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L. Jiménez
La información presentada en esta obra es material informativo y no pretende servir de diagnóstico,
prescripción o tratamiento de cualquier tipo de enfermedad o dolencia. Esta información no sustituye la
consulta con un médico, especialista o cualquier otro profesional competente del campo de la salud. El
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distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
© 2013 L. Jiménez
Este libro se editó por primera vez en marzo 2013
Ed 1.04 (diciembre 2013)
A mis hijas
ÍNDICE
1. Introducción (pag. 7)
Por otro lado, veo cómo cada vez más profesionales relacionados con la salud
son conscientes de que la dieta es una de las terapias más eficaces para dar
respuesta a una gran parte de los males y enfermedades de la sociedad
moderna. Pero siendo una de las herramientas con más potencial para la
medicina ambulatoria y del día a día, sigue sin dársele la relevancia que se
merece. La falta de reconocimiento de los profesionales de la nutrición en
nuestro país y la escasa formación sobre el tema que suelen recibir los
médicos son buena prueba de ello.
Si usted leyó “Lo que dice la ciencia para adelgazar” o si está familiarizado
con los conceptos básicos de la epidemiología, puede saltarse esta parte,
aunque le recomiendo dedicarle unos minutos para refrescar un poco la
memoria y comprender mejor los criterios que utilizaré a lo largo del libro.
Por lo tanto, aunque para responder a las más de cincuenta cuestiones sobre
nutrición que encontrará en el libro me he basado en los resultados de estudios
epidemiológicos, las respuestas no deben ser consideradas como “una verdad
absoluta”, ya que éstas no existen en este área de la ciencia, tanto por su
propia filosofía como por su continua actualización.
De cualquier forma, tenga el rigor que tenga el estudio o revisión, piense que
el aislamiento total y absoluto de una variable es imposible y que a menudo
una intervención concreta puede ser “compensada” (en sentido negativo o
positivo) por otro cambio de comportamiento asociado que impida conocer
realmente el efecto concreto del factor que se estudia. Por ejemplo, podría
ocurrir que una parte importante de un grupo de personas en el que se ha
aumentado la ingesta de vegetales decida también aumentar la cantidad de
carne procesada que come, porque se sienten “protegidas” contra sus posibles
efectos negativos al comer más frutas y hortalizas. O que aumenten
simultaneamente la cantidad de aceite de oliva, debido a la frecuente
preparación de ensaladas que suele suponer el comer más vegetales, y que sea
éste un factor añadido que modifique sustancialmente el resultado.
Por eso, al contrario que en los estudios, en la actividad clínica real para
conseguir cambios realmente importantes hay que hacer intervenciones
globales, modificando a menudo una buena cantidad de comportamientos. Los
estudios nos sirven para obtener información más o menos rigurosa de cada
uno de ellos, pero normalmente hay que actuar sobre un conjunto amplio de
variables de forma simultanea (no siempre exclusivamente alimentarias, sino
también psicológicas y sociales), sin dejar flecos sueltos.
Debo dejar claro que, a pesar del título del libro, no pretendo hacer un
resumen ni una recopilación del consenso científico oficial. Este es un libro de
divulgación y opinión (intentaré separar claramente ambos conceptos), pero
escrito desde un enfoque personal, que no siempre coincide con dicho
consenso. Y aunque utilice los estudios epidemiológicos más rigurosos como
hilo conductor, debe ser consciente de que la busqueda y selección de los
mismos tal vez sea parcial debido al sesgo y a ideas anteriores que haya
podido tener (el llamado “cherry picking”). Aunque he procurado ser lo más
objetivo posible (no tengo ningún interés particular por ninguna corriente o
“escuela” concreta), la influencia de los conocimientos previos es inevitable.
Quien le diga lo contrario, le estará engañando.
Cada apartado del libro está encabezado por una pregunta, que pretende ser
fiel reflejo de las dudas más habituales y que con mayor frecuencia me
plantean, organizadas en cinco grandes temas: dietas, alimentos, energía-
metabolismo, suplementos-tratamientos y cuerpo-ejercicio. Confío en que esta
distribución le facilite la lectura y convierta el viaje a través de cientos y
cientos de estudios epidemiólogicos en algo ameno y entretenido.
He pensado que una buena forma de empezar es conociendo cuáles son las
recomendaciones dietéticas oficiales, con las que los diferentes organismos
sanitarios pretenden prevenir las enfermedades crónicas y promover una buena
salud entre sus ciudadanos. Después de todo, son la parte más visible de la
nutrición, la información que se dirige a mayor número de gente y el punto de
conexión entre esta ciencia y la población en general. Así que podemos
considerarlo como un buen punto de partida desde el que comenzar este
apasionante recorrido.
Estoy seguro que, a pesar de que fueron redactadas hace años, le son muy
familiares, porque incluyen muchas ideas que han perdurado en el tiempo.
Pero es mejor que no me adelante; le ruego que las repase varias veces antes
de seguir leyendo y conocer cómo fueron evolucionando.
Poco después, en 1980, se produjo la primera revisión, dando comienzo una
serie que ya se ha convertido en un clásico. En concreto, las revisiones de
1980, 1985 y 1990, fueron difundidas entre la población con coloridos
folletos, con un diseño pop muy acorde con la época, y presentaron muy pocas
diferencias entre ellas, con siete recomendaciones casi invariables que
podrían resumirse de la siguiente forma:
6. Evitar el exceso de sal. Basándose sobre todo en que se come más de la que
se necesita.
La Food Pyramid
9. Menos sal.
8. Tres o más raciones diarias de cereales integrales, con un total de unas seis
raciones diarias de cereales.
10. Reducir las grasas trans al máximo, las grasas saturadas a menos del 10%
del total de calorías y el colesterol menos de 300 mg diarios.
16. Tener una buena higiene bucal y comer con menor frecuencia alimentos con
azúcares y almidones.
18. Comer alimentos con poca sal y aumentar la ingesta de alimentos con
potasio, como frutas y vegetales.
19. No consumir más de dos copas (hombres) o una copa (mujeres) de alcohol
diarias.
7. Sustituir alimentos proteicos con muchas grasas sólidas por otros con pocas
o con menos calorías.
9. Tomar alimentos con más potasio, vitamina D, calcio y fibra, es decir, más
vegetales, frutas, cereales integrales y lácteos.
16. No consumir más de dos copas (hombres) o una copa (mujeres) de alcohol
diarias
Aunque algo más ordenadas y claras que las de la edición anterior, de nuevo la
cantidad es importante. Quizás por eso también se creó en junio de 2011 una
nueva herramienta de difusión más simplificada, el llamado MyPlate (Mi
plato):
Con MyPlate se establecen cuatro mensajes principales (que contendrían en
sus explicaciones de detalle todas las recomendaciones indicadas en la lista
superior):
4. Lácteos desnatados.
Bien, este ha sido nuestro breve recorrido por la historia de las “Dietary
Guidelines for Americans”, las recomendaciones dietéticas por excelencia. A
modo de epílogo, este podría ser un resumen de los cambios (y no cambios)
que han ido ocurriendo a lo largo de los 35 años:
Lo que ha cambiado
Los resultados
Pero ¿qué es una dieta saludable? ¿Hay una definición científica y precisa? En
mi opinión, una alimentación saludable debería ser aquella que nos ayude a
minimizar los riesgos de sufrir enfermedades y otras dolencias, en equilibrio
con una aportación de calidad de vida y bienestar. Por lo tanto, debería
basarse en las investigaciones médicas y epidemiológicas más rigurosas y
contrastadas disponibles. ¿Es eso lo que dice el consenso científico?
Según este grupo de expertos, estas son las premisas que debería cumplir una
dieta para ser considerada saludable:
Como punto de partida, coincido con gran parte de las propuestas, pero hay
algunas que me parecen que van más allá de la definición de "saludable". No
digo que esté a favor o en contra, pero creo que en este tipo de definiciones
hay que ser riguroso y no mezclar churras con merinas. Si hablamos de
saludable, hablemos de saludable; y si queremos hablar de recomendable, de
deseable o de exigible, mejor que lo llamemos así, recomendable, deseable y
exigible.
Por ejemplo, creo que la dieta sea sostenible es un objetivo muy loable, pero
que no me parece que tenga relación directa con la salud. Es más, el debate de
la sostenibilidad de los alimentos es muy complejo, en el que se mezclan
aspectos enfrentados y muy polémicos. Y algo similar podría decir sobre que
el hecho de que sea asequible. Entiendo que si no lo es, se estará dificultando
su acceso universal (al que todos deberíamos tener derecho), pero yo diría que
esa es una variable política o económica, no de salud.
En este caso se centra en aspectos más relacionados con la salud, pero lo hace
de una forma tan genérica y teórica que tengo mis dudas de su utilidad
práctica. No tengo pegas en lo de variada, pero me cuesta creer que una
persona normal sepa interpretar el resto para su caso particular.
Me voy a permitir hacer una pregunta a aquellos que han redactado todas estas
definiciones: Estoy convencido de su buena intención, pero ¿han contrastado
con algunas personas normales (no expertas) si son entendidas para su caso
particular? ¿Se las han dado a una muestra representativa de la ciudadanía y
han preguntado sobre su interpretación y aplicación? Porque si no es así,
quizás se esté trabajando en balde. Y tal vez en lugar de ayudar a resolver la
ignorancia nutricional se esté colaborando a aumentar la confusión.
Bien, hasta aquí lo que hay en nuestro país. Veamos ahora lo que se ha
desarrollado en EEUU para valorar lo saludable que es un tipo de dieta.
La primera descripción que se hizo del HEI, allá por 1995 (“The Healthy
Eating Index”), incluía las siguientes diez variables y hasta un máximo de
diez puntos por variable, en función de lo que se ajustaran a las
recomendaciones (las seis primeras con una política de “comer más” y las
cuatro últimas de “comer menos”):
1. Frutas (10)
2. Vegetales (10)
3. Cereales (10)
4. Leche (10)
5. Carne y legumbres (10)
6. Variedad (10)
7. Sodio (sal) (10)
8. Grasas saturadas (10)
9. Grasas totales (10)
10. Colesterol (10)
1. Frutas (5)
2. Fruta completa (5)
3. Vegetales (5)
4. Vegetales verdes, rojos y legumbres (5)
5. Cereales (5)
6. Cereales integrales (5)
7. Leche (10)
8. Carne y legumbres (10)
9. Aceites (10)
10. Grasas saturadas (10)
11. Sodio (sal) (10)
12. Calorías de grasas sólidas y refrescos-dulces (20)
1. Frutas (5)
2. Fruta completa (5)
3. Vegetales (5)
4. Vegetales verdes y legumbres (5)
5. Cereales integrales (5)
6. Lácteos (10)
7. Proteínas totales (10)
8. Marisco y proteínas vegetales (5)
9. Ácidos grasos (5)
10. Cereales refinados (10)
11. Sodio (sal) (10)
12. Calorías de grasas sólidas, alcohol y refrescos-dulces (20)
- En 2006 aparecen los alimentos que aportan calorías vacías, grasas sólidas,
refrescos, dulces y alcohol, como aspecto que puntúa negativamente.
No voy a entrar a comentar y valorar cada una de las variables, pero la
evolución es evidente. Y sin duda siguientes ediciones aclararán todavía más
alguna de ellas, espero que utilizando definiciones más claras y
comprometidas. Y, a la vista de recientes estudios, también afinando y
corrigiendo alguna, espero.
Proteínas
Sin embargo, lo habitual es tomar este valor no como mínimo, sino como "el
valor correcto", la cantidad de proteínas adecuada para la media de la
población. Pero ¿cuál es el valor realmente correcto, el mejor de todos? ¿Y
qué pasa si se comen más? ¿Dicen algo los estudios sobre máximos?
Por cierto, la EFSA también indica que se considera seguro (vamos, que no
hace daño) comer el doble de la cantidad recomendada para el equilibrio de
nitrógeno.
Grasas
Así que nos quedamos sin criterio científico para establecer los porcentajes
ideales de grasas en la dieta.
Carbohidratos
En definitiva...
Por otro lado, creo que esta forma de aconsejar nutricionalmente aporta más
bien poco a un usuario normal. Porque mete en el mismo saco a todo tipo de
grasas, todo tipo de proteínas y todo tipo de carbohidratos y eso es un gran
error. Un 50% de carbohidratos provenientes de patatas fritas, pastelería y
azúcar no tienen nada que ver con un 50% de carbohidratos provenientes de
hortalizas, frutas y legumbres. O un 20% de grasas trans no pueden compararse
a un 20% de grasas provenientes del pescado, nueces y del aceite de oliva.
Una gran parte de nuestro cuerpo está formado por proteínas: Músculos, piel,
órganos, sangre... Casi podríamos decir que somos mayormente agua, huesos y
proteínas. Las comemos, las separamos en aminoácidos que utilizamos para
crear nuevas proteínas (que sirven para la creación de nuevos tejidos, piel,
pelo, órganos, etc,), pero también las consumimos en procesos metabólicos,
por ejemplo, para la obtención de energía.
Los expertos han calculado cual es el valor medio mínimo a ingerir para llegar
a este equilibrio: 0,66 gramos de proteína por kilo de peso corporal (en todo
momento hablaré de gramos de proteínas pura, no del alimento que la
contiene). Ese es el valor medio mínimo, pero para que no ocurra eso de "yo
me como un pollo y tú ninguno, entre los dos nos comemos medio pollo" y
para que más del 97% de la población tenga esa cantidad mínima asegurada
(es decir, que la mayor parte del área por debajo de la campana de
distribución estadística quede cubierta), se ha hecho la corrección
correspondiente y se toma como cantidad recomendada 0,83 gramos por kilo
corporal.
Como ya saben, siempre sugiero ir a las fuentes para poder entender este tipo
de recomendaciones, así que es conveniente que sepan que estos valores
parten de las recomendaciones que hace la OMS sobre el tema, que a su vez se
basó en la siguiente revisión científica para hacerlas: Meta-analysis of
nitrogen balance studies for estimating protein requirements in healthy
adults (2003). Es especialmente interesante para los más expertos, porque
explica cómo se hacen todos estos cálculos, de dónde provienen, etc.
Como suele ocurrir en estos casos, aunque el valor anterior está pensado para
llegar a una gran cantidad de población, la ciencia reconoce que hay
excepciones. Existen situaciones en las que los requerimientos de proteínas
son mayores y en los que es recomendable aumentar su cantidad:
Y ahora, vayamos al tema de mayor debate: Comer muchas proteínas tiene muy
mala prensa. Las razones pueden ser diversas y darían para un tratado, pero en
mi opinión sobre todo son dos. La primera es ideológica y proviene de
algunos influyentes médicos y nutricionistas vegetarianos (y que también se
autoproclaman ecologistas), que queriendo convencer a todo el mundo de la
bondad de sus ideas y de lo poco sostenible de comer carne, suelen criticar
todo lo que tenga algo que ver con la ingesta de animales, incluída la de
proteínas. La segunda razón es más científica y tiene su origen en estudios que
han asociado comer proteínas con diversos tipos de enfermedades o dolencias.
No voy a entrar a en la primera, ya que ese debate está fuera del objeto de este
libro. Así que me centraré en la segunda, los estudios que supuestamente
encuentran efectos negativos la elevada ingesta de proteínas: Aumento de las
enfermedades cardiovasculares, problemas renales, fragilidad ósea o
hipertensión.
La verdad es que muchos de ellos no son más que prejuicios, mitos y errores,
porque nunca han sido comprobados con una cantidad suficiente de estudios.
Es más, los resultados más recientes parecen incluso indicar lo contrario,
como puede observarse en los siguientes estudios:
- Protein intake and bone health (2011). Se observó mayor densidad ósea
entre los que más proteínas comían.
- Dietary protein intake and risk of osteoporotic hip fracture in elderly
residents of Utah (2004). La mayor cantidad de proteínas no se asoció a un
mayor riesgo de fractura de cadera.
- Comparative Effects of Low-Carbohydrate High-Protein Versus Low-Fat
Diets on the Kidney. (2012) y “Renal Function Following Three Distinct
Weight Loss Dietary Strategies During 2 Years of Randomized Controlled
Trial” (2013). No se identificaron problemas renales entre aquellos con mayor
ingesta de proteínas.
- “Dietary protein intake and blood pressure: a meta-analysis of randomized
controlled trials”. (2012). En este meta-análisis se comprobó que
sustituyendo los carbohidratos por proteínas la tensión arterial mejoraba. Y el
meta-análisis de 2013 “Intake of total protein, plant protein and animal
protein in relation to blood pressure: a meta-analysis of observational and
intervention studies” no encontró relación entre su consumo y la hipertensión,
independientemente de que fueran de origen animal o vegetal.
Las críticas que tienen algún tipo de base, como la relación entre las
enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de proteínas, se obtienen de
estudios observacionales en los que la causalidad es muy difícil de probar
(dispone de más información en un próximo apartado) y dan como resultado
riesgos pequeños o moderados, por lo que es muy difícil asegurar que las
responsables sean realmente las proteínas. De hecho, haciendo un balance de
los diferentes estudios, los indicios apuntan a que es probable que la relación
sea provocada por el exceso de carne roja o el cocinado a altas temperaturas,
por lo que podría prevenirse con acciones concretas al respecto.
De cualquier forma, y teniendo claro que no hay pruebas de que hagan ningún
daño, yendo un poco más allá en la reflexión se me ocurren un par de
argumentos para sugerir (y digo sugerir, no exigir ni asustar) con cierta base no
comer muchas más proteínas de los mínimos comentados:
Tras analizar todos estos datos, desde mi punto de vista personal creo que en
el marco de una dieta completa y saludable, con suficientes raciones de
hortalizas y frutas, grasas saludables, huevos, legumbres, lácteos y alimentos
integrales, creo que podemos comer carnes y pescados sin preocuparnos
demasiado por las cantidades máximas, porque si comemos todo lo demás,
poco "espacio" quedará para excesos.
“High protein diets decrease total and abdominal fat and improve CVD risk
profile in overweight and obese men and women with elevated
triacylglycerol” (2009), pequeña review analizando 3 estudios de 3 meses de
duración. Pérdidas de peso un poco mayores solo en caso de pacientes con
mayor riesgo cardiovascular.
Por otro lado, me parece que la EFSA no sigue el mismo criterio con todos los
nutrientes o tiene doble vara de medir, porque en su documento sobre las
grasas recomienda disminuir al máximo la ingesta de grasas saturadas, aunque
en ningún momento hace referencia a los estudios que prueban con absoluta
fiabilidad que las grasas saturadas es mejor eliminarlas de la dieta. Desde
luego, como veremos en próximos apartados, la última evidencia científica no
parece ir por esa dirección.
Tras leer y analizar todas las revisiones, yo resumiría los resultados de todas
ellas con esta frase: No se pueden sacar conclusiones muy taxativas, pero las
dietas altas en proteínas obtienen a corto y medio plazo al menos los
mismos resultados de pérdida de peso que otras de menos proteínas con las
que se comparan y, en bastantes casos, incluso algo mejores. De nuevo y
como ocurre en la mayoría de los estudios sobre obesidad y dietas, el largo
plazo hace que estas diferencias se minimicen.
También hay estudios que han abordado este punto de vista y la mayoría han
comprobado que, aunque los resultados no sean espectaculares, las proteínas
pueden favorecer de forma significativa la sensación de plenitud, la reducción
de apetito o la saciedad. Estos son algunos de ellos:
Conclusiones
- Las dietas con reducción y/o sustitución de grasas saturadas presentan una
pequeña reducción del número total de eventos cardiovasculares, pero no de
ningún tipo de evento en concreto. Sin embargo, no presentan ninguna mejora
en la mortalidad.
Aunque hemos visto que no hay evidencia científica clara para recomendar
unos porcentajes concretos de macronutrientres, quería pararme a hablar un
poco más de otro de ellos, ya que ha sido y sigue siendo el que se recomienda
comer en mayor proporción. Me refiero, evidentemente, a los carbohidratos.
Esas son, no hay más. La ciencia rigurosa, según la asociación alemana, solo
llega hasta ahí.
No sé a usted qué le parece, pero yo creo que quedan fuera de juego muchas
de las que hasta ahora eran ideas muy aceptadas y repetidas hasta la saciedad,
incluido el porcentaje de calorías mínimo que debe provenir de este
macronutriente.
¿Son poco saludables las dietas bajas en carbohidratos?
Es cierto que ese bajón de energía de media mañana es algo bastante popular,
pero habría que analizarlo científicamente para ver si es real, a qué se debe
(fisiológico, psicológico, etc.), qué niveles tienen los diferentes indicadores,
etc. Y no se ha hecho, que yo sepa. Pero es que algunos expertos aportan otras
interpretaciones bastante plausibles, como la siguiente: las personas con cierta
resistencia a la insulina (buena parte de las que tienen obesidad) sufre ese tipo
de bajones de energía, pero el origen es bien distinto. En estos casos, tras un
desayuno cargado de carbohidratos refinados, el páncreas reaccionaría de
forma exagerada e inundaría de insulina el torrente sanguíneo, "llevándose por
delante" casi toda la glucosa en muy poco tiempo. Al reducirse tan
brúscamente la glucosa, esa escasez temporal podría afectar al cerebro y dar
lugar al inoportuno amodorramiento.
De nuevo como punto de partida voy a utilizar las referencias científicas que
el consenso de expertos españoles presenta para esta recomendación, que se
detalla en el ya conocido documento de referencia español FESNAD-SEEDO.
La densidad energética
El cuarto estudio, “Energy intake and body weight effects of six months
reduced or full fat diets, as a function of dietary restraint” (1998), también
analizó la intervención sobre un grupo de unas 200 personas que se subdividió
en subgrupos en función de su fuerza de voluntad y a los que se les aplicó una
investigación orientada a evaluar sus comportamientos en la compra e ingesta
de alimentos, dándoles opción a adquirir alimentos normales o sus versiones
"light" (sin grasa) en un supermercado preparado. Se concluyó que los que
más adelgazaron fueron los que más productos light comieron y más fuerza de
voluntad tenían. Y los que más engordaron fueron los que más productos con
grasa eligieron y más libremente comieron. Un estudio con bastantes
limitaciones, ya que por su metodología tan especial es muy difícil aislar el
efecto de cualquier variable. No se hizo ningún análisis de otros factores o
segmentación de alimentos que pudieran influir en el resultado. Además, el
plazo fue bastante modesto: 6 meses.
Otros estudios
Incluso las versiones más extremas de las dietas bajas en calorías, las que
aportan menos de 800 Kcal al día y que se suelen aplicar en situaciones
médicas o de salud también especiales, consiguen resultados mediocres a
largo plazo. En el meta-análisis "The evolution of very-low-calorie diets: an
update and meta-analysis" (2006) se concluyó que las dietas muy bajas en
calorías consiguen pérdidas de unos seis kilos al final de los estudios más
largos.
Conclusiones
Tras casi tres meses, los resultados de pérdida de peso, otros indicadores
relacionados con la salud y el síndrome metabólico fueron muy similares para
las tres propuestas.
Con ánimo de aportar algo de luz sobre el tema, se publicó en 2013 en British
Journal of Nutrition una excelente revisión sistemática sobre esta interesante
cuestión, "Associations between dietary variety and measures of body
adiposity: a systematic review of epidemiological studies". Los autores
analizaron los estudios observacionales y de intervención más importantes,
tanto de forma global como de forma segmentada. En concreto, estudiaron de
forma separada el efecto de la variedad de la dieta entre alimentos más
saludables o recomendables y entre alimentos menos saludables.
Tiene su lógica y está soportado por la ciencia. Y parece que esta directriz
mantiene margen para seguir disfrutando con la comida variada. Aunque el
debate sobre qué es lo bueno y lo menos bueno sigue abierto, claro.
¿Concienciación y objetivos alcanzables aumentan el éxito de una dieta?
3. Evitar pérdidas de peso rápidas: Si se sigue una dieta que nos hace
adelgazar demasiado rápido, hay más probabilidad de que tengamos “efecto
rebote” y será más difícil mantener el peso perdido a largo plazo. La dieta
eficaz no parece ser compatible con la prisa.
Personalmente creo que la forma más natural y de sentido común para que una
persona adulta cambie de vida y pierda peso es mediante la educación y
formación a fondo sobre lo que es una alimentación saludable y cómo
incorporarla a su día a día. Todo lo demás son adornos con poca o ninguna
base. E incluso así será complicado.
¿Tienen soporte científico las dietas disociadas?
Como es de esperar, las referencias científicas que incluyen todos estos libros
son escasísimas, por no decir nulas. Y las que hay dan pena. La mayoría son
muy antiguas, de hace muchas décadas e imposibles de encontrar por ningún
lado. Suelen ser de temas periféricos (comer vegetales, comer carne), nunca
incluyen ninguna referencia rigurosa y contrastada que demuestre que comer
los alimentos de forma disociada sirva para perder peso.
Un estudio de ese tipo sería bien sencillo de hacer. Bastaría dividir personas
en dos grupos y darles a comer los mismos alimentos a ambos, pero a uno de
ellos de forma disociada y al otro no. Es lo que se hizo en este estudio que se
publicó en el International Journal of Obesity en el año 2000 “Similar weight
loss with low-energy food combining or balanced diets”, que yo sepa, el
único estudio medianamente serio al respecto, y el resultado fue el esperado:
Los que comieron disociado no obtuvieron ninguna ventaja significativa
respecto a los que no lo hicieron. Los Diamond, a pesar de haber ganado
millones, no han promovido ningún estudio para dar solidez a su método. Ni lo
harán nunca, claro.
Como ocurre con la mayoría de los métodos milagrosos, hay gente que lo
prueba y pierde peso a corto plazo. El famoso "a mi me funciona". En este
caso, ese adelgazamiento inicial es perfectamente lógico, ya que además de
disociar, los autores exigen la restricción de bastantes alimentos: Carnes,
dulces, harinas, grasas... Y claro, así sí que funcionan, al menos por un
tiempo. Pero no por disociar, claro.
Por parte de sus detractores se suele decir que este otro camino de obtención
de la energía es “anormal” e incluso “patológico” y los más extremistas le han
achacado gran cantidad de problemas y peligros. Sin embargo, como ha
ocurrido en otros casos, no han sido más que exageraciones sin soporte
científico.
Sin embargo, poco o nada se sabe sobre sus posibles efectos a largo plazo:
Efectividad, seguridad, etc., no hay estudios epidemiológicos que las hayan
testado. Los estudios que han analizado las dietas bajas en carbohidratos no
han llegado, ni mucho nenos, a niveles lo suficientemente bajos de este
macronutriente como para explorar los efectos de la cetosis en largos periodos
de tiempo. Así que si se decide por este tipo de dietas, por el momento será
por su cuenta y riesgo. Habrá que seguir esperando a que nuevas
investigaciones aporten luz sobre el tema.
¿Se puede mantener el rendimiento deportivo con las dietas cetogénicas?
La verdad es que hay muy pocas investigaciones sobre el tema. Hace bastantes
años se publicaron un par de trabajos realizados por investigadores conocidos
defensores de este tipo de dietas, que parecían obtener conclusiones bastante
prometedoras, sin grandes diferencias en el rendimiento:
Aunque también otros pocos estudios posteriores realizados por otros autores
llegaron precisamente a las conclusiones contrarias:
Hay que reconocer que la Dieta Dukan funciona. Claro que funciona, podría
decirse que es el pelotazo de las dietas. Como he comentado en apartados
anteriores, al menos a corto-medio plazo las dietas cetogénicas suelen ser
efectivas para la pérdida de peso. Y como la Dieta Dukan en sus primeras
fases es de este tipo de dieta, consigue resultados rápidos y espectaculares. Y,
siendo honestos, hay pocas evidencias científicas que demuestren que por
seguirla durante un tiempo limitado vaya a haber algún problema de salud en
personas sanas. Es probable que los beneficios por el peso perdido, si éste es
importante, sean mayores, así que tampoco se trata de asustar a nadie con
exageraciones y amenazas apocalípticas.
Pero que quede claro: La dieta Dukan en las fases en las que más adelgaza (las
dos primeras) es muy restrictiva, elimina casi todos los carbohidratos pero
también reduce de forma muy importante los vegetales y las grasas, algo que
no hacen otras dietas cetogénicas. Comer durante un montón de semanas
únicamente carne, pescado y unos pocos vegetales es un suplicio. La
supresión de los carbohidratos refinados me preocupa menos (por las razones
que veremos en próximos apartados), pero la restricción de los vegetales y las
grasas es más relevante, sobre todo si se aplica durante demasiado tiempo, ya
que puede dar lugar a carencias nutricionales.
Pero todo esto es casi secundario porque lo más destacable de este método es
que, llegados a un punto, las recomendaciones de Dukan dejan de funcionar.
En lo que falla es precisamente en el momento más difícil, su última fase, la
que el francés llama estabilización, la que hay que seguir durante el resto de
nuestras vidas para mantener el peso. En un principio podría parecer que en
esta última parte se puede comer con normalidad, cumpliendo solo tres reglas:
Comer un día a la semana proteínas, tomar un poco de salvado cada día y no
utilizar el ascensor. Y digo "parecer", porque Dukan es meditadamente
impreciso en esta fase. Por un lado afirma que se puede comer con normalidad
si se respetan esas tres reglas, pero por otro recomienda tener en cuenta todo
lo que se ha aprendido durante el resto de fases. ¿Qué significa esto? Que cada
uno lo interprete, pero lo habitual es que se entienda de dos formas
1. Volver a comer como antes, pero siguiendo las tres reglas.
2. Seguir una dieta bastante restrictiva y parecida a las fases anteriores,
además de las tres reglas.
Vale, puede usted pensar "comprendido, pero prefiero estar los próximos
meses delgado y el resto de mi vida gordo, que gordo desde hoy mismo". Le
entiendo, sobre todo si, como la mayoría, ha probado de todo con resultados
insatisfactorios. O si se ha cruzado con malos profesionales de la nutrición,
que también los hay, como en cualquier otra profesión. Pero, créame, hay
soluciones mucho mejores y con resultados superiores a largo plazo, aunque
sean más progresivas.
¿Tiene soporte científico la dieta alcalina o del pH?
Pues le adelanto que algo así es lo que han hecho los inventores de la dieta
alcalina o del pH. Aunque existen diferentes formas de interpretarla, en este
artículo me voy a referir a aquellos planteamientos que piensan que seguir una
dieta basada en reducir la supuesta acidez que los alimentos producen en
nuestro organismo, tiene como consecuencia una enorme cantidad de
beneficios para la salud.
Uno de los más claros promotores de esta idea es Robert O Young (que
previamente fue misionero en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los
Últimos Días), conocido practicante de la medicina alternativa en EEUU
(rama en la que ha obtenido sus títulos clínicos, ninguno en medicina de
verdad) y que ha publicado una buena cantidad de libros sobre el tema. El
título de uno de los más populares, The pH miracle (El milagro del pH), lo
dice todo. Este señor ha sido acusado de practicar la medicina sin licencia y
recomendar a enfermos de cáncer sustituir la quimioterapia por sus productos
de herboristeria, entre otras cosas. También suele promover el "live blood
analysis", con el que, según su opinión, observando detenidamente la sangre al
microscopio pueden identificarse muchas enfermedades relacionadas con el
sistema inmunológico. Unas ideas en contra de la opinión científica seria,
como se contaba en el artículo de 1995 "Unproven (questionable) cancer
therapies".
Le bastará con darse una vuelta por Amazon para comprobar que la iniciativa
ha tenido bastante éxito. La enorme cantidad de libros existentes con los
términos "dieta alcalina" o "dieta del pH" es espectacular, por no hablar de
los cientos de webs y blogs que nos aseguran que siguiéndola libraremos
nuestro cuerpo de las malísimas toxinas que nos inyecta el agresivo entorno de
la sociedad moderna. Por supuesto, como suele ser habitual, muchos de los
que defienden estas teorías también venden los productos paralelos que
ayudan a seguir este tipo de dietas: Suplementos, agua alcalina o aparatos para
aumentar su pH, hierbas...
Lo que desmonta todos sus planteamientos es que no hay pruebas de que sus
principios sean verdaderos. Por ejemplo, el más importante, que la dieta
occidental acidifica nuestro cuerpo, sigue sin demostrarse. Nuestro organismo
se mantiene en unos márgenes de pH muy ajustados, los alimentos únicamente
puede llegar a acidificar la orina, sin que se hayan probado mayores
consecuencias directas. Otro tropezón importante es afirmar que la ingesta de
leche está asociada con la acidez de nuestro cuerpo, cuando es algo que no
parece tener demasiado respaldo científico, según se ha visto en estudios
como "Milk and acid-base balance: proposed hypothesis versus scientific
evidence" (2011), en el que se concluía que no existe relación entre ambos
factores.
Respecto a los supuestos beneficios, van más allá de los que podrían
asociarse a una dieta prudente como esta, y eso ya es grave. Una de las
promesas más destacadas es la prevención de la osteoporosis. De nuevo, los
estudios llegan a conclusiones bien diferentes. En el estudio de 2010 "Low
urine pH and acid excretion do not predict bone fractures or the loss of bone
mineral density: a prospective cohort study" se observó que la acidez de la
dieta no está asociada a más fracturas ni pérdida de densidad ósea. En el
meta-análisis de 2011 "Causal assessment of dietary acid load and bone
disease: a systematic review & meta-analysis applying Hill's epidemiologic
criteria for causality", tampoco se encontró ninguna correlación entre la
acidez de la dieta y la osteoporosis, ni ninguna prueba de la eficacia de la
dieta alcalina para su prevención. Y en 2013, la revisión “Does a High
Dietary Acid Content Cause Bone Loss, and Can Bone Loss Be Prevented
With an Alkaline Diet?” realizada por expertos canadienses, no solo llegó a
similares conclusions, sino que además puntualizó que una carencia de
proteínas podría ser un problema para la salud ósea.
La lucha contra los milagros y las estafas es difícil, sean de la naturaleza que
sean. Nuestro cerebro funciona enormemente influenciado por las ideas
preconcebidas y las presunciones que tengamos. Además, en lo más profundo,
aunque nos consideramos seres muy racionales, a todos nos gustan las
creencias y la fantasía, las cosas excepcionales y extraordinarias. Es normal,
es humano. Nuestra naturaleza combate continuamente con esa dualidad, la
lógica versus la intuición, creer lo que nos dice nuestro corazón o lo que nos
dicen los datos.
En España tenemos dos fuentes que podemos considerar como "la definición
oficial" de las dietas milagro. La primera es la de GREP-AEDN, el "Grupo de
Revisión, Estudio y Posicionamiento de la Asociación Española de
Dietistas-Nutricionista", que elaboró el documento "¿Cómo identificar un
producto, un método o una dieta milagro?" en 2012.
Los vegetarianos.
Las recomendaciones dietéticas de Harvard limitan de forma muy
importante los carbohidratos refinados y la carne procesada.
Casi cualquier recomendación oficial recomienda reducir al
máximo la ingesta de dulces y bollería industrial.
Sin duda, este es un recurso muy utilizado por los vendedores de milagros,
unos minutos de teletienda sirven para comprobarlo. Pero el uso de
testimonios en sí mismo no es una prueba de nada negativo, el mal uso de los
mismos es lo que realmente es un buen indicio para sospechar. En concreto,
los testimonios falsos (mucho más frecuentes de lo que creemos) es la práctica
más habitual, así que lo ideal sería aprender a identificarlos. También hay que
estar alerta con la selección sesgada de testimonios, eligiendo los positivos y
obviando los negativos.
¿De verdad piensan los expertos que esta afirmación es una pista fiable de que
estamos ante una dieta milagro? Es cierto que los productos milagro utilizan
este gancho para todo, pero en este caso no es demasiado útil como pista. Una
alimentación saludable y que permita perder peso puede ser satisfactoria y
agradable. Además, parece que estamos transmitiendo que para llevar una
buena alimentación hay que sufrir o esforzarse mucho. Ni coincido, ni me
gusta.
La primera impresión que me queda tras leer los documentos completos es que
hay demasiadas ideas mezcladas que pretendían desbaratar demasiadas
propuestas dietéticas al mismo tiempo. En mi opinión, hay demasiadas
imprecisiones y pegas en varias de esas definiciones. Pruebe a contrastar la
lista con una dieta vegetariana, comprobará que se le aplican unas cuantas.
¡Alguna de ellas incluso encaja en las recomendaciones dietéticas de las
entidades oficiales!
En segundo lugar, se está mezclando "la dieta" con "la forma de vender la
dieta". Por ejemplo, los defensores de las dietas del pH o alcalinas proponen
una dieta baja en grasas y semi-vegetariana, un planteamiento que no creo que
sea el mejor pero que desde el punto de vista de la salud no tiene demasiados
reproches por parte de los expertos. El problema está en cómo la justifican y
la venden, basándose en teorías falsas y prometiendo cosas imposibles,
haciendo creer que siguiéndola se curan multitud de dolencias y no se
enfermará nunca. En este caso la dieta es un problema menor, el engaño está en
el vendedor, que le asigna propiedades falsas.
Cuáles son
La teoría
Los principios teóricos por los que los carbohidratos refinados se suelen
relacionar con la obesidad parten de dos ideas clave: Que, como ya he dicho,
son cadenas formadas por moléculas de glucosa (un elemento que nos aporta
energía, pero que también es tóxico en altas concentraciones en sangre) y que
son gestionados metabólicamente principalmente por la insulina, una poderosa
y conocida hormona. Considerando este punto de partida, voy a exponer breve
y esquemáticamente su paso por nuestro organismo con un sencillo modelo:
A modo de resumen, podría decirse que los alimentos que se absorben con
más rapidez y generan una elevación importante de glucosa tendrán en general
mayor valor de IG o CG.
¿Tiene sentido?
Por ejemplo, en los siguientes tres estudios los animales que se alimentaron
con una dieta de mayor índice glucémico (IG) terminaron con más grasa
corporal (volumen de adipocito):
En el estudio de 1998 "A high glycemic index starch diet affects lipid
storage-related enzymes in normal and to a lesser extent in diabetic rats" se
observó que una dieta con carbohidratos refinados aumentó la presencia de
algunas enzimas relacionadas con el almacenamiento de grasas.
En la investigación del año 2009 "Dietary starch type affects body weight
and glycemic control in freely fed but not energy-restricted obese rats" las
ratas que se alimentaron con alimentos de menor IG tuvieron menor peso. Así
mismo, en la del año 2000 "Long term feeding with high glycemic index
starch leads to obesity in mature rats" aquellas que se alimentaron con
alimentos de mayor IG ganaron más peso que las del grupo de menor IG (a
pesar de tratarse de dietas isocalóricas, es decir, que aportaban las mismas
calorías). Los resultados pueden verse en el siguiente gráfico:
También en el interesante, polémico y reciente estudio de 2012
"Hyperinsulinemia Drives Diet-Induced Obesity Independently of Brain
Insulin Production" se observó que un tipo de ratas que tienen una falla
genética que les impide generar demasiada insulina (pero que por lo demás
son totalmente normales) no ganaron peso a pesar de alimentarlas con una
dieta muy calórica, al contrario que el grupo de ratas de control, que sí sufrió
obesidad.
Y en el estudio del mismo año “Acute and sustained inflammation and
metabolic dysfunction induced by high refined carbohydrate-containing diet
in mice”, los ratones a los que se les alimentó con una dieta elevada en
carbohidratos refinados presentaron significativas alteraciones en los
indicadres de inflamación y en los niveles lipídicos, así como una mayor
adiposidad, intolerancia a la glucosa y baja sensibilidad a la insulina
Tras presentar algunas hipótesis previas y estudios que las hacen probables, a
continuación vamos a comprobar lo que dicen los estudios epidemiológicos
realizados sobre seres humanos intentando observar el efecto de este tipo de
alimentos. Sin olvidar que los factores que afectan a una dieta son muchos y
variados y que el efecto que produce un comportamiento dietético puede verse
"compensado" o anulado por otro diferente.
Una gran parte de otros estudios de menor relevancia y tamaño también han
llegado a conclusiones similares, con mayor o menor intensidad, para una
alimentación o para alimentos concretos de elevado IG:
“Associations of dietary glycaemic index and glycaemic load with food and
nutrient intake and general and central obesity in British adults” (2013).
Los investigadores encontraron en los 1500 británicos observados una clara
relación entre la obesidad central, el IG y la CG.
“Glycaemic index and body fat distribution in children: the results of the
ARCA project” (2012). Se analizó la correlación entre el índice glucémico de
la dieta y la obesidad en más de 3000 niños y se encontró el doble de riesgo
de obesidad entre aquellos con una dieta de mayor IG.
“Glycemic load, glycemic index, and body mass index in Spanish adults”
(2010) . En este estudio español de más de 8000 personas, no se encontró
relación entre el IG y el IMC (índice de masa corporal).
“Glycemic index and glycemic load in relation to body mass index and waist
to hip ratio” (2010). En este caso al analizar los datos de unas 8000 personas,
la relación que se encontró entre IG, CG y IMC fue inversa.
“Dietary fiber intake, dietary glycemic index and load, and body mass
index: a cross-sectional study of 3931 Japanese women aged 18-20 years”
(2007). Se encontró una relación positiva entre el IG, la CG y el índice de
masa corporal IMC entre los casi 4000 jóvenes analizados.
“Association between dietary glycemic index, glycemic load, and body mass
index in the Inter99 study: is underreporting a problem?” (2006). Se
analizaron los resultados de más de 6000 personas y tras diversos ajustes con
variables de confusión, se encontró correlación (aunque algo irregular) entre
IG, CG y IMC.
Estudios de intervención
Como ya saben, los estudios de intervención son más fiables para deducir la
causalidad de un comportamiento dietético. En este caso he decidido
dividirlos en dos grupos, por un lado los que se basan en la restricción
calórica (controlando cantidades hasta una aportación energética concreta), y
por otro los que permiten comer líbremente o ad-libium. He obtenido la mayor
parte de las referencias de la excelente revisión realizada en 2011 “The
Application of the Glycemic Index and Glycemic Load in Weight Loss: A
Review of the Clinical Evidence”.
Para los que prefieren no entrar en los detalles, les adelanto que en el primer
grupo, en los que se ha controlado la cantidad de calorías, he identificado 14
estudios, todos ellos comparando dos dietas (de alto y bajo IG), ambas
hipocalóricas (con déficit calórico) y también isocalóricas (que aportan las
mismas calorías), es decir, con la variable energética fijada y controlada. La
mayoría concluyen con diferencias de pérdida de peso a favor de la dieta de
bajo IG (pocos carbohidratos refinados). Son los siguientes, incluidos sus
resultados:
“Whole grain compared with refined wheat decreases the percentage of body
fat following a 12-week, energy-restricted dietary intervention in
postmenopausal women” (2012). 79 mujeres durante 12 semanas, las que
siguieron dieta con alimentos integrales perdieron un kilo más que las de la
dieta de alto IG y más grasa corporal.
“Five-week, low-glycemic index diet decreases total fat mass and improves
plasma lipid profile in moderately overweight nondiabetic men” (2002). 11
hombres durante 5 semanas, con 0,8 kilos de diferencia a favor de la dieta de
bajo IG y menos cantidad de grasa corporal.
“The effects of the dietary glycemic load on type 2 diabetes risk factors
during weight loss” (2006). 32 personas durante 6 meses, con la de bajo IG
adelgazaron medio kilo más.
“Reduced glycemic index and glycemic load diets do not increase the effects
of energy restriction on weight loss and insulin sensitivity in obese men and
women” (2005). Sin diferencias significativas (o muy pequeñas) entre los 29
sujetos sometidos a análisis, tras 12 semanas de intervención más otras 24 de
seguimiento.
“No effect of a diet with a reduced glycaemic index on satiety, energy intake
and body weight in overweight and obese women” (2008). 26 personas
durante 12 semanas, sin diferencias en el resultados final. Sin embargo, la
diferencia de IG entre las dos dietas era muy pequeño (55,5 vs 63,9) ya que
realmente la de bajo IG no lo era tanto e incluía carbohidratos de bastante
rápida absorción.
Siguiendo con los estudios que permiten comer libremente, en 2008 se realizó
el meta-análisis “Glycemic response and health—a systematic review and
meta-analysis: relations between dietary glycemic properties and health
outcomes” y concluyó precisamente que las dietas de baja carga glucémica
eran especialmente eficaces para la perdida de peso en intervenciones en las
que se permitía comer ad-libitum.
Salud y enfermedades
Cáncer
Enfermedades cardiovasculares
Diabetes
Conclusiones finales
1. Muy buenos no parecen ser. La mayor parte de los estudios, tanto los
relacionados con la obesidad como con diversas enfermedades y salud,
encuentran aspectos negativos a su ingesta elevada. No es una asociación muy
fuerte ni ocurre en el 100% de los casos, pero es evidente y parece crecer en
cantidad e intensidad según se publican más estudios.
Pues bien, por todos estos argumentos, si todavía no está convencido de que
sean poco recomendables, mírelo desde otra perspectiva: No parece haber ni
una sola razón para recomendar comerlos y sí muchas para comer sus posibles
sustitutos. Así que, en mi opinión, es totalmente incomprensible que todavía
sigan existiendo pirámides alimentarias que los coloquen en su base, como lo
hizo la Food Pyramid de la USDA en la década de los noventa.
Para terminar, unos consejos para investigadores y científicos: Sería
importante que próximos estudios reforzaran su enfoque y metodología para
detallar las hipótesis planteadas, aumentando las muestras y la duración,
ampliando las diferencias entre el IG o CG de las dietas comparadas y
analizando la influencia de diferentes tipos de alimentos, especialmente los
altamente procesados y los naturales.
¿Qué ventajas demostradas para la salud tiene el comer frutas y
vegetales?
Pero, como ya sabrá a estas alturas del libro, lo que aquí nos gusta es rebuscar
en la bibliografía epidemiológica y poner sobre la mesa las pruebas que la
ciencia ha encontrado hasta la fecha. Y aunque en el mundo de la nutrición los
vegetales y las frutas son un tótem casi intocable, voy a ser fiel al estilo y
filosofía habitual, dándoles un repaso a fondo.
En esta ocasión voy a utilizar como guía una investigación que se publicó en el
año 2012 en European Journal of Nutrition, la interesante revisión "Critical
review: vegetables and fruit in the prevention of chronic diseases". En este
trabajo expertos epidemiólogos, fisiólogos y nutricionistas de diversas
universidades alemanas analizaron la evidencia científica existente sobre la
utilidad de frutas y vegetales para la prevención de diversas patologías y
enfermedades: Obesidad, diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedad coronaria,
íctus, cáncer, osteoporosis, enfermedades oculares, demencia, síndrome de
colon irritable, artritis, asma y enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
1. Convincente
2. Probable
3. Posible
4. Insuficiente
Obesidad y sobrepeso
Y estos son los que no encontraron ninguna relación o la que encontraron fue
solo para hombres o mujeres:
Por otro lado y con una visión más global, incluyendo también verduras y
hortalizas, en el estudio se destaca la labor de otra revisión, la realizada en
2004 "What can intervention studies tell us about the relationship between
fruit and vegetable consumption and weight management?", en la que se
evaluaron varias decenas de estudios de intervención, analizando los posibles
efectos de estos alimentos en la saciedad y en el peso corporal. Los expertos
concluyeron que los vegetales y frutas pueden jugar un rol importante en la
gestión del peso, especialmente en su mantenimiento (ya que no vieron
disminuciones significativas de peso si no se acompañaban de otras medidas).
Comprobaron que adición en más cantidad en la dieta da lugar a una reducción
en la densidad energética sin que aumente la sensación de hambre, lo cual
permite un menor consumo energético final.
Tras revisar todos estos estudios y revisiones, los autores concluyen que es
posible que el aumento del consumo de vegetales y frutas permita mantener el
peso estable, preveniendo la obesidad. Un nivel de evidencia no muy alto, el
tercero (de cuatro) en la clasificación. En su opinión, no hay suficientes
evidencias que relacionen su mayor consumo, sin otra medida adicional, con
la pérdida de peso. Solo si ese aumento se produce a expensas de otros
alimentos más energéticos puede hablarse de asociación con un menor peso.
Vamos, que comer más vegetales y frutas es importante pero no es suficiente
para adelgazar.
Diabetes
Hipertensión
En este caso, los autores concluyen que la evidencia de un efecto positivo para
prevenir la hipertensión es sólida y de primer nivel, es decir, convincente.
Enfermedad coronaria
Un estudio únicamente encontró una reducción del riesgo entre aquellos que
más vegetales de hoja verde comieron:
Por otro lado, el estudio "Fruit, vegetable and bean intake and mortality
from cardiovascular disease among Japanese men and women: the JACC
Study" (2009) realizado posteriormente también encontró una reducción de
riesgo similar.
Cáncer
Los tipos de cáncer que parece que se ven beneficiados por la ingesta de estos
alimentos son los relacionados con el sistema digestivo: Cáncer de boca,
esófago, colorectal y estómago. De cualquier forma, los beneficios observados
no son muy elevados. Parece que el efecto beneficioso es mayor si el aumento
en la ingesta es alto y ocurre sobre personas con elevada exposición a tóxicos
y carcinógenos (por ejemplo, fumadores).
Algunas de las últimas revisiones sobre estudios observacionales han sido las
siguientes:
"Fruit and vegetables and cancer risk" (2009). Relación favorable pero
pequeña, pocos beneficios.
"Fruit and vegetable intake and risk of major chronic disease" (2004). Sin
ventajas significativas para el cáncer en general.
Por lo tanto en este caso, en opinión de los autores, la evidencia para esta
enfermedad es estadísticamente significativa, pero tampoco de lo mejorcito,
así que la consideraron de segundo nivel, probable, y especialmente entre los
tipos de cáncer comentados.
Osteoporosis
“Effects of dietary nutrients and food groups on bone loss from the proximal
femur in men and women in the 7th and 8th decades of age” (2003). Sin
correlación significativa.
“Potassium, magnesium, and fruit and vegetable intakes are associated with
greater bone mineral density in elderly men and women” (2002). También se
observó menos pérdida de masa ósea solo entre hombres
Artritis reumatoide
Los estudios identificados analizando esta enfermedad y la ingesta de
vegetales y frutas (o algunos de sus componentes) son los siguientes (todos
observacionales menos el último):
Enfermedades oculares
Otras enfermedades
Los investigadores germanos también analizaron las capacidades de vegetales
y frutas para prevenir el colon irritable, la demencia, el asma y la enfermedad
obstructiva pulmonar, considerándose para todas ellas que existe un nivel de
evidencia posible, excepto la primera, para la que no hubo datos suficientes
que permitieran sacar conclusiones.
Conclusiones finales
El estudio que hemos utilizado en todo momento como guía nos regala una
magnífica tabla que resume estupendamente la evidencia científica existente
sobre las ventajas de comer frutas y vegetales y que podríamos traducir de la
siguiente forma:
Para terminar, sin ninguna duda, esta revisión nos permite confirmar que es
necesario realizar más estudios, sobre todo separando las hortalizas y las
frutas (ya que son bastante diferentes) y también segmentando más los
diferentes tipos de cada una. Por ejemplo, como hemos visto en varios de los
estudios, los vegetales de hoja verde parecen ser especialmente interesantes,
algo en lo que hay que seguir profundizando. Como en la identificación de
otros subgrupos de alimentos que pudieran ser útiles para patologías
específicas.
¿Hasta qué punto son peligrosas las grasas saturadas?
Uno de los temas prioritarios cuando se habla de nutrición son las grasas y, en
concreto, suelen tomar protagonismo con especial rapidez las grasas
saturadas. Llevamos muchos años con intensas y vehementes recomendaciones
dirigidas a su reducción y tanto el personal sanitario como los organismos
oficiales parecen tenerlo bastante claro. Aunque recientemente la controversia
sobre la rigurosidad de todas estas políticas parece haberse avivado ya que,
como ha ocurrido con otros aspectos, los estudios más rigurosos de los
últimos años parecen indicar que el tema no está tan claro.
Las grasas saturadas son aquellas formadas por moléculas cuyos átomos de
carbono están unidos al máximo posible de átomos de hidrógeno (podría
decirse que están “saturados” de hidrógeno, sin la presencia de enlaces
dobles, de ahí su nombre).
Sin embargo las grasas saturadas no son una única cosa. Realmente están
formadas por diferentes tipos de ácidos grasos, que se diferencian en el
número de átomos de carbono (C) que tenga la cadena. El rango de átomos de
carbono es de entre 4 y 20 y los ácidos grasos suelen considerarse de cadena
corta si son de menos de 6 átomos de carbono, de cadena media entre 6 y 10 y
de cadena larga los de mayor número. Los ácidos grasos más habituales en la
dieta son el ácido láurico (C12:0), el mirístico (C14:0), el palmítico (C16:0)
y el esteárico (C18:0), aunque también pueden estar presentes otros como el
ácido butírico (C4:0), el ácido caproico (C6:0), el ácido caprílico (C8:0) o el
ácido cáprico (C10:0).
La distribución de cada uno de estos ácidos grasos puede ser muy diversa en
diferentes alimentos. Por ejemplo, el aceite de coco tiene gran cántidad de
ácido láurico (C12:0) y mirístico (C14:0), el de oliva sin embargo es
especialmente rico en ácido palmítico (C16:0), al igual que la mantequilla.
Las carnes y los pescados también suelen contener sobre todo ácidos de
cadena larga, en concreto el ácido palmítico (C16:0) y esteárico (C18:0).
Podría decirse que la mala fama de los ácidos grasos saturados sobre todo
tiene dos focos: Por un lado su impacto en el aumento de la concentración de
colesterol en sangre (sobre todo el colesterol total y el LDL o colesterol
malo). Y por otro, la asociación entre su mayor ingesta y el aumento de los
índices de enfermedad cardiovascular. Coherentes con estos aspectos
negativos, las diversas entidades sanitarias recomiendan reducir la ingesta de
grasas saturadas.
Una relación impresionante y amplia, sin duda. Por eso resulta cuando menos
curiosa la discordancia de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria -
EFSA, en su documento sobre las valores de referencia para las grasas
publicado en 2010, resume las ideas principales de la siguiente forma: "Los
ácidos grasos saturados son sintetizados por el cuerpo y no son necesarios
en la dieta. Por lo tanto, no se establece ninguna recomendación sobre su
ingesta. Existe una relación de respuesta a la dosis positiva entre la ingesta
de la mezcla de ácidos grasos saturados y el LDL en sangre comparado con
los carbohidratos. Además, hay evidencias con estudios de intervención que
muestran que sustituyendo productos ricos en ácidos grasos saturados por
productos ricos en ácidos grasos poliinsaturados omega-6 (sin que se
modifique la cantidad total de grasas) se reduce el número de eventos
cardiovasculares. Como la relación entre los ácidos grasos saturados y el
incremento del LDL es continua, no se puede definir un umbral las grasas
saturadas por debajo del cual no existan efectos adversos. Por lo tanto, no
se puede establecer un valor máximo tolerable. El panel concluye que la
ingesta de grasas saturadas debería de ser lo más baja posible en el
contexto de una dieta nutricionalmente adecuada (...)."
En la mayoría de los países son valores bastante inferiores a los de hace 20-
30 años, como consecuencia de las agresivas campañas en contra de las grasas
saturadas de las décadas de los 80 y los 90, pero se han mantenido bastante
estables durante la última década.
Se suele decir que la principal fuente de grasas saturadas son los alimentos de
origen animal, que son los que se suelen limitar prioritariamente cuando se
quiere reducir su ingesta, pero esta afirmación no suele venir acompañada de
datos concretos. Por desgracia, en la encuesta española no se detalla el origen
de estas grasas saturadas, así que para hacernos una idea de las fuentes de
alimentos que nos las aportan debemos consultar otras fuentes de información.
Uno de los errores más habituales es pensar que los alimentos contienen solo
un tipo de grasa y que por lo tanto, las grasas saturadas solo se encuentran en
algunos de ellos. Sin embargo, en la mayoría de los casos los diferentes tipos
de grasas aparecen mezcladas en diferentes proporciones. Por ejemplo, a
continuación pueden ver los contenidos aproximados de diversas grasas
(saturadas, monoinsaturadas y poliinsaturadas) y en el caso de las
poliinsaturadas, los ácidos grasos (omega-3 y omega-6) encontrados en
muestras habituales de diversos alimentos (gramos por cada 100 gr de
alimento):
Como puede observar, podría decirse que las grasas saturadas están por todas
partes, incluso en alimentos en los que mucha gente no imaginaría
encontrarlos, como el aceite de oliva. Casi un 15% de nuestro querido y
admirado aceite son ácidos grasos saturados.
Bien, creo que ya hemos podido situar a grandes rasgos las grasas saturadas,
viendo lo que son, de dónde vienen y lo que nos recomiendan sobre ellas.
Ahora es momento de meterse en harina y empezar a escarbar en los estudios
y ensayos clínicos.
Esta es la primera aparición y estas dos frases son todas las evidencias y
razones que se presentan para justificarlo. Sin referencias a estudios ni
investigaciones concretas. Sin datos ni resultados. Es lo que dijo el comité de
expertos.
Por otro lado, también considero importante dedicar unas líneas a precisar un
poco a lo que nos referimos cuando hablamos de aumentar o reducir las grasas
saturadas. Si al aumentar las grasas saturadas sube el colesterol, se podría
deducir que al reducir su ingesta, baje. Pero Cuando hablamos de nutrición,
normalmente las personas no solemos reducir o aumentar sin más un
componente, lo solemos sustituir por otro, porque la cantidad final de lo que
comemos y las calorías ingeridas suelen variar más bien poco a largo plazo. Y
eso precisamente es lo que analizan los estudios de intervención de los
últimos años, lo que ocurre cuando reducimos las grasas saturadas en favor de
otro nutriente o componente, como por ejemplo carbohidratos (que suele ser la
sustitución más habitual) u otros tipos de grasas (normalmente insaturadas, ya
sean monoinsaturadas o poliinsaturadas).
Bien, tras estas explicaciones básicas previas, veamos entonces lo que dicen
los estudios sobre las grasas saturadas, su sustitución por otros nutrientes y el
indicador CT/HDL.
Voy a utilizar como referencia una de las últimas revisiones, realizada por los
conocidos epidemiólogos de Harvard Micha y Mozzafarian "Saturated Fat
and Cardiometabolic Risk Factors, Coronary Heart Disease, Stroke, and
Diabetes: a Fresh Look at the Evidence", publicada en 2010. Esta revisión
incluyó unos cuantos gráficos que ilustran muy bien la cuestión.
¿Cuál es la razón para que esto ocurra? Resulta que, a diferencia de la carne,
los lácteos tienen pequeñas cantidades de ácido láurico, así como de otros
ácidos grasos saturados de cadena media y corta. Esta diferencia se identificó
de forma especialmente clara en el estudio de 2012 "Dietary intake of
saturated fat by food source and incident cardiovascular disease: the Multi-
Ethnic Study of Atherosclerosis" en el que se compararon los ácidos grasos
saturados de los lácteos y los de la carne, presentando los primeros mayor
cantidad de ellos y cantidades significativas de los mencionados ácidos grasos
de cadena corta y media.
Pues bien, según algunos expertos, estos ácidos grasos, incluso en pequeñas
cantidades, podrían influir en el efecto neutro e incluso positivo de algunos
lácteos en los niveles de colesterol.
Desde hace años los países nórdicos, siempre eficientes y colaboradores entre
ellos, elaboran conjuntamente sus recomendaciones dietéticas. Uno de sus
documentos principales trata sobre las grasas, con más de 200 páginas y 600
referencias y estudios seleccionados desde el año 2000 al 2012 . Los
nórdicos, tal y como explican en el documento, seleccionaron diez estudios de
intervención para el análisis de la relación entre las grasas saturadas y el
colesterol, y comprobaron que prácticamente en todos se confirmó lo
siguiente:
1- Una sustitución de grasas saturadas por insaturadas reduce el colesterol
total (CT)
2- Una sustitución de grasas saturadas por insaturadas reduce el LDL
(colesterol malo)
3- Una sustitución de grasas saturadas por insaturadas obtiene resultados
diversos en el HDL (colesterol bueno)
Así que parece que no está tan claro que el sustituir las grasas saturadas por
insaturadas mejore el indicador de colesterol CT/HDL. Y si nos fijamos en la
dimensión de los valores que se obtienen, lo cierto es que en aquellas
intervenciones en las que se obtienen mejoras, éstas son de pequeña magnitud.
Los que ya me conocen, saben que estoy muy de acuerdo con la famosa cita de
Einstein "Las cosas deben hacerse lo más sencillas posibles, pero no más
simples". Así que, tras los párrafos anteriores, yo resumiría la evidencia
actual sobre las grasas saturadas y el colesterol de la siguiente forma:
1. El aumento de las grasas saturadas a costa de los carbohidratos no
modifica significativamente el mejor indicador de colesterol utilizado para
medir el riesgo cardiovascular, el CT/HDL
Menudo lío, ¿no cree? Con lo fácil que sonaba antes de todo esto...
- Las dietas que sustituyen las grasas saturadas por otras se asocian a una
modesta reducción del colesterol total y triglicéridos. No presentan cambios
en los niveles de peso, IMC, LDL y HDL.
- Las dietas que sustituyen las grasas saturadas por otras se asocian a un
mayor riesgo de muerte por cáncer.
No tan rápido. Se repite la circunstancia que ocurría con el colesterol, hay una
pregunta que sigue sin respuesta. ¿La reducción del riesgo se debe a la
reducción de las grasas saturadas, el aumento de las poliinsaturadas o a
ambos? Pues esta fue la reflexión de los investigadores de Harvard en la
discusión del estudio:
Parece que 2010 fue un año fructífero en investigaciones sobre el tema porque
expertos norteamericanos, (entre los que se encontraba el prestigioso y
conocido Frank Hu, de la Harvard School of Public Health), publicaron el
meta-análisis "Meta-analysis of prospective cohort studies evaluating the
association of saturated fat with cardiovascular disease", analizando los
estudios observacionales más recientes y masivos que hubieran estudiado la
relación entre las grasas saturadas y la enfermedad cardiovascular. Si, en
efecto, hicieron lo mismo que hizo en su momento Ancel Keys en el estudio de
los siete países del que hablamos en el primer post de esta serie, pero a lo
bestia. Con datos más actualizados, metodología más fiable y con mucha más
información y personas observadas.
Y los autores lo podían haber dicho más alto, pero no más claro. Estas fueron
sus conclusiones finales: "No hay evidencia significativa para concluir que
las grasa saturadas dietéticas están asociadas con un incremento de
enfermedad cardíaca o cardiovascular".
¿Le parecen suficientes revisiones y opiniones de expertos basadas y
fundamentadas en estudios? No quiero aburrirle, pero si le han quedado ganas
de más, tengo más. Tan solo un año antes, en 2009, se publicaron las siguientes
cuatro revisiones sistemáticas:
¿Las grasas saturadas disminuyen e impiden la acción del HDL? ¿En qué
pruebas se basa la segunda parte de esa frase?
Estos son los porcentajes de aportación de grasas saturadas para cada grupo
de alimentos (de mayor a menor):
1. Otros: 26,2 %
2. Queso: 16,5 %
3. Vacuno: 8,5 %
4. Leche: 8,3 %
5. Aceites: 8,2 %
6. Carne procesada: 6,9 %
7. Galletas y bollos: 6,1 %
8. Margarina-mantequilla: 5,8 %
9. Postres lácteos: 5,1 %
10. Aves: 4,2 %
11. Aperitivos fritos: 4 %
Como los lácteos y la carne suelen ser las principales fuentes de grasas
saturadas, estamos acostumbrados a que la estrategia de reducción de grasas
saturadas más habitual y frecuente sea la de reducir su ingesta. Un mensaje
simple, fácil de entender y que va al grano, enfocado sobre los alimentos que
más grasas saturadas aportan. Pero ¿es esta la mejor solución?
En efecto, los lácteos y los productos cárnicos son una fuente importante de
este tipo de grasas. Pero como hemos visto, los primeros (incluso los enteros
o sin desnatar) son alimentos en los que no está clara su asociación con el
aumento del colesterol. De hecho, la mayoría de los estudios los asocian a un
menor riesgo cardiovascular. Así que no parece que su erradicación de la
dieta vaya a servir para mucho. ¡Ojo!, como suelo recordar a menudo, cuando
me refiero a los lácteos hablo de la leche, queso, yogur, etc., no de los pseudo-
lácteos-chuches que se dan a los niños en forma de bebibles y similares
(también llamados “postres lácteos”.
Respecto a la carne, la cosa podría parecer más clara. La asociación con un
aumento del riesgo entre los que más comen suele ser más evidente. Sin
embargo, este estudio tiene una importante información complementaria que
complica el asunto: el análisis de la aportación de nutrientes esenciales de
cada grupo de alimentos. Y los autores, en los textos de la investigación,
resumen de esta forma la relación entre las grasas saturadas, los azúcares y los
nutrientes fundamentales: "Los cinco alimentos que aportan el 83% de los
azúcares añadidos aportan poco o ningún valor nutricional (...). Y los tres
alimentos que aportan la mayoría de las grasas saturadas también aportan
casi la mitad de calcio, vitamina D y vitamina B12 de la dieta".
Pero aunque elegir alimentos más magros y naturales puede ser una buena
idea, en mi opinión, el foco debería centrarse en otro ámbito: La reducción de
otros grupos de alimentos, los que menos valor nutricional aporten.
Precocinados, platos preparados, aperitivos, galletas, bollería, etc. Los grupos
6, 7, 9 y 11 del listado anterior se corresponden con este tipo de alimentos y
probablemente también una buena parte del voluminoso grupo "otros" los
contendrán en importantes cantidades.
Pues bien, todos ellos suelen contener un buen porcentaje de grasas saturadas
y con frecuencia no somos conscientes de la gran cantidad de ellos que
incorporamos en nuestra dieta. Así que, sin ninguna duda, eliminándolos o
reduciéndolos de forma importante reduciremos también las grasas saturadas
significativamente, sin detrimento nutricional. Además, también suelen ser
ricos en carbohidratos refinados, unos componentes que se ha demostrado que
empeoran el indicador de triglicéridos en sangre, aumentando el riesgo
cardiovascular.
Para que se haga una idea de los números y cantidades de las que hablamos, a
modo de ejemplo, algo tan tradicional y aceptado como media docena de
galletas, puede aportar entre la cuarta parte y la mitad de las grasas saturadas
recomendadas diarias. Junto con un montón de azúcar y almidón.
Por otro lado ¿recuerda que las grasas saturadas están formadas por diferentes
ácidos grasos saturados y que cada uno de ellos puede tener diferentes
efectos? Los de cadena corta y media suelen ser más recomendables y los de
cadena larga, especialmente algunos de ellos, menos saludables. Pues bien,
otro aspecto negativo de este tipo de alimentos altamente procesados es que
nunca sabrá su composición de ácidos grasos saturados, porque los fabricantes
no la facilitan. Y normalmente es muy elevada en ácido palmítico (C16:0), el
menos recomendado.
Además, como puede deducir, al igual que ocurría en el caso de las grasas
saturadas, cuando se habla de las grasas trans no se está hablando de una única
cosa. En función de la longitud de la cadena (número de átomos de carbono) y
del número y de la posición de los enlaces dobles, tendremos diferentes tipos
de ácidos grasos trans.
Esta matización merecía más investigaciones y más análisis por parte de los
expertos, así que durante estos últimos años se han hecho todavía más estudios
y también se han publicado nuevas y rigurosas revisiones sistemáticas. En
2011, se publicó el meta-análisis de estudios observacionales "Consumption
of industrial and ruminant trans fatty acids and risk of coronary heart
disease: a systematic review and meta-analysis of cohort studies". Los
resultados mostraron que, al contrario que en el caso de las de origen
industrial, en las que el aumento de riesgo era claro, las grasas trans de
rumiantes, o no se relacionaron con ningún aumento de riesgo de enfermedad
cardiovascular, o incluso en algunos casos se asociaron a una pequeña
reducción del mismo.
Más o menos por las mismas fechas, también en 2011, se publicó la detallada
y completa revisión "Effects of Ruminant trans Fatty Acids on
Cardiovascular Disease and Cancer: A Comprehensive Review of
Epidemiological, Clinical, and Mechanistic Studies", en la que un equipo de
investigación internacional analizó también todos los estudios observacionales
y de intervención realizados hasta la fecha. Y también concluyeron que había
claras pruebas de los efectos negativos de las grasas trans de origen industrial,
como prácticamente todos los anteriores. Pero, a la hora de hablar de los de
origen natural, los expertos dijeron que "aunque modelos experimentales
incluso podían sugerir efectos beneficiosos de los ácidos grasos trans
provenientes de rumiantes (...), su efecto en las cantidades consumidas
normalmente en la dieta se mantiene poco claro".
Carbohidratos 1
Proteínas 13
Grasas totales 10
G. Saturadas 3,1
G.Monoinsturadas 3,8
G.Poliinsaturadas 1,4
A.G. Omega-3 0,07
A.G. Omega-6 1,1
A los que hay que sumar una importante variedad de vitaminas y minerales.
Por otro lado, si examinamos los estudios observacionales a largo plazo, hace
décadas se realizaron varias investigaciones que relacionaban su ingesta con
un aumento del riesgo cardiovascular. Incluso recientemente se ha publicado
algún artículo como “Dietary cholesterol and egg yolks: Not for patients at
risk of vascular disease” (2010) - es de opinión-revisión, no epidemiológico
- alertando de los riesgos de comer huevos.
Aunque hemos estado muchos años sin meta-análisis sobre los huevos, en
2013 llegaron tres casi simultáneos, publicados en revistas de gran prestigio y
con resultados bastante diferentes:
1."Egg consumption and risk of coronary heart disease and stroke: dose-
response meta-analysis of prospective cohort studies". Los autores, tras el
análisis de ocho estudios prospectivos, concluyeron que no había relación
entre su consumo y el aumento de riesgo ictus y la enfermedad coronaria. Y
tampoco encontraron ninguna respuesta a la dosis (aumento progresivo del
riesgo al aumentar progresivamente la cantidad de huevos)
Bien, sin duda todo esto puede resultar bastante desconcertante. Tres
revisiones, tres conclusiones. ¿Cuál creer? Los resultados son heterogéneos y
las diferencias se deben sobre todo a la inclusión o no de ciertos estudios.
En definitiva, creo que poco se puede afirmar con seguridad. Por suerte, ya ha
pasado la época en la que los huevos estaban prácticamente prohibidos debido
a recomendaciones exageradas y a hipótesis que no han sido posteriormente
confirmadas (por ejemplo, su ingesta prácticamente no afecta al nivel de
colesterol en sangre), así que su inclusión en la dieta diaria debería hacerse
con naturalidad y sin miedo. Pero, dado que es un alimento económico,
sabroso y versátil, que aporta una gran variedad de nutrientes de calidad, creo
que es prioritario seguir realizando estudios que nos permitan tener más
evidencias para concretar las cantidades máximas recomendadas,.
Si, de cualquier forma, prefiere ser prudente, como todos estos estudios
comparan los grupos de personas que más cantidad de huevos consumen (más
de uno al día) con los que menos, puede inclinarse por quedarse por debajo de
la cantidad superior y ponerse como límite un huevo diario.
¿Es malo comer mucha carne?
Esta revisión analizó los resultados para dos tipos de carne, que han sido las
principales sospechosas de tener algún efecto negativo en la salud en estudio
previos: La carne procesada de cualquier tipo (salchichas, embutido,
hamburguesas industriales, preparados de carne, precocinados, etc.) y la carne
roja no procesada (carne de ternera, vacuno, cerdo, etc). Los epidemiólogos
de Harvard consideraron los estudios más recientes y rigurosos, realizados
durante los últimos 20 años, con decenas de miles de personas a las que se ha
hecho seguimiento durante una buena cantidad de tiempo. Y las conclusiones a
las que llegaron fueron las siguientes:
Carne roja: Con cuatro estudios incluidos, los resultados fueron bastante
diversos y poco coincidentes. El valor medio del riesgo relativo es nulo, por
lo que indica que no puede deducirse que haya ni aumento ni disminución del
riesgo de enfermedad cardiovascular al comer carne roja.
Carne procesada, riesgo por cada 50 gramos: Todos los resultados de los 6
estudios analizados sobre carne procesada reflejaron un aumento de riesgo
relativo, con un valor del 42% (en este caso por cada 50 gramos diarios).
Por lo tanto, podría decirse que no se ha podido relacionar la carne roja con
ningún aumento del riesgo de enfermedades cardiovasculares, pero que la
carne procesada presenta un aumento del riesgo bastante claro. Aunque no es
muy grande, es bastante significativo, superior al 40% por cada 50 gramos
diarios.
Carne y diabetes
Pero en el caso de la carne roja los resultados están más ajustados y son
menos concluyentes. A continuación les recopilo las últimas revisiones y
meta-análisis sobre el tema realizados por dos equipos diferentes de Harvard,
que parecen inmersos en una de esas carreras investigadoras por publicar los
trabajos más relevantes.
El primer estudio vió la luz en 2010, "Red and processed meat consumption
and risk of incident coronary heart disease, stroke, and diabetes: A
systematic review and meta-analysis". Fue de los primeros meta-análisis,
dirigido por Renata Micha y Dariush Mozaffarian, conocidos y prolíficos
investigadores de Harvard. Concluyeron que no existían pruebas claras de un
aumento del riesgo de diabetes por comer carne roja, ya que la diferencia que
se identificaba no era estadísticamente significativa.
Un año después, en 2011, otro equipo liderado por otros expertos de Harvard
tan populares y prestigiosos como Walter Willett y Frank Hu, publicaron en
2011 "Red meat consumption and risk of type 2 diabetes: 3 cohorts of US
adults and an updated meta-analysis", en el que realizaron un meta-análisis
con los resultados de tres grandes estudios observacionales existentes. Y
concluyeron que por cada 100 gramos diarios de consumo de carne roja, el
riesgo relativo aumentaba un 19%.
Descubrieron que entre aquellas personas con un aumento del consumo de bajo
a moderado, el riesgo relativo creció un 15% y entre las que tuvieron un
aumento de moderado a alto, un 30%. Sin embargo, entre los grupos de
personas que realizaron una reducción del consumo, no se encontró una
reducción significativa del riesgo.
2. Una reducción del consumo de carne roja no tiene una asociación tan clara
con la reducción del riesgo y solo se aprecia a muy largo plazo y al hacerse en
cantidades importantes.
¿A qué puede deberse este fenómeno? Los autores creen que podría ser
consecuencia de la presencia de personas no sanas en los grupos de
reducción, que estarían precisamente en estos grupos a causa de estar
siguiendo las indicaciones de reducción de carne de su médico por sufrir
patologías previas (y que por lo tanto tendrían más probabilidad de
desarrollar diabetes). Así que esa falta de respuesta a la reducción de riesgo
se debería a la contaminación por este tipo de pacientes.
Así que eso es lo que hay sobre la diabetes, un aumento del riesgo relativo
bastante claro para la carne procesada y algún prueba sugerente pero poco
sólida de un pequeño aumento del riesgo para la carne roja. Sobre todo porque
no se ha podido demostrar que reducir su consumo sirva para disminuir el
riesgo relativo de diabetes.
Carne y cáncer
El cáncer es otra de las enfermedades con las que se suele asociar la carne.
También en este caso, voy a recopilar los diferentes resultados de las últimas
revisiones sistemáticas, preferiblemente meta-análisis, que han analizado los
estudios sobre la ingesta de carne y los diferentes tipos de cáncer que se
suelen considerar "sospechosos":
Cáncer colorectal
"Red and processed meat intake and risk of colorectal adenomas: a meta-
analysis of observational studies (2013)". Tras revisar 21 estudios, se
identificó un 24% más de riesgo de tener adenomas en el grupo que más carne
roja ingería comparado con el que menos, y un aumento del 36% por cada 100
gramos diarios de ingesta. Para la carne procesada, el aumento por cada 50 gr
diarios fue de un 28% y la difrerencia entre los dos grupos extremos fue del
17%.
“Meat intake, cooking methods, and risk of proximal colon, distal colon, and
rectal cancer: The Norwegian Women and Cancer (NOWAC) cohort
study”(2013). Expertos noruegos que estudiaron durante años a más de 80.000
mujeres solo hallaron correlación entre el cáncer de cólon y la carne
procesada. No se encontró asociación significativa para el resto de carne,
independientemente de su método de cocinado.
Como remate final al repaso de la relación con este tipo de cáncer, en 2013 se
publicó el primer estudio que segmentó su investigación de diferentes tipos de
carne, "Associations between Red Meat and Risks for Colon and Rectal
Cancer Depend on the Type of Red Meat Consumed". Expertos daneses
hicieron seguimiento de más de 50.000 personas durante unos 13 años
recabando información sobre el consumo de carne procesada, vacuno, ternera,
cordero, cerdo y ave.
“Meat, fish, and ovarian cancer risk: Results from 2 Australian case-control
studies, a systematic review, and meta-analysis” (2010). No se encontró un
aumento del riesgo del cáncer de ovarios para la carne roja ni la total, pero sí
un aumento pequeño para la carne procesada (un 20%)
Cáncer renal
"Consumption of red and processed meat and esophageal cancer risk: meta-
analysis".Los autores incluyeron en el meta-análisis de carne roja 4 estudios
de cohorte y 18 de caso-control. En los estudios de cohorte (normalmente más
fiables) el aumento del riesgo identificado en el grupo de mayor consumo fue
de un 26% y en los de caso control (menos fiables), un 44%, muy similares a
los de carne procesada.
"Meat, fish, and esophageal cancer risk: a systematic review and dose-
response meta-analysis" (2013). Los autores, tras analizar cuatro estudios de
cohorte y 31 de caso-control comparando los grupos de mayor y menor
consumo de carne roja y procesada, concluyeron que los que más carne roja
comieron presentaron un riesgo relativo global un 40% mayor. Sin embargo, al
estratificar el análisis según el tipo de estudios, solo se mantuvo
estadísticamente significativo en los de caso control, pero no en los de
cohorte.
Cáncer de mama
Posteriormente, en 2009, se publicó, "Is red meat intake a risk factor for
breast cancer among premenopausal women?" por expertos del departamento
de psiquitría y neurociencia del comportamiento de la universidad de
Hamilton (USA), centrado en mujeres premenopáusicas y analizando 10
estudios. En este caso sí se encontró un pequeño aumento del riesgo relativo
del 24%, más acusado en los estudios de caso-control (57%) que en los de
cohorte (11%).
En el meta análisis de 2012 "Meat intake and risk of bladder cancer: a meta-
analysis" sobre el cáncer de vesícula y la carne, se identificó un pequeño
aumento del riesgo entre los que más carne roja consumían, pero como
afirmaron sus autores, los estudios eran pocos y el riesgo estaba al borde de la
significación estadística, por lo que destacaron que eran necesarios más
estudios bien diseñados para afirmar algo con cierta seguridad.
Por otro lado, no hay evidencias científicas que relacionen las carnes blancas
(pollo, pavo, conejo...) ni el pescado con el cáncer. Más bien al contrario, su
ingesta se suele asociar a menores riesgos relativos.
Carne y mortalidad
Meat intake and mortality: a prospective study of over half a million people
(2009). Seguimiento a unas 70.000 personas durante 10 años. Se encontró
asociación del consumo de carne roja y procesada con un moderado aumento
del riesgo de mortalidad de aproximadamente el 30% entre los que más carne
roja y procesada comían, comparados con los que menos. Aunque el estudio
identificó una llamativa excepción entre los no fumadores, los cuales no tenían
ningún aumento del riesgo de muerte por cáncer.
Existen diferentes teorías para explicar este problema que todavía requieren
de estudios que las puedan confirmar. Las dos más populares hacen referencia
al hierro hemo que contiene la carne roja (carne proveniente de mamíferos,
excepto el conejo) y a los compuestos carcinógenos que se forman durante su
cocinado, sobre todo las aminas heterocíclicas aromáticas.
1. Microondas o hervido
2. Guisado con o sin olla a presión
3. Asado
4. Frito con aceite abundante o freidora
5. Frito con poco aceite (salteado)
6. A la parrilla
7. A la brasa de carbón
Le recuerdo que las cantidades a las que se identifica el riesgo son bastante
elevadas, así que tampoco hay que obsesionarse. Aplicando el sentido común,
una actuación prudente sería la de evitar comer carne roja preparada a altas
temperaturas en gran cantidad o con mucha frecuencia (por ejemplo, más de
dos veces por semana). Tampoco se trata de no comerla nunca. Y una barbacoa
con los amigos de vez en cuando no hace daño a nadie.
La verdad es que los alimentos fritos no tienen buena fama y se les considera
responsables de muchos males nutricionales: Obesidad, enfermedades
cardiovasculares, cáncer... Aunque poco a poco se van disipando muchos de
los mitos que los acompañan, el cáncer sigue siendo uno de sus puntos negros
(especialmente algunos tipos concretos como el de próstata). Como ya hemos
visto, la barbacoa y la brasa parecen ser los métodos de cocinado con más
probabilidades de llevarse toda la responsabilidad de este problema, pero la
fritura en aceite tampoco suele estar libre de sospecha, ya que las altas
temperaturas que se alcanzan y la reutilización de los aceites, son factores que
no podían descartarse como potencialmente peligrosos.
Así que si desea ser prudente y reducir la posibilidad de riesgo, además de los
consejos ya comentados para el caso de la carne, puede seguir las siguientes
directrices: Utilice aceite abundante (para evitar el contacto con las zonas muy
calientes) y de calidad (preferiblemente oliva virgen extra, que tarda más en
degradarse y contiene más antioxidantes que “compensan” esa degradación),
sin reutilizar (para minimizar la degradación acumulada) y no deje que llegue
a quemarse o humear (momento en el que empiezan a generarse los
compuestos tóxicos). Si además evita que los alimentos se tuesten demasiado,
puede disfrutarlos con la conciencia más tranquila. Que bien lo merecen.
¿El pan engorda?
¿Le parece que este párrafo dice que el pan no engorda, como han dicho
muchos por ahí? Léalo otra vez, por favor, porque o estoy muy equivocado, o
dice que el pan integral no engorda, pero que pan blanco probablemente sí.
Pues bien, con esos 14 estudios (6+7+1) y los resultados de cada uno de ellos,
dedujeron las conclusiones generales que han podido leer anteriormente
traducidas.
Ahora me van a permitir una licencia poco habitual. Con todo el respeto y
reconociendo que ellos son mucho más expertos que yo, en mi revisión
personal he decidido hacer unas pequeñas variaciones en el sistema de
elección. Yo utilizaría los siguientes criterios para seleccionar los estudios
más relevantes:
Por lo tanto, estos son los estudios que yo seleccionaría (10 de los 14), con
sus conclusiones resumidas:
Longitudinales:
“Whole-grain intake may reduce the risk of ischemic heart disease death in
postmenopausal women: the Iowa Women’s Health Study” (1998). Se
estudiaron 35.000 mujeres y se observó que el consumo de alimentos
integrales estaba asociado a menor IMC, y el de cereales refinados a mayor
IMC.
“The Effect of Breakfast Type on Total Daily Energy Intake and Body Mass
Index: Results from the Third National Health and Nutrition Examination
Survey (NHANES III)” (2003) Los desayunos que incluían panes sin levadura
(quick bread) se relacionaron con un menor sobrepeso.
De cohorte:
Ahora, le ruego que vuelva a leer las conclusiones de los autores que he
traducido al principio del post, que lea también las mías (muy similares).
Recuerde que la mayor parte de la gente come pan blanco (no integral) y
dígame su opinión.
Los autores, comparando los que más cantidad de pan comían con los que
menos, concluyeron que los primeros se asociaron a un mayor aumento de
peso. Es decir, más pan blanco, más grasa y más obesidad abdominal. La
buena noticia es que de nuevo no se encontró asociación entre la ingesta de
pan integral y el sobrepeso.
Así que, por el momento, la ciencia concluye que el pan blanco probablemente
engorda. Digan lo que digan sus fabricantes.
¿Hay pruebas científicas de que el azúcar engorde?
Considerando que probablemente sea uno de las más relevantes revisiones que
existen sobre el tema, sobre todo porque es esperable que la OMS lo tenga en
cuenta de forma muy especial en sus directrices, las conclusiones a la que
llegan los investigadores no dejan lugar a dudas: La influencia del azúcar en el
sobrepeso es indiscutible.
Tras seleccionar por un lado los mejores estudios de intervención (y, de forma
especial, identificando los más rigurosos y significativos que permitían comer
ad-libitum o libremente, que son los que reflejan con mayor fidelidad la
situación de la vida real) y por otro los observacionales más sistemáticos y
masivos, los autores encontraron evidencias claras de que un mayor consumo
de azúcar se asociaba a un mayor peso. Lo constataron tanto en las
intervenciones en las que se redujo la ingesta de azúcar (aquellos que la
redujeron menos, presentaron más sobrepeso), como en las que se aumentó su
consumo (los que comieron más azúcar, sufrieron más sobrepeso). Los valores
no fueron muy altos, pero es algo normal ya que la mayoría de las
intervenciones fueron tan solo de unas pocas semanas
Entre los niños, el estudio también encontró una evidente asociación directa
entre el aumento del consumo de azúcar y el sobrepeso. Aunque, por el
contrario, no fue concluyente con la efectividad de la reducción de azúcar
como medida para prevenirlo, ya que entre los estudios seleccionados los
resultados fueron muy dispares y no se encontró una clara relación.
Los autores también destacaron que el efecto negativo era más acusado cuanto
mayor era la ingesa. Lo cual agrava el problema, ya mucha gente no se da
cuenta de la gran cantidad de azúcar que toma involuntariamente. Algo
especialmente preocupante en el caso de alimentos procesados que la incluyen
casi de forma indiscriminada: En los cereales de desayuno, bollería, zumos
preparados y, sobre todo, refrescos. Estos últimos se toman con muchísima
facilidad y contienen cantidades muy importantes de glucosa o fructosa.
Por otro lado, el estudio también concluyó que al sustituir el azúcar por otro
tipo de carbohidratos, no se apreciaron diferencias significativas en el peso.
Algo razonable ya que la mayoría de veces se sustituyen por carbohidratos
refinados, que pueden considerarse poco más que moléculas de glucosa
unidas.
Desde que hace años aparecieron en el mercado los lácteos bajos en grasas o
desnatados, parece que se nos condenó a casi todos a su consumo. La generosa
cantidad de grasas que contienen las versiones normales o enteras,
especialmente de saturadas, son uno de los demonios alimentarios que
cualquier médico elimina de una dieta considerada prudente o dirigida a
prevenir o reducir la obesidad. Nunca ha sido necesario demasiado debate; si
los lácteos altos en grasas pueden ser sustituidos por sus homólogos casi sin
grasas ¿por qué no hacerlo?
Lo cierto es que muchos hemos seguido estas directrices durante años, ya que
tampoco nos suponía demasiado esfuerzo. Como la oferta de desnatados es
enorme, la disponibilidad de productos es más que suficiente y ha bastado con
sacrificar un poco (o bastante) el delicioso sabor de la leche entera, que sin
duda se ve afectado negativamente.
Pero de nuevo una reciente revisión parece que nos empuja a pensar que la
teoría es una cosa y la práctica otra.
Tiene usted razón si está pensando que éste es un estudio observacional y que
lo ideal sería disponer de estudios de intervención en los que, de forma
aleatoria, se hubiera dividido a los sujetos en dos grupos y se les hubiera
suministrado leche desnatada o entera, sin cambiar ningún otro factor. Sin
embargo, no he podido encontrar un estudio de este tipo, supongo que porque
experimentos de esta naturaleza con niños son éticamente discutibles. Lo más
parecido que he conseguido es el estudio de 2012 "Skim milk, whey, and
casein increase body weight and whey and casein increase the plasma C-
peptide concentration in overweight adolescents", en el que un grupo de 200
adolescentes con sobrepeso se dividió en 4 subgrupos de forma aleatoria y a
cada uno de ellos se dio a tomar un litro diario de diferentes líquidos: Agua,
leche desnatada, y dos tipos de batidos de proteínas (whey y caseína), durante
12 semanas. ¿Y saben qué ocurrió con el grupo de leche desnatada? Que, al
igual que los otros dos y comparado con el que tomó agua, sufrió un mayor
aumento de peso.
Por lo tanto, viendo los resultados de estos dos estudos y de todos los citados
en el apartado anterior, me parece que cuando menos es poco riguroso
priorizar la leche y lácteos desnatados entre los niños para evitar la obesidad
o prevenir enfermedades.
También las últimas tendencias de las llamadas dietas paleolíticas, sobre todo
las más afines a las directrices de Loren Cordain, los restringen de forma
importante, ya que según estos enfoques no estaban presentes en la dieta de
nuestros ancestros. Argumento que se suele reforzar con la posible traza de
antibióticos u hormonas que la industria utiliza con el ganado (algo que
realmente puede ser un problema) y con la supuesta degradación nutricional
que ocurre durante la pasteurización. En concreto, este proceso en el que el
producto se calienta a temperaturas elevadas durante muy poco tiempo con
objeto de eliminar microorganismos, es uno de los más criticados,
achacándosele una buena cantidad de inconvenientes que, según algunos,
superan a su más que interesante eficacia esterilizadora.
Nutrientes y pasteurización
Cáncer
Cáncer de próstata
La revisión de 2009 "Milk intake and the risk of type 2 diabetes mellitus,
hypertension and prostate cancer" halló resultados contradictorios, por lo
que los autores concluyeron que no hay evidencia clara para llegar a
conclusiones de aumento de riesgo.
Tras estas revisiones se ha publicado algún estudio más, con los siguientes
resultados:
Diabetes
Osteoporosis y fracturas
Me parece que las evidencias son de peso. Si usted no tiene ningún tipo de
intolerancia, los lácteos y la leche no parecen ser malos en absoluto, más bien
al contrario, su consumo habitual presenta gran cantidad de beneficios ya que
están asociados a una reducción del riego en la mayoría de las enfermedades.
Además, la decisión más razonable es tomarlos tras su pasteurización.
Eso sí, tome leche, queso y yogur lo más naturales posibles y evitando los
azúcares añadidos y el alto procesamiento, que dan como resultado final
productos más parecidos a los refrescos o a las chucherías que a comida de
verdad. Un bebible de los que se da a los niños en la merienda es mucho
menos recomendable que un vaso de leche normal. E incluso que un vaso de
agua.
¿Engordan las nueces u otros frutos secos?
Por esta razón los frutos secos siempre están acompañados de las coletillas
"consúmanse con moderación", "como máximo un puñadito" o "tómelos solo
de vez en cuando". ¿Qué otra cosa se puede esperar de un alimento con
muchas calorías y elevada densidad energética? La termodinámica es
implacable y una caloría es una caloría, por eso a menudo en las pirámides
alimentarias estos frutos suelen representarse en zonas bastante elevadas.
Pero, ¿es correcta esta forma de pensar? ¿Qué dice la ciencia?
Resulta que en este tipo de estudios los frutos secos tienen la mala costumbre
de llevar la contraria a la lógica energética-calórica. Aunque están cargaditos
de grasas, siempre se escabullen y parecen imposibles de correlacionar con la
obesidad. Estos son los cuatro principales que se han realizado y sus
resultados:
Como ve, parece claro que los frutos secos no engordan. Ni uno solo de los
estudios ha podido relacionarlos con un aumento de peso. Pero ¿cómo es
posible? ¿Cómo desaparecen las calorías? En los artículos “Nuts and healthy
body weight maintenance mechanisms” (2010) e “Impact of peanuts and tree
nuts on body weight and healthy weight loss in adults” (2008) puede
encontrar algunas ideas y explicaciones al respecto. Al parecer, tal y como
explicaré en próximos apartados, existen otras variables que influyen de forma
importante en el efecto que producen en nuestro cuerpo. En este caso, parece
que la complicada digestibilidad, la elevada cantidad de fibra y la sensación
de saciedad que producen, hacen que el balance energético final de los frutos
secos sea favorable. Además, su gran riqueza de nutrientes y el excelente
perfil de sus grasas los convierten en un alimento realmente valioso,
especialmente en el caso de las nueces.
Así que la evidencia científica parece indicar que usted podría ser menos
prudente comiendo frutos secos y lanzarse a comerlos con generosidad,
olvidando el "sólo un puñadito" y el "de vez en cuando". Si sigue una dieta
saludable podrá comer una cantidad generosa de ellos diariamente, por
ejemplo como merienda o aperitivo, sin que tenga que temer por su sobrepeso
y disfrutando de su sabor y de los excelentes nutrientes que le aportará.
Cuando se diseña una dieta para la pérdida de peso, los alimentos muy grasos
(y por lo tanto, calóricos) suelen estar en la lista de indeseados o, al menos,
en la de "comer con mucha moderación". Después de todo, muchas grasas
significan muchas calorías. Pero en varios apartados ya hemos comprobado
que este razonamiento no siempre es acertado. Por ejemplo, hemos visto que
los estudios no han podido encontrar correlación entre los frutos secos y el
sobrepeso, ya que hay otros factores de su composición que acaban
compensando de forma favorable su aporte energético.
Con todas las precauciones que hay que tener ante un solo estudio
observacional, los resultados son claramente positivos. Indican que aquellas
personas que más aguacate comen, presentan una dieta mejor, con más
nutrientes, menos riesgo de síndrome metabólico y menor peso. Sí, menor
peso, a pesar de todas sus calorías.
Así que ya sabe, por el momento puede incorporarlo sin miedo a sus comidas,
no hay prueba epidemiológica que nos haga pensar que engorda. Si dedica un
poco de tiempo a buscar recetas en internet le sorprenderá la cantidad de
deliciosas formas en la que puede tomarlo.
¿La cerveza engorda?
Muy a menudo hemos podido leer titulares que hacen referencia a estudios
aislados sobre la cerveza y su relación con el sobrepeso, sobre todo cuando
los resultados no han podido correlacionar ambos factores. En esos casos las
correspondientes asociaciones o grupos de interés del mundo cervecero han
dedicado importantes esfuerzos a mandar notas de prensa a los medios de
comunicación, transmitiendo el jugoso "la cerveza no engorda", un mensaje
que a todos nos encanta leer (a mí también) para poder seguir tomándola con
la conciencia tranquila.
Les adelanto las conclusiones del abstract, para que se vayan haciendo a la
idea:
Para intentar añadir algo de valor a todo este trabajo con estudios
observacionales, los autores hicieron algo complementario: Seleccionaron
aquellos que consideraron más rigurosos y habían sido realizados en países en
los que el consumo de cerveza es mayor, lo que permitiría aislar mejor el
efecto. Y concluyeron que en esos casos, la correlación entre la cerveza y la
obesidad se apreciaba con más claridad.
Composición
Pero hay otras importantes revisiones que han llegado a conclusiones muy
diferentes. La realizada en 2009 "Major types of dietary fat and risk of
coronary heart disease: a pooled analysis of 11 cohort studies" no encontró
un rol relevante al ratio O-3/O-6 ni al exceso de omega-6. Y tampoco lo hizo
la publicada en 2010 "n-6 Fatty acids and cardiovascular health: a review of
the evidence for dietary intake recommendations".
Por otro lado, el estudio de 2012 "Association between interaction and ratio
of ω-3 and ω-6 polyunsaturated fatty acid and the metabolic syndrome in
adults" no observó asociación entre el ratio O-3/O-6 y el riesgo de síndrome
metabólico. Sin embargo, el estudio "The association of red blood cell n-3
and n-6 fatty acids to dietary fatty acid intake, bone mineral density and hip
fracture risk in the Women's Health Initiative" (2012) sí encontró una
asociación entre una menor densidad ósea y un ratio O-3/O-6 menor.
Temperatura
Sigamos con nuestro repaso a los aceites vegetales. Si utiliza el aceite sobre
todo para freír, es importante que soporte sin degradarse las altas temperaturas
para así evitar la creación de compuestos carcinógenos que podrían estar
relacionados con enfermedades cardiovasculares y cáncer. Prácticamente casi
todos los refinados tienen su "punto de humeo" (temperatura a la que
empiezan a quemarse) similar, y entre los no refinados (que contienen más
nutrientes y presentan mayor calidad), el aceite de oliva virgen y el virgen
extra tienen puntos de humeo bastante elevados, como puede observar en la
siguiente tabla. Así que será suficiente con que no deje que lleguen a ese punto
(que salga humo) y no los reutilice para hacer más frituras.
Otros nutrientes
Pero los aceites, además de ácidos grasos, pueden contener otros nutrientes
muy interesantes, especialmente antioxidantes y vitaminas. Los que
disfrutamos con la cocina mediterránea, tanto preparándola como
desgustándola, estamos de suerte, porque el aceite de oliva es ejemplar en este
sentido, presentando una gran variedad y cantidad de ellos, especialmente en
forma de compuestos fenólicos. Si lo toma virgen (es decir, sin refinar,
habiendo sido procesado solo mediante procesos mecánicos) y crudo, por
ejemplo como aliño, podrá beneficiarse de todos ellos.
Conclusiones
Como conclusión, los aceites vegetales son una interesante opción nutricional,
sobre todo para tomarlos crudos, pero también para utilizarlos en frituras. No
hay enormes diferencias entre ellos (excepto en el caso del aceite de coco),
pero viendo su composición y características, podríamos decir que cada uno
tiene su "personalidad".
En el momento de escribir estas líneas no hay evidencia científica sólida para
afirmar que la ingesta de omega-6 sea especialmente poco saludable o que
haya que considerar de forma muy relevante la relación O-3/O-6 como un
aspecto fundamental para la salud, así que no creo que haya razones para
obsesionarse con el tema.
También puede decantarse por los aceites que menos cantidad de este ácido
graso y más nutrientes contengan, por ejemplo el de oliva. En España este
aceite es el que ha acumulado mayor cantidad de investigaciones y resultados
favorables, así que lo tenemos bastante fácil para elegir. Un buen resumen de
todas sus propiedades y beneficios puede encontrase en el documento de 2008
"Olive oil and health: Summary of the II international conference on olive
oil and health consensus report", que aunque es quizás un poco entusiasta con
nuestro aceite dorado, contiene una gran cantidad de información valiosa.
¿Son las legumbres saludables?
Las judías, los garbanzos, los guisantes y las lentejas son algunos de los
alimentos que sirven de materia prima para cocinar los platos llamados “de
cuchara”, que comíamos con frecuencia en nuestra niñez y que caracterizan a
la dieta mediterránea. O al menos así lo era en la época de nuestras madres y
abuelas. Otros un poco menos habituales, como los altramuces, los cacahuetes
o la soja, se consumen de forma más específica o local.
Lo cierto es que todos, poco a poco, están pasando de ser una parte muy
importante de la alimentación diaria a estar en un segundo plano en nuestra
dieta habitual. Las tendencias alimentarias más modernas, basadas en
alimentos precocinados y más sofisticados, no parecen estar muy alineadas
con la sencillez de las legumbres. Además, algunas dietas populares las han
criticado con dureza, eliminándolas radicalmente en favor de otro tipo de
vegetales.
Legumbres y antinutrientes
Lectinas
Las lectinas son un tipo de proteínas que se unen a los azúcares y que se
encuentran en cantidades significativas en las plantas, aunque no se conoce con
precisión su función. Tienen una alta especificidad de adhesión, es decir, que
dicha unión con azúcares la realizan de forma muy selectiva, por lo que son
útiles para la caracterización de diferentes tipos de este compuesto y suelen
utilizarse purificadas para realizar análisis. Se encuentran todo tipo de
entornos naturales pero sobre todo están presentes en cereales, legumbres,
semillas, frutos secos y patatas.
Como se puede observar, no solo las legumbres son ricas en él, también los
frutos secos los presentan en importantes cantidades.
Al ácido fítico la mala fama le llega por la elevada capacidad que tiene para
secuestrar otros componentes (especialmente minerales) uniéndose a ellos
(calcio, hierro, zinc, magnesio) y formar compuestos insolubles en el intestino,
reduciendo su posibilidad de absorción en el proceso de digestión. También
parece reducir la disponibilidad de proteínas e inhibe la actividad enzimática.
Esta mala fama ha impulsado a la industria de la alimentación a intentar
eliminarlos o minimizarlos en sus productos, algo que no es tan sencillo en el
hogar, ya que son bastante estables a altas temperaturas (la cocción suele
desnaturalizar aproximadamente solo una cuarta parte de ellos) y el remojo
previo también tiene una efectividad muy limitada (con resultados bastante
dispares entre diferentes estudios).
En este caso, se aprecia cómo en el caso del zumo, el pico de insulina tras su
ingesta fue mucho más elevado que el del puré, y todavía más que el de la
manzana completa. Y como ya he comentado a menudo en este blog, esos picos
tan acentuados de insulina tienen efectos poco deseables entre una buena
cantidad de personas, especialmente para la prevención de la obesidad. Por
ejemplo, en concentraciones muy altas de insulina se inhibe la lipólisis o
utilización de las grasas como fuente de energía por parte de las células.
Y que quede claro que en todo momento he hablado de zumo 100% natural, los
zumos fabricados industrialmente a partir de extractos y similares son muy
poco recomendables, porque prácticamente eliminan por completo la fibra y la
reducción de nutrientes respecto a la fruta es mucho más acusada. De hecho,
podríamos decir que son más parecidos a los refrescos, compuestos sobre
todo de agua y azúcar.
¿Cuál es el nivel de evidencia científica de los beneficios de los alimentos
integrales?
Así que, dada la relevancia que se les está dando en las recomendaciones
dietéticas, es urgente confirmar mediante ensayos de intervención si esta
recomendación tan extendida y tan de moda es sólida y fiable. No sea que se
repitan errores de antaño...
¿Todos los alimentos integrales son iguales?
En teoría son aquellos que se han fabricado con el grano completo. En algunos
países se han fijado unos porcentajes mínimos de utilización de la harina
integral como regla general (normalmente de más de la mitad), pero al menos
que yo sepa, no hay una normativa específica detallada que regule la
clasificación de integral en España. De nuevo nos encontramos ante una
situación absurda: No hay ninguna ley, directriz o especificación internacional
que defina lo que significa exactamente una de las principales
recomendaciones nutricionales mundiales. Así que, evidentemente no hay
nadie que controle “la integralidad” de los productos que se comercializan.
Por otro lado, la mayor parte de los productos que podemos comprar como
integrales se han elaborado a partir de harinas refinadas a las que se les ha
añadido después salvado. Dado que todavía el uso de la harina completa es
marginal, productivamente hablando es más eficiente refinar toda y
posteriormente, a la cantidad seleccionada, hacerle algo parecido a una
reconstrucción, volviéndole a añadir la cubierta exterior del grano,el
mencionado salvado. Así que, para empezar, partimos de una harina integral
un poquito devaluada considerando, por ejemplo, la gran cantidad de agentes y
productos químicos que se suelen utilizar durante las fases previas o los
azúcares que también suelen añadirse para mejorar su sabor.
Pues eso es lo que hay, porque no hay más. Nos tendremos que arreglar así
hasta que a alguien se le ocurra empezar a regular el tema. Que ya están
tardando, todo sea dicho.
¿La fibra alivia el estreñimiento?
Tras seis meses, las diferencias fueron muy importantes. Los del último grupo,
aquellos que no comieron fibra, fueron los que más mejoraron sus síntomas. Y
los que más cantidad de fibra ingirieron fueron los que tuvieron síntomas más
agudos de la dolencia.
Junto con el colesterol y las grasas, la sal es otro de esos demonios que las
dietas más restrictivas casi prohíben completamente. La lógica que se nos ha
transmitido es otro de esos razonamientos simples basados en mecanismos
básicos: Si se come mucha sal, el organismo retiene más líquidos para reducir
la concentración de sodio y se eleva la presión arterial. Suena lógico.
Pero ¿significa entonces que esa presión arterial aumentará demasiado hasta
causar hipertensión y que el riesgo de enfermedad cardíaca (y por lo tanto,
riesgo de muerte prematura) aumentará? Así se ha pensado durante décadas.
Pero esto es algo que, aunque suene extraño, hasta hace poco no estaba tan
claro. El peligro de la sal es otro de esos dogmas, deducidos en base estudios
incompletos y simplificaciones químicas y metabólicas para los que la
evidencia científica era escasa.
Para colmo, recientes revisiones habían aportado más sombras que luz a esta
cuestión, una de ellas de la mano de la iniciativa Cochrane:
Les adelanto que ambas concluyeron que comer menos sal es una buena
propuesta y que puede prevenir algunas enfermedades. Aunque también cada
una de ellas tiene diferentes matices interesantes de comentar. Veámoslas con
más detalle.
Sin embargo, el panel de expertos también creyó que no hay datos que
respalden las ventajas de una reducción más drástica, menor de esa cantidad
de 5,75 gramos, porque no hay estudios que demuestren con solidez su utilidad
para prevenir enfermedades cardiovasculares o reducir la mortalidad. Incluso,
aunque se reconoce que tampoco se sabe con total seguridad, se afirma que
hay algunas evidencias sugieren efectos negativos.
Tras todos estos dos estudios parece claro que, sin ser el veneno que algunos
insisten en proclamar y aunque la reducción de sal no sea milagrosa ni efectiva
siempre, la moderación respecto a su consumo debería ser la directriz general,
especialmente entre los hipertensos. De cualquier forma, las diferencias
importantes entre los expertos me hacen pensar que hay que seguir trabajando
en encontrar la evidencia sobre el efecto de la sal en la salud y diversas
enfermedades.
Algunos defensores de las dietas bajas en grasas y calorías han hecho popular
la expresión “una caloría es una caloría”, y piensan que termodinámicamente
el problema de la obesidad es simple: Si comemos alimentos que contienen
más calorías de las que quemamos, tienen como consecuencia que
engordamos. En este caso la caloría sería una propiedad única e inmutable que
acompañaría al alimento, sea cual sea el método utilizado para su utilización.
Sin embargo, basta pensar en lo complejo e intrincado que es el proceso de
metabolización de un alimento y las diferentes respuestas fisiológicas y
cerebrales que puede generar, para imaginar que su aportación energética es
un proceso bastante más complicado que la combustión que ocurre en un
calorímetro.
Para corregir este aspecto, desde hace muchos años se utiliza el concepto de
Energía Metabolizable. La energía metabolizable o aprovechable se calcula
aplicando la siguiente evidente fórmula:
Los frutos secos, que presentan un rendimiento del 90% para las grasas en las
respectivas tablas Atwater, podrían ser unos de los más afectados. Como ya
hemos comentado anteriormente, en estudios como Discrepancy between the
Atwater factor predicted and empirically measured energy values of almonds
in human diets (2012), los resultados indican un aprovechamiento bastante
inferior al que suele considerarse. En este caso, los investigadores
descubrieron que esta falta de eficacia digestiva supone una reducción de más
del 30% de las calorías que se obtienen con los coeficientes Atwater y que
podría explicar - al menos en parte - la habitual falta de relación de los frutos
secos con el sobrepeso.
¿No cree que, junto con otros factores, pueden estar influyendo en ese exceso
energético al que sometemos a nuestro cuerpo?
¿Qué relación hay entre la saciedad y las calorías?
Hoy en día el comer es una actividad con motivaciones que van mucho más
allá de los fisiológico y lo energético. Sin embargo, podríamos decir que la
sensación principal que nos impulsa a comer es el apetito, y la que nos empuja
a parar es la saciedad. Ambas se generan en el cerebro y han sido (y siguen
siendo) centro de gran cantidad de estudios, ya que si se consiguiesen
controlar a voluntad, se dispondría de una poderosa herramienta contra la
obesidad (y un gran negocio si se lograra mediante medicamentos).
Imagine que usted una hace una comida compuesta del alimento A, que le
aporta 500 kilocalorías. Al día siguiente, hace otra comida compuesta del
alimento B, que le aporta 700 kilocalorías. En principio, la segunda comida le
engorda más, ese es el razonamiento habitual y básico. Sin embargo, si el
alimento B, aunque aporte más calorías, tiene la capacidad de reducir su deseo
de comer, en el balance general del día podría resultar beneficioso comparado
con el otro caso, ya que puede provocar que su siguiente comida sea menos
calórica o que no tenga deseos de picar entre horas. Así que el balance
energético importa, pero en su globalidad, teniendo en cuenta todos estos
posibles factores.
Pero ¿qué es la saciedad? ¿De qué depende? ¿No debería nuestro cuerpo
utilizarla para regular con eficacia nuestras ganas de comer, como lo hace con
la necesidad de respirar, dormir o beber?
Contenido en fibra
Se ha comprobado que aquellos alimentos ricos en fibra aumentan la saciedad
comparados con los que la tienen en menor medida. De nuevo los vegetales,
las frutas, junto con los frutos secos y las legumbres son las principales fuentes
de fibra, que puede complementarse con los alimentos integrales.
Palatabilidad
Hay estudios que sugieren que cuando la palatabilidad es muy elevada (más
ricos nos sepan y más placer nos aporten al comerlos), menos saciedad
aportan. Este enfoque podría explicar la razón por la que en ocasiones nunca
parecemos cansarnos de algunos alimentos que mezclan gran cantidad de
azúcar, carbohidratos refinados y grasas. Diríamos que son excesivamente
sabrosos y todos ellos se diseñan y fabrican desde la industria alimentaria con
esa filosofía de "¿a que no te puedes comer solo uno?": Galletas, bollos,
helados, dulces, precocinados, etc. Evítelos si no quiere comer sin parar.
Proteínas
Tal y como hemos visto al hablar de las proteínas, hay una buena cantidad de
estudios de intervención que relacionan el aumento moderado en la ingesta de
proteínas con una mayor sensación de saciedad. Así que la cantidad de este
macronutriente también puede ser un medio para su regulación, sobre todo
evitando que su carencia nos pueda hacer sufrir un apetito indeseado.
The influence of higher protein intake and greater eating
frequency on appetite control in overweight and obese men (2010).
The effects of consuming frequent, higher protein meals on
appetite and satiety during weight loss in overweight/obese men
(2011).
A solid high-protein meal evokes stronger hunger suppression
than a liquefied high-protein meal (2011)
The effects of consuming frequent, higher protein meals on
appetite and satiety during weight loss in overweight/obese men
(2007)
Higher protein intake preserves lean mass and satiety with
weight loss in pre-obese and obese women (2007)
Conclusiones
Por lo tanto, si su dieta habitual está formada por alimentos menos procesados,
es más probable que su metabolismo sea más eficaz autorregulandose y
controlando debidamente el flujo energético de los alimentos mediante las
señales que envía a su cerebro para crear las sensaciones de apetito y
saciedad. De esa forma sería posible dejar de controlar las cantidades y
confiar en una autorregulación que evite la obesidad.
¿Cómo influyen las hormonas en el sobrepeso?
Durante los últimos años los expertos han relacionado numerosas hormonas
con el sobrepeso, la obesidad y la inflamación. Seguramente habrá oído hablar
de algunas de ellas: Insulina, ghrelina o leptina. Otras quizás le sean menos
conocidas: Glucagón, adiponectina, GLP-1, colecistoquinina o péptido YY.
Todas ellas, junto con otras, forman un nutrido grupo y se segregan por parte
de diversos órganos y en diferentes lugares de nuestro cuerpo: Páncreas, tejido
graso, sistema gastrointestinal, etc. Sus funciones son muy variadas y no todas
se conocen con precisión.
Por lo tanto, además de las calorías concretas que aportan los carbohidratos
de rápida absorción, es importante tener en cuenta los frecuentes altos niveles
de esta hormona que provocan y que convierten el metabolismo en un eficiente
acumulador de energía, dificultando la utilización de grasas almacenadas en
las células.
Respecto a otras hormonas, estos son, muy brevemente, algunos aspectos con
los que se ha relacionado a algunas de ellas, en función del efecto que
producen a mayores concentraciones:
Es importante repetir que todas ellas forman parte de sistemas complejos que
se realimentan los unos a los otros y cuya aplicación en posibles tratamientos
todavía está por dilucidar.
¿Qué nos dicen los estudios que investigan este complejo baile de hormonas?
Aunque las respuestas varían en función de la predisposición genética y otras
variables, en general las comidas con más proteínas, vegetales, fibra (y
también en ocasiones más grasas) están normalmente relacionadas con
concentraciones de hormonas asociadas a la reducción de apetito o mayor
saciedad. Y comidas más ricas en carbohidratos, se asocian con
concentraciones de hormonas con menor efecto saciante.
Pero el tipo de nutriente no es el único factor del que depende esta variable,
también varía en función del nivel de procesado del alimento. Si éste es
elevado, su metabolización es más sencilla y la energía necesaria para ello es
menor. Por ejemplo, en el siguiente gráfico publicado en el estudio
“Postprandial energy expenditure in whole-food and processed-food meals:
implications for daily energy expenditure” (2010) se observa la diferencia
del consumo energético tras realizar dos comidas similares pero con un nivel
de procesado diferente: pan integral con queso normal (línea representada por
cuadrados) y pan blanco con derivado de queso (línea representada por
triángulos).
- Increased meal frequency does not promote greater weight loss in subjects
who were prescribed an 8-week equi-energetic energy-restricted diet (2010)
- Compared with nibbling, neither gorging nor a morning fast affect short-
term energy balance in obese patients in a chamber calorimeter (2001)
- Frequency of feeding, weight reduction and energy metabolism (1993)
- Effect of isoenergetic intake of three or nine meals on plasma lipoproteins
and glucose metabolism (1993)
- Influence of the feeding frequency on nutrient utilization in man:
consequences for energy metabolism (1991).
Al parecer el tema no está nada claro y las pruebas que demuestran si es mejor
comer más o menos frecuentemente no son concluyentes. En 2011 se publicó la
última revisión (y de las pocas existentes) sobre el tema en The Journal of
Nutrition, "The effect of eating frequency on appetite control and food
intake: brief synopsis of controlled feeding studies". Los autores
coincidieron en que no hay evidencia científica sólida para afirmar con un
mínimo de seguridad que aumentar la frecuencia de las comidas sea positivo
para perder peso.
Así que parece que en este caso, una vez más, cada persona es un mundo y no
hay una regla universal. Y lo de "acelerar el metabolismo" me parece que no
es más que otro mito más.
¿Qué es exactamente la medida de colesterol de los análisis de sangre?
El colesterol es uno de los temas más polémicos en nutrición y sobre los que
más desinformación y desconocimiento existe. No es extraño, ya que todavía
quedan muchas preguntas sin resolver y recientes descubrimientos están
cambiando bastante la forma en la que lo ven y lo tratan los médicos y
expertos. Así que, con intención de llevar un poco de luz a esta situación, voy
a hablar sobre el colesterol con un poco de de profundidad, con cierto nivel
técnico (aunque con lenguaje sencillo y asequible), dirigido a todas aquellas
personas que quieran conocer a fondo lo que la ciencia ha descubierto
últimamente sobre este popular y polémico compuesto. Como siempre, desde
una perspectiva didáctica, sin ningún afán de sustituir las recomendaciones
que pueda darle su médico.
Los alimentos que más colesterol contienen, además del huevo y el queso, son
todos aquellos que también aportan grasas saturadas: Vacuno, cerdo, aves,
pescado y marisco. Pero, centrándonos en el colesterol que ingerimos, este es
un factor poco relevante porque nuestro cuerpo sintetiza por sí mismo la mayor
parte del colesterol que utiliza mediante un complejo proceso químico. Si no
comemos nada, lo fabrica en su totalidad. Y aunque comamos bastante
colesterol, es probable que en nuestro hígado y otros órganos se sintetice esa
misma cantidad multiplicada por tres, cuatro y hasta cinco veces, ya que
nuestro cuerpo lo necesita y utiliza en cantidades importantes.
Las lipoproteínas son una especie de cápsulas formadas por una cubierta de
fosfolípidos, envueltas en unas proteínas llamadas apoproteínas, conteniendo
en su interior triglicéridos y colesterol. Son, en definitiva, una combinación de
proteínas y lípidos. La parte externa de esta cápsula no tiene ningún problema
con entornos acuosos, de esta forma su interior, aunque sea alérgico al agua,
se halla eficazmente aislado y se transporta con normalidad por nuestro
torrente sanguíneo.
Lipoproteína quilomicrón (fuente: Wikipedia)
Cuando estas capsulas tienen más proteínas que lípidos, son más densas. Suele
utilizarse esta propiedad, la densidad, para clasificarlas, habiéndose
establecido los siguientes y conocidos grupos (ordenados de mayor a menor
densidad): HDL (High Density Lipoprotein), LDL (Low Density Lipoprotein),
IDL (Intermediate Density Lipoprotein), VLDL (Very Low Density
Lipoprotein) y Quilomicrones. La mayor parte de la gente conoce sobre todo
dos de ellas, las HDL (como el colesterol bueno) y las LDL (como colesterol
malo), que son los términos que suelen aparecer en los análisis de sangre
rutinarios.
Y ahora que sabe lo que es una lipoproteína y lo que significan las iniciales
HDL y LDL que aparecen en sus análisis de sangre, veremos cómo casar
ambas ideas.
Imaginar una de nuestras arterias taponadas (lo que se llama una isquemia o
infarto) a causa de una inflamación debida a un ateroma, como el de la imagen
anterior, convence a cualquiera para no comer colesterol. Pero no se precipite,
porque el tema no es tan simple. Mucha gente entiende esta patología
imaginando que el colesterol en exceso se va depositando en el interior de la
arteria, pero realmente el proceso es mucho más complejo. Para comprenderlo
mejor hay que conocerlo con más detalle.
1. Las lipoproteínas, sobre todo las que contienen apoproteínas ApoB (es
decir, las LDL, las llamadas colesterol malo), atraviesan el endotelio, se
filtran al interior y quedan retenidas debajo de esa capa.
2. En ese momento son atacadas rápidamente por células de nuestro sistema
inmunitario, especialmente macrófagos.
3. Como consecuencia, entran en proceso de oxidación y se degradan,
creándose el temido depósito lipídico que crece con el tiempo.
Hay diversas teorías, pero no se sabe con precisión por qué las lipoproteínas
LDL atraviesan el endotelio, se quedan ahí y se oxidan. Probablemente sea
consecuencia de diversos factores, pero es importante tener claro que el
problema no está en el colesterol que contiene la lipoproteína, sino en la
lipoproteína en sí misma, ya que es la que genera la reacción posterior. Como
he dicho, en la placa se puede encontrar una gran cantidad de colesterol
cristalizado porque las lipoproteínas que han sido oxidadas y degradadas lo
llevaban en su interior, no porque necesariamente el propio colesterol sea el
origen del problema.
Entonces, como hemos visto en el apartado anterior, si la medida del LDL (c-
LDL) nos indica la concentración de colesterol de nuestras lipoproteínas LDL,
¿qué valor tiene su medida en el análisis de sangre? ¿Cómo se relaciona este
indicador con el posible riesgo de desarrollo de la aterosclerosis y del
ateroma que acabamos de ver?
Antes de abordar la explicación, hay otro indicador relacionado con el LDL,
del que empezaremos a hablar a partir de ahora: El número de lipoproteínas
LDL o partículas, que llamaremos p-LDL (la p es de partícula), no indica nada
sobre el colesterol, solo se refiere a la cantidad de estas cápsulas que se
mueven por nuestra sangre.
Sin embargo, los resultados de los estudios más recientes han dado un nuevo e
importante giro, abriendo una nueva puerta: El riesgo podría aumentar
prioritariamente con el número de partículas.
Imagine que usted acaba de recoger sus análisis de sangre y está leyendo los
resultados. Si su concentración de LDL está por encima de lo recomendado,
significa que la cantidad de c-LDL (cantidad de colesterol que contienen sus
lipoproteínas LDL) es alta, y esto podría ocurrir por dos razones:
1. Porque usted tiene muchas lipoproteínas LDL que aportan todo ese
colesterol.
2. Porque usted no tiene demasiadas lipoproteínas, pero cada una de ellas
contiene gran cantidad de colesterol.
¿Es importante si se trata de una opción o de otra? Parece que sí. Uno de los
estudios recientes más relevantes sobre el colesterol, “Clinical Implications
of Discordance Between LDL Cholesterol and LDL Particle Number” (2011),
ha confirmado lo que ya indicaban investigaciones previas: que el riesgo de
aterosclerosis está relacionado sobre todo con la opción número 1, es decir,
que depende especialmente del número de partículas (de la cantidad de
lipoproteínas), no del colesterol que contenga cada una de ellas. Así que si su
caso se engloba en la segunda opción, a pesar de tener el c-LDL elevado,
como tiene pocas lipoproteínas no tendría un riesgo mayor.
En la opción contraria, puede ocurrir que en los análisis de sangre usted haya
obtenido un nivel de c-LDL reducido. Enhorabuena. O no. Porque pueden
ocurrir dos situaciones para que esto suceda:
Queda una pregunta más por responder para evaluar la importancia de toda
esta cuestión: ¿De qué porcentaje de afectados estamos hablando? ¿Cuánta
gente hay en cada grupo? Aunque es probable que varíe en función de las
características de la población, podemos hacernos una idea de su dimensión
con los datos del estudio antes mencionado. Sumando los dos grupos en los
que no hay concordancia (grupos 2 y 3), se deduce que aproximadamente el
20% de la población está obteniendo unos valores de c-LDL que le sirven
para más bien poco. Una de cada cinco personas. Mucha gente, pero espere:
pueden ser muchas más. El 20% puede ser un porcentaje aproximado si
hablamos de un grupo de "gente normal", si segmentamos más, el porcentaje
puede aumentar, y mucho.
Bien, y hasta aquí llega la ciencia, que no es poco. Si todos estos nuevos
descubrimientos se consolidan y ratifican, irán llegando a toda la comunidad
científica y se desplegarán en forma de nuevas directrices y consejos médicos.
Supongo que se estará preguntando “¿y por qué no se mide el p-LDL en lugar
del c-LDL? ¿Qué otras cosas puedo hacer para reducir mi p-LDL?” Le
recomiendo que siga leyendo…
¿Qué puedo hacer para minimizar el riesgo cardiovascular relacionado con
el colesterol?
Pues la verdad es que sin hacerse un análisis específico del p-LDL usted no
tiene forma de saber si son discordantes o no. Por suerte, la ciencia sigue
avanzando y las últimas investigaciones le pueden dar alguna pista para saber
sus probabilidades de que lo sean o no, de acuerdo a las siguientes ideas:
Obesidad
Niveles elevados de glucosa
Triglicéridos elevados
HDL bajo
Hipertensión
¿Hay algún otro indicador que sea más fiable que el normalmente utilizado
c-LDL?
¿Qué puede estar pasando? Nuevos estudios deberán encontrar las respuestas,
pero quizás la clave esté de nuevo en el número de partículas. En el estudio de
2012 "High-Density Lipoprotein Cholesterol and Particle Concentrations,
Carotid Atherosclerosis, and Coronary Events" se encontró que, al igual que
en el caso del LDL, la reducción de riesgo sobre todo está relacionada con el
número de partículas, no con la cantidad de colesterol. Vamos, que utilizando
la misma nomenclatura que con el LDL, lo importante parece ser la cantidad
de lipoproteínas (p-HDL), y no cuánto colesterol contengan (c-HDL). Y
precisamente es lo segundo lo que se mide en los análisis rutinarios. Es decir,
el comentado transporte inverso del colesterol estaría relacionado con el p-
HDL (y quizás también con las partículas más pequeñas), pero no con el c-
HDL.
Como resumen, el tema del HDL es más complicado de lo que puede parecer
en un primer momento y hay demasiadas preguntas sin respuestas para poder
hacer afirmaciones taxativas. Está claro que un nivel elevado de c-HDL suele
ser positivo y suele estar correlacionado con mayor protección, pero no
siempre. Y, por otro lado, de momento no hay protocolos y métodos
suficientemente probados que sirvan para elevar el número de partículas p-
HDL y consigan dicha protección. Habrá que esperar a próximos estudios.
Por otro lado, también hay estudios como “Consumption of fructose and high
fructose corn syrup increase postprandial triglycerides, LDL-cholesterol,
and apolipoprotein-B in young men and women” (2011) que han encontrado
que el elevado consumo de azúcar aumenta considerablemente el número de
partículas p-LDL, especialmente si es fructosa y jarabe de maíz (High
Fructose Corn Syrup) en forma líquida, así que su reducción puede ser una
buena estrategia preventiva.
¿Puedo hacer algo más por intentar reducir el número de partículas p-LDL?
¡Sí! Aunque, por lo visto hasta ahora, es evidente que queda bastante por
investigar, varios estudios han encontrado que la práctica de ejercicio, una vez
más, sale en nuestra ayuda. Por ejemplo, en estos estudios se correlaciona una
menor cantidad de partículas p-LDL con el aumento del ejercicio físico, con
mejores resultados si es de mayor intensidad.
Otro potente studio de 2012, "Is the use of cholesterol in mortality risk
algorithms in clinical guidelines valid? Ten years prospective data from the
Norwegian HUNT 2 study" llegó a similares conclusiones. En este caso se
realizó en Noruega, haciendo seguimiento a más de 50.000 personas durante
diez años y se analizó la mortalidad total y por enfermedades
cardiovasculares. Los resultados indicaron que en el caso de hombres, los
tramos de menor riesgo (es decir, más seguros) se situaban aproximadamente
entre 200 y 230 mg/dl y en las mujeres el resultado era aún más radical y
contrario a lo aceptado hasta la fecha: A mayores valores de colesterol total,
menor riesgo.
¿No cree que, considerando los resultados de todos estos estudios, hay razones
para replantearse los mensajes que se transmiten a la población sobre el
colesterol?
SUPLEMENTOS Y TRATAMIENTOS
Probablemente los suplementos de aceite con omega-3 sean los más populares
y más comprados en todo el mundo. La correlación positiva en diversos
estudios entre el consumo de alimentos ricos en estos ácidos grasos y una
mayor salud cardiovascular han impulsado a su comercialización y consumo
masivos en forma de pastillas o atractivas píldoras. Los mensajes
excesivamente optimistas lanzados por parte de investigadores, el enorme eco
que han tenido en los medios de comunicación generalistas y los parabienes de
unos cuantos defensores de algunos tipos de dietas, los han convertido en el
bestseller de los suplementos.
De hecho, creo que es probable que incluso el efecto sea el contrario, ya que
la gente puede dejar de comer de forma adecuada al sentirse cubierta con
suplementos. O sentirse atraída por alimentos altamente procesados y con
ingredientes indeseables y poco recomendables, pero que muestran en su
publicidad que también han sido suplementados con tal o cual mineral o
vitamina.
¿Los suplementos con antioxidantes previenen enfermedades o el
envejecimiento?
Hay más revisiones y estudios con resultados similares, pero creo que con los
de Cochrane son suficientes, ¿no cree? Y me parece que no necesitan más
comentarios.
¿Los alimentos funcionales aportan valor nutricional añadido?
- Los que ayudan a tus defensas: Ayudan más bien poco (o nada). Y cuando se
dejan de tomar, se acabó el posible efecto.
- Los que tienen soja: Según estudios americanos la soja es saludable (si está
acompañada de una dieta saludable, pero estos alimentos tienen tan poca
(menos de 2 gr) que su efecto sería despreciable. Habría que ingerir en
grandes cantidades el alimento en cuestión para poder llegar a la cantidad
significativa de soja (25 gr diarios), en cuyo caso habría que tener también en
cuenta el efecto del resto de los componentes (grasas, azúcares...),
probablemente no tan positivo.
- Los que bajan el colesterol o la tensión: Pueden tener algún efecto positivo,
pero tomándolos con precaución y siempre que además se siga una dieta
adecuada, se haga deporte, etc. Aunque le recomiendo que se lea el apartado
sobre el colesterol para conocer opciones mucho mejores.
- Los enriquecidos nutricionalmente: Exageran enormemente. Las cantidades
de nutrientes añadidos (cereales, fruta, verdura) son muy pequeñas, y muy
inferiores a las recomendadas.
Basta darse una vuelta por cualquier foro temático sobre fitness en internet
para conocer los intensos y detallados debates que generan las consultas y
opiniones sobre todo tipo de productos dirigidos a aumentar el rendimiento
deportivo. El intercambio de información es tan abundante como subjetivo, ya
que el “a mi me funciona” suele ser la tónica general a la hora de hacer
valoraciones y dar consejos.
Pero esto no es todo. La revista aprovechó la ocasión para hacer una especie
de sorprendente e inesperado dossier temático y también publicó
simultaneamente otros artículos-revisiones relacionados con el tema, escritos
por expertos:
- "The truth about sports drinks” (La verdad sobre las bebidas deportivas)"
Y, en todos y en cada uno de ellos, lo que se concluyó estuvo muy alineado con
lo comentado en el primero; mucho marketing y pocas pruebas. La mayoría de
estos productos son más falsos (o inútiles) que una moneda de tres euros.
Así que piénseselo mucho antes de gastar su dinero en algo cuyo único mérito
probablemente sea aprovechar el efecto placebo.
¿Los edulcorantes son tóxicos o cancerígenos?
Entre los llamados sustitutos del azúcar utilizados en los alimentos, los más
utilizados en nuestro país son aspartamo, ciclamato, sacarina, stevia y
sucralosa. En primer lugar voy a centrarme en el aspartamo, clasificado como
aditivo con el código E951, ya que suele ser uno de los más vapuleados por
los citados amantes del marketing del miedo. Supongo que el hecho de que
Coca Cola lo utilice mucho y que Monsanto lo fabricara durante un tiempo
tendrá bastante que ver.
De cualquier forma, quiero adelantar que todos ellos han pasado rigurosos
procesos de aprobación por parte de organismos y agencias especializadas en
seguridad alimentaria en muchos países, que revisan la evidencia científica
existente mediante sus paneles de expertos y que finalizan con
recomendaciones calculadas con unos márgenes de seguridad muy amplios,
decenas e incluso centenares de veces mayores que los consumos normales.
Como es habitual, en la web de la EFSA (la Agencia Europea de Seguridad
Alimentaria) se pueden conocer un poco más los requisitos y pasos seguidos
para ello.
Para empezar con el aspartamo lo voy a tener bastante fácil, porque la EFSA
ha publicado a principios de 2013 su último informe sobre el mismo. El
estudio completo son más de 200 páginas, con unas conclusiones bastante
claras: No hay pruebas de que el aspartamo por debajo de las cantidades
máximas establecidas (menos de 40 mg /kg de peso) cause ningún daño ni
problema para la salud y puede considerarse seguro con un gran margen de
confianza. Solo se han encontrado evidencias de algún posible efecto negativo
en el feto de mujeres embarazadas que sufran fenilquetonuria (PKU), una
enfermedad muy poco frecuente.
Sin embargo, estoy seguro que muchos de ustedes habrán leído que existen
estudios con pruebas de que este aditivo provoca enfermedades muy graves,
especialmente si visitan las páginas de quienes afirman cosas como las que he
descrito en los párrafos anteriores (y que muy a menudo venden sus propias
alternativas). Así que vamos a ver cuáles son y qué ocurrió con ellos.
El resto de estudios
Sacarina
De hecho, otros estudios con otro tipo de animales y con personas no han
encontrado riesgos de cáncer de vejiga por la ingesta de sacarina. Estos son
algunos ejemplos:
Ciclamato
Sucralosa
Stevia
Por cierto, que quede claro que lo que se ha aprobado en este caso es el
consumo de uno de sus componentes extraídos, el glicósido de esteviol, no de
la planta completa, ya que en ese caso debería superar la autorización como
alimento (no como aditivo), que es mucho más dura y exigente.
Conclusiones
No hay pruebas científicas que nos puedan hacer pensar que alguno de los
edulcorantes autorizados es poco seguro desde el punto de vista toxícológico y
de seguridad alimentaria, ya que todos ellos han tenido que pasar rigurosos
procesos de aprobación y se someten a seguimiento epidemiológico con cierta
frecuencia. Incluso el National Cancer Institute, el instituto norteamericano
oficial que lucha contra el cáncer, dispone de una web específica sobre estos
productos para informar de la ausencia de riesgo asociados a esta enfermedad,
supongo que debido a las numerosas consultas que habrán tenido al respecto.
Así que puede tomar cualquiera hasta sus cantidades máximas recomendadas
(que suelen ser muy superiores a las habituales) sin temor.
Por lo tanto, no debería hacer caso del marketing del miedo utilizado por
algunos. La elección de su edulcorante favorito, más que en términos de
peligrosidad o de supuestos daños para la salud, debería basarse términos de
gustos personales (hay diferencias en los sabores), precio o necesidades
culinarias (temperaturas, acabados, etc.).
¿Los edulcorantes ayudan a adelgazar o engordan?
Para responder a esta cuestión, seguiré las pistas de las más recientes
revisiones científicas publicadas que han profundizado en los últimos estudios
sobre el tema. Muchas de ellas son de acceso libre, por lo que si lo desea
podrá localizarlas fácilmente en internet y consultarlas en su totalidad.
Parece que, una vez más, el tema no es tan sencillo. En primer lugar, la
obesidad depende de muchos más alimentos y más factores que el azúcar. Y, en
segundo lugar, quizás los edulcorantes provoquen algún efecto añadido en
nuestro organismo que les impide a largo plazo ser efectivos. Esta segunda
posibilidad no está demostrada por el momento, pero existen diferentes
hipótesis con interesantes propuestas sobre el tema.
Algunos expertos sugieren que al ingerir algo dulce pero sin calorías durante
largo tiempo y en cantidades elevadas, el complejo sistema de regulación de
energía de nuestro cuerpo (¿se acuerda del set point?) se acaba desajustando y
se vuelve ineficaz. Hay investigadores que piensan que se podría alterar la
capacidad de percepción del sabor dulce, una de las herramientas para
controlar la saciedad y la ingesta de la energía, como se expone en “Altered
processing of sweet taste in the brain of diet soda drinkers” (2011).
En esa misma línea, otros piensan que al comer continuamente alimentos muy
dulces, aporten o no calorías, se activan frecuentemente zonas cerebrales
relacionadas con el placer y la recompensa, llegando a provocar una adicción
a sabores y sensaciones muy intensas, que nos empujan a buscarlas en todo lo
que comemos (por ejemplo, mediante una dieta tipo fast food), cayendo en una
espiral de la que es muy difícil salir. Estos enfoques son especialmente
defendidos por los anteriormente mencionados Swithers y Davidson, como
explican en su revisión “High-Intensity Sweeteners and Energy Balance”
(2011) y en su reciente estudio de 2013 “Adverse Effects of High-Intensity
Sweeteners on Energy Intake and Weight Control in Male and Obesity-Prone
Female Rats”.
Pero insisto en que, por el momento, todas ellas no son más que propuestas y
que ninguna tiene todavía soporte científico suficiente para ser considerada
como definitiva, ni mucho menos. Habrá que estar atentos a futuras
investigaciones y estudios.
Si desea ser prudente, puede reducir o minimizar las fuentes que los aportan
en grandes cantidades, sobre todo los refrescos light. Pero sin sustituirlos por
sus versiones azucaradas, ya que sería salir del fuego para caer en las
brasas.
¿La mesoterapia es eficaz?
Los creadores de estos test afirman que cuando tenemos cierta intolerancia a
algunos alimentos, nuestro cuerpo reacciona al comerlos y se producen ciertos
cambios. Dependiendo de los diferentes fabricantes, se soportan en diferentes
principios para medir esta reacción negativa. Por ejemplo, según uno de los
métodos, se analiza la reacción celular ante los alimentos (en concreto dicen
que la destrucción celular en la sangre) y en función de los resultados, se
identifican diferentes grados de intolerancia. Según otro método más popular,
el llamado test IgG o IgG4, lo que se identifica es la presencia y concentración
de ciertos anticuerpos (inmunoglobulinas) que se generan ante la presencia de
los alimentos no tolerados, poniendo muestras de los mismos en contacto con
muestras de sangre del paciente.
¿Y qué dice la ciencia? Pues de nuevo parece que se utilizan los términos
bioquímicos y médicos para aumentar las expectativas de la gente con
verdades a medias, haciendo creer que estos análisis son muy científicos y
muy útiles. Sin embargo, la realidad es bien distinta.
Por otro lado, una gran cantidad de expertos, organismos y asociaciones que
representan a la comunidad médica especialista en alergias e intolerancias han
formalizado y difundido claramente su poca o nula confianza en estos métodos:
Estas son todas las razones por las que no recomiendo este tipo de
tratamientos:
Sin duda habrá leído a menudo que tal o cual estudio ha relacionado la
obesidad con tal o cual enfermedad (lo que se suele llamar en epidemiología
morbilidad). Suelen ser noticias con bastante repercusión y los profesionales
sanitarios conocen de primera mano las complicaciones relacionadas con el
exceso de peso. Es una realidad demostrada infinidad de veces. Pero si
observamos desde un punto de vista más global y lo que analizamos es la
supervivencia, o dicho de otra forma, el riesgo de una mortalidad prematura,
el tema es complejo hasta el punto de haber dado lugar a cierta controversia.
Por ejemplo, una persona que mida 1,70 centímetros y pese 75 kilos, tendrá el
siguiente IMC:
Uno de los expertos más críticos con este trabajo fue Walter Willett, el
conocido epidemiólogo de Harvard (que incluso desarrolló un apartado en su
web sobre la cuestión y organizó diversas actividades de comunicación para
dejar clara su posición). Willett opina (incluso utilizando palabras bastante
gruesas y poco habituales en él) que el estudio está mal diseñado y es poco
fiable, sobre todo por dos razones: Porque no ha excluido a las personas muy
enfermas, que son gente que suele estar delgada y muere joven a causa de la
enfermedad, y porque no ha segregado completamente a los fumadores (en el
propio estudio de Flegal se reconoce este hecho), que también suelen ser
bastante delgados pero presentan mucho mayor riesgo de muerte. Es decir,
estos dos colectivos de delgados pero con alto riesgo de mortalidad podrían
estar distorsionando los resultados.
Sin embargo, como estos datos siguen siendo bastante genéricos, creo que
conviene realizar un análisis más profundo sobre la cuestión. Aunque la
obesidad extrema está fuera del debate, ya que el consenso respecto a su
efecto negativo sobre la salud es absoluto, lo cierto es que hay gran cantidad
de estudios que analizan datos más segmentados y que, efectivamente,
encuentran un riesgo menor de lo esperable entre algunos grupos de personas.
En 2013 se publicó un interesante par de artículos sobre el tema en la revista
Diabetes Care, que pueden ilustrar bastante bien la reflexión y
posicionamiento científico sobre el tema. Se trata de "Obesity paradox does
exist"y "Defending the con side: Obesity Paradox does not exist,” y ambos
son un buen ejemplo de cómo puede realizarse un diálogo científico
constructivo yelegante mediante este tipo de publicaciones.
Pacientes de hemodiálisis
Mortality prediction by surrogates of body composition: an
examination of the obesity paradox in hemodialysis patients using
composite ranking score analysis (2011)
Como puede ver, la lista es bastante impresionante y en todos los casos hay un
factor en común: una enfermedad o complicación relativamente grave.
Entonces, ¿podría deducirse que el sobrepeso u obesidad moderada confieren
cierta protección en el caso de estas enfermedades? La respuesta no es tan
sencilla. Desde el punto de vista médico-científico existe una buena cantidad
de posibles explicaciones a este fenómeno, que los autores de ambos artículos
también mencionan y explican con detalle.
Por otro lado, algunos autores piensan que la obesidad podría tener asociados
cambios metabólicos y fisiológicos, que en algunos casos podrían resultar
positivos. Estos son unos ejemplos: Mayor movilización de células
progenitoras endoteliales, lo que daría lugar a una menor posibilidad de
aterosclerosis ("Paradoxical preservation of vascular function in severe
obesity", 2010), menor producción de tromboxano, un indicador de riesgo
cardiovascular ("Thromboxane production in morbidly obese subjects",
2010), mayores concentraciones de grelina que, además de aumentar el
apetito, mejoran la función muscular y ventricular ("Ghrelin, a novel peptide
hormone in the regulation of energy balance and cardiovascular function",
2011) y menor producción del factor de necrosis tumoral ("The role of tumor
necrosis factor in the pathophysiology of heart failure", 2000). Hay que
dejar claro que son hipótesis interesantes, pero que requieren de más
investigación.
La mayoría d elos estudios de los que estamos hablando utilizan el IMC como
indicador de la obesidad. En primer lugar, se debe comprender que los
gráficos y conclusiones de estas investigaciones son resultados de un trabajo
epidemiológico y por lo tanto, utilizan datos de grandes grupos de personas.
Por ello, la utilidad de sus conclusiones debe centrarse también en ese
colectivo, grandes grupos de personas. En ese contexto aportan información
valiosa, como se ha demostrado en recientes revisiones como por ejemplo
"General and abdominal obesity parameters and their combination in
relation to mortality: a systematic review and meta-regression analysis"
(2013). Y por lo tanto es razonable y lógico que el IMC sirva como referencia
para políticas sanitarias y alimentarias globales, por ejemplo, para
monitorizar cómo aumenta su valor a lo largo de los años. Y que las
autoridades velen porque la población en general consiga un IMC
preferiblemente por debajo de 25.
Por otro lado, el hecho de que el IMC se calcule con la altura y el peso y no
tenga en cuenta medidas más directamente relacionadas con la grasa
abdominal da que pensar sobre su capacidad de hacer predicciones respecto a
la salud en algunos casos. Por ejemplo, son conocidos los elevados valores de
IMC que presentan las personas con gran cantidad de masa muscular o con una
acumulación de grasa en zonas diferentes a la abdominal.No me entiendan mal,
evidentemente, la culpa de la epidemia de la obesidad no la tienen los fallos
de precisión del IMC, ni mucho menos. El fenómeno existe, pero no creo que
este coeficiente sea la mejor forma de caracterizar esta enfermedad.
Otro aspecto positivo del uso de estos indicadores es que los rangos
orientativos de riesgo son muy redondo" y sencillos de recordar:
Cintura/cadera,
Riesgo bajo: Menor de 0,8 en mujeres y de 0,9 en hombres
Riesgo medio: Entre 0,8-0,85 en mujeres y 0,9-1 en hombres
Riesgo alto: Mayor de 0,85 en mujeres y de 1 en hombres
Cintura/altura
Riesgo bajo: Menor de 0,5
Riesgo medio: Entre 0,5-0,6
Riesgo alto: Mayor de 0,6
Algo tan fácil como calcular estos dos coeficientes le puede dar una
perspectiva diferente y más precisa del riesgo añadido (y aproximado, no lo
olvide) asociado a su distribución y acumulación de grasa corporal. Si todavía
no lo ha hecho, le recomiendo calcular ambos y compararlos con su IMC, es
probable que se lleve una sorpresa.
- Glucosa
- Colesterol
- Triglicéridos
- Presión arterial
- Sin resistencia a la insulina (evaluado conmediante HOMA)
Conclusiones finales
En segundo lugar, las más recientes investigaciones muestran que, como suelo
decir con frecuencia, cada persona es un mundo y que todavía nos queda
mucho por conocer sobre la obesidad y sus efectos. Por ejemplo, a edades
avanzadas, una acumulación moderada de grasa en la mitad inferior del cuerpo
quizás no sea tan peligrosa.
Los últimos estudios observacionales sobre el tema son coherentes con estos
resultados. En la investigación "Prevalence of physical activity and obesity in
US counties, 2001--2011: a road map for action" (2013), se analizó la
evolución de la actividad física y la obesidad en EEUU durante la última
década. Los investigadores utilizaron dos grandes bases de datos
epidemiológicas oficiales, NHANES y BRFSS, y concluyeron que durante los
últimos años la actividad física de los norteamericanos ha aumentado
globalmente. Y que el número de personas que realizan suficiente actividad
física también. Pero, a pesar de todo, la obesidad no ha dejado de crecer.
Cada persona es un mundo y habría que tener muchos factores en cuenta, pero
podemos buscar en los estudios epidemiológicos alguna referencia que sirva
para hacernos una idea genérica. El estudio publicado en la revista JAMA en
2010 "Physical Activity and Weight Gain Prevention" podría servir. Se
realizó seguimiento a más de 30.000 mujeres durante 13 años y se analizó qué
cantidad de ejercicio era necesaria para mantener el peso (que no adelgazar),
que resultó ser de una hora al día.
¿Dispone de al menos una hora al día para asegurar su peso actual? ¿Y para
ver la TV?
¿Cuál es la cantidad mínima de ejercicio para obtener beneficios para la
salud?
Vale, entonemos el mea culpa. Pero el ritmo que nos exige la sociedad
moderna es muy alto y la disponibilidad de tiempo, pequeña. Hay que ser
eficiente y tampoco se trata de despilfarrar este escaso recurso, así que podría
ser interesante saber cuánto ejercicio hay que hacer como mínimo para notar
algún beneficio para la salud.
Así que ahora ya puede planificar sus sesiones de ejercicio con más
conocimiento de causa y sabiendo cual es el mínimo útil. Pero por favor, no se
haga trampas al solitario.
¿Qué es peor para la salud, no hacer ejercicio o la obesidad?
Todos sabemos que una vida saludable es función de muchos factores y que
cuantos más de ellos tengamos en cuenta, mayores posibilidades tendremos de
disfrutarla. Considerando cuál es el estilo de vida que nos suele imponer la
sociedad moderna y los estudios científicos que relacionan la mortalidad con
las costumbres y comportamientos, los cuatro principios más saludables
podrían considerarse los siguientes: no fumar, evitar el estrés, hacer ejercicio
y evitar la obesidad.
Centrándonos en los dos últimos, que son los relacionados con los contenidos
de este libro, y sabiendo que lo mejor sería cumplir ambos, puestos elegir, ¿a
cual le daríamos prioridad, de acuerdo a criterios científicos?
Haciendo una valoración de los resultados, podríamos decir que los estudios
parecen inclinarse en favor del ejercicio. Como se pudo comprobar en el
estudio "Long-term physical activity in leisure time and mortality from
coronary heart disease, stroke, respiratory diseases, and cancer, The
Copenhagen City Heart Study" (2006), aquellos que tenían una actividad
física intensa en su tiempo libre presentaban una longevidad de casi 7 años
mayor que las personas sedentarias. Y los que tenían una actividad física
moderada de casi cinco años más. Una gran diferencia.
Sin embargo, como hemos visto en el apartado en el que hemos hablado sobre
el IMC, en los estudios que se relacionan la obesidad y la mortalidad hay que
hacer un análisis más detallado, sobre todo en función del grado de obesidad.
En los más recientes estudios, la obesidad moderada no parece presentar un
mayor riesgo de mortalidad, y en los casos de obesidad más severa, parece
que las nuevas estrategias sanitarias y sociales consiguen reducir notablemente
los riesgos asociados.
Por otro lado, hay otros factores además de la mortalidad que es muy
importante tener encuenta. Por ejemplo, se han realizado estudios que han
evaluado las ventajas en la calidad de vida e independencia entre aquellos con
mayor actividad física. Por ejemplo, en “Independence: a new reason for
recommending regular exercise to your patients” (2009), su autor calculó que
las personas que están en forma pueden retrasar su necesidad de ayuda externa
en su vejez durante al menos 10 años.
Así que parece que si no tenemos una obesidad muy elevada y queremos
mejorar nuestra salud, el ejercicio gana en prioridad al adelgazamiento. Nos
ofrece una vida más larga y con más calidad. Puestos a elegir, esa debería ser
su decisión más inteligente.
¿Por qué es tan difícil quitar la grasa localizada?
Por otro lado, hay que tener en cuenta que la historia que ha quedado grabada
en las células de nuestro cuerpo también influye, nuestro pasado y nuestras
experiencias pueden tener consecuencias que afecten al presente y a la
dificultad para adelgazar. Numerosos estudios han relacionado la obesidad en
la infancia con una mayor probabilidad de obesidad y otras dolencias en la
edad adulta. Es evidente que, de nuevo, la genética tiene un papel primordial,
pero no de forma exclusiva.
Si las subidas de peso son cíclicas y repetitivas, por cada vez que volvemos a
engordar se crean nuevos adipocitos que se van acumulando especialmente en
esas zonas. El problema es que la creación de estas nuevas células se realiza
con facilidad, pero su eliminación es otra historia. Aunque con una dieta
adecuada se puede conseguir con relativa facilidad que reduzcan su tamaño,
nuestro cuerpo no los hace desaparecer de forma tan sencilla y tiende a
conservarlos como medida preventiva para el futuro.
Así que ya sabe una razón por la que sus michelines o sus muslos se resisten a
perder volumen. Además de por su carga genética y distribución corporal,
puede que le estén pasando factura ciclos y dietas del pasado, que le dejaron
como herencia adipocitos de más que ya no quieren irse. Tendrá que tener
paciencia y procurar evitar que se repitan esos altibajos.
¿Cómo se queman más calorías, en bici, andando o corriendo?
Es palpable que los movimientos que tiene que realizar el cuerpo humano en
cada supuesto generan una serie de reacciones en nuestro organismo totalmente
diferentes. Evidentemente, para ser rigurosos habría que analizar la velocidad,
la resistencia al aire, las cuestas, etc., pero para hacernos una idea, podría
hacerse esta aproximación, basándonos en la información disponible en los
estudios “Energy expenditure comparison between walking and running in
average fitness individuals“ (2012), “Energy expenditure of walking and
running: comparison with prediction equations” (2004) y “The influence of
body mass in endurance bicycling” (1994):
No hay ejercicio más sencillo, accesible y natural para el ser humano que el
andar a diario. Por ello es el consejo de salud más universal y repetido por
todos los médicos. Es el criterio de mínimos para considerar que practicamos
algo de actividad física y, hay que reconocerlo, mucha gente lo ha asumido
como una saludable costumbre... pero solo el fin de semana. Todavía una gran
parte utilizamos el automóvil u otro tipo de transporte para desplazarnos
habitualmente, en contra de las recomendaciones habituales de dedicar 30
minutos diarios a caminar.
Además del tiempo que deberíamos dedicarle, una duda muy frecuente es si
también en este “ejercicio” la intensidad o rapidez influyen en su correlación
con la salud. En el marco del “Copenhagen City Heart Study”, podemos
encontrar alguna conclusión al respecto. En concreto, en el estudio “Intensity
versus duration of walking, impact on mortality: the Copenhagen City Heart
Study” (2007), se concluyó que existe una clara asociación entre la reducción
de la mortalidad por cualquier causa y la intensidad con la que se camina. En
concreto, entre las personas que andaban a un ritmo más intenso se encontró
una reduccion del riesgo relativo a la mitad. En cambio, la reducción del
riesgo asociada al tiempo dedicado a andar fue bastante menor.
Creo que es una buena noticia para aquellos que solemos tener la agenda
complicada: no hace falta andar más, sino apretar el paso.
Para terminar…
Dijo Jean de la Fontaine que “en toda cosa hay que considerar su fin”. Sin
embargo, imagino que después de todas estas preguntas y respuestas habrá
deducido que en nutrición y salud todavía queda muchísimo por decir. Que los
tonos blancos y negros no tienen mucho sentido y que debemos convivir con
un universo de grises en el que tendremos que tomar decisiones seleccionando
previamente la información que consideremos más fiable de entre la enorme
cantidad de ella disponible. Afortunadamente, los científicos siguen
investigando, incansables, ofreciéndonos nuevas pruebas y evidencias que nos
permitirán hacerlo con más eficacia.
Puede que este libro le haya generado más preguntas que respuestas, pero le
aseguro que no debe sorprenderse por ello. Así es la realidad en muchas
ramas de la ciencia y eso mismo les ocurre a muchos científicos y expertos.
Paradójicamente, la ignorancia empuja a creer que existen las verdades
absolutas y por el contrario, el conocimiento abre las puertas a infinidad de
nuevas posibilidades. Salvando las distancias, es probable que pueda sentirse
como debió hacerlo Sócrates al afirmar “Sólo sé que nada sé… y ni de eso
estoy seguro”.
- Pubmed – www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed
- The New England Journal of Medicine - www.nejm.org/
- The American Journal of Clinical Nutrition: http://ajcn.nutrition.org/
- Obesity – www.nature.com/oby/
- Nutrition Journal - www.nutritionj.com/
- JAMA – http://jama.jamanetwork.com/
- BMJ - http://www.bmj.com/
- EFSA - www.efsa.europa.eu/
- SEEDO (español) - www.seedo.es/
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