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Escuela de letras
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Cuando empecé a leer Crimen y castigo no pude evitar notar la sensación de que
me faltaba el aire con el paso de cada capítulo. Cerraba los ojos y me imaginaba
recorriendo esas calles olorosas a vodka y pobreza descritas por Dostoievski en ese
infierno de bolsillo que nació de su pluma. En medio de ese aire irrespirable noto entre la
multitud a un hombre que, a primera vista, se ve que carga a cuestas un oscuro y terrible
secreto. Es así como comienza mi aventura para seguir la pista de Raskólnikov justo el día
que decidió matar a hachazos a una vieja usurera. Las personas, como yo, que se acercan
por primera vez al texto podrían llegar a pensar que lo lógico es pensar en el homicidio
como el acontecimiento con el que terminaría la novela. Un prejuicio que sirve de impulso
extra para recibir con más contundencia el golpe certero del hacha en la tapa de los sesos.
Raskólnikov se sabe condenado y en cierto modo cree compartir esa sensación con
Sonia: ambos están prácticamente muertos en vida. Su empeño por estar con ella no es
motivado por la lujuria y/o el amor, sino la necesidad de compartir su sufrimiento con
alguien que puede llegar a entenderlo. Es así como ella lo acompañará incluso hasta el
momento en que decide soltar la carga que dobla su espalda y entregarse a la justicia para
un castigo que solo el lector sabe que viene cumpliendo desde hace tiempo. Dostoievski
nos regala así una obra que no solo podemos considerar importante para la literatura,
sino para reconocer que Raskólnikov es una buena representación del hombre de
nuestros tiempos.