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LA VIDA Y SU DESARROLLO

1. El fenómeno de la vida
2. La vida, don de Dios
3. El respeto de la vida

De la vida se puede hablar en abstracto; pero también es antes que nada un hecho, un
fenómeno concreto. sin embargo, cada instante de vida se vive, incluso sin darse cuenta
de ello, de manera refleja a la luz de pre comprensiones, de criterios de juicio, de sistemas
de valoración y de jerarquías de valores que forman parte de una determinada cultura.
por eso es posible preguntarse qué cultura de la vida está presente en la Biblia, aunque
falta en ella una teorización explicita y los principios subyacentes hay que recabarlos con
la presentación concreta de los hechos y de las reacciones humanas, tal como está
formulada en los textos según el diverso género literario.

Por esta razón la investigación sobre el sentido de la vida según la biblia se abre con una
panorámica fenomenológico-descriptiva. La fuente es sobre todo el antiguo testamento
a causa de su riqueza de datos y de acontecimientos. En el NT se citará en esta primera
sección solo cuando su visión se aleja del AT.

EL FENÓMENO DE LA VIDA.

La ciencia contemporánea nos ha habituado a observar también las formas más


elementales de vida, como las de las bacterias y de los virus. El hombre del AT no sabía
nada de todo esto. Vida en sentido pleno era solo la del ser humano y la de los animales
y subordianariamente las de las plantas. Es verdad que el árbol provocaba también
entonces estupor por su vitalidad: puede durar siglos y de su tronco puede brotar
retoños. En comparación con él, la vida humana puede parecer más frágil (Job 14,7-10).
Por eso los árboles grandes se convierten, como en los santuarios de los lugares altos.
También, en el símbolo de la fuerza vital y universal y se puede pensar como imagen de
la perennidad e una dinastía o un pueblo (Is, 11,1). Sin embargo, la Biblia sabe que la del
árbol no es propiamente vida. Es significativo que en el relato uno de los dos relatos de
la creación, se haga germinar directamente de la tierra la hierba verde y los árboles
frutales (Gn 1, 11), sin que tengan necesidad de la bendición para desarrollarse, como la
de los animales.

El hombre y los animales son llamados nefeš hajjah, es decir, seres que respiran y viven,
porque ciertamente la causa de la vida se ve en la respiración, que a su vez se creía que
circulaba por la sangre, considerada también sede de la vida. Donde no hay sangre ni
aliento como en las plantas, no existe vida en sentido verdadero, es decir, vida como la
del ser humano. Más aún; quizá se deba reconocer que ni siquiera los animales son
considerados vivientes al igual que el hombre, si se admite que el verbo hebreo vivir
(hajjah) no tiene nunca como sujeto activo animales, sino siempre al ser humano o, más
meramente, a Dios.

Aun temiendo ir más allá de lo debido, se tiene la sospecha que ya el AT comprendió que
la esencia de la vida auténtica está en pensar y en querer, es decir, en esas complejas
actividades humanas que no dejan nunca de suscitar aquellas significativas variaciones
de la respiración que han permitido a la lengua hebrea expresar casi todas las emociones
y sentimientos que calificamos nosotros de espirituales.

El verbo hebreo que equivale a vivir puede utilizarse para significar reponerse o curar.
Esto confirma que, por vida, en sentido verdadero, se entiende habitualmente la vida
sana, activa y plena. La enfermedad que debilita es considerada ya un anticipo de la
muerte.

El árbol de la vida al cual el hombre no tiene ya acceso, es precisamente el árbol de la


vida plena; no necesariamente de la inmortalidad sino de la vida buena, la que el rey en
cuanto Hijo de Dios estaba llamado a conservar y promover con su buen gobierno.

Por eso la proclamación: Viva el Rey, en el rito de entronización quería significar la


esperanza de que su plenitud de poderes y de fuerza vital se le pudiese comunicar al
pueblo la buena vida sin límites.

Con todo, esta vida fuerte, rica y plena no se puede disfrutar ya normalmente. El Jardín
de los orígenes es inaccesible y la edad del ser humano se ha abreviado mucho (Gen 6,
3). El trabajo se ha vuelto fatigoso y poco productivo, el amor y la fecundidad están
rodeado de contradicciones (Gen 3, 16). El dolor como anticipación de la muerte domina
la vida. Sólo rara vez se realiza el ideal de una vida largamente gozada, y morir después
de una ancianidad feliz, viejo y lleno de años (Gen 25, 8) como Abrahán.

La vida se ha convertido en duro servicio como el del mercenario (Job 7, 1) se toca cada
día con la mano la distancia entre una vida ideal y la fatiga de la vida real. Sin embargo,
nadie duda en todo el curso de la historia bíblica, desde Adán hasta Jesús. Que esta vida
justamente como es debe ser vivida, amada y custodiada. El deseo de la muerte no es
permitido sino como desahogo de un ánimo impacientado como el de Job. Que, por lo
demás, lo supera dialécticamente con la voluntad de vivir a toda costa para encontrar a
Dios y recibir de él el don de la rehabilitación.

También Jonás desea morir. Considera moralmente insoportable la vida porque tiene un
concepto equivocado de Dios y de sus planes. El final irónico de su suerte quiere recordar
que al ser humano le puede ocurrir siempre no querer la vida porque le resulta
intolerable, debido a que ignora el sentido y lo que dios intenta y puede sacar de ella.
Esta capacidad del mundo bíblico de obedecer siempre al mandamiento de vivir por
respeto al misterio de la vida y de Dios quien la gobierna, puede decirle mucho al hombre
contemporáneo, que corre el riesgo de incurrir en el mismo error de Jonás suponiendo
la posibilidad de desear o incluso de provocar la muerte por presunta piedad o caridad.

Como para toda la antigüedad no tenemos la posibilidad de formular estadísticas


precisas y fiables sobre la duración media de la vida, sobre la incidencia de epidemias y
enfermedades, sobre la mortalidad infantil. Solamente podemos suponer que los
disminuidos y enfermos eran numerosos y que, al vivir mezclados con los sanos,
comunicaban el sentido precario y pesado de vivir. De ahí viene la comprobación de que
la vida es breve, una sombra y un soplo (Job 14,1. Sal 144, 4)

La alegría de vivir era objeto de esperanza y oración, pero la mayoría de las personas se
contentaban con ir viviendo los días sin pensar si valía la pena vivir la vida.

¿qué se esperaba de la vida y qué la hacía buena y hermosa? A esta pregunta, podemos
responder solo con aproximaciones. Los sabios parecen poner en primer lugar la
tranquilidad de la vida familiar: una mujer callada y dócil, hijos respetuosos, una cosecha
segura, aunque no abundante. La riqueza es una bendición, pero basta también con
poco, con tal de que haya seguridad y paz.

En la vida social no se mira a destacar o a dominar, sino que se busca más bien lo que hoy
llamaríamos un vivir tranquilo, para cuya consecución hay que atender sobre todo a
hablar con prudencia y a no irritar a los poderosos.

Con el riego de simplificar, se podría recordar como síntesis de la buena vida, los dos
ideales, muy modestos de Miqueas 4,4 “cada cual se sentará bajo su parra, a la sombra
de su higuera, y ninguno vendrá a turbar su paz” y de Zacarías 8, 4 “ancianos y ancianas
se sentaran en las plazas de Jerusalén; tendrán su bastón en la mano a causa de sus
muchos años, y las calles de la ciudad están llenas de niños y niñas que jugaran en sus
plazas”

Darse satisfecho con poco y contentarse con el mínimo parece ser el ideal del buen vivir,
también en la Palestina del NT si, como dice Jesús, en Mateo 6, 25 “la vida vale más que
el alimento y el cuerpo más que el vestido”

Moderación, sencillez, capacidad de gozar de lo poco y aceptación serena y confiada del


mandamiento divino de vivir a pesar de la agitación y de las dificultades, parecen ser, los
ideales más comunes en todo el tiempo de la historia bíblica.

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