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Cáncer: miedo existencial y

soledad.
 AUTOR: ANTONIO HERNÁN RUBIO
03/11/2018

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 Resumen
 Experiencia propia
 Visión desde la ciencia psicológica
 Visión desde la alimentación
 Visión desde la experiencia
 Integración de lo psicológico (académico), la alimentación y la experiencia
 Propuesta psicoterapéutica humanista integrativa
 Contener al enfermo
 Tomar una decisión: la capacidad de elegir
 La fuerza no sirve de nada. Los aliados, sí… Tenacidad frente a fuerza.
Perseverancia
 Soledad
 Integración del aprendizaje por la superación del cáncer
 Conclusiones
 Agradecimientos
 Bibliografía

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Resumen
El presente trabajo repasa las dimensiones más cercanas a una
persona con cáncer, con excepción de los procesos médicos, que no
son objeto de este trabajo. Alimentación, experiencias personales y
psicoterapia, todas enfocadas a la ayuda en un proceso de curación
de un cáncer. La alimentación y las experiencias personales están
incluidas por ser algo a lo que el enfermo de cáncer recurrirá un gran
número de veces, y el terapeuta necesita conocer este aspecto de la
vida del paciente.

La propuesta psicoterapéutica, enfocada desde la psicología


humanista, se aleja de la promoción del cambio, pues el paciente
oncológico se encuentra en estado de lucha, de sobrevivencia. En
este estado el cambio no es posible, pero sí lo es mejorar las
condiciones psicoemocionales del paciente para que estas coadyuven
a la curación de la enfermedad. Los frentes de tratamiento son:
contención, capacidad de elegir, tenacidad, resiliencia (elasticidad) y
transformación de la soledad. Se incluye una nueva técnica
terapéutica que he denominado «El psicoterapeuta se hace experto en
el paciente».

Palabras clave: cáncer, miedo, soledad, psicoterapia

Experiencia propia
Son las 12:00 de la mañana, allá por un 24 de marzo, el año da igual.
El sol está en lo alto, sin nubes de por medio. Es como si todo se
hubiera inundado de luz, aire fresco, serenidad y calma. Todo fluye.
Había decidido el camino terapéutico que seguir en mi proceso de
curación del cáncer, ya determinado el nombre «proceso de
curación». Desde el día del diagnóstico en firme me había esforzado
para conseguir información, elegir el orden entre cirugía y
quimioterapia, dónde me trataría el cáncer (centro público o centro
privado) y, cómo no, leer todo lo que uno se pueda imaginar sobre
supuestos «grandes descubrimientos censurados por las
farmacéuticas». Ya estaba decidido: quimioterapia, radioterapia con
quimioterapia y, si quedaba algo, cirugía.

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Son las 12:30 de la mañana, decisiones tomadas… Me dispongo a
ordenar el lavavajillas. De súbito, al asalto, un miedo atroz se apodera
de mí; la respiración se queda en un ciclo interno, entra mucho aire,
sale poco, estoy hiperventilando. La presencia de algo terrible es
inevitable; en ese momento, eterna. Es miedo, sí. Ahora lo puedo
sentir, sin duda es miedo…

Durante años de deporte en la montaña —escalada en roca— he


pasado por trances, digamos que duros; miedo a la caída escalando,
enredos en pared que parecían no tener fin, como aquella vez en el
Naranjo de Bulnes (Arriellú) cuando, aunque subimos, bajar fue otra
historia. Una historia que terminó casi en tragedia y con diez dedos
literalmente desollados. Episodios que uno superaba aparentemente
sin miedo, para luego, en la calma, aterrarse al ser consciente de la
dimensión de lo sucedido. Incluso miedo anticipatorio por las enormes
paredes de roca que iban a ser escaladas.

El miedo de aquel 24 de marzo era distinto, nunca lo había sentido


así. Pero… ¿cómo es que, sin haber sentido un miedo así, sabía que
era miedo? Me aparté de la tarea; los platos podían esperar, la vida
podía esperar, solo podía sentir aquello tan intenso y distinto, nunca
sentido por mí. ¿Nunca? ¿Qué podría ser? Estuve en el salón,
abatido, llorando como si no supiera llorar, como si nunca hubiera
llorado en mi vida, lloraba mal. Podría tratarse de ese miedo del que
tanto hablan los libros de psicología: el miedo existencial, el miedo
primigenio que motiva al bebé a modificar su temperamento y esencia
con tal de sobrevivir, de continuar existiendo. Sí, decido que aquel
miedo no puede ser otro que el miedo existencial, terriblemente
hondo.

Son las 8:00 de la mañana de un 6 de abril. Entro en quirófano, me


instalarán un reservorio subcutáneo para administrar la quimioterapia
sin tener que destrozar las venas. El cáncer se transforma en algo
visible, tangible, sin discusión alguna. Está aquí y ha venido a
presentar batalla. Ya soy un enfermo de cáncer.

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Históricamente, el cáncer está acompañado de la alta probabilidad de
morir. De esta forma, la integridad de la persona se ve amenazada en
todo su ser: peligra la existencia, el trascender, ganar o perder. La
posibilidad de morir hace que uno sienta que puede perder todo lo que
tiene —no solo lo material— y todo lo que podría tener en el futuro. En
mi caso, el pasado se veía difuminado; te das cuenta del tiempo
perdido, de los errores y de los desperdicios de vida cometidos. El
futuro no llega hasta muy lejos, desaparecen las medidas naturales
del tiempo: años, décadas, veranos e inviernos se sustituyen por unos
nuevos; cuando cicatrice, cuando pase el efecto de la quimioterapia,
cuando deje la quimioterapia y pase a radioterapia, etc. Un caos
tremendo en lo que a percepción del tiempo se refiere; la vida está
ordenada bajo la disciplina de las citas médicas, las estancias en el
hospital de día, otras terapias (de las que hablaré) y, cómo no, de la
psicoterapia en curso.

La temporalidad está en entredicho, ha cambiado. El día a día


consiste en atender a la enfermedad cada uno de los 86.400
segundos que tienen las 24 horas. La sensación es terrible; la mente,
aun ocupándose de otros asuntos, está asaltada por la presencia del
miedo. Te visitan amigos, parejas, hijos, familia; pasan un rato, te
atienden, se van, y de nuevo te quedas a solas con el único que no
fue invitado: tu cáncer. Ya lo sientes como tuyo, empieza a ser una
parte de ti. Mal compañero de vida es el cáncer, quiere echar a los
demás de tu lado. En este momento es cuando aparece la Soledad —
la pondré en mayúsculas por ser muy distinta a la habitual—. Es una
Soledad que podemos imaginar en aquellos que, condenados a morir,
son llevados ante los testigos que observarán cómo eres ejecutado.
Nada importa: público, amigos, familia… Eres el protagonista y no te
gusta. Es una Soledad para la que no hay solución.

El tándem Miedo-Soledad es muy eficiente, el miedo hace que


busques amor, la soledad que busques compañía. Ambas emociones
(soledad entendida como tristeza) se encaminan hacia el mismo
propósito: las relaciones interpersonales. Gestionar todo esto no es
sencillo. Si tú estás 86.400 segundos al día acompañado por el
cáncer, me pregunto: ¿cuántos segundos están las personas que te
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acompañan? Posiblemente pocos. No se puede pedir que te
acompañen todo el tiempo, sería injusto. El ser humano está
programado para huir del dolor. Podrán acompañarte durante ratos,
horas, incluso días, pero el instinto de sobrevivencia los obliga a
continuar con su vida. Te enfrentas a la Soledad tú solo, y… ¿cómo
manejar una soledad intensa? En mi caso, esto fue realmente
complicado. Mi vida era una continua soledad funcional, es decir, a
pesar de no haber muchas personas en mi vida o de no tener pareja
emocional. No me sentía solo. Acostumbrado a la soledad, se suponía
que tenía que dominar esta situación; al menos, eso creí. Por primera
vez en mi vida me tenía que enfrentar a este tipo de soledad y, aun
habiendo sido un gran solitario, el reto que se presentaba era grande.

Hasta ahora no he hecho más que exponer el estado psicoemocional


en el que yo me encontraba. Es posible que otros enfermos de cáncer
puedan dar un significado más allá de mis palabras. A quienes no han
pasado por ello, espero que les pueda haber llegado la emoción, el
sentir más allá de lo cognitivo, pues el objetivo de esta propuesta es
orientar al psicoterapeuta en la ayuda al enfermo de cáncer, para lo
cual considero que este no debe circunscribirse al mundo de lo
psicológico, de la psicoterapia; el enfoque debe ser global y de gran
implicación. De aquí que tratar a un enfermo de cáncer no sea tarea
sencilla, pues requerirá de un esfuerzo extra por parte de todos.

La tríada que se debe tratar es: miedo, soledad y… falta una, tiempo.
Para escapar del miedo, el amor es casi la única solución; de la
soledad, el amor otra vez. ¿Y del tiempo? El tiempo no se puede
estirar o encoger; el tiempo es contundente, cruel, tranquilo unas
veces, alocado otras. Podemos sentir amor de otros y esto, sin duda,
nos aliviará, nos acompañará y podremos «pasar el rato». En el caso
de esta enfermedad, por silente que sea, es omnipresente. Esto
provoca que el enfermo sienta sed afectiva de forma constante, pues
el Miedo y la Soledad en ningún momento llegan a desaparecer (claro
está que cada persona es diferente y cómo viva y sienta las
emociones no se escapa a esta individualidad). ¿Cómo solucioné yo
estas necesidades? Ante la escasez de amor, opté por un amor que
siempre se puede sentir: el amor por uno mismo, el autocuidado.
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Sentirse a sí mismo frente al cáncer es tomar partido por uno mismo o,
lo que es igual, amarse. Además, no delegar la responsabilidad sobre
tu curación es, en sí, un gesto de amor sobre y hacia ti —ya ahondaré
más en esto como modelo terapéutico—.

Otra dimensión es el tiempo, el futuro ha quedado desdibujado,


indefinido; un año puede ser mucho o nada. Mucho si es para soportar
la quimioterapia, nada si es lo que te queda de vida. En mi caso,
llegué a pensar: «Un año de vida… Bueno, no está mal. Al menos no
me voy a morir la semana que viene» y, casi al mismo tiempo: «No lo
voy a soportar, seis meses más de quimio y radio… Pero ¡si ya estoy
fatal! ¿Para qué continuar?». Durante la enfermedad, algunas de las
palabras que más oí fue: «poco a poco». Parece que el tiempo es
fundamental en el proceso. Paciencia, esperanza, futuro… Pero el
enfermo de cáncer tiene prisa, nadie quiere estar mucho tiempo con
esa enfermedad, nadie se saca una abeja de debajo de la camisa de
forma pausada y «poco a poco». ¿Cómo manejar la prisa del
enfermo? ¿Cómo integrar ese «poco a poco»? Lo pude resolver con el
establecimiento de metas parciales que, en mi caso, fueron semanales
—aún ahora mi percepción de la vida ha pasado de la unidad «año» a
la unidad «semana»—: cumplir los objetivos de la semana, llegar a la
siguiente, superar los diez días de bajón de la quimioterapia, «el
jueves estaré de subidón». Para mí fue muy importante conseguir esta
capacidad: la de trocear el tiempo en unidades manejables, tan
manejables que, incluso hoy en día, prefiero la «semana» al «mes».
Todo esto no habría llegado sin algo muy importante para mí, y lo
pongo todo en mayúsculas: saber que podía ELEGIR. Creo que esta
fue la principal herramienta: sentir que realmente podía elegir. Desde
el principio, los amigos, los conocidos, elogiaban mi fuerza y me
decían: «Eres fuerte, lo superarás, ganarás al cáncer». Nunca lo sentí
así, nunca me sentí fuerte, prefería sentir que yo elegía mi camino,
vivir, y que sería tenaz con mi decisión. Aun en momentos terribles de
flaqueza, cuando la tenacidad, el valor y la fortaleza parecen
abandonarte, es la persistencia de la tenacidad la que viene a
recordarte que un día hiciste un contrato contigo mismo. En ese
contrato solo existía una cláusula, ¿la adivinas? Efectivamente: vivir.

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A continuación, expongo distintas formas de contribuir al proceso de
curación: desde la psicooncología hasta las lecturas de experiencias
vividas por enfermos de cáncer. He elegido títulos emblemáticos, pues
la literatura al respecto es muy amplia. El cáncer es un tema de gran
significado social, más aún ahora que están despuntando las
estadísticas sobre la prevalencia de esta enfermedad.

Visión desde la ciencia psicológica


Este capítulo está fundamentado en el libro del doctor en psicología,
D. Juan Moisés de la Serna: Psicooncología. Ayuda psicológica para
pacientes con cáncer. D. Juan Moisés de la Serna es doctor en
Psicología, máster en Neurociencias y Biología del Comportamiento y
especialista en hipnosis clínica, reconocido en 2010 por el
International Biographical Center (Cambridge, Reino Unido) como uno
de los cien mejores profesionales de la salud del mundo. Desarrolla su
labor docente en distintas universidades nacionales e internacionales.

Su libro recoge y repasa las principales dimensiones psicológicas que


afectan a un enfermo prototípico de cáncer. Exento de opinión
personal, Juan Moisés se ciñe a la pulcritud del método científico:
estudios aleatorios, experimentos con metodología de «ciego» y
«doble ciego», estadísticos, etc. A modo de perspectiva, los títulos de
los capítulos son:

— La tasa de regeneración celular

— Factores desencadenantes del cáncer

— Relación del cáncer con el estrés

— El cáncer y su relación con la psicología

— La labor del psicooncólogo

— Conclusiones

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Si bien el texto no defrauda, en mi opinión, comete el error de
confundir «ayuda psicológica» con «conocimiento psicológico»
(psicooncológico). Es decir, se trata de un texto académico cuyo
objetivo es la ayuda al profesional, no al enfermo, pues aporta
información sobre el mundo del cáncer y la psicología oncológica y se
reduce a la mera exposición de conocimientos e investigaciones
recientes.

No me entretendré en exponer los primeros capítulos. En ellos se


hace un repaso de los distintos factores y mecanismos que tiene el
cuerpo para defenderse, mejorar, enfermar o adaptarse a sus nuevos
avatares de la vida: hormonas, protohormonas, sistemas complejos,
glándulas, cerebro… También hace un repaso a los distintos factores
que pueden desencadenar un cáncer: alteraciones en el ADN,
heredabilidad, estrés oxidativo, estilos de personalidad, big five y otros.
De ello extraigo el siguiente párrafo:
«Los datos concluyen que los pacientes oncológicos muestran mayores
puntuaciones en la categoría «apertura a la experiencia», mostrándose estos
como conciliables, responsables, moderadamente estables emocionalmente,
abiertos y extrovertidos, siendo estos rasgos más marcados en mujeres frente
a hombres. Resultados que coinciden con los datos que correlacionaban a los
pacientes oncológicos con la personalidad tipo C, donde se muestran más
«positivos» de lo que son, de cara a los demás, siendo extrovertidos y
abiertos, cuando en realidad están «ocultando» sus vivencias negativas, el
dolor o el sufrimiento que padecen, o los conflictos que tienen, impidiendo
que nadie sepa de ello. Aspecto que en ocasiones entorpece la comunicación
médico-paciente, al dificultar el conocer cómo va evolucionando realmente el
tratamiento»
(De la Serna, 2017).

No solo este autor apunta a la relación entre personalidad y cáncer.


Otros muchos, avalados por estudios científicos, subrayan esta
relación sin que nadie atribuya a la personalidad responsabilidad
―determinante― en la generación de tumores. Por el contrario, sí
puede haber responsabilidad en la facilitación de la propagación de los
tumores. En el libro de David Servan-Schreiber (2007), Anticáncer: Una
nueva forma de vida, de éxito mundial, hay aportaciones en las que
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cáncer y estrés se ven íntimamente relacionados, como he dicho,
nunca como agente causal. Es importante subrayar esto, ya que el
estrés es percibido en muchas ocasiones como un rasgo de la
personalidad. Muchas personas creen que es una forma de
enfrentarse a las situaciones de la vida y, como el estrés sí puede ser
un agente coadyuvante en la etiología del cáncer, podría creer el
paciente que todo cáncer es responsabilidad de la persona que lo
padece, produciéndose así un sentimiento de culpa que, al igual que
el estrés, es contrario a la curación. Estrés y culpa son agentes que
van en contra de la curación: el primero, como agente desestabilizador
del organismo; el segundo, por ser agente promotor de una depresión
que disminuye la capacidad del sistema inmunológico.
Llego a un punto crucial respecto al estrés. Serna (2017) indica el
descubrimiento del circuito que relaciona cuerpo y mente a través del
sistema PNIE (PsicoNeuroInmunoEndocronologíco), donde psique,
sistema inmunitario y sistema endocrino se ven interrelacionados.
Cualquier alteración en uno de ellos afecta a los otros dos con la
misma valencia; lo que es malo para uno es malo para los otros. Da
paso al concepto de distrés; el estrés que, siendo crónico, causa
daños en la salud, pues afecta negativamente al buen funcionamiento
del sistema inmunológico y endocrino (el estrés bueno es denominado
«eustrés», que es el estrés agudo, el que nos protege de los peligros,
el adaptativo).

Varios estudios realizados por distintas universidades, centros de


investigación y hospitales, todos sin excepción, encuentran correlación
entre el estrés y el cáncer; insisto, no como agente causante, pero sí
facilitador, tanto de la orogénesis como de los procesos de metástasis.
Sin duda, algo tendrá que decir al respecto la psicología, principal
ciencia encargada de tratar el estado psicoemocional de las personas.
El tratamiento del estrés crónico (el distrés) será, pues, el objetivo de
la psicoterapia.

Estudios sobre la comorbilidad entre el estado psicopatológico y el


cáncer arrojan esta muy significativa dimensión, y cito:

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«Los resultados muestran que el 51,8 %  de los pacientes oncológicos que
reciben quimioterapia además están siendo medicados por problemas
psicológicos. De ellos el 90,5 % reciben tratamiento asociado con los
trastornos de ansiedad; el 59,6 % asociado al trastorno de depresión mayor y
el 8,2 %  a trastornos psicóticos»
(De la
Serna, 2017).
Algo más de la mitad de los enfermos de cáncer están siendo tratados
por problemas psicológicos, posiblemente asociados al cáncer.
Ansiedad y depresión son los principales. El Dr. De la Serna propone
una intervención psicoterapéutica enfocada a mejorar las condiciones
emocionales y la adherencia a los tratamientos. Algunas terapias son
tremendamente duras; adherirse a algo que parece matarte —más
aún que el cáncer— es complicado, va contra natura. Es como
pretender adherirse a un veneno mortal, esa es la sensación. En su
libro, el doctor propone varios tipos de psicoterapia, entre ellos: terapia
narrativa con mindfulness, terapia familiar, terapia CALM (Managing
Cancer and Living Meaningfuly) y terapia de la dignidad. Las dos
primeras, encaminadas a personas en estados no terminales; las
segundas, a enfermos en estado terminal. Ninguna de ellas toma
como principal argumento la consecución de un estado
psicoemocional propicio para hacer frente al cáncer. Lo que pretenden
es hacerlo más llevadero, estar mejor, paliar los trastornos
psicológicos, dejando al azar los posibles beneficios para la curación.
A modo de resumen, el doctor en psicología resume los resultados de
las investigaciones en la siguiente frase:

«… indicándose que no existe relación directa entre la intervención


psicoterapéutica y un incremento en la supervivencia del paciente»
(De la
Serna, 2017).
En el texto no queda clara esta frase, tema que consulté directamente
con el doctor De la Serna. Este me indicó que la frase debe
entenderse así: que la intervención psicoterapéutica, por sí misma, no
incrementa la sobrevivencia del paciente, pero sí coadyuva si está
combinada con las terapias médicas. Es decir, la psicoterapia ayuda

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en la curación si, además, se realizan otras intervenciones médicas.
De este modo, la psicoterapia se plantea como herramienta para
mejorar la calidad de vida del paciente y que la mayoría de los
pacientes reconozca como satisfactoria.

En la línea psicoterapéutica del doctor De la Serna, las técnicas más


utilizadas son: terapia de duelo, silla vacía, de espiritualidad, «dejar
ser», «aquí y ahora» (para pacientes terminales), conductistas
(planificación de actividades, relajación), cognitivas (reestructuración
de creencias, imagen, inoculación de estrés, intervención en crisis) e
hipnosis. Intervenciones todas ellas encaminadas a la mejora del
estado psicoemocional y, por tanto, coadyuvantes en la curación.
Ninguna promueve directamente el cambio, sino que este queda a la
espera de lo que produzcan los insights sobrevenidos.
Bajo la mente consciente del enfermo recuperado de cáncer está el
miedo a la recaída. Las recidivas son posibles. A este miedo se le
atribuye el nombre de «síndrome de Damocles», sin duda, muy
apropiado. En el texto se explica que las personas con una mayor
tendencia a una respuesta emocional (hacer frente a los problemas)
son quienes más dificultades presentan para superar las recaídas, y
las personas enfocadas cognitivamente en el problema son las más
resilientes. Aquí aparece el reto para la PHI: ¿una terapia enfocada en
la emocionalidad mermaría la capacidad de superación? Y, de ser así,
¿cómo superar el miedo, la impotencia y el distrés, cuando estos
sobrepasan la capacidad de respuesta cognitiva? ¿Debería la PHI
aparcar temporalmente las herramientas emocionales?

Visión desde la alimentación


Os preguntaréis qué pinta aquí la alimentación. Bueno, eso puede ser
porque no hayáis pasado por un cáncer. Entre otras muchas cosas, el
tema de la alimentación es algo a lo que muchos recurren cuando son
diagnosticados de cáncer. La alimentación es una aportación que el
enfermo puede controlar (al menos, en teoría), algo con lo que se
puede ayudar a la curación: alimentación específica, naturopatía,
homeopatía, etc.

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De ahí que considere importante que el psicoterapeuta conozca algo
al respecto, al menos, para comprender lo que el paciente puede estar
demandando. No entraré a reproducir lo que unos u otros autores
recomiendan sobre productos, nutrientes, formas de cocinar, etc. Sí
diré lo que he visto común en todos ellos:

— Que la alimentación puede prevenir el cáncer.

— Que la alimentación coadyuva a la curación, pero no es un método


de curación.

— Que es mejor la alimentación cercana a la vegetariana, incluir


pescado es beneficioso.

— Que hay que evitar azúcar (o hidratos de carbono de alto índice


glucémico), grasas animales y grasas trans. Se debe evitar la comida
industrial.

— Que existen compuestos de especial incidencia en el cáncer y se


pueden conseguir concentrados (normalmente, en herbolarios).

Estos han sido los dos libros superventas consultados:

— Fernández, Odile (2015). Guía práctica para una alimentación y vida


anticáncer.
— Servan-Schreiber, David. (n. d.). Anticáncer: Una nueva forma de vida.
El de la doctora Odile Fernández, española, es más fácil de seguir y
de entender por su cercanía cultural y gastronómica; los platos, los
productos y las sugerencias son «más nuestros». Sin duda, es un
texto que se puede recomendar a un paciente y que, como expondré,
colabora a que este tome responsabilidad en su proceso de curación.

En estos dos textos, los autores también abordan la dimensión


psicológica de la enfermedad (con más intensidad, el doctor David
Servan). La cuestión es: si los libros sobre una dieta anticáncer hablan
de psicoterapia, ¿cuánto de importante será la psicología?
Imaginemos que en un tratado de psicooncología encontrásemos
varios capítulos sobre cocina; igual no estaría tan mal, ¿verdad? Con
esto pretendo llegar a que la alimentación y otros muchos tratamientos

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coadyuvantes pueden ser utilizados para los objetivos de la
psicooncología (reiki, acupuntura, meditación, masaje, visualización
creativa…), pues muchos de ellos, si no todos, tienen una importante
componente psicológica.

Quiero incluir lo que para mí es la esencia del libro de la doctora Odile


Fernández (libro muy recomendable para todos). Tanto si eres el
psicoterapeuta como si eres el paciente, conocer y estar de acuerdo
en temas tan sensibles como la alimentación que nos acercará a la
curación es, sin duda, un gran paso hacia un buen vínculo terapéutico.
Reproduzco un fragmento del libro de la doctora:

«Una alimentación preparada con alimentos frescos y ecológicos, en


la que predominen vegetales, frutas, frutos secos, semillas, algas, setas,
legumbres y cereales integrales, nos ayudará a mantener alejada la
enfermedad. En esta dieta deben cobrar protagonismo ciertos alimentos que
contienen sustancias denominadas fitoquímicos, identificados como
auténticos agentes anticáncer y sin efectos secundarios. Los fitoquímicos son
los responsables del sabor, color y olor de frutas y vegetales. Hablamos de la
quercetina de las cebollas, del ajo y las manzanas, de la curcumina de la
cúrcuma, del licopeno del tomate, del ácido elágico de los frutos rojos, del
resveratrol de la uva y del vino tinto, de los carotenos de las zanahorias y la
calabaza, del sulforafano y el indol-3-carbinol de las crucíferas, de las
catequinas del té verde, de los terpenos presentes en las plantas aromáticas,
etc».
(Fernández, 2015).

La doctora también habla del ejercicio físico: existen estudios


científicos que avalan la buena influencia del ejercicio en el proceso de
curación y en la evitación del cáncer (Fernández, 2015), así como en
el estado psicoemocional del enfermo.

Disponemos, de momento, de dos ejes de actuación: alimentación y


ejercicio. ¿Será la psicoterapia el tercer eje? Dice la doctora
Fernández que «las quejas más frecuentes del enfermo oncológico
son depresión, ansiedad, fatiga, dolor, náuseas y vómitos». Vemos

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que dos de las seis quejas son declaradamente objetivos de la
psicoterapia, siendo la fatiga y el dolor susceptibles de ser mediadas a
través de la psicología. Sí, parece que todo apunta a que la
psicoterapia es el tercer eje que estábamos buscando.

La doctora habla de un término que nos resulta familiar: «integrativa».


Propone una «oncología integrativa», en la que incluye estos tres ejes
al tratamiento médico de la enfermedad. Este tipo de intervención ya
se está realizando en algunos hospitales de Estados Unidos (MD
Anderson Cancer Center de Houston), donde, por ejemplo, se sabe
que el yoga y la meditación mejoran los procesos de curación.

Por otro lado, el doctor Servan-Schreiber y la doctora Fernández


coinciden en el perfil psicológico del paciente de cáncer. El doctor
propone un tipo de personalidad proclive a padecer cáncer, el
denominado tipo C: persona que, aun viéndose exteriormente feliz,
activa y despreocupada, por dentro lleva un gran dolor, acallándolo y
reprimiendo su expresión. Si bien en la psicología moderna se
abandonan los patrones de personalidad, existen descriptores
generales que ayudan a la comprensión de una personalidad
prototípica. La PHI no está exenta de estos modelos y seguro que al
describir la personalidad «propensa» al cáncer nos hace saltar las
alarmas y recordar modelos de la PHI (en lo que no quiero entrar),
más aún al hablarnos de una personalidad que «entierra» su mundo
emocional ante las miradas de los demás. Hablando de emociones
reprimidas, arcaicas quizá, en el libro del Dr. Servan-Schreiber llama
la atención una metáfora: el juego «tocado hundido» (juego de los
barquitos), que hace referencia a que el cáncer bien puede abrir viejas
heridas arcaicas no sanadas, algo que también nos resulta familiar en
la PHI. Dice textualmente:

«La primera herida, la de la infancia, es difícil de soportar pero manejable.


Cuando un segundo golpe da justo en el mismo sitio, puede venirse abajo
toda la estructura física y psíquica…»
(Servan-Schreiber, n. d.)

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Seguro que le podemos poner unos cuantos «peros», aunque ese no
es el objetivo. Lo que extraigo de este fragmento es que el cáncer
puede ser incluso una oportunidad para observar los daños en la
infancia temprana del enfermo. De ahí la tremenda importancia de
que, en caso de existir psicoterapia, esta sea extremadamente
respetuosa, pues la herida puede estar abierta (quizá lo estará, pues
padecer cáncer es, sin duda, muy intenso).

En el laboratorio del profesor Martin Seligman de la Universidad de


Pensilvania, se realizó un experimento que consistía en medir la
sobrevivencia de los enfermos de cáncer en función del tipo de estrés
al que eran sometidos. El estudio se realizó con ratas. Todas ellas
fueron inoculadas con células cancerosas muy activas: a un grupo no
se le estresaba con nada externo; a otro grupo se le estresaba y no se
podía influir en el agente (descargas eléctricas), y el tercer grupo, aun
con descargas, las ratas podían evitarlas a través de una palanca. Los
resultados fueron reveladores: las ratas sin estrés obtuvieron una
sobrevivencia del 54 %; las ratas con descargas sin poder controlar,
un 23 %, y las ratas con descargas que podían ser controladas, un
63 %. Algo que en la PHI no podemos dejar pasar es que los
resultados obtenidos demuestran que hay una diferencia del 40 % en
tasas de sobrevivencia si actuamos frente al estrés que supone el
cáncer y su tratamiento médico. Intervenir en paliar el estrés que la
enfermedad (y sus dimensiones) causa al enfermo aumenta su
sobrevivencia en un nada despreciable 40 %. Será, pues, objetivo el
reducir el estrés; aun sin conseguirlo completamente, el estudio reveló
que los efectos eran los mismos.

Visión desde la experiencia


Los libros más emotivos y algunas veces más reveladores son los
que, desde su historia personal, cuentan cómo vivieron el cáncer sus
autores y cómo lograron superarlo. Extraeré fragmentos y
conclusiones sobre dos libros: uno, el ya mencionado del doctor
Servan-Schreiber; otro, enteramente ceñido a lo personal, a través del
relato de una vivencia muy dura y una sobrevivencia épica, El mundo
amarillo de Albert Espinosa. El autor nos propone ciertos trucos y

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conceptos que a él le sirvieron para superar diez años de tratamientos
y de idas y venidas al hospital. Desde los 14 hasta los 24 años, su
vida fue un continuo vivir en la enfermedad, el legado a la
incineradora; una pierna, un pulmón y un pedazo de hígado.

Ingeniero y guionista, también zurdo y adorador de lo humano. Si bien


no es psicólogo, Albert propone desde su perspectiva trucos,
mensajes, experiencias reveladoras y, lo más importante, el
«descubrimiento» de los Amarillos, personajes que nos vamos
encontrando en la vida y que, sin saber el porqué, nos influyen de
manera positiva: bien sea en una conversación de un minuto, bien
durante toda la vida, pues son atemporales. Su libro El mundo
amarillo toma como eje vertebrador el poema de otro zurdo, Gabriel
Celaya, quien, como él, fue ingeniero y a la postre escritor.
Reproduzco aquí el poema, pues considero que será de ayuda para el
objetivo de este trabajo:
No cojas la cuchara con la mano izquierda.
No pongas los codos en la mesa.
Dobla bien la servilleta.
Eso, para empezar.
Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.
¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?
Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero.
Eso, para seguir.
¿Le parece a Ud. correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.
No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto.
No bebas. No fumes. No tosas. No respires.
¡Ay sí, no respires! Dar el no a todos los «no»
y descansar: morir.

Aquí, el relato y lamento de una persona que, sin conocer la psicología


humanista, describe en primera persona mandatos, impulsos,
permisos… ¿Qué habrá llamado la atención a Espinosa para tomar
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este poema como guion? Quizá el cáncer acerca a las personas a su
espiritualidad, obliga a la reflexión, a buscar dentro de sí fuerzas y
motivos para vivir. ¿Son los grandes dramas de la vida catalizadores
para la reflexión? Puede ser, pues también otros dramas han
originado esto mismo, incluso han dado origen a toda una corriente
psicológica. Es el caso de Viktor Frankl, quien en su libro El hombre en
busca de sentido intenta responder a la siguiente cuestión:
¿Cómo afecta el día a día en un campo de concentración en la mente,
en la psicología, del prisionero medio? (Frankl, 1946-1962).

Desde mi experiencia como enfermo de cáncer, veo semejanzas entre


lo que pudo ser estar prisionero en un campo de concentración nazi y
padecer cáncer. La sensación es de que tu vida está en otras manos,
lo silente del avance de un cáncer bien podría ser la intención oculta
de los captores del campo. Como hemos visto con los ratones del
profesor Seligman, reducir el estrés (o poder actuar contra él) aumenta
la capacidad de sobrevivencia. A su vez, de la psicología transaccional
conocemos la importancia de los mandatos e impulsos en lo que a la
adaptación egosintónica se refiere. ¿Mediar en los mandatos e
impulsos reducirá el estrés? Dejo una frase de John Bradshaw (1990)
en su libro Volver a casa, donde da forma a un constructo denominado
«niño interior». ¿Nos suena? Reproduzco la frase y la dejo para la
reflexión:
La suerte de los que vivieron el horror de un campo de concentración
es que podían odiar a sus captores, en cambio, el niño no tiene más
remedio que amar a los suyos, sus padres (Bradshaw, 1990).

Albert Espinosa (2010) propone una humanización del entorno afecto


a la enfermedad: familia, médicos, enfermeros, celadores (muy
importantes) y, cómo no, personas hermanadas por el cáncer (él decía
que tenía hermanos de fuera y de dentro del hospital). La hermandad
entre los enfermos, según Albert, promueve la curación, incluso la
inmortalidad de cada uno de ellos, pues la vida del que muere es
repartida entre quienes se quedan en la lucha.

En muchas ocasiones, tanto enfermos como cercanos hablan de la


«fuerza» para vencer al cáncer: «Sé fuerte, lucha, eres un campeón,

17
poco a poco…». Como vemos, están muy relacionados con los
mandatos e impulsos:

«No hay claves para vencer al cáncer, no hay una estrategia secreta. Tan
solo debes escuchar tu fuerza, crear tu lucha y dejarte guiar»
(Espinosa, 2010).

Pero nos sorprende con otra afirmación aparentemente opuesta, pues,


si la primera habla de fuerza, lucha y guía, esta segunda habla de
sueños y creación:

Si crees en los sueños, ellos se crearán. Creer y crear son dos


palabras que se parecen y se parecen tanto porque en realidad están
cerca, muy cerquita. Tan cerquita como que si crees, se crea
(Espinosa, 2010).

Albert nos relata 23 descubrimientos que hizo durante sus diez años
de enfermedad; algunos podrían parecer absurdos, otros no tanto. No
me entretendré en citarlos, pero recomiendo su lectura, sobre todo si
eres enfermo de cáncer, ya que te pueden ayudar. Sí considero
necesario, al menos, citar el centro y título de su libro, los Amarillos,
que define así:

«Dícese de aquella persona que es especial en tu vida. Los amarillos se


encuentran entre los amigos y los amores. No es necesario verlos a menudo o
mantener contacto con ellos. La forma de relacionarse con los amarillos es el
cariño, la caricia y el abrazo. Consigue privilegios que antes estaban en
posesión solo de la pareja»
(Espinosa, 2010).

Si como psicoterapeuta vas a tratar a un enfermo de cáncer, a


ayudarlo para propiciar las mejores condiciones psicoemocionales
posibles, te recomiendo la lectura de este libro, pues, si bien es muy
personal y, por tanto, difícilmente aplicable a los distintos enfermos y
los distintos tipos de cáncer, la práctica artística de la psicoterapia te

18
ayudará a adaptar conceptos y meditaciones que podrás leer entre
líneas. Sería bueno que un psicoterapeuta se convirtiera en un
Amarillo para su paciente.

Extraigo e interpreto, desde la PHI, algunas frases y recomendaciones


de Albert para, como dice él, vivir con los Amarillos. (Todas las frases
corresponden a su libro de 2010. Para facilitar la lectura y no
entorpecerla con continuos paréntesis referenciales, los omito).

«Los amarillos son reflejos de uno, en ellos están parte de nuestras carencias
y el conocerlos hace que demos un salto cualitativo en nuestra vida».
De esta forma, Albert está indicando que los Amarillos pueden ser, a
través del vínculo, personas que nutran nuestras carencias
(reparentamiento).

«Como decía un psicólogo del hospital: La suerte es ser como eres. La


desgracia es no poder entender cómo es la otra gente».
En esta sentencia se potencia y valora el ser, sin más adornos. No hay
que ser de ninguna manera; simplemente, ser. También habla de la
desgracia de no entender a otras personas; es decir, de la incapacidad
de empatía o de descentramiento, origen y precursor de muchos
trastornos de la personalidad.

«Recuerdo que en el hospital nos acariciábamos. Era algo natural, normal».


El contacto físico, la transmisión de caricias no verbales… ¿Qué dirían
Alexander Lowen, Reich o Perls sobre la importancia del contacto
físico? Vital en la PHI en forma de reconfortamiento y como forma de
comunicar el estado de presencia del psicoterapeuta.

«Ver despertar a alguien es media vida amarilla. No tiene por qué ser en la
misma cama, puede ser en dos camas, pero es importante conseguir ese
clima, donde cada amarillo duerma y cada amarillo despierte siete u ocho
horas después».
Albert hace mucho hincapié en el dormir junto a alguien para mejorar
las cualidades de la hermandad de los Amarillos. Dormir junto a
19
alguien puede ser algo grabado en nuestro ADN, pues en el paso de
la noche es cuando los grupos primitivos se cierran en sí mismos, es
donde la seguridad que ofrece el grupo se hace tangible (vínculo
terapéutico).

«No es posible que alguien sea amarillo tuyo y tú no signifiques nada para la
otra persona; la relación es biyectiva».
Sin duda, la referencia a la PHI es innegable. Es bueno que el
psicoterapeuta también aprenda del paciente, valorando así la
relación.

«La muerte es el fundamento del mundo amarillo. El mundo amarillo se basa


en saber que puedes perder y puedes ganar. Esta vida trata de eso: de perder
y de ganar. Habrá épocas en las que solo perderás, así que recuerda que
hubo un tiempo en el que solo ganaste».
Una frase realmente dura: la aceptación de la muerte significa hacer el
duelo existencial de uno mismo, ¡aun estando vivo! Pero no todo es
morir, la mayoría de los enfermos de cáncer sobreviven. Desde el
punto de vista de la vida, esta frase puede servir para entender que, si
la vida está compuesta de polaridades (concepto gestáltico), optar por
la polaridad «ganar» es una opción posible.

Integración de lo psicológico (académico), la


alimentación y la experiencia
Desde los tres grandes enfoques de ayuda al tratamiento del cáncer
(psicooncología, nutrición y experiencias personales), excepto la
medicina occidental, obtengo un resumen común a todas ellas: el
estado psicoemocional de la persona que se enfrenta a la dura tarea
de librarse de un cáncer es importante y determinante.

El Dr. De la Serna nos cuenta cómo el distrés es un agente


favorecedor de la progresión de un cáncer y cómo la psicoterapia
puede ayudar a obtener mejores resultados y mejorar la calidad de

20
vida. La Dra. Fernández hace un repaso concienzudo sobre la
alimentación para prevenir el cáncer y para ayudar a sanar, al igual
que el Dr. Servan-Schreiber al hablar largo y tendido sobre la
importancia del sentimiento de impotencia, desesperación y estrés
como agentes que dificultan el proceso de curación, personalidades
propensas a contraer la enfermedad y actitudes provida durante el
proceso de sanación. De lo personal, el ingeniero Albert Espinosa nos
ofrece una curiosa, inteligente y original propuesta para afrontar el
cáncer: sus 23 consejos y la búsqueda de los Amarillos.

Medicina, nutrición y psicología: los tres jinetes contra el cáncer, que


no los únicos, pero probablemente los más determinantes. Mi labor:
aportar una propuesta psicoterapéutica para los enfermos de cáncer,
obtenida, como no puede ser de otra manera, de mi formación como
psicólogo y psicoterapeuta de la PHI, así como de mi condición de
enfermo de cáncer.

La cronicidad de la enfermedad, el aumento del riesgo por recidiva, así


como mantener cambios en la nutrición y la salud psicológica hacen
imprescindible que estos se mantengan en el tiempo, que se dé un
verdadero compromiso entre el paciente y su vida, al menos durante el
proceso de curación. Conocedores de lo complicado que resulta
cambiar un guion de vida, se ve necesaria la intervención de un
profesional para actuar en la forma que propongo como línea
psicoterapéutica. El guion de vida del paciente podrá, o no, cambiar
durante el proceso de curación del cáncer, pues, como mostraré,
durante la enfermedad el objetivo no será el cambio, sino el
aprovechamiento de lo preexistente. Quizá durante el proceso agudo
de la enfermedad sea suficiente con impulsar un contraguión
coadyuvante a la curación.

En los textos consultados no se abordan de manera significativa los


dos objetivos de este trabajo, miedo existencial y soledad, que pasaré
a denominar Miedo y Soledad. Desde mi experiencia como enfermo
de cáncer, lo primero que experimenté fue Miedo. Un miedo tan
profundo que apenas se siente conscientemente. Algunos enfermos
hablan de desesperación, angustia, miedo, terror… El miedo

21
existencial es distinto a estos, es algo que ya emergerá en forma de
necesidad. Necesidad de alimento, de cuidado, de auxilio, de ser
admitido, pues fue su primera forma de manifestación allá en el
comienzo de la vida. Posiblemente de aquí surja la necesidad de
saciar cualesquiera, o todas, las necesidades arcaicas insatisfechas
legítimas (NAIL), recurriendo a las herramientas (ahora inconscientes)
que en su día diseñó y eligió el paciente para procurar satisfacerlas
(fundadoras del guion de vida).

La otra dimensión es la Soledad. Muchos de los conocidos, amigos o


incluso familia, al conocer la noticia se alejan; algunos no soportan el
contacto con el dolor; otros, simplemente, no saben qué hacer. La
soledad se ve acrecentada por la perspectiva egocéntrica del enfermo,
pues, sin remedio, al igual que un bebé, el centro de su mundo no
puede ser otro que sí mismo. El cáncer obliga al enfermo a
permanecer continuamente consigo mismo, la vida está en juego y es
lo más importante, el resto de las cosas pueden esperar. De este
modo, la compañía de otras personas puede no llegar a ser percibida
como suficiente para aliviar la soledad. El enfermo de cáncer
permanece en un estado tal que los demás se perciben como
visitantes que entran y salen de su vida, pues él está en un continuo
estado de necesidad.

Propuesta psicoterapéutica humanista


integrativa
Propongo un modelo de actuación, no para entender la enfermedad, ni
el estado psicológico del enfermo. Esto sería muy complicado, debido
sobre todo a que la vivencia de la enfermedad es sentida de manera
particular. Al comprometer la existencia y la pertenencia, se ciernen
sobre el enfermo dos posibilidades de desaparición: una, la
desaparición del grupo, la no pertenencia; otra, la desaparición de la
propia existencia, de la realidad, desaparecer como individuo,
perdiendo todo lo que tiene y todo lo que pudo haber tenido.

Así, el modelo de actuación debe entenderse como una propuesta


psicoterapéutica, que ayude y oriente al terapeuta a sostener y

22
mejorar las condiciones psicoemocionales para que estas coadyuven
a la curación del cáncer, objetivo principal y casi único en el momento
presente del enfermo. No es tiempo de resolver problemas arcaicos,
mandatos o impulsos, ni el guion de vida. Es momento de aprovechar
aquello de lo que dispone el paciente para, desde ahí, construir un
frente de ataque a la enfermedad.

Quiero hacer una puntualización muy personal. Durante mi proceso,


muchas personas se acercaron a darme consejos, describir remedios
milagrosos y, cómo no, dictar cómo debía ser mi relación con el
cáncer, con los tumores. Unos opinaban que había que amar el
cáncer, que era algo que había venido para enseñarme; otros, que
debía odiarlo, pues me podía matar literalmente. Soy más de esta
última opinión: yo odiaba a mi cáncer, mucho, con toda mi alma y,
aunque la moda de esta new age es amar a todo, me negaba y me
niego a amar algo cuyo objetivo es suplantar al anfitrión, para lo cual
el anfitrión debe morir. Es mejor respetar el sentimiento que sobre el
cáncer tenga el enfermo; al fin y al cabo, es dueño de él. Aprovechar
el odio o el amor, no perdiendo nunca la premisa más importante de la
PHI: el respeto a la persona.
El modelo psicoterapéutico que propongo se centra en la persona que,
teniendo cáncer, tiene opciones de superarlo, para lo cual propongo
distintas herramientas, enfoques de aprovechamiento y dirección de la
energía disponible. No recomendaré nada en el caso de una muerte
inevitable, pues mi estado emocional no me permitiría abordarlo. He
de cuidarme.

Contener al enfermo
Es muy distinto si el enfermo de cáncer es diagnosticado mientras
está inmerso en un proceso de psicoterapia o acude a psicoterapia
buscando ayuda por la enfermedad. En el primer caso, obtendremos
una ventaja: conocemos su Yo existencial previo a la enfermedad y
posiblemente ya exista vínculo terapéutico. Si no se conoce al
paciente más que a raíz de la enfermedad, pues llega a nosotros por
el tema específico del cáncer, recomiendo no detenerse mucho tiempo
en conocer el «antes» del paciente (lo iremos descubriendo), pues el

23
estado en el que se encuentra es apremiante, al menos así lo sentirá
el paciente. Es de vital importancia generar un vínculo terapéutico lo
más rápidamente posible, el psicoterapeuta puede recurrir a su
historia personal o a la de algún allegado (de elección por el
terapeuta). La prisa de un enfermo de cáncer me la ilustró con mucha
certeza una médico, a quien acudí en busca de «otras» ayudas. Él
mismo había superado un cáncer y me dijo: «Sentí como si mi reloj de
vida fuese a toda pastilla, mientras que el reloj de los demás fuese a
un ritmo injustamente lento». ¡No hay tiempo que perder!
Este reloj se irá enlenteciendo a medida que el paciente se vaya
adaptando a su nueva situación, aunque nunca dejará de ser el tema
principal de su existencia. Para ello, es importante: a) aprender sobre
el tipo de cáncer ante el que estamos, sus dimensiones y, muy
importante, estar al corriente del tratamiento médico: pruebas, fechas,
resultados, estado de salud física; b) conocer los efectos secundarios
de la medicación y el tratamiento, pues suele ser normal que se
incluyan efectos secundarios de corte psicológico o que afecten a la
estabilidad emocional: quimioterapia que provoca distimia, radioterapia
que enlentece el pensamiento, disfunciones sexuales, alexitimia,
ansiedad, etc. En definitiva, para generar un vínculo eficiente con el
paciente considero importante conocer el tipo de cáncer y el
tratamiento, estando a la vez pendiente del proceso.

Ante la nueva situación, en la que su vida está en juego (un juego


lento y, a la vez, urgente), es normal que el paciente se sienta
desorientado, desbordado, aturdido y con mucho miedo. Palabras que
sin duda encontraremos entre los síntomas de quien ha sufrido una
catástrofe, siendo en este caso de muy larga y perenne duración.
Atendiendo a los protocolos y a las recomendaciones para el caso de
catástrofes, es de vital importancia ofrecer referencias estables y
contextualizar lo que le está sucediendo. Ofreceremos pautas que
orienten en el proceso de curación, haciendo partícipe a la persona en
su proceso. Como el paciente no puede intervenir (o muy poco) en el
tratamiento médico (que está muy protocolizado), se buscarán
alternativas que contribuyan a la curación física en las cuales el
paciente pueda ser agente actuante, ofreciendo así la oportunidad de

24
que deje de ser un sujeto pasivo, pasando a ser un sujeto activo y, por
tanto, a ocuparse de sí mismo a través de rutinas, alimentación,
psicoterapia participativa (como es la PHI y la terapia de grupo con
otros enfermos de cáncer). Sin embargo, no estaría recomendado el
psicoanálisis por su falta de interacción y por su lentitud.

Llegado este punto, nos encontramos con un paciente que presenta


este cuadro:

— Trastorno psicoemocional similar al de estrés postraumático, pero


vivido en tiempo presente y real.

— Vinculación psicoterapéutica.

— Pasivo en el protocolo médico.

— Activo en naturoterapia, homeopatía, alimentación, Reiki,


acupuntura, etc.

— Integrante o no de un grupo de terapia de enfermos de cáncer (no


recomiendo otros grupos).

En este momento, podríamos decir que el paciente está contenido,


que el trauma está siendo tratado en presente, en su presente, donde
el cáncer lo es casi todo, cada minuto de cada hora de cada día… Es
momento de pasar a la siguiente etapa, a la toma de decisiones.

Tomar una decisión: la capacidad de elegir


En PHI se habla mucho de «redecisión», siendo estas, decisiones que
vienen a sustituir las tomadas en edad temprana ante unos
determinados estímulos. Estoy hablando de los mandatos e
impulsores. Dentro de un proceso de trauma y con el apremio que una
enfermedad así obliga, no es tiempo de trabajar en la toma de
redecisiones o en la reparación del daño arcaico, sí de utilizar en
nuestro favor estos mandatos e impulsores.

Como he mencionado en el apartado dedicado a contener, es


importante que el paciente sienta que puede hacer algo por sí mismo,
que no es un objeto a merced del sistema médico, que él puede hacer

25
algo por y para sí (sin olvidar la importancia de actuar contra los
agentes estresadores). De mi experiencia como enfermo de cáncer,
extraigo una anécdota. Decidí vivir. Sí, en un determinado momento
decidí que iba a vivir. Visitaba a unos familiares y, en un momento
dado, una persona dijo:

—Bueno, estás bien, todavía no se ha extendido. —dijo en tono


compasivo—.

— ¡¡¡Cómo que TODAVÍA no se ha extendido!!! —Reaccioné con


violencia recriminando a esa persona—…

Siempre me opuse con mucha energía a todo aquel que pudiera


pensar que la muerte era inevitable.

La capacidad para elegir se puede desarrollar desde muy distintos


campos: cognitivo, cognitivo-conductual, confrontativo y, como es el
caso, desde la terapia humanista integrativa. Tomando como fuente
de energía los mandatos existentes en el paciente, utilizaremos con su
valencia positiva los del tipo; Complace, Sé Fuerte, Sé Perfecto, etc.
Redirigiremos los de valencia negativa; No Seas, No Existas, etc. Si
fuera necesario, aplazaremos estos últimos (desde un Padre Crítico
positivo

Desde estos mandatos y sus valencias, ayudaremos al paciente a que


tome las decisiones que estime mejores para su estilo: «voy a vivir»,
«voy a superar esto», «soy fuerte y sano», «lo superaré», etc. Puede
darse el caso de que el paciente, ante una fuerte depresión, ansiedad
o desesperanza, decida que el mejor camino es morir, dejando la
responsabilidad al cáncer o cometiendo un suicidio. En este caso, lo
mejor es utilizar un contrato para evitar el suicidio como el que se
propone en la PHI (con el Padre, Adulto y Niño) y/o postergar este tipo
de decisiones. En mi caso, la opción fue: «Voy a vivir. Morir…
simplemente no es una opción». Así de contundente y sencillo, aun
teniendo metástasis en grado 3.

La posibilidad real de morir, además, de forma anunciada y, en


muchos casos, desde la falta de sintomatología (los cánceres en su

26
inicio pueden ser silentes), hace que el paciente conecte con el miedo
más profundo, el que en psicología humanista integrativa conocemos
como «miedo existencial». Es el miedo que hace que al nacer, y poco
después, nos adaptemos prácticamente «a lo que sea» con tal de
sobrevivir a la falta de recursos, pues sin ayuda externa moriríamos.
Este miedo en su día nos sirvió para sobrevivir; ahora podremos
utilizarlo para el mismo fin y posiblemente a través de la misma
adaptación: en efecto, nuestros mandatos e impulsos, evitando
promover otros distintos, pues en estado de lucha por el trauma las
capacidades de cambio son reducidas. Tan solo se darán aquellos
cambios temporales en forma de contraguion, no siendo verdaderos
cambios.

Supongamos que un paciente tiene como mandato «No Existas» Este


mandato tiene un potencial especialmente negativo para la
sobrevivencia en un proceso de cáncer, pues el cáncer vendría a
coadyuvar en el cumplimiento del mandato. ¿Qué hacer, entonces?
Adjunto a este mandato, tendremos, casi inevitablemente el impulsor
«Complace», pues una persona no puede elaborar contra su
existencia a no ser que sea para complacer (a otros). Si este fuera el
caso, utilizaríamos «Complace» para dirigirlo principalmente contra sí
mismo, es decir, el paciente tendrá como objetivo «ComplacerSE».
Aun a sabiendas de que el cambio está circunscrito a un movimiento
de contraguion, servirá para tomar decisiones encaminadas hacia la
curación, mejorando así las condiciones en pro de la curación, la cual
(no debemos olvidar) es el principal objetivo de la terapia.

Durante el proceso de sanación del cáncer es muy posible que el


paciente tenga recaídas, merma de la salud y de la energía disponible,
pues los tratamientos no están exentos de efectos secundarios.
Tendremos que realizar sobreesfuerzo empático para situarnos en el
estado por el que puede estar pasando el paciente: desde la caída del
pelo (autoimagen) hasta cirugías muy agresivas, el paciente
necesitará una referencia de las decisiones que tomó, de sus
elecciones, sirviendo el psicoterapeuta, no solo de sostén emocional y
confidente, sino también de faro que recuerde las decisiones tomadas

27
y el objetivo. Insisto, es momento de explotar recursos, no de realizar
o promover cambios.

La fuerza no sirve de nada. Los aliados, sí…


Tenacidad frente a fuerza. Perseverancia
Durante mi proceso de sanación del cáncer, quizá las frases que más oí decir
a los demás fueron «poco a poco» y «sé fuerte», muchas veces combinadas:
«Poco a poco, eres fuerte, podrás con ello».

Un proceso de curación es eso, un proceso; es decir, una serie de


acontecimientos que se van sucediendo mientras avanzan las terapias
y la enfermedad. En la mayoría de los casos, el paciente se ve
inmerso en algo que no para, que no se detiene. Recibe quimioterapia
y son siete días de efectos secundarios muy intensos (o no tanto), una
cirugía de la que se debe recuperar con un sistema inmunitario
deprimido, radioterapia que roba energía… En definitiva, un proceso
que arrastra al paciente, llevándolo por senderos desconocidos e
imprevisibles.

La fuerza no sirve de mucho en estos casos; fuerza entendida como


resistencia, como energía en oposición. A la vez, es necesario no
perder el objetivo (la elección). ¿Cómo solucionar esta aparente
discordancia? La respuesta está en la tenacidad, dejando que, si bien
los acontecimientos desequilibren al paciente, incluso cambien su
dirección (rumbo) en determinadas ocasiones o períodos, será la
tenacidad la que haga posible no perder el objetivo. Para recordarlo y
ayudar a ello está el terapeuta, que promueve la capacidad de
tenacidad, distinta a la de resiliencia, con herramientas de trabajo y,
sobre todo, a través del vínculo.

Esta tenacidad no tendría mucha valía si en cada cambio de rumbo y


vuelta al original el paciente se desgastase en exceso, pudiendo
perder no el objetivo, pero sí la energía. La capacidad de recuperación
la conocemos como «resiliencia». A mí me gusta más el término

28
«elasticidad», que es la capacidad de recuperar el estado original
previo al trauma o al cambio de rumbo. Promover la capacidad de
recuperación es de vital importancia, y hacerlo desde la honestidad
también. No servirán las iniciativas que llamen a la fuerza, sí las
iniciativas que recuerden hacia dónde nos dirigimos y, sobre todo,
para qué nos dirigimos (dar un sentido a la vida). Para facilitar esta
capacidad nos será muy útil el establecimiento de metas parciales,
recordar el sentido de la existencia, visualizaciones creativas. En
definitiva, técnicas y herramientas que den sentido y ofrezcan un
futuro visible (y posible) al paciente.

Tenacidad y elasticidad: dos objetivos terapéuticos, dos herramientas


para el viaje por el camino de la curación. Para su desarrollo propongo
distintas herramientas, huyendo de lo estrictamente cognitivo, pues
recuerdo que el paciente se encontrará en modo de sobrevivencia,
teniendo cerrados los canales que posibilitan el cambio. Será
mediante la experiencia como trabajaremos estas dos capacidades.
Propongo estos recursos:

— Establecimiento de metas parciales, tanto temporales como de


acontecimientos: pasar la semana, llegar a la sesión X de radioterapia,
cicatrización de la cirugía, etc. Podemos promover este objetivo con la
técnica conocida como «Ilustración»: en ella se propone al paciente
ver, leer o escuchar ejemplos, cuentos o vídeos que promuevan
el insight pretendido, tenacidad. (Técnica dirigida al Adulto).
— SPEC (situación-pensamiento-experiencia-conducta):
necesariamente modificada, pues no pretendemos generar un cambio,
sino la superación de un estado traumático de forma egosintónica.
Utilizaremos el pensamiento y la experiencia para recordar al paciente
su capacidad, para hacerle consciente de lo que pudo hacer y será
capaz de volver a hacer. (Técnica dirigida al estado del Niño).

— Minicontratos: en los que el terapeuta, actuando desde el Padre


Nutritivo (o Crítico positivo), apela al Niño Adaptado sumiso del
paciente para que lo que no pueda establecer el paciente como propio
lo establezca a modo de «auto de fe». Se trataría de una técnica de
emergencia para que el paciente sea tenaz y elástico ante una

29
situación especialmente complicada. Este recurso no solo pretende
superar momentos de crisis, sino promover también un aprendizaje.
(Técnica dirigida al estado del Niño Adaptado Sumiso).

— Visualización: esta herramienta, junto con el establecimiento de


metas parciales, me parece la más útil. La visualización debe ir
dirigida a un «futuro deseado», pues en el estado que se encuentra un
enfermo de cáncer, la verdad, el futuro es bastante negro (el
paradigma social que hay sobre el cáncer no es muy alentador, pues
es casi sinónimo de muerte). Como propuso Viktor Frankl en su
famoso libro Un hombre en busca de sentido, es primordial que el
paciente encuentre un sentido a su vida, o más que un sentido, un
estado de salud tras superar la enfermedad. A modo de ejemplo, yo
generé una visualización donde tenía un barco velero, una casa y una
moto vieja en un pequeño pueblo de Levante. Cada noche añadía
detalles, vivencias y toda clase de «historias». Esto no solo me
ayudaba a conciliar el sueño (sin más drogas), sino que sirvió para
vivir en tiempo presente una vida más amable. (Técnica dirigida al
Niño Libre).
— Apoyo, apaciguamiento, permiso, potencia y protección: todo ello
enfocado a que el estado Padre colabore en que el estado Niño no se
desboque y termine contaminando al estado Adulto. Por ello debemos
enfocar el discurso a través de la alianza con el Padre, evitando las
confrontaciones. (Técnicas dirigidas al estado Padre)

En cualquier caso, insisto, todas y cada una de las técnicas serán


dirigidas para rentabilizar las capacidades de las que ya dispone el
paciente, salvo los minicontratos, en los que un Padre Nutritivo vendrá
a auxiliar. Como la coherencia, la congruencia y la sinceridad son
primordiales, el terapeuta deberá conocer las distintas dimensiones de
la patología del paciente: tipo de cáncer, su estadío, terapias
utilizadas, efectos secundarios de las terapias (sobre todo, de la
quimioterapia), centros sanitarios donde se realizan cada una de la
terapias, fechas y horarios de las intervenciones, etc. Propongo que
esta actitud del terapeuta sea, en sí misma, una nueva técnica que
bautizaré como: «El psicoterapeuta se hace experto en el paciente».

30
Soledad
Quiero poner en antecedentes. La Soledad a la que pretendo tratar no
es una soledad objetiva, material o instrumental, es la Soledad
percibida por el paciente y, por tanto, indiscutible. Esto es importante,
pues los ánimos, las objetivaciones o los clichés no solo no ayudan,
sino que aumentan la presencia de esta. La soledad que siente un
enfermo de cáncer es profunda, no conocida antes (salvo casos
excepcionales), adimensional diría yo, inexplicable. La soledad que se
percibe viene del propio miedo existencial, un miedo en el que no hay
«compañero de fatigas», pues la existencia que está en juego es la de
uno mismo.

Dentro del entorno del paciente habrá personas que huyan ante el
dolor, algunas negarán el proceso, otras entrarán y saldrán de la
vivencia. En cualquier caso, el cáncer está con el paciente todos los
segundos, todos los minutos y todas las horas de todos los días,
semanas y meses. Imposible acompañarlo. De este modo, la soledad
percibida por el paciente será de máximo respeto, pues es su estado.
Luchar para mitigar esa fuente de dolor será una batalla perdida desde
el principio. Entonces, ¿qué hacer con esa Soledad?

Si la soledad percibida no se puede superar, o mejor dicho, el


malestar por la soledad no se puede superar, entonces el camino será
su contención, que no se vuelva contra el paciente en modo de
autoagresiones, victimismos para llamar la atención o depresión, entre
otras formas de solicitar el apoyo del grupo. No porque no se
provoque el acercamiento del grupo, sino porque, de producirse este
por esos mecanismos y comprobar que la soledad no se mitiga, la
desesperanza puede hacer aparición, tirando por tierra todo el trabajo
realizado para fortalecer la tenacidad y la elasticidad. Amén de las
nefastas consecuencias que la desesperanza tiene en la curación,
como en el caso de los ratones del profesor Seligman, a quienes se
estresaba y no se permitía actuar contra el estrés, la sobrevivencia
bajaba de un 63 % a un 23 % (Servan-Schreiber, n. d.). Es decir,
compañía sí, pero no como solución a la soledad percibida, pues esta
percepción es inevitable y, de creer que la compañía instrumental

31
solucionará el sentimiento de soledad para después comprobar que no
es así, defraudará al paciente, pudiendo, como he dicho, incurrir en
desesperanza o «indefensión aprendida».

En mi caso, un grupo importante fue el constituido por mis


compañeros de máster. Pedí que no se me tratase como a un enfermo
de cáncer y, aunque di mucho la lata con el asunto, yo no era tema
principal ni sentí compasión o exceso de cuidados. Tampoco creo que
recurriese a la posición de víctima (al menos, en exceso). Esto originó
que me sintiera acompañado en cada ocasión que estuve con ellos,
pues no buscaba la solución de la soledad, tan solo una natural forma
de estar, de vivir el presente, aunque el mío fuese muy distinto al de
ellos. Nunca sentí envidia por su salud ni lástima por mi falta de ella.

De la última frase del párrafo anterior extraigo mi propuesta


terapéutica. Por un lado, «nunca sentí envidia por su salud»; por otro,
«ni pena por mi falta de ella»: un foco está puesto en el grupo, el otro
en el propio paciente. Los grupos servirán para vivir momentos
presentes y para compartir experiencias, vivencias y logros; los más
íntimos, también penas y lamentos.

Sobre cómo actuar el paciente, apelaremos a su pensador, a su


estado del Yo con todas sus dimensiones, para acompañarse a sí
mismo, pues solo él estará presente consigo mismo al 100 %. La
Soledad es, quizá, la dimensión más íntima sentida por el paciente,
pues en ella se enfrenta solo a los miedos, a su ser, a su existencia.
Será necesario monitorizar con mucho cuidado esta dimensión, la
Soledad. Así tenemos dos frentes de apoyo en lo que a la soledad se
refiere: desde los grupos y desde el propio ser del paciente.

— Ayuda desde los grupos: con «grupos» me refiero a todo sistema


de pertenencia del paciente, desde la familia hasta los grupos sociales
distanciados (club deportivo, de trabajo, peña gastronómica, etc.). En
un primer momento, preguntaremos al paciente cómo se siente
respecto a la soledad. Puede que no sea muy consciente de ella si
está en fase de negación o se defiende a través de una disociación de
la personalidad en dos: su personalidad aparentemente normal (PAN)

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y su personalidad emocional (PE), que se da en muchos casos.
Trabajaremos desde las técnicas de la Gestalt en lo referente al
«darse cuenta», llevando al terreno de la consciencia la soledad
percibida y cómo esta es sentida, normalizando la percepción y
transmitiendo que es imposible que el paciente se sienta acompañado
durante todo el tiempo, pues él está en un lugar donde no puede
haber más personas, principalmente por miedo o falta de empatía;
además, pretenderlo sería injusto para los demás. Percibir con
normalidad a los grupos, viviendo el presente del grupo sin modificar
su mecánica, promoviendo la experiencia de vida, permite poner el
foco en otros temas sociales en los que el cáncer no aparece: un
evento deportivo, un curso, una cena familiar, unas cañas con los
amigos… Tomamos estos actos como verdaderos oasis en medio de
la travesía que puede representar el proceso de curación de un
cáncer. Los grupos pueden ser ayudas que recuerden al paciente que
hay algo más aparte del cáncer, que la vida sigue y él continúa con la
vida.

— Ayuda desde uno mismo: es cierto que el paciente puede estar


presente consigo mismo todo el tiempo, al menos, gran parte. ¿Por
qué no aprovechar esta presencia para cultivar su mundo interior? De
esta forma, podrá aprender a acompañarse a sí mismo desde un
mundo interior preexistente. Esto puede dar miedo a muchas
personas, pues no todo el mundo está preparado o acepta de buen
grado adentrarse en su interior. Es posible que este miedo o las
limitaciones provengan de que, en la mayoría de los casos, esta
introspección se lleva a cabo para solucionar problemas (propio de
la new age: mindfulness, meditación, etc.). En nuestro caso no será así,
nosotros lo haremos desde el amor incondicional de la persona a sí
misma, habitándose en un discurso interior que le ayude a avanzar por
el proceso, sin buscar «errores», juicios o cambios, simplemente
«habitarSE». Propongo prácticas de presencia: meditación sin
búsqueda, lecturas creativas y divertidas, autocuidados físicos y ocio
individual. Esta dimensión debe ser tratada con mucho cuidado y
siempre acompañando al paciente, aportando ideas desde el Adulto
del terapeuta hacia el Adulto del paciente, pues de otra manera puede

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entenderse que van dirigidas desde el Padre del terapeuta hacia el
Niño del paciente, pudiéndose producir que el paciente, desde su Niño
Adaptado Sumiso, obedezca al Padre del terapeuta, entrando así en
un bucle sin fin de soledad, tristeza, terapia, mandato, soledad. El
camino que pretendemos obtener es aquel en el que, desde el Adulto
del paciente, se dé permiso al Niño del mismo, habitando sin juicio y
por decisión propia el Yo.
Socialmente, la palabra «soledad» está adscrita a algo malo: «las
persona solas necesitan ayuda», «estoy solo y triste», «ese es un tipo
solitario, raro…». Propongo algunas herramientas encaminadas a
promover la homeostasis del paciente, la autorregulación de la
soledad, de su refocalización positiva:

— Meditación transcendental: no pensamiento, no juicio. Ejercicio de


la presencia en sí mismo, habitando su Yo más interno. El vacío fértil
que describía Fritz Perls en su doctrina gestáltica. Para su
aprendizaje, basta acudir al budismo, donde la meditación consiste (en
muchos casos) en el vacío.

— Visualización creativa: creación de espacios interiores donde el


paciente pueda disfrutar de un estado «vivido» sin la enfermedad. Es
importante advertir al paciente de que el objetivo no es la negación de
la enfermedad, sino la existencia de un pensamiento exento de ella,
generado para su disfrute y descanso. Un oasis al que acudir. Hay
mucho escrito sobre esta práctica; recomiendo el libro Visualización
creativa, de Richard Webster.
— Búsqueda e identificación del Yo superior: de «la mente de la
mente», de la metacognición, de ese pensador superior que
sobrevuela el pensamiento de «a diario». En esa mente, Antonio
Dimaggio et al. (2001) describen las distintas dimensiones que la
componen, siendo la conocida como Mastery la encargada de
organizar los procesos mentales, dando buena circulación a todos
ellos. Capacidad necesaria para abordar el torrente emocional que
una enfermedad como el cáncer es capaz de originar:
«Función de Mastery: proceso mediante el cual la persona puede abordar su
dolor psicológico en términos lógicos; de este modo, el proceso de
pensamiento sigue un orden funcional; formulación del problema, estrategias
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de resolución y aplicación de soluciones. La falta de esta capacidad hace que
la persona sienta su propia mente (o actividad cognitiva) como impotente y
desregulada»
(Dimaggio et al., 2001.a).
«Cada vez que veo películas tristes me vengo abajo, no voy a ver este tipo de
películas, me sientan mal. Este sería un pensamiento coordinado por una
función de Mastery funcional.».
(Hernan, 2015)

— Mindfulness: en temas de meditación, desarrollo, bienestar


psicológico, etc., muchas veces aparece la opción
del mindfulness (conciencia plena), herramienta útil y que los pacientes
aprecian y reconocen haberles servido de ayuda. Como ya he
informado en diversas ocasiones, la recomiendo con la condición de
no ser utilizada para promover el cambio, sino exclusivamente la
consciencia de uno mismo y la presencia en tiempo presente. Un
artículo de mucho valor es el estudio que realizó Simon en 2006, en el
que se demuestra el cambio que se produce en el cerebro cuando
algo es practicado con asiduidad (no solo meditación, pero también).
Vendría a contradecir el refranero, asegurando que «el hábito sí hace
al monje», afirmación que también demostró el profesor Zimbardo con
su famoso experimento de la cárcel de Stanford. Estos
descubrimientos nos alientan a poder utilizar estas técnicas con la
esperanza de que la práctica de un determinado «estado» emocional
o psicológico quede integrado en la estructura de la persona,
produciéndose así un cambio natural. Se resume en una frase simple
y muy importante: «Es posible pasar del estado al rasgo».
No hay tiempo para generar cambio. Como he dicho, es hora de
rentabilizar las potencialidades del paciente. De este modo, la práctica
meditativa y de presencia se dirigirá a conseguir una autorregulación
de la estructura psicológica del paciente, no su desarrollo personal,
que, si bien el cáncer puede ayudar a ello, será tras su curación el
momento de abordarlo, si el paciente quiere o dispone de fuerzas.

En definitiva, percibir soledad durante el proceso de cáncer es


inevitable. La solución pasa por hacer que esa soledad sea
egosintónica, o, al menos, que no conduzca a la depresión, o a la
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tristeza, o mine las capacidades de tenacidad y elasticidad
(resiliencia).

Integración del aprendizaje por la superación


del cáncer
Una vez superado el cáncer, puede ser un buen momento en la
historia del paciente para avanzar por su desarrollo personal, por el
cambio de guion. Las vivencias han sido intensas: Miedo, Soledad,
aprendizajes, dolor… Al menos en mi caso, el cáncer ha supuesto una
oportunidad para la reflexión y una buena cantidad de insights que
ahora pueden ser rentabilizados.
Un estado emocional y psicológico propicio para el cambio es, sin
duda, muy útil para conseguir el cambio. No obstante, esto que desde
el mundo de la psicología se presenta como «una gran oportunidad»
no siempre es así. Muchos enfermos de cáncer, tras haberlo superado
en un estado de contraguion, vuelven a sus antiguos guiones e
incurren muchas veces en las mismas conductas, hábitos y estados
psicológicos que los llevaron, probablemente, al padecimiento del
cáncer: personalidades enfadicas, consumo de tabaco, alimentación
insana, introvertidos emocionales, etc. Dependerá de cada paciente
tomar la decisión de continuar con el trabajo de psicoterapia. Lo que el
terapeuta debe tener en cuenta es el gran desgaste físico y emocional
del paciente; quizá un descanso sea una buena propuesta terapéutica.
Hace pocos días me crucé con una vecina y amiga, mayor que yo; fui
durante años a comer a su restaurante. No sabía que había pasado no
un cáncer, sino dos: en 1998 y 2012. Al contarle lo mío, frunció el
ceño, chasqueó los labios y se entristeció, sentenció «con esto no hay
quien pueda» (recordad mi determinación contra los catastrofistas).
Indiqué que el cambio era posible y que gran parte del trabajo está en
la mente de la persona… Mi amiga negó con la cabeza, volviendo a
sentenciar: «¡Qué más da, esto es así!». Sin duda, su guion de vida es
muy intenso y está afianzado con mucha determinación, solo cabe el
respeto y la comprensión con la esperanza de que un aprendizaje por
modelo (aprendizaje vicario) produzca la chispa que encienda en ella

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el apasionante camino del cambio. Una aventura que todo el mundo
debería probar.

Conclusiones
Tener cáncer afecta a todo el sistema de la persona; cuerpo y mente
se ven afectados de manera significativa; miedo existencial y soledad
son dos agentes psicológicos de gran impacto. El tratamiento médico,
al menos en España, carece de ayuda psicológica profesional (son
buenos los cuidados de enfermeros y médicos, pero no suficientes).
Muchos son los aspectos que coadyuvan al proceso de curación:
alimentación, tratamientos energéticos, medicina tradicional china,
naturopatía, complementos alimenticios y, como objetivo de este
trabajo, la psicoterapia.

Contener al enfermo en una primera etapa del cáncer a través de la


escucha y el respeto y, posteriormente, promover la capacidad de
recuperación (elasticidad o resiliencia) y la tenacidad, evitando los
caminos de desarrollo o cambio, pues la psicología del paciente se
encuentra en «modo sobrevivencia». Es momento de utilizar las
capacidades de las que ya dispone el paciente, potenciarlas y dotarlas
de dirección. Se hace necesario que el terapeuta rediseñe las técnicas
de la PHI, pues estas, en su mayoría, están diseñadas para el cambio,
no para la potenciación de las existentes.

Soledad percibida e inevitable por la particular forma en la que se vive


el cáncer. Grupos de apoyo, grupos de amigos y conocidos, familia,
clubes, etc.: todos ellos beneficiosos para mitigar la forma en la que se
percibe la soledad, sin utilizarlos como compañía, sino como una
forma de estar presente. Habitar el estado del Yo, la presencia con
uno mismo, como camino para entender la soledad, no para luchar
contra ella, y acompañarse en tiempo presente y futuro (que al ser
pensado será presente), pues el paciente es el único que puede estar
todo el tiempo consigo mismo.

Considero imprescindible que el terapeuta no solo domine las


herramientas y el proceso psicoterapéutico; además, en el caso de los
enfermos de cáncer, resultará de mucha ayuda conocer las distintas

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dimensiones del cáncer de esta persona. Estar atento al mundo
médico del paciente: citas, hospitales, médicos, terapias, procesos,
fechas, resultados, etc., todo ello promueve el vínculo y la percepción
del paciente de que hay alguien, además de él, atento a lo que
sucede. Puede que familiares o amigos también estén pendientes,
pero no hay nada como que «papá y mamá» estén atentos, y esto, a
través del vínculo, es la situación psicológica en la que puede
encontrarse el terapeuta. El terapeuta es el único que está atento a
todas las dimensiones del paciente; es decir, el terapeuta se hace
experto en el paciente, de aquí esta nueva herramienta que he
denominado: «El psicoterapeuta se hace experto en el paciente».
Mi proceso de cáncer ha tenido singulares coincidencias;
sincrodestinos que diría Deepak Chopra; karma, los hinduistas. Este
trabajo ha tenido el suyo, ayer mismo terminé de redactarlo, ayer
mismo encontré esta cita:

«Tenemos dos vidas: la segunda comienza cuando nos damos cuenta


de que solo tenemos una»:
(Confucio).

Agradecimientos
Sería imposible enumerar a todos las personas del mundo médico que
me ayudaron en la curación del cáncer: quizá aquel chico de
mantenimiento que, estando yo hospitalizado, solucionó el ruido del
aire acondicionado; Joseba, mi oncólogo, que pasó de un 80-20 a un
50-50 tras una ardua negociación entre ambos; las técnicos de la
máquina de radioterapia, que me abrigaban la tripa por el frío de la
sala; Escarlata y Amaya, mis radiooncólogas, que me sonreían y
escuchaban; Macarena, mi psicoterapeuta que tan flexible fue
conmigo, adaptándose al proceso. Mis compañeros de máster:
Antonio, Emilio, Clara, Isabel, Andrea, Marina, Xiomara, Manuel, Ana
María, Yolanda, María A., Marian, Mariola, Marta, María M., Cloti,
Lara, Beatriz, Susana, Carolina, Salli y María José.

Gracias.

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Bibliografía
— Dimaggio, G., Carcione, A., Semerari, A., Marraffa, M., Falcone, M.,
Nicoló, G., Pontalti, I. y Procacci, M. (2001). Modelos de
mantenimiento de los trastornos de personalidad. Revista de
psicoterapia, vol. XII (45) 5-20.

— Espinosa, Albert (2010). El mundo amarillo: Si crees en los sueños,


ellos se crearán (Spanish Edition) (Posición en Kindle33-35). Penguin
Random House Grupo Editorial España. Edición de Kindle.
— Fernández, Odile (2015). Guía práctica para una alimentación y
vida anticáncer. Urano. Edición de Kindle.

— Frankl, Vicktor (1946-1962). El hombre en busca de sentido.


Barcelona: Herder Editorial S.L.

— Hernán, A. (2015). Factores metacognitivos y trastornos de la


personalidad. Trabajo fin de Grado. UDIMA

— Serna, de la, Juan Moisés. PsicoOncología: Ayuda Psicológica para


pacientes con Cáncer (Spanish Edition) (Posición en Kindle471-476).
Edición de Kindle.
— Servan-Schreiber, Dr. David. Anticáncer: Una nueva forma de vida
(Spanish Edition) (Posición en Kindle4410-4419). Grupo Planeta.
Edición de Kindle.
— Simón. V.M. (2006). Mindfulness y Neurobiología. Revista de
psicoterapia, Época II, vol XVII 2/3.

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