunstein, N., 2006, p.20)

Este Otro, en un primer momento está representado por la madre, como el


primer elemento que permite al niño, por su sola presencia o ausencia, integrar el
orden de lo simbólico.
Miller (1994) lo va a definir como:
El Otro es el gran Otro (A) del lenguaje que está siempre ya allí. Es el
Otro del discurso universal, de todo lo que ha sido dicho en la medida
en que es pensable. (…) Es el Otro de la verdad, ese Otro que es un
tercero respecto a todo diálogo, porque en el diálogo del uno y del otro
siempre está lo que funciona como referencia (…) Es el Otro de la
palabra que es el alocutor fundamental, la dirección del discurso, más
allá de aquel a quien se dirige.(…) El Otro de Lacan es también el Otro
cuyo inconsciente es el discurso; el Otro que en el seno de mí mismo
me agita, y por ello es también el Otro del deseo, del deseo como
inconsciente (…) Lo que Lacan llama el Otro, es una dimensión de
exterioridad que tiene una función determinante para el sujeto (pp. 18-
19).

Es decir, este Otro trasciende al bebé desde incluso antes de nacer.


Funciona como eje a partir del cual el sujeto se ubicará a lo largo de toda su vida. La
madre oficiará como primer Otro en la vida del bebé.
Al comienzo, el niño forma parte del deseo de su madre, su deseo va a ser el
mismo que el de su madre puesto que no se ha producido un corte. La relación que
la madre tiene con su hijo va a estar marcada por una relación imaginaria, donde el
niño es puesto en el lugar de falo imaginario y éste se identifica con ese lugar. Falo
imaginario en tanto que se ubica en el lugar de la falta de ella. El niño es todo para
su madre, la completa y él se siente completo. Pero luego surge el momento en que
el niño comienza a darse cuenta que deja de ocupar ese lugar de falo de su madre y
que ella tiene otros deseos, otro falo.
Es la presencia de la figura paterna que castra a la madre de toda pretensión
de tener el falo y al mismo tiempo castra al niño de ser el falo para su madre. La
palabra paterna que encarna la ley simbólica realiza entonces una doble castración:
castrar al Otro materno de tener el falo y castrar al niño de ser el falo. Recordemos

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que el falo según Lacan, es a partir de lo cual se organizará la vida sexual adulta,
mediante la presencia o ausencia de este pene imaginario. Esta lógica entre
presencia y ausencia del falo, Lacan los sistematizará a través de los conceptos de
falta y significante. (Nasio,J. D., 2000, p.46). Por ejemplo en el caso del complejo de
castración masculino, el falo imaginario es lo que va a ser sustituido por otros
objetos a partir de la prohibición de gozar de su madre. Es decir, se trata de una
representación psíquica en tanto falo imaginario (representación anatómica, libidinal
y fantasmática) y falo simbólico.
El falo simbólico no consta de presencia o ausencia –como el falo imaginario-
, sino de prever la posibilidad de ser intercambiable por otros objetos equivalentes,
“cuya función, a la manera de un señuelo, estriba en mantener el deseo sexual del
niño, a la vez que le posibilitan apartar la peligrosa eventualidad de gozar de la
madre” (Nasio, J. D., 2000, p. 48). En esta renuncia, el falo imaginario deja de serlo,
queda excluido por entrar en el orden simbólico, como patrón ante lo cual se
elegirán objetos sexualmente equivalentes, que recuerdan el acontecimiento de la
castración, mediante la aceptación de los límites del goce con la madre.
Así el sujeto deviene mediante este juego dialéctico, que va a disparar
preguntas en el niño, tales como ¿Qué quiere mi madre? ¿Qué soy yo para el Otro?
Estas inquietudes representan la duda por el propio deseo, y dan lugar al
reconocimiento propio como sujeto en un proceso de renuncia al goce primordial
que se hizo carne en la sexualidad infantil. Es esto que hace que seamos
incompletos y que siempre busquemos objetos de deseo con una ilusión de
completud que es imposible. Recordamos aquí que Lacan sostiene que el sujeto no
es un dato inicial, el único dato inicial es el Gran Otro. De allí la pregunta “¿cómo
puede constituirse el sujeto en el lugar del Otro que lo preexiste?” (Miller, 1994,
p21). Es en la medida en que el niño entra en el campo de lo simbólico, que
comienza a reconocerse como sujeto: “el efecto de la introducción del sujeto mismo
es efecto de la significancia. Es propiamente poner el cuerpo y el goce en esta
relación que he definido por la función de la alienación” (Lacan, 2003, p 104). Esta
función de alienación es en tanto que el sujeto entra en el mundo del lenguaje, y en
tanto tal, lo separa de su propia identidad, queda abolido, puesto que se pierde en
eso que ya está dado de antemano y no le pertenece. Alienación que va a permitir
entrar al campo de lo simbólico, y que recuerda que el deseo va a ser tan
insatisfecho como el deseo incestuoso al que se debió renunciar.
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La premisa “el falo es el significante del deseo”, implicaría esta renuncia al
goce, que obliga al hablante a desplazarse por una cadena significante: “La carne
se incorpora al lenguaje y así se hace cuerpo” (Braunstein, N., 2006, p. 73).
En otras palabras el falo se comprenderá en una cadena significante a través
de otro significante que es el del Nombre del Padre (Braunstein, 2006, p. 268). Este
padre simbólico que viene a determinar la ley es el que regula el deseo. ¿Y qué
pasa con el goce? El nombre del padre vendría a confrontarse con el superyó que
le dice al sujeto “goza”. Esta figura del superyó para Lacan se comporta a favor de
la satisfacción del goce, -justamente lo contrario a lo que propone Freud- y juega en
contra del Nombre del Padre, este interdictor con el cual se genera una relación de
homeostasis con el primero.
Para citar palabras de J.A. Miller:
El superyó como ley insensata está muy cercano al deseo de la Madre
antes de que ese deseo sea metaforizado e incluso dominado por el
Nombre del Padre. El superyó está cerca del deseo de la Madre como
capricho sin ley (1994, p. 143).

Dicho acaecer del psiquismo, tal como se plantea en esta sección, queda
subsumido a ciertos aconteceres en el devenir del adicto, para lo cual, el apartado
siguiente servirá para pensar en estos conceptos en términos de las vicisitudes del
toxicómano.
Haremos una lectura en base a la dialéctica del amo y el esclavo que esboza
Lacan para ilustrar como juega el goce y el cuerpo en dicho caso.

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EL ADICTO Y LA ALEGORÍA DEL ESCLAVO.
Volviendo a la dialéctica amo – esclavo en relación con el goce ¿Cómo
relacionamos este goce con el adicto y la idea de éste como esclavo?
Lacan va a plantear que el amo es en tanto “reconocimiento de su deseo,
más que deseo de reconocimiento”, como lo planteaba Hegel. (Quiceno, S., 2010)
¿Qué quiere decir esto? Reconocimiento de su deseo en tanto que el sujeto deviene
tal por haber adentrado en el mundo del lenguaje, lo que lo convierte en sujeto
deseante.
El goce es, en este fundamento primero de la subjetividad del cuerpo,
lo que cae en la dependencia de esta subjetivización y para decirlo
todo, lo que se borra en el origen de la posición del amo. Es lo que
Hegel avizora, justamente renuncia al goce, posibilidad de enganchar
todo sobre esta disposición o no del cuerpo, no sólo del suyo sino del
otro. (Lacan, 2003, p104)

Lo que plantea Lacan tiene que ver con que el amo se constituye como tal,
en el momento en que renuncia al goce, esto es, cuando los significantes se
inscriben en el cuerpo, ese cuerpo que por acción de lo simbólico el amo arriesga y
que el esclavo conserva; éste pegado al goce mientras aquel lo trasciende en la
significación.
Como sosteníamos en el apartado anterior, luego de la castración, el sujeto
entra en la cadena significante y se introduce en el mundo del lenguaje. Esto
supone que a partir del efecto estructural que le proporciona, también queda
alienado de su ser, como un resto que no puede ser simbolizado, pero que será la
causa del deseo, denominado objeto a. Nos referimos al objeto a de acuerdo al
término propuesto por Lacan para significar “lo que queda de la operación por la
cual uno se convierte en un ser hablante” (Leader y Groves, 1998, p.128). Es decir,
está referido a un plus de goce como causa del deseo. Es el plus de goce, producto
de lo que el sujeto pierde cuando accede al orden simbólico.
En términos de la dialéctica, citamos a Ravinovich (citado por Dasuky, S.,
2010), quien ilustra al esclavo como:

Aquel que sabe por haber perdido su cuerpo al que ha querido


conservar en su acceso al goce. Produce el objeto “a”, el plus de-goce,
justamente porque ha querido conservar el cuerpo, cuerpo que aquí

16
deviene saber. Saber que ni debe tomarse en su sentido habitual sino
tal como lo hemos definido anteriormente: el conjunto de los otros
significantes de los cuales el amo se encuentra desconectado,
dividido, separado, al plantearse como idéntico a su propio
significante. El cuerpo es aquí el lugar de la inscripción significante,
ese cuerpo que el amo arriesga y que el esclavo prefiere conservar es,
justamente, cuerpo sede de la inscripción que hace al goce y que
produce como resto el objeto “a” (p.119).

Dicho de otro modo, el amo viene a ordenar al esclavo, que se encuentra en


el lugar del goce, para producir un plus de goce, que corresponde al sujeto
deseante. (Dasuky, S.)
Así describe Lacan (2008) al amo:

Recuerden lo que ocurre al amo que tiene libertad – así por lo menos
lo define Hegel, es el amo mítico – cuando introduce su dominio en la
extrañeza del lenguaje. Él entra tal vez entonces en el pensamiento,
pero seguramente en ese momento pierde también su libertad (p248).

En las adicciones podríamos pensar al sujeto en términos de esclavo del


goce, puesto que queda prendido a eso sin representación, que sólo pide
satisfacción orgánica, en la medida en que no se realiza en términos de deseos.
Esclavo de ese goce que no admite mediadores, guiado por las excitaciones
pulsionales.
Exceso psíquico que Le Poulichet (1996) considera nodal en las
toxicomanías. Estaría dado por un acontecimiento que provoca una excitación
pulsional tal que el psiquismo no puede simbolizarlo, no entra en esta cadena de
significación, no se le puede dar un sentido, sino que queda en el registro de lo real.
Real de acuerdo a los tres registros que Lacan concibe al psiquismo humano: Real,
Simbólico e Imaginario. La realidad (que no debe ser confundida con lo real) está
determinada por una combinación de lo simbólico y lo imaginario. En
contraposición con lo real, la realidad es lo que acontece efectivamente y que está
sujeto a cambios. Por ejemplo, para modificar la realidad basta con hacer uso de
imágenes o palabras, respectivamente. “Lo que produce un efecto o es un
significante, o es una imagen” (Nasio, 1997, p24).
Darian Leader y JudyGroves (1998) explican que “Lo real significaría
precisamente lo excluido de nuestra realidad, el margen de lo que carece de sentido

17
y no logramos situar o explorar” (p. 61). Lo real se refiere a aquello que no cambia,
es lo que no cae en vías de simbolización, lo que es excluido de este orden. Para
dar un ejemplo de lo real, existe la comparación con una biblioteca, donde estarían
ubicados del primero al veinte todos los tomos de la colección, menos uno, el
catorce por ejemplo. Nosotros diríamos que en esta biblioteca falta el tomo catorce.
Desde un registro simbólico esto es coherente, pero no así en lo real. En lo real no
falta nada, no existe la falta sino lo que está allí como tal, como la cosa.
Esto real que implica el goce, que se acerca más a lo inmediato, como ese
esclavo que está más cerca del animal - de la necesidad que aclama ser satisfecha-
que del deseo, que implicaría una elaboración psíquica en términos de lo simbólico.
Entonces, un exceso psíquico implica demasiada estimulación, o demasiado
poca. El goce es vivido como un sufrimiento intolerable para el organismo, y en
consecuencia el psiquismo no lo puede procesar. Así, queda en lo real, fuera de
significación.
Continuando con Le Poulichet (1996): “cuando una forma de llamado al goce
ha impedido de manera parcial la simbolización de la demanda y del deseo, subsiste
una parte de apertura al goce del Otro” (p. 100). Es decir, una pulsión parcial no ha
sido adecuadamente elaborada, la demanda del Otro no ha sido simbolizada y
queda abierta al goce. Así la droga vendría a posarse en ese cuerpo carente de
representaciones, como una figura de incógnito. Cuerpo escaso de inscripción
significante, cual esclavo que no accede a resignarlo.
La droga se hace carne, no toma un lugar simbólico, no está investido
libidinalmente. Vendría a cerrar algo del cuerpo, como un anudamiento que no es
significante, no hay enlace asociativo sino que el tóxico pertenecería al campo de lo
real. “El deseo queda subsumido en la lógica de la necesidad. "La droga" se
convierte en el objeto de una pseudonecesidad que, al igual que la sed, no admite
postergaciones ni sustitutos, se convierte en un producto de primera necesidad”
(Carmona, J., 1995, p. 74).
Como sabemos, las necesidades pueden satisfacerse con el objeto, no así el
deseo, puesto que el deseo no tiene objeto. Refiere a lo que Lacan llama la
metonimia del deseo y que implica justamente esta búsqueda constante, siempre en
movimiento, puesto que el objeto nunca llega a completarlo, sino que siempre
estamos deseando otra cosa. Este deseo no se corresponde con un objeto, en el

18
sentido de que no hay objeto de satisfacción plena, sino deseo que se desplaza.
Deseo de deseo en la medida de ser reconocido por el Otro. (Dasuky, S., 2010, p.
121) Deseo de reconocimiento: concepto que se corresponde con el Amo en Hegel.
Podríamos pensar que el avatar posible del adicto consistiría en una falla a
nivel de la castración simbólica; es decir, en esta lógica de la necesidad, el sujeto
queda amarrado al goce de un otro del que intenta desamarrarse con la droga. Al
decir de Carmona, que se tratara de un deseo con objeto, que no permite una
movilidad, sino que se remite a la lógica de la necesidad. Así la droga se incorpora
para obviar la falta.
Se dice que el sujeto pretende escamotear la falta (Carmona,J. 1995, p. 74),
burlar el deseo, consumiendo un tóxico que colma y que funciona como ilusión de
completud.
En la misma línea de pensamiento, Lacan plantea que la droga “es lo que
permite romper el casamiento con el pipí” (Carmona, J. 1995, p. 72). Lo que quiere
decir, de acuerdo a la lectura de Braunstein, es que el adicto intenta eludir las
demandas, las regulaciones y las coacciones que el gran Otro de la cultura impone
en su búsqueda de alcanzar la dicha y escapar a la desgracia, como un mecanismo
que implica alejarse de la realidad en un repliegue narcisista. Escapar a ese gran
Otro, es no aceptar la falta que luego de la castración simbólica deberíamos asumir,
en busca de otros objetos de deseo.
Es decir, si la adicción implica la desmentida de la castración, -y si la
castración abre la puerta al deseo, a la falta y a una búsqueda siempre en
movimiento-, y en consecuencia rechaza al goce; esto implica que el sujeto adicto -
que la reniega-, queda aferrado a un goce imposible, que no le permite realizarse en
torno al deseo, sino que queda atrapado en lo pulsional. Así, se intenta eludir el
campo del Otro (gran Otro), las demandas, regulaciones, etc.; y también sustituir al
otro (con minúscula), por uno que no implique un intercambio, una búsqueda de
deseos, etc. (Carmona, J. 1995, p. 73)
Aquí también podríamos relacionar lo que planteaba Freud respecto de la
adicción como equivalente a la masturbación, y que conlleva a no recurrir a otro,
como semejante, ni tomar en cuenta al Otro como renuncia al goce, sino con una
postura de introversión que burla las exigencias de la realidad.
Pero aun así, Braunstein (2006) plantea una contradicción que existe en el
adicto, puesto que el “instrumento” que se utiliza para rehusar ese Otro, proviene de
19
algo que está propuesto y proporcionado por ese Otro, en forma de mercancía que
implica el tóxico. “que puede satisfacer esta demanda de una separación radical, de
aniquilación del “pienso” en beneficio del “soy”” (p. 279). Es decir, el camino por el
cual el sujeto se revela en contra de la operación de alienación significante proviene
de ese Otro que se quiere burlar. Pero el autor continúa diciendo que el modo
extremo de corte con ese Otro es el suicidio, mientras que:
En la intoxicación no hay muerto, sino un “darse por muerto” que no
reivindica con orgulloso desdén al cuerpo que se entrega como un
óbolo al Otro sino que lo degrada y lo muestra en la miseria de sus
servidumbres orgánicas (Braunstein, 2006, p. 279).

Servidumbres orgánicas, tóxico como objeto de necesidad, que juega para


eludir la identidad, como un disfraz del adicto para evitar preguntas que tienen que
ver con el ser y de las que no se quiere saber. En este sentido, la droga sustituye el
deseo inconsciente. El sujeto no requiere del cuerpo de otro para satisfacerse,
puesto que se provee de una sustancia que lo liga directamente con un goce. “La
droga es la pareja que viene después del divorcio del hombre o de la mujer con el
orden fálico, con la admisión de la falta” (Braunstein, 2006, p. 281)
Tanto Braunstein como Le Poulichet concuerdan en sostener que la
sexualidad es el tóxico. Entonces, este plus de goce es el que se juega a expensas
del tóxico, tomando el lugar de la sexualidad, provocando una supresión de la
subjetividad, inundada por pura pulsión. Así, en las adicciones, el goce directo elude
toda representación, rehúsa formar parte de una cadena, que implicaría ser un
sujeto deseante.

20
CASO CLÍNICO NETUNO.

Se utilizará este caso clínico con el fin de ilustrar aquellos aspectos que
fueron conceptualizados anteriormente.

Netuno tiene 22 años cuando accede a una clínica en busca de tratamiento


para rehabilitación de drogas. Usa drogas desde los 13 años, lo que le ha costado
problemas con la ley, tanto por consumo, como también por reiterados hurtos, etc.

Su madre fallece cuando él tenía 9 años y su padre no pudo hacerse cargo de él,
por lo que Netuno luego de la muerte de su madre queda desamparado.

Pasó por dos internaciones, en un hospital general, y en una clínica


psiquiátrica, la segunda por intento de suicidio. Dice que se sentía depresivo y que
su vida no tenía sentido.

La historia de consumo comienza en la adolescencia. Descubre la droga a


través de su tío paterno, que a su vez lo introduce en los robos.

Respecto a la evolución de su consumo, plantea que empieza usando drogas


por placer, luego para jugar bien fútbol y lentamente comienza a utilizarlas sólo; no
quiere compartir con nadie, se siente deprimido y quiere morir. Paulatinamente la
droga va tomando espacio en su vida. Netuno reconoce que en función de la
dependencia de las drogas, perdió la credibilidad de los familiares y la confianza en
sí mismo. Lo describe como creciente necesidad,en la medida en que la droga se
hacía necesaria para sentirse más fuerte, y para lograr ser reconocido. Por ejemplo,
para jugar al fútbol, para bailar con una chica, y siempre que se sintiera un “niño”
frágil.

Desde aquí se puede hacer una lectura en referencia a lo que planteaba


Freud en relación a la adicción como sustituta de la masturbación, en términos de
regocijarse en una práctica que no requiere de otros, sino que refleja un repliegue
narcisista.

Su niñez está marcada por episodios de violencia que su padre ejercía a su madre y
a él. Ante las constantes peleas, Netuno se sentía “gurizinho” que nada podía hacer.
Se había convertido en cómplice de su madre, a la vez que sentía que tenía que
defenderla.

A los 8 años fue a vivir a la casa de su abuela, como una separación que lo

21
prepararía para la muerte de su madre. Cuando su madre muere, el padre viaja a
otro Estado, dejándolo a él y a su hermano con la abuela. Luego comienza a
deambular por casas, identificando este momento como el comienzo de su
“vagancia”. Enumeraba las casas por las que pasó, dejando ver su carácter
bohemio, como una actualización constante de la escena de abandono.

Era extremadamente apegado a su madre. Netuno siente culpa por su


muerte y lamenta que ella no se despidió y no se disculpó por haberlo abandonado.
Vive esta pérdida como una traición. También se siente traicionado por lo que su
madre le dijo antes de morir: que amaba a su padre; dejando entrever la rivalidad
con su padre ante el amor de su madre: lo entiende como que ama a su padre y no
a él. También acusa a su padre por la muerte de la madre puesto que recuerda que
en las peleas su padre le había tirado con unvaso en la cabeza, asociando esto con
la enfermedad de su madre, cáncer en la cabeza.

Entre su madre y él no se da lugar a un corte sino hasta antes de su muerte,


en el momento de la confesión del amor por su padre. Recién aquí podría pensarse
en un reconocimiento de ese padre como hombre y de ese hombre como padre, y
como objeto del deseo de su madre.

Como consecuencia, pensando desde las relaciones edípicas, Netuno queda


prendido al deseo del Otro materno, puesto que su madre no reconocía el lugar del
padre como interdictor, sino que propiciaba un vínculo pegoteado, donde ambos
eran víctimas de la violencia del padre. El padre no es presentado como deseo de
su madre, sino que el obstáculo quedó cubierto por el sentido de crueldad y no pudo
tornarse simbólico.

Ahora usaba la droga para no caer en la realidad de la pérdida, y para


conseguir hablar con su padre. La utilizaba para mantener un luto inacabado y para
rechazar cualquier función operante del padre que barrase el deseo de la madre.
Debería renunciar a este deseo para poder entrar al estado adulto y para tener
acceso a la sexualidad, con el precio de una pérdida.

Por lo general, los duelos por una pérdida real, suelen ser desestabilizadores,
traen consigo el trauma de la pérdida. El duelo de por sí es un trabajo difícil,
caracterizado por el dolor, al punto de perder todo interés en lo que rodea al sujeto,
dado que toda la carga libidinal es puesta en tal proceso. Ante este hecho podría

22
considerarse un procesamiento normal cuando luego de un tiempo, se logre
desinvestir el objeto perdido, para devenir investimentos en otros, en un intento de
reorganizar la vida pulsional que se encontraba a merced del objeto. Esto
podríamos considerarlo un procesamiento normal del duelo. Pero, ¿qué le ocurre a
Netuno? Consideremos que cuando Netuno pierde a su madre, tenía 9 años, es
decir, no contaba con la madurez psíquica ni con suficiente fortaleza para transitar
un procesamiento normal, dadas las circunstancias de violencia en las que estaba
inmerso y el vínculo estrecho que tenía con su madre.

En la etapa en que se encuentra Netuno, desde que se muere su madre, y


luego cuando comienza a utilizar drogas, también influye en su devenir, dadas las
características propias de la adolescencia. El curso por la misma trae aparejado otro
tipo de duelos que se considerarían normales, donde se adolece la niñez, y se debe
preparar para la vida adulta. En el transcurso, el adolescente suele negar dichos
duelos llamados normales, enfrentándolos o haciendo algo con ellos, con la
característica de contrarrestar su carácter dolido (Franco, G., 2000, p.140). Es en
este proceso donde el sujeto se encuentra más vulnerable ante las nuevas
experiencias y procesos de búsqueda como forma de añoranza por la omnipotencia
perdida, inscribiéndola ahora en la realidad efectiva a través de la actuación.
(Franco, G., 2000, p.140) Conductas tales como la rebeldía, comportamientos
violentos, adicciones, conductas autoagresivas, son riesgos que se corren en un
intento de contrarrestar el dolor; a los que Netuno no es ajeno. Y si además a estos
duelos específicos le agregamos pérdidas reales, la situación se complejiza.

Cabe la posibilidad de que ante estas circunstancias, al decir de Freud (2003,


p. 246), la sombra del objeto perdido siga habitando parte del yo, generando una
ambivalencia constante entre el amor y el odio que permanece irresuelta. Por
ejemplo, se vislumbra cuando Netuno va de casa en casa, repitiendo estas escenas
de abandono, como reviviendo lo que él sintió ante la muerte de su madre. También
las conductas de Netuno muestran una tendencia a la destrucción de los vínculos de
amor: padre, tíos, primos; da cuenta de dicha dificultad en el proceso de duelo,
generando una lucha entre el amor y el odio que deja entrever esta incapacidad de
reconocimiento, esta negación de la pérdida. La tendencia a la destrucción de
vínculos amorosos, habla de una imposibilidad de tramitar la pérdida.

Además, dadas las características edípicas, podría notarse que algo de la

23
castración simbólica falla, lo que produce una amarra al goce de un Otro del que
intenta desamarrarse utilizando como medio el tóxico. Netuno habría quedado a
medio camino de asumir la castración, detenido en un goce al que no puede dar
sentido, sino a través del consumo impulsivo y los pasajes al cuerpo.

Los encuentros con la ley, a partir de consumo y robos, podrían leerse como
la búsqueda de un castigo. Faltando a la ley, busca un castigo, cual un padre que
regula y organiza, puesto que los límites en el afuera no están inscriptos
simbólicamente, sino desde lo real. Netuno pone de manifiesto mediante el acto,
mediante lo real, lo que no puede simbolizar, debido a la debilidad en este orden. De
esta forma estaría denunciando que alguna acción en él no fue cumplida: hacerse
notar, buscar la ley, reclamar un lugar paterno.

Los pasajes al acto y al cuerpo ponen en evidencia la lucha entre la vivencia


de desamparo y la defensa omnipotente del yo.

En este sentido es que se reniega la castración simbólica, en la medida en


que a través del consumo se evita lo desagradable para el psiquismo, como
consecuencia de no poder procesar la falta, que llevaría a la producción de sentido.
Netuno utiliza la droga para rebelarse ante la pérdida, por un duelo que no ha
podido encontrar su lugar, y por no estar preparado para aceptarse como sujeto en
falta, para simbolizar la pérdida que primero debiera haber sido introducida en la
instancia edípica.

A propósito Netuno tiene un intento de suicidio, que se puede relacionar con


lo que plantea Braunstein respecto del uso de drogas como un darse por muerto,
como forma de goce que pretende burlar al Otro en un intento de corte. La droga la
utiliza para duelar a su madre muerta, y también muriendo con ella, siendo carne
intoxicada, evadiendo su ser con el tóxico. Implicaría un pseudo dominio de la
subjetividad- omnipotente, masturbación y renegación como corte con el otro en
donde jugando con los estados de conciencia se pone en jaque la subjetividad.

Impulsión de un goce, esclavo de este goce.

24
CONCLUSIONES
Cuerpo, goce, narcisismo, son eslabones que hoy más que nunca encuentran su
esplendor en nuestras sociedades. Cuerpos que aclaman placeres, que no toleran el dolor,
que buscan sortear cualquier tipo de sentimiento de displacer, medicados, envenenados.
Cuerpos ávidos de placer sensorial inmediato. Cuerpos como objeto, cuerpos como
depositarios de cosas que no se pueden pensar. Cuerpos, descargas, goces que lo
inundan, devorando lo que no es digno de ser pensado, de ser dicho. Tóxicos que hoy
más que nunca encuentran excusas y formas de colarse en lo cotidiano. Cuerpos que
manifiestan carencias, que se visten de otros cuerpos para sentir una unidad de la que de
cara no pueden dar cuenta.

Las adicciones adoptan su auge en estos días. El predominio de la búsqueda de


placer constante en las subjetividades de hoy en día, promueve un mundo que se esconde
en las apariencias de lo estético, olvidando el pienso, e incluso el soy. Cuerpo que vive a
merced del consumo, de las imágenes, generando siempre la necesidad de taponear la
falta. La promesa de otras formas de sensación, de bienestar ya, aquí y ahora, esconde un
as bajo la manga que consiste en pura descarga, con el costo del sujeto. ¿Dónde queda el
sujeto? ¿Dónde queda el deseo?

La adicción funcionaría como un disfraz, capaz de ocultar la identidad, en un


intento de no ser, o ser a través de una sustancia, mediante la identificación y
justificación de ser adicto. También, escapar a las preguntas existenciales que
corresponderían a un reconocimiento como sujeto de deseo, pasando por el cuerpo
lo que no puede decirse, representarse, dar sentido.
Adicción – sin dicción – no puede decir, queda sin palabras, sin sentido.
Descarga por el cuerpo, carne envenenada.
Más que esclavo de la sustancia todopoderosa que suprime al sujeto, víctima
de su poder; sino esclavo del goce que no permite mediaciones; esclavo de ese
goce que no puede ser simbolizado. Atrapado en la descarga de pulsiones que no
encuentran representación.
Por esto, dar voz implicaría la posibilidad de dar sentido al padecimiento, para
devenir sujeto de deseo.
“Importa subrayar desde ya la utilidad clínica de la oposición y la
composición entre goce y discurso, porque ella está en el corazón de
la experiencia misma del análisis en tanto este consiste en operar
sobre el diafragma del goce.(…) El desafío para el analista es , el de
restaurar el movimiento del deseo que se ha detenido. Y sólo cuenta

25
con la transferencia, cuyo filo está mellado por el proceso mismo que
atraviesa el sujeto.” (Braunstein, N. 2006, p. 78)
.
En este sentido, el abordaje propone quitar esos disfraces, jugar en contra de
ese ropaje que viste el adicto, romper con la identificación en torno a “el adicto”,
para ver el sujeto allí detrás.
De este modo queda abierta la pregunta por el ser. Ser más allá de la
adicción.

26
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