Vous êtes sur la page 1sur 3

Qué es la retórica?

Según el diccionario de la Real Academia Española,


es “el arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante
para deleitar, persuadir o conmover”. Sentado esto, yo me pregunto: ¿hay lugar
para la retórica dentro de la filosofía escrita? No sólo hay lugar; es inevitable
que la escritura filosóficas incluya elementos retóricos ¿Es inmoral valerse de
ella, puesto que se estaría utilizando “el arte de bien decir”, en lugar de la fría
lógica, para convencer a los lectores? Lo inmoral es, en todo caso, hacer valer
las estrategias retóricas como si fueran estrategias lógicas. Es a mi juicio
perfectamente lícito valerse de retórica siempre y cuando disponga de los
respectivos recursos lógicos en los cuales apoyar los argumentos que la
retórica me permite desplegar en forma más bella y amena.
¿Qué es lo que buscan los escritos de filosofía? Los escritos en sí mismos
no buscan, sino que en todo caso expresan los resultados o las dificultades de
determinadas búsquedas. Están, en primer término, los escritos que lo único
que pretenden es ayudar al pensador a discurrir, que facilitan sus
discernimientos. ¿A cuál pensador? ¿Al que escribe o al que lee? Estos
escritos no se conciben para la publicación, ¿Qué significa “para la
publicación”? ¿Para la comunicación a otros? Entonces todos los escritos se
conciben, expresa o implícitamente, para la publicación. El lenguaje, hablado o
escrito, o incluso el mimético, es instrumento de comunicación. Fuera de ésta,
carece de sentido. y por ende la retórica no tiene aquí sentido, como no lo tiene
–o no lo debería tener-- dentro de nuestros cerebros mientras pensamos.
Entonces el problema es qué significa “tener sentido”. Desde Peirce, y
particularmente desde Charles Morris, se tiene en cuenta la tridimensionalidad
del lenguaje (en cuanto sistema de signos): la semántica (relación del signo
con lo por él significado), la sintaxis (relación del signo con otros signos en un
sistema convencional de signos) y la pragmática (relaciones del signo con el
usuario y con el intérprete) Cualquier “sentido” presupone las tres
dimensiones. Cuando se prescinde de alguna de ellas se comete, según Apel,
una “falacia abstractiva”. Pero los pensadores que así escriben son los menos,
o en todo caso no nos interesa en este momento este tipo de material, sino
aquel material que se concibe para la publicación. Un escrito de filosofía que se
publica tiene el objetivo prioritario de convencer, y en filosofía se convence,
fundamentalmente, mediante la lógica, pero no exclusivamente, en tanto y en
cuanto no es la filosofía una ciencia exacta. La lógica es el armazón necesario
de toda filosofía sana, pero la filosofía que busca convencer al lector debe
utilizar, además de la lógica, la retórica, pues como decía Novalis, “la poesía es
una parte de la técnica filosófica”. Alguien dijo también que la poesía es “una
metafísica instantánea”Y una parte importantísima. Platón, sin su retórica,
jamás habría llegado a convencer a tanta gente.(aunque excluyó a los poetas
de su República) Creo que la retórica, e incluso la poesía (ej. Machado) son
lícitas en un escrito filosófico –siempre y cuando se disponga también de
argumentos lógicos para fundamentar lo que se dice. La retórica puede ser no
sólo un ornamento para realzar ideas auténticas, sino también un modo de
exploración de implicaciones de esas ideas.
Lo que busca el pensador filosófico es llegar a la verdad. O acercarse a
ella, como decía Popper (que no creía que se pudiese llegar) Pero una vez que
llega, o mejor dicho, que cree haber llegado a algún tipo de verdad, absoluta o
relativa, lo que generalmente desea es convencer al mundo, publicitar esta
buena nueva a los cuatro vientos para que todos la comprendan. Descartes
coincidiría conmigo en este punto, pero entendería que para dar a publicidad
sus ideas filosóficas la retórica no sirve, puesto que las bastardea: (Descartes
quizás, pero mirá Gracián, Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger…)
Vale sin duda más no estudiar nunca, que ocuparse de objetos de tal manera difíciles,
que no pudiendo distinguirse en ellos lo verdadero de lo falso, nos obliguen a admitir
por cierto lo que es dudoso, pues que en este estudio menos debe esperarse el
acrecentamiento que el menoscabo del saber. Rechazamos, pues, por esta regla todos los
conocimientos que sólo son probables, y elevamos a principio que no debemos
entregarnos sino a los que son ciertos y de los cuales no es posible dudar (Reglas para
la dirección de la mente, regla II).
¿Y qué tipos de conocimientos son aquellos que revisten la categoría de
indubitables? Pues los de la lógica formal y las matemáticas, y nada más.¿y los
que están inevitablemente presupuestos en toda argumentación (por ejemplo,
el de que hay una comunidad de argumentantes, o, justamente, el de que los
conocimientos lógicos o matemáticos son indubitables, o el de que usamos el
lenguaje para comunicarnos) ? Los argumentos lógicos pueden ser
impecables, y las conclusiones, deductivamente correctas, y, sin embargo, ser
falsas, en caso de lo sean las premisas. ¿De qué depende la verdad de las
premisas? Es en estas ciencias puras en donde la retórica no tiene lugar: o
entendemos lo que se nos dice, o no lo entendemos. Quizás la retórica puede
ayudar a entender. Nadie va a comprender mejor el teorema de Pitágoras por
el hecho de que alguien se lo enuncie bajo la forma de un soneto. Pero
Descartes suponía que la filosofía toda debía manejarse more geometrico:
Siempre que dos hombres formulan sobre la misma cosa juicios contrarios, es seguro
que uno u otro se engaña; mas aún, me parece que ninguno de ellos conoce la verdad,
porque si las razones del uno fuesen ciertas y evidentes, podría exponerlas al otro de tal
suerte que acabaría por convencerle igualmente.
De aquí se deduce que si un hombre dice que Dios existe y otro dice que no,
ninguno de ellos conoce verdaderamente la existencia o no existencia de la
divinidad. ¡Y por supuesto que es así! No conocen la verdad, o mejor dicho no
están seguros de conocerla, porque la existencia o no existencia de Dios no se
les impone a sus espíritus con el rigor lógico de una deducción matemática[1].
Está en el corazón mismo del análisis filosófico el no estar nunca seguros de lo
que se dice. Si lo estamos, ya dejamos de ser pensadores filosóficos para
meternos a lógicos o matemáticos. Pero filosofando descubrimos problemas
que no se descubren con la lógica ni con la matemática, como este de que
estamos hablando ahora, e innumerables otros también.
En filosofía, pensar y dudar es todo un mismo proceso. Y la duda, en el
caso del lector, sólo puede disminuirse penetrando en las deducciones que el
escritor ensaya y simpatizando a su vez con él, y la misión del escritor filosófico
es esa, deducir correctamente, pero matizar a su vez esas deducciones con
buena retórica para que el lector no se aburra o atemorice ante tanta lógica
desnuda y a la intemperie. Nuestro cuerpo se sostiene por el esqueleto, pero
un esqueleto andando sin piel, sin carne y sin todo lo que lo recubre causa
espanto. De acuerdo. Pero un cuerpo al que le falte el esqueleto, se derrumba
¿Es esto engañar al lector? De ninguna manera, mientras el escritor
permanezca fiel a las deducciones que su mente le ha trazado. Las
deducciones pueden ser correctas, pero las premisas pueden ser falsas, y esto
vale no sólo para la retórica, sino también para la lógica. Por eso, “überreden”
no necesita indispensablemente retórica; se lo puede hacer también con la
pura lógica. La retórica no se usa para filosofar, sino para aderezar una filosofía
previamente masticada, rumiada y recontrarrumiada, muy desagradable a la
vista, al tacto y al gusto de aquellos que no la prepararon pero que están
deseosos de alimentarse con ella. ¿Quién condenará a este escritor por
agregar un poco de azúcar, pimienta y sal a su bolo alimenticio y hacer con él
unos buñuelos perfectamente apetecibles? Eso quizá sea “cuestión de gustos”,
pero posiblemente hay una medida, precisamente como ocurre con los
aderezos. Algo muy salado es casi peor que algo soso. Al fin y al cabo el
condimento de buena calidad, en su justa sazón y medida, además de
condimentar nutre y fortifica. El lector que desprecia el aderezo –un lector que
admiro, por cierto— ya tiene en Aristóteles, en Descartes, en Spinoza y en
tantos otros la dura y sosa polenta que requiere. Yo no escribo para él, sino
para un lector de menor calidad intelectual tal vez, pero amante del arte y la
ciencia en iguales partes, y que potencia su disfrute cuando estas dos
colosales y excelsas manifestaciones del acontecer humano se mixturan y
presentan en un solo envase. Esclarecer, sí, pero también conmover. O
conmover esclareciendo; el orden de los factores no altera el producto
culturoso. En el fondo estamos de acuerdo (habría que ver si en el living
también).
0. 0. 0

[1] Según Descartes, sí: “Lo que ha sido objeto de revelación divina es más cierto que cualquier otro
conocimiento: la fe […] no es un acto del espíritu o la mente, sino de la voluntad” (Ibíd., regla III).

Vous aimerez peut-être aussi