ACTUALIDAD

Nicaragua: país bolivariano,

pero no del todo
Daniel Ortega ha actualizado el caudillismo latinoamericano con su
simultánea cooptación de las élites tradicionales y los sectores más
empobrecidos. Todo ello gracias a los recursos de Venezuela.

Salvador Martí i Puig

H
ace más de una década dos
politólogos, Javier Corrales y
Michael Penfold, advirtieron
sobre la aparición en
América Latina de regímenes que sin
ser autocracias tampoco eran
democracias. A estos regímenes se les
calificó de híbridos, y en esta categoría
se incluían los países llamados
“bolivarianos”. Se caracterizaban por:
impulsar gobiernos partisanos que
politizaban la administración,
incluyendo las agencias autónomas y
de regulación; erosionar los
contrapesos institucionales y los
mecanismos de rendición de cuentas,
incluida la justicia; elaborar nuevas
constituciones con el fin de perpetuar
a los elegidos; desarrollar estrategias
de confrontación con la oposición y la
sociedad civil desafecta, activando de
manera periódica referéndums; y por
utilizar todos los mecanismos de la
gobernanza electoral en beneficio de
sus candidatos.
Obviamente, estas características
no se aplicaban ni de la misma forma
ni con la misma intensidad en cada
uno de los regímenes, y algunos
estaban más lejos de la democracia
que otros. En esta clasificación,
Nicaragua, con la llegada de Daniel
Ortega, se convirtió en uno de los
países con más rasgos autoritarios.
Hoy Nicaragua forma parte del
subtipo de regímenes híbridos y,
como todos ellos, tiene un sistema
hiperpresidencialista, un discurso
que apela a la radicalidad
democrática y que ignora los
preceptos liberales, con una práctica
política que minimiza la oposición y

Salvador Martí i Puig es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Girona e investigador externo de Cidob y del
Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca.

28 POLÍTICA EXTERIOR NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2016

Daniel Ortega con su mujer, Rosario Murillo, al terminar su primer mandato como presidente de
Nicaragua, entre 1979 y 1990 (Managua, 26 de junio de 1990). GETTY
controla la mayoría de los medios de
comunicación. Sin embargo,
Nicaragua mantiene tres
singularidades que le separan de los
casos de Venezuela, Bolivia y
Ecuador. La primera es que a
diferencia de lo que supusieron Hugo
Chávez, Evo Morales o Rafael Correa,
en Nicaragua Ortega nunca
representó –con su vuelta al poder en
2007– un rostro nuevo. Ortega era un
personaje omnipresente desde los
años ochenta del siglo XX, cuya
autoridad se asocia al recuerdo de la
revolución y al control férreo que
ejerce en el Frente Sandinista de
Liberación Nacional (FSLN). La
segunda, la necesidad que ha tenido
su gobierno de manipular la
administración electoral para obtener
NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2016
resultados favorables después de su
acceso al poder. Y la tercera, la
capacidad del régimen para cooptar a
la élite económica tradicional
(vinculada a la patronal Cosep) y, con
ello, neutralizar posibles aliados de la
oposición. Este último fenómeno solo
se comprende a partir de la ingente
cantidad de recursos llegados al país
por el acuerdo de Nicaragua con la
Alianza Bolivariana para los Pueblos
de Nuestra América (ALBA), donde se
integró el 23 de febrero de 2007.
ALBA y Venezuela, alianza clave
Gracias al ALBA, la administración
de Ortega realizó algo semejante a la
cuadratura del círculo: cooptar al
mismo tiempo a las élites económicas
POLÍTICA EXTERIOR 29
ACTUALIDAD / NICARAGUA: PAÍS BOLIVARIANO, PERO NO DEL TODO
tradicionales y a los sectores más
empobrecidos del país. La cooptación
de las élites fue posible gracias a que
Ortega mantuvo el modelo
económico de producción y
comercialización impulsado desde
1990 (con la derrota electoral del
FSLN y la llegada de Violeta Barrios
de Chamorro a la presidencia) y que
intensificó con el acceso privilegiado
al mercado de Venezuela. Reforzando
esta dinámica, la misma
administración firmó acuerdos de
apertura comercial con Estados
Unidos (Cafta-DR, Acuerdo de Libre
Comercio con Centroamérica y
República Dominicana) y mantuvo la
cooperación con organismos
multilaterales como el Fondo
Monetario Internacional (FMI), el
Banco Mundial o el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID).
Desde la incorporación al ALBA, las
exportaciones nicaragüenses a
Venezuela se incrementaron de forma
exponencial hasta convertirse en el
segundo socio comercial después de
EEUU. En 2012 Nicaragua exportó al
mercado venezolano bienes por valor
de 438 millones de dólares, el 20,9%
del total de exportaciones del país. En
este contexto, las élites económicas
tradicionales, vinculadas al Cosep, se
han mantenido cercanas al régimen.
Con el gobierno de Ortega han
obtenido nuevos y suculentos nichos
de mercado, al tiempo que les
garantizaba disciplina laboral, al tener
30 POLÍTICA EXTERIOR
bajo su control a las centrales
sindicales, históricamente combativas.
Por otro lado, la capacidad de
cooptar a los sectores más
empobrecidos está relacionada con
un amplio despliegue de políticas
sociales focalizadas. Detrás de ellas
ha habido tres elementos: la voluntad
del gobierno de luchar contra la
pobreza; el alineamiento de
Nicaragua con las políticas de
transferencias condicionadas
impulsadas por la mayoría de
gobiernos de la región; y la capacidad
de destinar recursos gracias a los
ingresos obtenidos por empresas
público-privadas a través de la
empresa Albanisa.
Creada en 2007, tras el ingreso de
Nicaragua al ALBA, Albanisa está
constituida en un 49% por Petróleos de
Nicaragua (Petronic) y en un 51% por
Petróleos de Venezuela (PDVSA). Su
función es distribuir el petróleo
venezolano en el país
centroamericano, si bien con el
tiempo ha diversificado sus
actividades. Al ser una empresa creada
en el marco del ALBA, parte de sus
ingresos se han destinado a la lucha
contra la pobreza, lo que ha permitido
financiar algunas de las políticas
sociales del gobierno. No obstante, al
tratarse de una empresa público-
privada, la Asamblea Nacional nunca
ha podido fiscalizar sus cuentas.
Las políticas sociales se han
implementado en el territorio
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nicaragüense a través de plataformas
paraestatales y partidarias, llamadas
primero Consejos del Poder
Ciudadano (CPC) y, posteriormente,
Gabinetes de Familia (GF). La
coordinación de estas plataformas
está en manos de Rosario Murillo,
esposa de Daniel Ortega, y candidata
a vicepresidenta de la República en
los comicios del 6 de noviembre de
2016. Los CPC/GF son
organizaciones articuladas
jerárquicamente que se extienden en
cada uno de los niveles
administrativos del país con el fin de
mantener una presencia permanente
en los municipios, comunidades y
barrios. Su implantación en el
territorio ha hecho que el acceso a los
recursos sea fácil para los
beneficiarios, aunque también ha
permitido un notable control de
quienes utilizan los servicios,
generando dinámicas clientelares.
De las políticas impulsadas, las de
mayor impacto han sido las de
educación obligatoria y los programas
Usura Cero, Hambre Cero y Vivienda
Digna. De estos, Hambre Cero,
técnicamente denominado Bono
Productivo Alimentario, ha sido el
más relevante y se ha puesto en
marcha con dos subprogramas: uno
destinado a la erradicación de la
desnutrición crónica infantil y otro
de merienda escolar.
Así, Ortega ha gozado durante la
década que ha estado en el poder de
NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2016
SALVADOR MARTÍ I PUIG / ACTUALIDAD
un largo ciclo de bonanza
caracterizado por la aparición de un
país “amigo” que le ofrecía un
mercado que demandaba productos a
precios ventajosos, al tiempo que
suministraba petróleo pagado
parcialmente con créditos a largo
plazo con la condición de
implementar políticas sociales.
No obstante, la consolidación de
Ortega en el poder no ha sido solo fruto
de la alianza con Venezuela y el ALBA.
Control y patrimonialización
Más allá de los dineros del ALBA y de
las lealtades generadas entre las élites
y los sectores más desfavorecidos,
Ortega ha contado con muchos más
recursos para afianzarse en el poder.
Desde 1990 controla personalmente
el FSLN y sus organizaciones afines, y
ha hecho lo propio con múltiples
enclaves institucionales donde sus
“delegados” partidarios han tenido
presencia. De este modo,
progresivamente ha ido controlando
el poder judicial, el legislativo, la
policía nacional, las fuerzas armadas
y el Consejo Supremo Electoral
(CSE), órgano clave en la gobernanza
electoral del país. Desde esos
poderes, Ortega ha maniobrado entre
1990 y 2006 como el líder de la
oposición, y desde 2007 como
presidente de la República. Sin este
control institucional no se
comprende que en 2000 Ortega
POLÍTICA EXTERIOR 31
ACTUALIDAD / NICARAGUA: PAÍS BOLIVARIANO, PERO NO DEL TODO
consiguiera, a través de un pacto con
el entonces presidente Arnoldo
Alemán, cambiar las reglas del juego
electoral y hacerse con el poder en
2006 con solo el 36% del voto.
Posteriormente, con su llegada a la
presidencia en 2007, Ortega se ha
convertido en un mandatario
plenipotenciario que ejerce el poder
junto con su esposa. Así, los Ortega
han generado un sistema sin
contrapoderes, ya que disponen de un
FSLN sumiso, de un legislativo con
mayoría cualificada, del control
político de casi todos los municipios
del país, de la lealtad total de los
cuerpos armados y de los funcionarios
del poder judicial y del CSE. A todo
ello se añade el hecho de haber
consolidado una “burguesía
sandinista” nacida en los años
noventa con la “piñata” y acrecentada
al calor de los negocios de Albanisa y
la proximidad del poder.
En las postrimerías de su segundo
mandato presidencial consecutivo,
Ortega ha ido configurando un
entramado institucional que refuerza
la figura del presidente. Las reformas
constitucionales realizadas en 2014
han fortalecido normativamente la
figura presidencial a la par que han
cambiado (a su favor) las reglas
relativas a su elección y reelección.
Cabe señalar que, a diferencia de
otros procesos constituyentes en
América Latina, el de Nicaragua se
llevó a cabo mediante la enmienda
32 POLÍTICA EXTERIOR
parcial de un altísimo porcentaje de
artículos, y con ello se evadió la
convocatoria de un proceso
constituyente o de un referéndum
que quizá hubiera posibilitado la
creación de una coalición social o
política en su contra.
Precisamente por ello es necesario
preguntarse qué tipo de régimen
existe hoy en Nicaragua. Con la
llegada de Ortega a la presidencia se
ha instaurado un sistema político
donde el poder se estructura y ejerce
jerárquicamente, con un carácter
personalista y sin ninguna rendición
de cuentas. Un ejemplo claro es que la
residencia familiar de los Ortega es a
la vez la oficina central del FSLN y la
Casa Presidencial. Esto también
explica que Murillo sea la candidata a
la vicepresidencia en estas elecciones.
Con todo, el régimen instaurado no
es un sistema autoritario al uso, pues
en Nicaragua hay espacio para la
acción política independiente, aunque
sin capacidad para desafiar al gobierno,
ya que cuando se percibe efectiva, el
régimen actúa de forma eficaz y
contundente contra sus rivales.
Tampoco se trata de un sistema de
partido único, ni de un régimen
represivo como los de seguridad
nacional en el marco de la guerra fría,
ni como el de sus aliados bolivarianos.
El politólogo canadiense David
Close señala que el régimen de
Ortega se asemeja más a los
caudillismos tradicionales de antaño,
NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2016

donde el jefe cuenta con la
administración del Estado y sus
reglas, dirige los cuerpos armados,
controla los tribunales y las agencias
supuestamente independientes,
domina la maquinaria electoral, cuida
a sus votantes y maneja y arbitra
negocios.
El presidente goza de niveles
relativamente altos de apoyo
popular y mantiene una red de
intereses que permea desde las altas
esferas económicas hasta los
sectores sociales más
desfavorecidos. Por todo, es difícil
clasificar el sistema político que hoy
impera en Nicaragua, si bien podría
calificarse como una actualización
del viejo caudillismo
latinoamericano a través del control
de los medios de comunicación y el
despliegue de políticas sociales
focalizadas, con ingredientes de un
patrimonialismo familiar cercano al
sultanismo.
La cuestión, sin embargo, radica
en que este tipo de sistemas, si bien
pueden escaparse del escrutinio
electoral, también sufren múltiples
incertidumbres institucionales, pues
nadie nunca tiene la certeza sobre
cuál es el apoyo real con el que
cuentan. En esta situación, cuando
la oposición empieza a ganar
terreno es imposible saber si el
aumento de la represión o de la
manipulación detendrá o acelerará
su declive.
NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2016
SALVADOR MARTÍ I PUIG / ACTUALIDAD
Futuro sin incertidumbre pero
lleno de interrogantes
No es necesario recurrir a los astros ni
al tarot para saber que el 6 de
noviembre de 2016 el tándem
matrimonial compuesto por Ortega y
Murillo se alzará con una amplia
victoria electoral. La incapacidad de
la oposición para presentar una
candidatura unitaria y la destreza del
régimen para disminuirla, junto con el
control de recursos económicos,
mediáticos e institucionales no dan
opción a desenlaces inesperados. El
peso de las elecciones de 1990 es
demasiado alto en el subconsciente
del FSLN y de Ortega como para dejar
que en 2016 ocurra algo semejante.
Otra cuestión es saber qué puede
ocurrir si en el nuevo mandato la
economía se deteriora debido al
cambio de ciclo y a la falta del apoyo
financiero que hasta la fecha ha
llegado de Venezuela. Es posible que
en un contexto económico sombrío
se resquebrajen las alianzas con las
élites tradicionales y disminuya la
capacidad de implementar políticas
sociales con las que fidelizar a unos
votantes estables. En la misma
dirección, no es fácil saber qué
pasaría si se produjese una crisis de
sucesión, ya que la ascendencia
política de Ortega no es la misma que
pueda tener su esposa o sus hijos.
Precisamente por ello, la gran
incógnita en Nicaragua es saber hasta
POLÍTICA EXTERIOR 33
ACTUALIDAD / NICARAGUA: PAÍS BOLIVARIANO, PERO NO DEL TODO
cuándo durará la capacidad del
gobierno y el FSLN para mantener el
control social, económico y político
del país. Una respuesta sensata pasa
por preguntar si la élite económica
continuará percibiendo que la
administración de Ortega es más un
activo que un pasivo para sus
intereses, y de si el FSLN podrá
continuar conteniendo las
movilizaciones sociales y neutralizar
la oposición política a la vez.
No cabe duda de que hasta 2016
Ortega y el FSLN han sido capaces de
conjugar crecimiento económico,
apoyo de las élites, asegurar la paz
social y disminuir la pobreza. Sin
embargo, algunos elementos hacen
prever un futuro incierto. A nivel
económico, la incertidumbre deriva
del descenso de las exportaciones
nicaragüenses a EEUU y Venezuela,
así como de la bajada de los precios
de las materias primas. En el ámbito
social, parece empezar a quebrarse el
llamado “consenso sandinista”. El
anuncio de la construcción del Canal
Interoceánico en Nicaragua y la
aprobación de la Ley 840, que
autoriza a la empresa china HKND a
construir y administrar el Canal 50
años, con opción a una prórroga por
otros 50, ha generado mucho disenso.
Ciertamente, si bien las obras aún
no han empezado, desde 2014 se han
organizado múltiples protestas. En
esta dirección, el informe de 2014 de
la Comisión Interamericana de
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Derechos Humanos de la
Organización de Estados Americanos
expone que desde agosto a diciembre
de ese año se realizaron 37 marchas
pacíficas, casi siempre coordinadas
por el llamado Consejo Nacional en
Defensa de nuestra Tierra, Lago y
Soberanía, expresando su rechazo al
proyecto, y que todas ellas fueron
sometidas a acciones de intimidación
y represión por parte de los cuerpos
armados del Estado.
Nadie puede leer el futuro, pero si
en el proceso electoral de noviembre
de 2016 en Nicaragua se sustrae todo
elemento de competitividad, el
régimen de Ortega puede verse
progresivamente aislado en la
comunidad internacional. La pérdida
de aliados en la región a raíz del
último ciclo electoral y las
dificultades de Nicolás Maduro para
mantenerse en el poder en Venezuela
y del Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional (FMLN) en El
Salvador, junto con las distantes
relaciones de Managua con las
agencias de Naciones Unidas –debido
a la expulsión del representante del
Programa de la ONU para el
Desarrollo (PNUD) del país en 2015–
y el progresivo distanciamiento de
Washington, pueden suponer
dificultades para el régimen. Aunque
también podrían ser una oportunidad
para que el matrimonio Ortega active
un discurso nacionalista y de
resistencia.
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