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Félix López Sánchez

La inocencia rota Abusos sexuales a menores

Cómo prevenir, detectar y superar una agresión sexual

Colección Punto de Encuentro

Dirección:
Dr. Josep M.a Farré Martí

Diseño de colección:
Ferran Cartes / Montse Plass

(C) Félix López Sánchez, 1999 (C) Océano Grupo Editorial, S.A., 1999 Edificio
Océano Milanesat, 25-17 08017 Barcelona (España) Telf. 932802020 - Fax:
932805600 E-mail: librerias@oceano'com http://www'oceano'com

ISBN: 84-494-1472-5

Depósito Legal: B-33585-Xlii 10293949


Los abusos sexuales a menores son un problema mucho más frecuente de lo que la
mayoría de la gente piensa, y si no se aborda correctamente, pueden tener
secuelas muy graves. Amparándose en su profundo conocimiento sobre el tema y en
los miles de casos que ha estudiado, el Dr. López Sánchez resume en esta
interesante obra todo lo que hay que saber para ayudar a nuestros hijos a
prevenir y afrontar correctamente un posible abuso.

Félix López Sánchez, Catedrático de Psicología de la Sexualidad en el


Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de
Salamanca, es autor de la investigación más amplia realizada en España sobre la
frecuencia de los abusos sexuales a menores, tema sobre el que ha publicado
numerosos trabajos. Entre sus obras más destacadas -escritas por él o en
colaboración-, cabe mencionar }Los abusos sexuales a menores: lo que recuerdan
los adultos.
La prevención de los abusos sexuales y la educación sexual} y }Guías para
padres, educadores y niños sobre la prevención de los abusos}.

}Punto de encuentro} nace con el deseo de contribuir a la difusión de una


serie de títulos que, desde la amplia perspectiva de la Psicología y la
Psiquiatría, enfocan hacia ese cruce de caminos formado por la salud y la
enfermedad. No es una colección }más} sobre el tema, sino que en ella concurren
diversos matices que la convierten en una excepción largamente esperada por los
lectores.
Se trata de la primera ocasión -y única, por la dificultad que entrañaen que
se ha logrado reunir a los más destacados profesionales de nuestro ámbito,
autores de prestigiosas publicaciones científicas que, sin embargo, en general,
no habían divulgado sus conocimientos entre el gran público.
Hemos logrado que confiaran en la seriedad del proyecto y que nos dedicaran un
eslabón de su precioso tiempo para regalarnos unos textos impresionantes, obras
en las que han plasmado su contrastada experiencia profesional.
Todos ellos han dado forma a una colección accesible para un público amplio e
interesado en mejorar su calidad de vida, una serie de libros que por su
claridad conceptual y su diáfana iconografía llegará también a los estudiantes
de Psicología y Medicina, lectores que en muchas ocasiones necesitan información
complementaria para sintetizar los contenidos de su currículum académico. Un
gran esfuerzo editorial que conjuga divulgación y docencia, algo que acostumbra
a ser una rareza.
Esta visión global, objetiva, rigurosa y eminentemente práctica por la que
hemos optado nos permite, en definitiva, ofrecer al lector un mejor y más amplio
entendimiento de la conducta humana y su compleja realidad.

Josep M.a Farré Martí Director de Punto de encuentro

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Primera parte Lo que hay que saber


1. Se ha roto el silencio

1.1. Los abusos en el pasado

No estamos ante un problema nuevo.


Aunque los abusos sexuales a menores han existido siempre, sólo recientemente
han comenzado a ser objeto de estudio y a suscitar preocupación social. Por lo
que sabemos, el abusar sexualmente de los menores fue una conducta frecuente en
el pasado, aunque se mantuviera en silencio. No es que entonces las víctimas de
los abusos no sufrieran graves consecuencias, pero estaban obligadas a
soportarlas en silencio. Las fuerzas de seguridad y de protección social (la
policía, los jueces) sólo intervenían cuando a estas agresiones se unían otras
conductas que provocaban lesiones físicas importantes a las víctimas, lesiones
que podían incluso llegar al asesinato. Estamos, por tanto, ante un problema muy
importante y que, pese a haber permanecido oculto durante muchos siglos, no es
en absoluto nuevo.
De hecho, el silencio sobre los abusos ha empezado a romperse muy
recientemente, en los años setenta y ochenta, en el mundo anglosajón y en el
norte de Europa, y entrada ya la década de los noventa en los países
mediterráneos y en Latinoamérica.
Pero ?cómo o por qué ha sido posible romper ese silencio? ?Qué ha hecho posible
que cada vez sean menos las víctimas que se resignan al silencio y ofrecen
testimonios como este?: "mi padre abusó de mí durante cinco años, desde los 10
hasta los 15, aproximadamente. Me obligaba a tener relaciones con él. Mi madre
debía de saberlo, pero no decía nada. Tenía mucho miedo a mi padre porque a
veces le pegaba. Las dos sufríamos en silencio" 14 11 (Margarita, 35 años).
En las próximas páginas vamos a intentar averiguarlo.

1.2. ?Por qué hablar?

Lo que verdaderamente explica que el problema de los abusos sea hoy


reconocido, que un número cada vez mayor de tales agresiones sean denunciadas y
que existan numerosas investigaciones oficiales y científicas sobre ellas, es el
despertar de la conciencia de los derechos individuales de las personas y el
desarrollo de las libertades democráticas. En ese sentido, muchos factores han
contribuido al reconocimiento de la gravedad del tema.
Veamos a continuación los más relevantes.

La defensa de los derechos de los niños

La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y, más


específicamente, la Convención sobre los Derechos del Niño (1989), aprobadas por
la Asamblea General de las Naciones Unidas, son el resultado de una toma de
conciencia colectiva de la necesidad de proteger a los menores y ofrecerles las
condiciones más adecuadas para su desarrollo. No en vano se ha hablado del siglo
Xx como "el siglo de la infancia".
Los servicios sociales de protección de menores, creados en casi todos los
países durante las últimas décadas para responder a los malos tratos infantiles,
se han encontrado con numerosos casos de ese tipo de maltrato, y aunque tales
servicios han participado de los prejuicios sociales referidos a los abusos
sexuales y han tendido a mantenerlos en silencio durante años, no detectándolos,
no investigándolos o no reconociéndolos, finalmente se han 15 13 visto
obligados a admitir la frecuencia con que los niños sufren este tipo de
vejaciones sexuales y a actuar en consecuencia.

La defensa de los derechos de la mujer

El movimiento feminista, nacido como expresión más sobresaliente de la toma de


conciencia de los derechos de la mujer, ha contribuido decididamente a fomentar
las denuncias de agresiones sexuales tales como las violaciones, el acoso sexual
y los abusos a menores.

El interés de los medios

Los medios de comunicación social también han centrado su atención en los


últimos años en los abusos sexuales a menores. No siempre lo han hecho con
acierto y con respeto a los propios derechos de los niños y de sus familias: a
veces han utilizado estos casos como medio para ganar audiencia, pero, aun así,
han ayudado a crear un estado de opinión y han fomentado la concienciación
social sobre el problema.

Los estudios de científicos y profesionales

Los avances científicos en torno a las cuestiones sexuales han sido más
titubeantes y confusos a lo largo de todo el siglo Xx, pero a la postre, han
resultado definitivos para la creación de un estado de opinión. Algunas teorías
de la psicología y muchas de sus conclusiones han hecho posible, como veremos,
que la gente comprenda la gravedad del problema, que se entienda qué
consecuencias tiene para las víctimas haber sufrido abusos sexuales durante la
infancia o adolescencia.

16 15

}Los pioneros}

El primero en interesarse por los abusos sexuales a menores fue el austriaco


Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis. Este célebre psiquiatra sospechaba la
alta frecuencia de tales agresiones y sus nefastas repercusiones posteriores,
pero acabó defendiendo que la mayor parte de los casos no eran reales sino
inventados por los propios niños.
Es probable que Freud se inclinase por esta interpretación por temor al
posible escándalo social y, sobre todo, porque sus supuestos sobre el complejo
de Edipo le inducían a pensar que los menores, ya en el período de 3 a 6 años de
edad, sentían una atracción sexual inconsciente hacia la madre, si eran niños, o
hacia el padre, si se trataba de niñas. Estos deseos no satisfechos, opinaba,
posiblemente provocaban fantasías que más tarde eran recordadas por los menores
como reales.
El caso es que Freud contribuyó negativamente a
que se formaran dos creencias que posteriormente han tenido una gran aceptación
social. La primera, que los niños sienten interés en mantener actividades
sexuales con los adultos (y que, por tanto, son de algún modo responsables
cuando se llevan a cabo). La segunda, que a menudo los menores no dicen la
verdad cuando afirman haber sufrido abusos sexuales.
Hoy sabemos que, en realidad, ninguna de estas afirmaciones es cierta.
Si bien es verdad que los menores desean participar en la intimidad de sus
padres (su habitación, su cama, su amor, etc.), nunca desean inmiscuirse en su
sexualidad, y, cuando denuncian una agresión, casi nunca mienten.
Sin embargo, es justo decir que el psicoanálisis consideraba traumáticas las
experiencias sexuales entre niños y adultos, y que defendía el respeto por la
sexualidad infantil. Igualmente, siempre mantuvo que una adecuada evolución
psicológica conducía a que los menores renunciasen a sus deseos sexuales
edípicos.
En la década de 1950, Alfred 17 17 Kinsey, biólogo y sociólogo
norteamericano que dedicó su vida al estudio de la sexualidad humana, llegó a la
conclusión de que aproximadamente el 24% de las mujeres habían sufrido abusos
sexuales durante la infancia.
Pero Kinsey desestimaba, en algunas de sus observaciones, los posibles efectos
de estas vejaciones.

}La década de 1960}

Pese a los estudios de Freud y Kinsey, y al testimonio de otros muchos


reconocidos autores que confirmaron la alta frecuencia de los abusos sexuales,
hubo que esperar a la década de los sesenta para que se dieran las condiciones
sociales y científicas idóneas que iban a hacer posible, por fin, el
reconocimiento social del problema y de su importancia clínica, y el estudio
científico y sistemático de su incidencia.
Antes de aquellos años, la sexualidad en general y los abusos en particular
estaban sujetos a numerosas creencias falsas y a la ley del silencio. De hecho,
se pensaba que las agresiones sexuales eran poco frecuentes, que afectaban casi
únicamente a las mujeres y que eran cometidas siempre fuera de la propia familia
por agresores desconocidos. Incluso se llegó a considerar que las víctimas
provocaban el abuso con una conducta pretendidamente seductora.

Mientras se producían los cambios sociales que permitirían superar semejantes


creencias, muchos médicos comenzaron a reconocer la alta frecuencia de los
abusos sexuales y sus efectos negativos. El resultado de sus indagaciones pronto
saltó a la prensa y se emprendieron nuevos estudios que trataban de responder a
la inquietud social suscitada y a las principales preguntas que se planteaban
los investigadores. Tales interrogantes (cuál es la frecuencia real de los
abusos sexuales?, ?cuáles son sus efectos?, ?qué tipo de agresiones se dan?)
fueron el hilo conductor de los numerosos estudios llevados a cabo a partir de
la década de los setenta.
18 19

}Nuestros días}

Actualmente, los casos que son objeto de investigación se han ampliado y, por
ejemplo, a menudo se trata de establecer si determinadas situaciones de
depresión, delincuencia, prostitución, marginación, etc., han podido ser
desencadenadas por un abuso sexual. Por otra parte, con bastante frecuencia se
realizan estudios comparativos entre grupos que han sufrido abusos y colectivos
que no los han padecido.
La preocupación social y científica por este tema ha favorecido, como veremos,
el desarrollo de numerosas formas de intervención. Desde los años setenta, han
ido apareciendo múltiples programas de prevención de los abusos, casi siempre
para ser aplicados al ámbito escolar, así como tratamientos adecuados para las
víctimas y los agresores. Por fortuna, el silencio se ha roto y se han creado
las condiciones adecuadas (o al menos suficien tes) para que prevenir y detectar
los abusos sexuales a menores sea factible.

Recuerde

Es falso que

-Los abusos sean un problema nuevo, inexistente en el pasado.


-Los abusos a menores sean poco frecuentes.
-Los niños tengan interés en mantener relaciones sexuales con los adultos.
-Los niños mienten cuando afirman haber sufrido abusos.

21 21

2. Desterrar falsas creencias

2.1. ?Qué debe entenderse por abuso sexual?

Antes de seguir adelante, conviene que dediquemos unas líneas a definir, en


todos sus matices, qué se entiende por abuso sexual a un menor. Pues bien, debe
ser calificada de }abusiva} cualquier conducta sexual en la que exista coerción
o una gran diferencia de edad (o bien ambas cosas a la vez) entre un menor y
cualquier otra persona. De hecho, la coerción (o lo que es lo mismo, el empleo
de fuerza física, presión psicológica o engaño) sobre el menor debe ser
considerada, por sí misma, suficiente para que una conducta constituya abuso
sexual, independientemente de la edad del agresor.
Así, si un menor de edad obliga a otro menor a mantener una actividad sexual,
está abusando de él. En los casos de abusos entre menores, el agresor suele ser
mayor que la víctima y acostumbra a aprovecharse de una posición de fuerza
física o control sobre ella. Se ha podido comprobar que, en algunas sociedades,
el 20% de las violaciones las realizan menores de edad.
La diferencia de edad entre el menor y quien le utiliza sexualmente también
nos obliga a hablar de abuso.
Entre dos personas de edades muy distintas, que no comparten las mismas
experiencias, ni el mismo grado de madurez biológica, ni las mismas
expectativas, no puede existir jamás una relación sexual de igualdad. El menor
es incapaz de decidir libremente su participación en una actividad sexual que,
dado su carácter, ni siquiera podría imaginar por sí solo. Para los niños, el
hecho de que les pidan mantener relaciones de naturaleza sexual, o les obliguen
a realizarlas, siempre constituye una terrible sorpresa.
En cuanto a la diversidad de conductas sexuales implicadas en los abusos,
podríamos decir que se produce abuso sexual en los siguientes casos:

En formas de contacto físico como

-Penetrar ano o vagina con cualquier objeto, los dedos o el pene.


-Exhibir los órganos sexuales al menor de una manera inapropiada.
-Tocar o acariciar los genitales del menor.
-Forzar al menor a masturbar al adulto.
-Hacer que el niño mantenga conductas sexuales con personas de su mismo sexo.
-Pedir al niño que estimule oralmente los genitales del adulto.
-Obligar al niño a que se involucre en contactos sexuales con los animales.
-Obligar a los niños a ver actividades sexuales de otras personas o escenas
pornográficas.

En manifestaciones de explotación sexual como


-Implicar al menor en conductas o actividades que tengan que ver con la
producción de pornografía.
-Promover la prostitución infantil.

Hay que tener en cuenta que lo más corriente es que durante un abuso se
produzcan a la vez varias de las conductas expuestas en las listas anteriores.
En el siguiente gráfico hemos intentado recoger qué tipo de agresiones, y con
qué frecuencia, padecen los menores, distinguiendo los niños de las niñas:

Abusos sexuales más frecuentes

Claves a: Proposiciones de actividad sexual y exhibicionismo (mujeres) b:


Proposiciones de actividad sexual y exhibicionismo (hombres) c: Caricias
(mujeres) d: Caricias (hombres) 23 25 e: Intento de coito anal (mujeres) f:
Intento de coito anal (hombres) g: Intento de coito vaginal (mujeres) h:
Masturbación (mujeres) i: Masturbación: (hombres) j: Sexo oral (mujeres) k: Sexo
oral (hombres) l: Coito anal (mujeres) m: Coito anal (hombres) n: Coito vaginal
(mujeres) ñ: Otros (mujeres) o: Otros (hombres)

% 60 w % é % é 50 w é % é % éé
40 w éé % éé % éé 30 w éé % éé % é éé 20 w é éé % é éé % éé éé
= 10 w éé éé é % éé éé = éé =é = é % éé éé éé é éé éé é é = 0 w-éé-
éé-éé-é-éé-éé-éé-é-éé-ab cd ef g hi jk lm n ¤o

Fuente: }Los abusos sexuales a menores: lo que recuerdan los adultos}, F.


López y otros, Ministerio de Asuntos Sociales, Madrid, 1994.

23 27
2.2. Ideas comunes, pero equivocadas

El desconocimiento en torno al tema de los abusos sexuales a menores es


todavía enorme en nuestros días. De hecho, circulan muchas ideas falsas que
dificultan en gran medida afrontar el problema con la solvencia y seriedad que
merece, y una de las intenciones de este libro es desmentirlas y aclarar los
absurdos sobre los que se sustentan. Entre las ideas infundadas que se aceptan
con frecuencia, hay que destacar las siguientes:

}Que los abusos son poco frecuentes}

Todavía hoy muchas personas opinan que los abusos sexuales no existen o bien
que son muy poco habituales.
Cualquier especialista en el tema que exponga sus conclusiones ante un auditorio
observará entre sus oyentes ros tros de sorpresa y escuchará expresiones de
incredulidad del tipo "qué exageración", "no puede ser", etc. Esta actitud suele
estar particularmente extendida entre los varones, mientras que las mujeres
acostumbran a admitir con más facilidad la existencia de los abusos, mucho más
frecuentes, como ya comentábamos al inicio del capítulo, de lo que parte de la
opinión pública está dispuesta a admitir.

}Que hoy se producen más casos que en el pasado}

Es igualmente erróneo creer que en la actualidad hay más abusos a menores que
antes. En realidad, no sabemos exactamente cuántas agresiones se daban en el
pasado, pues ni había estudios al respecto ni las víctimas podían denunciarlas,
pero lo que sí sabemos es que eran frecuentes. De hecho, cuando preguntamos a
personas adultas y ancianos, la proporción de respuestas afirmativas a la
pregunta de si habían sufrido abusos sexuales en su infancia es semejante a la
de los adolescentes y los jóvenes que re25 29 conocen haberlos padecido
recientemente.
Lo que sí es verdadero, en cambio, es que hoy en día, a diferencia de lo que
ocurría en otras épocas, estos casos pueden ser denunciados y estudiados por
especialistas en la materia, y las víctimas pueden ser tratadas y recibir la
ayuda que necesitan para superar el abuso.

}Que ocurren en ambientes desfavorecidos}

Habitualmente se piensa también que los abusos sexuales a menores sólo ocurren
en ambientes muy específicos, asociados con la pobreza o la incultura. Es cierto
que en determinados entornos marginales (familias con problemas de violencia o
alcoholismo, por ejemplo) las agresiones son más frecuentes. Asimismo, resulta
innegable que en el medio urbano se dan más casos que en el campo (quizá porque
en ciudades donde los menores viajan en
transportes públicos llenos de gente aumentan las situaciones de riesgo, aunque
se trate, en general, de abusos menos graves). No obstante, los datos confirman
que las vejaciones sexuales están presentes en todas las clases sociales y en
todas las zonas geográficas, en todos los niveles culturales y en muy diferentes
familias.

}Que el agresor responde a un único perfil}

}Adulto, desconocido} y }loco} son tres de los tópicos a los que recurre la
opinión pública cuando intenta describir el perfil de alguien que ha cometido un
abuso con un menor. Sin embargo, la realidad desmiente el tópico.
Para empezar, no es correcto creer que los agresores son siempre desconocidos,
adultos, violentos y que padecen algún tipo de enfermedad mental.
De hecho, se ha comprobado que los agresores pueden tener relaciones de muy
diversa índole con su víctima y no conviene hacer simplificaciones poco
acertadas. Pueden ser desconocidos, sí, muchas veces, pero también -no nos 26
31 engañemos- allegados y hasta incluso familiares.
En segundo lugar, cuando se habla de abusos suele pensarse, casi siempre, en
la relación entre un adulto y un niño, pero lo cierto es que también los menores
cometen con frecuencia abusos con otros niños más pequeños o más débiles física
o psicológicamente que ellos.
Por último, hay que insistir en que casi todos los abusos sexuales son
perpetrados por sujetos aparentemente normales. La creencia frecuentemente
aceptada de que los agresores son personas con marcadas desviaciones sexuales o
con graves enfermedades mentales es falsa; la idea (sostenida por el 72% de los
encuestados, según estudios solventes) de que "hay que estar loco para hacer
algo así", carece de base. Y ni siquiera la tesis de que necesitan recurrir a la
violencia para poder consumar el abuso tiene fundamento: como veremos más
adelante, los agresores suelen servirse de otras estrategias "más sutiles", como
la sor presa, el engaño o el abuso de confianza, y es muy infrecuente que
utilicen la violencia física.
Quizá, la única generalización que puede hacerse con acierto con respecto al
perfil del agresor es que son casi siempre varones. En la segunda parte, en el
capítulo dedicado a las características de los agresores, trataremos el tema con
mayor profundidad.

}Que sólo las niñas son víctimas}

Habitualmente se tiende a pensar que los abusos sexuales los sufren únicamente
las niñas, pero jamás los niños. Esta falsa creencia guarda relación con el
hecho de que las mujeres que han sido víctimas lo reconocen con más frecuencia,
mientras que los varones tienden a ocultarlo o negarlo.

}Que los menores incitan al agresor}


Hay quien opina que los menores son los culpables de los abusos que sufren,
porque seducen a los adultos o no rechazan sus insinuaciones con suficiente
energía y convicción. Esta 27 33 idea, fomentada indirectamente por el propio
psicoanálisis, resulta especialmente peligrosa ya que supone atribuir a los
menores la responsabilidad de los abusos, o al menos una parte de ella, lo que
favorece que se sientan culpables y dificulta enormemente que superen los
efectos negativos de las agresiones. Sólo un menor que haya aprendido a obtener
favores de los demás ofreciendo su sexualidad a cambio -es decir, un menor que
haya sido víctima de abusos en el pasadopuede llegar a desarrollar este tipo de
comportamiento provocador tan elaborado. En cualquier caso, conviene dejar bien
sentado que el responsable del abuso es siempre el agresor, jamás la víctima.

}Que las víctimas siempre lo cuentan}

También es usual creer que si los abusos sexuales ocurrieran en nuestro


entorno más cercano, lo sabríamos inmediatamente: "si le hubiera pasado a mi
hija, me habría enterado", piensa la mayoría de los padres. La realidad, sin
embargo, es bien distinta.
La mayor parte de las agresiones sexuales no es conocida por los familiares de
las víctimas porque estas casi siempre las ocultan.

}Que los niños mienten}

Los adultos nos resistimos a admitir hechos tan graves y, a menudo, cuando los
niños cuentan que han sufrido una agresión, tendemos a creer que no dicen la
verdad o que están confundiendo la realidad con la fantasía. Por desgracia, los
niños casi siempre dicen la verdad cuando denuncian estas conductas. Por
consiguiente, debemos creerles.

}Que las agresiones siempre se denuncian}

Parece razonable creer que si una madre llegara a enterarse de que su hijo ha
sido objeto de una agresión sexual, lo denunciaría inmediatamente.
De hecho, el 76% de los entrevista28 35 dos opinan de esta manera.
No obstante, en contra de lo esperado, se da el caso de madres que reaccionan
ocultando el caso, en especial cuando la hija es la víctima y el padre, el
agresor. Se trata, normalmente, de madres sin independencia económica, que temen
una ruptura familiar y que viven el drama como una vergüenza que es mejor no
propagar.
Incluso algunos profesionales (educadores, médicos, psicólogos) mantienen
ideas tan erróneas y discutibles como las siguientes: que las agresiones no
deben ser denunciadas sin el consentimiento de la víctima y de su familia, que
hacerlo es pernicioso para la relación profesional con el cliente, que los
abusos pertenecen a la vida privada y no les corresponde
meterse en ella, etc.

}Que los efectos siempre son los mismos}

Hay quienes piensan que todos los abusos tienen un efecto traumático sobre
los menores. En el extremo opuesto, otras personas opinan que tales agresiones
apenas tienen importancia. Ambas creencias carecen de fundamento. A menudo,
generalizar induce a error, dado que los efectos de los abusos, con frecuencia
importantes, dependen de muchos factores y son distintos en cada caso.
Las creencias erróneas que acabamos de exponer, entre otras, deben ser
desmitificadas, si pretendemos buscar soluciones eficaces a este tema. Para
ello, resulta indispensable ser conscientes de la importancia de los abusos,
prevenirlos con ayuda de la educación sexual y afrontarlos adecuadamente cuando
ocurren. En nueve de cada diez casos, las personas entrevistadas opinan que es
necesario denunciar cualquier abuso, aunque lo cierto es que la mayoría de estas
agresiones permanece en el silencio.

29 37

Recuerde

Es falso que

-Los abusos tengan lugar sólo en ambientes desfavorecidos.


-No haya abuso sin violencia física.
-Los abusos sólo los padezcan las niñas.
-Siempre que se descubran, sean denunciados.
-Si ocurrieran en nuestro entorno, nos enteraríamos.
-No sea obligatorio denunciar los abusos.
-Se trate de un asunto privado en el que es mejor no meterse.

3. Los abusos, ?agresiones frecuentes?

3.1. Nuestras dudas

Casi todos los estudios sobre los abusos a menores coinciden en afirmar que
este tipo de conductas es mucho más frecuente de lo que se creía. Sin embargo,
las metodologías de dichos estudios son tan distintas y los resultados
concretos, tan dispares que resulta difícil sacar conclusiones ro-
tundas. Si a ello añadimos el hecho de que se produzcan tan pocas denuncias, el
lector comprenderá fácilmente que haya ciertas parcelas oscuras sobre las que
planea la sombra de más de una duda.

31 39

Las denuncias son escasas

Efectivamente, el número de denuncias es bajísimo. No es difícil comprender


por qué el 84% de los varones que cometen abusos lo niegan.
Ahora bien, no parece tan lógico que la mayor parte de las víctimas de abusos
sexuales no los denuncie en el momento en que suceden. Pero así es, a pesar de
que en los últimos años, como comentábamos más arriba, el grado de conciencia
social sobre este tema haya aumentado considerablemente en todo el mundo,
todavía no se ha conseguido que la denuncia se convierta en algo automático.
Por su parte, los profesionales que atienden a los menores maltratados
(pediatras, psiquiatras infantiles, psicólogos, etc.) dejan sin denunciar más de
la mitad de los casos que llegan a conocer y lo normal es que los hospitales
sólo denuncien un abuso si el niño ha padecido algún daño físico.
Dicho de otro modo, a no ser que la agresión sexual vaya acompañada de otros
tipos de maltrato más aparatosos, lo más frecuente es que quede silenciada tanto
por las víctimas y sus familiares como por los profesionales que intervienen en
la investigación.
El ocultamiento empieza por la propia víctima y se extiende a toda la red social
que debería hacer lo posible por detectarlos y denunciarlos. Como resultado, los
servicios de protección de menores llegan a tener constancia de muy pocos casos.
En un reciente estudio muy representativo de lo que acabamos de explicar, el
93% de los encuestados se mostraron a favor de la denuncia de los abusos. Ahora
bien, preguntados acerca de si habían comunicado algún caso de abuso conocido,
sólo el 12% respondieron afirmativamente. En Estados Unidos, por ejemplo, se
calcula que en el año 1989 fueron denunciados entre 360.000 y 408.000 casos,
pero estos datos están muy lejos de responder a la verdadera magnitud del
problema.

32 41

Los métodos de estudio no son óptimos

Dado que la mayor parte de las agresiones no se denuncia cuando debería


hacerse, casi todos los estudios sobre el tema tienen que basarse en
cuestionarios anónimos o entrevistas a amplios grupos de personas adultas.
Algunas de ellas -y decimos algunas porque no es extraño que los entrevistados
se nieguen a colaborar- reconocen haber sufrido abusos en su infan-
cia y acceden de manera voluntaria a explicarlos.
A lo limitado de la muestra sobre la que pueden realizarse los estudios, hay
que añadir una segunda objeción de base. En efecto, estas investigaciones se
fundamentan sobre supuestos no siempre acertados, tales como que los
entrevistados responden con total sinceridad (cuando lo cierto es que todo el
mundo tiende a ocultar aquello que puede perjudicar su consideración social),
que sus casos son representati vos de toda la población o que los abusos
sexuales dejan un recuerdo imborrable a través de los años. Con respecto a este
último punto, basta con que pensemos en abusos sexuales ocurridos en la primera
infancia de un niño y en su incapacidad para interpretar determinadas conductas,
para que comprendamos la debilidad de tal supuesto.
A ello hay que añadir el hecho de que la mayor parte de los adolescentes que
han participado voluntariamente en conductas sexuales con adultos no se
consideran víctimas, y, por tanto, nunca lo denunciarán.

Las conclusiones no coinciden

Los resultados de los distintos estudios a menudo son discrepantes.


Entre las razones que explican esta realidad destacan, en primer lugar, que los
investigadores tienen distintos conceptos de abuso sexual. Algunos de ellos
piensan que se puede hablar con propiedad de abusos únicamente cuando existe
contacto físico. No 34 43 tienen en cuenta otros casos como el exhibicionismo
(obligar a los menores a ver conductas sexuales sin participación activa), las
proposiciones verbales (las peticiones explícitas de actividad sexual a un
menor) ni las diferentes formas de explotación sexual (utilizar a los niños para
producir pornografía, por ejemplo).
En segundo lugar, no todos los estudiosos fijan la misma edad a la hora de
determinar la frontera en la frecuencia de los abusos a menores. Es evidente que
no es lo mismo hablar de menores de 18 años o de menores de 12 años, por poner
un ejemplo bien ilustrativo. Por debajo de 12 años se han producido lógicamente
menos abusos que por debajo de 16 o 18 años. Además la frecuencia puede ser muy
distinta según se decida considerar o no como abusos sexuales aquellos casos
especiales en que un compañero de la misma edad ha impuesto una conducta sexual
a otro sirviéndose de su mayor fuerza física o de amenazas.
Evidentemente, a la hora de cuantifi car la frecuencia de los abusos, resulta
muy relevante incluir los casos entre adolescentes, pues, según diversos
estudios, casi la mitad de los agresores comete su primer abuso antes de los 16
años.
En tercer y último lugar, las características de las muestras utilizadas en
los estudios no son las mismas, lo cual es fundamental para entender las
diferencias en los resultados.
Por ejemplo, cualquier encuesta entre
mujeres que ejercen la prostitución revela que el 80% de ellas sufrieron abusos
en su infancia, un porcentaje impensable si la investigación se realiza entre
personas "sin problemas especiales". La edad, el sexo, la clase social, el nivel
educativo, la etnia, la religión o el país de las personas entrevistadas, entre
otros muchos factores, pueden alterar enormemente los resultados del estudio.

35 45

3.2. Nuestras certezas

Quienes se niegan a admitir la importancia del problema que nos ocupa suelen
argumentar que los resultados de las investigaciones sobre los abusos sexuales
son tan dispares que no merecen credibilidad científica alguna. Sin embargo, y a
pesar de todas las objeciones que acabamos de reseñar, es obvio que los estudios
mejor planteados -aquellos que seleccionan cuidadosamente a personas de
diferentes edades, sexos y clases sociales, y que ofrecen suficientes garantías
de sinceridad- revelan evidencias irrefutables.
La primera conclusión irrebatible es que aproximadamente un 20% de las mujeres
y un 10% de los hombres dicen haber sido víctimas de abusos sexuales antes de
los 17 años. Estos porcentajes -extraídos de investigaciones llevadas a cabo en
Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y España en los últimos veinte años- se
observan en casi todos los países estudiados. Si se trata de sociedades con
particulares problemas de violencia, conflictos bélicos, pobreza, marginación,
etc., el número de casos es aún mayor.
Por ejemplo, una encuesta llevada a cabo entre universitarios del Estado de
Randonia (Brasil) en 1997, reveló que más del 30% de los interrogados había
sufrido abusos en su niñez.
En otra investigación realizada por nosotros en España, en 1992, sobre una
muestra de dos mil personas de entre 18 y 60 años, un 15,2% de los varones y un
22,5% de las mujeres reconocieron haber sido víctimas de agresiones sexuales
durante su infancia.
La segunda conclusión, también indiscutible, es que los abusos sexuales son
más habituales en las chicas. Es más, el simple hecho de ser mujer implica el
doble de posibilidades de sufrir abusos, aunque investigaciones recientes ponen
de relieve que los varones son objeto de más agresiones de 36 47 lo que se
pensaba. También parece claro que si nos circunscribimos al ámbito familiar, la
frecuencia de abusos a niñas es mucho más alta que la de los niños.

Recuerde
Según los estudios más solventes

-Entre un 20 y un 25% de las mujeres y entre un 10 y un 15% de los hombres


sufrieron algún tipo de abuso en su infancia.

3.3. No tropezar dos veces

El hecho de que una niña de cada cuatro o cinco y un niño de cada seis o siete
sufra abusos nos obliga a plantear que es indispensable intervenir de una forma
urgente y generalizada en la infancia para prevenir nuevos casos, muy
especialmente a través de las dos únicas instituciones que pueden llegar a
todos los niños: la familia y la escuela. No solamente hemos de evitar que los
abusos lleguen a producirse, sino que además tenemos que conseguir que no se
reproduzcan.
El estudio español anteriormente citado revela que el 44,2% de los menores
padecieron tales vejaciones de manera reiterada.
Cuando el abuso se repite, las víctimas se sienten especialmente culpables por
no haber sabido evitarlo y la gravedad de los efectos se acrecienta.
La relación entre el agresor y la víctima, prolongada en el tiempo, es, en sí
misma, una condición muy perjudicial. Imaginemos, por ejemplo, las consecuencias
que para las relaciones entre un padre y una hija puede tener una relación
incestuosa durante meses o años. La situación es extremadamente conflictiva por
dos razones: porque la menor tiene que guardar el secreto -con frecuencia, bajo
amenazas del progenitor a la hija, e incluso a toda la familia- y porque el
padre deja de cumplir su natural función protectora.
En palabras de una víctima, "quien 37 49 debía protegerme era mi agresor".
Por todo ello, es un objetivo prioritario crear las condiciones familiares y
escolares adecuadas para que los niños y las niñas puedan impedir que se
produzcan los abusos por primera vez. Pero también es urgente conseguir que, una
vez consumada la agresión, nuestros menores sean capaces de solicitar ayuda
inmediatamente para que no vuelva a ocurrir. Dos objetivos perfectamente
sintetizados en las palabras de una adolescente que asistió a un curso de
prevención de abusos a menores: "yo sé que mi cuerpo es mío, que tengo derecho a
que mi intimidad sea respetada, a que nadie me toque, si yo no quiero Y si
alguien lo hace, puedo gritar, denunciarlo y sé que me creerán" (Blanca, 13
años).

4. ?Qué sabemos de las víctimas?


4.1. Algunos datos más

?Qué otras conclusiones podríamos sacar de toda esa serie de estudios? ?Qué
otros datos pueden ayudarnos a prever o evitar que los niños sean víctimas de
algún tipo de abuso? Ya sabemos que las niñas sufren más agresiones que los
niños y que vivir en una ciudad o en un entorno de violencia doméstica son
factores de riesgo.
Pero, ?qué podemos decir sobre la edad de las víctimas? Aunque en realidad los
menores pueden ser víctimas de los abusos a cualquier edad, lo cierto es que
según confirman todas las investigaciones, lo son con mayor frecuencia entre los
10 y los 15 años, es decir, mientras se están produciendo los cambios de la
pubertad, etapa en que los niños y las niñas son más vulnerables. De hecho, 39
51 los preadolescentes de entre 12 y 14 años cumplen para los agresores una
doble condición especialmente atractiva: continúan siendo niños y a la vez
manifiestan claros signos del inicio de la madurez sexual. Quizá por ello son
los menores más solicitados en el llamado }turismo sexual}.
Como resulta obvio, los mayores de 14 o 15 años son capaces de defenderse
mejor y, al mismo tiempo, poseen una sexualidad más desarrollada, lo cual
resulta menos interesante, en general, para el tipo de agresores a que nos
referimos. Por su parte, los niños menores de 9 o 10 años, y sobre todo los muy
pequeños, no suelen llamar especialmente la atención de los agresores.
También hay que tener en cuenta que los datos sobre niños menores resultan de
difícil obtención, pues, a medida que descendemos en edad, lo habitual es que
los abusos no puedan ser reconocidos como tales por quienes los padecieron o que
ni siquiera los recuerden.
En cualquier caso, como queda reflejado en la
siguiente tabla, los abusos pueden darse a cualquier edad.

La edad de las víctimas

Claves a: 4-5 años (mujeres) b: 4-5 años (hombres) c: 6-7 años (mujeres) d: 6-7
años (hombres) e: 8-9 años (mujeres) f: 8-9 años (hombres) g: 10-11 años
(mujeres) h: 10-11 años (hombres) i: 12-13 años (mujeres) j: 12-13 años
(hombres) k: 14-15 años (mujeres) l: 14-15 años (hombres

40 53

%
50 w % % 40 w % % 30 w % = % =é é 20 w
éé é % éé =é % é = é= éé éé 10 w é éé éé
éé éé % = é= éé éé éé éé % éé éé éé éé éé éé 0 w--éé--éé--éé--éé--
éé--éé-ab cd ef gh ij kl

Fuente: }Los abusos sexuales a menores: lo que recuerdan los adultos}, F.


López y otros, Ministerio de Asuntos Sociales, Madrid, 1994.

4.2. ?Cómo reaccionan las víctimas? °c Durante el abuso

Aunque cada menor se comporta de manera distinta ante una agresión sexual,
podemos describir unos patrones generales de reacción.
Según los testimonios de las propias víctimas, la mayor parte de ellas ofrece
una resistencia inicial, aunque esta oposición no es necesariamente efectiva.
También cabe destacar el elevado número de quienes no reaccionan al principio,
permanecen pasivos o incluso colaboran con el agresor. En este último caso se
trata, sobre todo, de varones que se inician en la actividad sexual con personas
adultas.
Tanto las conductas de firmeza desde el principio, como las de colaboración
con el agresor se dan más entre los adolescentes, por lo que podemos concluir
que a medida que aumenta la edad, los niños tienen un papel más activo, tanto a
la hora de evitar el 41 55 abuso o resistirse a él como a la de colaborar o
acceder a los deseos del agresor.
Por supuesto, es muy importante enseñar a los menores a decir }no} y a ofrecer
resistencia, pero no se les puede culpar por no hacerlo, ya que normalmente los
agresores les sorprenden, les engañan o doblegan su voluntad con diversas
estrategias que estudiaremos más adelante. En ningún caso son culpables los
menores, y jamás un agresor puede defenderse diciendo que el menor aceptó o
colaboró durante la actividad sexual. El responsable es siempre el adulto
agresor, que es quien realmente sabe lo que quiere y quien lo impone de una u
otra forma.

Después de la agresión

Para que los programas de prevención, detección y ayuda sean eficaces, es


fundamental saber a quiénes les cuentan los abusos los agredidos -casi siempre a
un amigo o una amiga, o a la
madre- y enseñar a esas personas a reaccionar adecuadamente.
En la siguiente tabla podemos observar cómo se distribuye el relato del abuso
entre las personas más cercanas a la víctima.

Persona a la que se comunicó el abuso

Claves a: Madre (mujeres) b: Madre (hombres) c: Amigos (mujeres) d: Amigos


(hombres) e: Otro familiar (mujeres) f: Otro familiar (hombres

Fuente: }Los abusos sexuales a menores: lo que recuerdan los adultos}, F.


López y otros, Ministerio de Asuntos Sociales, Madrid, 1994.

42 57 % 70 w % % é 60 w é %
é % é 50 w é % é % éé 40 w éé %
éé % éé éé 30 w éé éé % é éé % é éé =é 20 w é éé
éé % é éé éé % éé éé éé 10 w éé éé éé % éé éé
éé % éé éé éé 0 w---éé----éé----éé-ab cd ef

Ni que decir tiene que los menores que han padecido un abuso viven su caso
como una experiencia traumática, sobre todo cuando el agresor es un conocido o
un miembro de la propia familia. Esto, unido a la vergüenza que sienten por
haber sido objeto de conductas tildadas en tantas sociedades de sucias,
vergonzosas o pecaminosas, explica por qué un tercio de los menores no revela
jamás lo que ha pasado.
Además, cuando se deciden a hablar, no siempre escogen a la persona que puede
prestarles una ayuda más eficaz.
Los amigos o las amigas, que como hemos visto en la tabla son los confidentes
más habituales, suelen limitarse a escuchar a la víctima, sin tomar ninguna otra
medida. La tendencia a ocultar los abusos a los familiares está favorecida por
el temor a su reacción y porque a veces están implicados de una u otra forma.
Sólo la madre recibe un número relativamente importante, aunque bajo de todos
mo-
dos, de denuncias de abuso.
Según nuestra propia experiencia, aunque no es extraño que las víctimas 43
59 comuniquen la agresión el mismo día en que tiene lugar, muchas tardan varios
días o incluso más de un año en hacerlo. Conseguir que rompan el silencio lo
antes posible y ante las personas adecuadas (educadores, padres u otros
familiares) es fundamental para evitar que las agresiones se repitan y controlar
sus efectos.
Por lo que se refiere a las personas del entorno social del menor, se constata
en nuestros estudios que casi siempre creen la versión de la víctima. No
obstante, se hace imprescindible lograr que ese 10% de quienes no aceptan la
versión del niño o de la niña mejore su actitud y tome conciencia de que los
menores prácticamente siempre dicen la verdad cuando comunican que han sido
objeto de vejaciones sexuales.
Casi todas las víctimas consideran que, simplemente escuchándoles, creyéndoles
y apoyándoles, ya se les está ayudando eficazmente. Pero, de todos modos,
resulta especialmente desalentador que casi la mitad de quienes son testigos de
un relato de abuso sexual se limite a constatar lo sucedido y no decida ir más
allá.

5. Las secuelas del abuso

5.1. Cada historia es distinta

Las consecuencias de haber padecido un abuso sexual varían notablemente de un


caso a otro. Las secuelas que la agresión puede dejar en la víctima serán más o
menos graves en función de los siguientes factores:

-El tipo de agresión, si el abuso implica coito o tentativa de coito, sexo oral
u otras vejaciones graves.
-Las edades del agresor y de la víctima, si la víctima es púber y el agresor es
mucho mayor.
-La relación entre agresor y agredido, si el agresor es una persona cercana y
con un papel protector.
-La duración y frecuencia de la agre45 61 sión, si la situación del abuso se
alarga.
-La personalidad del menor, si no es capaz de usar estrategias de defensa o de
búsqueda de ayuda.
-La reacción del entorno, si las personas que rodean a la víctima se alarman
demasiado, no hacen nada o culpan al niño.

Lo que experimenta cada persona después de un abuso es siempre diferente. Por


ello, no se pueden hacer generalizaciones sin caer en una simplificación
peligrosa. A pesar de todo, numerosos estudios coinciden en señalar que
determinados efectos a corto y a largo plazo son muy frecuentes.

5.2. Los efectos a corto plazo


Cuando los investigadores hablan de }efectos a corto plazo}, se refieren a
aquellos que aparecen inmediatamente después del abuso -en los primeros días o
semanas- y durante los dos años siguientes. Transcurridos dos años, hablamos
de }efectos a largo plazo}.
La mayor parte de los investigadores señala que entre el 60 y el 80% de los
menores que sufren abusos sexuales padecen secuelas a corto plazo.
Sólo entre un 20 y un 40% consiguen seguir llevando una vida cotidiana sin
cambios apreciables después de la agresión, lo cual no impide que, algún tiempo
después, puedan aparecer algunos síntomas, aunque lo normal es que esto no
suceda.
Entre el 17 y el 40% de las víctimas padecen patologías clínicas claras, es
decir, tienen una reacción de tal intensidad que necesitan buscar ayuda
profesional para superar el trauma del abuso. El resto presenta síntomas de
algún tipo, menos graves pero siempre importantes. La siguiente tabla refleja
los síntomas que, según nuestros propios estudios, las víctimas de abusos
experimentan a corto plazo.

47 63

Sentimientos generados por el abuso

Claves a: Satisfacción (mujeres) b: Satisfacción (hombres) c: Ansiedad (mujeres)


d: Ansiedad (hombres) e: Hostilidad hacia la familia (mujeres) f: Hostilidad
hacia la familia (hombres) g: Hostilidad hacia el agresor (mujeres) h:
Hostilidad hacia el agresor (hombres) i: Marginación (mujeres) j: Marginación
(hombres) k: Desconfianza (mujeres) l: Desconfianza (hombres) m: Asco (mujeres)
n: Asco (hombres) ñ: Miedo (mujeres) o: Miedo (hombres) p: Culpa (mujeres) q:
Culpa (hombres) r: Vergüenza (mujeres) s: Vergüenza (hombres)

Fuente: }Los abusos sexuales a menores: lo que recuerdan los adultos}, F.


López y otros, Ministerio de Asuntos Sociales, Madrid, 1994.
47 65 % 80 w % = %
é 70 w é % = é é é % é é é é 60 w
é é é é % é éé é é % é éé é= é = 50 w
é éé éé é é % é éé éé éé éé % é é= éé éé éé
éé 40 w é éé éé éé éé éé % é éé éé éé éé éé % é
éé éé éé éé éé 30 w é éé éé éé éé éé % éé éé éé éé
éé éé % é éé éé = éé éé éé éé 20 w é éé éé é éé éé éé éé % é
éé éé éé éé éé éé =é éé % =é éé é éé éé éé éé éé éé éé 10 w éé éé é éé éé
éé éé éé éé éé % éé éé éé éé éé éé éé éé éé éé % éé éé éé éé éé éé éé éé éé éé 0
w-éé-éé-éé-éé-éé-éé-éé-éé-éé-éé-ab cd ef gh ij kl mn ¤o pq rs

Veamos ahora con más detalle los síntomas que muestran los menores que han
padecido una de estas experiencias y cómo canalizan los sentimientos generados.

Los sentimientos hacia el agresor y los familiares

El síntoma más característico es el aumento de la desconfianza. Los menores


que sufren un abuso aprenden a no fiarse como antes de los demás. Tienen miedo a
que vuelva a ocurrirles algo malo, a estar a solas con el agresor e incluso a
desarrollar actividades que antes no les producían inquietud alguna: montar
solos en el ascensor, salir solos a la calle sin que nadie les acompañe, etc.
Manifiestan una gran hostilidad hacia el agresor e incluso hacia la familia
por no haber evitado el abuso.
Aparecen conductas agresivas y antisociales, confusión sentimental, y puede
producirse la huida de casa, especialmente, si el agresor es un fami48 67
liar y la víctima, un adolescente.
He aquí algunos testimonios: "sentí una rabia infinita. He odiado a mi padre
toda la vida" (Asunción, 34 años); "no podía entender que mi madre no hiciera
nada. Odiaba a mi padre y a mi madre también, aunque a la vez los quisiera por
otras cosas" (María, 23 años); "me daba miedo que pudiera volver a encontrarme.
Le veía por todas partes y en cuanto escuchaba algún ruido creía que era él"
(Alejandro, 28 años).

Los sentimientos hacia sí mismos


Quienes han padecido abusos sexuales siendo menores a menudo experimentan asco
y vergüenza: se sienten sucios, manchados, marcados para siempre ante los demás,
distintos a quienes les rodean, como personas sin valor alguno.
Veamos diversos testimonios: "me daba mucho asco, y aún hoy, cuando lo
recuerdo. Me lavaba continuamente
vergüenza que los demás pudieran llegar a
saberlo" (María, 23 años); "me sentía distinta, como marcada. Notaba que había
perdido algo importante, y para siempre" (Sara, 27 años).

El malestar afectivo

Estos menores están llenos de sentimientos de ansiedad, angustia e incluso


depresión. Padecen una gran irritabilidad y una marcada intranquilidad
emocional.
Comprobémoslo en las palabras de algunas víctimas: "tenía siempre miedo, me
sentía intranquilo y nervioso.
Incluso a veces me dolía el pecho de la angustia que tenía" (Manuel, 17 años);
"me encontraba siempre mal y estaba como sobresaltada" (Mercedes, 20 años).

49 69

Los sentimientos hacia la sexualidad

A menudo, los menores que han sufrido abusos se interesan por la sexualidad
hasta el punto de obsesionarse. Ponen de manifiesto conductas sexuales precoces,
impropias de su edad.
He aquí dos testimonios bien elocuentes: "empecé a interesarme por lo que
hacían los adultos Miraba a los hombres de forma maliciosa y sospechaba siempre
de sus intenciones" (Sara, 27 años); "comencé a hacer cosas con otros chicos:
les tocaba el pene y les pedía que me lo tocaran" (Víctor, 21 años).

Los comportamientos extraños

El trauma vivido desencadena numerosos cambios en la vida cotidiana de los


menores: tienen problemas para dormirse y experimentan terrores nocturnos,
cambian sus hábitos en la ali mentación, rechazan salir de casa e ir al colegio,
son incapaces de concentrarse en las clases, tienden a aislarse socialmente,
etc.
Veamos algunos nuevos testimonios sobre este particular: "no podía dormir
tranquilo, me despertaba continuamente" (Mario, 30 años); "el colegio dejó de
interesarme. Estaba todo el día pensando en lo que me había ocurrido y no
conseguía concentrarme" (Gabriela, 23 años).
Los padres y los educadores deben saber que las agresiones, cuando se
producen, se dan casi siempre durante alguna actividad cotidiana de los niños,
como ocurre con otros muchos problemas de mayor o menor gravedad.
Por ello, si los padres y educadores están atentos a la aparición de los
comportamientos anómalos descritos, especialmente si surgen de forma brusca,
pueden detectar posibles abusos.
Por supuesto, no se trata de sospechar que cualquiera de tales cambios sea un
síntoma de que los hijos o los alumnos han sufrido abusos sexuales, sino de
observarlos más y de establecer con ellos un clima de comunicación 50 71 que
nos facilite averiguar qué les ocurre y si estamos ante un caso de agresión
sexual.

5.3. Los efectos a largo plazo

Las secuelas de los abusos a largo plazo -se cree que afectan al 30% de las
víctimas, aproximadamente- no son tan bien conocidas, porque entre la agresión
que ocurre en la infancia y la aparición de los supuestos efectos, que se
manifiestan años después o en la vida adulta, puede haber transcurrido mucho
tiempo y pueden haber tenido lugar vivencias muy distintas, capaces de causar
múltiples alteraciones personales. Así, por ejemplo, una persona puede haber
sufrido un abuso a los cinco años y otras muchas experiencias negativas después
(conflictos familiares, separación de los padres, fracaso escolar, etc.). ?Cómo
podemos saber, entonces, cuál es la causa de que ahora, cuando es adulto, se en
cuentre mal? Al referirnos a los efectos a largo plazo, no podemos, por tanto,
hablar de certezas sino de probabilidades.
En este sentido, por ejemplo, es más probable que las personas que sufren abusos
en la infancia fracasen en la escuela, aunque el fracaso escolar, en general,
tenga un origen de otra índole y, aunque, además, haya muchas personas que han
sufrido abusos y que luego han destacado por su brillantez como estudiantes.
Hechas las aclaraciones pertinentes, veamos con más detenimiento cuáles son
las secuelas que las víctimas de vejaciones sexuales en la infancia tienen más
probabilidades de padecer durante su vida adulta.

Trastornos psicológicos

En primer lugar, pueden detectarse trastornos psicológicos muy diversos,


especialmente depresión, que es la patología más claramente relacionada con los
abusos sexuales. De hecho, quienes sufrieron abusos en su infancia 51 73
tienen muchas más probabilidades de sufrir una depresión durante su vida adulta.
Muy a menudo, la depresión se presenta asociada a ideas de suicidio, que en
ocasiones pueden llegar a consumarse. La ansiedad, la tensión y las alteraciones
en los hábitos alimenticios se presentan también con bastante frecuencia en este
tipo de
traumas infantiles.
Todos estos transtornos psicológicos pueden ser más o menos graves o intensos
en función, lógicamente, de la duración y frecuencia de las agresiones, y de las
características del agresor.

Problemas de sociabilidad

En la víctima de un abuso pueden darse también sentimientos de estigmatización


-la persona se siente marcada para siempre-, aislamiento, marginalidad y
pérdida, factores que provocan con frecuencia una importante disminu ción de la
autoestima.
Igualmente, pueden evidenciarse dificultades para relacionarse con los demás.
Es frecuente, por ejemplo, que la víctima sienta hostilidad hacia todas las
personas del mismo sexo que el agresor, incluidos familiares, conocidos y
amigos.

Trastornos sexuales

Del mismo modo, la persona que ha sufrido abusos en su infancia o adolescencia


puede tener una clara predisposición a sufrir nuevos abusos sexuales durante su
vida adulta, ya sea por parte de su pareja o de otras personas. Es lo que los
expertos denominan }revictimación}.
Pueden detectarse, también con gran frecuencia, dificultades para mantener una
vida sexual plena y satisfactoria.
De hecho, se observan muy a menudo problemas para relajarse y disfrutar de la
actividad sexual, incapacidad para alcanzar el orgasmo -anorgasmia-, tendencia a
la promiscuidad y a la explotación sexual, entre otros.
52 75

}Pero no dramaticemos}

Después de hablar durante tantas páginas de las secuelas de los abusos a corto
y largo plazo, quiero recordar que tales efectos no se dan en todas las víctimas
(como se verá en el capítulo final), y que, cuando se manifiestan, pueden
afrontarse y superarse con la terapia adecuada.

Recuerde

En la edad adulta

-Pueden manifestarse problemas psicológicos, de sociabilidad o sexuales debido a


un abuso sexual sufrido en la infancia o en la adolescencia.
-Pueden manifestarse problemas diversos debidos a otras experiencias negativas
posteriores al abuso sufrido.

Por lo tanto:

-No se puede establecer una relación directa entre los abusos sufridos en la
infancia y los trastornos de la edad adulta. Sólo podemos hablar de un aumento
de probabilidad;
-y en cualquier caso siempre hay que pensar que, sea cual sea el origen del
trastorno, la mayoría de las veces es posible afrontarlo y superarlo con la
ayuda adecuada.

5.4. El abuso como un trauma

Los psiquiatras utilizan el término }estrés postraumático} para designar los


graves efectos que diversas experiencias pueden -y suelen- producir en quien las
vive. El estrés postraumático se caracteriza, principalmente, por la existencia
de un claro suceso estresante -en el caso que nos ocupa, la agresión sexual- y
la tendencia a recrear el trauma vivido mediante pensamientos, sueños y
sentimientos que 54 77 aparecen de forma súbita una y otra vez: el recuerdo
obsesivo y constante del abuso.
Igualmente, las personas que han vivido una experiencia traumática pierden
interés por el mundo externo, perciben a los demás como seres extraños y son
incapaces de expresar sus sentimientos; consideran que después de la agresión
nada vale la pena y todo carece de sentido.
El estrés postraumático implica también la presencia de, al menos, dos de los
siguientes síntomas: estado de hiperalerta -es decir, estar siempre en guardia
contra cualquier posible peligro, problemas de sueño, sentimiento de culpa,
dificultad de concentración y memoria, evitación de actividades (por ejemplo, no
subir solo en ascensor)- e intensificación de los síntomas en cuanto se expone a
estímulos relacionados con el trauma.
El concepto de }estrés postraumático} puede ayudarnos a entender las
consecuencias de los abusos, ya que sus síntomas suelen aparecer como con
secuencia de las agresiones sexuales, especialmente en el caso de las más
graves. De hecho, como señalan diversos autores, los abusos sexuales son capaces
de afectar gravemente a los menores a largo plazo porque suponen:

-}Una sexuación traumática}. La sexualidad del niño queda traumatizada por las
conductas, totalmente inapropiadas para su edad, que el agresor le ha impuesto.
En consecuencia, los menores experimentan un desarrollo sexual muy precoz, que
les puede llevar a cometer -en el caso de que sean varones- abusos sobre otros
menores o a reaccionar con repugnancia hacia todo lo que guarde relación con la
sexualidad.
-}Una pérdida de confianza en las relaciones humanas}. Los niños sienten un gran
rechazo, no sólo hacia sus agresores, sino en general hacia todos los adultos,
al menos hacia las personas del sexo del agresor.
La convivencia con los miembros de la familia también se deteriora y no
únicamente cuando existe un parentesco entre el agresor y la víctima, 55 79
que se siente manipulada, herida y amenazada precisamente por quien era objeto
de su confianza. El sentimiento de decepción y desprotección
se extiende a los familiares, acusados inconscientemente por el menor de no
haber logrado librarle del peligro, y los vínculos afectivos y educativos
pierden total o parcialmente su valor.
-}Una estigmatización}. Los sentimientos generados por las experiencias más
traumáticas -culpa, vergüenza, envilecimiento, pérdida de valor, desgracia,
marginación, etc.facilitan que la víctima se sienta marcada para el resto de la
vida.
-}Un sentimiento de impotencia}. Es posible que los menores lleguen a creer que
lo que les sucede está fuera de su control, que no saben reaccionar ante las
situaciones adversas y, en definitiva, que tienen poco poder sobre sí mismos y
sobre cuanto les ocurre. Se pueden volver temerosos ante los acontecimientos
futuros, adoptar actitudes pasivas y ser retraídos socialmente hablando.

6. Los agresores, ?otras víctimas?

Es lógico que nos resulte incomprensible e inaceptable que algunas personas no


respeten a los menores, y más aún, que no respeten su sexualidad. Después de
todo, se nos ha enseñado que la sexualidad infantil no existe. ?Cómo es posible,
entonces, que un adulto se interese por mantener relaciones sexuales con un
niño? Ante una pregunta así, lo primero que se nos ocurre decir es que "tienen
que estar locos" "deben de estar locos". Pero esto casi nunca es verdad. ?Cuál
es, pues, la razón que impulsa a alguien a agredir sexualmente a un menor? O
dicho de otro modo, ?qué sabemos, en realidad, de los agresores?

57 81

6.1. El sexo de los agresores

En todos los estudios se hace evidente que los agresores son casi siempre
varones. De hecho, ocurre así tanto en los abusos sexuales a menores como en las
violaciones y el acoso sexual a adultos. En el caso de los menores, según
nuestras propias investigaciones, ochenta y seis de cada cien agresores son de
sexo masculino.
Cuando una mujer aparece como agresora, es frecuente que se trate de un tipo de
abuso sexual de otra naturaleza, como veremos más adelante.
Dado que la mayor parte de la población es heterosexual, los agresores eligen,
en general, víctimas del sexo opuesto. Así, del total de agresores varones, el
68% abusaron de niñas y el 32%, de niños, en tanto que del total de mujeres
protagonistas de estas mismas conductas, aproximadamente el 91% agredieron a
niños y el 9% restante, a niñas.
En cuanto a los abusos cometidos
por homosexuales, también el porcentaje es mayor y más importante en el caso de
los hombres, por lo que podemos afirmar que tanto los hombres heterosexuales
como los homosexuales abusan con mucha mayor frecuencia que las mujeres, sean
heterosexuales o lesbianas.

58 83 Relación sexo agresor/Sexo víctima

+* l Abusos sexuales % l a menores % h:j l l +:* l


% +:* +* l agresor hombre: % l agresor mujer: % l 86% % l 14%
% h:j hj l l +:* +:* l % l %

víctima víctima víctima víctima niña: niño: niña: niño:


68% 32% 9% 91%

Fuente: }Los abusos sexuales a menores: lo que recuerdan los adultos}, F.


López y otros, Ministerio de Asuntos Sociales, Madrid, 1994.
Por otra parte, conviene recalcar que la mayoría
de los abusos cometidos por mujeres son relaciones con adolescentes varones que
estaban de acuerdo y que describen su relación sexual como satisfactoria,
mientras que casi todas las chicas afirman que la conducta sexual les es
impuesta por varones mayores que ellas y que no resulta grata en absoluto. En el
primer caso, los menores consideran la relación con mujeres adultas como una
forma más o menos aceptable de iniciación sexual.

6.2. La edad de los agresores

Aunque las edades de quienes someten a vejaciones sexuales a menores son lo


suficientemente variables como para que no podamos hablar de un determinado tipo
de agresor, lo cierto es que la mayor parte de ellos son adultos de mediana edad
(entre 25 y 50 años). Los ancianos, en contra de lo que se cree con frecuencia,
no suelen protagonizar este tipo de actos.
Es especialmente importante señalar 59 85 que un número nada despreciable
de agresores sexuales tiene menos de 18 o 20 años. Uno de los datos más
preocupantes de los últimos años es que, en numerosos países, cada vez hay más
menores que cometen agresiones sexuales. En efecto, diversos estudios realizados
durante la década de los ochenta y principios de los noventa revelan que los
adolescentes se convierten en agresores cada vez con más frecuencia. En Estados
Unidos, por ejemplo, el 21% de las violaciones las perpetran menores de 18 años,
y se ha demostrado que el 50% de los agresores sexuales reincidentes cometieron
su primer abuso antes de los 16 años. Además, el 50% de los adultos que se
sienten inclinados a tener relaciones con niños, aseguran haber sentido tal
deseo por primera vez antes de cumplir los 16 años.
Todas estas evidencias demuestran que los programas escolares de prevención
deben considerar a los adolescentes no sólo como posibles víctimas, sino también
como agresores en poten cia. En ese sentido, resulta prioritario educar en el
seno de la familia y en la escuela según patrones culturales de rechazo de todo
tipo de agresión. Los varones con tendencias latentes a la agresión deben
aprender desde la adolescencia a respetar a la mujer y a los niños, deben
acostumbrarse a controlar sus impulsos y a recibir una negativa sin sentir que
su autoestima está en juego; las niñas y los niños tienen que atreverse a
decir }no} y a no ser condescendientes. Pero de todo eso hablaremos más en
profundidad en la segunda parte del libro.

La edad de los agresores

Claves a: Menor de 20.


b: De 21 a 30.
c: De 31 a 50.
d: Mayor de 50

60 87

% 50 w % é 40 w é % = é 30 w é
é % é é é 20 w é é é % é é é = 10 w é
é é é % é é é é 0 w--é-----é-------é------é---a
b c d

Fuente: }Los abusos sexuales a menores: lo que recuerdan los adultos, F. López
y otros, Ministerio de Asuntos Sociales, Madrid, 1994.
6.3. La relación con la víctima

Los agresores pueden tener muy diversos grados de relación con las víctimas:
pueden ser extraños, pero también conocidos, e incluso familiares.
Según nuestras investigaciones, un 43% de los abusos son cometidos por agresores
desconocidos; un 33%, por personas conocidas por la familia pero sin relación
especial; un 8%, por amigos de la familia; un 11%, por familiares, y un 5%, por
educadores.
Las agresiones cometidas por familiares y por quienes tienen responsabilidades
educativas con los menores (en total, un 16% de los casos) son especialmente
graves, porque al perjuicio del propio abuso se añade el hecho de que se
destruyen otras funciones afectivas y educativas, que sólo pueden ser
desempeñadas por esas personas. Está claro que siempre que se produce un abuso,
las relaciones familiares se deterioran y el menor siente que se halla
desamparado ante 61 89 cualquier riesgo, incluido el de las agresiones
sexuales, pero si el agresor pertenece, además, a la propia familia, el daño es,
lógicamente, mucho mayor.
Por otra parte, parece evidente que los valores que fundamentan la entidad
familiar son imprescindibles para crear y fomentar en los padres la obligación
de proteger a sus hijos de toda agresión y darles su apoyo incondicional, si
tienen algún problema.
De ahí que cuando las condiciones familiares se deterioren y resulten
conflictivas, aumente la probabilidad de que el menor sea objeto de un abuso por
parte de un pariente, incluso cercano.

6.4. Las estrategias de los agresores

Para intentar evitar los abusos, es importante conocer cómo los agresores
consiguen los objetivos que persiguen.
Sus estrategias son muy diversas y, a veces,
demasiado sutiles. Normalmente se basan en la persuasión y el engaño, de modo
que los menores no se imaginan qué pretende el adulto hasta que el abuso está ya
consumado. El recurso a la violencia es poco frecuente.
Estas estrategias hacen particularmente difícil la prevención de los abusos,
porque los niños no pueden adivinar las intenciones del agresor y tampoco se
trata de colocar a todos los adultos bajo sospecha, lo que sería incluso más
grave que el resultado de los propios abusos.
Pero, al menos, es fundamental que los niños aprendan a reaccionar cuanto
antes y lo más eficazmente posible, en lugar de quedar paralizados por la
sorpresa cuando toman conciencia de que alguien intenta abusar de ellos.
A continuación se explican las
principales estrategias utilizadas por los agresores, a menudo de forma
combinada. Estos métodos cambian a lo largo del tiempo, especialmente si los
abusos se repiten.
En el caso de familiares, educadores, amigos y adultos conocidos es 62 91
frecuente el recurso a abusar de la confianza previa que tienen con el menor. He
aquí algunos testimonios:
"?cómo iba a negarme a ir al despacho de mi profesor?" (Alberto, 14 años); "?por
qué no iba a aceptar ir a casa de mi tío?" (Luisa, 22 años).
Los agresores pueden igualmente aprovecharse de una situación confusa o
ambigua, o usar conductas de doble significado (las caricias, por ejemplo): "me
dijo que me iba a enseñar cómo es y cómo funciona el cuerpo humano" (Andrés, 11
años); "empezó a darme besos y yo pensé que lo hacía porque me quería. Pero
luego empezó a acariciarme los pechos" (Margarita, 15 años).
La sorpresa suele utilizarse también como estrategia. El hecho de que el menor
no se espere la conducta del agresor y no entienda muy bien lo que está
ocurriendo, le impide reaccionar, ofrecer resistencia ni protestar de forma
rápida: "cuando subí a su casa me pidió que me sentara en sus rodillas y sin
darme cuenta puso su pene entre mis piernas" (Marta, 9 años).
A veces, el agresor oculta el verdadero significado de su acción mediante el
engaño: "me dijo que era mejor que nos bañáramos desnudos y luego me preguntó si
sabía lo que era un masaje" (Victoria, 12 años).
El uso de premios y castigos es también frecuente: "me hacía regalos y me
trataba mejor que a mis hermanas" (Marta, 35 años, hablando de cuando era niña).
El recurso a las amenazas verbales y al miedo es más propio de agresores
desconocidos: "me decía que si se lo contaba a alguien tendría muchos problemas
y nadie me querría" (Berta, 12 años); "me dijo: si lo cuentas, vuelvo y te mato"
(Marcos, 11 años).
La violencia física es una estrategia que se utiliza en muy pocas ocasiones,
aunque cuando aparece aumenta notablemente la gravedad del abuso y el menor se
siente todavía más indefenso: "me tiró al suelo y me pegó un puñetazo; tenía
tanto miedo" (Marcos, 11 años).

63 93

Numerosos programas de intervención parten del supuesto de que los niños


pueden evitar los abusos, pero dada la habilidad que emplean muchos de los
agresores, a menudo no es cierto. No puede responsabilizarse sólo -ni
principalmente- a los menores de la difícil tarea de evitar el abuso, porque con
ello se corre el riesgo de aumentar su sentimiento de culpa, fracaso o
indefensión, si no lo logran. Es adecuado y conveniente inculcarles que deben
intentar defenderse, así como enseñarles a reconocer las situaciones
potencialmente peligrosas, pero, sobre todo, es fundamental convencerles de que
nunca deben guardar silencio si
han sufrido un abuso. Contarlo es la mejor manera de combatirlo.
Por otra parte, para un niño es muy difícil prever quién y con qué conducta se
convertirá en agresor. El insistir en ello puede llevarles a poner bajo sospecha
a todos los mayores, lo que provocaría problemas graves, como la desconfianza
social, la falta de contacto con los padres, etc. Siempre recalcamos una
evidencia: la persona que más toca a los niños sin miedo alguno, la madre,
prácticamente nunca comete abusos sexuales con ellos.

Recuerde

Las estrategias de los agresores se basan en

-La confianza previa.


-La ambigüedad de la situación.
-El factor sorpresa.
-El engaño.
-El uso de premios y castigos.
-Las amenazas verbales y el miedo.
-La violencia física, muy pocas veces.

6.5. ?Por qué abusan los agresores?

Los medios de comunicación suelen llamar a todos los agresores }pederastas}


o }pedófilos}, cuando, en reali65 95 dad, sólo una minoría de ellos padece
esta parafilia o desviación que llamamos }pederastia}, y, además, no todos los
pederastas son agresores sexuales.
De hecho, la pederastia se da cuando una persona tiene como única o principal
forma de excitación sexual a los niños, de modo que los adultos nunca son el
objeto de su deseo.
Dejando ahora aparte el problema concreto de la pederastia (está claro que un
pederasta debe aprender a respetar a los niños y tomar conciencia de que le
conviene buscar ayuda para superar su problema), el hecho es que la mayoría de
los agresores (heterosexuales u homosexuales) que abusan de un menor son
personas supuestamente normales, sin ninguna parafilia o desviación, que se
sienten atraídas sexualmente por los adultos, pero que, sin embargo, recurren a
los niños para satisfacer su sexualidad. Pero, ?qué les empuja a hacerlo? Aunque
seguramente nunca acabaremos de entender cómo es posible que un adulto abuse de
un menor, tal vez los siguientes apartados puedan ayudarnos a comprenderlo un
poco mejor.

El mito de la masculinidad

Si la mayor parte de los agresores de todas las sociedades estudiadas son


varones, habrá que pensar que hasta cierto punto las causas de los abusos
sexuales tendrán mucho que ver con el hecho de ser varón, o mejor dicho, con el
concepto de masculinidad que nuestra cultura transmite a hombres y mujeres -y
que de una u otra forma ambos interiorizan-, un concepto que va de
la mano, como veremos, de una serie de ideas erróneas. Tal vez analizando ese
concepto y esas ideas erróneas nos acerquemos algo más al centro del problema.
La primera de estas falsedades consiste en creer que los varones tienen un
instinto sexual muy fuerte y que necesitan desarrollar una gran actividad
amatoria para satisfacerlo. Por contra, se tiende a pensar que las mujeres
carecen de necesidades sexuales y que se deben únicamente a la satis66 97
facción del varón. O, dicho de otro modo, mientras a los hombres se les supone
una elevada necesidad de actividad sexual, a las mujeres se les atribuye, más
bien, una elevada necesidad afectiva.
Igualmente, se piensa que a los hombres les es difícil controlar sus impulsos
sexuales, especialmente si han alcanzado un cierto grado de excitación. Por eso,
la opinión común establece que si una mujer ha aceptado acompañar a un varón en
la intimidad, no debería finalmente echarse atrás y decir }no} a su compañero.
Paralelamente, se atribuye a las mujeres la capacidad de no perder el control
sobre sí mismas, de no dejarse arrastrar tan fácilmente por la excitación
sexual.
También está bastante extendida la idea de que los varones que consuman muchas
conquistas merecen más consideración social que aquellos que no consiguen
doblegar la voluntad femenina con tanta facilidad. Por eso, muchos varones
sienten que se juegan lo que valen, su autoestima, en cada uno de sus cortejos
y, una vez alcanzado lo que buscan, pierden el interés por sus parejas. Por el
contrario, las mujeres que entablan relaciones con varios hombres tienen peor
consideración. De hecho hay mucha gente que sigue pensando que las mujeres deben
decir }no} incluso cuando desearían decir }sí}.
Finalmente, se supone que el hombre debe adoptar un papel activo en las
relaciones, intentar superar todas las dificultades para obtener a la mujer,
insistir, presionar, etc. De las mujeres se espera que se resistan, pero también
que sean condescendientes y que comprendan las necesidades del varón, para
satisfacerle en todos los sentidos.
Estas y otras razones pueden empujar a determinados varones, vulnerables a
otros factores personales que veremos a continuación, a cometer agresiones
sexuales con las mujeres.
También pueden influir en el hecho de que muchas mujeres, educadas en la
pasividad y la condescendencia, acaben teniendo relaciones que no desean,
aceptando conductas impuestas y perdo67 99 nando determinados abusos.

Las circunstancias personales

Pero más allá de ese concepto de la masculinidad que todos tenemos en mayor o
menor medida interiorizado y que en un momento dado puede influirnos, las causas
específicas que verdaderamente acaban empujando a ciertos adultos a abusar de un
menor son de natu-
raleza seguramente más irracional.
Entre ellas, numerosos investigadores señalan las siguientes:

-}El abuso del alcohol u otras drogas}. Es sabido que estos productos disminuyen
la lucidez y la capacidad de control sobre las consecuencias de lo que se hace.
De hecho, hay personas que sólo cometen este tipo de actos cuando están bajo los
efectos de tales sustancias. Son personas que se desinhiben cuando beben o
consumen otras drogas, y llegan a desarrollar conductas que ellos mis mos saben
que son inadecuadas.
-}La falta de valores sociales}. En algunos casos, las personas que cometen las
agresiones no consideran que estén haciendo algo inadecuado puesto que se creen
con el derecho a acceder sexualmente a los menores e incluso, a veces, a sus
propios hijos. De hecho, existen ligas de pedófilos que consideran positiva esta
conducta. En otros casos, puede tratarse de marginados extremos que carecen de
ética o valores, como el respeto por la infancia, y que aunque se sientan
confusos y lleguen a pensar que sus actos son inadecuados, finalmente no les dan
importancia.
-}La insensibilidad ante el sufrimiento de las víctimas}. Algunas personas
carecen de empatía, de capacidad suficiente para adoptar el punto de vista de
las víctimas y darse cuenta de su dolor. Se trata de agresores especialmente
peligrosos, que desconocen o niegan el sufrimiento de las víctimas.
-}La carencia de habilidades sociales}. Efectivamente, la dificultad 68 101
para entenderse con gente de su edad, también puede conducir a algunos adultos a
la comisión de abusos.
En este caso, hablamos de personas que no se consideran capaces de seducir o
atraer sexualmente a un adulto, que tienen miedo a fracasar y que buscan en los
menores la seguridad de la que carecen.
-}La inmadurez emocional}. Hay personas que parecen tener especial inclinación a
estar con niños porque son emocionalmente inmaduras y se sienten más cómodas en
su compañía.
En este caso la preferencia por los niños no es sólo sexual, sino general. Son
personas que se sienten atraídas por compartir el mundo emocional de los
menores, adultos que sólo consiguen sentirse integrados con los niños.
-}La pederastia}. Se trata de personas, como ya hemos comentado más arriba, que
sólo se sienten atraídas sexualmente por menores y que no pueden, ni desean,
tener relaciones sexuales con adultos.
-}La incapacidad de autocontrol}.
Nos referimos a personas que no pueden controlar sus impulsos, incluso aunque
no consuman alcohol y sepan que lo que están haciendo es inadecuado.
-}La hostilidad hacia los demás}.
Algunos hombres sienten una gran hostilidad hacia otras personas, generalmente
porque han tenido una in-
fancia muy dolorosa. Se trata de hombres agresivos que parecen disfrutar más
en las situaciones en que imponen su voluntad. Pueden gozar intimidando a los
menores, manteniendo el control sobre ellos e incluso haciéndoles sufrir.
-}La motivación económica}. Es la principal causa de muchos casos de explotación
sexual. Se trata de personas sin escrúpulos que explotan a los menores
sexualmente, gentes que viven de la pornografía infantil y la prostitución de
niños.

69 103

En definitiva, es importante saber que, aunque los agresores pueden pasar por
personas normales (y, de hecho, se comportan con normalidad en otras facetas de
sus vidas), en realidad acusan deficiencias importantes de socialización y, a
menudo, padecen alguna psicopatología.

105
Segunda Parte Lo que hay que hacer

1. Para que no haya más víctimas

Como hemos visto, desde que en la década de los setenta se rompiera


definitivamente el silencio sobre los abusos sexuales, sabemos con seguridad que
entre un 10 y un 15% de los niños, y entre un 20 y un 25% de las niñas, los
sufren antes de alcanzar la mayoría de edad. Y, lo que es más grave, en casi la
mitad de los casos las agresiones se repiten.
Sabemos también que la experiencia de abusos conlleva diversos efectos
negativos a corto plazo -sentimiento de culpabilidad, miedo, desconfianza,
hostilidad hacia el entorno, dificultades para dormir y concentrarse- en, i
aproximadamente, el 70% de las víctimas, y que los efectos a largo plazo -como
la depresión, la ansiedad, la promiscuidad y la prostitución, por ejemplo-
alcanzan a más de un 20% de los afectados.
Todos los datos y aclaraciones conceptuales desarrollados en la primera parte
del libro nos han permitido, en definitiva, saber }lo que hay que saber}, tener
una visión amplia del problema y una conciencia clara de la necesidad de
articular diversas herramientas para afrontarlo.
En esta segunda parte, titulada }Lo que hay que hacer}, nuestro objetivo será
analizar pormenorizadamente en qué frentes y con qué instrumentos debe
intervenirse para combatir los abusos.
Veremos, por ejemplo, que para conseguir que no se produzcan más abusos
sexuales a menores se hace indispensable crear sistemas y programas de }
prevención}, programas educativos en los que deberán participar tanto los niños,
como sus profesores y sus padres.
74 7 Descubriremos, también, que para que sean
identificados los casos que no puedan evitarse, será preciso mejorar al máximo
las herramientas de }detección}, es decir, optimizar la comunicación y facilitar
el diálogo entre los menores y las personas responsables de su educación, padres
y profesores.
Llegaremos a la conclusión de que para que las familias, los profesionales y
la población en general no permanezcan pasivos ante cada nuevo abuso, habrá que
impulsar decididamente la }reacción social} y conseguir que la concienciación
sea absoluta, y que ningún ciudadano que tenga noticia de la comisión de un
abuso pueda dudar ni un instante de que su obligación es denunciarlo.
Aprenderemos, además, que una vez desvelado el abuso, se hace indispensable
cursar una }denuncia} ante las instancias oportunas (policía, protección de
menores, etc.). Y que tras la denuncia, se pondrá en marcha la necesaria }
investigación policial} y el i }proceso judicial}, dos etapas durante las que el
menor necesitará seguir contando con el apoyo de su familia y de los
especialistas, pues estará expuesto a una serie de situaciones incomprensibles
para él ante las que resultará muy vulnerable.
Y, por último, analizaremos cómo y cuándo es necesario buscar }apoyo
terapéutico} (para la víctima o para la familia), y hasta qué punto puede ser
útil y eficaz que también }los agresores reciban ayuda}.
Todo ello lo abordaremos con detalle en los próximos capítulos.

Recuerde

Para combatir los abusos, es necesario

-Mejorar la prevención.
-Optimizar las medidas de detección.
-Potenciar la reacción social.
-Cursar la denuncia oportuna.
-Facilitar la investigación con testimonios y pruebas.
-Aceptar, sin temor, la necesidad del 75 9 juicio.
-Buscar y aplicar, cuando haga falta, medidas terapéuticas.

2. La prevención

2.1. Características de la prevención

Los programas que profesores y especialistas en la materia aplican en las


escuelas para prevenir abusos son, como ya hemos señalado, de importancia
capital en la lucha contra las agresiones sexuales a menores. El objeti-
vo de estos programas, que empezaron a ponerse en práctica en Estados Unidos y
Canadá hacia 1970, y que hoy se han extendido a numerosos países, es disminuir
la vulnerabilidad de los niños ante las agresiones sexuales y, cuando no las
hayan podido evitar, conseguir que comuniquen los abusos y reciban ayuda para
superar las secuei las.
Los programas de prevención ofrecen una serie de conocimientos sobre el abuso
sexual, su incidencia, las características de los agresores y sus estrategias, y
a través de múltiples recursos -actividades didácticas, ilustraciones, lecturas,
programas de televisión, películas, ensayos de conductas determinadas-, enseñan
a los niños a percibir situaciones amenazantes, a distinguir las caricias
adecuadas de las inadecuadas, a pedir ayuda, etc.
Para conseguir que los niños y las niñas no mantengan en secreto los abusos,
los programas de prevención hacen hincapié en la necesidad de que las víctimas
cuenten lo que les ha pasado, si es preciso a varias personas, hasta que alguien
les crea; insisten en que los niños deben ponerse en contacto con determinados
teléfonos de auxilio, con profesionales o con la policía.
La valoración que los especialistas y los padres hacen de los programas de
prevención es muy positiva, e incluso los propios menores reconocen estar
satisfechos de haber participado en 78 11 ellos. En ese aspecto, diversos
estudios sobre la aplicación de programas en Estados Unidos arrojan resultados
muy elocuentes: el 95% de los niños los consideran recomendables para los demás
niños; el 40% afirman que les han supuesto una ayuda en la vida real, y el 25%
aseguran que les han servido para ayudar a amigos con problemas. Además, muchos
niños, especialmente los más mayores, se han atrevido a denunciar abusos pasados
después de tomar parte en uno de estos programas.

2.2. Prevención con precaución

Hay que señalar que la puesta en práctica de los programas de prevención tiene
que ser muy cuidadosa, para impedir que los niños lleguen a la conclusión de que
la sexualidad es siempre negativa o peligrosa y para evitar que las relaciones
entre adultos y niños queden sistemáticamente i bajo sospecha. Es necesario
impedir a toda costa que los niños desarrollen una susceptibilidad extrema que
les lleve, por ejemplo, a rechazar las caricias del padre o a no querer ser
bañados por los padres.
Para entender mejor estos peligros, en la siguiente relación podemos ver
algunos de los conceptos o las ideas que aparecen con frecuencia en los
programas de prevención que se aplican en Estados Unidos y que pueden
condicionar negativamente la sexualidad de los niños:

-Las partes íntimas del cuerpo son


las cubiertas por el bañador.
-Si no es por razones de higiene o causa médica, nadie debe tocarlas ni mirarlas
o fotografiarlas; ni tú tampoco debes mirar las partes íntimas de los demás.
-Tú no eres culpable, si alguien toca las partes íntimas de tu cuerpo; el
culpable es quien lo hace y se le debe parar antes de que haga daño a otros
niños.
-Debes impedir que te toquen las partes íntimas diciendo }no}, huyendo, 79 13
chillando, dando una patada o empujando a quien lo hace.
-Si has sufrido un abuso, díselo a alguien; y si no te cree, cuéntalo a otras
personas, hasta que te crean.
-El abuso sexual puede comenzar con abrazos y caricias que te hacen sentir raro
o que tú no deseas. Tienes el derecho a decir }no} a esas caricias.

Obviamente, estas reflexiones son capaces de provocar que los pequeños se


creen una imagen negativa de la sexualidad, lo cual es muy preocupante, ya que
con frecuencia los niños se involucran con sus compañeros en juegos sexuales que
tienen una función positiva en el desarrollo de su sexualidad. En efecto, no hay
nada reprobable en que conozcan las diferentes partes de su cuerpo, las exploren
y las acaricien, incluidas las de otros niños, si éstos lo aceptan, por lo que
todas estas reflexiones pueden hacerles sentir culpables o llevarles a reprimir
estos juegos.
i La mejor solución para evitar estos
inconvenientes es que el programa de prevención forme parte de un proyecto
general de desarrollo personal y social de educación para la salud.
Concretando aún más, lo ideal sería que el programa de prevención fuera de la
mano de una educación sexual adecuada, capaz de promover el desarrollo personal
integral de los niños. Si los menores llegan a elaborar una visión positiva de
la sexualidad en particular y de las relaciones humanas en general, y si
entienden que todas las manifestaciones de la sexualidad han de basarse en los
principios de la libertad y del respeto, aprenderán a distinguir las conductas
sexuales normales de las negativas y, por tanto, a rechazar estas últimas y a
pedir ayuda en caso de que se produzcan.

2.3. Cuidar de nuestros hijos

Pese a la utilidad de los programas de prevención, hay que dejar bien sentado
que para que el número de abusos 80 15 descienda y aumenten las denuncias, no
basta con intervenir sólo o prioritariamente sobre los niños: también es
necesario promover una conciencia social sobre este tema. Pensemos que si
partimos de que los niños no son responsables de los abusos, pero sólo
intervenimos con programas de prevención que les afecten a ellos, estamos
desplazando sobre los niños la responsabilidad de evitar los abusos. Si en esa
situación se produce un abuso, el
niño se sentirá ineficaz, descenderá su autoestima y crecerá en él la idea de
que no puede controlar lo que le pasa.

Recuerde

Los padres podemos y debemos

-Estar informados acerca de los abusos a menores.


-Aprender a reconocer las situaciones de riesgo.
-Aprender a reaccionar con eficacia y i saber dónde acudir en caso de necesidad.
-Ser capaces de crear un clima de confianza y comunicación que facilite la
detección de un abuso.
-Colaborar al máximo con la escuela en el desarrollo de los programas de
prevención de abusos.

No debemos olvidar que no está claro que los menores puedan ofrecer
resistencia suficiente a muchas de las agresiones, ni que la denuncia dependa
más de ellos mismos que del contexto familiar y social. De hecho, cuando se
pregunta a los propios agresores cómo creen que se les podría haber parado, casi
nunca dicen que a través de la oposición de las víctimas.
Cabe sospechar, en consecuencia, que la intervención sobre las familias y la
sociedad en general -es decir, la intervención sobre los posibles agresores y
sobre los adultos que deben proteger a los menores- puede ser, como mínimo, tan
eficaz como los programas orientados exclusivamente a las víctimas.
82 17

Los padres son imprescindibles

A menudo, los programas de prevención con menores se complementan con charlas


en las que participan los padres. Según nuestro criterio, conviene que los
padres alcancen determinados objetivos en estas reuniones. Interesa que aumenten
sus conocimientos acerca de los abusos sexuales, que adquieran algunos criterios
básicos que les faciliten la identificación de estas situaciones, que aprendan a
reaccionar con eficacia y sepan dónde acudir en caso de necesidad. Es
indispensable, asimismo, que tomen conciencia de que su papel protector se
extiende también a la prevención de estos riesgos y sepan crear un ambiente de
comunicación y confianza en la familia que facilite, cuando sea necesario, el
diálogo y la detección de los problemas. A la hora de llevar a cabo un programa
de prevención es muy importante, en definitiva, conseguir la i máxima
implicación de los padres, puesto que a ellos les corresponde instruir a sus
hijos, protegerles y ayudarles con su experiencia a superar cualquier problema.
Hay que tener en cuenta, también, que los programas de prevención resultan más
eficaces si existe una colaboración entre los padres y los centros escolares. Es
importante que los ni-
ños sepan que sus padres apoyan abiertamente este programa y que participan en
él a través de tareas pensadas para realizarlas en casa, como lecturas,
comentarios, visión de vídeos, etc.
De poco sirve un programa de prevención en la escuela, si luego el niño no puede
hablar del tema en su propia casa, porque sus padres prefieren no comentarlo o
no saben qué decir por carecer de información.
En ocasiones, aunque los padres no rehúsen hablar del tema, mantienen
creencias erróneas en torno a los abusos sexuales, lo cual, lejos de ayudar al
niño, puede inducirle al error.
Para evitar estas situaciones, es fundamental que los padres conozcan la
naturaleza del abuso sexual, las fal83 19 sas creencias que existen, lo que
pueden hacer para proteger a sus hijos, cómo cooperar con la escuela en la
instrucción de este tema, cómo favorecer la comunicación, cómo reaccionar ante
un posible caso de abuso y con qué recursos sociales pueden contar para ayudar a
sus hijos o recibir ayuda ellos mismos. Dicho de otro modo, los padres deben
saber que ellos tienen la principal responsabilidad en la protección de los
hijos, no sólo porque tienen la tutela legal, sino porque son el principal
agente educativo.
Por ello deben hablar de este tema con los hijos, después de haberlo hecho sobre
los aspectos positivos de la sexualidad. El mensaje es bien claro:
la sexualidad es una realidad positiva, pero hemos de evitar que sea
intrumentalizada, mal usada, explotada.

°c Cualquier momento es bueno

Para hablar de este tema, los padres pueden aprovechar las preguntas de sus
hijos, las noticias o cualquier circunstancia oportuna. Imaginemos esta
situación: los padres están con sus hijos viendo la televisión y dan la noticia
de que ha sido detenido un hombre que había abusado de varias niñas en un parque
de la ciudad. Incluso en el caso de que los hijos no hagan preguntas, los padres
pueden iniciar una conversación sobre el tema con comentarios diversos. He aquí
algunos ejemplos:

-"!Qué pena! Esas niñas lo habrán pasado muy mal. Me alegro de que hayan
detenido a ese hombre." -"Si alguien os pide cosas que os parezcan raras, debéis
decir que }no}, salir corriendo, si es posible, y pedir ayuda al adulto o a los
amigos más próximos. Y si no podéis evitarlo, contárnoslo enseguida y sin miedo,
porque así os podremos ayu84 21 dar." -"Si sabéis de alguien a quien le haya
pasado, debéis contárnoslo, aunque os pidan que no lo hagáis." -"Este hombre
está enfermo; hay que impedir que vuelva a abusar de na-
die."

A la hora de trasladar a la vida cotidiana las enseñanzas de los programas de


prevención de abusos, es evidente que el mejor consejo para los padres es que se
aseguren de que sus hijos estén siempre bien protegidos.
De nada sirve prohibirles que vayan a un sitio u otro, dado que cualquier lugar
puede ser escenario de un abuso.
Lo importante es saber con quién están los niños, pues son las personas que les
acompañan las que pueden ser tanto un factor de riesgo como una garantía de
protección.
Los padres, en definitiva, por lo que hace a la prevención de los abusos a sus
hijos, deben hacerse las siguientes preguntas:
i

-?Están nuestros hijos en lugares y con personas que nos merecen confianza? ?O a
veces están en sitios y con personas desconocidas, sin que nosotros lo sepamos?
-?Hemos hablado abiertamente de este tema con nuestros hijos? ?Les hemos dicho
alguna vez lo que es un abuso, cómo deben intentar decir }no}? -?Hemos pedido en
el colegio que les hablen de educación sexual y prevención de abusos? ?Hemos
colaborado con el colegio en este tema? -?Saben nuestros hijos que les creeremos
y que recibirán nuestra ayuda incondicional? ?Saben que, si les pasa algo, deben
decírnoslo?

2.4. ?Agresores en potencia?

Una cuestión a tener muy en cuenta a la hora de elaborar o poner en práctica


un programa de prevención es el hecho de que los "clientes" de los programas,
especialmente cuando se trata de programas orientados a ado85 23 lescentes,
padres o profesionales, pueden haber sido, ser en la actualidad o acabar siendo
en el futuro, agresores. ?Qué queremos decir con ello? Que tales programas deben
prever la forma de impedir que estas personas se conviertan en agresores o, si
ya lo son, deben favorecer el que soliciten ayudas para superar sus tendencias.
Dicho de otro modo, los programas deben incluir información, razonamientos y
prácticas de habilidades que faciliten la toma de conciencia del posible
agresor.
En este sentido, la intervención preventiva con los adolescentes varones es
especialmente necesaria. Como ya hemos comentado, está demostrado que casi el
50% de los agresores cometen su primer abuso antes de cumplir los 16 años. Como
los propios protagonistas reconocen, parece fundamental que se les ayude lo
antes posible, a poder ser, cuando todavía no hayan cometido su primera
agresión.

3. Cuando se rompe el secreto:


la detección
Aunque los abusos son muy frecuentes y a menudo se repiten, ya hemos visto que
muchos de ellos nunca son denunciados por sus víctimas, lo cual contribuye a
agravar sus posibles efectos negativos. De ese silencio de las víctimas surge la
necesidad de detectar, es decir, de descubrir gracias a determinados indicios,
que un menor ha sufrido abusos. Y sobre eso vamos a hablar a lo largo del
presente capítulo.
Es evidente que todas las personas tienen el deber de proteger a los niños,
pero también lo es que la mayor responsabilidad a la hora de detectar los abusos
debe recaer, lógicamente, tanto en quienes pasan más tiempo con ellos (los
educadores y, especialmente, los padres y la familia) como en quienes los
reciben en las consultas (los profesionales que trabajan con la infancia:
pediatras, psiquiatras y 87 25 psicólogos infantiles). En este contexto, la
pregunta que unos y otros debemos plantearnos ahora es bien sencilla: ?cómo
pueden detectarse los abusos cuando las víctimas guardan silencio?, ?en qué
debemos fijarnos cuando sospechamos que se ha producido un abuso?

3.1. En casa y en la escuela

La observación

El mejor consejo para quienes pasan más horas al cabo del día con los niños y
mejor los conocen -familiares y educadores- es que los observen, que estén
atentos a cualquier cambio brusco y aparentemente inexplicable de su conducta.
En ese aspecto, recomendamos que tengan especialmente en cuenta los efectos a
corto plazo descritos más arriba. Los abusos sexuales suelen manifestarse en la
vida cotidiana de mil formas diferentes.
i

La comunicación

Cuando los familiares o los educadores perciben alguna anomalía, no deben dar
por supuesto que su hijo o su alumno ha sufrido un abuso, porque las causas de
estos cambios repentinos pueden ser muy diversas, pero sí deben procurar crear
las mejores condiciones para que el menor les explique qué ha ocurrido.
Para lograrlo, conviene buscar los instantes más apropiados, sin presencia de
otras personas, en lugares y momentos de tranquilidad, y aprovechar la confianza
mutua para comentar el problema. Es importante asegurar a los menores que se les
comprenderá, que se les creerá y, sobre todo, que se les ofrecerá ayuda
incondicional.
Si el menor se muestra poco comunicativo, pueden hacérsele preguntas concretas
referidas a cosas distintas, sin olvidar incluir, al final, algún comentario
sobre los abusos: "hijo mío, ?algún compañero te ha obligado a hacer algo?, ?
algún adulto te ha mo88 27
lestado o te ha hecho pasar un mal rato?".
Si ni siquiera de esta manera se encuentra una explicación razonable a los
síntomas, conviene aumentar la observación al máximo y asegurarse de que el
menor esté todas las horas del día en ambientes adecuados y en compañía de
personas de nuestra confianza, con las que sabemos que no corre riesgo.

Recuerde

Ante una conducta extraña del niño

-Es conveniente observarle atentamente para detectar algún síntoma que nos
permita identificar la causa del cambio.
-Hay que intentar hablar con él a solas y de forma distendida, dándole al niño
sensación de seguridad y protección.
-Si se muestra reacio a hablar, hay i que aludir al tema de si alguien le ha
obligado a hacer algo que no quería hacer.
-Es aconsejable buscar la ayuda de un profesional, si no se encuentra una causa
que justifique el cambio brusco de conducta.

La solicitud de ayuda

Por último, si persisten los cambios de actitud referidos sin una causa
razonable, los padres deben pedir ayuda a un profesional. En el caso de los
educadores, deben aconsejar a la familia que solicite este apoyo o recurrir por
sí mismos a los servicios psicopedagógicos del centro educativo, pero en ningún
caso guardar silencio.
Un abuso detectado jamás debe silenciarse.
Lo importante es que los padres y los educadores comprendan que tienen la
obligación tanto de proteger a los menores como de detectar los problemas que
puedan sufrir. Cualquier tipo de problemas. No se trata de sospechar que toda
anomalía responde a un abuso, 90 29 sino de considerar que, entre las mil
causas posibles, si no hay otras más comunes, esta también debe tenerse en
cuenta.
No somos partidarios de dar largas relaciones de síntomas para que los padres
y educadores puedan detectar los abusos, porque son difíciles de manejar, salvo
para los profesionales.
A menudo sólo sirven para que los padres se alarmen y se obsesionen con la
posibilidad de que su niño o niña haya sufrido una agresión.

3.2. En la consulta

Por lo que se refiere al tema que nos ocupa, los profesionales de la infancia
deben tener en cuenta al menos dos cuestiones importantes para el ejercicio de
su labor.
En primer lugar, y dada la elevada frecuencia de los abusos sexuales a menores
-casi el 50% de quienes pi-
den ayuda psicológica han sido objeto i de una agresión de este tipo-, conviene
que al interrogar a sus pacientes sobre las causas presumibles de su dolencia,
incluyan siempre alguna pregunta acerca de la posibilidad de que hayan sufrido
en el pasado, o estén padeciendo en la actualidad, algún tipo de abuso sexual.
En segundo lugar, estos profesionales no deben olvidar que resulta muy
arriesgado establecer una relación sistemática entre las agresiones sexuales y
la manifestación de determinados síntomas, ya que estos últimos pueden tener, y
de hecho tienen muy a menudo, otro origen muy diferente.
Dicho de otro modo, tampoco hay que obsesionarse buscando siempre en los abusos
la causa de cualquier trastorno o desequilibrio psicológico.

Algunos indicadores para detectar un abuso

En este apartado vamos a resumir en tres listas los principales indicadores de


que un niño puede haber sufrido un abuso sexual. Lógicamente, según 91 31 la
gravedad de cada caso, pueden darse otros indicadores, además, de los aquí
señalados. Aquí recogemos los más habituales.
Los indicadores que permiten diagnosticar un abuso sexual en el caso de niños
menores de 6 años son los siguientes:

-Síntomas físicos: sangrados en genitales o ano, fisuras, laceraciones


vaginales, infección urinaria, dolor al sentarse o al andar, etc.
-Síntomas sexuales: comportamientos sexuales impropios de la edad, conocimiento
de conductas sexuales de los adultos, conciencia aguda de los propios órganos
genitales, masturbación excesiva, juegos sexuales muy persistentes.
-Síntomas sociales: miedo a los hombres o a un hombre específico, aislamiento
social, desconfianza en las relaciones humanas, rechazo del contacto afectivo
que antes era aceptado.
i -Problemas del sueño o pérdida del apetito, que
aparecen de pronto y sin otra explicación.
-Miedo a que les bañen o les vean desnudos.

En el caso de niños más mayores, de edades comprendidas entre 6 y 12 años, a


los anteriores indicadores podemos añadir los siguientes:

-Síntomas psíquicos: miedos, fobias, insomnio, ansiedad y depresión.


-Síntomas sexuales: comportamiento sexual provocador impropio de su edad.
-Síntomas sociales: fugas del domicilio.
-Problemas escolares: falta de concentración y bajo rendimiento, que aparecen de
forma brusca; desinterés repentino por ir al colegio.

En el caso de los preadolescentes y


adolescentes, niños y niñas entre 12 y 16 años, además de los anteriores pueden
presentarse los síntomas siguientes:
92 33

-Síntomas físicos: embarazo.


-Síntomas psíquicos: ideas de suicidio.
-Síntomas sexuales: sexuación de todas las relaciones, asumir el rol de la madre
en la familia.
-Síntomas sociales: rebelión familiar, alcoholismo o consumo de drogas.
-Problemas escolares: absentismo.

Los padres deben ser los primeros en descubrir que su hijo ha sido objeto de
un abuso, bien porque averigüen por sí mismos que ha tenido lugar, bien porque
-siempre y cuando ningún familiar esté implicado en el hechoel especialista o el
educador se lo haya hecho saber. De ellos debe esperarse, y a ellos debe
solicitarse, toda la colaboración posible, incluso para la denuncia. Cuando se
trata de un abuso cometido por el propio padre, es más adecuado que quien lo
descubra recurra a los servicios de protección de menores -o a un juez o a la
propia i policía, llegado el caso- para evitar que los progenitores obliguen al
menor a negarlo y el caso quede definitivamente archivado y sin solución.

4. La primera reacción

Cuando el menor se decide a hablar, conviene que quien reciba la revelación


sepa reaccionar adecuadamente, tanto si se trata de los padres, como de otro
menor o de un profesional.
Hay que tener en cuenta que los receptores de los mensajes son casi siempre, por
este orden, un amigo o una amiga y la madre. Eso quiere decir que es
especialmente útil enseñar a las madres -en las charlas para familiares- y a los
propios compañeros -en los programas de prevención dirigidos a los niños- a
recibir estas confidencias.
En los siguientes apartados hemos recopilado algunos consejos útiles sobre qué
debe hacerse y tenerse muy en cuenta cuando un menor nos revela que ha sufrido
una vejación sexual.
95 35

4.1. ?Qué hacer y decir?

-Compruebe que el niño no ha padecido heridas. Busque a un profesional para que


examine al niño.
-Crea al niño y tranquilícele asegurando que confía en él. Utilice expresiones
como "siento que esto te haya sucedido" o "gracias por ser sincero y contarme lo
que te ha pasado".
-Agradézcale el valor que ha tenido y manifieste que está orgulloso por su
actitud: "has sido muy valiente al decírmelo" o "estoy muy orgulloso de ti por
habérmelo contado".
-Deje claro que piensa que el agresor
es el único responsable de lo ocurrido: "tú no has hecho nada malo" o "tú no
tienes la culpa de lo ocurrido. Él (o ella) sabía que estaba haciendo algo
incorrecto".
-Sea positivo ante el niño y manifieste su confianza en que todo irá i bien: "no
volverá a ocurrir" o "hay muchas maneras de evitar que vuelva a pasar".
-Sea comprensivo con el niño. Déjele que hable y se desahogue: "es normal que
odies a esa persona. No te culpes por ello" o "sé que sientes rabia y eso es
bueno: te ayudará a sentirte mejor más tarde".
-Muéstrele su cariño y consuélele, pero deje que sea él quien decida cuándo
necesita un beso o un abrazo:
"te quiero tanto como antes y te seguiré queriendo. Esto no cambia nada, no te
preocupes".
-Denuncie el caso a las autoridades.
Impida que el agresor se acerque más al niño. Proteja a la víctima y hágale
saber que hay personas que le van a ayudar: "sé que te sientes fatal pero todo
se arreglará" o "vamos a contarle a la policía lo que ha pasado".
-Mantenga la calma y continúe con sus rutinas diarias. Si no lo consigue, busque
ayuda psicológica para usted mismo.

Recuerde

Si un menor le cuenta un abuso

-Ante todo, mantenga la calma.


-Compruebe que el niño no ha sufrido heridas.
-Créale e intente consolarle, pero sin dramatizar.
-Responsabilice siempre al agresor.
-No dude nunca en denunciar el caso.

4.2. Qué no hacer ni decir

-No niegue jamás que el abuso haya sucedido. No diga cosas del tipo "no puede
ser verdad", "?estás seguro?", "debe de ser un malentendido" o "no te lo estarás
inventando, ?verdad?".
-No riña al niño ni le castigue. No le culpe de lo que ha pasado. Evite
expresiones del tipo "?por qué le i dejaste hacerte eso?", "?por qué no me lo
dijiste antes?" o "!me da asco que hayas hecho eso?".
-No le alarme ni exprese angustia ante el niño: no diga cosas como "nunca
volverás a ser el mismo", "?qué vamos a hacer?", "qué desgracia más grande" o
"serás siempre un desgraciado".
-No cambie el trato que daba al niño antes de que sufriera el abuso; no evite
tocarle ni acariciarle, ni se refiera a él como víctima.
-No sobreproteja al niño si ello implica restringirle las actividades
habituales.

Conviene que los padres afronten el


problema con más eficacia que alarma.
Ese sería el mejor resumen de lo que consideramos una reacción adecuada, aunque
por desgracia, frecuentemente hacen lo contrario: se alarman mucho, pero acaban
silenciando los abusos.

98 39

Recuerde

Cuando un menor le cuente un abuso

-No riña ni castigue al niño.


-No dude de su palabra.
-No cambie su forma de tratar con él.
-No sea alarmista ni sobreproteja al niño.

4.3. La primera entrevista

Una vez revelado el abuso, hay que realizar la primera entrevista. Se trata de
obtener algunos datos fundamentales que no puede correrse el riesgo de que se
silencien y más tarde resulten olvidados; datos, en definitiva, que deben servir
para la investigación posterior, necesariamente más profunda.
Es importante pactar con el menor y i sus padres el compromiso de que no se
volverán atrás en su testimonio y de que estarán dispuestos a enfrentarse al
abuso con todas sus consecuencias.
Si es necesario, se tiene que garantizar inmediatamente la seguridad del niño,
llamando al servicio de protección de menores, a la policía, o acudiendo al
juzgado.
En el siguiente cuadro se indican de forma resumida y a modo de orientación
los contenidos esenciales que debe incluir esta primera entrevista:

?Qué debe averiguarse en la primera entrevista?

1. Nombre y edad de la víctima y del agresor (si se conoce), así como del resto
de implicados en el hecho como actores u observadores (si los hay).
2. Sexo de la víctima y del agresor.
3. Tipo de relación entre ambos.
4. Estrategias del agresor y demás datos que permitan identificarle o probar la
agresión.
5. Tipo de agresión.
6. Frecuencia de la conducta.
7. Circunstancias del último o único 99 41 abuso (qué sucedió, dónde y cuándo
tuvo lugar la vejación, antecedentes inmediatos y posteriores -lo que ha
ocurrido inmediatamente antes y después del abuso-, cómo reaccionó la víctima).
8. Situación familiar de la víctima.
9. Si no han pasado 72 horas desde la agresión y ha habido contacto físico
íntimo, conviene que un forense realice una exploración médica cuanto antes.
5. Silencios que matan:
la denuncia necesaria

5.1. Quien calla otorga

Aunque casi todo el mundo opina que los abusos deben ser denunciados, en la
práctica casi nunca ocurre. La mayoría de las víctimas, numerosas familias y
muchos profesionales tienden a ocultarlos.
i Los familiares suelen hacerlo para ahorrar
sufrimientos a la víctima, por temor a los efectos sobre la propia familia
-especialmente si el agresor ha sido el padre- o por miedo a la estigmatización
social.
Cuando los profesionales que reciben en la consulta a los menores (pediatras,
psicólogos, psiquiatras, etc.) guardan silencio, acostumbran a hacerlo como
consecuencia de sus propios miedos e intereses. Las razones son muy diversas y
podrían resumirse en la siguiente lista:

-}Por falta de conocimientos}: del concepto de abuso, de su obligación de


denunciarlo, de los graves efectos que puede tener lo ocurrido para el niño, de
los procedimientos a seguir.
-}Por una idea equivocada de su deber como profesional}: creen que no les
corresponde a ellos efectuar la denuncia, que no es cosa suya.
-}Por una inadecuada percepción de su deber como ciudadano}: opinan que
denunciar equivale a meterse en la vida privada de los demás.
102 43 -}Por temor a los costes profesionales}:
pérdida de tiempo, clientes o dinero, si hay abandono del caso; mala reputación;
conflictos con la familia, el cliente o el agresor; costes de verse involucrado
en un proceso judicial; incomodidad personal por decirlo.
-}Por temor al deterioro de las relaciones con el cliente}: vulneración del
principio de consecuencias negativas para la relación profesor/alumno,
profesor/padres, etc.; consecuencias negativas para la relación terapéutica con
la víctima o para trabajar con su familia.
-}Por no perjudicar al menor, al agresor o a la familia}: es peor para el menor
por tener que participar en un proceso, por los posibles cambios familiares,
etc.; se le hace demasiado daño a la familia; el agresor no merece tanta
persecución.
-}Por desconfianza en el sistema social y judicial}: la policía y los jueces no
podrán hacer nada, no actuarán con rapidez y eficacia, no i encontrarán pruebas,
no se lo creerán, no darán respuesta.

Algunos ejemplos

He aquí algunos casos bien elocuentes, que conocemos por propia experiencia,
de por qué tantas veces la denuncia no llega a producirse:

-Un educador se entera por un estu-


diante de que una de sus alumnas está sufriendo abusos sexuales por parte de
su padre. Se alarma y lo llega a comentar con algún compañero, pero, tras darle
muchas vueltas, deciden no comunicarlo. Les da miedo el padre, temen verse
involucrados en un buen lío y, finalmente, acaban razonando que "es una cosa
privada" y que además "no va a poder probarse".
-Una amiga le cuenta a otra que un hombre, en la calle, ha intentado violarla,
pero a la vez le pide que no diga nada. La compañera mantiene el secreto.
-Una madre se entera de que su hijo 103 45 ha sufrido un abuso por parte de
un vecino. Reacciona con mucha agitación, pero decide no decírselo ni siquiera
al marido por temor a lo que este podría hacer, por miedo a las habladurías y
-según confesó más tarde la propia víctima a una educadora- porque ella estaba
también teniendo relaciones con ese vecino.
-Un psicólogo recibe en su consulta a una víctima que ha sufrido abusos.
No sólo no muestra interés por denunciarlo, sino que ni siquiera intenta
razonar con la víctima y su familia para que lo hagan. Considera que "es peor
para ella".
-En el servicio de protección de menores atienden a una chica que ha padecido
maltratos físicos. Confeccionan la historia clínica y no preguntan sobre la
posibilidad de que haya sufrido también abusos sexuales. Un año después, por la
entrevista de un psicólogo de estos servicios que hacía una investigación, se
supo que durante tres años su padre había estado abusando sexuali mente de ella.

Los casos no denunciados constituyen un problema demasiado frecuente.


No denunciar conlleva no reconocer la importancia y la gravedad de los abusos e
implica un perjuicio tanto a la víctima como a la sociedad, además de al propio
agresor, por las razones que a continuación veremos.

5.2. Basta de secretos

Aunque algunas de las razones para guardar silencio sean bien comprensibles,
hay otros motivos mucho más contundentes a favor de la denuncia:

-}El fin de la impunidad}. Sólo denunciando los abusos es posible atajar la


conducta de muchos de los agresores. Denunciar estas vejaciones, y por tanto
ayudar a que el culpable sea juzgado, es una de las mejores formas de evitar que
haya más víctimas. Esta razón de ética y solidaridad social debe ser sufi104
47 ciente para actuar, aunque el denunciante -la víctima, la familia, un
profesional, etc.- tenga que pagar un precio por ello. No denunciar los abusos
equivale a garantizar la impunidad al agresor y, por tanto, implica ser
responsable, en algún grado, de los nuevos delitos que esa
persona cometa en adelante.
-}El respeto a la víctima}. Cuando no se denuncian los abusos, la víctima puede
llegar a sentirse indefensa, a resignarse ante su drama e incluso a pensar que
es responsable en alguna medida de lo que ha sucedido. Denunciarlos, en cambio,
implica dejar bien sentado que, realmente, el único culpable es el agresor, y
eso puede ayudar a que el menor consolide su autoestima. La víctima considerará
que es capaz de defenderse, de evitar que el agresor vuelva a actuar y, por
tanto, de ayudar a los demás.
-}La ayuda al agresor}. Denunciar al agresor puede acarrearle graves penas, en
algunos casos con privación i de libertad durante un tiempo. Resulta innegable.
Pero no es menos cierto que conviene que se le detenga cuanto antes: habrá
cometido menos agresiones y tal vez menos graves, su condena será más leve, la
ayuda terapéutica será más fácil, etc. Porque el agresor debe ser visto como
alguien que necesita ayuda: ayuda para que deje de cometer estos delitos y ayuda
para que consiga relacionarse de forma satisfactoria con los demás, incluyendo
en el campo sexual.

6. Tras la denuncia

Cuando el caso es denunciado, se hace necesario actuar, tanto en relación con


el agresor como con la víctima. El agresor, en cuanto presunto culpable, tendrá
que enfrentarse a todos los procesos jurídicos orientados a esclarecer el caso,
y finalmente a la imposición de la pena. No hay que olvidar, sin embargo, que el
agresor es también una persona que necesita 107 49 ayuda, por lo que deberá
adoptarse una perspectiva rehabilitadora o terapéutica.
La víctima, por su parte, deberá entender que el sistema de garantías es
también un derecho del agresor y que, por tanto, será necesario un proceso antes
de declararle culpable, y que existe la posibilidad de que no sea condenado por
falta de pruebas.
Igualmente tendrá que aprender a afrontar el dolor y la frustración que a menudo
provocan procesos tan conflictivos: hacer varias declaraciones, pasar pruebas y
asistir a un juicio donde de una u otra forma tendrá que enfrentarse al presunto
agresor y a sus abogados.
Por otra parte, la víctima y, con frecuencia, su familia pueden necesitar
consejo, apoyo y hasta terapia.
En este capítulo vamos a referirnos a los distintos aspectos del proceso a que
la víctima y el agresor se encaran tras la denuncia.

6.1. Actuaciones judiciales y evaluación de resultados


El trabajo de los profesionales -psicólogos, médicos forenses y jueces- con
las víctimas debe encaminarse a cubrir dos objetivos fundamentales.
En primer lugar, conocer su testimonio y evaluar su veracidad, tarea a cargo de
la medicina y la psicología forenses. En segundo lugar, valorar los posibles
efectos del abuso y sus necesidades terapéuticas.

La investigación con fines forenses

Lo más importante en casos de abuso sexual es recoger todas las pruebas que
puedan fundamentar la denuncia y ayudar al juez a tomar una decisión justa. Este
proceso normalmente transcurre en paralelo a las investigaciones policiales
dictaminadas por el juez y puede ponerse en marcha por 108 51 iniciativa de
la propia víctima, sus familiares, o bien por el mismo juez, si decide pedir un
informe médico forense o un informe psicológico pericial para obtener pruebas
que demuestren lo ocurrido.
Conviene aconsejar a los menores y sus familias que acudan cuanto antes -y
siempre antes de que hayan pasado 72 horas desde el abuso- a un servicio de
medicina forense, a ser posible sin que la víctima se haya lavado ni cambiado
las ropas, es decir, sin alterar los efectos provocados por la agresión sexual.
La medicina forense dispone hoy de numerosos medios para determinar el origen de
las posibles lesiones y para analizar la existencia de semen u otros restos
orgánicos -vello, por ejemplo- del agresor.
Por su parte, la psicología forense cuenta, asimismo, con una larga
experiencia en estos casos. El instrumento prioritario del psicólogo es la
entrevista con la víctima. El psicólogo debe estudiar previamente el sumario e
intentar obtener una declarai ción honesta y completa del menor. La entrevista
debe realizarse en un lugar tranquilo y cómodo para el menor, a solas con el
niño, y es conveniente grabarla en vídeo para poder repasarla y analizarla con
más detalle y para que el material pueda ser utilizado por otros profesionales
que participen en el proceso, sin necesidad de tener que repetir la entrevista.
En algunos casos es conveniente incluir algunas actividades previas -juegos,
preguntas sobre otros aspectos de la vida- que permitan ganar la confianza del
menor y conseguir su buena disposición. Una vez creado el clima adecuado -lo que
podría ocupar más de una sesión-, debe pedirse al niño que explique los hechos.
La narración ha de ser libre, sin interrupciones y sin preguntas que sugieran
posibles respuestas. Sólo después de este relato deben hacerse preguntas al
menor para pedirle precisiones, aclarar posibles contradicciones o comprobar la
consistencia de su versión.
El hecho de que las declaraciones del menor coincidan con los datos de la
investigación que el psicólogo co109 53 noce de antemano, resulta un criterio
de veracidad. Por el contrario, si en
algún aspecto significativo el niño ha cambiado su versión -teniendo en cuenta,
no obstante, que a veces las víctimas incurren en contradicciones porque sus
recuerdos son borrosos-, hay que considerar la posibilidad de que esté
mintiendo.
Es importante comprobar si antes de la presunta agresión existía algún
conflicto entre el agresor y la víctima -por ejemplo, podría resultar muy
sospechoso que un adolescente enfrentado a un profesor o a su padre les acusase
de abusos sexuales-, o entre el agresor y algún adulto interesado en orientar
las declaraciones del menor -por ejemplo, en los casos de desavenencias entre
los padres, especialmente si la denuncia viene de uno de ellos y acusa al otro.
Todos estos criterios son los que, finalmente, permiten al psicólogo determinar
con certeza el grado de veracidad del testimonio del niño.
i

La atención durante el juicio

El proceso judicial puede convertirse en una experiencia interminable de


sufrimiento para el menor, si no se lleva a cabo adecuadamente. Entre las
múltiples causas de angustia del menor están las siguientes: que los distintos
profesionales le sometan a numerosos interrogatorios, que se le presione durante
las entrevistas, que la defensa le acuse de mentir, que tenga que enfrentarse al
agresor, que se encuentre en un contexto muy formal rodeado siempre de adultos,
que se empleen palabras que no puede entender, ver roto su anonimato y salir en
la prensa, que la familia le presione para que diga o calle lo que sabe, que las
evidencias resulten insuficientes y no se condene al agresor por falta de
pruebas -y que nadie le explique que eso no significa que no le crean-, que se
sienta culpable por la condena impuesta al agresor, etc.
A lo largo de todo el proceso, el menor se verá, pues, sometido a dis111 55
tintos padecimientos. Durante la preparación del juicio, el niño puede tener que
pasar por numerosas entrevistas y pruebas, o recibir presiones.
Además, es inevitable que su vida cotidiana se vea alterada e incluso puede
ocurrir que se le separe de los padres. Es el momento en que las personas del
entorno, que ignoraban los hechos, se enteran, y no es extraño que algunas de
ellas reaccionen de manera inadecuada, avergonzándose del menor, exagerando la
gravedad del caso, tomando partido por el agresor, etc.

Recuerde

Durante el juicio es importante que

-El menor esté siempre acompañado.


-Alguien le explique al menor lo que pasa.
-Se evite la publicidad.
-El menor no vea al agresor cara a i
cara.

La demora del juicio puede también ser un motivo de inquietud para el menor y
la familia, sobre todo si va acompañada de procedimientos judiciales
incomprensibles para ellos o si el agresor es puesto en libertad, con lo que el
niño puede sentirse amenazado.
Durante la celebración del juicio hay también numerosos factores que pueden
provocar ansiedad o malestar al menor: la presencia del agresor y de sus
abogados, sobre todo si le acusan de mentiroso o intentan presionarle; la
presencia del fiscal y el juez, sus ritos, vestidos, expresiones legales
plagadas de formalismos incomprensibles; el hecho de estar solo en el lugar de
los testigos; la conducta del público antes, durante y después de la sesión; la
posible presencia de la prensa; el tener que hablar delante de todos en voz alta
sobre aspectos tan dolorosos y que le resultan vergonzosos.
Por último, el conocimiento de la sentencia puede provocar en el menor
sentimientos de culpa o confusión, en 112 57 caso de que el agresor sea
condenado, o de decepción e incredulidad, si el agresor es absuelto o castigado
con una pena leve. Si el abuso ha ocurrido entre personas con relaciones de
parentesco, toda la familia sufrirá las consecuencias (por ejemplo, si el padre
es encarcelado, el hogar puede dejar de tener ingresos) y de una u otra forma el
menor se sentirá culpable.
Para evitar todos estos inconvenientes, es importante tener en cuenta los
siguientes consejos:

-Ante todo, una persona -un familiar o un profesional- tiene que acompañar al
menor a lo largo de todo el proceso, salvo en el caso de que tenga que ser
entrevistado a solas.
-Debe explicársele el significado, el contenido y los fines de cada paso, las
razones de las demoras, las diferentes alternativas de resultado del juicio, las
palabras o frases que no entienda, etc.
-El menor debe ser interrogado sólo i cuando sea imprescindible y por el menor
número de profesionales posible. Se recomienda que se hagan las entrevistas en
un lugar apropiado para los menores, que se empleen palabras comprensibles, que
no se le presione de forma inadecuada ni se le acuse.
-Igualmente, hay que evitar a toda costa la publicidad, tanto en el entorno
cercano como en la prensa y demás medios de comunicación.
-A ser posible, hay que evitar que el menor tenga que enfrentarse al agresor en
careos, reconocerlo cara a cara, estar a su lado, etc. En este sentido, los
espejos unidireccionales y los paneles para evitar el cara a cara pueden ser
útiles.
-No está de más que se le prepare para las distintas alternativas que puede
tener el juicio y que se le haga comprender que una cosa es la credibilidad de
su testimonio y otra muy distinta que el juez considere que hay pruebas
suficientes.
-En ningún caso debe separarse al menor de su familia, ni tomar medida alguna
que agrave su sufrimiento de 113 59 manera innecesaria.

La investigación con fines terapéuticos

La investigación que se lleva a cabo con fines terapéuticos es menos


conflictiva, pues no tiene fines procesales y, además, normalmente se hace con
más tiempo. Este tipo de investigación procura determinar los posibles efectos
de los abusos para decidir si el menor y su familia necesitan algún tipo de
ayuda terapéutica y poder ponerla en práctica lo antes posible.
Los instrumentos que un profesional puede usar en este caso son muy numerosos.
Entre ellos destacan la entrevista y diversas modalidades de cuestionario.

}La entrevista}

Cuando tiene lugar con el menor agredido, la entrevista puede exigir varias
sesiones. La primera de ellas i debe comenzar con otros temas que permitan ganar
su confianza y conseguir que se relaje. Estas preguntas previas deben plantearse
con el objetivo de obtener respuestas acerca de las aficiones, los amigos, la
escuela y la familia; lo que al niño le gustaría ser de mayor; la expresión de
tres deseos, así como lo que le hace ser feliz, estar triste, perder el control
o estar asustado.
Las preguntas sobre el abuso, que complementan las de la entrevista inicial
-si se realizó-, deben formularse con el fin de averiguar la siguiente serie de
factores: por qué comunica o denuncia el abuso; cuáles fueron los papeles de la
víctima y del agresor durante el abuso; cuál fue la reacción del entorno ante la
agresión; cómo se sentía el menor antes, durante y después del abuso; qué ayuda
desea recibir; qué pueden hacer la víctima y su entorno para que no vuelva a
suceder, etc.
Un recurso al alcance del entrevistador para facilitar que el menor explique
los hechos es usar muñecos, especialmente cuando el niño no tenga un 114 61
vocabulario rico. Los muñecos, entre los cuales ha de haber dos adultos, hombre
y mujer, y dos menores, niño y niña, representan a las personas implicadas en el
caso y ayudan a que el niño pueda explicar con facilidad qué ocurrió.

}Los cuestionarios}

Para valorar los efectos de los abusos, existen numerosos formularios que
permiten al especialista averiguar qué síntomas padece el menor. Sin pretender
ser exhaustivos ni entrar en la descripción detallada de cada tipo de
cuestionario, vale la pena enumerar algunos de los síntomas más importantes que
pueden detectarse con la ayuda de tales instrumentos: dificultades para
concentrarse, pensamientos obsesivos -cuando las imágenes del abuso
vuelven una y otra vez a la mente del menor-, sentimiento de culpa, arranques de
cólera, dificultad para dormir, pesadillas, dependencia de los adultos,
nerviosismo, ansiedad, deprei sión, ganas de llorar, vergüenza, apatía,
precocidad sexual, aislamiento, desconfianza social, sentimientos de
persecución, irritabilidad, hiperalerta, angustia, dolores de cabeza, náuseas,
dolores de estómago, vómitos, etc.
Estos cuestionarios hacen posible, asimismo, conocer qué miedos experimenta el
menor agredido. Entre los más comunes destacan el estar solo, ver besar, hablar
de sexo o pensar en él, recibir besos o abrazos, ver gente desnuda, quitarse la
ropa delante de otros, ser acariciado, ser observado por hombres, bañarse,
dormir solo, que la madre no esté en casa, mirar a los demás, realizar algún
acto sexual, no ser creído, decir a alguien que le está molestando, decir }no} a
un adulto, ser preguntado por la madre, que alguien le corrija, ir a un juicio y
estar lejos de los padres. Estos temores se proyectan en una concepción del
mundo, el futuro y las personas como algo peligroso.

115 63

6.2. Las ayudas a las víctimas y a los agresores

Tanto los agresores como las víctimas necesitan ayuda, aunque por motivos bien
distintos. Es más fácil y eficaz ayudar a las víctimas para que superen los
abusos que ayudar a los agresores para que dejen de cometerlos. Incluso en
muchos casos, tal y como ya hemos indicado, las víctimas no necesitan terapia,
sino simplemente comprensión.

La ayuda a las víctimas

Entre las ayudas no terapéuticas a las víctimas, podrían destacarse las


siguientes: en primer lugar, hay que favorecer la detección y la comunicación
del abuso. Aunque lo mejor es prevenir los abusos, cuando no se han podido
evitar, hay que tratar de desi cubrirlos a toda costa para que la víctima no
guarde silencio durante años y los denuncie. En contra de lo que se cree
habitualmente, sólo quienes denuncian la agresión se están enfrentando de manera
adecuada a su problema. Como acabamos de ver, es tan importante ayudar a la
víctima a lo largo del proceso judicial como después de él. Debe creerse a las
víctimas y reaccionar de manera adecuada para que se sientan plenamente
apoyadas.
A menudo, esto es cuanto tenemos que hacer con las víctimas y sus familiares.
No obstante, cuando el menor sufre trastornos que le impiden llevar una vida
cotidiana normal y satisfactoria -lo cual ocurre en un número de casos que
oscila entre un 15 y un
30% del total-, es necesario recurrir a ayudas terapéuticas específicas que
deben ser decididas después de una evaluación cuidadosa.
La terapia más adecuada depende de cada caso, de si debe tratarse sólo a la
víctima o también a su familia, por ejemplo, y de los recursos que cada
terapeuta es capaz de usar con efica116 65 cia.
Las técnicas de psicoterapia breve (centradas en escuchar, apoyar y enseñar
estrategias concretas en pocas sesiones) son muy recomendables cuando se trata
de ayudar sólo a la víctima.
La terapia de grupo también ha sido empleada con éxito, aunque son pocos los
centros que tienen suficientes casos para aplicarlas. La terapia sistémica (que
afronta las causas y los efectos del problema teniendo en cuenta el sistema
familiar) puede ser especialmente adecuada cuando se requiera tratar a toda una
familia.
En cualquier caso, la terapia debe ayudar a las víctimas a afrontar la
agresión de manera eficaz y a continuar la vida con plena normalidad.
Los puntos más importantes que debe contemplar son los siguientes:

-La narración de los hechos y la expresión de las emociones que estos generan.
-La reacción de la víctima y de su entorno, y la reelaboración de todo i el
proceso judicial.
-Los sentimientos de estigmatización, vergüenza, asco, pérdida de autoestima,
etc.
-Los posibles sentimientos de culpabilidad de la víctima por no haber sabido
resistirse de forma eficaz o por la condena sufrida por el agresor.
-El sentimiento de impotencia o falta de control.
-El tratamiento de posibles síntomas específicos asociados al hecho de haber
sufrido abusos.

La ayuda a los agresores

Es evidente que los agresores deben ser denunciados cuanto antes para que el
sistema judicial pueda proceder a la aplicación de la ley. No hay que olvidar,
sin embargo, que son también sujeto de derecho, que el sistema de garantías los
ampara tanto durante el proceso penal como después de la resolución judicial, y
que conviene considerar la pena como un período de rehabilitación.
118 67 Plantear la condena como "el pago de la
culpa" no sólo es inadecuado para el agresor; también lo es para la víctima y la
sociedad. Para la víctima, porque puede provocar o acentuar en ella los
sentimientos de culpa y porque de nada le sirve ya la venganza, salvo que
ejercerla haya sido su principal deseo. Para la sociedad, porque cuando el
agresor acabe de pagar su culpa, volverá a perpetrar su conducta y tal vez lo
haga de forma más violenta que antes. Para el agresor, por último, porque, si
sólo se le castiga y no se le rehabilita, se le condena de por vida a regresar
una y
otra vez a la cárcel: a cada período de libertad le seguirá, probablemente, un
nuevo delito y una nueva condena, y la situación será cada vez peor.
Los agresores deben ser denunciados y, si así lo considera el juez, detenidos
y encarcelados para evitar que repitan los abusos con la misma víctima o con
otras. Mientras el profesional terapeuta no esté razonablemente seguro de que no
van a cometer delii tos, deberán permanecer en la cárcel.
Pero, a la vez, los agresores son personas que necesitan ayuda para no volver a
incurrir en su error y para conseguir llevar una vida satisfactoria.
Lamentablemente, desde el punto de vista profesional, tenemos dos grandes
limitaciones para prestarles ayuda.
La primera es la dificultad de pronosticar qué posibilidades tiene un agresor de
volver a cometer abusos.
En este sentido, cuando no se tiene seguridad suficiente sobre su posible
conducta, hay que esperar a que se demuestre a sí mismo y a los demás que está
rehabilitado. La libertad vigilada o acompañada por profesionales o voluntarios
puede ser una solución, aunque costosa. La segunda limitación con la que nos
encontramos los especialistas es que resulta también muy complicado llevar a
cabo terapias eficaces con estas personas, aunque el éxito depende mucho del
tipo de agresor de que se trate. Entre las distintas terapias que se han puesto
en práctica figuran, con resultados muy diversos:
119 69

-Las quirúrgicas (como la castración), en casos extremos y con consentimiento


del agresor. Plantean problemas éticos y son irreversibles.
-Las hormonales (con medicamentos que inhiben el deseo sexual); son reversibles
pero también provocan importantes dudas de carácter ético.
-La "descarga de la tensión sexual" a través de numerosas masturbaciones o
relaciones sexuales con una persona que consienta. Los efectos, si se producen,
suelen ser muy pasajeros.
-El refuerzo aversivo o castigo. Se trata en este caso de asociar la conducta
sexual abusiva con refuerzos aversivos (castigos) para que el interesado evite
dicha conducta en el futuro. Se le hace comprender al agresor que sus actos
pueden tener consecuencias graves para su vida, posibles costos económicos, la
probable pérdida de su libertad, etc.
-La terapia multimodal. Consiste en seguir distintas alternativas a la i vez,
como, por ejemplo, aplicar, por un lado, un refuerzo aversivo de la tendencia al
abuso, y por otro un refuerzo positivo del deseo con otro adulto que consienta.
Esta terapia está especialmente indicada en los casos de pederastia.
-La educación en valores, en el caso de que exista una grave carencia de ellos y
se sospeche que dicha carencia pueda ser la causa de los abusos. Se trataría,
por ejemplo, de ayudar al agresor a adquirir valores como el respeto a la
negativa de
otra persona, el respeto a los derechos de la infancia y de la mujer, etc.
-El entrenamiento en autocontrol, especialmente en los casos en los que el
problema predominante sea la impulsividad o la agresividad.
-El entrenamiento en habilidades sociales (comunicarse, expresar los
sentimientos, aprender a presentarse ante los demás de forma agradable, etc.),
especialmente en los casos en que el agresor busca relacionarse con menores por
carecer de ellas.
-La promoción de la empatía para que 120 71 el agresor se ponga en el lugar
de la víctima y comparta sus sentimientos. Esta terapia resulta especialmente
indicada en aquellos casos en los que los agresores son insensibles al
sufrimiento del menor.
-El trabajo sobre los contenidos sexistas, sobre todo los referidos al patrón
social del varón y de la mujer. El varón debe aprender que vale mucho más como
persona cuando respeta un no, que cuando utiliza la fuerza para obligar a
alguien a mantener relaciones.

La ayuda a los agresores (y en general a todos los varones que puedan cometer
abusos o ser objeto de ellos) debe empezar cuanto antes y debe atender a las
siguientes consideraciones.
En primer lugar, que los varones que han sido víctimas no solamente sufren
efectos por serlo, sino que pueden estar inclinados a reproducir estas conductas
con otros niños durante la infancia o cuando sean mayores. En segundo lugar, que
todos los varones, al i menos en la etapa que abarca la pubertad y la
adolescencia, deberían asistir a programas preventivos que ayuden a detectar
quiénes poseen una inclinación a cometer abusos. Y por último, que no hay que
olvidar que debe ayudarse a los agresores después de haber cometido el primer
abuso y cuanto antes, porque este patrón de conducta es más fácil de modificar
cuando no se ha repetido muchas veces.

7. Testimonios reales

Los casos que se narran a continuación han sido seleccionados por el autor de
entre los muchos que ha documentado durante su práctica profesional. Son, por
tanto, testimonios reales -aunque con nombres falsos-, extraídos de la vida
misma, que permitirán al lector conocer algunos abusos tal y como sucedieron y,
al mismo tiempo, le invitarán a reflexionar sobre cuál debiera haber sido la
reacción más adecuada en cada circunstancia.
123 73 Los padres no deben alarmarse. Ya ha
quedado claro a lo largo de este libro que está en sus manos proteger a los
menores, detectar los abusos posibles y reaccionar adecuadamente ante ellos. En
los siguientes casos podrán observar que en ocasiones se han hecho mal las
cosas. Por eso, junto a la descripción del problema, se indica lo que podemos
aprender de él. Aconseja-
mos a los lectores que comparen lo que en cada caso hicieron las víctimas, los
padres, los educadores y los profesionales -si intervinieron-, con los consejos
que se han dado en las páginas de este libro, muy especialmente en los apartados
dedicados a la detección, la primera reacción y la denuncia.
El mensaje profesional es bien claro y positivo: si se actúa sin alarma,
reconociendo los hechos y afrontándolos del modo adecuado, los abusos se darán
más raramente y tendrán menos efectos negativos para las víctimas y sus
familias.

7.1. "Mi profesor me tocó los pechos"

}El abuso}. Bibiana, una niña de 13 años, fue acariciada en los pechos y los
glúteos de forma reiterada por el profesor de educación física en el cuarto
donde se guardaban los materiales deportivos. El profesor pidió a la niña que le
ayudase a transportar una red de balonvolea y, cuando estaban solos, la abrazó,
la presionó sobre sí, le acarició los glúteos y finalmente los pechos. Ella se
resistió y la escena duró unos pocos segundos.
Salió del cuarto asustada y se lo dijo inmediatamente a una amiga suya.
Tras el abuso, "sólo quedaba una clase, pero no pude concentrarme. Tenía muchas
ganas de llorar, pero me aguanté. Cuando llegué a casa, le conté todo a mi
madre. Mis padres fueron esa tarde al colegio".

124 75

}En la consulta}. La atención proporcionada en mi gabinete tanto a la niña


como a su familia resultó de gran ayuda. Ante la falta de comprensión por parte
de la comunidad educativa, necesitaban que alguien reconociese la veracidad de
los hechos y les apoyase durante todo el proceso. Ello bastó para que Bibiana y
sus padres saliesen fortalecidos en su autoestima, conscientes y convencidos de
haber hecho lo que debían hacer.

}La reacción}. Cuando días después de la agresión se hizo la denuncia, hubo


una reacción tan negativa por parte de los profesores y de los padres de los
otros niños, que Bibiana tuvo que cambiar de colegio: "me lo han hecho pasar muy
mal, a pesar de lo bien que se portaron mis padres. Era incapaz de estar en el
colegio porque me miraban de forma rara y algunos profesores se metían conmigo.
Las compañeras y los compañeros, menos algunos de ellos, me marginaron también.
i Que él lo negara todo y me llamara mentirosa me
hizo mucho daño, y no pude soportar la reacción de los otros.
No podía estar en clase pensando que los profesores creían que era una
mentirosa. No era capaz de estudiar nada. Además, cuando recordaba lo sucedido,
sentía mucha vergüenza y asco.
No podía dormir y estaba todo el día comiendo, por lo que acabé engordando
mucho".
Con todo, el caso acabó siendo probado y el profesor, condenado, porque,
además del testimonio de Bibiana, que tenía todas las características de
veracidad, testificaron otras dos niñas a las que les había pasado algo parecido
con el mismo profesor.

}Lo que el caso nos enseña}. En este caso se pone de manifiesto que, fruto de
la ignorancia sobre estos temas, existe una tendencia social a negar los abusos,
especialmente si se atribuyen a una persona con autoridad moral, como es un
educador. Igualmente demuestra que, con cierta frecuencia, los compañeros de
trabajo del agresor reaccionan de manera corpora125 77 tiva. La presunción de
inocencia del agresor es lógica en estos casos, pero no justifica las presiones
y el rechazo que la niña tuvo que soportar por parte de los profesores y de la
mayoría de los padres, que se comportaron de forma lamentable.
Por fortuna, los padres de la niña creyeron su confesión y supieron reaccionar
adecuadamente. Incluso aguantaron todo tipo de presiones, apostando siempre por
defender la credibilidad de un testimonio que cumplía todos los criterios de
veracidad.
Aunque la niña sufrió costes complementarios (como tener que cambiar de
colegio), su actitud y la de su familia permitieron demostrar que no mentía e
impidieron que dicho profesor continuase abusando de otras niñas.
Si desde un principio se hubiera admitido la posible certeza del caso y se
hubiera escuchado a esta y a otras niñas, también afectadas, se habrían evitado
muchos errores y el propio agresor se habría visto forzado a reconocer los
hechos y a buscar ayuda, i además de cumplir las sanciones judiciales.

7.2. "Mi padre me forzó muchas veces"

}El abuso}. Margarita, de 35 años, fue violada muchas veces por su padre
cuando era una niña, entre los 10 y los 15 años. Aunque su madre lo sabía, nunca
se atrevió a hacer nada, atemorizada por el carácter violento de su marido. Al
final, la hija quedó embarazada y ambas se marcharon del domicilio familiar.

}En la consulta}. Las secuelas de aquel abuso duraron mucho tiempo:


"cuando me quedé embarazada, pasé por mil problemas. Tuve que abortar, dejar el
colegio y enseguida me puse a trabajar como dependienta en una tienda. Nunca he
estado bien. Me han tratado varios psiquiatras, pero no he conseguido superarlo
del todo. Tomo pastillas para dormir y para soportar la intranquilidad que
sufro. No acabo 127 79 de sentirme bien con los chicos, sobre todo cuando
empezamos a tener relaciones sexuales: no puedo relajarme, me acuerdo de mi
padre, recuerdo su cara
una y otra vez. No he vuelto a verle, pero le odio aún. Vivo con mi madre, que
está, poco más o menos, como yo".

}La reacción}. Desafortunadamente, no se produjo una reacción a tiempo por


parte de la madre o de la propia víctima. Cuando Margarita logró escapar de su
padre, el daño ya estaba hecho. El silencio, mantenido durante años, acabaría de
empeorar las cosas.

}Lo que el caso nos enseña}. Este caso pone de manifiesto que los abusos
pueden darse dentro de la familia. Se trata de una agresión que ocurrió hace
muchos años y a la que ahora se atribuyen efectos muy destructivos. Esta
relación causa-efecto que establece la víctima puede ser cierta o no, o serlo
únicamente de forma parcial. Sólo un análisis clínico del caso podría aclararlo.
i Los casos de incesto no atajados a tiempo
(recordemos que la madre no protegió a su hija y no denunció los hechos, y que
la propia víctima guardó silencio) pueden llegar a tener efectos especialmente
graves. Al perjuicio del abuso hay que añadir el hecho de que el padre, y en
este caso también la madre, dejan de cumplir las funciones más elementales de
protección y educación.
Cuando, a pesar de los años, la víctima sigue sufriendo consecuencias graves
por lo sucedido, debe ponerse en manos de un especialista. Este valorará su
situación actual y las causas de los problemas que tiene, y es muy probable que
la víctima reciba la ayuda adecuada.

7.3. "Un desconocido me abordó en la calle"

}El abuso}. Raúl, un niño de 11 años, fue abordado por un hombre desconocido
cerca de su casa, cuando volvía del colegio como cada día. El 128 81 adulto
le preguntó por una de las carreteras que salían de la ciudad, que se encontraba
a unos cien metros de allí y, fingiendo no entender muy bien las indicaciones,
consiguió convencer al menor para que le acompañase hasta allí. Al llegar a la
carretera, le amenazó con una navaja y le obligó a practicar el sexo oral,
escondidos entre varios camiones aparcados.

}La reacción}. El niño volvió a casa llorando y asustado, y contó


inmediatamente a sus padres lo que había pasado. Ellos no sólo le creyeron, sino
que además salieron inmediatamente en busca del agresor, a quien no hallaron, y
denunciaron el caso. El agresor no fue detenido y no se supo quién era, pero el
niño, después de unos días en que puso de manifiesto varios síntomas de los
expuestos en el apartado de efectos a corto plazo, superó la mala experiencia de
forma satisfactoria.

}Lo que el caso nos enseña}. Este


caso demuestra que los abusos también los cometen los desconocidos. La reacción
de los padres creyendo al hijo y afrontando la situación de forma adecuada
(tuvieron la actitud que en el capítulo dedicado a los consejos acerca de la
primera reacción y la denuncia hemos definido como correcta) causó un efecto tan
beneficioso para el menor que, después de algunos días en los que tuvo
manifestaciones de miedo y asco, todo volvió a la normalidad. De la experiencia
tan sólo quedó un recuerdo desagradable.

7.4. "No lograba separarme de aquel hombre"

}El abuso}. Mercedes, una niña de 10 años, sufrió un abuso en un transporte


público de su ciudad, cuando iba al colegio: "el vagón estaba muy lleno y un
hombre mayor se puso de forma que su pene me frotaba el culo. Yo me movía para
apartarme, pero él me seguía 129 83 todo el rato y continuó haciéndolo
durante varias estaciones. Me sentí muy mal en el momento, pasé un gran apuro y
no sabía qué hacer, pero luego, en el colegio, me olvidé de ello. Ha sido
siempre únicamente un mal recuerdo que no me ha influido nada, que yo sepa".

}La reacción}. En este caso no hubo lugar a una reacción adecuada porque la
niña decidió no comunicar a nadie lo que había pasado. Años más tarde, nos
relató su caso en el transcurso de una entrevista.

}Lo que el caso nos enseña}. Este caso, además de poner de manifiesto que los
abusos se dan con facilidad en las situaciones de especial hacinamiento, revela
que en muchas ocasiones no tienen efectos especialmente graves, ni siquiera a
corto plazo. Pero conviene señalar que lo adecuado hubiera sido que la niña lo
comunicara a sus padres y que decidieran denunciarlo. De esta forma no solamente
habría i defendido el derecho a la propiedad de su cuerpo -cosa que habría
conseguido de manera más eficaz llamando la atención de aquel hombre en el
momento de la agresión-, sino que habría impedido que el agresor repitiera estas
conductas, si era reconocido. En este sentido es preciso comprender que la no
tolerancia beneficia tanto a las víctimas como a los propios agresores.

7.5. "Al volver de Francia, había cambiado"

}El abuso}. Sergio, un niño de 15 años, estable, alegre, bien integrado en la


familia y en la escuela, con muchos y buenos amigos, se fue a Francia para hacer
un intercambio y aprender el idioma. Durante su estancia no comunicó nada
especial a sus padres. Les decía que estaba bien y que había tenido suerte,
aunque no les escribió ni les llamó durante los últimos diez días.
Cuando volvió a casa, era un niño
distinto. No dormía bien, no le ape130 85 tecía salir con sus amigos y casi
siempre estaba triste o ausente. Los padres le preguntaban si le pasaba algo,
pero él decía que no. Incluso parecían molestarle las preguntas.
Quince días después debía empezar el colegio y lo hizo sin ganas. A la semana
de iniciarse las clases, el tutor llamó a los padres para tener una charla con
ellos porque le parecía que su hijo no estaba bien, no se comportaba como antes.
Los padres no se explicaban el cambio, pero eran incapaces de averiguar qué
había pasado realmente: ante sus preguntas, el niño respondía con evasivas y
protestas escasamente amistosas.

}En la consulta}. Los padres consultaron a un profesional que les sugirió que
le hicieran preguntas más concretas sobre su estancia en Francia y, en
particular, sobre si había tenido alguna experiencia negativa en el campo
sexual. Cuando se le interrogó sobre ese aspecto, el niño se derrumbó y
reconoció haber sufrido i abusos por parte del padre de la familia en la que
había residido.

}La reacción}. Se aconsejó a la familia denunciar el caso a través del colegio


para que este tipo de experiencias no volviese a ocurrir en los intercambios
entre escolares.

}Lo que el caso nos enseña}. Este caso nos demuestra que en ocasiones es
necesario seguir los consejos dados en el apartado dedicado a la detección y
llegar a explicitar, en la comunicación, la posibilidad de que los menores hayan
sufrido abusos. Naturalmente esto no significa que siempre hayamos de sospechar
de esta causa, sino que no deberíamos olvidarla cuando otras más cotidianas y
conocidas no justifican en modo alguno los síntomas que han aparecido de forma
brusca y aparentemente inexplicable. Cuando el niño pudo comunicarse y reconocer
que había sufrido un abuso, bastaron cinco sesiones de charla con el
especialista para que todo volviera a la normalidad.
132 87

7.6. "Un hombre me atacó en la escalera"

}El abuso}. Olga, una niña de 7 años, fue abordada por un hombre en el tercer
piso de la escalera, cuando subía a su casa. El agresor la agarró, la abrazó tan
fuerte que apenas podía respirar y frotó su cuerpo sobre ella:
"respiraba muy fuerte y se apretaba contra mí mientras se movía". Luego la soltó
y se marchó. La niña subió a casa llorando y, entre sollozos, contó a los padres
lo que había ocurrido.

}La reacción}. El padre se levantó y, sin decir palabra, tomó un cuchillo


grande de la cocina y se precipitó escaleras abajo. La madre, mientras tanto,
lloraba y gritaba. Cuando el padre, que no había logrado alcanzar
al agresor, regresó a casa, estaba enfurecido. A gritos, increpó a la niña para
que le diera detalles sobre el i hombre, mientras profería amenazas que incluían
el asesinato. A pesar de todo, no se llevó a cabo ninguna denuncia ni se
solicitó la ayuda de un especialista, y ni siquiera se volvió a hablar del tema
en casa.

}Lo que el caso nos enseña}. Cuando la niña, años después, nos contó los
hechos, confesó que los padres reaccionaron con mucha alarma, pero con ninguna
eficacia. Los niños pueden resultar más afectados si los padres sobredimensionan
lo ocurrido, se alarman y pierden el control, como sucedió en el caso que nos
ocupa. Tranquilizarse y poner una denuncia con los datos que pudiera aportar la
hija habría sido lo correcto, pero, como ocurre con frecuencia, los padres,
después de la alarma inicial, pasaron a silenciar el problema en lugar de
afrontarlo.

133 89

7.7. "La niña era obligada a prostituirse"

}El abuso}. En un pueblo de unos tres mil habitantes, una prostituta obligaba
a su hija de 14 años a prostituirse. Lo sabía casi todo el mundo, pero no lo
denunciaban.

}La reacción}. Una de nuestras alumnas nos reveló el caso de la chica de su


pueblo, pero manifestó no estar dispuesta a denunciarlo por temor a las
consecuencias. Convinimos en hacer una notificación anónima con datos
suficientes para que los hechos fueran fácilmente comprobables. Para ello
acudimos a los servicios de protección de menores y no fue necesario hacer nada
más: a las pocas semanas, los de protección de menores, tras corroborar la
información, realizaron la denuncia pertinente. Las fuerzas de seguridad se
encargaron del resto.
i

}Lo que el caso nos enseña}. En este caso se pone de manifiesto que, a veces,
son los propios padres los que explotan a los menores. Demuestra, además, que
siempre es posible alertar a los servicios sociales -protección de menores,
policía, jueces- y facilitarles datos de forma anónima para que inicien una
investigación.

7.8. "Era un amigo que jugaba con nosotras"

}El abuso}. Marta, una niña de 9 años, jugaba habitualmente en la calle de su


barrio con otras niñas. Un vecino, un hombre de mediana edad que no trabajaba y
estaba siempre por allí, se ofrecía a menudo para darle a la
cuerda. De vez en cuando, les regalaba caramelos y las niñas pensaban que era
muy bueno con ellas y muy cariñoso.
Un día, el adulto invitó a Marta a subir a su casa para darle unos caramelos
que había olvidado bajar.
134 91 "Cuando entré en la casa, se acomodó en una
silla, me agarró y me sentó sobre él. Luego intentó meterme el pene." Después
trató de convencer a Marta de que no dijera nada, ya que su madre se enfadaría
mucho. La amenazó y le dio una moneda "grande" en pago por su silencio.
Marta decidió callar, pero cuando llegó a casa puso la moneda sobre la mesa
junto a la que su madre estaba cosiendo. La madre se mostró muy sorprendida e
interrogó a la niña, que acabó explicándole lo sucedido.

}La reacción}. Los padres de la niña denunciaron los hechos y el vecino fue
condenado. Hasta que el juez se pronunció, Marta y su familia lo pasaron muy mal
y sufrieron mil presiones por parte de los vecinos.
Cuando en mi consulta le dije a Marta que poner la moneda encima de la mesa
había sido una confesión implícita y una búsqueda de ayuda, se sintió
sorprendida de la interpretación, pero contenta y orgullosa por la iniciatii va.

}Lo que el caso nos enseña}. En este caso podemos apreciar algunas de las
estrategias más elaboradas de las que puede servirse un agresor, y también lo
inadecuado de la reacción de los vecinos. Por su parte, la madre demostró ser
observadora, y fue capaz de conseguir que la hija le comunicara los hechos. La
denuncia resultó adecuada y, a pesar de los sufrimientos que conllevó, fue,
junto al juicio, lo que llegó a liberar a la víctima.

Fin de la obra

Índice

Págs.
Primera Parte. Lo que hay que saber .. 9 1. Se ha roto el silencio 9 1.1. Los
abusos en el pasado 9 1.2. ?Por qué hablar? . 11 2. Desterrar falsas
creencias .. 21 2.1. ?Qué debe entenderse por abuso sexual? . 21 2.2. Ideas
comunes, pero equivocadas . 27 3. Los abusos, ?agresiones frecuentes? 38 3.1.
Nuestras dudas 38 3.2. Nuestras certezas 45 3.3. No tropezar dos veces . 47 4.
?Qué sabemos de las víctimas? .. 50 Págs.

4.1. Algunos datos más 50 4.2. ?Cómo reaccionan las víctimas? 54 5. Las
secuelas del abuso 60 5.1. Cada historia es distinta . 60 5.2. Los efectos a
corto plazo . 61 5.3. Los efectos a largo plazo . 71 5.4. El abuso como un
trauma 76 6. Los agresores, ?otras víctimas? .. 80 6.1. El sexo de los
agresores 81 6.2. La edad de los agresores 84 6.3. La relación con la
víctima .. 88 6.4. Las estrategias de los agresores .. 89 6.5. ?Por qué abusan
los agresores? .. 94

Segunda Parte. Lo que hay que hacer . 5 1. Para que no haya más víctimas 5 2.
La prevención 9 2.1. Características de la prevención .. 9 2.2. Prevención con
precaución .. 11 2.3. Cuidar de nuestros hijos . 14
2.4. ?Agresores en potencia? 22 3. Cuando se rompe el secreto: la detección
. 24 3.1. En casa y en la escuela 25 3.2. En la consulta 29 4. La primera
reacción 34 4.1. ?Qué hacer y decir? 35 i Págs.

4.2. Qué no hacer ni decir . 37 4.3. La primera entrevista 39 5. Silencios


que matan: la denuncia necesaria .. 41 5.1. Quien calla otorga .. 41 5.2. Basta
de secretos 46 6. Tras la denuncia 48 6.1. Actuaciones judiciales y evaluación
de resultados ..50 6.2. Las ayudas a las víctimas y a los agresores 63 7.
Testimonios reales . 72 7.1. "Mi profesor me tocó los pechos" .. 74 7.2. "Mi
padre me forzó muchas veces" .. 78 7.3. "Un desconocido me abordó en la
calle" .. 80 7.4. "No lograba separarme de aquel hombre" .. 82 7.5. "Al volver
de Francia, había cambiado" . 84 7.6. "Un hombre me atacó en la escalera" 87

95 Págs.

7.7. "La niña era obligada a prostituirse" 89 7.8. "Era un amigo que jugaba
con nosotras" . 90

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