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Universidad del Valle

Facultad de Ciencias Sociales y Económicas


Departamento de Ciencias Sociales
Estado y Sociedad
en la Colombia de hoy
XII Coloquio Colombiano de Sociología
María del Carmen Castrillón V.
Compiladora

Estado y Sociedad
en la Colombia de hoy
XII Coloquio Colombiano de Sociología

Rainer Dombois Sandra Patricia Martínez Basallo


Fernán González González Clara Inés Aramburo Siegert
Carlos Miguel Ortiz Sarmiento María Clemencia Ramírez Lamus.
María Eugenia Ibarra Melo Absalón Machado Cartagena
Fernando Urrea Giraldo Carlos Humberto Ortiz Quevedo
Jairo Alexander Castaño López Gina Cabarcas Maciá
Eudo Fidel Cuarán Hernández Andrés Fernando Suárez
Magaly Gualiche Garcés

Facultad de Ciencias Sociales y Económicas


Coloquio Colombiano de Sociología (2013 : Cali, Colombia)
Estado y sociedad en la Colombia de hoy. XII Coloquio Colombiano de Sociología / compila-
dora María del Carmen Castrillón V. -- Cali : Programa Editorial Universidad del Valle, 2016.
306 páginas ; 24 cm. -- (Colección Ciencias Sociales)
Incluye índice de contenido
1. Sociología - Colombia - Congresos, conferencias, etc. 2. Intervención social - Colombia
- Congresos, conferencias, etc. 3. Pobreza - Colombia - Congresos, conferencias, etc. 4. Colombia -
Condiciones sociales I. Castrillón V., María del Carmen, compiladora II. Tít. III. Serie.
301 cd 21 ed.
A1524716
CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Universidad del Valle


Facultad de Ciencias Sociales y Económicas

Título: Estado y Sociedad en la colombia de hoy


XII Coloquio Colombiano de Sociología
Compiladora: María del Carmen Castrillón V.
ISBN: 978-958-765-229-1
Primera edición

Rector de la Universidad del Valle: Edgar Varela Barrios


Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas: Boris Salazar Trujillo
Jefa del Departamento de Ciencias Sociales: Sandra Patricia Martínez Basallo

© Universidad del Valle – Facultad de Ciencias Sociales y Económicas

Diseño, diagramación e impresión:


Unidad de Artes Gráficas de la Facultad de Humanidades

Universidad del Valle


Facultad de Ciencias Sociales y Económicas
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Este libro puede ser reproducido en todo o en parte solo bajo autorización expresa de la Univer-
sidad del Valle – Facultad de Ciencias Sociales y Económicas.
El contenido de este libro expresa la opinión y el pensamiento del autor o autores del apartado
o artículo respectivo y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle.
Cada autor responde por lo expresado en su apartado respectivo y por la información sensible
que manifieste en él en uso de su derecho de expresión.

Cali - Colombia - marzo de 2016


TABLA DE CONTENIDO

Presentación 9

ESTADO, INSTITUCIONES Y BIENESTAR


EN AMÉRICA LATINA

La fuerza de las instituciones - Regímenes de bienestar


y trabajo en América Latina
Rainer Dombois 17

RECONFIGURACIONES POLÍTICAS
E INSTITUCIONALES DEL ESTADO COLOMBIANO, HOY

De la geografía de la violencia a la configuración del estado:


aproximaciones desde el caso colombiano
Fernán González González 63

De los poderes fácticos en los territorios regionales


a la caracterización del régimen en el territorio nacional
Carlos Miguel Ortiz Sarmiento 109

ESTADO, NACIÓN Y DIVERSIDAD

Mujeres y activismo por la paz durante el gobierno doble


de la seguridad democrática
María Eugenia Ibarra Melo 121

Dos legitimidades en tensión en el mismo territorio:


el Estado colombiano y la institucionalidad Nasa
en el norte del Cauca (el caso de Toribío)
Fernando Urrea Giraldo, Jairo Alexander Castaño L. Eudo Fidel Cuarán
H., Magaly Gualiche G. 137
ESTADO Y SOCIEDAD EN LAS MÁRGENES

Glosas al estudio de la formación local del Estado:


el caso del piedemonte caqueteño (1960-1980)
Sandra Patricia Martínez Basallo 175

Estado, territorio y sociedad en un orden paramilitar:


el caso de San Pedro de Urabá
Clara Inés Aramburo Siegert 201

Algunas reflexiones sobre la relación estado, sociedad


y política a partir del caso de la Amazonia Occidental
María Clemencia Ramírez Lamus 217

TRANSFORMACIONES SOCIOECONÓMICAS,
SOCIEDAD Y ESTADO

De la cuestión agraria a la cuestión rural: 1960-2013


Absalón Machado Cartagena 233

Economía política y crecimiento económico: Colombia 1906-2009


Carlos Humberto Ortiz Quevedo 247

CONFLICTO, MEMORIAS Y REPARACIÓN

Entre la verdad histórica y la verdad judicial: a propósito


de las relaciones entre el derecho y las ciencias sociales
Gina Cabarcas Maciá 273

Las memorias de las víctimas: entre el dolor y la dignidad


Andrés Fernando Suárez 285

AUTORES 299
PRESENTACIÓN

Desde 1981, el Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de


Ciencias Sociales y Económicas viene realizando de manera sostenida
el Coloquio de Sociología, siendo el segundo evento académico de mayor
importancia, después del Congreso Nacional de Sociología. Cada coloquio
realizado ha buscado contribuir al debate de la disciplina, a partir de resultados
de investigaciones sobre problemas centrales de carácter nacional que por
supuesto, no retiran de la escena académica y política, las discusiones que se
vienen dando paralelamente en nuestros contextos internacionales, y que en
diferentes grados replantean y alimentan los horizontes locales de teorización
e indagación empírica.
Bajo el horizonte del debate, ha sido posible el encuentro de investigadores de
diversos campos de saber (sociólogos, antropólogos, historiadores, economistas,
entre otros) quienes ofrecen perspectivas diversas para problematizar nuestra
realidad social. Cada tema central del coloquio se cristaliza también en la
publicación de las memorias que se han constituido en un acervo de información
importante para seguirle los pasos a la investigación social nacional.
Es importante hacer referencia al emblemático primer Coloquio de
Sociología en 1981, coordinado por Álvaro Camacho Guizado. Este primer
encuentro tuvo luz en conversaciones informales de un grupo de profesionales,
en su mayoría sociólogos, en torno al debate sobre el sentido de hacer
sociología en Colombia. Era entonces necesario sentar acuerdos mínimos del
oficio para abrirle paso a esta fuerza de lo real, que buscaba visibilidad en cada
coloquio. Desde entonces más de 10 coloquios se han realizado, mostrando
continuidad y persistencia, en tanto hecho social que expresa en cada paso
ingentes esfuerzos tanto académicos como administrativos. En ellos, se
han debatido temas como la apertura económica, el auge de la violencia,
las transformaciones sociodemográficas, la democracia, la participación y
descentralización, las conformaciones territoriales, la intervención social,
entre otros. Temas en principio globales, pero con la virtud de acoger sus
propios desdoblamientos epistemológicos, teóricos y metodológicos.
El tema del XII Coloquio de Sociología, “Estado y Sociedad en la Colombia
de hoy”, se instala en las redefiniciones actuales del Estado y de la Sociedad,
pero no de forma separada, sino en el mismo centro de sus relaciones, el
cual tiene como soporte histórico el proceso complejo de recuperación del
control territorial y del uso legítimo de la violencia por parte del primero.
No obstante, la capacidad democrática de la sociedad se ve fragilizada en
virtud de este fortalecimiento del Estado, retardando procesos de reducción
estructural de los conflictos en el país. La construcción del Estado no se agota
en la formalización del monopolio de la violencia legítima, ya que la sociedad
misma se implica en dicha construcción, configurando procesos de integración
y diferenciación.
Así las cosas, las ponencias publicadas en este libro, presentan desarrollos
investigativos alrededor de las reconfiguraciones políticas e institucionales del
Estado colombiano, el problema de la nación y la diversidad, el Estado y la
sociedad en las márgenes, las transformaciones socioeconómicas y sus efectos
en la sociedad, el conflicto y su relación con las memorias y la reparación. De
tal manera, el libro abre con la ponencia de Rainer Dombois, quien presenta
una revisión de los abordajes latinoamericanos sobre el régimen de bienestar,
apuntando desde el concepto de “mix de bienestar”, las heterogeneidades
estructurales a partir de tres componentes claves: familia, mercado y Estado. El
autor decanta algunas tipologías generales, a la luz de la relación crítica entre “mix
de bienestar” y estructura de trabajo-empleo en sus diversas formas, mostrando
sus diferencias con los modelos de bienestar de países “desarrollados”.
A propósito de reconfiguraciones políticas e institucionales, la ponencia
de Fernán González, se orienta a indagar formas históricas particulares
de la relación Estado-violencias en el país. El autor dialoga con algunas
interpretaciones que sobre el Estado colombiano han construido otros
investigadores, entre ellos Paul Oquist (colapso parcial del Estado), Mary
Roldán (formas locales de control social) y Daniel Pécaut (precariedad del
Estado), considerando trabajos de largo aliento realizados por centros como
CINEP y ODECOFI. En este contexto investigativo, el autor dialoga de
manera incisiva tanto con los análisis de larga y mediana duración del Estado
colombiano, como con las dinámicas subjetivas y culturales de los grupos
sociales. El autor presenta algunos elementos de su enfoque sobre lo que
denomina “presencia diferenciada del Estado”, interpelando una perspectiva
interactiva y situada entre nación, región y localidad. En una dirección similar,
Carlos Miguel Ortiz trabaja con este enfoque sobre la presencia diferenciada
del Estado, para acercarse históricamente a la construcción de poderes fácticos
locales y regionales y su relación con la institucionalidad del Estado central,
muchas veces avasallado conniventemente por actores ilegales y por diversas
violencias.
En la dimensión de las relaciones públicas e institucionales construidas
entre grupos sociales específicos y el Estado, está la ponencia de María
Eugenia Ibarra sobre la participación de las mujeres en el activismo por la paz
durante los dos gobiernos de la seguridad democrática. La autora afirma entre
otras cuestiones, cómo este activismo resulta de gran importancia al develar
las posiciones desiguales y precarias del Estado frente a la resolución de sus
problemas. También identifica la “estructura de oportunidades políticas”,
nacionales e internacionales que posibilitan la expresión y consolidación de
repertorios de acciones organizadas. De sus conclusiones preliminares pueden
destacarse, por un lado, la heterogeneidad de las adscripciones sociales de
las mujeres que participan de las acciones colectivas por la paz; por otro, su
creciente cualificación en cultura política, lo cual les ha permitido posicionarse
en diversos ámbitos públicos organizativos e institucionales. De otra parte,
Fernando Urrea, Jairo Alexander Castaño, Eudo Fidel Cuarán y Magaly
Gualiche desarrollan en su ponencia algunos elementos intervinientes en la
relación de los grupos indígenas (particularmente los de Toribío-Norte del
Cauca) con el Estado, jugando un papel fundamental el autorreconocimiento
étnico-racial dispuesto en las estadísticas censales y otros registros oficiales.
En este marco de reconocimiento estatal surgen percepciones y prácticas
políticas que advierten tensiones y conflictos entre la legitimidad de las
instituciones indígenas y la legitimidad del Estado nacional. A partir de la
noción de “bipolaridad del poder” –a la luz de las investigaciones de José
María Rojas–, los autores mapean un campo institucional diverso que se
dinamiza no solo por las exigencias políticas de reconocimiento étnico de
los grupos indígenas, sino también por una cierta valoración positiva de la
institucionalidad del Estado, al exigir que sean “contados” de forma rigurosa
en las estadísticas oficiales, con el fin de negociar una política de identidad
(autorreconocimiento) en condiciones más justas.
Sobre el Estado en las “márgenes”, las ponencias de Sandra Patricia
Martínez, Clara Inés Aramburo y María Clemencia Ramírez revelan
experiencias locales y regionales, destacando aristas antropológicas que
buscan superar las dicotomías institucionales entre centro y periferia. Sandra
Patricia Martínez se enfoca en la formación local del Estado en el piedemonte
caqueteño, durante el periodo 1960-1980, en el que se implementaron políticas
agrarias a través del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria-Incora. La
autora se enfoca en la historia local de esta entidad estatal, considerando los
frentes de colonización establecidos en el Departamento del Caquetá, con el
fin de conocer estrategias, prácticas y representaciones que surgieron en dicho
periodo y que dieron soporte a las interacciones cotidianas entre funcionarios
del Incora y los beneficiarios de los programas. Dentro de sus conclusiones
pueden destacarse, por ejemplo, que no es posible establecer distinciones
claras entre campesinos y funcionarios acerca de las representaciones que
tienen sobre el Estado, pues incluso estos últimos se sitúan por fuera de éste,
al cuestionar las directrices del propio Incora, al adentrarse en la vida de los
colonos, quienes capitalizan estas cercanías de amistad. Por su parte, Clara Inés
Aramburo muestra algunas manifestaciones del proyecto paramilitar forjado
en San Pedro de Urabá –zona fronteriza entre los departamentos de Córdoba y
Antioquia–, cuyo dominio pleno por parte del Estado siempre fue imposible.
Dichas expresiones son destacadas en las dinámicas de la vida cotidiana de la
localidad, teniendo en cuenta la incidencia de elementos históricos, culturales
y socioeconómicos. Al ser un territorio receptor de diversas poblaciones
expulsadas por los conflictos de diverso orden (las guerrillas, los paramilitares
y los narcotraficantes), San Pedro de Urabá se configuró como un lugar en que
el Estado se hizo mínimo, dejando que las relaciones sociales de tipo estatal
quedaran en manos de la propia sociedad. No obstante, y desde la perspectiva
de la desterritorialización del Estado de Michael Mann, la autora advierte que
éste es una necesidad, a pesar de las funciones no cumplidas, aún más, en
territorios signados por múltiples violencias. La ponencia de María Clemencia
Ramírez presenta una reflexión sobre la conceptualización del Estado en las
tramas fácticas de la sociedad y la política, desde su experiencia etnográfica en
el Departamento de Putumayo (Amazonía Occidental). Además de discutir el
tema de la integración de regiones que aún no participan del orden central (la
construcción discursiva de las dos Colombias), la autora critica la dicotomía
Estado-sociedad como condición sine qua non para la existencia de un Estado
moderno, externo a la sociedad. Esta reflexión la sustenta a partir de las prácticas
de gobierno presentes en el Departamento de Putumayo, que encarnan más
política que Estado o, en otros términos, la política termina siendo sinónimo
de Estado, pues en las relaciones que la sociedad establece con los políticos
locales y regionales, se desdibuja el imaginario unitario y autónomo de la
institucionalidad estatal. De tal forma, las clientelas partidistas circunscritas
a las burocracias de turno apuestan intencionadamente hacia la garantía de
múltiples beneficios, exigidos también a nivel nacional, produciéndose por
estos medios el “efecto de Estado”.
En el ámbito de las transformaciones socioeconómicas recientes, Absalón
Machado identifica de forma crítica el paso de la “cuestión agraria” a
la “cuestión rural” y el paso de la estructura latifundio-minifundio a la
multimodalidad agraria. En este sentido, el autor se posiciona dentro de un
enfoque sociohistórico de gran complejidad, señalando que la estructura
agraria del país se ha constituido por diversos factores, de los cuales destaca
la compra y administración de tierras por parte de narcotraficantes, a través
del testaferrato, el despojo a través de grupos armados, las acciones del Incora
e Incoder en la compra de tierras para la distribución a pequeños productores,
la entrega estatal de baldíos en UAFs, la segmentación de la propiedad por
las herencias de grandes fincas y el desarrollo capitalista hacia la mediana
propiedad. Afirma el autor que, frente a este panorama, han surgido propuestas
de diverso orden, en las que los múltiples conflictos se tornan eje de sus alcances,
pero que muchas veces terminan polarizándose, sin el logro de acuerdos que
puedan superar los discursos cerrados de la “revolución y del “status quo”. Por
otra parte, Carlos Humberto Ortiz realiza un análisis histórico de la relación
entre economía política y crecimiento económico en Colombia, entre 1906 y
2009. El autor destaca cómo el curso del crecimiento económico del país ha
estado fuertemente atado a los vaivenes de la política nacional, y en particular,
al tratamiento dado a las políticas económicas por parte de élites en el poder.
De forma propositiva, señala que es necesario ver a la economía como un
problema real y de largo aliento de las políticas estatales, lo cual exige una
suerte de acuerdo nacional para diversificarla, dando énfasis en actividades
productivas intensivas en tecnología e inteligencia, que pueden liderar el
crecimiento económico. Por lo tanto, el Estado debe recuperar su función
proveedora de los activos públicos que complementan la economía del sector
privado, potenciando la productividad y con ello, el crecimiento económico
que viene desacelerado desde hace cuatro décadas aproximadamente.
Finalmente, las ponencias de Gina Carbarcas y Andrés Fernando Suárez se
sitúan en las relaciones entre memorias, conflicto y reparación, desde algunos
procesos de investigación del Grupo Memoria Histórica. Gina Cabarcas, quien
participó en la redacción del informe sobre la masacre de los funcionarios
judiciales en la Rochela en 1989 (Simacota-Santander), presenta algunas
ideas sobre la relación entre el discurso esencialmente jurídico del derecho
y las ciencias sociales, dentro de los procesos de investigación criminal en
el país, con el fin de sugerir un acercamiento más orgánico a las realidades
sociales. Realiza entonces una comparación crítica entre la verdad procesal
y la verdad histórica, en los marcos estatales de producción de la justicia.
Andrés Fernando Suárez, quien ha participado en varios informes realizados
por el mismo grupo, realiza un recorrido de los contenidos del último informe
general “¡Basta ya!”, deteniéndose particularmente en los resultados sobre
la memoria de las víctimas, retomando sus voces. Así, intenta mirar los
testimonios desde los contextos y no desde los victimarios puntuales. En este
proceso de “explosión de memorias”, alimentada especialmente por la Ley de
Justicia y Paz en 2005, el autor identifica tres usos y funciones destacables en
ese conjunto diverso: la memoria como reclamo-denuncia para “no olvidar”;
la memoria como pedagogía social para “no repetir”; la memoria como
reparadora para que las víctimas puedan “hacer sus duelos”.
Para concluir, quiero agradecer de manera especial a la Facultad de
Ciencias Sociales y Económicas y al Departamento de Ciencias Sociales de la
Universidad del Valle, pues gracias a su permanente apoyo, hicieron posible esta
XII versión del Coloquio de Sociología. Asimismo, agradezco inmensamente
la disposición y perseverancia de mis colegas Luis Carlos Castillo y Alberto
Valencia, miembros del comité organizador. Desataco también el trabajo de
Kelly Velasco, la monitora del Coloquio, y de los estudiantes del Programa
Académico de Sociología que también apoyaron su realización.

María del Carmen Castrillón V.


Profesora del Departamento de Ciencias Social
Facultad de Ciencias Sociales y Económicas
Universidad del Valle
ESTADO, INSTITUCIONES
Y BIENESTAR EN AMÉRICA LATINA
EL PODER DE LAS INSTITUCIONES. MIX DE BIENESTAR,
RÉGIMEN DE BIENESTAR Y TRABAJO EN AMÉRICA LATINA1

Rainer Dombois2

Introducción
La “década perdida” de los ochenta condujo en América Latina el final de
la fase del ‘desarrollo hacia adentro’, bajo la égida del Estado desarrollista, y
la transición hacia una política neoliberal de mercantilización y de apertura,
orientada por los principios del “consenso de Washington”. Latinoamérica se
convirtió en un laboratorio de nuevas políticas laborales: con una reducción
masiva de puestos en el sector estatal, con el debilitamiento de los estándares
legales laborales y sociales, con la flexibilización y diferenciación legal y de
hecho en las relaciones salariales. Apenas en la última década se debilitaron
estas tendencias, con el estímulo de un crecimiento económico fuerte, pero
también con las crecientes dudas y críticas a las políticas neoliberales.
Estas modificaciones –­ en algunos países, abruptas y globales, en otros más
bien continuas y puntuales– se enfocaron en la industria, los servicios públi-
cos y privados modernos y con ello, en el mercado de trabajo formal.
A la sombra del mercado laboral formal, regulado por el derecho laboral y
social, y frecuentemente también por las convenciones colectivas, se expan-
dió y se consolidó un campo de empleo más allá del trabajo normalizado o
inclusive del sector asalariado, denominado “sector informal” o “empleo in-
formal”: por un lado, la mixtura de actividades ocupacionales independientes
de trabajadores de cuenta propia y de sus familiares no remunerados –campe-
sinos, artesanos, prestadores de servicios, microempresarios–; por otro, em-
pleos salariales precarios no protegidos por las normas legales –trabajadores
en microempresas, trabajadores rurales, jornaleros, empleadas domésticas,
etc.–.
Las modificaciones en el sistema de empleo, aunque también la transición
demográfica y con ella especialmente el rápido incremento del empleo feme-
nino, producen sus efectos en otro tipo de trabajo que, aunque a la sombra,
constituye el fundamento y el complemento del empleo: el trabajo reproduc-
tivo en el hogar y la familia, que se realiza como trabajo de cuidado (caring):
1 Traducción por Ricardo Lucio
2 Profesor del Instituto de Trabajo y Economía, Universidad de Bremen, Alemania.
18 XII Coloquio Colombiano de Sociología

crianza y educación, alimentación y asistencia. Generalmente no se tiene en


cuenta como ocupación remunerada, está incorporado a las relaciones sociales
y se fundamenta y regula en obligaciones sociales, frecuentemente también
reguladas legalmente; en el marco de la división sexual del trabajo este tipo de
actividades se ha mantenido principalmente como tarea de las mujeres.
Las diversas formas del trabajo se han mantenido como campos de inves-
tigación muy separados en las ciencias sociales, de tal manera que sus nexos,
así como las fuerzas que los estructuran, han sido pasados por alto. La pre-
gunta sobre cómo se ha modificado el trabajo a raíz de los entrecruzamientos
económicos, políticos y culturales, se discutió de forma controversial en el
debate sobre la globalización. Beck, por ejemplo, a finales de los años noven-
ta, concibió la tesis de la ‘brazilianización’: una tendencia global de la pre-
carización laboral y social (Beck 1999). Pero el hecho mismo de las grandes
disparidades que se muestran no solamente entre las regiones del orbe, sino
también dentro de las regiones, así como entre los países latinoamericanos,
hace que surjan dudas empíricas al respecto. En el debate sobre la globaliza-
ción se plantean también objeciones teóricas a la tesis de la convergencia de
las formas de empleo y trabajo, espacialmente por parte de autores orientados
institucionalmente. Destacan sobre todo el significado de las instituciones: ru-
tinas sociales, normas y convenciones, procedimientos formales e informales,
que no solamente constituyen los marcos para los procesos económicos, sino
que también los canalizan y los forman con su propia racionalidad (Rubery/
Grimshaw 2003). En esta perspectiva, las formas del empleo y del trabajo es-
tán plasmados por las configuraciones institucionales, en las cuales son dignas
de notar el Estado y las políticas públicas, los sistemas educativo y laboral,
las familias y las relaciones entre los géneros (Bosch/Lehndorff/Rubery 2007;
Pries 2010).
Un camino heurístico fructífero para el análisis comparativo de la inte-
racción de las esferas institucionales, así como de sus efectos en el trabajo,
promete proporcionarlo la reciente discusión sobre el mix de bienestar –wel-
fare mix– y los regímenes de bienestar (Rose 1986; Esping-Andersen, 1990;
Gough/Wood, 2004), que también ha sido útil en América Latina (Barrientos
2004, Filgueira 2005; Martínez-Franzoni 2005 y 2008; Wehr 2009; del Valle
2010). Coloca como eje central del análisis no el trabajo mismo, sino el con-
cepto de bienestar –welfare–. El bienestar con sus más importantes elementos
–ingresos como base material de la existencia, seguridad social frente a los
riesgos del mercado, así como asistencia y cuidado– se explicará en este tra-
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 19

bajo especialmente a partir de la interacción de tres instituciones: el mercado,


el Estado y la familia. Las formas de interacción entre mercados, instituciones
públicas y familias marcan también los nexos entre trabajo - formas del em-
pleo y trabajo familiar-doméstico.
El mix de bienestar adquiere diversos matices, según sea el aporte de cada
institución y la interacción entre ellas. Aparecen diferencias entre las socieda-
des tipificadas como regímenes de bienestar y diferencias dentro de las socie-
dades, lo cual produce “mixes de bienestar”, expresiones de inequidad social.
En los países industrializados del norte globalizado la tipificación de los
regímenes de bienestar ha sido detenidamente discutida e investigada a partir
del trabajo pionero de Esping-Andersen. El interés se centró en el papel de los
Estados en la tríada de las instituciones, especialmente al efecto de las políti-
cas estatales en las funciones de bienestar del mercado y de la familia. El Esta-
do y las instituciones públicas intervienen de diferentes maneras en el merca-
do laboral, lugar clave de la distribución y también de los conflictos sociales,
estructuran y regulan el empleo, contribuyen con políticas e instituciones a la
redistribución, la seguridad y asistencia social. Por medio de transferencias y
prestación de servicios sociales –educación, salud asistencia social– afectan
a las familias e influyen en el contexto del trabajo en la familia y el hogar:
liberan a las familias de tareas tocantes a la seguridad social de sus miembros
y liberan a las mujeres de una parte de las tareas corrientes en el campo de la
protección y del cuidado. Influyen en el conjunto del trabajo, tanto el trabajo
remunerado como el trabajo no remunerado en el hogar y en la familia.
La investigación sobre América Latina debe partir de condiciones que di-
fieren considerablemente de las de los Estados de bienestar desarrollados: sis-
temas de empleo muy heterogéneos y fragmentados, en los cuales una parte
importante de la población percibe sus ingresos por fuera del mercado laboral
formal, gran parte de ella vive inclusive en situaciones de pobreza; Estados
truncos de bienestar (truncated welfare states), que apenas pueden corregir
las desigualdades sociales; familias y hogares que, sea por los vacíos y niveles
bajos de los sistemas públicos de seguridad social y de servicios sociales, sea
por los derechos al acceso y al uso desiguales o excluyentes, deben asumir
funciones extensas del cuidado, de seguridad y asistencia social. Todo ello
conduce a que los mixes de bienestar y los regímenes de bienestar en América
Latina no puedan clarificarse desde la óptica de las tipologías del norte, como
tampoco la estructuración institucional del trabajo.
20 XII Coloquio Colombiano de Sociología

En lo que sigue buscaré hacer productiva la reciente discusión latinoameri-


cana acerca del régimen de bienestar para el análisis del trabajo. Buscaré res-
ponder en qué medida deben ser abordados los mixes específicos de bienestar
en la región y qué conclusiones permiten extraer en torno a la estructuración
del trabajo. Especialmente, también debe plantearse cómo deben compren-
derse las grandes diferencias en la región –entre los países, aunque también
dentro de los países–.
En el primer apartado abordo el concepto de mix de bienestar y de sus com-
ponentes claves –familia, mercado y Estado– y en seguida (segundo apartado)
presento los conceptos de desmercantilización y desfamiliarización como dos
principios que tienen especial importancia en la estructuración del trabajo en
los Estados de bienestar desarrollados. El tercer apartado resume entonces al-
gunas condiciones generales de la producción de bienestar en América Latina
y conduce, en el cuarto apartado, a diversas tipologías de los regímenes de
bienestar latinoamericanos.
Por último, se presenta una síntesis de las relaciones entre los mixes de
bienestar y la estructura del trabajo –empleo en sus formas diferentes y caring,
trabajo de cuidado– en Latinoamérica. Las conclusiones buscan que, a partir
del análisis crítico de las tipologías, se desarrollen perspectivas para el estudio
ulterior sobre los mixes y regímenes de bienestar, que pueden ser útiles en los
futuros trabajos de investigación.

Bienestar social, instituciones y producción de bienestar, mix de bienestar


El trabajo pionero de Esping-Andersen The Three Worlds of Welfare Ca-
pitalism [los tres mundos del capitalismo de bienestar] provocó una discusión
vívida y fértil y, más allá de los Estados de bienestar de los países industria-
lizados del norte, estimuló conceptualmente la comprensión tipológica de los
diferentes regímenes de bienestar, aun en otras regiones del planeta (Esping-
Andersen, 1990 y 1999; Arts/Gelissen 2002; Gough/Wood 2004).
Los regímenes de bienestar manifiestan, como lo escriben Gough y Wood,
“arreglos sistémicos repetidos gracias a los cuales las personas buscan seguri-
dad de sustento, tanto en sus vidas como en las de sus hijos y descendientes”3
(2004: 5). El bienestar es un concepto normativo, que permite significados
diversos4. En la discusión sociopolítica en torno al régimen de bienestar se
pueden determinar dimensiones claves que se refieren a los recursos y ca-
3 …repeated systemic arrangements through which people seek livelihood security both for their own
lives and for those of their children and descendants… (en inglés en el original, N.del T.).
4 Ver Martínez Franzoni 2005, 46ss. en lo tocante al concepto de bienestar y sus modificaciones.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 21

pacidades de los individuos y las familias para hacerles frente a los riesgos
sociales claves:
I. Un ingreso que garantice la existencia, proveniente de un trabajo asala-
riado o por cuenta propia, e inclusive también de las rentas propias. En
las sociedades capitalistas el ingreso constituye el fundamento de la exis-
tencia, determina las oportunidades de conseguir bienes y servicios y es
un medidor importante de la pobreza. En el tinglado social el ingreso es
también una expresión y medida de la inequidad social.
II. La seguridad social que comprende medidas preventivas y prácticas que
deben proporcionar estabilidad o continuidad de sustento, aun en situa-
ciones o fases libres de empleo, o de desempleo, o de empleo insuficiente.
Se necesitan especialmente cuando las personas no pueden procurarse el
ingreso por sus propios medios; lo que ocurre en fases de la vida como
la niñez, la juventud y la vejez, el embarazo y la atención a los hijos, la
formación profesional, así como también en situaciones de riesgo como
desempleo, enfermedad, accidentes o invalidez.
III. La previsión y la asistencia social comprende finalmente las prestaciones
materiales básicas e interactivas, necesarias para el desarrollo y bienestar
de las personas, tales como alimentación, educación y formación, cuida-
do de los niños, asistencia en la vejez y la enfermedad.
La medición del bienestar está entonces en gran medida condicionada so-
cialmente, no solamente varía entre las sociedades, sino también entre los
grupos sociales, sean estos clases, estratos, grupos étnicos y géneros.
Especialmente tres instituciones se señalan como las fuentes más impor-
tantes de bienestar o “fuentes de la gestión de los riesgos sociales”5 (Powell/
Barrientos 2004,86) en las sociedades capitalistas: la familia, el mercado y el
Estado. Estas instituciones contribuyen al mix de bienestar.6

Hogar, familia y redes sociales


La familia como unidad social y económica es la institución que asume
tareas básicas de la producción de bienestar. En el hogar se produce una parte
importante de los bienes para el consumo diario –a menudo también para el
mercado–, se organiza y presta la asistencia y el cuidado de sus miembros,
especialmente en lo tocante al cuidado y crianza de los niños, así como la
5 ...sources of managing social risks... (en inglés en el original, N.del T .).
6 En la discusión se incorporan también otras instituciones del “pluralismo del bienestar” (Evers/Olk
1996) o mix de bienestar (Gómez Herrera 2001), como lo son organizaciones no gubernamentales de bien-
estar y en ocasiones también empresas.
22 XII Coloquio Colombiano de Sociología

asistencia a enfermos y ancianos. Finalmente, la familia asume tareas de se-


guridad social, mitiga los riesgos del mercado de sus miembros, como puede
ser la inestabilidad o la pérdida del empleo y de ingresos.
Los trabajos en la familia y en el hogar por regla general no están moneta-
rizados. El cuidado no se fundamenta ni contractual ni legalmente, sino más
bien por medio de las obligaciones sociales de reciprocidad y redistribución;
las demandas mutuas se definen por medio de los roles sociales y el estatus
de las personas en el contexto familiar y del hogar, especialmente por medio
de la división sexual del trabajo (Zelizer 2009,91). El peso del trabajo de cui-
dado, como complemento del empleo, recae mayormente en las mujeres y se
convierte en empleo en la medida en que se transfiere a trabajadoras asalaria-
das (casi siempre mujeres) en los hogares o también en las organizaciones de
servicios sociales7.
Los hogares constituyen puntos nodales de redes sociales más extensas,
en las cuales tiene lugar el intercambio social y se definen derechos y deberes
mutuos ­­­de cuidado y seguridad social. Las personas que constituyen un hogar,
bien sea como personas solas, parejas, familias nucleares o extensas, familias
de un solo progenitor, etc., están ligadas a redes sociales ulteriores con bases
familiares, de parentesco, de amistad, de profesión, regionales o étnicas, a tra-
vés de las cuales se definen deberes y expectativas. Desde la familia, pasando
por el compadrazgo y los círculos sociales exclusivos, tal como se conforman
en las instituciones educativas privadas y en los clubes, hasta las instancias de
ayuda mutua, tales como las entidades de ahorro y crédito y los fondos de so-
lidaridad de los sindicatos, todo ello son relaciones de intercambio social, con
las cuales están ligadas expectativas y obligaciones de ayuda mutua, definidas
y acumuladas con más o menos precisión (Granovetter 1993).

El mercado
En The Great Transformation Polanyi analiza el establecimiento del sis-
tema económico capitalista en la Inglaterra del siglo XIX, como un proceso
en el cual la economía se desprendió del contexto social y fue abandonada a
la autorregulación del mercado, y las formas sociales de vida se sometieron
a sus imperativos. En este proceso surge el empleo moderno, como trabajo
que, al decir de Kocka “sirve para la producción de bienes o la prestación de
servicios dedicados al intercambio en el mercado” (Kocka 2000: 481)8. Como
7 Para la diferenciación de las “relaciones de cuidado” ver Zelizer 2011, 269ss.; 290s.; para la interna-
cionalización del mercado de trabajo de cuidado Knobloch 2013; Senghaas-Knobloch 2013.
8 Ver también Gorz, quien diferencia al “trabajo en el sentido económico moderno” como actividad
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 23

la forma más importante y difundida del empleo surge el trabajo asalariado; la


fuerza de trabajo se convierte en mercancía, se mercantiliza. Los trabajadores,
despojados de la antigua seguridad institucional que actuaba a través de legis-
lación sobre la pobreza, con instalaciones de asistencia, reglamentación de los
gremios, etc., son sometidos ahora a la dictadura del mercado y a la impre-
visión e inseguridad del mismo: “Sin acceso a la propiedad ni a un Estado al
cual puedan dirigir sus necesidades, el mercado se convierte para el trabajador
en una prisión en la cual es imperativo comportarse como una mercancía, si
quiere sobrevivir”9 (Esping-Andersen 1990: 36; cfr. también Carbonell Este-
ler 2007: 59ss).
Es claro que una pura sociedad de mercado ostenta un mix de bienestar
específico: el bienestar se determina ante todo y se hace visible por medio
de las relaciones de propiedad, por el sistema de empleo y por la inequidad
producida por estos. Del declive primario de poder“(Offe/Hinrichs) –de la
propiedad del capital, respecto de las oportunidades de empleo– depende no
solamente el nivel y continuidad del ingreso, se determina igualmente el mar-
gen de juego para protegerse frente a los riesgos y las exigencias del mercado
(por ejemplo por medio de la construcción de un patrimonio o de los seguros)
o también para demandar servicios al mercado, por ejemplo para liberar a los
miembros del hogar del trabajo (no remunerado). La “política social anónima
de la maquinaria del mercado” (Rosenberg 1976: 217) tiene impactos sociales
altamente selectivos, “recompensa al fuerte y discrimina al débil” (Schmidt
1998: 194) y además excluye rápidamente a aquellos que no disponen de ca-
pital ni de habilidades laborales aptas para el mercado o que se encuentran en
situaciones que les hacen imposible ofrecer su fuerza de trabajo (como por
ejemplo el embarazo, la enfermedad, la edad); estos deben remitirse al apoyo
de la solidaridad de la familia o de las redes sociales, o a la asistencia pública.
Con la conformación del empleo como “un subsistema claramente diferen-
ciado que funciona de acuerdo con sus propias reglas –cada vez más regulado
por la economía de mercado y frecuentemente, bajo el control de los jefes en la
empresa” (Kocka 2000: 480)–, ocurrió también históricamente la separación
entre trabajo remunerado y trabajo en el hogar y con ello, la separación de las

“que es ejecutada con el propósito de su intercambio en forma de mercancía y con ello necesariamente
está supeditado al cálculo matemático” (Gorz, 1989:195), de las actividades sin objetivo remunerativo, el
“trabajo propiamente para sí”, como la “producción de valores de uso en la que al mismo tiempo somos los
fabricantes y los únicos consumidores” (Ibíd, 218).
9 With no recourse to property, and no state to which human needs can be directed, the market becomes
to the torcer a prion mitin which ir es imperativa to Beaver as a comodita in arder to sur vive (en inglés en
el original, N.del T.).
24 XII Coloquio Colombiano de Sociología

esferas vitales. Se estableció una división sexual del trabajo en la cual las mu-
jeres se volvieron “prioritariamente y en el sentido más amplio responsables
por el trabajo general en el hogar y en la familia” y los hombres se apropiaron
del trabajo remunerado, con lo cual asumieron el papel de los proveedores de
la familia (Hausen 2000: 352), una división del trabajo que viene acompañada
con una jerarquía en los géneros: el trabajo remunerado se equipara cada vez
más al trabajo a secas, mientras que el trabajo no remunerado, especialmen-
te el asumido en casa por las mujeres, pierde su valor y pierde visibilidad,
“deja de llamarse trabajo” (Kocka 2000: 480). Sin embargo, en el proceso
del desarrollo económico y político dos tendencias mutuamente relacionadas
contribuyen a la erosión de esta división tan estricta del trabajo: la creciente
participación de la mujer en el empleo que, aunque no la libera totalmente de
la carga principal del trabajo familiar, sí plantea un conflicto en las relaciones
entre el empleo y el cuidado, por un lado y, por el otro, la conversión parcial
del trabajo de cuidado y asistencia no remunerado en prestación de servicios
personales o sociales, sean comerciales o estatales (cfr. Zelizer, 2013).

El Estado y las instituciones públicas


En una sociedad meramente de mercado el Estado asume solamente fun-
ciones residuales. Como escribe Polanyi, “la política no debe influenciar lo
que acontece en los mercados” (1977: 105). Con todo, la mera sociedad de
mercado es más bien una ficción; los mercados en sí mismos son políticos y
configurados institucionalmente. Polanyi ha indicado que la conversión de la
fuerza laboral en una mercancía determinada solamente por la dinámica del
mercado no solamente liberaría fuerzas sociales autodestructivas, sino tam-
bién desencadenaría contrafuerzas que limitarían los “efectos dañinos de una
economía dominada por los mercados” (ibídem, 108). En la historia del siglo
XIX, la implantación de los mercados corrió paralelamente con el desarro-
llo de políticas e instituciones que pusieron limitaciones a los mecanismos
del mercado e intentaron proteger al trabajo asalariado de los efectos de la
maquinaria del mercado (cfr. Polanyi 1977: 113). A ello pertenece la norma-
lización legal administrativa del trabajo, como es el caso de las leyes fabriles
y las leyes contra el trabajo infantil, que buscaban proteger a largo plazo la
empleabilidad de la fuerza de trabajo; posteriormente también, la introduc-
ción de sistemas de seguridad social, administrados o regulados por el Estado
y, finalmente, la aceptación y difusión de organizaciones sindicales y de las
convenciones colectivas.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 25

La regulación institucional creciente del trabajo asalariado y también la


estructuración del mercado de trabajo y del empleo van en la historia europea
de la mano con el desarrollo del Estado de bienestar (cfr. Marshall 1992: 40ss;
Kocka 2000: 380). El Estado de bienestar surgido a partir del compromiso
entre las clases sociales que buscó asegurar, por un lado, el crecimiento capi-
talista y, por el otro, la integración social (Habermas 1998: 67), garantiza unos
derechos ciudadanos sociales y económicos amplios y vela por una redistribu-
ción comprensiva, gracias al sistema tributario y al gasto social público (Mar-
shall 1972). Se trata, como lo escribe Esping-Andersen, “no solamente de un
organismo que interviene, y posiblemente corrige, la estructura de inequidad;
es además, por derecho propio, un sistema de estratificación. Es una fuerza
activa en el ordenamiento de las relaciones sociales”10 (1990: 23).
Los derechos sociales con base en la ciudadanía, o también en el estatus
ocupacional, se sobrepusieron a la situación de clase, modificaron los riesgos
del mercado, como también las funciones de bienestar de las familias y los
hogares (Marshall 1972; Streeck 1988; Esping-Andersen 1990 y 1999; Car-
bonell Ester, 2007: 63).
Las instituciones estatales y las políticas públicas en la mayor parte de las
sociedades capitalistas han asumido entre tanto funciones centrales de bien-
estar, aunque ostentan con todo, grandes diferencias en cuanto a los alcances,
niveles y derechos de acceso:
I. Las políticas sociales y laborales del Estado intervienen en el mercado
laboral, estructuran el sistema de empleo y el trabajo remunerado: las re-
glamentaciones para la protección del trabajo (en lo tocante, por ejemplo,
a salario mínimo, edad mínima para trabajar, jornadas, formas de contra-
tación y protección frente al despido, etc.) disminuyen la dependencia
de los trabajadores frente a la situación del mercado y el poder de las
empresas; la libertad de asociación y el derecho a la huelga proporcionan
espacios para la negociación colectiva de las condiciones de trabajo, del
empleo y de la participación.
II. Los arreglos de la seguridad social apuntan a una seguridad mínima o
mantenimiento del ingreso en las fases de no empleo, o de desempleo, o
de empleo precario. Incluyen especialmente las prestaciones de transfe-
rencia en caso de enfermedad o desempleo, de pensiones; también inclu-
yen los subsidios familiares, los aportes a los padres, etc.
10 ... not just a mecanism that intervenes in, and possible corrects, the structure of inequality; it is, in
it‘s own right, a system of stratification. It is an active force in the ordering of social relations (en inglés en
el original, N.del T.).
26 XII Coloquio Colombiano de Sociología

III. Finalmente, las instituciones públicas asumen cada vez más funciones de
bienestar como servicios sociales, con lo que se descarga a las familias de
las tareas de cuidado. No solamente el sistema oficial de educación –des-
de el preescolar hasta la universidad– ha sido ampliado y abierto a grupos
cada vez más amplios de población. También se han establecido sistemas
de asistencia pública en salud. Finalmente, las instituciones públicas asu-
men tareas de cuidado, tal como guarderías y jardines infantiles para los
niños, y hogares para los ancianos.
IV. El Estado como empleador se convierte él mismo en un actor importante
en el mercado laboral; logra, por medio de la ampliación de las prestacio-
nes sociales, especialmente en los sistemas educativo y de salud, un mer-
cado laboral importante también para las mujeres; e influye en el sistema
ocupacional global, ante todo por medio de su demanda y de sus condi-
ciones contractuales, así como de sus políticas laborales activas y pasivas.
Con frecuencia las empresas fueron pioneras en la asunción de funciones
de bienestar que el Estado posteriormente generalizó o las hizo accesibles a
grupos más grandes de población, bien sea a raíz de la movilización política
en el conflicto de clases, bien como corolario de las estrategias estatales de
modernización. De esta manera, se ligaron en el ordenamiento paternalista de
las tempranas empresas industriales las obligaciones de los empleados al so-
metimiento, la lealtad y la disposición al trabajo productivo, con las obligacio-
nes de asistencia de los empresarios, las que podían incluir el empleo a largo
plazo, la protección frente a la enfermedad y a la vejez, inclusive la oferta de
viviendas y escuelas; aunque estas acciones de asistencia beneficiaron única-
mente al círculo de los empleados y de sus familias. Todavía hoy encontramos
una diversidad de prestaciones sociales ofrecidas voluntariamente por parte
de las empresas, que van más allá de las obligaciones legales, que han sido
negociadas con los empleados de manera individual o colectiva, tales como
pensiones empresariales, el apoyo empresarial directo en salud y vivienda, las
bonificaciones e indemnizaciones, becas etc. (cfr. Rein 1982). Estos recursos
están ligados al estatus de los empleados, presentes o futuros, y se diferencian
por tanto de salvaguardias comerciales o públicas. En muchos países los sis-
temas empresariales de asistencia social no han perdido el papel crucial que
habían tenido en las fases iniciales del desarrollo capitalista de las sociedades
industriales europeas; se han mantenido, no solamente en países del sur, sino
también en países del norte global como Estados Unidos y Japón, las colum-
nas de una seguridad social limitada a grupos específicos (Dombois, 1995).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 27

Las políticas estatales de bienestar modifican en conjunto no solamente el


mix de bienestar de la “mera sociedad de mercado”, sino también el papel de
las familias. Tienen influjo profundo en el trabajo, en sus formas, alcances y
riesgos, en la configuración del empleo, especialmente en el trabajo asalariado
así como en el trabajo familiar.

Diagrama 1: Mix de Bienestar/ Welfare Mix


Familia/Hogar

Bienestar social

• Ingresos por actividad económica


• Seguridad Social en fases de
inactividad económica
• Asistencia y cuidado (salud, educación
etc.)

Estado Mercado

Para sintetizar, el bienestar puede alimentarse de todas las tres fuentes ins-
titucionales –mercado, familia, Estado– de las cuales cada una tiene sus con-
diciones específicas de acceso y patrones de redistribución. Sus aportes son
interdependientes: las modificaciones en las prestaciones de una institución
afectan las exigencias que se plantean a las otras. Los mixes de bienestar y los
regímenes de bienestar de las sociedades se modifican con las prestaciones de
las instituciones más importantes: los trabajos de cuidado pueden transferirse
parcialmente de la familia al mercado o a las instituciones públicas, transmu-
tarse en la prestación de servicios personales o sociales, que se pueden orga-
nizar como trabajo remunerado. En sentido contrario, las funciones estatales
de bienestar pueden ampliarse o restringirse o “privatizarse”, es decir, comer-
cializarse. Las modificaciones en el mercado se expresan en oportunidades de
empleo y de ingreso; las modificaciones demográficas influyen en las estruc-
turas de los hogares y las familias y en la disponibilidad de sus miembros para
asumir tareas de cuidado y seguridad.
28 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Los mixes de bienestar señalan de esa manera formas específicas y suma-


mente variables de la “división sistémica del trabajo” en la tríada intercau-
sal de Estado, mercado y familia (Esping-Andersen 1999: 33; ver también
Powell/Barrientos 2004: 85); desde la perspectiva de los individuos y grupos
de la sociedad, representan combinaciones específicas y diferentes de los re-
cursos disponibles para el manejo de los riesgos sociales.

Principios de los Regímenes de Estados de bienestar: desmercantilización


y desfamiliarización
La investigación comparativa internacional ha detectado grandes diferen-
cias en los mixes de bienestar y las ha expresado en tipologías de regímenes.
Por ejemplo, Gough/Wood distinguen entre regímenes de los Estados de bien-
estar (welfare state regimes) de los países industriales del norte, que fueron el
punto central de la investigación de Esping-Andersen, y regímenes de bien-
estar “en los mundos menos desarrollados, en los en desarrollo y en mundos
transicionales del sur y del oriente”11 (Gough 2004: 15)12.
En los regímenes de Estados de bienestar es el Estado con el conjunto de sus
subsistemas (como el de las relaciones industriales) el que, con sus “políticas
pervasivas no residuales” (Arts/Gelissen 2002: 39), desempeña funciones cla-
ves en el mix de bienestar, con efectos considerables en el mercado y la familia.
Son los principios centrales de sus políticas de bienestar la desmercantili-
zación y la desfamiliarización. Mientras que la generalización del trabajo asa-
lariado como forma de empleo, la mercantilización extendida de la fuerza de
trabajo con sus crisis de mercado propias, constituye el prerrequisito estruc-
tural del Estado de bienestar desarrollado, la desmercantilización de la fuerza
de trabajo, como lo señala Esping-Andersen, constituye el principio clave de
las políticas de bienestar: la protección de la subsistencia ante las constriccio-
nes y riesgos del mercado laboral: “la desmercantilización ocurre cuando se
presta un servicio como un derecho o cuando una persona puede mantener su
tren de vida sin dependencia del mercado”13 (Esping-Andersen 1990: 21s.).
Esping-Andersen en su investigación comparativa internacional se concentra
en la seguridad frente a las situaciones de riesgo –enfermedad, desempleo,
edad–. A la desmercantilización contribuyen, además, las prestaciones de ser-
vicios públicos (formación, salud, asistencia, vivienda) que, independientes
11 …in the less-developed, the developing and the transitional worlds of the South and the East… (En
inglés en el original, N.del T.).
12 “Informal security regimes” y “insecurity regimes” (Gough/Wood, 28ss.).
13 De-commodification occurs when a service is rendered as a matter of right and when a person can
maintain a livelihood without reliance on the market (en inglés en el original, N. del T.).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 29

de la situación individual en el mercado, pueden reclamarse como derechos


ciudadanos (Gough, 2004); así como también, finalmente, las diversas formas
de regulación del trabajo.
El grado y los efectos de la desmercantilización no solo dependen del ni-
vel de la seguridad social y de los servicios públicos, sino también de sus
formas. Los tres tipos de regímenes –liberal, conservador, social demócrata–,
en los cuales agrupa Esping-Andersen a los países investigados, que explica a
partir de diferentes constelaciones históricas de clase y tradiciones políticas,
se manifiestan en formas específicas de desmercantilización. Se orientan por
los diferentes principios de la seguridad social: el derecho de acceso a las
transferencias prestacionales, que asegura la existencia aun en las fases de no
ocupación. Esping-Andersen distingue:
I. la seguridad residual, financiada con los impuestos, que apunta a evitar o
disminuir la pobreza en situaciones comprobadas de deprivación, típica
del régimen liberal;
II. la seguridad estratificada, basada en las contribuciones (según el modelo
de Bismark), depende del estatus ocupacional –nivel y continuidad de las
contribuciones– y busca la continuidad del estatus, es característica del
régimen de tipo conservador;
III. la seguridad social de tipo universal financiada con los impuestos, de los
regímenes social demócratas, que beneficia a todos los ciudadanos, inde-
pendientemente de su estatus ocupacional o de su situación en el mercado
(Esping-Andersen 1990,21ss.)
Esping-Andersen atribuye a los tres tipos de régimen formas específicas de
incidencia en la desigualdad social (1990: 26ss): el régimen liberal (de corte
anglosajón) mantiene la inequidad del mercado, en la medida en que garantiza
solamente un mínimo de seguridad social ; el régimen conservador (europeo
continental) acentúa la diferenciación social sobre la base del estatus ocupa-
cional –tradicionalmente del alimentador masculino– y apoya, siguiendo el
principio de subsidiariedad, a la familia en sus funciones de asistencia. En el
régimen social demócrata (escandinavo), que busca asegurar la independencia
individual y asume, socializa, funciones de bienestar de las familias, contem-
pla finalmente Esping-Andersen la manera más clara de realizar los principios
de una universal solidarity, tanto entre los grupos ocupacionales como entre
los géneros.
La discusión crítica del trabajo de Esping-Andersen, se ha enfocado espe-
cialmente en las relaciones entre las políticas estatales de bienestar y la divi-
30 XII Coloquio Colombiano de Sociología

sión del trabajo entre los géneros (Pfau-Effinger 2000; Arts/Gelissen 2002;
Gough 2004; Wehr 2009; Zelizer 2013.).
El trabajo doméstico constituye una fuente de bienestar clave, aunque muy
“invisible” en todos los regímenes, y la división sexual específica del trabajo
es igualmente una fuente propia de inequidad social. Depende de las políticas
estatales de bienestar si, y en qué medida, las familias –lo que por regla ge-
neral quiere decir las mujeres– se liberan de las funciones de seguridad social
y cuidado, bien sea por medio de los servicios públicos de formación y asis-
tencia, bien sea por medio de transferencias. Como una dimensión adicional
para diferenciar los regímenes de bienestar, por lo tanto, se ha introducido
el concepto de la desfamiliarización: “la medida en que el bienestar de un
individuo es independiente de los lazos familiares, como contrapartida de la
desmercantilización e independencia del mercado”14 (Gough 2004, ver tam-
bién Esping-Andersen 1999; Sojo, 2007). Los diferentes regímenes descargan
de muy diversas maneras a las familias de las tareas corrientes, por medio de
transferencias y asistencia pública. Fomentan también de diferentes maneras
la división específica sexual del trabajo, como también la incorporación de
la mujer al empleo remunerado (Pfau-Effinger, 2000): el “régimen” conser-
vador tradicionalmente ha fomentado la división tradicional del trabajo entre
el hombre proveedor y la mujer ama de casa o como proveedora adicional; la
seguridad social de la mujer es indirecta, depende del empleo y del estatus del
hombre. Por el contrario, el régimen social demócrata prefirió, con su seguri-
dad social generosa, desacoplada del estatus ocupacional (en parte gracias al
cuidado oficial de niños y ancianos), el modelo dual de proveedores/trabaja-
dores adultos, o sea la vinculación laboral también de la mujer. En el régimen
liberal, finalmente, se determinan las oportunidades de descargar a las fami-
lias así como el estímulo del empleo femenino por medio de su posición en el
mercado laboral y la oferta de servicios privados.

Condiciones estructurales del trabajo remunerado y el mix de bienestar


en América Latina
Los regímenes de Estados de bienestar del “norte”, con todas sus variantes,
están marcados por la influencia difundida de las políticas sociales públicas y
de redistribución en todas las esferas vitales de la ciudadanía. Ellas se sopor-
tan en el alto nivel de desarrollo económico de los países, en un alto grado de
mercantilización de la fuerza de trabajo –de los empleados asalariados como
14 ...the extent to which an individual’s welfare is independent of kinship – as a counterpart of de-
commodification and independence from the market… (en inglés en el original, N. del T.).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 31

forma predominante de empleo–, e igualmente en extensos derechos ciudada-


nos políticos, sociales y económicos como base de la desmercantilización y
desfamiliarización.
En las sociedades latinoamericanas, en las que el Estado ejerce apenas fun-
ciones reducidas, selectivas socialmente y con frecuencia predominantemente
subsidiarias, los mixes de bienestar dominantes son distintos: están fuerte-
mente marcados por el mercado –los márgenes de maniobra que establecen el
ingreso laboral o el patrimonio para la subsistencia, así como para el acceso a
formas comerciales de seguridad y prestación de servicios– por un lado, por
las familias y las redes sociales, por el otro.
En Latinoamérica las políticas estatales de la “industrialización por susti-
tución de importaciones” (ISI) orientaron a partir de los años treinta una fase
de crecimiento económico rápido y fuerte. El Estado desarrollista comenzó
en ese tiempo a apuntalar sus proyectos de modernización e industrialización,
valiéndose de políticas sociales (Ocampo, 2004). Aun antes de que se impu-
sieran la industrialización y la urbanización, en muchos países de Latinoamé-
rica se establecieron los fundamentos de una legislación social y laboral y de
sistemas de seguridad y asistencia social (Dombois/Pries, 1999: 41ff.).
El proceso de desarrollo económico promovido por la sustitución de im-
portaciones se atascó a finales de los años setenta. Fue reemplazado a partir de
los años ochenta por la apertura y liberalización de las economías orientadas
por el ‘Consenso de Washington’ y con impactos profundos sobre el trabajo.

Política social: seguridad social excluyente


En la política social comenzaron los países más adelantados –como Argen-
tina, Brasil, Chile, Uruguay y Cuba– ya desde los primeros decenios del siglo
pasado, a construir sistemas rudimentarios de asistencia pública en educación
y en salud, así como a introducir la seguridad social, imbuida de los principios
del modelo estratificado ‘bismarckiano’ europeo, financiado por contribucio-
nes. Otros países grandes –como México, Perú, Colombia y Venezuela– les
siguieron, en la fase nacionalista-populista de los años cuarenta. Además en
algunos países se desarrollaron los primeros intentos de una asistencia social
residual para los grupos especialmente necesitados, que no estaban protegidos
por relaciones de empleo formales, generalmente bajo la forma de progra-
mas de alimentación, salud o empleo (Bertranou/Jiménez Duran 2005; Sunkel
2007; Haggard/Kaufman 2008).
Los países más rezagados –especialmente los de América Central– concen-
traron sus políticas sociales, todavía poco desarrolladas, en servicios sociales
32 XII Coloquio Colombiano de Sociología

rudimentarios, principalmente sistemas de salud y de educación (Mesa Lago,


1991, 2008).
Las políticas sociales de los Estados latinoamericanos se dirigieron princi-
palmente a los asalariados en relaciones laborales formales y a sus allegados.
Las normas legales de protección laboral, así como los sistemas de seguridad
y asistencia sociales, que se establecieron en el marco de la estrategia de desa-
rrollo de la industrialización por substitución de importaciones –como seguros
de enfermedad, vejez y accidentes, protección materna, subsidios familiares,
y asistencia en salud– beneficiaron solamente a grupos seleccionados de la
población urbana, los “sectores de estratos medios y de trabajadores mejor
organizados y ubicados estratégicamente” (Huber 1996: 147). Incluyeron los
grupos de trabajadores que, como soportes de las políticas de modernización
o como clientela política, lograron protección especial del Estado o disponían
de poder organizativo o influencia política, tales como militares y otros ser-
vidores públicos, trabajadores de las nuevas industrias y sus allegados (Lago-
Mesa, 1991; Saavedra/Thomassi, 2007). También se mantuvieron exclusivos
los arreglos institucionales de las relaciones laborales, como la negociación
colectiva; incrementaron su poder regulador e impositivo especialmente allí
donde la fuerza de trabajo asalariado podía organizarse o movilizarse, o debie-
ra mantener su lealtad política.
De importancia especial han sido hasta hoy los sistemas empresariales de
asistencia y seguridad, primero como pioneros históricos y posteriormente
como complemento de sistemas públicos de seguridad y atención sociales.
Las escuelas de fábrica y la construcción de vivienda para empleados, la asis-
tencia médica y las cajas de solidaridad fueron elementos de la política here-
dada, orientada frecuentemente de manera paternalista, que más tarde pudo ser
consolidada y ampliada, gracias a las convenciones colectivas. Todavía hoy
el nivel de la asistencia y la seguridad de los trabajadores del “sector formal”
dependen en gran medida de la densidad y el nivel de las prestaciones sociales
empresariales. Los trabajadores del sector público, los de las grandes empre-
sas industriales o de los servicios pudieron con frecuencia negociar y reclamar
colectivamente prestaciones sociales a nivel empresarial o sectorial –como
rentas empresariales, bonificaciones adicionales, defensa contra el despido,
subsidios para el estudio de los hijos– o algún tipo de asistencia, por ejemplo
en salud, los cuales complementan y amplían notoriamente las seguridades
mínimas prescritas legalmente para empleos asalariados (Dombois, 1995).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 33

La prevalencia del sistema contributivo estratificado de seguridad social


ha tenido efectos de exclusión y diferenciación en los sistemas de empleo. El
modelo europeo continental, liga seguridad social a integración y ubicación en
el mercado laboral –empleo salarial, estatus y continuidad ocupacional–. (To-
kman 2007; Uthoff 2007: 299; 302ss). La diferenciación se fortaleció todavía
más con la construcción de sistemas de relaciones industriales con sindicatos
y convenciones colectivas en las entidades estatales y grandes empresas pri-
vadas. La posición en el mercado laboral formal o en las jerarquías ocupa-
cionales de las empresas, el escalafón, se convirtió en llave para acceder a la
protección social como seguridad en el empleo, transferencias de seguridad
social, atención en salud, subsidios a la familia (Dombois/Pries 1999/2000).
La “política laboral y social exclusiva” en los países latinoamericanos ha
contribuido a la fragmentación del sistema de empleo, por lo menos en la
medida en que atañe a la seguridad social: entre empleos salariales formales,
protegidos por el derecho laboral y social, aunque también de hecho y em-
pleos desprotegidos, trabajos por cuenta propia, o trabajo asalariado de hecho,
privado de sus derechos (Weinmann/ Burchardt 2013,97ss.). En general, el
marco de las políticas sociales en los países latinoamericanos es muy limitado,
tanto por los márgenes económicos, como por las políticas de recaudación y
redistribución.
El producto interno bruto por habitante se encuentra, en casi todos los paí-
ses latinoamericanos, muy por debajo del nivel de los países industriales. En
el papel del Estado en el mix de bienestar es en general significativo el que el
sistema tributario y la política social contribuyen muy poco a la corrección
de la distribución del ingreso, que es más inequitativa que en la mayoría de
otras regiones del orbe (Saavedra/Tomassi 2007; Goñi/López/Servén 2008; Ji-
ménez/ López Azcúnaga 2012). Por el contrario, ostentan efectos regresivos
pues por un lado, el sistema de ingresos estatales soportado principalmente por
impuestos indirectos (recientemente también por regalías de las industrias ex-
tractivas), gravita especialmente sobre las espaldas de los estratos más pobres
(Hoffmann, 2010). Por otro lado, los gastos sociales públicos se concentran en
prestaciones que favorecen más que todo a los grupos superiores de ingresos
(Uthoff, 2007; Wehr 2009; Burchardt 2010).15 El gasto social del estado –des-
tinado a seguridad social, educación, salud, vivienda, etc.– en casi todos los

15 Solamente en tres de quince países las políticas sociales tuvieron un carácter progresivo, es decir,
redistributivo. En las estadísticas latinoamericanas el quintil poblacional más rico se aprovecha más del
gasto social público (especialmente los complementos pensionales y los subsidios a la educación) que el
quintil más pobre (Cepal 2008, 31).
34 XII Coloquio Colombiano de Sociología

países, con todas sus diferencias, mantiene un nivel muy bajo, la calidad de
los servicios sociales es modesta y el acceso socialmente selectivo. Con ello
se configura un caldo de cultivo para la oferta diferenciada de servicios co-
merciales –instituciones educativas privadas, clínicas privadas, compañías de
seguros–.

Sistemas de empleo heterogéneos y fragmentados


La mercantilización, la expansión del trabajo asalariado como forma de
empleo, se introdujo tarde en América Latina y quedó “incompleta”. Los
sectores modernos de producción y de servicios, erigidos a partir del trabajo
asalariado, a pesar muchas veces de los enormes procesos de crecimiento en
los años sesenta y setenta, absorbieron solamente una porción, más o menos
importante, del potencial de la fuerza laboral que se expandió en los mercados
de trabajo urbanos, gracias al crecimiento poblacional y a la migración. Las
formas tradicionales de economía familiar, en las cuales el empleo y el trabajo
doméstico de los miembros de la familia se ejercían de manera poco distin-
guible en el tiempo y en el espacio –como en la agricultura, en la pequeña
producción artesanal o en pequeños comercios–, continuaron desempeñando
un papel importante, manifestando la “heterogeneidad estructural” de la eco-
nomía latinoamericana (Tokman, 2007; Cepal 2012). Paralelamente al trabajo
asalariado, el trabajo independiente, por cuenta y a riesgo propio, se extendió
mucho en los últimos decenios y todavía hoy aumenta en muchos países; se le
incluye dentro del trabajo o la economía “informal”.
El concepto de “trabajo informal” ha sido desarrollado y empleado desde
los años setenta, para ajustarse a la gran heterogeneidad del sistema laboral
latinoamericano, especialmente para señalar las formas precarias de traba-
jo.16 En una antigua interpretación la Organización Internacional del Trabajo
–Oit– había definido y comprendido al “sector informal” como el empleo
en sitios de trabajo cercanos a los hogares, que no tienen forma jurídica ni
organización empresarial, a los cuales se les atribuye una baja productividad.
En él se incluyen trabajadores independientes apoyados por miembros de la
familia, trabajadores poco calificados en microempresas, así como empleados
domésticos. A partir de 2002 la Oit designa con el concepto de “economía
informal” a todos los empleos, independientemente del sitio de trabajo, “que
no se encuentran cubiertos por las normas de protección establecidas en la
legislación laboral o social, ya sea por razones de hecho o de derecho. Esta

16 Para el desarrollo del concepto por la OIT cfr. Tokman 2007, 23s.; OIT 2011, 65; OIT 2013 b, 15ss.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 35

condición de empleo informal se observa tanto entre las personas ocupadas en


los sectores formal e informal, como en el servicio doméstico de los hogares”
(Oit 2014,4)”17

Tabla 1
América Latina: datos sobre ocupación y seguridad social
(Participación de los trabajadores totales en % – 2010-2012)
Trabajadores asalariados 63
- de ellos, con contrato laboral formal 37
- de ellos, sin contrato laboral formal 26
Trabajadores por cuenta propia 32
Empresarios 5
Trabajadores en el sector informal* 44
Trabajadores informales** 48
Trabajadores sin seguridad social 28
* Trabajadores en empresas de escasa productividad; por cuenta propia; microempresas; trabajo
doméstico.
** Trabajadores del sector formal o informal, sin acceso legal o de hecho a la protección y seguridad
social
*** Salud o pensión; trabajadores urbanos (2010)
Fuentes: Cepal, Panorama Social 2012 y 2013, Cepal 2012b; OIT: Panorama Laboral 2011 y 2013

Como lo muestra la tabla 1, apenas dos tercios de los trabajadores son


asalariados; otro tercio se desempeña como trabajadores por cuenta propia o
familiares no remunerados. Vale la pena notar la alta participación de traba-
jadores asalariados sin contrato laboral formal, especialmente empleados en
microempresas, así como trabajadores domésticos, aunque igualmente traba-
jadores de empresas grandes y públicas; en estos datos ni siquiera se inclu-
yen los asalariados no urbanos (Oit 2013a: 64,75; Cepal 2012b). Aunque el
derecho laboral y social tiene validez también en sus relaciones laborales, los
asalariados sin contrato laboral formal tienen en la práctica muy escaso acceso
a las garantías y prestaciones legales –desde el salario mínimo legal, pasando
por las regulaciones de las jornadas, protección contra el despido y prestacio-
nes sociales, hasta la seguridad social– y menos aún a las prestaciones extrale-
gales pactadas colectivamente. Eso solamente expresa la contradicción entre
unos derechos sociales y su aplicación práctica18.

17 Especialmente el concepto de “sector informal” ha sufrido fuertes críticas, ante todo en lo que se
refiere a la aceptación subyacente de una estructura dualista del sistema ocupacional, así como a la homoge-
neidad y la marginalidad de las ocupaciones informales (Portes 1994; Dombois 1995; Pries 1996 und 1997).
18 Para aclarar el incumplimiento de las normas legales obligatorias, de tipo laboral, en Latinoamérica,
ver Marshall 2007.
36 XII Coloquio Colombiano de Sociología

En vista de la expansión de las “formas atípicas de empleo” –corto plazo,


subcontratación– no debe sobreestimarse la seguridad que proporciona el em-
pleo formal (Marshall 1992; Dombois, 2012). Por otro lado, no se puede con-
siderar el inmenso grupo de empleo informal como precario en su totalidad,
es más bien altamente diferenciado.19 Esto se manifiesta ya en la distribución
del ingreso: aunque los trabajadores por cuenta propia se encuentran sobre
representados en el quintil más bajo del ingreso, representan todavía casi una
cuarta parte del quintil más alto (cfr. Cepal, 2012: 23). Una parte considerable
está también afiliada al sistema de seguridad social (Oit, 2013: 62; Tokman,
2007: 31ss.).
En conjunto, aparece una considerable heterogeneidad en el empleo y su
regulación –desde sectores o islas diferenciadas entre sí de empleo asalariado
formal y protegido, pasando por trabajo por cuenta propia en muy diferentes
situaciones económicas, hasta empleos asalariados precarios, sin contrato for-
mal ni garantías pactadas colectivamente ni seguridad social– en el acceso al
bienestar, que no puede sin más asignarse a “sectores”, ámbitos económicos
o formas de empleo.

El papel clave de la familia


Poca densidad, bajo nivel, exclusividad y diferenciación de la seguridad
social en el mercado laboral formal, un sistema apenas rudimentario de asis-
tencia pública en educación y salud. Todo ello lleva a que la familia tenga un
peso grande como fuente de bienestar. Las familias deben compensar con su
esfuerzo o sus medios propios las carencias de la asistencia y la seguridad
social públicas: sobrellevar los tiempos de desempleo de sus miembros, pre-
ocuparse por el cuidado de los ancianos y los niños, responder por los costos
de médicos y medicamentos, por los costos de la privatización, es decir, co-
mercialización de prestaciones sociales hasta ahora públicas. Y en todo ello
las mujeres llevan la carga más pesada de cuidado, especialmente las mujeres
de familias pobres, que además están bajo la presión de aportar con su trabajo
al ingreso del hogar (Aguirre, 2007; Montaño/Calderón, 2010).
Qué tanto pueden las familias asumir estas responsabilidades, es en cada
caso diferente, según sea la situación laboral.
19 Ver la diferenciación de Portes de tres formas de empleo informal, que en cada caso quedan incor-
poradas de manera específica a la economía y situadas en el sistema ocupacional: empleo informal indepen-
diente, subordinado y de supervivencia. (Portes 1994). Como lo constatan muchos estudios, en Latinoamé-
rica el empleo independiente goza de una valoración cultural alta y logra muchas veces también unas bases
existenciales amplias y estables. Igualmente, durante el ciclo vital las transiciones del empleo informal al
formal (y en sentido inverso) son fluidas (Pries 1997; Dombois 1993 y 1997; Galli/Kucera, 2003: 7).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 37

Los hogares que perciben sus ingresos de empleos formales pueden re-
clamar transferencias de la seguridad social en determinadas situaciones de
riesgo –especialmente enfermedad, vejez, embarazo–. De sus ingresos y patri-
monio depende el que puedan utilizar servicios privados: contratar empleadas
domésticas, acceder a preescolares o colegios privados, bien sea para liberar
a las mujeres de tareas de cuidado y ampliarles sus márgenes de juego para el
trabajo remunerado, bien sea para proporcionarles a los hijos mejores oportu-
nidades sociales.
Pero cuando el empleo informal es la fuente de ingresos más importante de
la familia, el monto del ingreso se convierte en una magnitud determinante para
manejar los riesgos. Los trabajadores informales con buenas posibilidades eco-
nómicas pueden compensar con sus propios medios y negociar en el mercado
lo que necesitan para su seguridad social o inclusive, para un nivel adecuado de
protección. Pero para grandes grupos poblacionales –independientemente de si
trabajan como asalariados o independientes– estas condiciones dejan de tener
validez. Para los trabajadores pobres, ocasionales, desempleados o subemplea-
dos, se vuelve mucho más importante el papel de las familias y las redes socia-
les, para enfrentar los ciclos económicos y otros factores externos no influencia-
bles, en los que predominan los empleos precarios y los individuos disponen de
escasos amortiguadores financieros para las situaciones de emergencia, donde
la seguridad social propia del mercado laboral formal no es accesible, ni legal-
mente ni de facto, y se carece de los medios para acceder a formas comerciales
de seguridad y de asistencia. Las economías comunitarias, las transferencias y
el cuidado en el contexto familiar constituyen para los trabajadores pobres y
precarios –sean estos independientes o asalariados–, tanto en la ciudad como en
el campo, los recursos más importantes, confiables y flexibles, aunque frecuen-
temente no suficientes para manejar sus riesgos (Moser, 1998).

Regímenes de bienestar: tipologías para América Latina


La discusión sobre los regímenes de bienestar, que comenzó con el análisis
comparativo de los Estados de bienestar de los países industriales ricos, ha
estimulado el análisis y la tipificación de diferentes clases de mix de bienestar,
también en otras regiones del globo.
Para América Latina se desarrollaron diversas tipologías de regímenes de
bienestar.20 En lo que sigue me ocupo de las tipologías de Barrientos, Filgueira
y Martínez Franzoni.
20 Ver también, para la discusión sobre la investigación de los regímenes en América Latina: Del Valle
2010.
38 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Barrientos (2004:121ss) ve, en medio de todas las diferencias entre los paí-
ses de la región, suficientes coincidencias como para desarrollar un solo tipo
ideal del régimen tradicional latinoamericano de bienestar que, a raíz de la
terminación del modelo de desarrollo prevaleciente de la industrialización con
sustitución de importaciones, de los ajustes estructurales y de la desregulación
de los últimos decenios, se transforma en un nuevo modelo.
El régimen tradicional conservador informal incluye:
I. Un rol predominante de los hogares y familias como fuente de seguridad
social frente a los riesgos y también como fuente de asistencia y cuida-
do sociales. Se aplica especialmente a grupos de población pobre de la
economía informal, excluidos de la asistencia y de la protección legal del
empleo, que no pueden permitirse el acceso a los servicios y la seguridad
social comerciales.
II. Los trabajadores asalariados con contratos formales de trabajo pueden
beneficiarse de la seguridad social estratificada según su estatus ocupa-
cional y la pertenencia a grupos ocupacionales, especiales y financiados
con contribuciones, así como de la protección estandarizada legal del tra-
bajo. Un sistema rudimentario universal de educación y salud públicas,
complementadas con sistemas de asistencia y seguridad comerciales para
los más pudientes (Barrientos, 2004: 133ss.).
Barrientos detecta una transformación profunda de este régimen de bienes-
tar, a welfare regime shift, a partir de los años ochenta. La economía informal
se ha ido ampliando y con ella el círculo de personas que, como trabajadores
por cuenta propia, o de microempresas, o jornaleros, han sido excluidos de
la seguridad social formal. Al mismo tiempo el Estado ha reducido su papel
en el mix de bienestar en beneficio del mercado y de las formas comerciales
de seguridad y asistencia. La seguridad social ha cedido cobertura a favor
de la privatización y contracción del sector formal; las reformas al derecho
laboral no solamente han reducido la seguridad de los trabajadores, sino que
han incorporado una paleta de formas de vinculación laboral “atípica” con
protección social reducida (cfr. también Bensusán 2006; Cook 2007; Goldin,
2007). El régimen tradicional de bienestar ha sido reemplazado por tanto, se-
gún Barrientos, por uno nuevo: el régimen liberal informal, en el cual han
ganado peso las asistencias y los cuidados privados –desde el hogar como
del mercado– en detrimento de las prestaciones sociales estatales de bienestar
(Barrientos, 2004: 154).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 39

En la reconstrucción del régimen, Barrientos tiene en cuenta la heterogenei-


dad del sistema de empleo en América Latina y enfoca la coexistencia de di-
versas formas de seguridad y asistencia sociales, que se relacionan con la seg-
mentación del sistema de empleo y la inequidad de las situaciones del mercado.
¿Un régimen único latinoamericano de bienestar? Por más que la tipología
de Barrientos asuma unas características estructurales comunes en la produc-
ción de bienestar en América Latina, a diferencia de los regímenes desarrolla-
dos de bienestar estatal, sugiere realizar una diferenciación ulterior.
La tabla 2 permite inferir una gama amplia de arreglos de bienestar en
Latinoamérica:

Tabla 2
Países latinoamericanos: desarrollo económico, gasto social y sistemas
de empleo (Ocupación Nacional o estatal 2011/2012)
chi uru arg crica méx bra col ecu bol

BIP/cap en US $* 9453 7498 6853 5725 8427 5639 4251 3541 1284

Índice de desarrollo humano 0,82 0,79 0,81 0,77 0,77 0,73 0,72 0,72 0,67

Gasto social público/% BIP 16 24 28 23 11 27 14 8 8

Distribución del ingreso Gini n.d. 0,379 0,475 0,504 0,402 0,567 0,536 0,468 0,472

Trabajadores asalariados** 77 73 77 76 68 69 46 54 37

de ellos % sin contrato formal 21 n.d. 15 n.d. 48 42 37 54 54

Independientes./trab.famil.** 21 23 21 20 22 28 48 43 58

Sector informal*** 27 35 38 36 46 37 59 54 60

Empleo informales **** n.d. 38 47 44 54 42 60 56 70

Ocupados sin seguridad social 3 3 27 14 51 30 47 49 n.d.


* En US $ de 2005
** En % de los trabajadores ocupados
*** Parte de los ocupados en empresas de productividad precaria; por cuenta propia y empleados
familiares, microempresas, empleadas domésticas
**** Participación de los trabajadores en el sector formal o informal, que no tienen acceso, ni legal ni
de hecho, a la protección y seguridad social (excluido el trabajo agrario)
Fuentes: Cepal, 2012a y b, 2013, Oit 2012 y 2013a; Undp 2012

Entre los países escogidos se manifiestan diferencias considerables en sus


niveles de desarrollo económico y también en el social, en la medida en que
estos pueden deducirse tanto del producto interno bruto como del índice de
desarrollo humano –IDH–. Debe notarse, sin embargo, que ni los niveles del
40 XII Coloquio Colombiano de Sociología

gasto social, como tampoco los de la seguridad social, permiten inferir un


nexo estricto con el nivel del desarrollo económico. De esta manera, algunos
países con niveles económicos bajos o medios (como Costa Rica y Brasil) de-
dican una parte importante de su producto social a gastos sociales públicos, de
manera similar a como lo hacen los Estados de bienestar europeos, pero muy
por encima de países “más ricos”, como México o Chile. Diferencias consi-
derables se muestran también en el empleo y en la protección social. Salta a
la vista tanto el grado relativamente alto de mercantilización de la fuerza de
trabajo como de la extensión de los contratos formales de trabajo en algunos
países como Chile y Argentina; en Chile y Uruguay la seguridad social es,
independientemente de la forma de empleo, inclusive universal e incluye al
empleo informal. En algunos países “pobres”, por el contrario, como Bolivia
o Guatemala, casi la mitad de los ocupados trabajan por cuenta propia y solo
una minoría de los trabajadores asalariados ostenta contratos laborales for-
males (y, con ello, oportunidades también de poder hacer valer los derechos
a la protección consignada en el derecho social y laboral); en conjunto, una
porción importante de la población ocupada permanece por fuera del sistema
institucional de la seguridad social.
La heterogeneidad de la región –en lo que se refiere a desarrollo económi-
co, sistemas de empleo, políticas estatales de bienestar y seguridad social de
los países– permite distinguir diversos regímenes latinoamericanos de bien-
estar.
Filgueira adscribe a unos países seleccionados tres tipos tradicionales de
regímenes de bienestar configurados hasta los años setenta, que explica a
partir de tradiciones políticas y relaciones de clase diferentes. Su mirada se
concentra en las formas institucionales de seguridad social y de prestación de
servicios sociales (Filgueira 2005: 10ss.):
I. Universalismo estratificado basado en élites competidoras en la búsque-
da del apoyo popular (Stratified universalism based on contending eli-
tes seeking popular support). Este tipo de régimen comprende Uruguay,
Argentina, Chile y Costa Rica, “Estados latinoamericanos de bienestar
embrionarios”, que conectan prestaciones extensivas sociales públicas
universales (especialmente en educación y salud) con sistemas estratifi-
cados, diferenciados por grupos y estatus ocupacionales, de seguridad so-
cial de los trabajadores asalariados en empleos formales. En tiempos del
florecimiento económico y la fase del pleno empleo de los años sesenta
Argentina y Uruguay se acercaron a ser Estados de bienestar.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 41

II. Regímenes duales basados en el dominio estatal de las élites y la coopta-


ción y represión de los sectores populares (Dual Regimes based on elites
statecraft and cooptation and repression of popular sectors), tal como lo
representaron México y Brasil, caracterizados por una segmentación de
los servicios y la seguridad social, que beneficia a los empleados de los
sectores urbanos modernos y margina a la población del campo y a los
sectores informales urbanos.
III. Regímenes excluyentes basados en élites depredadoras (Exclusionary Re-
gimes based onpredatory elites), que se encuentran en la mayoría de los
países centroamericanos y en Bolivia. Con muy poca redistribución y un
nivel muy precario de asistencia social, ostentan solamente sistemas de
servicios sociales públicos muy deficientes; solo grupos pequeños privi-
legiados de empleados disponen de seguridad social institucional (Fil-
gueira 2005: 30ss).
Estos regímenes tradicionales, a raíz de la doble transición –democratiza-
ción y giro neoliberal– han experimentado desde los años ochenta modifica-
ciones en el marco de sus trayectorias específicas; de esta manera, la seguri-
dad social en muchos países se privatizó y comercializó y su cobertura, según
Filgueira, se redujo notablemente.
Filgueira en su tipología tiene en cuenta especialmente la diversidad de las
políticas sociales públicas y no considera el papel del mercado y la familia
como fuentes de bienestar.
Martínez Franzoni, mientras tanto, presenta el enfoque conceptual más
ambicioso y diferenciado, que busca tener en cuenta el conjunto del mix de
bienestar (Martínez Franzoni 2005 y 2008). Su tipología de regímenes se
construye a partir de un análisis de clústeres empírico con muchas variables,
por medio de las cuales se pueden apreciar las siguientes dimensiones: la
mercantilización de la fuerza de trabajo operacionalizada por la participación
laboral, las diversas formas ocupacionales y el empleo asalariado; la desmer-
cantilización, que se define a partir de la seguridad social, la relación entre
la asistencia social pública y el cuidado privado (especialmente educación y
cuidado de los enfermos) y la cobertura de la seguridad social, especialmente
las pensiones y las transferencias en caso de enfermedad; la desfamiliariza-
ción, cuyos indicadores son la estructura familiar, los empleos de las mujeres
y sus funciones en el hogar, así como el papel de las trabajadoras domésticas
(Martínez Franzoni 2008: 76). Finalmente se analizan también los resultados
de la producción de bienestar, por medio de indicadores como la mortalidad
42 XII Coloquio Colombiano de Sociología

infantil y la esperanza de vida, la pobreza, la violencia y la satisfacción frente


a las instituciones.
Con ayuda de estas dimensiones e indicadores llega la autora, a partir de
los datos de 18 países latinoamericanos, a tres tipos de regímenes:
I. Regímenes de bienestar focalizados por el Estado (State targeted welfare
regimes), representados por Argentina y Chile. Países con un nivel de desa-
rrollo económico relativamente alto, con un desarrollo industrial conside-
rable y con población mayormente urbana, conectan un alto grado de mer-
cantilización, como se deja ver especialmente en la participación alta del
empleo asalariado formal, con un alto nivel tanto de desmercantilización
–especialmente por medio de un gasto social público alto, empleo público
y cobertura de la seguridad social elevados– como de desfamiliarización.
La desmercantilización sigue preferentemente el modelo de los regímenes
liberales: concentración del gasto social público en los servicios sociales,
convivencia de seguridad y educación estatal residual y comercial privada.
Mientras que en todos los tipos de régimen desempeña un papel primordial
el trabajo femenino impago en asistencia y cuidado, tanto en este como en
el siguiente tipo de régimen se ha extendido fuertemente el hogar de la fa-
milia nuclear con la división tradicional del trabajo entre los géneros, según
el patrón de hombre proveedor / mujer ama de casa de tiempo completo.
II. Los regímenes estatales de bienestar estratificados (State stratified wel-
fare regimes) (Costa Rica, Uruguay, Brasil, México) se distinguen del
primer tipo especialmente por un nivel más bajo de desarrollo económi-
co y también por la mercantilización más baja. La desmercantilización
conecta preferentemente un sistema de seguridad social estratificado y
fragmentado con prestaciones sociales universales. El patrón familiar de
división del trabajo es semejante al del primer tipo.
III. Los regímenes familiares informales (Informal-familial welfare regimes),
con sus dos subtipos, son los característicos de la mayor parte de los paí-
ses latinoamericanos. Se caracterizan por niveles muy bajos en todas las
tres dimensiones –mercantilización, desmercantilización y desfamiliari-
zación–. En el contexto del empleo informal y de las políticas sociales
residuales, el bienestar de los pobres, que constituyen la inmensa mayoría
de la población, depende sobre todo de las familias, de su economía y de
su solidaridad. Las prestaciones sociales –atención en salud, educación–
están, por otro lado, altamente comercializadas, solo son accesibles por
medio del mercado. En este tipo de régimen están difundidas tanto la
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 43

familia extensa, con su amplio número de miembros dependientes, como


la familia uniparental; en la seguridad económica de las familias desem-
peñan también un papel crucial las remesas de los trabajadores emigrados
(ver también Cepal 2009, Tabla II.16).
Así como está teóricamente fundamentada y diferenciada la aproximación
conceptual de Martínez Franzoni, de la misma manera son muy tenues las
líneas divisorias de la tipología: el análisis empírico de clústeres, con gran
cantidad de variables, hace que se desdibujen las diferencias entre los tipos
básicos. Especialmente el tipo del régimen informal familiar, al cual pertenece
el grueso de los países latinoamericanos; parece una configuración residual
gruesa. Además, la tipología hace desaparecer los diferentes mixes de bienes-
tar coexistentes dentro de los países.

Conclusiones
Las tipologías de los regímenes de bienestar en América Latina presenta-
das ayudan a descifrar la interacción de las tres instituciones –mercado, Esta-
do y familia– en la producción de bienestar en unas sociedades caracterizadas
por una gran inequidad socioeconómica y pobreza, por sistemas de empleo
heterogéneos, de seguridad social fragmentados y de asistencia social pública
deficitarios, así como por una gran inequidad en los riesgos y los recursos
de las familias. Las tipologías determinan y comparan formas, niveles, como
también la selectividad social de la desmercantilización y de la desfamiliari-
zación, tal como se presentan en los sistemas de seguridad y asistencia social,
con sus efectos en el sistema laboral y en la familia. En lo que concierne al
mercado, hacen visible la considerable inequidad y la segmentación del sis-
tema laboral, que se relacionan con oportunidades muy dispares en el manejo
de los riesgos del mercado y las carencias de la asistencia pública; finalmente,
destacan también las exigencias a las familias y los recursos y aptitudes tan
inequitativos para manejar los riesgos.
¿Qué nos aporta la investigación presentada aquí sobre la investigación
latinoamericana de los regímenes de bienestar para un análisis de la estructu-
ración institucional del trabajo?
Ya el tipo tan simple de un solo régimen de bienestar latinoamericano,
como lo propone Barrientos, muestra la medida tan alta en que el trabajo
–tanto el remunerado como el trabajo de cuidado– ha sido marcado, no solo
económicamente, sino también por medio de las instituciones sociales, el Es-
tado y la familia. Las tipologías de Filgueira y Martínez Franzoni muestran la
44 XII Coloquio Colombiano de Sociología

enorme heterogeneidad en la región: los países del Cono Sur (Argentina, Chile
y Uruguay) y Costa Rica como un polo, la mayoría los países centroamerica-
nos como el polo opuesto.
Las tipologías, en primer lugar, llaman la atención sobre el significado
de las instituciones y políticas del Estado de bienestar para el trabajo remu-
nerado. Los Estados latinoamericanos pueden ser algo así como “Estados de
bienestar truncos” (truncated welfare states) (Saavedra/Tomassi 2007: 299);
las instituciones de seguridad y servicios sociales son comparativamente rudi-
mentarias, incompletas y socialmente selectivas. Sin embargo, las tipologías
muestran que, con sus instituciones y políticas específicas de Estado de bien-
estar, ejercen un influjo considerable en la estructuración del empleo y en la
inequidad como sistema ocupacional. Para comenzar, la “mercantilización”
de la fuerza de trabajo se configuró y estructuró en gran medida políticamen-
te. Las diferencias en la estructura del mismo empleo –como la relación entre
trabajo asalariado formal y el empleo informal– se explican no solo por el
desarrollo económico. Tienen en gran medida connotaciones políticas, están
marcadas por las políticas laborales y sociales, del derecho laboral y social y
por los márgenes de su implementación.
A la fragmentación del sistema de empleo contribuye la protección ex-
cluyente de los derechos laborales y sociales, reservada a las relaciones de
empleo asalariado formales, así como también el sistema imperante en Latino-
américa de la seguridad social estratificada. Eso beneficia a los insiders, sobre
todo a los trabajadores que se mantienen ininterrumpidamente en el mercado
de trabajo formal y a sus familias (y estimula en este caso la conservación de
la división familiar del trabajo y la dependencia de las mujeres) y discrimina
a los outsiders, los trabajadores con trayectorias laborales cortas o interrumpi-
das –como ocurre con mujeres, jóvenes, etc.
Excluidos están no solo los independientes, sino en la práctica también los
asalariados sin contratos formales de trabajo, que no pueden contar, o lo hacen
parcialmente, con las prestaciones y garantías de protección consagradas en el
derecho laboral y social.
En todo ello aparecen grandes diferencias entre los países, tanto en el gra-
do de mercantilización, como en el de desmercantilización. Ellas no reflejan
simplemente las diferencias en los niveles de desarrollo económico, sino que
se explican a partir de las configuraciones político-institucionales diferentes
conformadas históricamente.21
21 Filgueira destaca el impacto de las formas de dominación de las élites sobre los regímenes de
bienestar. Para otras explicaciones de los diferentes caminos que ha tomado la política social en los países
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 45

En segundo lugar, en la investigación sobre los regímenes de bienestar


latinoamericanos se visibiliza el papel clave de la familia en la producción
de bienestar en el continente, y con ello los alcances del trabajo de cuidado
y seguridad, con el cual las familias –especialmente las mujeres– asumen y
compensan las carencias de los sistemas de asistencia y seguridad públicos,
así como los riesgos de mercado. Se muestran con ello también profundas
diferencias entre los países y los alcances e intensidad de las tareas familiares
varían con la situación en el sistema de empleo, así como con el nivel y la
selectividad social de los sistemas públicos de seguridad y servicios sociales.
En conjunto, las tipologías son los primeros pasos heurísticos fértiles para
el análisis de la estructuración institucional del trabajo –tanto el trabajo remu-
nerado, el empleo, como el doméstico y el familiar, los cuidados–. Proporcio-
nan un marco conceptual para identificar y ubicar diferentes formas y maneras
del trabajo en interacción con las instituciones –de las relaciones contingentes
entre prestaciones de los Estados de bienestar, de la situación del mercado, de
la estructura familiar y del trabajo familiar–

Perspectivas futuras de investigación


La investigación sobre los regímenes ofrece un enfoque conceptual muy
prometedor, que en el futuro debería desarrollarse y complementarse empíri-
camente. En ello habría que tener muy en cuenta tres aspectos: la coexistencia
de mixes de bienestar diferentes en el interior de los países, que propone un
cambio en la perspectiva de la investigación; los roles diferenciados del mer-
cado y las familias en la producción de bienestar; las modificaciones de los
mixes de bienestar a raíz de las transiciones económicas y políticas.

De régimen de bienestar a mixes múltiples de bienestar y estrategias de


manejo de riesgos
Las tipologías apuntan a las comparaciones internacionales. En el intento
de agrupar diversos países en tipos, se queda corto un rasgo de regímenes
de bienestar propio de sociedades latinoamericanas. La heterogeneidad de los
sistemas de empleo y la extrema desigualdad de las oportunidades y riesgos
del mercado, la exclusividad de los sistemas públicos de seguridad y asistencia
social, las diversas estructuras de las familias, cada una con sus patrones es-
pecíficos de tareas económicas y sociales, así como de las obligaciones de sus
miembros masculinos y femeninas: estos son los elementos a partir de los cua-
de América Latina a partir de constelaciones y herencias políticas y económicas ver, entre otros, Haggard/
Kaufman; a partir de los sistemas de partidos, Roberts 2007.
46 XII Coloquio Colombiano de Sociología

les se dan mixes de bienestar diferentes aun dentro de los países latinoameri-
canos. Los diferentes mixes de bienestar tienen con todo, pesos específicos di-
ferentes, no solamente en la región, sino también dentro de los países mismos.
Los tipos de regímenes a los cuales se adscriben los países de manera
completa no conciben adecuadamente tal coexistencia de diferentes mixes de
bienestar dentro de los países. En este contexto es indicada la reflexión de
Powell/Barrientos, de que “...conceptualmente, el mix de bienestar es la base
sobre la que se construye el régimen de bienestar.”22 (Powell/Barrientos 2004,
85). Parece útil dirigir el enfoque de la investigación desde los regímenes a los
diferentes mixes de bienestar coexistentes dentro de los países –por ejemplo el
nexo de formas de hogar y de familia con estrategias de empleo y de trabajo y
formas de seguridad y asistencia social–. Un cambio semejante de perspectiva
insinúa no enfocar principalmente a las instituciones de la producción de bien-
estar, sino más bien a las familias o grupos sociales, que disponen de diferen-
tes recursos económicos e institucionales, así como a sus estrategias, con las
cuales buscan manejar las deficiencias y los riesgos sociales.23 Las funciones
de bienestar de las instituciones se presentan por tanto como aquellos recur-
sos distribuidos socialmente de manera desigual en cada caso, de los cuales
pueden servirse los individuos o las familias. La comparación de los mixes de
bienestar de grupos sociales dentro de los países podría ligarse a la compara-
ción internacional entre los países. Aunque siempre es posible que mixes de
bienestar de determinados grupos sociales de diferentes países muestren más
similitudes que entre grupos al interior de un mismo país.

Los papeles diferenciados de mercado y familia en la producción de bien-


estar
Las políticas sociales públicas –los sistemas de seguridad social así como
la prestación de servicios sociales– constituyen puntos de referencia claves de
la discusión sobre los regímenes de bienestar, también de las tipologías lati-
noamericanas. Aunque se realce el significado sistemático del mercado y de la
familia, permanecen con todo ocultas sus diferenciaciones. Pero precisamente
la enorme inequidad social en el sistema de empleo, así como la multiplicidad
de formas domésticas y familiares en Latinoamérica, comparadas con otras re-
giones del mundo, sugieren analizar el mercado y la familia, no solamente en
22 …conceptually, the welfare mix es the basis upon which the welfare regime is built. It is also empiri-
cally richer in terms of indicators (en inglés en el original, N.del T.).
23 Ver al respecto también Martínez Franzoni 2005, 56. Una investigación, más bien centrada en el
sujeto, sobre los recursos y estrategias para manejar el riesgo podría ligarse al trabajo sobre el manejo de
recursos de Moser (1998).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 47

sus relaciones con las políticas estatales sociales, sino también prestar mucha
atención a sus roles específicos y diferenciados en la producción de bienestar
–como si fueran variables independientes–.

Mercado
La diferencia entre empleo formal e informal, aunque tiene sentido para
determinar el alcance y los efectos de exclusión de las políticas públicas, da
cuenta sin embargo muy insuficiente de las formas y alcances de “la política
social anónima de la maquinaria del mercado”: los recursos del sistema ocu-
pacional, con los cuales se pueden superar los riesgos con medios propios. En
el campo mismo del empleo formal se presentan grandes diferencias en los
ingresos y en la seguridad social, por ejemplo entre académicos y operarios o
también entre relaciones laborales sujetas a convenciones colectivas y otras
no cubiertas por la negociación colectiva. Aún más grande es la heterogenei-
dad por fuera del mercado laboral formal, no solo en lo que atañe a las formas
ocupacionales, sino también en sus márgenes de juego, para dominar o com-
pensar las situaciones de riesgo24.
América Latina muestra en conjunto una inequidad extrema de la distri-
bución del ingreso y todavía el nivel de la pobreza es alto (cfr. Cepal, 2013a;
Segura-Ubiergo, 2007). El sistema de empleo genera niveles muy desiguales
de estándares de vida y, con ello, oportunidades muy dispares de acceder a se-
guridad y asistencia sociales por cuenta propia, con pagos del propio bolsillo
(Uthoff 2007). A una parte de los trabajadores sus ingresos les permites llevar
un tren de vida “conforme a su posición”, asegurar a su familia por medio de
ahorros, compra o membrecía de las aseguradoras sociales, enviar a los hijos a
jardines infantiles, colegios y universidades privados, como también a descar-
gar a las mujeres del trabajo de cuidado, gracias a la contratación de trabaja-
doras domésticas o entidades comerciales que presten cuidados, y abrirles con
ello espacio para su vinculación al mercado laboral. En cambio, una porción
amplia de la población –en algunos países la más grande– vive en la pobreza
y por ello en inseguridad permanente y necesita en gran medida la solidaridad
de su familia y sus redes sociales. En un análisis empírico de los mixes de
bienestar es por tanto necesaria la diferenciación “del mercado”, para captar
y comparar los niveles altamente inequitativos de estándares de vida y de las
capacidades de manejar los riesgos sociales.

24 Cfr. a este respecto los datos sobre el ingreso en Cepal 2013a y sobre la seguridad social Oit 2013a.
48 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Familias y hogares
Los trabajos de Barrientos (2004) y de Martínez Franzoni (2005) indican
las grandes diferencias dentro de las sociedades en los roles de las familias en
la producción de bienestar y destacan un campo de investigación para indaga-
ciones ulteriores diferenciadas.
Los riesgos del bienestar y la clase y cobertura de los cargos que las fami-
lias deben asumir, no se presentan simplemente por la carencia de recursos
disponibles suministrados por el mercado y el Estado. Están también relacio-
nados en alta medida con las estructuras mismas de las familias y los hogares:
el tamaño y composición de los hogares, la división del trabajo entre sexos
y entre generaciones son también condiciones importantes para que puedan
combinarse el empleo con el cuidado, y así puedan superarse las situaciones
de riesgo y de emergencia.
Como consecuencia de la transición demográfica en los últimos decenios
se modificaron profundamente las estructuras de las familias. La participa-
ción laboral de las mujeres se incrementó en conjunto notablemente; al mismo
tiempo, el tamaño promedio de los hogares disminuyó, no sólo a raíz de la
baja en la fertilidad, sino también del cambio en las formas de vida; por otro
lado, con la expectativa de vida se incrementó también el número de miem-
bros mayores de la familia que hay que cuidar. Con todo ello se modifica-
ron también los roles de las familias en la producción de bienestar (Cecchini/
Uthoff, 2008).
El sistema contributivo de seguridad social estratificada imperante en
Latinoamérica ha incidido, siguiendo el modelo europeo continental, en los
trabajadores empleados en el sector formal, como también en las familias.
Ha fomentado, como en los regímenes conservadores de bienestar de Europa
continental, la división tradicional por sexos de la familia nuclear. Con ello,
como lo menciona Sunkel, las mujeres se transforman “en dependientes y
subordinadas de sus maridos, accediendo a la seguridad social de manera
indirecta.” (Sunkel 2007, 176; ver también Marco 2004)25. Este modelo ha
contribuido entonces a la baja participación de la mujer en el empleo, allí don-
de el empleo formal ha contado con la mayor difusión (Tokman, 2007; Uthoff,
2007: 302ss.); mientras tanto, con el empleo informal se incorpora también
una participación alta de la mujer en el trabajo remunerado26.

25 Las mujeres se transforman en dependientes y subordinadas de sus maridos, accediendo a la segu-


ridad social de manera indirecta (Sunkel 2007, 176).
26 Cfr. Arriagada 2004, 49 y 2007 129; para Colombia ver Puyana 2007.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 49

El modelo tradicional de familia configura el punto de referencia de las po-


líticas familiares corrientes. Sin embargo, ningún país latinoamericano jamás
ha correspondido ni a la diversidad de las formas predominantes de empleo ni
a la diversidad de las estructuras familiares.
En América Latina se encuentran estructuras familiares muy diferentes, no
solo en lo socio económico, sino también en lo étnico; su distribución en los
países es igualmente muy diversa (ver Arriagada, 2004: 69s.; Sunkel, 2007:
47).27 En cada caso específico, se relacionan condiciones diferentes de bienes-
tar –tales como la manera y el alcance de las tareas de cuidado– y diferentes
márgenes de juego para el trabajo remunerado.
En conjunto, la familia nuclear biparental, con o sin hijos, es la configu-
ración de hogar más frecuente; representaba en 2002 alrededor de la mitad
de los hogares urbanos. En este punto, sin embargo, la participación laboral
de las cónyuges (mujeres) se ha incrementado considerablemente y el mo-
delo dual de proveedores (dual earners) reemplaza y complementa cada vez
más al modelo de los roles tradicionales; se trata de tendencias que también
pueden observarse en los países del norte (Lewis, 2001; Dingeldey, 2014).28
Pero, además de la familia biparental nuclear, en América Latina es también
significativo el hogar familiar extenso, que incluye a miembros adicionales de
la familia; constituye alrededor de una cuarta parte de los hogares latinoameri-
canos. Finalmente, se ha incrementado una forma de hogar, con un buen 11%
de participación, la familia nuclear monoparental. Son dignas de notar no so-
lamente las fuertes modificaciones de las familias biparentales tradicionales,
que pueden detectarse ya incluso en un espacio de tiempo muy corto; también
se ha incrementado –al 28%– la participación de los hogares con mujeres ca-
beza de familia, consecuencia de la inestabilidad de las parejas (Sunkel 2006:
49s.).
Como lo demuestra el informe de Ariza y de Oliveira para México y Cen-
troamérica, hay dos tipos de hogares más vulnerables frente a los riesgos de
la pobreza: los hogares –especialmente monoparentales y de familia exten-
sa– con mujeres cabeza de familia y las familias con numerosos hijos. (2004:
157.)29. Los riesgos de la pobreza son altos, porque son pocas las personas en
estos casos que contribuyen al ingreso del hogar, además las mujeres deben
27 Ver por ejemplo el análisis de las estructuras familiares afrocolombianas matricentradas en Motta
González 2002: 51ss.
28 Así, entre 1990 y 2002 del 31 al 38 % de los hogares biparentales (urbanos), mientras que la parti-
cipación de las cónyuges (mujeres) sin trabajo remunerado disminuyó de 54 al 43 % (cfr. Arragiada 2004:
69/70; ver también Arragiada 2007: 127ss.).
29 Ver para Colombia Rico de Alonso 1999
50 XII Coloquio Colombiano de Sociología

aceptar trabajos muy poco remunerados y con frecuencia en empleos infor-


males (Arriagada 2007: 132). Ingresos bajos e inestables, servicios sociales
deficitarios o apenas accesibles, escasa disponibilidad y/o bajo nivel de trans-
ferencias públicas, con frecuencia inclusive un número considerable de miem-
bros dependientes; son las familias con estas características las que en mayor
grado deben atenerse a sus propios recursos –fuerza de trabajo, confianza en
y apoyo de la comunidad, así como hogares en común– (Moser 1998, 3ss.).
En conjunto, parece que ha perdido piso el modelo de familia y hogar apo-
yado por la política social del momento (Uthoff 2007, 299s.). Con ello se ha-
brían diferenciado notablemente los mixes de bienestar –las tareas de cuidado
y asistencia social domésticas– y consecuentemente también la relación entre
empleo y trabajo no remunerado ligado al hogar y a la familia. Son cambios
que definen exigencias nuevas a las políticas estatales.

Transición de los mixes de bienestar


El marco conceptual de la investigación puede, más allá de la comparación
sincrónica, ser fructífero en la indagación de las trasformaciones de los mixes
de bienestar. Los mixes de bienestar surgen de la interacción de las institucio-
nes, ofrecen a los grupos sociales combinaciones específicas para cada caso,
de recursos para el manejo de los riesgos sociales. Las modificaciones en un
campo institucional tienen también efectos en los demás campos y modifican
con ello tanto al mix de bienestar de individuos y familias como, en último
término, al régimen mismo de bienestar.
A raíz del cambio económico se modifican las oportunidades y riesgos del
trabajo remunerado, con la extensión del mercado de trabajo formal también
los alcances de la seguridad social. Especial atención merece la internacionali-
zación del sistema de empleo y el flujo de la migración laboral, con los cuales
se expande, más allá del estado nacional, el espacio social de los mixes de
bienestar; estos muestran, además, las limitaciones de una investigación com-
parativa de regímenes, que limite su campo de investigación estrictamente al
contexto de los Estados nacionales. Los emigrantes con sus remesas contri-
buyen en algunos países de la región a una porción considerable del ingreso
familiar, aunque generan también con frecuencia cierto vacío asistencial para
los hijos o progenitores dejados en casa y encomendados al cuidado del resto
de la familia. También el incremento en la participación laboral de la mujer
modifica el mix de bienestar pues, genera ingreso, pero también cargas adi-
cionales, bien sea porque las mujeres deben trabajar ahora por partida doble,
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 51

bien sea porque otros miembros de la familia –abuelos, abuelas, hermanas,


hermanos– deben asumir ahora trabajo de cuidado (Jelin 2007). Y genera em-
pleo adicional a las mujeres, en la medida en que incrementa la demanda por
prestación de servicios sociales o en que deben ser reclutadas directamente
trabajadoras domésticas, quienes a su vez deben reorganizar en sus propias
familias el trabajo de asistencia y de cuidado.30
A la modificación y diferenciación social de los mixes de bienestar con-
tribuyen también las políticas estatales. Así, las reformas neoliberales del de-
recho laboral han legalizado formas de empleo atípico y estimulado la trans-
formación de trabajo asalariado en trabajo por cuenta propia; la privatización
de los arreglos hasta ahora estatales, como las reformas a los sistemas pensio-
nales, comercializaron la seguridad social y la asistencia social y las ligaron
todavía más al ingreso laboral. Por otra parte, algunos países ampliaron a los
trabajadores formales la seguridad social frente a la pérdida del empleo (Ga-
ray/Rodríguez 2005: 204ss.; Velázquez Pinto, 2010).
En los desarrollos ulteriores del bienestar deben ser importantes aquellas
formas nuevas de política social que se introdujeron y difundieron en muchos
países de América Latina en los dos últimos decenios, que buscan incorporar a
los grupos de población pobre, excluidos legalmente o de hecho de la protec-
ción social del mercado de trabajo formal.
Entre ellas se cuentan, en primer lugar, políticas de formalización del em-
pleo que intentan incorporar la seguridad social a los trabajadores hasta ahora
informales y, especialmente, dar aplicación práctica a las normas de protec-
ción del derecho laboral y social en las relaciones de empleo salarial (ver Oit
2013a, 62ss.; Oit 2014).
En segundo lugar, hay nuevos enfoques de seguridad social, sea univer-
sal, sea residual “focalizada”, garantizada independientemente de la forma
del empleo o del estatus ocupacional, que presentan nuevos matices de po-
líticas sociales incluyentes. Benefician a las familias y hogares por fuera del
ámbito del empleo formal hasta ahora protegido, benefician especialmente a
las mujeres, para apoyarlas financieramente o descargarlas de sus tareas de
asistencia. En algunos países –como Brasil– se crearon formas universales
de seguridad en salud, o selectivas para las familias pobres, de manera que
hoy no sólo en los países más avanzados como Chile, Costa Rica y Uruguay,
se han disminuido para el grueso de la población los riesgos financieros en
caso de enfermedad. También en los últimos dos decenios se han difundido
30 Sobre las secuelas problemáticas de la internacionalización de los mercados para el trabajo de cui-
dado como trabajo femenino remunerado, ver Knobloch 2013 y Senghaas-Knobloch 2013.
52 XII Coloquio Colombiano de Sociología

en América Latina sistemas de pensión mínima, independiente de los aportes


y financiada con los impuestos, en la mayor parte de los casos selectiva para
la población pobre, especialmente para la población campesina, como sucede
en Bolivia, Brasil y México (Haggard/Kaufman, 2008; Barrientos, 2008, Ba-
rrientos, 2012: 125ss.)
Finalmente, en casi todos los países de América Latina se han introducido
programas de “transferencia condicionada”, desligados del estatus ocupacio-
nal, que benefician ante todo a las familias pobres (Bertranou/Jiménez Duran,
2005; Barrientos, 2012; Lavinas, 2013; Cepal/Oit 2014; Cepal s.f.). Estos re-
lacionan los apoyos financieros con condiciones específicas, tales como la
asistencia de los niños a la escuela o la participación en programas de salud y
nutrición, dirigidos especialmente a las mujeres. Sunkel ve en ello una “mo-
dificación en los papeles de la familia, porque ahora las mujeres deben preo-
cuparse por un ingreso estable” y, además, en el contexto de la precariedad se
asignan exigencias adicionales a las madres (Sunkel, 2007: 59; Peyre Dutrey,
2007; Weinmann/Burchardt, 2013: 109ss.). Estos programas pertenecen a las
pocas formas de política social en Latinoamérica que benefician verdadera-
mente a los grupos poblacionales más pobres (Cepal 2009: 116ff.).
La ampliación de la asistencia social modifica también los mixes de bien-
estar. La oferta de salacunas y jardines infantiles alivia a las mujeres de una
parte de los trabajos de cuidado y crianza y les facilita la asunción de trabajo
remunerado; la universalización de la asistencia en salud hace económica-
mente más accesibles los tratamientos médicos.
Finalmente, la transición demográfica, y con ella la transformación de las
estructuras familiares –separaciones, menor cantidad de hijos, aumento de los
ancianos– tiene efectos profundos en los trabajos de asistencia y crianza en el
hogar, como también en la participación en el trabajo y el empleo e, igualmen-
te también, en la seguridad de las familias (Jelín, 2007).
De esta manera se abren nuevos campos de investigación, la indagación y
la comparación de mixes de bienestar de diversos estratos, de hombres y mu-
jeres, de etnias dentro de las sociedades latinoamericanas o también el análisis
y la comparación de estrategias, con las cuales individuos y familias utilizan
(o pueden utilizar) las diferentes fuentes del bienestar.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 53

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RECONFIGURACIONES POLÍTICAS
E INSTITUCIONALES DEL ESTADO COLOMBIANO, HOY
DE LA GEOGRAFÍA DE LA VIOLENCIA A LA CONFIGURACIÓN
DEL ESTADO: APROXIMACIONES DESDE
EL CASO COLOMBIANO

Fernán E. González González1

En primer lugar, quiero agradecer a los organizadores de este Coloquio la


oportunidad para dialogar con ustedes acerca de los acumulados de nuestras
investigaciones, tanto del grupo de Violencia política, paz y construcción del
Estado, del CINEP, como de los miembros de los equipos que conforman a
ODECOFI, el Observatorio colombiano para el desarrollo integral, la convi-
vencia ciudadana y el fortalecimiento institucional en regiones fuertemente
afectadas por el conflicto. Obviamente, esto hace que esta ponencia no sea
exclusivamente de mi autoría individual sino una construcción colectiva de
todos ellos, pero sí lo es el presente intento de síntesis interpretativa.
En segundo lugar, quiero empezar señalando lo paradójico que resulta el
hecho de que sean la violencia política desde los años cincuenta hasta hoy,
la penetración de la economía del narcotráfico en la sociedad colombiana y,
consiguientemente, los nexos entre los actores ilegales en la vida pública los
principales motivadores de nuestras reflexiones sobre la configuración con-
creta del Estado colombiano. Así, la Violencia y la ilegalidad han producido,
como resultado no planeado ni previsto, el desarrollo y la profundización de
la reflexión conceptual sobre el funcionamiento el Estado en nuestro país.
Antes, los enfoques dominantes tendían a ser primordialmente jurídicos y nor-
mativos: se consideraba entonces que el proceso de construcción del Estado
colombiano había culminado con la constitución de 1886, refrendada por el
triunfo del gobierno en la llamada guerra de los mil días, en el margen entre
finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Solo con la Violencia de los
años cincuenta se empezó a hablar, con Paul Oquist, de “colapso parcial del
Estado” para describir la tragedia colombiana de esos años, mientras que otros
como monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna
y Camilo Torres la pensaban como una “revolución social frustrada”, Pierre
Gilhodès hablaba de una rebelión campesina frustrada y Eric Hobsbawn se
refería a los guerrilleros como “rebeldes primitivos”. Esta relativa ausencia
de referencias al Estado contrasta con el interés de algunos académicos nor-
1 Historiador e investigador del Cinep-Centro de Investigación y Educación Popular/ Programa por la
Paz (CINEP/PPP). Coordinador del Programa Construcción de Paz y Desarrollo del mismo centro.
64 XII Coloquio Colombiano de Sociología

teamericanos, que tendían a analizarla desde entre modernidad y tradición,


tales como Robert Dix, Vernon Fluharty, Richard Weinert, Wiliam Payne y
Robert Williamson. Esta falta de interés en la relación de la violencia con el
Estado se fue modificando gradualmente con las referencias al concepto de
precariedad del Estado en los trabajos de Daniel Pécaut, las soberanías en vilo
de María Teresa Uribe y la presencia diferenciada del Estado en el espacio y
el tiempo, acuñada por los equipos del CINEP. Luego, las transformaciones
territoriales de las acciones de los grupos armados ilegales y el aumento de
su cobertura espacial llevaron a algunos a hablar de Colombia como estado
fallido o a punto de colapsar, mientras que la ligazón del narcotráfico con la
violencia condujo a otros a hablar de “nuevas guerras”, más vinculadas a la
codicia que a la ideología política. Y, luego, la combinación entre inserción
de narcotraficantes y actores armados en la vida política, especialmente en los
niveles locales y regionales, introdujo las categorías de “parapolítica”, recon-
figuración mafiosa del Estado y captura cooptada del Estado.
La presente ponencia pretende dialogar con estas concepciones desde los
acumulados investigativos del CINEP y de los grupos de ODECOFI, que se
acercan al tema de la configuración del Estado colombiano tanto desde la lar-
ga y mediana duración de la Historia y su dimensión espacial como desde las
concepciones subjetivas de los grupos sociales involucrados, pero teniendo en
cuenta siempre las interacciones entre nación, región y localidad. Para desa-
rrollar este diálogo, se parte del contexto de la evolución reciente del conflicto
armado y de la inserción de los actores ilegales en la vida pública para discutir
luego las interpretaciones que presentan al Estado como fallido, colapsado,
capturado o reconfigurado. Después, se comparan estas miradas con las con-
cepciones de Paul Oquist (colapso parcial del Estado), María Teresa Uribe
(soberanías en vilo), Mary Roldán (formas locales de control social) y Daniel
Pécaut (precariedad del Estado). Finalmente, desarrollamos algunos aspectos
de nuestro enfoque sobre la presencia diferenciada del Estado en el espacio y
el tiempo, insistiendo en la necesidad de una mirada interactiva entre nación,
región y localidad como contexto de la autonomización de los poderes locales
que facilitaron la inserción de los grupos ilegales.

El contexto: la evolución del conflicto armado a finales del siglo XX


Las discusiones recientes sobre la aplicación de los conceptos de Estado
fallido o a punto de colapsar, parapolítica y cooptación del Estado al caso co-
lombiano se enmarcan en el contexto de la expansión territorial en contravía
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 65

de los grupos guerrilleros y paramilitares, que hicieron que la segunda mitad


de los años noventa y los primeros años del siglo XXI se caracterizaran por los
más altos índices del enfrentamiento armado. En los inicios de la década de
los años noventa en el siglo pasado, la violencia armada llegó a cubrir buena
parte de los municipios del país al pasar de las zonas periféricas aisladas para
afectar la vida de buena parte de la población urbana y rural y afectar la comu-
nicación entre los principales centros urbanos. En la expansión de los actores
armados juega un papel importante su creciente asociación con el negocio de
las drogas de uso ilícito, que enfatiza aún más la dimensión militar del conflic-
to en desmedro de aspectos más políticos y la hace más autónoma frente a la
opinión pública nacional e internacional y de su inserción en las comunidades
rurales. Sin embargo, ella le permitió reclutar una mayor base social entre los
campesinos cocaleros y mejorar su capacidad ofensiva y armamento. Esta re-
lación con el narcotráfico representa, para Daniel Pécaut (2001), una ruptura
con el carácter de la violencia previa, e influye aún más en el desdibujamiento
político e ideológico de los grupos insurgentes
En ese entonces, el ataque del ejército a Casa Verde, la sede del secretariado
de las FARC, que coincidió con la Constituyente de 1991, produjo una gran
contraofensiva militar de las FARC y un mayor endurecimiento de los sectores
más guerreristas de la FARC. Y esta expansión guerrillera tuvo como respuesta
un proceso de expansión territorial y unos intentos de coordinación de las au-
todefensas y paramilitares que se mueve en contravía de la guerrilla: parten de
zonas relativamente integradas, en el norte de Urabá y Córdoba, hacia regiones
vecinas del Eje bananero y Atrato (en dirección Sur) y el golfo de Morrosquillo
y Montes de María (en Sucre, en dirección norte). Otros grupos paramilitares
se expanden desde el Sur del Magdalena Medio (Puerto Boyacá). También se
expande dicha acción desde el sur de Magdalena medio con epicentro en Puerto
Boyacá hacia la zona norte de esta región.
A esta expansión se sumaban los problemas presentados en la zona de
despeje de El Caguán y el fracaso de las negociaciones de las FARC con el
presidente Andrés Pastrana para producir una opinión pública mayoritaria-
mente opuesta a la salida negociada frente al conflicto. Ese clima de opinión
favorable a la solución militar y a negar los aspectos sociales, económicos y
políticos del conflicto, es la base del triunfo electoral de Álvaro Uribe Vélez,
de su reelección y los altos índices de popularidad de los que goza. Pero hay
que reconocer que la recuperación de la iniciativa militar ya había comenzado
bajo el gobierno de Pastrana a partir del fracaso de El Caguán.
66 XII Coloquio Colombiano de Sociología

La popularidad del presidente Uribe se vio acrecentada por el éxito militar


del ejército y la policía en la recuperación del control de las áreas vecinas a las
grandes ciudades y las vías principales de comunicación en las zonas más in-
tegradas del país, que produjo un sensible descenso de asesinatos, masacres y
secuestros, lo mismo que una disminución de los ataques contra la infraestruc-
tura y los combates directos. Pero esta recuperación militar del territorio y el
consiguiente retiro de la guerrilla hacia zonas periféricas, junto con los efectos
de las medidas de erradicación de los cultivos de uso ilícito, hicieron visible
el problema estructural que afrontan esas regiones: la sola presencia militar
del Estado no basta para solucionar su situación de pobreza y abandono. Sus
poblaciones se van convirtiendo en pueblos fantasmas porque no encuentran
ninguna actividad económica suficientemente rentable para insertarse en la
economía nacional ni tienen rutas de acceso a los mercados centrales.
Además, los declives de masacres y secuestros fueron acompañados por un
aumento de ejecuciones extrajudiciales y de los llamados “falsos positivos”.
Por otra parte, la desmovilización y el desarme de algunos grupos paramilita-
res no ha producido la paz deseada en las regiones que mantenían bajo su con-
trol, como evidencian el rearme de algunos grupos, el surgimiento de nuevas
bandas que reclutan nuevamente a los desmovilizados y las luchas entre esos
grupos por el control de las rutas del tráfico y de los territorios productores. Al
lado de esta persistencia, el fenómeno de la llamada parapolítica, que muestra
los profundos nexos entre paramilitares y políticos regionales, hace evidente
que las instituciones del Estado siguen moviéndose en su estilo tradicional de
presencia diferenciada
Sin embargo, hay que reconocer que estos avances pusieron fin al periodo
expansivo de la guerrilla, que se vio obligada a replegarse hacia sus zonas
históricas de retaguardia y a desplazar sus acciones y los cultivos de uso ilí-
cito hacia zonas más marginales en las fronteras de colonización y las salidas
marítimas al exterior, especialmente en las tierras bajas de la Costa Pacífica
(Cauca, Nariño y Valle del Cauca) y en la frontera con Ecuador. Este repliegue
no significa que haya disminuido su capacidad para realizar ataques esporádi-
cos a las zonas vecinas a sus zonas tradicionales como Putumayo, Huila, Ca-
tatumbo, Arauca, Meta, Caquetá y Chocó. Sin embargo, el regreso a la táctica
tradicional de la lucha guerrillera produjo un efecto contraproducente pues
terminó por reforzar las simpatías de la opinión pública en torno a una política
de mano dura.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 67

Pero la popularidad del presidente Uribe no se debía solo a los éxitos de


su política contrainsurgente sino también a su hábil combinación de distintos
lenguajes, estilos políticos y lógicas de actividad según los auditorios e inter-
locutores a los que se dirigía, para adecuarse a las complejidades de la vida
política de Colombia. Para el electorado independiente, Uribe representaba
un estilo de gobierno ajeno a los tejemanejes de la clase política tradicional,
corrupta y clientelista. Para las agremiaciones económicas, los sectores tecno-
cráticos, ilustrados y especializados, Uribe adoptó un lenguaje moderno para
justificar sus actos de gobierno a través de amplias exposiciones estadísticas
y técnicas. Para la clase política y el electorado tradicional, la alianza con
Uribe garantizaba el acceso a los recursos del Estado y permitía beneficiarse
de su caudal electoral: los partidos uribistas representan un nuevo estilo de
articulación de poderes locales y regionales que agrupan a la clase política
tradicional en diferentes coaliciones en torno a la persona del presidente. Es-
tos estilos políticos son reforzados por maniobras de corte populista como
los Concejos Comunales, en los cuales se pretende una interlocución directa
de la persona del presidente con el pueblo que pretende pasas por encima de
los intermediarios políticos locales y regionales e incluso de los propios fun-
cionarios del Estado. Lo mismo que por políticas de estilo paternalista, como
Familias en Acción y acciones puntuales de desarrollo local y regional. Todo
esto es amplificado y divulgado por un hábil manejo de los medios masivos
de comunicación (González, 2008).
Esta combinación de estilos y lógicas podría entenderse como una hábil
inserción en los diferentes contextos de la vida colombiana, unos más tradi-
cionales, otros más modernos, que reflejan lo que hemos caracterizado como
presencia diferenciada del Estado2. En contraste con la mirada homogénea de
la política, el estilo político del presidente Uribe Vélez parece adecuarse a la
diversidad de tipos de legitimidad política que coexisten en el contexto políti-
co colombiano: la manera como Uribe se mueve en medio de dicha diversidad
demuestra que las prácticas modernas y tradicionales, o ciudadanas y cliente-
listas de hacer política no son tan incompatibles (1993). Paradójicamente, el
resultado de esta rearticulación de poderes regionales y locales y de la fusión
de estilos políticos, ha sido una concentración del poder en manos del pre-
sidente, nunca vista antes en la historia política del país. Tradicionalmente,
Colombia ha sido ajena al surgimiento de caudillismos y líderes mesiánicos
2 Este tema ha sido trabajado en el capítulo La presencia diferenciada del Estado: un desafío a los
conceptos de gobernabilidad y gobernanza. En: Estado, democracia y populismo en América Latina (con-
sultar bibliografía al final)
68 XII Coloquio Colombiano de Sociología

porque las confederaciones de poder local y regional han frenado siempre al


poder presidencial produciendo lo que Daniel Pécaut denomina “liberalismo
por accidente” (2008)
Sin embargo, esa combinación de estilos políticos no está exenta de ten-
siones, que pueden terminar por hacer inviable el modelo. Por ejemplo, la
articulación de las estrategias políticas de Uribe con la política realmente
existente en regiones y localidades afronta el grave problema grave de cómo
rearticular y reintegrar los poderes locales, regionales afectados o producidos
por el impacto del conflicto armado, poderes apoyados por los señores de la
guerra de los grupos paramilitares, algunos de ellos pedidos en extradición por
el gobierno de los Estados Unidos, de manera que puedan a la vez garantizar
la vida democrática y el desarrollo de las regiones al tiempo que fortalecen
las instituciones del Estado. Este problema se hizo evidente con los procesos
que han abierto tanto la Corte Suprema y de la Fiscalía General de la Nación
contra los llamados “parapolíticos”: la llamada “judicialización de la política”
muestra la contradicción entre una lógica moderna de justicia, acorde con los
cánones internacionales, plasmada en una tradición jurídica que enorgullece
al país, y prácticas políticas de corte tradicional, que se mueve dentro de una
justicia dominada por los intereses locales y regionales, en sociedades muy
asimétricas, muy lejanas de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, imper-
sonal y abstracta, de nuestros modelos institucionales.
Así, estas tensiones con la realidad política y la evolución territorial del
conflicto condujeron a dos tipos de reflexiones: la primera, sobre la aplicación
del concepto de Estado fallido, que tiene que ver con las limitaciones que la
configuración territorial del Estado imponen al monopolio estatal de la coer-
ción; y, la segunda, con las implicaciones políticas de la inserción de los ac-
tores ilegales en la vida pública, que tiene que ver con las interacciones entre
actores ilegales y poderes políticos, locales y regionales, siempre en relación
con el Estado y la política central. O sea, la relación de actores armados y
grupos ilegales con los mecanismos concretos del Estado realmente existente.

¿Es Colombia un “Estado fallido”?


A finales del siglo pasado, la expansión territorial en contravía de los gru-
pos guerrilleros y paramilitares produjo enormes preocupaciones en la opi-
nión pública internacional: en el año 2005, la revista Foreign Policy había
clasificado a nuestro país en el puesto décimo en el índice de vulnerabilidad,
solo superado por Costa de Marfil, la República democrática del Congo, Su-
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 69

dán, Irak, Somalia, Sierra Leona, Chad, Yemen, Liberia, Haití, Afganistán,
Ruanda y Corea del Norte. Según los análisis de esta revista, las mayores
preocupaciones de los líderes mundiales no provenían, en los años recientes,
de las amenazas de guerra entre los Estados poderosos sino de los problemas
de falta de poder de los débiles, que podría ocasionar actos de terrorismo
internacional, asociados a ias amenazas de los barones de la droga y de los se-
ñores regionales de la guerra. Pero, para consuelo nuestro, ya en el año 2006,
Colombia ya había descendido al puesto 27 de riesgo y para el 2010, estaba
ya en el puesto 46. Obviamente, esto significa que la recuperación del control
militar del territorio bajo los dos períodos presidenciales del presidente Uribe
Vélez se ha visto reflejada en la mejoría de la posición de Colombia.
En esos mismos años, Robert Rotberg, en el libro que editó sobre los Es-
tados débiles, colapsados y fallidos (2003), colocaba a Colombia en el grupo
de Estados que se estaba deslizando hacia abajo, pasando de la debilidad al
fracaso: en ese entonces, el Estado colombiano solo controlaba dos terceras
partes de su territorio mientas que tres ejércitos privados ejercían poder sobre
amplias zonas del territorio; además, Colombia tenía el segundo lugar mun-
dial en la tasa de asesinatos per capita y sus políticos y hombres de negocios
tenían que usar chalecos antibalas y andar protegidos por guardaespaldas fuer-
temente armados. Para él, el fracaso de las Naciones-Estado está relacionado
principalmente con la violencia interna, que trae consigo la pérdida de la le-
gitimidad de los gobiernos, puesto que la función más importante del Estado
es proporcionar el bien política de la seguridad por medio de la prevención de
invasiones externas y de alguna pérdida territorial, la eliminación de amena-
zas domésticas, la prevención del crimen y la capacitación de los ciudadanos
para resolver sus tensiones sin recurrir a la coerción física.
Por eso, entre los diferentes criterios que usa para clasificar a los Estados
como fuertes, débiles o fallidos, este autor presta mayor atención a la duración
de la violencia interna contra el régimen existente que a su intensidad, como
en los casos de Angola, Burundi y Sudán. Por ello, cuantifica las fallas estata-
les según sea la cantidad de territorio eficazmente controlado por las fuerzas
estatales, sobre todo por las noches, ya que en muchos casos el control del Es-
tado se limita a la capital y algunas zonas específicas. Otros indicadores serían
el aumento de la violencia criminal, la debilidad de las instituciones estatales
(poderes legislativo y judicial enteramente subordinados al poder ejecutivo,
burocracia no profesional, ejército muy politizado), el deterioro o destrucción
de la infraestructura física, la privatización de los sistemas de educación y
salud y la corrupción generalizada.
70 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Y el indicador final del colapso estatal es la pérdida de legitimidad política,


cuando algunos grupos logran cierto control autónomo de algunas porciones
del territorio dentro de las fronteras nacionales e incluso más allá de las fron-
teras internacionales. En estos casos la población puede transferir sus lealta-
des a los jefes de los grupos armados o a los señores de la guerra; y en casos
extremos de colapso estatal, el total vacío de autoridad puede llevar a buscar
obtener la seguridad pública por medios privados de violencia en manos de los
llamados “hombres fuertes”. Se refiere el autor a los casos de Somalia, Bosnia,
Líbano, Afganistán, Nigeria y Sierra Leona, aunque aclara que los fracasos no
son nunca definitivos: Líbano, Nigeria y Tajikistán lograron recuperarse del
colapso y pasar a ser simplemente “débiles” mientras que Afganistán pasaron
de Estados colapsados a fallidos.
Como se puede notar, la mayoría de las naciones analizadas por este autor
pertenecen al continente africano, para cuyos países algunos expertos interna-
cionales del PNUD y Banco Mundial elaboraron una serie de instrumentos y
herramientas institucionales que les permitieran ser “gobernables” según los
modelos democráticos existentes en Europa o en América del Norte. Estas
recetas para el Buen gobierno mostrarían ya una tutela de las entidades supra-
nacionales sobre el sistema de Estados Naciones, que intervendrían para evitar
el colapso o fracaso de estos “en cuidados intensivos”. Obviamente, esto im-
plica que la referencia a la temática de los Estados fallidos y a la reingeniería
necesaria en ellos responde a la necesidad de ofrecer garantías a la economía
mundializada y obedece a la necesidad de solucionar las dificultades que en-
contraban las intervenciones de organismos multilaterales de cooperación en
algunos países africanos, que no lograban implementar las reformas económi-
cas supuestamente necesarias para ajustarse al orden económico internacional.
En ese sentido, esta selección de países colapsados o fallidos en África
para la aplicación del concepto mostrarían la importancia de la insistencia de
Michael Mann (1997) , uno de los teóricos más importantes del desarrollo de
las fuentes del poder de los Estados nacionales, en que la expansión genera-
lizada del modelo de Estado-Nación para describir los Estados modernos no
debe hacernos olvidar que la mayor parte de ellos detentan solo un control
bastante limitado de su territorio y que sus pretensiones para representar a sus
naciones frecuentemente no son genuinas. Por eso, cree que para buena parte
del mundo un verdadero Estado nación es más una aspiración futura que una
realidad presente. Y sobre el caso extremo de los Estados fallidos del África,
Mann precisa que sus problemas actuales de fragmentación no son efectos de
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 71

la globalización postmoderna sino de razones de carácter premoderno. Y su


advertencia sobre las amenazas que algunos analistas prevén para los Estados
nacionales como efectos de la mayor globalización, podrían aplicarse al caso
colombiano pues él considera que esos temores provienen de haberse exage-
rado “la antigua fortaleza del Estado-Nación”, debido a “su escasa percepción
de la historia”( 1999).
En el mismo sentido de matizar las debilidades de los Estados como sínto-
ma de colapso o falla estructural a partir de un mejor conocimiento de la his-
toria, se puede citar a Harvey Kline (2003), un mejor conocedor de la realidad
colombiana, en su desacuerdo con la mirada un tanto apocalíptica de Rotberg
sobre Colombia. Kline señala que el Estado colombiano fue siempre capaz de
proveer de servicios públicos de educación y salud a buena parte de la pobla-
ción, mantener una infraestructura física y ofrecer oportunidades económicas
a su población. Y que, a pesar de la presencia de guerrillas y paramilitares en
algunas zonas del territorio, el Estado colombiano era relativamente fuerte en
las zonas que controlaba, aunque reconoce que Colombia nunca tuvo un Esta-
do fuerte y que la mayoría de la población esperaba poco de él. Por eso, pocas
personas consideraban que el Estado hubiera fallado: es más, sostiene Kline,
hasta hace pocos años, los tomadores de decisiones estatales (y la sociedad
colombiana en general) habían evitado conscientemente la construcción de un
fuerte ejército y un policía de carácter nacional, lo que condujo a una tradición
de justicia privada y una historia política marcada por la violencia.
Según él, la competencia política nunca fue pacífica en Colombia: ocho
guerras civiles durante el siglo XIX, con una amplia participación de cam-
pesinos y colonos, produjo una intensa socialización partidista de las masas
populares, que duró hasta el fin de la Violencia (1946-1957) y el comienzo
del acuerdo consocional del Frente Nacional (1958-1974). Sin embargo, sos-
tiene Kline, esta coalición bipartidista no logró aprovechar el fin de los viejos
odios partidistas para crear un estilo más moderno de vida política: el clien-
telismo sustituyó al sectarismo como fuente de reproducción de los partidos
impidiendo la ampliación y modernización del Estado; por eso, no se alteró
significativamente la debilidad política tradicional. Pero, concluye este autor,
esta permanente debilidad del Estado no puede identificarse con su colapso o
fracaso (Dávila & Leal, 1997). Cita pie de página otro autor… que habla sobre
clientelismo
Esta debilidad del Estado y su incapacidad para ejercer el monopolio esta-
tal de la coerción legítima en buena parte del territorio, que llevó a Rotberg a
72 XII Coloquio Colombiano de Sociología

clasificar a Colombia como Estado en riesgo de colapso, puede interpretarse


como el escenario de la inserción de actores ilegales, armados o no, en la vida
pública colombiana, facilitada por la articulación del gobierno de Uribe con
los poderes realmente existentes en regiones y localidades, que fueron apo-
yados por los señores de la guerra de los grupos paramilitares. Ese contexto
complejo se hizo manifiesto con la desmovilización de los grupos paramilita-
res bajo el gobierno de Uribe, que empezó a develar los nexos de estos grupos
con los políticos de algunas regiones y localidades.

¿Captura o reconfiguración cooptada del Estado?


Esta interacción entre actores ilegales, armados o no, tanto con funcio-
narios estatales de diversos ámbitos como los poderes locales y regionales,
y las consiguientes investigaciones judiciales sobre la llamada Parapolítica,
han suscitado importantes investigaciones y reflexiones en torno a la relación
de esos actores ilegales. Entre ellas se destacan las realizadas por Luis Jorge
Garay (2008) y su equipo y las del equipo coordinado por Claudia López Her-
nández (2010), compuesto por la corporación Nuevo Arco Iris, Congreso Vi-
sible, Dejusticia, Grupo Método y la Misión de Observación Electoral, MOE.
En la presentación del libro resultado de las investigaciones de Claudia Ló-
pez se insistía en que, entre 1990 y 2009, la tercera parte de los cargos públicos
en las ramas ejecutiva y legislativa, tanto en los ámbitos locales y regionales
como en los nacionales, habían sido capturados por organizaciones armadas
y mafiosas, que habían consolidado nuevas elites económicas y políticas para
reconfigurar el mapa político de la nación colombiana. Los investigadores de
este equipo han aportado una evidencia abrumadora de documentación sobre
la presencia de los actores ilegales en la vida pública, que no deja dudas sobre
la magnitud del fenómeno. Los autores muestran que en 2002 los congresistas
electos con apoyo del narco paramilitarismo consiguieron más de dos millo-
nes de votos (el 25% de la votación por el Senado), que les otorgaron el 34%
de las curules. Tampoco quedan dudas sobre el hecho de que el problema fue
mucho mayor dentro de las huestes partidarias del presidente Uribe, pues los
autores calculan que ocho de cada diez de esos senadores hacían parte de la
coalición uribista. En cambio, la guerrilla tuvo solo peso en el nivel local y,
en el caso de las FARC y del ELN, más para sabotear las elecciones que para
forzar la participación en ellas. Por eso, muy pocos congresistas han sido in-
vestigados por recibir apoyo de la guerrilla, mientras que un 96% de los inves-
tigados son acusados de recibir apoyo de grupos paramilitares (López, 2010).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 73

Esos datos fueron interpretados desde dos marcos conceptuales: el de Ed-


ward Gibson sobre autoritarismos subnacionales, basados en los casos del
PRI mexicano y el Justicialismo argentino; y el de Luis Jorge Garay (2008),
centrado en las ideas de captura y reconfiguración cooptada del Estado. Para
ello, retoman las ideas de Gibson sobre la parroquialización del poder y la
monopolización de las relaciones entre poderes locales, regionales y centrales
puede dar luces para entender el caso colombiano, especialmente en algunas
de sus regiones. Y utilizan la extensión que hace Garay y su equipo del con-
cepto clásico de captura del Estado para modificar su intervención reguladora
para el beneficio económico de particulares de carácter legal para aplicarla
a la instrumentalización de los aparatos estatales que hacen actores ilegales
para sus fines criminales. Y añaden el concepto de “captura invertida” para
caracterizar las situaciones cuando los actores legales instrumentalizan a los
ilegales, en este caso actores armados y narcotraficantes, para sus propios
fines particulares (López, 2010).
A partir de esos marcos, los autores comparan el éxito de los narcopara-
militares en la consolidación de una sólida estructura de poder local, regional
y nacional con la limitación local del poder de la guerrilla para concluir que
el carácter contrainsurgente de los paramilitares como el carácter de revolu-
cionarios sociales de los guerrilleros son mitos políticos, ajenos a la realidad.
Los paramilitares fueron eficaces para atacar a civiles inermes pero pésimos
combatientes contra la guerrilla mientras ésta se mostró incapaz de defender a
la población campesina, que supuestamente representaba, frente a la avanzada
paramilitar. Además, el crecimiento de la guerrilla en los noventa desbordó
su organización y disciplina interna, mientras que la relación con el narcotrá-
fico transformó los propósitos tanto de la guerrilla como de las autodefensas
contrainsurgentes, que transformaron en narcoguerrillas y narcoparamilitares
(López, 2010).
Estas visiones generales se complementan luego con monografías departa-
mentales, que muestran muchas variaciones regionales, pero demuestran que
la captura del Estado va más allá de casos aislados para convertirse en un fe-
nómeno generalizado en todos los niveles, aunque es más claro en el caso de
los nuevos partidos, surgidos en las últimas dos décadas. Al parecer, algunos
de ellos, como Colombia viva, Colombia democrática, Alas y Convergencia
ciudadana, “nacieron capturados, es decir, fueron creados o fortalecidos con
el objetivo de representar intereses y actores legales e ilegales” En general,
los nuevos grupos y sus aliados hicieron parte de la coalición de las fuerzas
74 XII Coloquio Colombiano de Sociología

uribistas en el Congreso, pero en muchas casos fueron las elites dominantes en


las regiones las que buscaron las alianzas con los actores ilegales, como en los
casos de Sucre, Santander y Norte de Santander, aunque con resultados poco
favorables en algunos casos, pues quedaron a veces sometidos al chantaje y
extorsión de los ilegales, a los cuales tuvieron que pagar para hacer campaña
electoral en sus feudos, como el caso de Jorge 40 en la Costa Caribe. Por otra
parte, las tensiones entre Mancuso y los firmantes del pacto de Ralito y las de
otros paramilitares con políticos locales y regionales mostraban la otra cara de
la moneda: la dificultad que tenían los actores ilegales para que los políticos
cumplieran lo acordado, ya que podrían utilizar su poder para traicionarlos
si veían amenazado su poder o necesitaban negociar con la justicia (López,
2010).
Estas ambigüedades de las relaciones entre actores ilegales y políticos lle-
varon a los autores a preguntarse si la inserción de los ilegales en la vida públi-
ca los había llevado a conformar una nueva clase política que sustituyera a los
tradicionales caciques y gamonales. Y el análisis del origen y trayectoria de
los congresistas investigados por la parapolítica mostró que la inmensa mayo-
ría de ellos provenía de familias y facciones políticas ligadas tradicionalmente
al bipartidismo; otros representaban el ascenso de nuevos líderes, también cer-
canos al bipartidismo, que se consolidaron políticamente al mismo tiempo del
surgimiento de los actores ilegales. Tal vez debido a estos lazos previos, estos
políticos no asumieron métodos de intermediación distintos de los tradiciona-
les sino que se insertaron de manera funcional a un proyecto común que com-
binaba diversos actores e intereses, tanto legales como ilegales. Pero, además
de los métodos clientelistas de intermediación, ellos cumplieron una función
de encubrimiento, reducción de exposición penal y provisión de impunidad a
sus socios ilegales. Y, concluyen los autores, usaron su poder para cambiar la
configuración y operación institucional de sus regiones y del país en beneficio
de sus intereses y los de sus socios ilegales, al tiempo que aprovecharon las
acciones mafiosas y violentas de sus socios para consolidar su fuerza política
y económica en sus regiones para lograr mejores condiciones de negociación
con los poderes centrales. En ese sentido, afirman los autores, crearon nuevas
elites emergentes que ascienden en la política regional y nacional, caracteriza-
das por la hibridez al combinar legalidad e ilegalidad (López, 2010).
Sin embargo, a pesar de su presencia en el Congreso, esos grupos no fun-
cionaron nunca como “una bancada parapolítica” que promovieran un proyec-
to político y legislativo favorable a sus intereses, por ejemplo, en materia de
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 75

justicia, sino que tendieron a centrarse en materias de presupuesto y bienestar


social. Y su apoyo fue irrestricto para los proyectos de reforma propuestos por
el gobierno, como la reelección presidencial y el régimen de justicia transicio-
nal. Sin embargo, algunas de las reformas aprobadas por la coalición uribista,
de la que hacían parte, fueron frenadas por la Corte Suprema de Justicia y la
Corte Constitucional, que jugaron un papel de control frente a la reconfigu-
ración cooptada del Congreso y del ejecutivo. Lo autores no encontraron evi-
dencia de que el Estado hubiera sido el instrumento de un Congreso configu-
rado por la parapolítica sino que la coalición uribista se sirvió de los políticos
investigados por parapolítica para sacar adelante su proyecto político. En ese
sentido, concluyen los autores, la reconfiguración cooptada no fue, como sos-
tiene Luis Jorge Garay, fruto de la instrumentalización de los actores legales
por los ilegales sino lo contrario, sino que se trataría de la captura invertida
de que habla Gustavo Duncan, en la que confluyen actores ilegales y legales,
con resultados diferentes para unos y otros: mientras los legales logran rele-
gitimarse y prevalecer en el largo plazo, los ilegales deben ser reemplazados
por su mayor exposición a la justicia (López, 2010). Por eso, la relación de
las nuevas elites con los jefes del narco paramilitarismo nunca fue fácil, como
se hizo evidente en las tensiones internas en torno a la desmovilización, que
llevaron a la extradición de los primeros a los Estados Unidos pero sin tocar a
sus aliados políticos, que permanecieron en el país para buscar relegitimarse y
escapar de la justicia (López, 2010).
Sin embargo, esta ambigüedad de desenlaces hizo que el resultado de estas
alianzas fue el aumento desbordado de la corrupción pública, que pasó del
clientelismo tradicional al manejo de concesiones y contratos y la reinver-
sión de los productos de la economía ilegal, bajo el manto de legalidad. Esto
dio lugar a procesos sociopolíticos de reconfiguración cooptada del Estado en
muchas regiones y localidades, especialmente las que combinaban entornos
altamente descentralizados con débil institucionalidad, donde las institucio-
nes, tanto las centrales como las regionales, estuvieron “más que infiltradas,
cooptadas por organizaciones narcoparamilitares”. El recorrido por las mono-
grafías regionales ofrece una abundante confirmación de estas afirmaciones, a
la vez que introduce algunas diferencias en los diversos departamentos, hasta
concluir con los casos de los departamentos de reciente creación e inveterada
presencia de actores armados ilegales, como Meta, Caquetá, Arauca y Ca-
sanare. En estos departamentos, sostienen los autores, no hubo propiamente
reconfiguración cooptada sino formación cooptada de su aparato político ad-
76 XII Coloquio Colombiano de Sociología

ministrativo, inicialmente por grupos guerrilleros y luego por narco paramili-


tares (López, 2010).
Este resumen del capítulo introductorio del libro, realizado por Claudia
López, permite entender los comentarios de Francisco Gutiérrez (2010) en su
prólogo, que acepta la abrumadora evidencia de la inserción de los actores ile-
gales en la escena pública, que afecta especialmente a la coalición uribista a la
cual apoyaron en asuntos claves. Sin embargo, Gutiérrez toma alguna distan-
cia las interpretaciones de sus autores: la evidencia aportada por ellos sugiere
que no hay dudas sobre la complicidad del Estado colombiano con el para-
militarismo, que no atribuye a la unanimidad de la clase política, que aparece
dividida en este y otros aspectos, sino a la existencia de “un conjunto de có-
digos tácitos que parecen haber guiado el comportamiento de los organismos
de seguridad” para minar las posibilidades de acción de “una dirección civil
ambivalente”, que tenía, entonces y hoy, “apoyos en políticos-criminales”.
Además, destaca la intuición de Claudia López de sospechar de las votaciones
atípicas para detectar la presencia de la parapolítica. Y subraya importantes
diferencias de los autores frente a las interpretaciones de Luis Jorge Garay:
no es tan claro el impacto nacional de los grupos ilegales, no se configuró una
bancada de parapolíticos en el Congreso, siguieron operando los controles de
las Cortes y la cooptación fue invertida, con resultados diversos: los ilegales
perdían la libertad y a veces la vida, mientras los legales lograban permanecer.
Para Gutiérrez, el hecho de que los parapolíticos no hubieran logrado ac-
tuar como una bancada unificada implica que tenían problemas de acción co-
lectiva por provenir de un mundo fragmentado e inestable y tener relaciones
poco transparentes con los políticos: ellos no se pueden dejar identificar como
los agentes de los ilegales y tenían grandes incentivos para no cumplirles a
ellos, lo que hacía difícil su control, a pesar del poder intimidatorio de los
ilegales. La relación era difícil de lado y lado: los ilegales podían vender su
poder privado de coerción pero gozaban de bastante autonomía para usarlo en
contra de sus socios cuando fuera necesario.
Por ello, este autor considera problemática la conceptualización basada en
la captura del Estado por parte de intereses particulares porque la imbricación
entre intereses públicos y privados, tanto en países centrales como periféricos,
desafía la idea de que el Estado encarna el interés general, que, por lo demás,
considera difícil de definir. Y tampoco considera Gutiérrez que se pudiera, en
sentido estricto, sostener el concepto de “captura invertida” de los ilegales,
porque ellos no tienen una función regulatoria sobre la sociedad: a ellos se les
utiliza pero no se los captura.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 77

Pero, tal vez los comentarios más importantes de Gutiérrez son los que
señalan las diferencias entre grupos guerrilleros y paramilitares, aunque todos
hayan penetrado al Estado de alguna manera. La guerrilla se veía inhabilitada
para cumplir una de las funciones básicas para la construcción de un dominio
territorial porque la condición esencial de su supervivencia es su capacidad
d sacrificar territorio para salvar territorios, lo que hace que los territorios en
disputa vivan en perpetuo cambio. En cambio, la relación de los paramilitares
con las elites locales es más fácil, ya que su razón de ser es la defensa de la
propiedad rural contra la guerrilla, la protesta social y la regulación del Estado.
Además, cree que la consideración del carácter contrainsurgente de los
paramilitares y el revolucionario social de las guerrillas como mitos políticos
distantes de la realidad no encuentra sustento en la información aportado, que
muestra como los paramilitares, a pesar de su ineficiencia en los combates,
fueron expulsando a la guerrilla hacia zonas periféricas y oprimiendo a la opo-
sición legal, gracias a la coordinación, explícita o implícita, con las agencias
estatales de seguridad. Así que, lejos de haber abandonado su posición anti
insurgente, su control interno terminó promoviendo un cierre político, que
identificaba posiciones críticas con posiciones pro guerrilleras, Esa concen-
tración en el control interno explica la aparente contradicción entre la pobreza
organizacional de los paramilitares y sus logros en la expulsión de la guerri-
lla; además, favorece las extorsiones, el control de los negocios ilegales y el
apoyo político a los gobiernos locales. Otra de las anotaciones importantes de
Gutiérrez se refiere a la relación de la inserción pública de los ilegales con la
crisis del bipartidismo, que, según él, abrió los espacios que hicieron posible
que los paramilitares pasaran del espacio regional, donde se hallaban circun-
scritos durante el dominio de los baronatos liberales, al ámbito nacional de la
política.
En resumen, después de comparar la presentación de Claudia López y los
comentarios de Francisco Gutiérrez, se puede concluir que la información re-
cogida por los autores evidencia, sin lugar a dudas, la magnitud de la inserción
de los actores ilegales en la vida pública. Sin embargo, no parece evidente la
interpretación de esa inserción como captura o configuración cooptada del Es-
tado pues los congresistas elegidos con los apoyos de los para narcotraficantes
no funcionaron nunca como bancada unificada, entre otras cosas, porque el
paramilitarismo nunca fue un proyecto político cohesionado sino la confede-
ración de grupos diversos. Esos congresistas entraron a hacer parte importante
de la coalición del gobierno de Uribe, que negoció con ellos con el estilo tradi-
78 XII Coloquio Colombiano de Sociología

cional de interacción normal entre el ejecutivo y el legislativo. Por otra parte,


el que las Cortes hayan seguido ejerciendo eficazmente sus funciones de pesos
y contrapesos frente al ejecutivo es un argumento en contra de la configura-
ción cooptada del Estado. Sin embargo, esto no descarta la importancia de las
alianzas entre actores legales e ilegales en los ámbitos regionales y locales, a
pesar de las ambigüedades y tensiones internas de ellas, que dificultaban una
relación estable y permanente, que hubiera sido necesaria para una captura o
reconfiguración de los aparatos del Estado.
En esas alianzas se destaca la importancia de la crisis del bipartidismo
como escenario de la inserción de los actores ilegales, señalada por Gutiérrez,
que se ven complementadas con la afirmación de Kline sobre la incapacidad
de la coalición bipartidista del Frente Nacional para crear un estilo más mo-
derno de vida política. Estas anotaciones introducen otra línea de reflexión
sobre la configuración del Estado colombiano a lo largo de su historia la pa-
radójica combinación entre orden y violencia, la reedición del concepto de
colapso parcial del Estado, la caracterización del Estado colombiano como
precario y nuestro concepto de presencia diferenciada del Estado. El énfasis
de este tipo de interpretaciones sobre los contextos espaciales y temporales
de la configuración del Estado y de la construcción del monopolio estatal de
la coerción legítima permite enfocar de otra manera los problemas hasta aquí
analizados a partir de las conceptualizaciones de los Estados fallidos o colap-
sados y de la captura o reconfiguración cooptada del Estado.

La configuración del Estado colombiano en el espacio y el tiempo


Para iniciar el acercamiento a los procesos de configuración del Estado
colombiano es necesario distanciarse de la mirada catastrofista, que interpreta
la historia colombiana como una crisis permanente y una decadencia frente
al orden soñado de una de oro perdida (González, 1991; 1997). En contra-
vía de esta mirada apocalíptica, una mirada de larga duración mostraría que
Colombia podría caracterizarse también por una larga historia de estabilidad
económica e institucional, que se refleja en una historia electoral casi ininte-
rrumpida de dos siglos, sin sobresaltos de golpes militares y gobiernos popu-
listas, que contrasta con los gobiernos de caudillos militares de otros países de
América Latina y unos indicadores macroeconómicos bastante estables, como
señala Eduardo Posada Carbó (2006). En los casi dos siglos de independencia,
únicamente se han presentado dos breves golpes de estado que no han suma-
do más de cinco años de gobierno militar, mientras que el poder legislativo
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 79

ha mantenido a lo largo de este tiempo una relativa autonomía con respecto


al ejecutivo, y los partidos políticos tradicionales han persistido en el juego
político. Y tradicionalmente, el poder judicial se ha mostrado bastante inde-
pendiente frente al poder ejecutivo y legislativo, como se ha hecho evidente
en las investigaciones y juicios contra congresistas y funcionarios por sus rela-
ciones con los grupos paramilitares y personas vinculadas al narcotráfico. Así,
Colombia da muestra de unas instituciones bastante fuertes, un manejo bas-
tante ortodoxo de la macroeconomía, sin grandes presiones inflacionarias y
un amplio consenso entre las elites y la dirigencia en cuanto a la deseabilidad
de la democracia. Por eso, concluye este autor, es precisamente la resistencia
o “resiliencia” de las instituciones colombianas y no su colapso, el fenómeno
político que debe ser explicado (Posada, 2003).

La paradoja colombiana: Orden y Violencia


Este contraste ha llevado a algunos autores a acuñar una caracterización
del caso colombiano como una combinación de “orden y violencia”, como su-
giere el título de una de las obras más importantes de Daniel Pécaut (1987). O
entre “Legitimidad” y “Violencia”, como indica Marco Palacios (1995). Pero
conviene recordar, como ha subrayado Francisco Leal Buitrago (1996), que la
coexistencia de la estabilidad política y política con una persistente violencia
política y social no es necesariamente un signo positivo, pues puede ser inter-
pretado como el resultado de la incapacidad del sistema político para adaptar
sus instituciones a los rápidos cambios de la sociedad. Según este autor, este
contraste entre estabilidad y violencia es el resultado de la debilidad política
del Estado colombiano, que ha permitido una creciente desigualdad de ingre-
sos por el enriquecimiento fácil de la población más rica pero que ha permane-
cido incapaz, tanto de expresar y canalizar las tensiones de la sociedad como
de garantizar eficaces medios de control a la oposición política democrática
(Leal, 1996). Para otros, la estabilidad política y la ausencia de caudillos mi-
litares o populistas no significaba que la vida política fuera democrática sino
que responde al hecho de que la debilidad del Estado era compensada por el
papel de los partidos políticos, cuyos mecanismos de incorporación clientelis-
ta de las clases subordinadas lograron neutralizar los intentos de jefes milita-
res o caudillos populista (Pécaut, 2000; Palacios, 2001).
80 XII Coloquio Colombiano de Sociología

¿Un nuevo colapso parcial del Estado?


Por eso, conviene recordar que el mismo Paul Oquist (1978) no comparti-
ría la mirada apocalíptica con que algunos autores trataron de reeditar su idea
de colapso del Estado (Pizarro & Bejarano, 2003), pues la caracterización que
hizo de la Violencia de los años cincuenta buscaba precisamente dar cuenta
de la coexistencia conflictiva de la dominación estatal con otros tipos de con-
troles políticos; para ello introducía una interesante diferenciación entre las
zonas donde el Estado tiende a establecer un control directo, que suelen ser las
regiones “estratégicas y centrales” y otras regiones donde el “poder del Estado
es todavía tenue” (Oquist, 1978: 269). Para él, el “colapso parcial del Estado”
se manifiesta “en la crisis e inoperancia de las instituciones establecidas, la
pérdida de la legitimidad del Estado, la apelación del mismo a prácticas terro-
ristas que debilitaron aún más la estructuración social existente, la ausencia
física del Estado en grandes regiones del país y las contradicciones dentro del
aparato armado del mismo” (Oquist, 1978). En ese sentido, este “colapso del
Estado” fue un problema de gran importancia en las regiones “centrales”, pero
no tuvo mayores implicaciones para otras zonas porque en ellas prácticamente
no existían las instituciones estatales por su distancia respecto al centro. Ade-
más, en ellas tampoco reina el caos porque sus moradores arreglan sus conflic-
tos entre ellos mismos sin necesidad de recurrir a la autoridad (Oquist, 1978:
276): en ellas, el poder local y regional era tan importante en la estructuración
de la sociedad, que la coherencia local y regional de los grupos dominantes
todavía podía compensar una ruptura estructural a nivel nacional” (Oquist,
1978:47). Por eso, sostiene que la ausencia del Estado no conduce por sí sola
a la violencia si no coincide con el deterioro de otras formas de control social
y con la emergencia de contradicciones sociales que no se pueden resolver
apelando a los mecanismos tradicionales (Oquist, 1978: 276-277).
Esta insistencia de Oquist sobre el hecho de que la ausencia del Estado no
coincide necesariamente con un “vacío de poder” es retomada por Mary Rol-
dán, que muestra cómo en muchas ocasiones las formas no estatales de control
social logran neutralizar la crisis del nivel nacional del Estado (Roldán, 2002):
esto exige reconsiderar el tema de la debilidad histórica del Estado colombia-
no, pues los vínculos entre las esferas políticas local y nacional se erigen como
un lugar privilegiado para analizar el carácter del poder estatal en las regio-
nes y la manera como aquel poder se articula con distintas formas de control
político “tradicionales”. Para Roldán la violencia no puede explicarse por la
ausencia del Estado en algunas comunidades: “la escasa presencia del Estado
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 81

en la mayor parte de las poblaciones colombianas no debe ser tomada como


un vacío de autoridad. En vez de esto, o más bien, en conjunción con una muy
limitada presencia del Estado, existían aún en los más pequeños reductos de
población, mecanismos autóctonos de control social y de organización políti-
ca” (Roldán, 1989)
En ese sentido, esta autora construye una tipología de sociedades locales
en Antioquia a partir del tipo de violencia política y de la respuesta del Es-
tado que tuvo lugar en ellas: en los municipios centralmente integrados, la
violencia no se sale de las delimitaciones partidistas y restringe al control de
la burocracia; en cambio, en los municipios de frontera, la violencia incluye
conflictos más sociales y económicos. En los primeros el Estado delega en
los mecanismos internos del bipartidismo el manejo de la violencia mientras
que interviene directamente con el ejército en la violencia de las zonas de
colonización: esto indica el sistema de dominio indirecto que tiene el Estado
colombiano mediante su articulación con los partidos tradicionales.

La diferenciación regional del conflicto armado


La diferentes situaciones regionales, señaladas por Oquist y Roldán, hacen
evidente, como hemos señalado repetidamente en trabajos anteriores (Vás-
quez, 1999; 2001), que la geografía de la violencia nunca cubrió homogé-
neamente ni con igual intensidad el territorio de Colombia en su conjunto,
sino que la presencia de la confrontación armada es altamente diferenciada
de acuerdo con la dinámica interna de las regiones, tanto en su poblamiento
y formas de cohesión social interna como en su organización económica, con
su vinculación a la economía nacional y global y su relación con el Estado y
el régimen político y, consiguientemente con esa dinámica regional, con la
presencia diferenciada y desigual de las instituciones y aparatos del Estado
en ellas.
Esta diferenciación de la presencia del conflicto es parcialmente producto
de condiciones geográficas y demográficas previamente dadas: la cercanía de
selvas y montañas, el territorio dividido por tres ramales de la cordillera de
los Andes, cuyas vertientes y valles interandinos están cubiertos por bosques
de niebla casi permanentes, la cercanía de zonas de economía campesina de
subsistencia, son parte del escenario natural para el funcionamiento de la gue-
rrilla. Pero esas condiciones no determinan necesariamente una opción de los
actores y grupos sociales por la violencia, sino que ésta es el producto de la
elección voluntaria de grupos de carácter mesiánico y jacobino que deciden,
82 XII Coloquio Colombiano de Sociología

en una circunstancia histórica determinada, que la acción armada es la única


salida posible para los problemas de la sociedad.
Esas zonas en disputa han sido caracterizadas por María Teresa Uribe a
partir del concepto de estados de guerra, que son descritos como situaciones
o porciones del territorio donde el poder institucional no es soberano y donde
sectores amplios de la población no aceptan el control estatal o se oponen a
él con las armas Para la autora, el correlato de estos estados de guerra prolon-
gados en el tiempo es “la fragilidad de la soberanía estatal” y la consiguiente
dificultad para “la formación de la conciencia nacional, que es condición para
que el Estado moderno llegue a ser soberano y legítimo”. Como resultado de
todo esto, “la soberanía interna permanece en vilo, en disputa y la ciudadanía
se vuelve virtual (Uribe, 2001). Obviamente, la existencia de estas zonas en
disputa señala los límites de las zonas donde el Estado ejerce el pleno mo-
nopolio de la fuerza y plantea serios interrogantes sobre la imagen modélica
de Estado que subyace a muchos de los estudios sobre violencia y a muchos
análisis sobre las instituciones del Estado.
Estos planteamientos de Oquist y Roldán indicarían que la diferenciación
regional de la violencia muestra la diferenciación regional del Estado, de sus
diversos grados de poder y de sus distintos tipos de relación con las socieda-
des locales. Esto significa que el Estado colombiano no ha perdido el mono-
polio de la fuerza sino que no lo ha tenido en muchas regiones del país, donde
su regulación ha sido suplida por otros poderes, armados o no. Por eso, la
violencia colombiana no puede explicarse por la mera ausencia o destrucción
de las instituciones estatales sino que tiene que ver con la relación de la pobla-
ción con los distintos espacios de poder, que no se identifican necesariamente
con el Estado.

La precariedad del Estado como contexto de la violencia


Los planteamientos de Oquist, Uribe y Roldán pueden contratarse con la
caracterización de Daniel Pécaut de la precariedad del Estado como contexto
que explica la recurrente violencia colombiana. Esa mirada parte de su polé-
mica con los autores que explicaban la violencia por las limitaciones, implíci-
tas o explícitas, que el Frente Nacional imponía a la vida política colombiana,
que supuestamente no dejaban otra opción que el recurso a la lucha armada
(Pécaut, 1991). Sin negar las restricciones impuestas por el pacto bipartidista,
subraya su éxito como pacto pacificador, aclara que fue bastante menos cerra-
do de lo que la norma legal imponía y muestra que expresaba la persistencia
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 83

de los partidos tradicionales en la vida política colombiana (Pécaut, 1991). Su


crítica se centra en que esas posiciones consideraran al Frente Nacional como
“el disfraz político de un Estado que controlaría fácilmente a la sociedad”, lo
que pasa por alto “el factor central de la historia colombiana”: “la precariedad
del Estado nación”, “que sirve de contexto a la recurrencia de la violencia”
(Pécaut, 1991)3.
Hay que aclarar que su concepción de la precariedad estatal va más allá de
los rasgos que todos reconocen, especialmente en las zonas de colonización:
en ellas no se instalan puestos de policía ni equipamiento público, sino que
se deja “el campo libre al uso privado de la fuerza, así como a organizacio-
nes que, como los numerosos frentes de las guerrillas actuales, se erigen en
instituciones sustitutivas” (Pécaut, 1991).4 Pero el rasgo esencial de esa pre-
cariedad estatal reside, sostiene Pécaut, en su incapacidad para consolidar su
influencia sobre la sociedad: la simbología del intervencionismo económico
y social no encuentran en Colombia condiciones para desarrollarse porque las
elites colombianas no necesitaron del Estado y las movilizaciones populares
no apuntaron, como en los populismos del Cono Sur, al fortalecimiento del
Estado, sino al fortalecimiento de los partidos tradicionales, en particular el
liberal (Pécaut, 1991: 34-35).
Este aspecto muestra, según Pécaut, otra de las fuentes de la debilidad del
Estado: la implantación de los partidos tradicionales, que hacen que el cuerpo
social aparezca “definitivamente dividido entre estos dos partidos que son
también subculturas”, que definen, cada uno por su cuenta, el contenido de
las identidades colectivas”. Lo que no deja lugar “ni para una imagen de Na-
ción unificada ni para un Estado independiente de los partidos”. Sobre estas
bases avanzó la sociedad colombiana en el siglo XX, “sin que las estructu-
ras y la concepción del Estado hayan sido profundamente alteradas” (Pécaut,
1991:35). De ahí la persistencia del estilo clientelista del quehacer político y
los obstáculos para el desarrollo de un movimiento populista que reivindique
la unidad simbólica de la nación y el intervencionismo del Estado en materia
de desarrollo económico y bienestar social. Esta situación de precariedad del
Estado representó ventajas y desventajas: por una parte, contribuyó a la conti-
nuidad de las formas democráticas al privar de apoyo a intervenciones milita-
res o a tendencias civiles autoritarias y dificultar el desarrollo de populismos
políticos y económicos; por otro lado, permitió “a los partidos tradicionales
entregarse a regateos que no les permiten concebir casi ningún proyecto na-
3 el subrayado es mío.
4 el subrayado es mío.
84 XII Coloquio Colombiano de Sociología

cional” y concentrarse en el reparto de todas las instituciones del estado entre


las facciones de los partidos, lo que impidió “cualquier modernización sig-
nificativa del Estado” (Pécaut, 1991: 35-36). En ese contexto, la precariedad
estatal “permite” que aflore sin cesar “una violencia multifacética”, ya que “la
carencia de una simbología de la unidad nacional, la ausencia de mecanismos
constantes de regulación social y el fraccionamiento espacial de los poderes”
(...) “ponen al descubierto una conflictividad que circula libremente a través
del tejido social” (Pécaut, 1991: 36).

Hacia una lectura desde la presencia diferenciada del Estado en el espacio


y el tiempo
Si se llevan a las últimas consecuencias los planteamientos de Uribe,
Oquist, Roldán y Pécaut, habría que afirmar que la violencia política no es
sino el síntoma más protuberante de un problema más de fondo: la manera
concreta como se construyó el Estado en Colombia, tanto en su dimensión ho-
rizontal de integración gradual de territorios como en su dimensión horizontal
de integración de diferentes estratos sociales y de articulación de los poderes
locales y regionales con el Estado central, que hemos analizado en trabajos
previamente realizados, en diálogo con las consideraciones teóricas de Nor-
bert Elias, Charles Tilly y Michel Mann.
La comparación entre estos aspectos nos llevó a acuñar el concepto de
presencia diferenciada del Estado en el espacio y el tiempo para expresar la
manera diferente como operan las instituciones estatales en las diversas regio-
nes según su relación con las redes de poder previamente existentes en ellas y
su inserción en la vida económica y los grados de cohesión y jerarquización
sociales que ellas hayan logrado desarrollar (González, Bolívar & Vásquez,
2003). En ese sentido la presencia diferenciada del Estado es el resultado del
proceso gradual de incorporación de nuevos territorios y sus poblaciones a la
vida de la nación, que hemos venido señalando. Por eso, podemos afirmar que
el Estado colombiano no ha perdido el monopolio de la coerción legítima y
de la administración de la justicia porque nunca lo tuvo plenamente. Obvia-
mente, esta concepción se distancia de los que consideran al Estado como una
entidad homogénea y monolítica, de carácter ahistórico e invariable en los
diferentes momentos, que goza esencialmente del monopolio de la justicia y
de la violencia legítima.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 85

La geografía de la violencia como punto de partida


El punto inicial de estas comparaciones fue la identificación de los corre-
dores geográficos de la Violencia, que mostraban las zonas en disputa a partir
de los mapas de enfrentamientos bélicos y violaciones al DIH elaborados por
el CINEP (SIG, 2001). Esto permitió diferenciar varias dinámicas geográficas
del conflicto armado (Vásquez, 2001), que a menudo pueden entremezclarse
y reforzarse mutuamente. Luego, esos mapas de la violencia actual y la de los
años cincuenta fueron contrastados con los procesos de poblamiento y confi-
guración social de los territorios desde los tiempos coloniales hasta nuestros
días. Ese contraste se inició, más específicamente, con una mirada sobre los
procesos de colonización y poblamiento de zonas periféricas originados en el
siglo XVIII por la recuperación demográfica y la mestización de la población,
para continuar con los procesos de colonización de la segunda mitad del siglo
XIX y los conflictos agrarios de los años veinte y treinta (González, 1994).
Esa mirada sobre los procesos de poblamiento en relación con los conflic-
tos sociales y políticos de los siglos XVIII, XIX y XX y la presencia de las ins-
tituciones estatales evidencia, como trasfondo de largo plazo de la violencia y
la vida política, la no resolución del problema agrario y un estilo particular de
integración de las poblaciones al Estado. La concentración de la propiedad de
la tierra alrededor de los centros poblados y el crecimiento demográfico de la
población campesina produjo un proceso de colonización campesina perma-
nente y, más recientemente, en un proceso creciente de migración del campo
hacia las ciudades. Por eso, la historia colombiana se ha caracterizado desde
sus inicios por este movimiento poblacional desde los centros poblados en
torno a las ciudades y villas fundadas en los primeros años de la colonia, más
integrados a la vida económica y cultural de la sociedad colonial y más sujetos
al control de las autoridades coloniales y de la Iglesia católica, hacia zonas
más periféricas, de difícil acceso y poca presencia de las instituciones civiles
y eclesiásticas, donde la organización de la convivencia y cohesión sociales
queda en manos del libre juego de las interacciones entre los pobladores.

Un estilo particular de construcción estatal: el papel de los partidos tra-


dicionales
Los problemas sociales generados por este proceso de colonización per-
manente, tienen su correspondencia en el ámbito político, en relación con la
manera como estos grupos campesinos migrantes y sus territorios se fueron
articulando o no con la sociedad mayor, la economía nacional y el Estado:
86 XII Coloquio Colombiano de Sociología

desde los tiempos coloniales, estos territorios aislados y de difícil acceso se


fueron poblando con grupos marginales, que se resistían al dominio estatal y
al control de los curas católicos, cuya consecuencia fue la existencia de terri-
torios donde el Estado carecía del pleno monopolio de la justicia y coerción
legítima y donde no se habían configurado todavía mecanismos internos de
regulación social.
Además, incluso en los territorios más integrados al dominio del Estado,
la presencia de las instituciones estatales era de carácter dual: al lado de las
autoridades formales del Estado español, coexistían fuertes estructuras locales
y regionales de poder, con las cuales debían negociar las primeras. Esta situa-
ción hacía que el Estado español ejerciera su control del territorio, sobre todo
en las poblaciones lejanas al centro, principalmente por medio de la oligar-
quías o elites locales, concentradas en los cabildos de notables, que ejercían el
poder local y administraban justicia en primera instancia, en nombre del rey
pero con base en el poder de hecho que poseían de antemano.
Esta dualidad de poderes, heredada por la república colombiana, se expre-
sa en la coexistencia de un Estado moderno, con instituciones formalmente
democráticas y una burocracia central más o menos consolidada, que debe
negociar constantemente con una estructura informal de poder, a medio cami-
no entre la política moderna y la tradicional. Esa estructura informal de poder
está representada por el sistema de los dos partidos tradicionales, que operan
de hecho como dos federaciones contrapuestas pero complementarias de redes
locales y regionales de poder, de carácter clientelista. Con el tiempo, esas dos
federaciones fueron adquiriendo el carácter de dos subculturas políticas, que
articulaban las solidaridades, identidades, contradicciones y rupturas de la so-
ciedad y servían de puente entre las autoridades estatales del centro y las reali-
dades locales y regionales, lo que permitía la legitimación electoral del poder
estatal. Algunas de estas solidaridades y rupturas se remontan a enfrentamien-
tos entre familias y clanes familiares en el interior de los cabildos coloniales,
mientras que otras responden a rivalidades entre localidades o regiones veci-
nas por privilegios o ventajas económicas, sin descartar los enfrentamientos
entre las nuevas poblaciones de mestizos y mulatos contra las viejas ciudades
de la época colonial, ni los conflictos entre generaciones (González, 1989a).
De ahí la importancia del bipartidismo como respuesta tanto a la fragmen-
tación del poder (Palacios, 1986) que siguió a la ruptura del vínculo con la
Corona española como a la crisis de legitimidad que experimentaron los nue-
vos gobiernos republicanos: los partidos proporcionaron un instrumento para
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 87

vincular a las poblaciones con la sociedad nacional en proceso de confor-


mación y para relacionar las clases dirigentes regionales y locales, también
fragmentadas internamente, con la burocracia central del Estado en formación
(González, 1989b).
Esto hizo que, la historia política colombiana se caracterizara por la articu-
lación de la competencia interna entre grupos oligárquicos dentro de cada re-
gión y localidad con la adscripción a esas dos federaciones de poderes, que se
basan generalmente en una relación de tipo clientelista que establece una me-
diación política y social entre los individuos y sus familias con el jefe local o
gamonal (González, 1980). Además, los partidos permitían ir integrando a los
estratos sociales emergentes en las ciudades y en el campo, como las Socieda-
des de artesanos urbanos y los grupos de poder que se iban consolidando en
las regiones recién integradas al conjunto de la vida nacional. La gradualidad
y conflictividad de esos procesos de integración regional y social se expresó
en numerosos episodios de nuestra vida política, especialmente en las guerras
civiles de carácter nacional, que se mueven en torno a las tensiones entre
los polos nacional, regional y local5.Sin embargo, esa integración de sectores
subalternos organizados y de grupos emergentes en la sociedad no se agota en
la relación meramente clientelista, sino a veces significa un comportamiento
más moderno, caracterizado por adscripciones de tipo más voluntario, con una
connotación ideológica.
Pero esta combinación de estilos políticos dista mucho de producir un Es-
tado moderno que pueda colocarse por encima de los intereses particulares,
regionales o locales, sino que el Estado resultante se sigue moviendo sobre
bases de la sociedad tradicional. Por eso, esta mediación bipartidista entre
sociedades regionales y Estado nacional compensa pero no modifica sustan-
cialmente la fragmentación del poder existente (González, 1989b): la combi-
nación de política moderna y tradicional permite a las instituciones del Estado
Nación ejercer algún tipo de presencia en las regiones y localidades, lo mismo
que “representar” de alguna manera los intereses locales y regionales frente a
las instituciones del Estado Nacional. Pero trae como consecuencia el restrin-
gir la autonomía del Estado frente a los partidos y la sociedad al descansar,
en buena medida, en la legitimación electoral que le proporcionan las bases
locales y regionales de los partidos. Este juego de mediaciones entre Estado
5 Para una lectura de las guerras civiles desde esos polos, son útiles los artículos de Stathis Kalyvas,
2001, “La Violencia en medio de la guerra civil. Esbozo de una teoría”, en Análisis Político, # 42, enero-
abril de 2001 y “La ontología de la “violencia política”: acción e identidad en las guerras civiles”, # 52,
septiembre-diciembre de 2004. Y su libro más reciente, 2006, The logic of civil war, Cambridge University
Press. New York.
88 XII Coloquio Colombiano de Sociología

y partidos “constituye a la vez la fuerza y la debilidad del sistema político co-


lombiano: por una parte, se compensa y equilibra la fragmentación de poder
permitiendo cierta presencia de los aparatos del Estado en las regiones al arti-
cular la burocracia central del Estado nacional con las regiones y localidades.
Por otra parte, esta delegación de poder refuerza la fragmentación de éste, lo
que dificulta a menudo las reformas modernizantes pensadas desde el centro”
(González, 1989b: 38).
Este recorrido histórico nos ha obligado a matizar la concepción ideal del
Estado, como realidad homogénea y claramente diferenciada de la sociedad,
con pleno dominio sobre el conjunto de la sociedad, para evitar la tentación a
sobreestimar la capacidad de las instituciones estatales para la transformación
de la sociedad, que pasa por alto las limitaciones que las situaciones realmente
existentes en regiones y localidades. En ese sentido, el hecho de que el Estado
colombiano nunca haya tenido control total del territorio ni haya detentado el
pleno monopolio de la violencia legítima, en vez de aparecer como anomalía e
irregularidad, aparece como parte de nuestro proceso particular de formación
de las instituciones estatales y de construcción de Nación.

La comparación con la imagen modélica del Estado


La especificidad de nuestra configuración estatal aparece muy clara si se
contrasta con los modelos teóricos, abstraídos de la experiencia de algunos
países. La construcción del monopolio estatal de la fuerza y la justicia aparece
asociado a cierto nivel de centralización política, que se expresa en el esta-
blecimiento de un centro político, un centro territorial y también institucional
hacia el cual tienden o se orientan las relaciones políticas, como es el caso
del predominio creciente de Londres y París en sus respectivos países (Tilly,
1992). Y también muestran la constitución gradual de lo que Tilly denomina
una forma de dominio directo de las instituciones estatales sobre la población
ubicada en un territorio delimitado, que se logra por medio de la derrota, coop-
tación o reemplazo de los notables locales y regionales. Este dominio directo
del Estado se ejerce por medio de una burocracia de funcionarios profesiona-
les, un ejército con pleno monopolio de la coerción legítima y una adminis-
tración impersonal de justicia, impartida de acuerdo a normas preexistentes.
Pero, aclara el mismo autor, este “paso” del dominio indirecto del Estado
al poder directo de funcionarios burocratizados fue el resultado de una serie
de negociaciones y conflictos, como aparece en el caso francés, donde la ne-
cesidad del reclutamiento masivo de 1793 obligó a los funcionarios estatales a
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 89

negociar cierta ampliación de la ciudadanía y de las consultas a la población,


que limitaban el poder del gobierno central (Tilly, 1993). En ese sentido, el
modelo francés se convirtió en el ideal por imitar: la eliminación de los in-
termediarios tradicionales y la reforma territorial alteraron la correlación de
fuerzas entre los poderes económicos y políticos, que terminar por modificar
la estructura local de poder.
Además de esta centralización política, Norbert Elias (1998) ha llamado la
atención sobre el hecho de que la formación del Estado implicó también, una
creciente integración de estratos sociales. Este autor subraya la importancia
que el comercio, el desarrollo de las actividades industriales y la creciente re-
levancia de las ciudades tiene en la transformación del balance de poder entre
grupos sociales. Estas transformaciones se manifiestan en los nuevos lazos en-
tre rey, nobles y burgueses, las formas nuevas de estratificación social (clases)
y la conflictiva extensión de los derechos de ciudadanía y de representación
política. Esta integración de estratos transforma el equilibrio de poder entre
grupos sociales obligaba a los poderes del Estado central a establecer relacio-
nes con los sectores burgueses o de los grupos urbanos o subordinados para li-
mitar la preeminencia social y política de sus competidores por el poder. Estas
negociaciones con grupos emergentes junto con la resistencia de los poderes
previamente existentes frente a la centralización política fueron preludiando
las ideas del equilibrio de poderes.
Esas relaciones cambiantes entre los poderes previamente existentes, los
grupos sociales emergentes y los funcionarios estatales hacen ver la relevancia
de la crítica de Michael Mann sobre la poca importancia que los teóricos del
Estado y de la política moderna han prestado a las dimensiones territoriales
del poder político y a las conflictivas articulaciones entre los ámbitos local,
regional y nacional de ese poder (Bobbio, 1985). Por ello, según el equilibrio
que se establezca entre el centro político, las regiones y las redes segmentadas
de poder en una coyuntura concreta, el Estado moderno puede cristalizar en
conjuntos diferenciados de instituciones políticas en distintas y definitivas co-
yunturas (Mann, 1997: 122). Esa cristalización se expresa en la configuración
y el funcionamiento de los partidos políticos, que rearticulan previas redes
segmentadas de poder, como clientelas, tribus, gremios, jerarquías de mandos
militares, sectores nobles y clases altas superiores. Por eso, insiste Mann, el
moderno Estado-nación no destruye sino que rearticula formas anteriores de
organización política y jerarquización social (Mann, 1997: 37). Para él, es cla-
ro que los partidos políticos “modernos” recogen y rearticulan antiguas redes
90 XII Coloquio Colombiano de Sociología

segmentadas de poder como clientelas, tribus, gremios y clases altas, de modo


que las luchas de facciones y grupos termina por moldear al propio Estado
nación y a su estructura social (Mann, 1997: 37, 86, 87).
Esta mirada diferenciada de las trayectorias de los diferentes países de
acuerdo a esos diferentes equilibrios entre el centro y las regiones contrasta
con la visión centrada en la idea de Estado impulsada por los juristas y filó-
sofos, que se basa principalmente en la idealización del caso francés. En con-
travía con esta tendencia, conviene tener en cuenta los inconvenientes que se
derivan de esta tendencia a la homogenización cultural de la nación de acuer-
do a una idea preestablecida de Estado, que hace abstracción de los procesos
históricos que la generaron y los condicionamientos previos que favorecieron
su desarrollo. En ese sentido, hay que recordar que el mismo Charles Tilly re-
conoce que no todos los países logran necesariamente el monopolio de la fuer-
za y la justicia y que existen caminos de construcción estatal diferentes a los
de Inglaterra y Francia. Las diferencias provienen de la correlación concreta
de fuerzas entre las instituciones estatales del orden nacional y los poderes de
hecho existentes en regiones y localidades: en algunos casos las instituciones
estatales de carácter central pueden someter a los poderes locales y regionales,
pero en otros caos son dominados por ellos o se ven obligadas a negociar y
coexistir con ellos, otorgándoles una especie de delegación de poder, que solo
confirma el poder de hecho que ya poseen.
Por eso, sostiene este autor, los casos de Rusia, España, Portugal e Ibe-
roamérica no son anómalos con respecto al modelo ideal sino que representan
una variable de las múltiples combinaciones posibles entre coerción y capital
(Tilly, 1990: 237): en el caso de España y Portugal la guerra no condujo indi-
rectamente al fortalecimiento civil del gobierno porque las rentas coloniales
financiaban el gasto militar, lo que minimizaba la necesidad de negociación
con la clase subordinada para obtener recursos para la guerra, que llevó en
otros países a otorgar derechos y concesiones a la población(Tilly, 1990: 189).
Por eso, concluye este autor, el caso español, donde se combinaba una
estructura relativamente centralizada con serios obstáculos para la acción uni-
taria del Estado, no es una patología sino la consecuencia previsible del tipo
de negociación entre soberanos y poderosos locales y regionales en el proceso
de crear una estructura centralizada. En esa negociación, los poderosos procu-
raban a los gobernantes los medios para ir a la guerra a cambio de mantener
un poder local que obstaculizaría el desarrollo de cambios ulteriores que los
soberanos impulsaban para reducir ese poder. Además, según Tilly, la expe-
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 91

riencia europea, bien entendida, clarifica la situación de América Latina, espe-


cialmente lo referente a la gran autonomía de los jefes militares y los grandes
terratenientes en gran parte del continente. En ese sentido, concluye este autor,
en el sistema iberoamericano de Estados pueden verse aún “los cadáveres de-
capitados de los imperios ibéricos” (Tilly, 1990: 17-18).
Sin embargo, este acercamiento etnográfico a la política no debe pasar por
alto tampoco la existencia de algunas condiciones estructurales previas como
el “encerramiento” o “enjaulamiento” de la población dentro de un territorio
previamente definido, el aumento de las interacciones sociales y económicas
de los grupos poblacionales en ese espacio, el paso de una economía nacional
a una monetaria y la consiguiente expansión de los medios de comunicación
y transporte (Gellner, 1992: 22; 1997). En ese sentido, hemos recurrido a los
planteamientos de Ernest Gellner que insisten en que la sedentarización de
las poblaciones y su fijación en unos territorios delimitados hacen que ellas
tengan limitadas posibilidades físicas, económicas, políticas para desplazarse
hacia otras zonas, que las obligan a esforzarse por hacer coincidir en el mismo
espacio geográfico sus redes de relaciones políticas, económicas y religiosas.
Para este autor, sin la existencia previa de esos condicionamientos sociales
de la vida política, el esfuerzo unificador de un líder o de un grupo político
sería excesivamente costoso para valer la pena: es casi imposible imponer el
monopolio estatal de la coerción cuando la población tiene la oportunidad de
escapar a periferias más marginales y aisladas cuyas tierras puede colonizar
(Gellner, 1992; 1997). En tales casos, el Estado central puede “preferir” de-
legar el control de esas áreas en manos de los poderes de hecho que existen
o se están formando en ellas. Esta situación explica también la existencia de
comunidades campesinas más igualitarias y relativamente autónomas, casi al
margen de las instituciones estatales (Ernest Gellner, 1992: 132 y siguientes.)
En esas situaciones, sostiene este autor en otro trabajo, se produce lo que
él denomina “centralización incompleta”: allí una buena solución puede con-
sistir en entregar poderes “a individuos que en teoría son representantes su-
yos pero que de hecho poseen una base local de poder”, que los convierte en
intermediarios entre las exigencias del poder central y los intereses locales
(Gellner, 1977: 13-14). En ese contexto surgen formas muy personalizadas
de poder, basadas en el clientelismo, parentesco y patronazgo, que se presen-
ta con mayor fuerza en los Estados escasamente centralizados, los mercados
defectuosos y las burocracias ineficaces representan un espacio muy propicio
para esas formas políticas (Gellner, 1977: 14-15). Para Gellner, el cliente-
92 XII Coloquio Colombiano de Sociología

lismo resultante es una forma de poder que se presenta en Estados débiles,


cuya debilidad no es tan grande como para tolerar un feudalismo abierto pero
que pueden estimular formas semifeudales de explotación en áreas apartadas,
basadas en el intercambio entre trabajo o bienes agrícolas y protección, o al
menos, no-atropello. Esto no se presenta exclusivamente en zonas rurales casi
inaccesibles, sino también en vastas zonas urbanas, donde el Estado ha sido
incapaz o poco inclinado a imponer su autoridad en vastas zonas urbanas, lo
que da lugar al típico “protector” urbano, que impone su control allí donde no
lo imponen los de más arriba” (Gellner, 1977: 14-15).
La comparación con estos autores mostraría que el proceso de configura-
ción del Estado colombiano no es una anomalía sino una variante particular
de las diversas dimensiones que ha presentado la construcción de los Estados
nacionales en Occidente, como la integración de territorios y de estratos so-
ciales en torno a la consolidación de instituciones impersonales que regulan
las interacciones de la población fijada dentro de un territorio previamente
delimitado por unas fronteras (Gellner, 1992; 1997; Elias, 1998: 115-116 ),
que va acompañado por unos procesos de identificación de la población con
ese territorio y de aceptación de la legitimidad de esas instituciones. Estos
procesos de identificación con la nación no suprimen las identidades con uni-
dades subnacionales sino que las articulan en una comunidad “imaginada” de
compatriotas, en términos de Benedict Anderson (1985), que se refieren a la
memoria de un pasado compartido y la esperanza de un futuro común, en un
contexto espacial donde se relacionan, de manera muy desigual, con las insti-
tuciones y normas de un Estado.

Hacia la crisis del modelo de presencia diferenciada del Estado


Obviamente, las discusiones previas sobre la aplicación de los conceptos
de Estado fallido, precario, capturado o reconfigurado a la situación actual del
país evidencian dos cosas: la permanencia del estilo diferenciado de la pre-
sencia de las instituciones del Estado en las regiones y localidades, al lado de
la manera como ese estilo de funcionamiento produce escenarios favorables a
la inserción de grupos ilegales en la vida pública del país, dado el contexto de
los cambios producidos en la situación de los partidos tradicionales, su crisis
de legitimidad, el surgimiento de nuevos partidos y agrupaciones políticas y
el impacto del narcotráfico en la sociedad colombiana.
Estos cambios hacen evidente la crisis del papel mediador de los partidos
tradicionales, que había sido un elemento clave para la articulación de los
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 93

niveles locales y regionales de poder con el nivel central. Esta crisis de repre-
sentación se ha venido evidenciando, en el mediano plazo, en el aumento de
la movilización social por fuera de los partidos y por la desarticulación de los
niveles de poder producida por los intentos de modernización estatal, desde
las reformas del Frente Nacional hasta las propuestas de paz de Betancur y
Pastrana. Más recientemente, en el gobierno anterior del presidente Uribe, la
tendencia al fortalecimiento del ejecutivo, identificado con la persona del ac-
tual presidente, presentó un nuevo modelo de articulación con la llamada clase
política tradicional que reúne los poderes locales y regionales.
En realidad, ese deterioro gradual del modelo bipartidista de funcionamien-
to estatal había comenzado mucho tiempo antes: la crisis es preludiada por el
surgimiento de grupos disidentes de los partidos asociados a los problemas
agrarios y obreros de los veinte, el aumento de la capacidad del Estado en esos
años y los intentos modernizantes de la República liberal de los treinta, que
producen una mayor estatalización de la política y una mayor capacidad del
Estado central para intervenir en la vida política y económica de las regiones.
Esto modifica el tipo de relación clientelista entre los políticos del centro y los
gamonales regionales y locales, cuya resistencia a los intentos modernizantes
y el surgimiento del populismo gaitanista reflejaron la heterogeneidad interna
del sistema bipartidista, caracterizado por los enfrentamientos entre facciones.
Esas contradicciones internas del modelo se hacen evidentes en los esfuer-
zos fallidos de los gobernantes por “modernizar” las sociedades consideradas
“atrasadas” y hacer más eficaz el funcionamiento del Estado, que se vieron
siempre neutralizados por los poderes locales y regionales previamente exis-
tentes. Así, el intento liberal de modernización política y social, liderado por
Alfonso López Pumarejo, de carácter más secular y pluralista, produjo un am-
biente de polarización social y política, que preparó el contexto de la llamada
Violencia de los años cincuenta. Sin embargo, ni el intento de modernización
liberal ni esos episodios violentos significaron una ruptura del modelo bipar-
tidista de intermediación política, aunque mostró algunos quiebres en el papel
articulador que jugaban los partidos entre los niveles local, regional y nacional
de la vida política: los hechos violentos mostraban diferentes características
según las particularidades de las regiones y su grado de integración a la vida
nacional. La naturaleza local de muchos hechos violentos reflejaba no solo el
predominio de las estructuras locales de poder sobre las nacionales sino tam-
bién la fragmentación interna que subyacía a las redes bipartidistas de poder:
las guerrillas locales, en espacial las liberales, representaban cierta distancia
94 XII Coloquio Colombiano de Sociología

frente el nivel nacional de los partidos y mostraban profundas divisiones entre


el campesinado. Además, esta atomización del campesinado se profundizó por
las luchas entre guerrillas liberales y comunistas.
Sin embargo, de manera paradójica, esta Violencia terminó favoreciendo
a los partidos tradicionales como identidades colectivas porque la pertenen-
cia a ellos se convirtió, según Pécaut, en el único referente de sentido para
la terrible experiencia que esos campesinos habían vivido. Esa experiencia
también explica el pacto consocional del Frente Nacional, que perpetuaba los
inconvenientes derivados de la presencia diferenciada del Estado: la estabili-
dad política lograda por el régimen compartido de los partidos impidió tanto
el surgimiento de nuevos poderes como el logro de las reformas sociales y
económicas necesarias para los problemas que estaban apareciendo en la se-
gunda mitad del siglo XX.
Esas dificultades se hicieron evidentes en los sesenta y setenta cuando los
rápidos cambios sociales y demográficos hicieron obsoletos los marcos ins-
titucionales que el país tenía para afrontarlos: la rápida urbanización y me-
tropolización del país, la secularización pacífica de las clases medias y altas,
la apertura a diversas corrientes mundiales de pensamiento, los cambios en
el papel social de la mujer, la radicalización de las clases medias urbanas, la
brecha entre movimientos sociales radicalizados y su expresión política. Este
desfase se exacerbó por el fracaso de la reforma agraria y la criminalización
de la protesta, que resultaba de la heterogeneidad interna del Frente Nacional
porque las tensiones entre las facciones de los partidos tradicionales neutrali-
zaban esos intentos reformistas (Pécaut, 1988: 16-28). Así, la heterogeneidad
interna del Frente Nacional hacía que las reformas parecieran demasiado tí-
midas para ganarse el apoyo de las clases medias y los grupos populares, pero
excesivas para las elites locales y regionales de algunas regiones del país,
como en la Costa Caribe (Pécaut, 1988: 16-28).
El auge de la movilización social por fuera de los partidos ya hacía eviden-
te, en la segunda mitad del siglo XX, que el modelo bipartidista de mediación
con la sociedad estaba erosionándose paulatinamente: se produce entonces
una desinstitucionalización creciente de las luchas sociales, que se expresa
en movimientos cívicos y urbanos, marchas campesinas, paros cívicos, etc.,
que son leídos por Daniel Pécaut como la “informalización” de las relaciones
sociales y la ampliación de la distancia entre la esfera política y la esfera de
la sociedad (Pécaut, 1988: 28). De manera contrastante con la mirada desde
lo político, los expertos sobre los movimientos sociales miran estas moviliza-
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 95

ciones sociales como un proceso creciente de autonomización de los sectores


populares alternativos frente al sistema político esencialmente corrupto de los
partidos tradicionales. A mi modo de ver, la emergencia de una amplia pero
dispersa movilización social, al margen de los partidos tradicionales y con un
carácter marcadamente “antipolítico” que busca una ampliación de la ciuda-
danía social, representa la otra cara de la gradual erosión del modelo de medi-
ción entre Estado y Sociedad que el bipartidismo había realizado a lo largo de
la historia política anterior6.
Pero, además de esa incapacidad para expresar las tensiones de la sociedad,
el sistema bipartidista empezaba a mostrar limitaciones en su articulación de
los niveles locales y regionales de la política con el nivel central y estatal de la
política cuando los intentos modernizantes del Estado central y sus tecnócra-
tas se ven bloqueados por la resistencia de sectores de la sociedad y de parte
de los partidos políticos tradicionales y de sectores de los aparatos del propio
Estado. Esa desarticulación se hizo patente en las reacciones de grupos políti-
cos locales y regionales a los intentos modernizantes y reformistas (Bejarano
& Segura, 1996) de Lleras Restrepo (1966-1970), que mostraban las tensiones
entre la lógica tecnocrática de los funcionarios del nivel central, inspirada a
veces en realidades culturales y sociales muy distintas de las nuestras, y el
poder legislativo, normalmente considerado como el reino de la política clien-
telista, que refleja la lógica tradicional del quehacer político pero que a veces
refleja mejor las idiosincrasias y problemáticas específicas de las regiones y
localidades.
Por otra parte, la resistencia de algunos sectores económicos y políticos a
los intentos reformistas mostraba también diferentes correlaciones de fuerza
entre instituciones centrales y los poderes existentes de hecho en localidades
y regiones. Esta confrontación fue produciendo la erosión gradual de las rela-
ciones entre los jefes políticos del orden nacional y los poderes locales y re-
gionales, que fue llevando al predominio de los llamados barones electorales
de las regiones (Gutiérrez, 2007a). El resultado de esas tensiones y reformas
selectivas fue la creciente deslegitimación de la clase política tradicional: la
mayoría de la opinión pública tendía a ver a los políticos profesionales en-
cerrados en su propia lógica clientelista, al haber quedado despojados de la
capacidad para negociar en favor de las regiones que habían refrendado su
poder en las elecciones.

6 Cfr., Fernán E. González “Presentación” al libro de Mauricio Archila, 2003, Idas y venidas, vueltas y
revueltas. Protestas sociales en Colombia, 1958-1900, ICANH y CINEP, Bogotá, pp.16.18.
96 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Esa contraposición de lógicas políticas es analizada en detalle por Francis-


co Gutiérrez cuando muestra las razones de la derrota de los intentos de políti-
ca “virtuosa” de Carlos Lleras Restrepo y Luis Carlos Galán por las prácticas,
electoralmente más eficientes, de los sectores lopistas y turbayistas del libe-
ralismo (Gutiérrez, 2007b): según este autor, la tendencia a la fragmentación
era inherente al sistema político del clientelismo. Las demandas colectivas
basadas en retribuciones inmediatas y tangibles superaban siempre las posibi-
lidades de los recursos de los políticos, mientras que el descontento de líderes
secundarios locales frente al jefe superior en la escala y la dificultad de acción
colectiva cuando cada líder es el dueño de los votos dificultaban la cohesión
interna del grupo. Estas situaciones llevaron a una seria crisis de representa-
ción política y de la legitimidad de las instituciones del Estado,
Para afrontar esta crisis, la reforma constitucional de 1991 reconoció el
pluralismo étnico, religioso, cultural y regional del país, reconoció una am-
plia gama de derechos económicos, sociales o culturales e intentó corregir los
vicios más protuberantes de la vida política, Sin embargo, muchas de estas
reformas se vieron frustradas por la legislación que las reglamentaba, la cul-
tura política tradicional y el debilitamiento del intervencionismo estatal que
la misma constitución establecía (Bejarano, 2001). Además, algunas medidas
descentralizantes de la nueva constitución junto con la elección popular de
alcaldes y gobernadores, que buscaban una mayor democratización de la so-
ciedad, produjeron la dislocación de las maquinarias políticas que articulaban
los poderes locales y regionales con las facciones nacionales de los partidos
y con las instituciones del Estado central, sin crear mecanismos nuevos que
lograran cohesión política y facilitaran la acción colectiva.
Estas reformas acentuaron la tendencia hacia el faccionalismo y el per-
sonalismo de la política colombiana, que eran, para Francisco Gutiérrez, un
efecto no planeado de las tensiones internas del Frente Nacional: sus deman-
das como programa de desarrollo, proceso de paz y transición democrática
trasladaron la competencia política al interior de los partidos y favorecieron a
los jefes regionales, al debilitar las tendencias nacionales y permitir el ascenso
de líderes emergentes. Para Gutiérrez, se produjo una “democratización anó-
mala” donde se impusieron los políticos de la periferia sobre el centro, gracias
a su eficiencia en los mecanismos de recolección de votos. Esta situación pro-
dujo el dominio de los llamados “barones políticos” de regiones y localidades,
cada vez más autónomos frente a los niveles nacionales del poder. La reciente
reforma electoral de 2006 buscaba precisamente contrarrestar la tendencia ha-
cia la desinstitucionalización de los partidos al elevar los umbrales electorales
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 97

Los problemas políticos que resultaban de este escenario fragmentado se


vieron profundizados por la irrupción del narcotráfico en la sociedad y en la
política colombianas, particularmente en los años ochenta y noventa, que pro-
fundizó aún más la deslegitimación de la clase política. Esta deslegitimación
alcanzó su punto culminante en 1994 cuando el presidente Samper fue acu-
sado de recibir dineros del narcotráfico para el financiamiento de su campaña
electoral. Además de acentuar la crisis de legitimidad del régimen político, la
infiltración del narcotráfico en la vida pública profundizó la tendencia hacia
la fragmentación y privatización del poder al ir haciendo difusas las fronteras
entre violencia política y actividad criminal y ligando los conflictos de las
escisiones maestras del nivel nacional con los micromotivos de los conflictos
locales y regionales. Así, la violencia llegó a permear el conjunto de la vida
social del país y se convirtió en el mecanismo de solución de muchos conflic-
tos privados y colectivos. El resultado de esta combinación de conflictos fue la
profunda crisis humanitaria que el país continúa afrontando con fenómenos de
“guerra sucia” en las zonas rurales, “limpieza social” y “falsos positivos” en
las zonas urbanas. Y, en las zonas del conflicto, el uso de la violencia para ase-
gurarse la lealtad de la población civil junto con los cambios territoriales del
control de los actores armados, produjo la llamada guerra contra la población
civil, supuestamente considerada la base social del adversario: los ataques al
“tercero interpuesto” en vez de los combates directos entre los combatientes
ha hecho que algunos como Daniel Pécaut caractericen el conflicto colombia-
no como “una guerra contra la sociedad” (Pécaut, 2001: 15-20).
Otro de los impactos del narcotráfico fue la transformación generada den-
tro de los grupos guerrilleros: el aumento consiguiente de los recursos y de
la capacidad de reclutamiento hizo a las FARC mucho más autónoma frente
a la opinión pública nacional e internacional y la llevó a enfatizar aún más la
dimensión puramente militar a expensas de los aspectos más políticos e ideo-
lógicos. Para algunos autores, como Daniel Pécaut, la presencia del narcotrá-
fico representó una ruptura fundamental con respecto de la violencia previa a
los años ochenta, sin negar la continuidad en algunos aspectos (2001: 43-52).
En ese mismo contexto de inserción del narcotráfico en la vida colombiana
y de crisis de la mediación del bipartidismo, se produce la emergencia de los
grupos paramilitares y de autodefensa, que combinan la resistencia contra-
insurgente de poderes locales y regionales, relativamente autónomos, con la
emergencia de nuevos líderes y grupos provenientes del narcotráfico, unidos
en la defensa intransigente del status quo social, político y económico, ame-
98 XII Coloquio Colombiano de Sociología

nazado tanto por la movilización social de grupos excluidos, el avance de


grupos políticos radicales y las actividades extorsivas y militares de los gru-
pos guerrilleros. Según Gustavo Duncan, el sistema político clientelista y la
desarticulación de los jefes políticos locales y regionales con respecto al cen-
tro, favorecidos por la descentralización, resultaba altamente funcional para el
desarrollo de lo que él denomina “los señores de la guerra”( Duncan, 2007).
Esos “señores de la guerra”, primordialmente de carácter local y regional,
provenían de grupos de narcotraficantes, que gradualmente se volvieron terra-
tenientes tradicionales, interactuaban de manera diferenciada con los poderes
políticos realmente existentes en esos ámbitos. Así, los narcotraficantes no
fueron los únicos protagonistas del surgimiento y expansión de los grupos
paramilitares, sino que contaron con el apoyo de algunos grupos locales y
regionales de poder y de algunos sectores económicos, que se sentían amena-
zados por los avances militares y los actores extorsivos de la guerrilla y des-
protegidos por parte del Estado. Especialmente, cuando las guerrillas se pro-
yectan, desde sus tradicionales zonas periféricas de colonización campesina
hacia regiones relativamente más conectadas con la vida política y económica
del conjunto de la nación o territorios con rápida expansión económica donde
se producían tensiones sociales que sobrepasaban la capacidad regulatoria del
Estado. Además, hay que recordar que, en esas regiones más integradas, los
poderes locales y regionales se habían venido desarticulando paulatinamente
de los ámbitos nacionales del poder por su creciente desconfianza frente al
Estado central tanto por sus tímidos intentos reformistas como por las nego-
ciaciones de paz de los gobiernos de Betancur y Pastrana con la cúpula de las
guerrillas, sin contar con su anuencia.
Esta situación llegó a ser dramática bajo el gobierno de Betancur, cuan-
do los militantes más políticos de la Unión Patriótica, movimiento político
creado en ese entonces para facilitar el tránsito de los guerrilleros a la vida
política`, fueron casi sistemáticamente eliminados. Los avances electorales
de esta organización en zonas de colonización, abierta o a punto de cerrarse,
amenazaban el dominio tradicional, de corte clientelista, de los jefes políticos
regionales y locales; a eso se sumaban las presiones de secuestros y extor-
siones de las FARC sobre terratenientes, tradicionales o agroindustriales y la
expansión guerrillera hacia zonas más integradas a la vida económica para
acentuar la resistencia de los poderes locales y regionales frente a las nego-
ciaciones de paz desarrolladas por el gobierno Betancur, que no consultaban
sus intereses. Pero también hay que subrayar las ambigüedades de algunos
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 99

miembros del Partido Comunista y de las propias FARC frente a la lucha ar-
mada, que trataron de disfrazarse bajo la formulación de la “combinación de
todas las formas de lucha”, que era una tácita invitación q que los grupos de la
derecha hicieran lo mismo.
En respuesta a los avances de la insurgencia, los grupos paramilitares tra-
taron de confederarse en las AUC, Autodefensas Unidas de Colombia, bajo el
liderazgo de Fidel y Carlos Castaño, pero que nunca lograron ir más allá de
constituir una organización sombrilla que ocultaba la diversidad de intereses
y grupos a lo largo del territorio nacional. Sin embargo, el control logrado por
esas diversas fuerzas llegó a cubrir buena parte del territorio rural de la Costa
Caribe, el Magdalena Medio e importantes partes de Arauca, Casanare, Meta
y Catatumbo.
Estas diferencias internas de los grupos paramilitares y la diversidad de
sus relaciones con los poderes locales y regionales de sus zonas de dominio
se hicieron manifiestas en los procesos de desmovilización y desarme de los
grupos armados bajo el gobierno de Uribe Vélez. La negociación de entonces
giraba principalmente en torno a los aspectos legales de la impunidad y la
necesidad de reparación, sin considerar las implicaciones políticas y econó-
micas que conllevaba, particularmente en relación con los poderes de facto
existentes en localidades y regiones. Los problemas de la integración de los
combatientes rasos a la vida civil, los aspectos relacionados con el despojo
o abandono de tierras que habían producido esos grupos, la contrarreforma
agraria que llevaron a cabo en algunas regiones y las relaciones de los señores
de la guerra con los poderes económicos y políticos dominantes en sus zonas
fueron sistemáticamente evadidos por los funcionarios del gobierno de Uri-
be. Los problemas empezaron a aparecer cuando la intervención de la Corte
Constitucional endureció las condiciones del sometimiento a la justicia de los
jefes paramilitares al obligarlos a la confesión de sus delitos, que hizo evi-
dente la magnitud de los lazos que ellos mantenían con los políticos locales y
regionales y de las negociaciones que llevaron a cabo para conseguir ventajas
para unos y otros. El surgimiento de la llamada “Parapolítica” obligó así a
profundizar el análisis de los juegos políticos y de las interacciones entre acto-
res políticos, legales e ilegales, tanto de los niveles locales y regionales como
nacionales, para acercarnos, desde otra mirada, al proceso de configuración
del Estado en Colombia.
100 XII Coloquio Colombiano de Sociología

A manera de conclusión
Esta mirada, que compara el proceso histórico de configuración estatal con
los modelos teóricos analizados, permite superar la visión del caso colombia-
no como una anomalía o un desarrollo deficiente con respecto al modelo ideal
de Estado para considerarlo como un estilo propio de construcción estatal, no
tan lejano de los procesos conflictivos que llevaron a los Estados consolidados
de la Europa occidental de donde ese modelo fue abstraído. Esta compara-
ción está implícita en nuestro análisis de las violencias más recientes, que se
distancia de las miradas apocalípticas que las consideran un síntoma de un
Estado a punto de colapsar. En vez de ser un Estado fallido, que ha perdido
el monopolio de la coerción, se trataría de un Estado que va integrando gra-
dualmente nuevos territorios y poblaciones marginales, donde la presencia
de las instituciones estatales es diferenciada según el grado de articulación
de esas regiones con el centro del país y según el tipo de relación que se esta-
blece entre el Estado central y los poderes de hecho existentes en regiones y
localidades. Y según los diferentes modos y momentos de esa articulación y la
manera como se poblaron y organizaron socialmente las regiones, se producen
diferentes estilos de violencia y diversos modos de inserción de los actores
armados ilegales.
Ese diferente grado de articulación y relación entre regiones, localidades y
nación hace que sean diversas las posibilidades de los actores ilegales, arma-
dos o no, para insertarse exitosamente en la vida pública. En ese sentido, los
actores ilegales aprovechan las oportunidades que le brindan tanto las insti-
tuciones estatales realmente existentes en el orden local, regional o nacional,
como las interacciones de ellas con los poderes de facto. La información re-
colectada por el equipo dirigido por Claudia López proporciona una evidencia
abrumadora sobre el grado enorme que alcanzó el aprovechamiento de esas
oportunidades por parte de los actores ilegales para insertarse en la vida públi-
ca en los niveles locales, regionales y nacionales.
Sin embargo, como comentaba Francisco Gutiérrez Sanín en sus comen-
tarios introductorios, esta evidencia no es suficiente para afirmar que se haya
dado una real configuración, cooptada o no, de las instituciones como un todo.
Para eso, aduce la eficacia de los pesos y contrapesos, específicamente de la
rama judicial para operar y la incapacidad de los legisladores elegidos con
apoyo de actores ilegales para actuar como bancada unificada para impulsar
un proyecto común. Esta incapacidad evidenciaba problemas de acción colec-
tiva, derivada de su esencial tendencia a la fragmentación, que respondía tanto
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 101

al hecho de que el paramilitarismo nunca logró consolidar un proyecto políti-


co propio más allá de los intentos fallidos de confederación bajo el liderazgo
como a las dificultades derivadas de la naturaleza de la alianza entre actores
legales e ilegales, señaladas agudamente por el mismo Francisco Gutiérrez en
uno de sus libros anteriores. Y al funcionamiento normal de las coaliciones
de los legisladores en el Congreso y el interés de ellos en los aspectos de la
negociación del presupuesto.
Señalaba Gutiérrez las contradicciones que el hermano de Escobar, “El osi-
to”, establecía entre los narcotraficantes, que eran “hombres de palabra” y los
políticos, que eran tramposos y traicioneros, con tendencia a “faltonear”, o sea,
recibir el apoyo electoral y financiero de los narcotraficantes para evadir luego
las responsabilidades a las que se habían comprometido. Pero la alternativa de
convertirse en políticos los hacía demasiado visibles para seguir los negocios
ilegales, mientras que la alternativa de intimidarlos o comprarlos generaba
otras dificultades, como las que señala este autor a propósito de las relaciones
de los narcotraficantes con los barones liberales: los políticos no podían apa-
recer muy identificados con los criminales sin perder su eficacia como media-
dores con el sistema; por eso, su conducta aparecía necesariamente ambigua
frente a los carteles, oscilando entre el apoyo y la distancia, para evitar ries-
gos; de ahí que la penetración de los narcotraficantes en la vida pública fuera
ineficaz porque los políticos a su servicio se enfrentaban siempre al sistema
vigente de pesos y contrapesos, como el de un poder judicial relativamente au-
tónomo, y de la vigilancia de la opinión pública. Este panorama se hacía más
complejo por el carácter ambiguo y difuso de la separación entre complicidad
y negociación en las alianzas de legales e ilegales. Pero, según este autor, todas
estas cosas combinadas impidieron que los narcotraficantes se apoderaran en-
teramente del sistema político (Gutiérrez, 2007: 345-347, 384-386, 393-394).
Además, es importante recordar, como hace Gutiérrez, que el propio di-
seño institucional derivado del Frente Nacional y de la evolución posterior
del régimen político debilitaba el sistema de pesos y contrapesos y ofrecía
muchos incentivos para utilizar su función intermediaria en beneficio propio
(manipulación privada de los auxilios parlamentarios, la parcialidad del sis-
tema judicial por ser bipartidista, la capacidad para aumentarse los sueldos).
Ese diseño, sostiene el autor, castigó a los políticos del centro que lo habían
concebido y dio poder a los barones electorales creando un espacio propicio
para la inserción de los ilegales en la vida pública. Para él, la entrada de los
ilegales en la vida pública cogió al sistema político en la transición del centra-
102 XII Coloquio Colombiano de Sociología

lismo regulado del Frente Nacional al predominio de los barones regionales


coaligados bajo el turbayismo; el paso del modelo agroexportador del café al
minero cocalero y la transición hacia el dominio de los políticos regionales
“abrió una enorme ventana de oportunidad tanto a los barones para establecer
y ampliar su predominio como a los empresarios ilegales para probar diversas
vías de acceso al poder político” (Gutiérrez, 2007: 408-410).
La confluencia de estas oportunidades produjo la llamada Parapolítica,
descrita como captura o reconfiguración cooptada del Estado, pero, que, modo
de ver, no es sino el aprovechamiento de las nuevas oportunidades generadas
por la autonomización creciente de los poderes locales y regionales frente a las
políticas de reforma y paz pensadas desde el centro junto con la consiguiente
crisis de la articulación bipartidista de las regiones con el Estado central, las
transformaciones sociales y políticas que la economía de la coca produjo en
algunas regiones, las tensiones sociales generadas por el rápido crecimiento
de algunas regiones que superaban la capacidad regulatoria del Estado y la
creciente movilización social por fuera del marco de intermediación del siste-
ma bipartidista. En esa compleja situación, la expansión militar de la guerrilla
hacia zonas más integradas del país, que combinaba la acción política con el
recurso a prácticas extorsivas y recursos de la economía del narcotráfico, jun-
to con el avance electoral y político de algunas fuerzas de izquierda (algunas
de ellas no suficientemente diferenciadas de la acción armada) produjeron la
alianza de grupos paramilitares con los poderes locales y regionales, con la
anuencia, colaboración u omisión de fuerzas estatales del orden nacional.
Por otra parte, tampoco podría hablarse en rigor de “captura invertida”
de la coalición uribista con los actores políticos que se beneficiaron del apo-
yo de grupos ilegales sino de la negociación habitual que el poder ejecutivo
hace con los parlamentarios que lo apoyan, pero, obviamente, sin preocuparse
mucho del origen de su poder. Por eso, estas alianzas entre actores legales e
ilegales no podían configurar una bancada unificada sino la unión ocasional
de congresistas aislados, que representaban diversos intereses, incluidos los
de los ilegales, en torno a los proyectos del gobierno, El problema residiría en
las consecuencias que tuvieron esas alianzas en sus respectivas regiones, que
mostrarían enormes diferencias de arreglos institucionales entre actores lega-
les e ilegales. Y habría que destacar, además, la enorme resiliencia y capacidad
de adaptación de la clase política tradicional frente a las consecuencias pena-
les de esas alianzas: su poder político regional y nacional les permitía salir
relativamente bien librados de la persecución judicial, lo que contrastaba con
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 103

las extradiciones y condenas de sus socios ilegales. E, incluso en los casos de


condena penal, los políticos profesionales lograron transferir su poder electo-
ral a sus parientes y allegados para mantener el poder regional en manos de la
clase política tradicional, renovada en algunos casos con poderes emergentes
de las regiones, que los obligaron a buscar nuevos equilibrios políticos según
la correlación de fuerzas de la coyuntura.
En el fondo, esta situación política refleja la resistencia exitosa de los po-
deres locales y regionales contra los intentos de institucionalización y esta-
talización nacional de la política en un nuevo contexto marcado por la emer-
gencia de actores ilegales vinculados al narcotráfico: los intentos reformistas
de ampliación del dominio directo del Estado no encontraban condiciones
favorables para imponerse sobre los poderes tradicionales de los gamonales
locales y regionales, cuya resistencia se veía reforzada por los nuevos señores
de la guerra, con los cuales coincidían en la resistencia al mayor interven-
cionismo estatal y en la lucha contrainsurgente contra las guerrillas. En esa
situación, la única salida posible que encontró la coalición uribista era mante-
ner el equilibrio existente en la negociación con los barones regionales y los
operadores políticos del ámbito local, semejante a la categoría de “dominio
indirecto del Estado”, acuñada por Charles Tilly, y mantener el estilo diferen-
ciado de relación de las regiones con las instituciones del Estado.
104 XII Coloquio Colombiano de Sociología

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implicaciones para el Estado, proyecto de investigación realizado por el CINEP
con el apoyo de COLCIENCIAS y la AID, Bogotá, marzo de 2001.
DE LOS PODERES FÁCTICOS EN LOS TERRITORIOS
REGIONALES A LA CARACTERIZACIÓN DEL RÉGIMEN
EN EL TERRITORIO NACIONAL

Carlos Miguel Ortiz Sarmiento1

Lo que propongo es una reflexión sobre la dinámica histórica del régimen


político, en el juego permanente entre expresiones de poder en los territorios y
las expresiones del nivel nacional del poder del Estado. (Entiendo por territorios
regionales los de los departamentos, municipios, regiones configuradas en la
práctica por varios de esos poderes con radio de acción en un conjunto de
municipios).
El ángulo desde el cual examinaré esas expresiones de poder es el de la
violencia, simplemente por ser desde donde he trabajado sobre la sociedad y
el poder en mis investigaciones. Bien hubiera podido ser otro.
La reflexión que propongo cubre el período entre el Frente Nacional y
hoy. Resumiendo lo que voy a decir: Parto de una premisa, sobre el Frente
Nacional, y esa premisa me lleva a una paradoja, al mirar cómo evoluciona el
régimen estos 55 años, en el cruce de lo regional y lo nacional.

¿Cuál es la premisa?
Repito la advertencia sobre que mis enunciados son propuestos solo desde
el ángulo de la violencia y los poderes, formales o fácticos, que se expresan a
través de la violencia.
Desde este ángulo, el Frente Nacional se propuso con éxito la
institucionalización del uso de la violencia para el control del orden público.
Durante la llamada Violencia de 1946 a 1958, el régimen había resuelto
el problema del control social y del orden público mediante carta blanca a
los grupos privados que se organizaron dentro del partido para la defensa del
gobierno: primero las comisiones mixtas de policías gobiernistas municipales
y nacionales, con civiles voluntarios, luego las cuadrillas de “chulavitas”
reclutados entre partidarios sectarios, y los sicarios pagos llamados “pájaros”.
Del lado de la oposición, las guerrillas organizadas con el visto bueno y el
apoyo del partido liberal, de oposición.

1 Sociólogo, profesor de la Universidad Nacional de Colombia.


110 XII Coloquio Colombiano de Sociología

La exacerbación de violencia de todos esos grupos privados, llevó a las


dirigencias tanto del partido de gobierno como de oposición, a los pactos que
condujeron al régimen del Frente Nacional que implicaba el desmonte de todas
esas estructuras armadas: de los grupos armados defensores del gobierno, y de
las guerrillas liberales antigobiernistas.
Unos y otros aceptaban un pacto de socios para gobernar, pacto
desafortunadamente excluyente de minorías como los del Partido Comunista,
y para mantener el control social y el orden público, aceptaban el uso de
la violencia solamente institucional y no privada, confiado a las Fuerzas
Armadas, con la Policía incluida (pues a la Policía se le había sacado del
control de los partidos y del Ministerio de Gobierno, y se la había supeditado
a las Fuerzas Armadas, desde el gobierno del militar Rojas Pinilla).
Debe quedar también claro que esto que llamo la desprivatización e
institucionalización del control social y del orden público no va solo, no
es un hecho solamente de uso de la violencia y de acondicionamiento de
estructuras armadas disponibles. Va acompañado: a) Por una parte de los
cambios jurídicos, aprobados en el plebiscito del 7 de diciembre de 1957
(especialmente la paridad en los puestos públicos, de los dos partidos que antes
se mataban, y la alternancia en el cargo de Presidente de la República). B)
También va acompañado de los cambios de costumbres políticas, que vienen
junto con los cambios jurídicos anteriores pero no se reducen a ellos: como la
despolitización de los partidos, de la competencia electoral y de las campañas
(ya no se pelea por proyectos de país); como la clientelización de la política y
la compraventa de votos (que es una especie de modernización, bajo las leyes
del capitalismo). C) Va acompañado de un cambio ideológico y cultural, de
“perdón y olvido” complementado con el instrumento jurídico de la amnistía
hacia los autores tanto materiales como intelectuales (muy criticada hoy, desde
la perspectiva de los derechos de las víctimas), y la creación de un imaginario
abstracto llamado “La Violencia” para sustituir a los autores concretos.
Debo hacer unas aclaraciones sobre esta premisa de mi interpretación del
Frente Nacional como un proceso bien logrado de institucionalización del
control social y del orden público; son las siguientes:
Al proponer el concepto de institucionalización no quiero decir más
que eso: institucionalización. No tiene nada que ver con una interpretación
necesariamente positiva del Frente Nacional, o progresista en el sentido,
por ejemplo, de distribución del producto social o de desconcentración de la
riqueza o de solución del dramático problema agrario. El Frente Nacional no
fue, ciertamente, nada de eso.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 111

Tampoco tiene que ver con desconocer sus aspectos represivos, como las
restricciones a la movilización y a la protesta sindical y social en general,
ni equivale a decir que sea mucho más democrático que los gobiernos que
lo precedieron; aunque encuentro igualmente difícil pensar que fueran más
democráticos los gobiernos conservadores durante La Violencia o el gobierno
militar de Rojas Pinilla.
Pero el Frente Nacional logró la desprivatización y la institucionalización
del uso de la violencia en el control del orden social y del orden público, re-
curriendo para esto a las Fuerzas Armadas, bajo una cobertura y una lógica
institucional y nacional que estaba más allá de los poderes, tanto formales
como fácticos, de los territorios (o sea, de los departamentos y municipios).
Y que esto se tradujo en cifras de manera contundente e impresionante: el
descenso de los homicidios en el país, y en las regiones que habían estado más
afectadas por la Violencia de los años 1940 y 50, como Tolima, Antioquia, los
Llanos, Santander y la zona cafetera.
El homicidio registrado como político (por asesinato de liberales o
conservadores o de sindicalistas afiliados a las organizaciones sindicales
proclives a esos dos partidos) bajó a cero, e incluso el homicidio en general
por diferentes causas, bajó a tasas cercanas a las tasas medias de países
como Estados Unidos en la misma época (20 a 25 homicidios anuales por
100.000 habitantes), por debajo, por tanto, de las tasas de varios países de
Latinoamérica como Brasil, Guatemala, México.
¡Nada que ver con lo que sucedería en el país después de 1978, y
especialmente entre 1982 y 2003!

¿Cuál es la paradoja?
La paradoja a la que nos lleva la premisa anterior es que la violencia
–expresada en cifras de homicidios (y podríamos examinar también las cifras
de casos de tortura, de desaparición forzada y de desplazamientos)– no haya
consolidado el descenso logrado en los 20 años de Frente Nacional y desmonte,
entre 1958 y 1978, y, contrario a la institucionalización del uso de violencia
para el control del orden público, estemos en este momento nuevamente
bajo el imperio de la violencia de los grupos privados, los actores armados
irregulares: guerrillas, paramilitares y bacrim.
¿Qué pasó entonces? ¿Por qué se reversó el proceso de institucionalización?,
si fue ¿qué se reversó?, ¿o la reversa es aparente?
112 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Para descifrar esta supuesta contradicción es necesario tomar en consideración


dos grandes hechos: a) el surgimiento del narcotráfico dentro de un contexto de
conflicto armado, hecho ya muy visible desde 1978 con la marihuana en la Costa
Caribe y desde 1982 con la cocaína, cuyo epicentro de negocio era Antioquia.
Estamos hablando de un hecho, pues, nacional pero con ribetes marcadamente
regionales. Y b) La precariedad de lo institucional –nacional– (pese a su logro
de 20 años) puesto de nuevo a prueba, principalmente en las regiones, con el
empoderamiento del narcotráfico.
Recordemos que la institucionalización del control social y del orden
público se hallaba legitimada (en el Frente Nacional) por un pacto (dijimos
que jurídico, político y cultural) que logró mucho consenso pero dejó por
fuera una minoría –la comunista– que fue creciendo, fortalecida precisamente
por esa exclusión.
También la internacionalización de las Fuerzas Armadas como parte de
la misma institucionalización, implicaba inscribir este país en la Guerra Fría
global, y hacer de los más lejanos y pequeños enfrentamientos regionales
(como los de las Fuerzas Armadas institucionales con las minorías comunistas,
excluidas del pacto bipartidista), episodios de la gran confrontación universal
Este-Oeste.
Hasta ahí, simplemente estamos hablando de la Guerra Fría, puesta
en escena aquí en Colombia. ¿Cómo puede esto ligarse al fracaso de la
institucionalización que tuvo éxito durante 20 años y a la privatización, de
nuevo, de la violencia?
Ah, porque el narcotráfico potencia de tal modo a la minoría excluida del
pacto, que aunque es de signo político (el partido comunista), una vez que su
guerrilla, las FARC, decide dejar de enfrentarse con los narcotraficantes y más
bien entrar gradualmente en ese negocio transnacional, crece por ese medio en
poderío militar, así siga siendo, desde el punto de vista político, una minoría
poco acogida a nivel nacional; pero, en cambio, con fuerza –incluso política–
en regiones específicas.
Y ahí no termina la capacidad desestabilizadora del negocio del narcotráfico:
porque, del otro lado de los rebeldes minoritarios que son los guerrilleros de las
FARC, la institución, desde su nivel nacional de las Fuerzas Armadas, se siente
débil y amenazada por esas minorías ahora muy poderosas por el narcotráfico,
así como se sienten amenazados los agentes de poderes regionales que se
habían adaptado antes a las reglas formales y a la cultura política del Frente
Nacional y pelechaban bajo ese paraguas institucional nacional.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 113

Estos poderes regionales, dentro de los que tiene mucha fuerza un sector
económico como los hacendados ganaderos (sector también “recompuesto”
con “nouveaux arrivés” provenientes del narcotráfico), ejercen fuerte presión
y entran en un cruce de favores con la institucionalidad nacional representada
en las Fuerzas Armadas y de Policía.
Ven en el poderío creciente de la guerrilla reforzada por el negocio del
narcotráfico, dos grandes peligros: a) Como sector social y fuerza política, el
peligro para el control que tienen en sus regiones al amparo de la institucionalidad
nacional, control que, aunque remozado con los nuevos ricos provenientes del
narcotráfico, viene de años atrás y tiene rasgos muy tradicionales. Peor aún
si ven crecer fuerzas políticas nuevas (por ejemplo la Unión Patriótica) que,
o tienen vínculos con las guerrillas, o ellos conciben –incluso erróneamente–
así. B) Como individuos, ven peligro en la vulnerabilidad frente a la práctica
del secuestro, cada vez más generalizada sobre ellos (y no solo sobre ellos,
sino sobre otros sectores medios) por parte de las guerrillas, que no tienen
suficiente con las jugosas ganancias del narcotráfico para mantener unas
finanzas exorbitantes con las cuales alimentar la escalada de la guerra.
Como las guerrillas han extendido el secuestro más allá de los ganaderos
y de los empresarios urbanos y agroindustriales, también a campesinos y
comerciantes medios, estos se vuelven también legitimadores de toda lucha
contra el secuestro y contra las guerrillas que lo practican cada vez más
recurrentemente.
El aumento del secuestro es un factor clave para explicar la adhesión
ciudadana a las estrategias contra-insurgentes tanto de la Fuerza Pública
como de los poderes regionales que se trenzan en cruces con las jurisdicciones
y mandos regionales de ella en tanto institución nacional (de Ejército y de
Policía).
Comandantes militares en las regiones van incentivando que los
hacendados ganaderos armen grupos privados, “de autodefensa” contra
el secuestro de las guerrillas, que en ese propósito regional confluyen con
las estrategias institucionales y nacionales “contrainsurgentes” alimentadas
internacionalmente por la Guerra Fría.
Otra paradoja dentro de la paradoja ya expuesta: en esa articulación
contrainsurgente de comandos institucionales regionales con agentes del
poder regional (ganaderos, que a su vez son políticos), esos comandos reciben
–y reclaman– el patrocinio o padrinazgo de los narcotraficantes, que son parte
de los hacendados ganaderos.
114 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Porque, si las guerrillas se han vuelto más poderosas con el narcotráfico y


pueden retar al Estado, para responderles se ve necesario contar igualmente
con el dinero del narcotráfico; y si las guerrillas retan al Estado incluyendo,
entre sus estrategias, generar miedo con asesinatos y secuestros, que están
condenados por el derecho internacional, para responderles piensan que
también hay que generar miedo con asesinatos y desaparición forzada, o sea
con similares violaciones del derecho internacional de los derechos humanos.
Guerrillas, y comandantes institucionales con sus grupos privados aliados,
ven entonces esta guerra sucia como inevitable de ganar solo de esa manera,
como guerra sucia, y las violaciones de derechos humanos sobre la población
civil como parte esencial de sus respectivas estrategias.
Aumentan entonces de manera exorbitante los secuestros a cargo de las
guerrillas, y por efecto inducido también los de la delincuencia, –organizada
y no organizada–, en los años 1980 y mucho más aún en los años 1990, hasta
el 2003. Del otro lado, aumentan de manera exponencial igualmente los
asesinatos y desapariciones forzadas de ciudadanos de izquierda (también de
sindicalistas, indigentes, drogadictos y otras poblaciones vulnerables).
A la sombra de esta guerra sucia desaforada y de la crisis humanitaria que
significa ese boomerang de violaciones, de parte y parte, se consolidan los
grupos privados o actores armados irregulares como máquinas infernales de
muerte, y se fortalecen poderes de hecho en los municipios y en las regiones.
Surge entonces una pregunta: ¿Se trata, pues, solo de un fortalecimiento
de poderes regionales, en una mezcla o bisagra de lo institucional con lo
fáctico (inclusive delincuencial)? ¿Ese fortalecimiento no afecta en nada la
distribución nacional del poder, el régimen, la configuración nacional del
Estado?
La respuesta empieza a bosquejarse al constatar que hacia 1997, con
el “éxito” del modelo paramilitar que había significado la organización de
los Castaño Gil en Urabá y Córdoba, las ACCU, y de otros experimentos
que replicaban ese modelo en las más diversas regiones (las Autodefensas
Campesinas de Casanare, el Frente Sur Putumayo, Las Autodefensas de
Santander y Sur del Cesar AUSAC, las Autodefensas del Meta y Vichada),
todos estos grupos resolvieron coordinarse bajo la estructura que llamaron
Autodefensas Unidas de Colombia AUC. Y teniendo en cuenta también que
muchos políticos locales apoyados por ellos salieron elegidos Senadores por
circunscripción nacional y que, además, apoyaron a su candidato presidencial.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 115

Sabemos lo que, a nivel nacional, en el terreno político y legislativo,


significaron luego esas alianzas: la negociación con gobierno y congresistas
condescendientes, de una ley para el desmonte de la estructura armada del
poder paramilitar (no necesariamente del conjunto de ese poder sino de su
estructura armada: las AUC), la condena judicial de algunos de estos aliados
(llamados “parapolíticos”) pero la permanencia y metamorfosis de otros
(incluso por la vía del linaje, como en algunas de las reciente listas electorales
para Congreso).
Job y compinches de la Oficina de Envigado (típico ejemplo de poder
regional de facto, de grupo privado armado, con alto potencial letal), entraban
y salían por la puerta trasera del Palacio de Nariño. Dos sucesivos jefes de
la Seguridad del Presidente que enarbolaba como su bandera nacional la
Seguridad, se hallan sindicados por nexos con grupos privados regionales
(nuevamente la Oficina de Envigado y Héroes de Granada y de Tolová,
comandados por Don Berna): el General Mauricio Santoyo, requerido por la
justicia norteamericana, y el General Flavio Eduardo Buitrago, requerido por
la justicia colombiana. Una vez más, el Jefe la Oficina de Seguridad de la
Presidencia y hombre de confianza del Presidente, Jorge Noguera Cotes, ya
condenado a 25 años de prisión en sentencia de única instancia por la Corte
Suprema, por responsabilidad en el asesinato de un profesor universitario,
en connubio con un grupo privado irregular: el Bloque Norte de las AUC,
al mando de Jorge 40; y con otros procesos en contra, bajo la misma autoría
compartida, por la muerte de 42 sindicalistas de la Costa Atlántica. El propio
delincuente Jorge Noguera, y otros cómplices, incursos en procesos por las
llamadas “chuzadas” practicadas desde el DAS (el Departamento de Seguridad,
de la Presidencia), contra opositores políticos y líderes de organizaciones
reivindicativas.
¡Qué es todo esto, sino la incrustación de fuertes poderes regionales de
facto, con su expresión más violenta pero también con sus parapolíticos con
poder formal, en las más altas esferas del personal de Estado del nivel nacional!
Creo que lo que se jugaba en la disyuntiva de la Corte Constitucional sobre
la exequibilidad de la reforma constitucional para una segunda reelección
presidencial, y después en la opción entre el candidato más afecto al gobierno
por lealtades unipersonales (Andrés Felipe Arias) y el que ganó (del gobierno
también pero de más rancia estirpe burguesa que le daba un margen de
autonomía) era indudablemente: si se ahondaba aún más la alianza de los
poderes tradicionales con las mafias paramilitares narcotraficantes, o si se
116 XII Coloquio Colombiano de Sociología

empezaba un proceso gradual de divorcio, toda vez que se había alcanzado


ya a nivel nacional una meta de debilitamiento notorio de la insurgencia
narcotraficante.
Como sabemos, en las elecciones de 2010 ganó la opción del desmonte
gradual de la tenaza poder tradicional/narcotráfico; lo cual no quiere decir que
lo alcanzado hasta aquí por los poderes factuales vaya a perderse, sino que las
condiciones propicias para ahondar el peso de la mafia en el Estado, empiezan
a ser menos; salvo que la tenaza se reinvente para perpetuarse.
Todavía siguen ocurriendo graves violaciones, como secuestro (aunque en
mucho menor proporción ahora a cargo de las guerrillas), y como homicidios
políticos y desapariciones forzadas: varios de estos últimos dos tipos de delito,
perpetrados contra víctimas o familiares de víctimas, nuevamente victimizados
en cuanto reclamadores, líderes de organizaciones reclamantes de reparación
o de restitución de tierras.
En algunas regiones la curva de estos delitos es actualmente ascendente,
en contravía de la curva nacional, cuya tendencia promediada es descendente
a partir de 2003. Me refiero a dos departamentos del suroccidente del país:
Valle del Cauca y Nariño, que coinciden con ser departamentos en los cuales
el tráfico de sustancias psicoactivas sigue siendo alto, por el océano Pacífico,
y con ser zonas en las que los Frentes de las FARC todavía recaudan mucho
dinero de esa proveniencia, zonas en las que, además, se han comprobado
cruces de negocios entre Frentes guerrilleros y BACRIM: cosa impensable
–o ininteligible– desde un modelo de explicación convencional sociológico.
Pero aún en los departamentos en los que la curva de la frecuencia de
hechos de violencia del conflicto armado es descendente desde 2003, que
son la mayoría: ¿quiere decir que se ha desmontado el paramilitarismo?
Es la pregunta que primero se nos viene a la mente. En otras palabras, ¿la
desmovilización de la principal estructura de relativa coordinación de grupos
irregulares, las AUC, significó un recambio profundo en el poder regional,
que se había incrustado igualmente en instancias nacionales de poder? ¿O
ese poder, afincado mediante métodos violentos y crueles, continuó pero
renunciando al uso de la violencia?
La Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la
ONU, calculaba 22 grupos con las características de los anteriores grupos
paramilitares en 2006, el año de terminación del proceso de desmovilización
de las AUC. Y la Comisión Nacional de Reparación y Rehabilitación calculaba
6.000 integrantes de nuevos grupos paramilitares en 2008, distribuidos en 6
estructuras principales.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 117

Ahora bien, ¿el relevo generacional significa acaso una modernización,


una reinstitucionalización, o la perpetuación del poder mafioso regional?
¿Qué son los “paradelfines” en la actual etapa? ¿El hijo de La Gata en la Costa
Atlántica, el hijo de Aguilar en Santander, el hijo de Luis Eduardo Ramos en
Antioquia?
¿Qué significa para los poderes regionales, alimentados en su fuente
por el narcotráfico, no contar con Bernardo Moreno en la Secretaría de la
Presidencia, para entrar a Palacio? ¿No contar con Santoyo ni Jorge Noguera
para desplegar sus acciones coercitivas o ejemplarizantes?
Y viceversa: ¿Puede la IV Brigada de Medellín ser exitosa en una operación
contra la guerrilla o contra los mismos paramilitares, sin contar ahora con
Don Berna como contó para la Operación Orión en 2002 en la Comuna 13 de
Medellín? ¿Puede la XVII Brigada ser exitosa en Urabá, sin el concurso de
El Alemán ni de HH con sus Bloques Helmer Cárdenas y Bananero? ¿Pueden
ganar una guerra contra el enemigo que libra guerra sucia, solo atados a la
institucionalidad? ¿Y sin apoyo del poder mafioso regional? Estas preguntas
hay que responderlas, mediante investigaciones regionales.
Esas investigaciones regionales sería bueno adelantarlas tanto en zonas
que siguieron siendo en este momento de mucha violencia, tal, dentro del
Valle, Buenaventura, así como en zonas en las que aparentemente reina la
tranquilidad bajo el control de los “paras”, como en Castilla (Meta), paradigma
de modernización municipal.
ESTADO, NACIÓN Y DIVERSIDAD
MUJERES Y ACTIVISMO POR LA PAZ DURANTE EL GOBIERNO
DOBLE DE LA SEGURIDAD DEMOCRÁTICA1

María Eugenia Ibarra Melo2

Introducción
Los derechos de ciudadanía no se adquieren sin tensiones, entre quienes los
reclaman y el Estado. Ni hay simples concesiones de éste a los “desvalidos” o
a las “víctimas”, ni la simple lucha de las organizaciones le “arranca” derechos
a las instituciones. La tensión siempre es inevitable y ello es lo que permite
que progrese la ciudadanía, al tiempo que se configura también un Estado
progresista, en algunas áreas. Lo que tratamos de mostrar en esta investigación
es que la relación Estado-sociedad muestra una enorme complejidad y que los
tres poderes no actúan del mismo modo. Mientras el ejecutivo es ambiguo en
su tratamiento con las víctimas y les otorga algunos espacios, las desconoce en
otros; el legislativo, en la mayoría de los casos, es estratégico y las utiliza para
ganar apoyo electoral. El poder judicial, por el contrario, dio muestras, durante
todo el período estudiado, de una enorme comprensión de la vulnerabilidad
de éstas y mediante su jurisprudencia resolvió varias fallas en la justicia y
produjo sentencias que favorecieron sus reivindicaciones. En consecuencia,
las víctimas reconocen que el Estado no está ausente, pero consideran que la
gestión a sus problemas es muy precaria y desigual.
El discurso del Estado llega a todos los rincones del país, así sea a través
de los medios de comunicación y mediante éstos difunde el discurso de la
comunidad nacional, de la pertenencia al Estado colombiano y, por lo tanto,
del sentimiento y orgullo nacional. El cual, sin ninguna duda, ha calado en los
ciudadanos, a pesar de esa precariedad con la que éste los atiende.
Por ello, estas mujeres que han conocido el poder que imponen los actores
armados en sus territorios y en sus cuerpos, reclaman la autoridad del Estado
y se movilizan en casi todos los rincones del país. Los liderazgos que surgen
son de distinto tipo, no obstante, aquí destacamos uno, que en su activismo por
1 Proyecto Activismo por la paz en Colombia. Mujeres e Indígenas durante el gobierno doble de la
seguridad democrática, financiada por la Vicerrectoría de investigaciones de la Universidad del Valle,
convocatoria 2011. Investigador principal Jorge Hernández Lara. En esta investigación participaron como
monitoras Irina Cuesta, Julieth Vargas, Nathalie Rojas, Jenifer Luna y Kelly Velasco.
2 Profesora-investigadora del Departamento de Ciencias Sociales, integrante del grupo de investiga-
ción Acción colectiva y cambio social, ACASO, Universidad del Valle.
122 XII Coloquio Colombiano de Sociología

la paz crea una esfera intermedia entre el Estado y la sociedad. Pues si bien las
mujeres que lo ostentan pertenecen a las organizaciones sociales, al destacarse
en su labor se vinculan al Estado como representantes de las víctimas, en
una fusión/tensión tanto con los funcionarios, como con los representados.
Los primeros las acusan de ser demasiado críticas del establecimiento y los
segundos de haber sido cooptadas (oportunistas), aunque ellas no se desliguen
de sus responsabilidades. A ese prototipo de mujeres haremos alusión aquí.

Los motivos para la movilización


Este período de estudio (2002-2010) no es especialmente violento si se
comparan las cifras de hechos que se produjeron durante la década anterior
(1990-2000). Los datos demuestran la notable disminución de atentados a la
infraestructura eléctrica y petrolera en el país, de secuestros masivos, masacres,
ataques a las instalaciones de la Fuerza pública y de enfrentamientos entre ésta
y los actores irregulares. Lo que no quiere decir que el respeto o la garantía
de los DDHH o el DIH se hayan incrementado o que hoy la atención a las
víctimas sea la adecuada. Todo lo contrario, las denuncias por la violación
de éstos crecieron, sobre todo, porque las organizaciones de la sociedad civil
aprendieron a utilizar los canales institucionales para hacerlo, al entenderla
importancia de evidenciar la dramática situación que viven los civiles en
medio de la confrontación armada. La cual logra respuesta del Estado ante
la contundencia de los registros, que en muchos casos son publicados por sus
propias oficinas, las agencias de cooperación, los organismos internacionales
y las propias consultorías e investigaciones que hacen las organizaciones que
defienden los DDHH.
Las colombianas que se movilizan lo hacen, principalmente, para reclamar
información sobre los desaparecidos; claman por apoyo estatal ante el destierro
y la liberación de los secuestrados, denuncian el reclutamiento forzado de sus
hijos y el terror que produce la presencia de los actores armados en su territorio
y, aunque son pocas las que han logrado deshacerse del pudor y la culpa, también
denuncian la violación sexual infringida por los miembros de los grupos armados
legales e ilegales. En general, las colombianas se han organizado para denunciar
la violencia que produce el conflicto armado en sus localidades y, sobre todo,
por las consecuencias que ésta produce en el tejido social y en sus familias, lo
que conlleva por supuesto a mantener viva la memoria de lo ocurrido y el duelo
por los que partieron. Por ello sus reclamos se enmarcan mejor en la consigna
Verdad, justicia, reparación y no repetición de los hechos.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 123

Tal como plantea el último informe del Grupo de Memoria Histórica


(2013), los impactos de la violencia que producen los actores armados “son
complejos, de diverso orden, magnitud y naturaleza”, puesto que en su
configuración inciden varios aspectos. En primer lugar, hay una variación en
las características de los eventos violentos sufridos, mientras en algunos es
evidente el alto grado de sevicia, la intencionalidad de producir terror en los
individuos o la comunidad; en otros hechos ocurren de manera intempestiva.
En segundo lugar, el victimario no siempre es el mismo, ni la modalidad con
la que infringe daño, como tampoco los perfiles de las víctimas. En tercer
lugar, tampoco es igual el tipo de apoyo recibido; las respuestas sociales frente
a los hechos y a las víctimas (manifestaciones de solidaridad o rechazo); y
las acciones u omisiones del Estado. Lo anterior permite determinar que los
efectos pueden ser incuantificables e incluso intangibles.
Estos daños han alterado profundamente los proyectos de vida de miles
de personas y familias; han cercenado las posibilidades de futuro a una parte
de la sociedad y han resquebrajado el desarrollo democrático. Las víctimas
han experimentado situaciones de horror extremo, en condiciones de enorme
indefensión y humillación, porque sus victimarios fueron arbitrarios y no
conocieron límites (GMH, 2013).
Mientras la mayoría de las víctimas permanece sufriendo en silencio
por los horrores que produjo la irrupción de los actores armados en sus
comunidades, unas pocas se atreven a retar a sus propias comunidades y salen
de sus cautiverios para desafiar a los actores armados y exigir al Estado que
las dejen vivir en paz.
En los estudios sobre la acción colectiva siempre ronda la idea de cuántas
acciones se produjeron y qué número de personas se moviliza, porque las
razones siempre parecen obvias, pero lo que hemos podido comprobar en este
caso es que, a pesar de existir suficientes motivos, una gran proporción de las
víctimas no se moviliza.
Por ello, nos atrevemos a afirmar que con un espacio tan limitado de
estrategias disponibles, la conformación de organizaciones o la unión a las
existentes no implicaría para estas mujeres, necesariamente, un plan formulado
de manera consciente. Por el contrario, como plantea la socióloga (Swidler
1986, 277)la decisión aludiría a “una manera general de organizar su acción”.
Una acción que incluye hábitos y representaciones previos, que constituyen
sus repertorios o cajas de herramientas y en los que, como ellas mismas lo
indicaron, se contienen “símbolos antagónicos”, pues en su vinculación al
124 XII Coloquio Colombiano de Sociología

trabajo por la comunidad, estarían postergando sueños, deseos y proyectos


personales. No obstante, desde esta mirada subjetiva, ellas dotan de sentido
y coherencia su experiencia y consideran que su actuación se justificante la
desproporción de la violencia sufrida. Lo más interesante de esta actuación es
que los motivos iníciales se fueron reconfigurando, del mismo modo que lo
han hecho sus vidas.
Sus acciones se orientan, como veremos ahora, por el pluralismo de ideas
y valores, ellas suelen tener una orientación pragmática y perseguir reformas
institucionales que amplíen los sistemas de participación en decisiones de
interés colectivo (Offe, 1985). Ellas tienen un amplio significado político:
“implican una dinámica de democratización” de la vida cotidiana y la
expansión de las dimensiones civiles de la sociedad frente al crecimiento de
aquellas vinculadas al Estado (Hohnston , Laraña y Gusfield 2001).

Las acciones colectivas y los repertorios de acción


En este punto tenemos que destacar la solidaridad de las organizaciones
de mujeres y feministas con las víctimas, lo que ha movilizado a un amplio
contingente mujeres con amplia experiencia reivindicativa. Estos soportes no
son menores, si se tiene en cuenta que provienen de activistas consumadas,
con amplia trayectoria en organizaciones y movimientos sociales: feminista,
obrero, campesino y étnico (negro e indígena). Por ello, los repertorios que
usan las pequeñas organizaciones se enriquecen con elementos culturales y
simbólicos, que se ajustan a las necesidades y coyunturas, en una evidente
modularidad.
Tal como plantea (Melluci, 1989)“sus reivindicaciones y factores de
movilización tienden a concentrarse en cuestiones de carácter cultural
y simbólico relacionadas con problemas de identidad, en lugar de las
reivindicaciones económicas”. Sus acciones suelen presentarse asociadas a
una serie de creencias, símbolos, valores y significados colectivos que están
relacionados con sentimientos de pertenencia a un grupo diferenciado, con
la imagen que sus miembros tienen de sí mismos y con nuevos significados
que contribuyen a dar sentido a su vida cotidiana y se construyen en forma
colectiva”(Cohen 1985).
En sus acciones se difumina la relación entre el individuo y el grupo, tal como
se expresa en la consigna lo personal es político, que surge como consecuencia
de la interpenetración entre ambas esferas. Sus acciones se convierten en
fuente de las particulares definiciones que hacen sus integrantes de sí mismas
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 125

y su acción consiste en una compleja combinación de autoafirmaciones y de


identidades individuales y colectivas. También implican aspectos íntimos de
la vida humana, por ejemplo, la decisión de abortar, de denunciar una agresión
sexual, o de optar por una pareja del mismo sexo, entre otras.
Ellas utilizan pautas de movilización caracterizadas por la no violencia, la
desobediencia y la resistencia civil, que con frecuencia representan un desafío
a las normas de comportamiento vigentes a través de una representación de
carácter dramático. Sus repertorios no son de confrontación, todo lo contrario,
recurren a las prácticas de la no violencia que promueven la creación de una
cultura de paz. Tal como se muestra en las imágenes que circulan en sus
páginas web las cuales permiten comprender la importancia de los recursos
simbólicos de esos repertorios.
Más que hacer un recuento de las acciones colectivas que emprendieron
las mujeres por la paz, durante el período, lo que nos interesa en esta ponencia
es mostrar cómo algunas de éstas se han institucionalizado. Por ejemplo, la
realización de una ruta cada 25 de noviembre para conmemorar el día de la
no violencia contra las mujeres, hacia un lugar escogido con anterioridad para
desplegar su solidaridad con las víctimas, en las poblaciones que sienten con
más rigor los efectos del conflicto armado. Esta es quizás una de las acciones
más importantes del año, pues la logística implica recaudar fondos y un arduo
despliegue logístico.
En el mejor de los casos, cada acción de estas dura entre 3 y 7 días de
impacto mediático, porque en su recorrido acuden a distintos repertorios de
acción como los plantones y las vigilias, en diferentes plazas públicas de
los municipios en los que hacen escala, más la tradicional marcha por las
principales calles del municipio, exhibiendo la gran colcha de retazos que
arropa a las víctimas y que expresa toda la solidaridad femenina con el dolor
que produce la muerte, la desaparición, pero sobre todo el abandono de las
autoridades.
La segunda acción institucionalizada es el plantón de las mujeres de negro
contra la guerra, que hacen el último martes de cada mes, vestidas de negro y
en silencio, con réplicas en distintas ciudades país y del mundo.
Por supuesto, estas mujeres de las organizaciones que se conformaron con
el objetivo de luchar para garantizar la protección de los derechos humanos,
la búsqueda de la paz o simplemente para rechazar la guerra, también se
solidarizan con las acciones que emprenden mujeres, para reclamar al Estado
las viejas reivindicaciones feministas. Por ello, acompañan las acciones legales
126 XII Coloquio Colombiano de Sociología

que éstas emprenden y participan en sus acciones, también institucionalizadas


como la del día de la mujer, que por lo general, se conmemora con actos
académicos, seguidos de actividades culturales.
En investigaciones anteriores habíamos resaltado la importancia de los
actos educativos que apoyan las grandes acciones por la paz. Estos cumplen
el propósito de capacitar a las asistentes y se constituyen como espacios de
encuentro que fortalecen las relaciones de solidaridad tanto individuales,
como organizativas. De ese modo, los pequeños colectivos ganan adhesiones
a sus causas particulares, y se consolidan grandes redes ligadas al movimiento
de mujeres y/o al feminista (Ibarra 2011a, 2011b).
Durante el proceso de negociación con las AUC (2003-2006), estas
capacitaciones y encuentros dedicaron tiempo a la forma en que debían
participar en el proceso de justicia transicional que inició con la desmovilización
paramilitar. A través de una estrategia de interpelación que llamaron Mesa
Nacional de Incidencia por la verdad, la justicia y la reparación con perspectiva
de género, en la que de forma paralela a la mesa de negociación Gobierno-
AUC implementaron el estudio de casos, fortalecieron la denuncia de las
víctimas y su constitución como sujeto político, restableciendo su ciudadanía
o fortaleciéndola.
Y como se trata de destacar las singularidades de las acciones que se
emprendieron en este período, debemos referirnos al proceso de documentación
de los casos, investigación y reflexión que plasman en informes, cartillas,
material educativo, videos, publicidad, páginas web y blogs, que comparten en
sus encuentros. Varios de ellos tienen el propósito de informar a las autoridades,
tanto nacionales como internacionales, sobre algunos aspectos que conciernen
a la situación de las víctimas. En otros la finalidad es la elaboración conjunta
de recomendaciones jurídicas y/o políticas para ser discutidas con esas
autoridades. Buena parte de esos ejercicios reciben financiación y asesoría
técnica de las Agencias de cooperación.
Por supuesto, todas estas actividades tienen un alto contenido político, que
se va transmitiendo a las integrantes a través de las discusiones que se generan
en sus encuentros. Unas a otras se van formando en un liderazgo que trata de
reconocer en sus pares la singularidad de su modo de actuar.
Todo este trabajo ha permitido que hoy la mayoría de las víctimas
conozcan mejor sus derechos, dónde y a quién reclamárselos. Es posible que
ello haya contribuido a mejorar su relación con el Estado y sus agentes. Cada
día las instituciones son más cercanas a los ciudadanos y los funcionarios
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 127

están más capacitados para ofrecer respuestas oportunas a sus demandas. No


obstante, a medida que las víctimas de alejan del centro, aparecen de manera
más protuberante las deficiencias en la prestación de servicios, incluidos los
más básicos. En las localidades más alejadas del país, un buen número de las
instituciones creadas para responder a las víctimas sigue ausente, a pesar de
la disposición de recursos e infraestructura necesaria para que éstos operen.
En buena medida porque en esos lugares persisten las prácticas clientelistas y
la corrupción política y administrativa, como un flagelo que ha echado raíces
muy profundas en la cultura política de los colombianos, que impiden al Estado
actuar de manera oportuna en atender las necesidades de los pobladores. Tal
vez esto se presente porque ese es el modo en que el Estado actúa hoy. En
las localidades, su presencia es la de un estado precario, incapaz de controlar
la corrupción y ejercer control sobre un vasto territorio que le disputan las
facciones armadas irregulares, los mafiosos y las bandas criminales.
Con la comprensión de esa realidad, las mujeres fundamentan sus reclamos
a los agentes del Estado, alegando que su indiferencia ante los problemas de
las víctimas crea nuevas desatenciones y permite a los victimarios seguir
actuando bajo un manto de impunidad. En los casos de violaciones a los DDHH
ya no se trata de escases de denuncias. Las líderes de estas organizaciones
revelan que casi todos los delitos, por los que se manifiestan en la calle, han
sido denunciados en las instancias pertinentes y siguen procesos jurídicos en
Colombia y en los organismos internacionales de justicia. Por supuesto, unos
más que otros, pues la violación sexual mantiene un alto subregistro, dadas
las connotaciones morales que mantiene la mujer, la familia y la comunidad
para referirse al asunto.
Estas denuncias también han generado un fuerte activismo porque sus
líderes han preferido actuar de manera conjunta. Instauran tutelas y derechos
de petición en nombre de los colectivos. Inician denuncias con un buen número
de casos, respaldadas en las sentencias de la Corte para ampliar el marco de
los derechos. Son acuciosas intérpretes de la ley y de los acuerdos nacionales
e internacionales, a los que les hacen veeduría para promover la formulación
de políticas públicas, programas y proyectos que incorporen sus demandas, a
la vez que hacen seguimiento y evaluación de los alcances de éstos.
A las denuncias de las mujeres tradicionales, organizadas en pequeños
grupos para reclamar al Estado que garantice los derechos fundamentales, se ha
unido la vieja vindicación feminista por los derechos sexuales y reproductivos,
aún más vulnerados en el marco de la confrontación armada. Lo que terminó
128 XII Coloquio Colombiano de Sociología

siendo una alianza estratégica para el logro de la Interrupción voluntaria del


embarazo IVE, en las tres condiciones que aceptó la Corte Constitucional
(C-355/06) y que obligó al Estado colombiano a establecer la infraestructura
necesaria para atender este derecho, a pesar de los obstáculos del Procurador
general de la Nación, el partido conservador y otros sectores reaccionarios,
liderados por la Conferencia Episcopal.
Estas acciones cobraron gran peso durante este período. Se podría pensar
que éstas no tienen relación con la paz, pero lo cierto es que con excepción
de un grupo reducido de mujeres de las organizaciones de base, cada vez más
mujeres reclaman el control de sus cuerpos, uno de los escenarios en que ellas
han vivido de manera más cruenta el horror de la confrontación armada en el
país que, como ya hemos indicado en otras investigaciones, es vulnerado por
los actores armados, tanto regulares como irregulares.
Entre las acciones de denuncia, las activistas recurren tanto a las grandes
movilizaciones en las principales ciudades del país como a los actos puntuales
de memoria, en los que unas pocas inconformes se plantan con fotografías
frente a un lugar público para obligar a los transeúntes a recordar o deciden
hacer rituales de sanación. Estas actividades casi siempre están acompañadas
de apoyo psicosocial, pero sobretodo se convierten en actos de comunión entre
las víctimas. Tal como plantea (Butler 2004), en Vida precaria, la pérdida las
reúne a todas en un tenue nosotros. “Si hemos perdido se deduce entonces que
algo tuvimos, que algo amamos y deseamos…”.
A pesar del dramatismo que a veces parece exagerarse con sus
consignas y repertorios es importante resaltar que éste ha sido rentable
para mostrar la profunda vulnerabilidad de quienes se movilizan, muchas
de ellas revictimizadas, tanto por los funcionarios públicos, como por los
desmovilizados o los actores armados que retoman el control de los territorios
a los que ellas han retornado para continuar con sus vidas. Un buen número de
estas líderes han sido asesinadas por reclamar sus tierras, por haber retornado,
por denunciar o transgredir los tradicionales estereotipos de género, al salir de
la intimidad de sus hogares a una esfera que les estaba vedada.
El recurso simbólico es indispensable para reforzar la condición femenina y
el eterno mito de la mujer pacífica, generadora de vida y protectora de la tierra.
En ese sentido, es que simpatizan con el jolgorio que se introduce en pequeños
carnavales. Danzan, bailan y cantan para exorcizar los miedos, hacer catarsis
o simplemente ampliar los lazos con otras que sufren por los mismos motivos.
A veces acuden al performance y el teatro y promueven las réplicas de sus
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 129

acciones en varias ciudades del mundo. En ese bullicio folclórico manifiestan


que el dolor no podrá disminuir sus razones para vivir y exigir verdad, justicia y
reparación. Otras, por el contrario, prefieren el silencio y se manifiestan vestidas
de negro en las plazas públicas. También participan en plegarias por la paz,
casi siempre auspiciadas por la Iglesia católica, un gran aliado de sus acciones
colectivas. En esta intervención y deliberación pública su principal logro es la
creación de una ciudadanía más informada de sus derechos, menos incauta.
Si nos atuviéramos al balance de los logros en materia de legislación
favorable a las mujeres, durante el gobierno doble de la seguridad democrática,
tendríamos que reconocer que éste ha sido positivo. No sólo por el número,
sino por la calidad de los avances jurídicos y la formulación de políticas
públicas que se han tenido que implementar a partir de las disposiciones
legales, como también de la ejecución de acciones para cumplir con los
compromisos firmados en tratados y acuerdos internacionales conducentes al
logro de la equidad de género, la prevención y la erradicación de la violencia
contra las mujeres.
Por supuesto, no todas estas disposiciones han sido logros de la movilización
y por ello, es importante dar cuenta de la estructura de oportunidades políticas
que hace posible reivindicar derechos, conseguir que los actores políticos
respondan, así como lograr su fortalecimiento como un actor político o al
menos como un interlocutor válido, legítimo.

La estructura de oportunidades políticas


Los analistas políticos podrían sugerir que ante la unanimidad del Congreso
en torno a la figura presidencial de Álvaro Uribe y de la favorabilidad de
la que gozaba entre la población y los gremios, las organizaciones sociales
habrían tenido cerrados todos los escenarios para promover la incorporación
de sus demandas en la Ley y en las políticas públicas. No obstante, el recuento
de acciones que encontramos en este período muestra que éstas aprovecharon
mejor los espacios proporcionados por sus alianzas nacionales e internacionales
para visibilizar su inconformidad con las acciones del ejecutivo y la pasividad
del parlamento, en torno a la negociación del conflicto armado en el país.
Como ha mostrado el Cinep, la movilización por la paz supera en número
a la mayoría de las otras demandas sociales por las que se movilizan los
colombianos. Durante los 8 años de seguridad democrática, las acciones
colectivas por la paz y en contra de la guerra fueron constantes, aunque solo
pocas fueron multitudinarias.
130 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Por ello, a nuestro juicio, las organizaciones de mujeres aprovecharon mejor


la disponibilidad de aliados poderosos en estos 8 años de gobierno de AUV:
entregaron informes a los altos comisionados de DDHH, de los refugiados,
de la mujer de la ONU, o a los delegados de la Comisión Interamericana
de DDHH, CIDH, en sus visitas in loco al país; expusieron la situación de
las mujeres en las comunidades afectadas por el conflicto armado ante los
eurodiputados en Bruselas, el Congreso de los Estados Unidos en Washington,
los embajadores de los Países bajos en Colombia y ante los representantes de
los distintos gobiernos que visitaron el país; lo que le dio mayor visibilidad a
la lucha de las mujeres y promovió su acceso a espacios antes restringidos a
la labor diplomática.
En esa tarea promovieron todo tipo de encuentros, incluidos los académicos,
que contaron con la presencia de importantes personalidades públicas y de
autoridades estatales. Asimismo, se aliaron con distintas organizaciones
nacionales e internacionales, que apoyaban sus reclamos en las plataformas a
las que tenían acceso. Con ello, sus organizaciones se posicionaron como un
actor que demanda ser escuchado en los escenarios donde se debaten leyes y
políticas públicas y, en general, lo han logrado. Ello se comprueba, en parte, en
la disposición presidencial de conformar la Comisión Nacional de Reparación
y Reconciliación, CNRR, en 2007, con dos de las principales representantes
de las víctimas y en su presencia en las audiencias públicas.
Esto no habría sido posible sin la sensibilidad que han adquirido los asuntos
de las mujeres en el mundo y el exhaustivo control que ejerce la comunidad
internacional en el cumplimiento de los Objetivos del milenio, que contemplan
la disminución de las inequidades de género y el impulso a la participación de
las mujeres en los distintos ámbitos de la sociedad y el Estado. Una exigencia
que aprovecharon para movilizarse, incluso antes del periodo.
Por ejemplo, en 2000 después de la adopción de la resolución 1325 del
Consejo de Seguridad de la ONU sobre mujeres, paz y seguridad, se había
creado una de las principales redes de mujeres: la Iniciativa de Mujeres por
la Paz, IMP, auspiciada por la cooperación sueca, que se concentra en la
participación de las mujeres en los procesos de paz que se instauren en el país
y que participó de manera decidida como veedora del proceso de Justicia y paz
durante 2003-2007.
Su cercanía con los organismos y agencias de cooperación internacional
les ha permitido además acceder a los recursos de la cooperación al desarrollo
y adelantar proyectos de formación, capacitación y emprendimiento, que
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 131

garantizaran las condiciones mínimas de sobrevivencia de las activistas, para


mantener su militancia en las organizaciones de base y en el movimiento
social. Al tiempo, esa experiencia de interlocución las entrena en el ejercicio
de lobby y cabildeo, para ganar habilidades que les permitan hacerse escuchar
de las autoridades.
Otro aliado importante durante todo este período fueron los partidos
disidentes, aquellos más identificados con la izquierda, así como los
principales sindicatos del país. En el Congreso, las figuras más notables
fueron la congresista Piedad Córdoba y el representante a la Cámara Iván
Cepeda que, desde el Congreso hacían oposición a las medidas que proponía
el Gobierno nacional para reducir la atención de las víctimas y que desde
su fundación MOVICE y su participación en Colombianos y Colombianas
por la paz, logran agrupar a las víctimas en acciones conjuntas, durante un
buen tiempo (2007-2009). No se puede descartar el apoyo que obtuvieron,
en su momento, de figuras políticas como los ex presidentes Ernesto Samper
y Alfonso López para exigir el intercambio humanitario, del que ellos se
convirtieron en promotores y que ganó eco en los medios de comunicación
y en algunos partidos políticos, como el Liberal. De éste último también
ganaron su apoyo para la incorporación de 5 artículos relativos a la condición
de género, en el proyecto de Justicia y paz, que más adelante se convertiría en
la Ley 975 de 2005.
Pero quizás uno de los aliados más importantes durante todo este período
fueron las Altas Cortes. El decidido apoyo de la Corte constitucional y del
poder judicial a los clamores de las víctimas y, en especial a los indígenas,
afrodescendientes y desplazados se convirtieron en un soporte de doctrina
para el reclamo de los derechos con mejores argumentos jurídicos.
El acceso a los medios de comunicación es quizás lo más restringido
que han tenido las organizaciones de mujeres. Podríamos decir que esta
precariedad, las volvió más ingeniosas y el cierre de los medios “oficiales”,
lo contrarrestaron con un uso intensivo de las redes sociales de internet para
difundir sus eventos, campañas y acciones, así como los portales propios o
los enlaces que les permitían las agencias y las organizaciones aliadas. Por
ello, como hemos señalado en otros espacios, estos materiales constituyen un
corpus que debe ser mejor aprovechado por los investigadores de la acción
colectiva.
132 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Conclusiones previas
Una de las principales conclusiones que se pueden derivar del estudio de las
acciones colectivas de las mujeres por la paz es que estas son emprendidas por
mujeres con múltiples adscripciones sociales. Una inmensa mayoría pertenece
a aquellas que siguen afirmándose solo como mujeres, es decir, que habitan
un universo coherente de representaciones y de prácticas que se muestra
profundamente distinto del de los varones, en los términos que introduce
(Touraine, 2007), en su libro El mundo de las mujeres, así se hayan aliado
a las tradicionales redes lideradas por feministas recalcitrantes, que siguen
hablando de la sociedad patriarcal como el enemigo único de las mujeres.
Otra conclusión preliminar que provee este estudio es la creciente
cualificación en cultura política, que han logrado personas que antes no estaban
interesadas en participar en la arena pública. Hoy, campesinas desplazadas,
esposas y madres de desaparecidos y secuestrados, indígenas y negras que
han visto reclutar a sus hijos, víctimas de masacres y de violaciones sexuales,
se han convertido en líderes de pequeños grupos y organizaciones capaces
de confrontar a curtidos líderes de los partidos, a funcionarios públicos,
diplomáticos y a notables académicos. En su activismo se van apropiando del
lenguaje de los derechos humanos y de las víctimas y respaldan sus reclamos
en la dignidad que les confiere su condición de madres.
Del seguimiento a las trayectorias de las profesionales vinculadas a
las acciones por la paz, es importante rescatarla influencia que tiene su
desplazamiento entre las ONG, los organismos internacionales, las agencias
de cooperación, el Estado y la academia en el logro de sus objetivos.  
Su presencia en las instancias estatales, ya sea como funcionarias en las
diferentes dependencias o como contratistas del Estado para la ejecución de
programas y proyectos no puede interpretarse simplemente como la cooptación
del movimiento por parte de las élites políticas, como suelen sugerir aquellas
que desdeñan la participación de las mujeres en la política convencional. Un
análisis más detenido permitiría reconocer que este desplazamiento entre la
sociedad civil y Estado ha sido productivo para la consecución de objetivos
de corto y mediano plazo, porque logra permear a las instituciones y a los
funcionarios de un lenguaje incluyente y los hace más proclives a entender los
reclamos inmediatos de las mujeres, a pesar de las resistencias que tengan para
aceptar las grandes transformaciones que exigen. A la vez, esa la migración
constante entre las dependencias del Ejecutivo y las organizaciones de la
sociedad civil, hace que sus militantes comprendan mejor las dificultades
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 133

y obstáculos que deben salvar sus organizaciones para negociar con el


Estado y reconocer el terreno para proponer una deliberación política mejor
argumentada.
Sin embargo, permanece nuestra percepción, respaldada por la observación
empírica, los testimonios recabados y la lectura de sus informes, que la
intromisión de las agencias de cooperación en las acciones colectivas que
emprenden no ha sido favorable para avanzar en lo que el movimiento
feminista llama los objetivos estratégicos. Pues estos entes imponen sus
agendas, cambian las prioridades y, de ese modo, debilitan los reclamos
emancipatorios. Lo mismo acontece con la acción estatal en las localidades.
El Estado, al subsanar demandas específicas, a través del suministro de
recursos que resuelvan asuntos de la cuestión social, retrasa e invalida las
reivindicaciones del movimiento. Lo que fractura aún más las difíciles
relaciones entre el movimiento de mujeres y el feminista, que se habían
recompuesto al emprender acciones conjuntas por la paz, al inicio del periodo.
Otro aspecto que deriva de estas reflexiones es que sus militantes han
ganado pericia en áreas específicas para la formulación, implementación
y evaluación de proyectos, en cuestiones muy prácticas, pero al tiempo
abandonan la capacitación en el currículo feminista. Allí también se van
generando competencias con las más habilitadas académicamente, o que han
acumulado mayor capital social para vincularse al Estado o a las agencias en
un trabajo bien remunerado. Así que también en estos grupos se establecen
diferencias y jerarquías que no necesariamente ellas propician, pero de las que
algunas se favorecen.
Pero si el anhelo de frenar la violencia las une, las formas en que creen que
se debe alcanzar la paz y lo que ella significa las distancia. Por ello, no todas
sus acciones colectivas logran ser masivas. Como en todos los movimientos
sociales, en éste la identidad está en construcción. La supuesta solidaridad
de género se está gestando, en medio de contradicciones conceptuales e
ideológicas sobre la paz que se persigue. Para un buen sector de quienes se
movilizan, lograr la paz es simplemente detener la confrontación armada,
acallar los fusiles, evitar la victimización de los civiles y resarcir derechos
a la verdad, la justicia y la reparación. Para las feministas, esa paz sólo
restablecería un orden social con el que ellas se sienten incomodas, porque
conserva la inequidad de género y la dominación masculina. Es una paz que
conserva las jerarquías sociales y reproduce la cultura militarista. Para ellas,
la paz implica que desaparezca el militarismo y el orden social excluyente.
134 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Por lo anterior, sus acciones hacen énfasis en subvertir ese orden y el ideal
de mujer que impone la ley. A veces refuerzan esos rasgos de la feminidad
esencial, pero también los contra estigmatizan al resaltarlos como un valor.
Uno de los aportes más importantes de la presencia de las mujeres en las
organizaciones por la paz y en contra de la guerra en Colombia es precisamente
el valor que le dan a la vida de seres anónimos, que son sus hijos, sus maridos,
sus familiares, sus vecinos. Y lo hacen a través de un duelo público, que bien
habría podido quedarse como un acto íntimo de llorar los muertos, secuestrados
y desaparecidos, pero que ellas deciden llevarlo a la esfera pública. En
principio para valorizar esas vidas, que han sido devaluadas por quienes
infringen violencia, lo que permite un tipo de conciencia aumentada de la
precariedad de esas vidas y de la necesidad de protegerlas; de comprenderlas
más allá de sus fronteras. Tienen claro que no pueden escapar de la muerte,
pero el hecho de aceptar esa precariedad, esa finitud de la condición humana,
es quizás su principal alternativa política (Butler, 2004).
Saben que no hay ningún medio para volverse invulnerable ante la
muerte, pero sí para evitar que las vidas sean devaluadas simplemente por su
condición socioeconómica, sexual o cultural. Por esta razón, para las víctimas,
es primordial hacer el máximo ruido, fijar una marca, dejar un trazo, hacer
ruido y hacer estallar la autoridad. En esa salida a la escena pública, al espacio
de deliberación de los asuntos que atañen a la sociedad y el Estado ellas ganan
estatus como actores políticos, enfrentan la autoridad y exigen negociar sus
demandas.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 135

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DOS LEGITIMIDADES EN TENSIÓN EN EL MISMO TERRITO-
RIO: EL ESTADO COLOMBIANO Y LA INSTITUCIONALIDAD
NASA EN EL NORTE DEL CAUCA (EL CASO DE TORIBÍO)

Fernando Urrea Giraldo1


Jairo Alexander Castaño López2
Eudo Fidel Cuarán Hernández3
Magaly Gualiche Garcés4

Introducción
A partir de algunos de los resultados preliminares del proyecto de
investigación “Encuesta Piloto Experimental Nasa sobre el Buen Vivir en el
municipio de Toribío”, realizado dentro del programa Universidad del Valle-
Fundación Ford de apoyo a las estadísticas étnico-raciales de afrodescendientes
e indígenas en Colombia, se propone un análisis sobre el juego conflictivo entre
las dos institucionalidades en el norte del Cauca, la del Estado colombiano y
la del pueblo Nasa en esta región en el municipio de Toribío. En realidad, se
trata de un interesante caso de los efectos de la Constitución de 1991 y de la
dinámica particular del movimiento indígena que ponen en cuestión las formas
hegemónicas de dominación estatal en la sociedad colombiana a través de las
prácticas políticas territoriales de resistencia que llevan a cabo los indígenas
en el territorio de una zona montañosa sobre la vertiente occidental de la
cordillera Central. De entrada, el efecto del autorreconocimiento étnico-racial
a través de las estadísticas censales y de registros permanentes introduce un
nuevo elemento que complejiza la interacción entre las dos lógicas sociales. La
percepción de los indígenas sobre sus instituciones y las del Estado nacional
1 Sociólogo, investigador del Departamento de Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Sociales y Eco-
nómicas, Universidad del Valle, coordinador del grupo de investigación CIDSE-COLCIENCIAS, “estudios
étnico-raciales y del trabajo en sus diversos componentes sociales”. Responsable del programa Universidad
del Valle-Fundación Ford de apoyo a las estadísticas afrodescendientes e indígenas en Colombia, en el
cual uno de los proyectos es la “Encuesta Piloto Experimental Indígena Nasa en el municipio de Toribío”.
2 Sociólogo, investigador asociado vinculado al grupo de grupo de investigación CIDSE-COLCIEN-
CIAS, “estudios étnico-raciales y del trabajo en sus diversos componentes sociales” y coordinador de la
“Encuesta Piloto Experimental Indígena Nasa en el municipio de Toribío”.
3 Sociólogo, asistente de investigación proyecto “Encuesta Piloto Experimental Indígena Nasa en el
municipio de Toribío”.
4 Estudiante Nasa en trabajo de grado de sociología (pregrado), monitora proyecto “Encuesta Piloto
Experimental Indígena Nasa en el municipio de Toribío”.
Agradecemos al estudiante de sociología de la Universidad del Valle, Juan Manuel Torres Erazo por su
colaboración en la preparación de esta ponencia.
138 XII Coloquio Colombiano de Sociología

revelan interesantes diferencias, así como sobre cuestiones relacionadas con


el conflicto armado. Así, el caso de Toribío y de otros municipios Nasa en el
norte del Cauca, en un contexto regional más amplio, constituye un hecho
social de manifestaciones de la diversidad en el campo sociopolítico estatal, a
escala territorial y poblacional, pero en tensión y conflicto en donde juegan la
bipolaridad del poder local y a veces la dicotomización del mismo.
La Constitución de 1991 produjo cambios sustanciales en el orden
institucional colombiano. Como lo coloca muy bien Castillo (2007), el
reconocimiento de una sociedad pluriétnica y pluricultural legitimó las
viejas aspiraciones del movimiento indígena en varias regiones del país,
particularmente las de los sectores con mayor tradición histórica y conquistas
alcanzadas antes de la misma Constitución. El pueblo Nasa constituye
precisamente uno de estos sectores que en el Departamento del Cauca,
a lo largo casi de las últimas cuatro décadas y media, desde finales de los
años sesenta, en la llamada región de Tierradentro y en la zona norte del
Departamento, ha conformado un proceso étnico-territorial de considerable
impacto socio-político no sólo a escala regional sino nacional (entre otros
véase, Rojas, 1993 y 2012; Findji y Bonilla, 1995; Rappaport, 1996 y 2005;
Gow y Rappaport, 2002; Wilches, 2005; Hernández, 2005; Gow, 2008;
igualmente los estudios de Espinosa, 2003; Collazos, 2005; Chilito, 2005; y
Mung’athia Matogi, 2013)5.
Entre las dos grandes subregiones de poblamiento histórico Nasa,
Tierradentro y norte del Cauca, la segunda como lo advierte Gow (Op. Cit.: 242-
246), ha presentado una mayor exposición a discursos “técnicos” alrededor de
la planeación y una experiencia en dinámicas locales de participación política.
Para este autor el norte del Cauca y en particular el municipio de Toribío han
estado más expuestos a discursos modernos, al menos en lo que respecta a una
capa de intelectuales indígenas que han realizado estudios post-secundarios.
Tampoco es casual que la organización indígena regional de mayor
importancia histórica para el pueblo Nasa, el Consejo Regional Indígena
del Cauca (CRIC), haya sido fundado en el resguardo de Tacueyó (Toribío),
apoyándose en los cabildos Nasa de los municipios del norte del Cauca, Toribío
y Jambaló, además del municipio de Totoró en el centro del departamento,

5 Por supuesto, este proceso se remonta en el siglo XX a la experiencia histórica del movimiento cam-
pesino-indígena liderado por Quintín Lame y en la larga duración desde inicios del siglo XVIII durante el
período del cacique Juan Tama (Rappaport (1982). La historia del pueblo Nasa o Paez constituye por cierto
como lo coloca muy bien Rappaport (1981) un mesianismo que recurrentemente ha reivindicado símbolos
mesiánicos, especialmente en Tierradentro, uno de ellos la figura mítica de Juan Tama.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 139

donde se encuentra el pueblo Totoroez6. En este sentido, el norte del Cauca ha


jugado un papel sobresaliente en el movimiento indígena Nasa desde la misma
constitución del CRIC, sobre todo el municipio de Toribío (ver Gow, Op. Cit.).
En este proceso cuál es la dinámica contemporánea de las instituciones
indígenas Nasa en esta subregión, sobre todo su legitimidad con respecto
a la institucionalidad estatal colombiana visto especialmente en el caso del
municipio de Toribío, pero también como veremos a continuación con una
parte de información disponible para el municipio de Jambaló y la zona Nasa
del municipio de Caldono.
Este documento aborda los efectos de la Constitución de 1991 y de la
dinámica particular del movimiento indígena que ponen en cuestión las formas
hegemónicas de dominación estatal en la sociedad colombiana a través de las
prácticas políticas territoriales de resistencia que llevan a cabo los indígenas,
particularmente el caso de Toribío y de otros municipios Nasa en el norte del
Cauca. Esto constituye un hecho social de manifestaciones de la diversidad
en el campo sociopolítico estatal, a escala territorial y poblacional, pero en
tensión y conflicto.
Se soporta empíricamente en algunos de los resultados preliminares del
proyecto de investigación “Encuesta Piloto Experimental Nasa sobre el Buen
Vivir en el municipio de Toribío”, realizado dentro del programa Universidad
del Valle-Fundación Ford de apoyo a las estadísticas étnico-raciales de
afrodescendientes e indígenas en Colombia. Tres fuentes interesantes de
información han constituido parte de este proyecto en su primera fase: a) los
resultados de los censos de 1993 y 2005 sobre autorreconocimiento étnico-racial
y pertenencia a un determinado pueblo para los municipios de Toribío, Jambaló,
Caldono, Corinto, Inzá y Paez, y el Departamento del Cauca; b) referencia al
funcionamiento de las instituciones indígenas en el municipio de Toribío en
la actualidad con base en estudios existentes y algunos registros de corte más
etnográfico; y c) algunos de los resultados hasta ahora desconocidos de la
Encuesta Mundial de Valores llevada a cabo en tres municipios Nasa del norte
del Cauca, Toribío y Jambaló y Caldono en noviembre y diciembre del 20127.
6 El CRIC agrupa además del pueblo Nasa a otros pueblos del Departamento del Cauca, si bien la
mayor participación corresponde a los Nasa.
7 Es necesario señalar que los cabildos Nasa de los dos primeros municipios forman parte de la ACIN
(Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca), mientras que la mayor parte de los de Caldono
constituyen la Asociación de Cabildos Ukawesx Nasa Cxahb, del territorio “Sat Tama Kiwe”. Por otro
lado, la ACIN cubre también los cabildos Nasa de los municipios de Miranda, Corinto, Caloto, Santander
de Quilichao y Suárez.
La submuestra de la Encuesta Mundial de Valores aplicada en los municipios de Toribío, Jambaló y
Caldono fue apoyada por el Departamento Nacional de Planeación; sin embargo, el cuestionario y el dili-
140 XII Coloquio Colombiano de Sociología

El documento está organizado, además de la introducción, en los siguientes


componentes y unas conclusiones. Se inicia con una presentación sobre el
contexto de la subregión, luego el tema de la bipolaridad del poder a partir
del estudio clásico de Rojas (1993), introduciendo de manera seguida los
patrones porcentuales de respuesta de la pregunta de autorreconocimiento
en los municipios antes nombrados en los censos de 1993 y 2005 y lo que
esto significa. Se hace a continuación una presentación de algunas de las
instituciones indígenas, como parte de un ejercicio de invención de la identidad
Nasa en un territorio desde una lógica de resistencia frente al poder estatal, en
un juego de tensiones o conflictos. En seguida se presentan algunos resultados
de la EMV 2012 que apuntan a mostrar las diferencias de percepción entre los
indígenas de los tres municipios y una muestra nacional de individuos de la
población colombiana urbana-rural con base en el marco muestral del Censo
2005, sobre instituciones diversas, acciones colectivas y otras manifestaciones
de la vida social. Por último se presentan unas conclusiones y la bibliografía
utilizada.

Elementos contextuales de la subregión norte del Cauca indígena:


En realidad, entre las dos subregiones Nasa, la de los municipios del norte
del Cauca forma parte, así sea en términos periféricos, de la gran región
metropolitana de Cali (Urrea, 2010: 38-48, 49-107, 122). Por el contrario,
Tierradentro ha tenido como polo de referencia Popayán y Neiva, aunque
cada vez con mayor importancia Bogotá. Urrea (Op. Cit.) observa importantes
diferencias sociodemográficas en la zona rural, incluso controlando por pueblo
indígena, para el Censo 2005, entre los municipios de Toribío y Jambaló versus
los de Caldono, Inzá y Páez. Por ejemplo, las tasas globales de fecundidad son
menores en los dos municipios nortecaucanos Nasa en la zona rural para los
indígenas, también la razón de hijos menores de 5 años por mujeres en edad
fértil es más reducida, así como las tasas globales de fecundidad. En Toribío el
porcentaje de población con estudios universitarios (para mujeres y hombres)
es mayor a los registrados en los dos municipios de Tierradentro y Caldono,
tanto en cabecera como en el resto. Esto significa que las dinámicas de
transición demográfica en Toribío y Jambaló presentaban para el Censo 2005
un mayor efecto que en Tierradentro y Caldono, lo cual se refleja en pirámides
genciamiento pasó primero por consultas con las autoridades indígenas, al igual que el procesamiento de la
base de datos. Las autoridades también solicitaron el acceso a la base de datos de la muestra nacional de la
EMV 2012 para Colombia. El cuestionario aplicado en la zona Nasa incluyó preguntas específicas sobre las
instituciones indígenas, el equipo de encuesta y supervisión fue indígena y en el análisis de la información
participaron conjuntamente con el equipo de Univalle.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 141

en las que población menor de 5 años tenía en dicho Censo una participación
porcentual menor al grupo etario de 5-9 años. Por otra parte, para el Censo
de población de los tres resguardos de Toribío al primer semestre del 2013,
la población con mayor participación porcentual para los dos sexos se ubica
entre los 10-14 y 15-19 años, perdiendo participación de modo considerable
la menor a los 10 años de edad.
En interacción posiblemente con lo precedente, debe tenerse en cuenta el
impacto de las inversiones de la famosa Ley Páez, las que se han focalizado
en parques industriales y de servicios en la zona plana de los municipios del
norte del Cauca, desde mediados de los años noventa, incidiendo ante todo
entre la población negra de la subregión, con mayor peso en la femenina. Esto
ha contribuido a un proceso de proletarización acelerado de capas campesinas
de gente negra, además de que se ha fortalecido la aparición de una capa
de profesionales negros (mujeres y hombres) en las cabeceras municipales8.
Si bien no hay información precisa que muestre una inserción de personas
indígenas en este proceso de desarrollo industrial y tampoco es aparentemente
muy visible9, no está por fuera de un razonamiento sociológico pensar que
de alguna forma este desarrollo industrial y agroindustrial ha tenido algunos
impactos sobre la población Nasa joven de los municipios más indígenas de
la subregión. Esto último posiblemente debe afectar, así sea al nivel de efecto
espejo que ha cambiado el paisaje rural de la zona plana, al aparecer más y
más unidades industriales.
No obstante, otro factor sociológico estructural ha tenido que ver con la
explotación de caña de azúcar en la zona plana del norte del Cauca a partir de
la década del setenta, la cual ha girado cada vez más alrededor de la producción
de etanol, incluso extendiéndose las tierras en caña al piedemonte presionando
el territorio Nasa (Mondragón, 2008). Sin embargo, este fenómeno fuente de
conflicto tiene como antecedentes las tomas sucesivas de las haciendas de El
Nilo10 y posteriormente años después El Japio y La Emperatriz11. La primera
8 En Santander de Quilichao, Puerto Tejada, Villarrica, Guachené, Miranda, Suárez y Buenos Aires.
9 Es posible que en algunas plantas industriales maquiladoras algunas pocas trabajadoras sean de pro-
cedencia indígena y por supuesto, que entre los corteros de caña exista un contingente de jornaleros Nasa.
Esto último puede ser más notorio, a pesar de que no se disponga de una información precisa, a diferencia
de la que existe sobre corteros negros, mestizos y mestizos indígenas nariñenses, más algunos corteros
blancos de origen paisa y caucano-nariñense. De cualquier modo, la inserción socio-laboral en las activida-
des industriales de maquila sí es muy reducida hasta el presente por parte de las mujeres Nasa.
10 Los terratenientes propietarios de esta hacienda en conjunción con los paramilitares propiciaron la
masacre de 20 indígenas en 1991 (Mondragón, Op. Cit.).
11 La toma de las haciendas El Japio y La Emperatriz para reclamar el cumplimento de los acuerdos
por la masacre de El Nilo, ante la escasez de tierras aptas para el cultivo, por parte de los Nasa del norte del
Cauca fue en el 2005 (Mondragón, Op. Cit.; y Ramírez, 2011).
142 XII Coloquio Colombiano de Sociología

desde mediados de la década del ochenta (El Nilo), o sea, mucho antes de la
fuerte expansión del cultivo azucarero. En este caso está en juego más bien
el factor tierra y territorio en los municipios indígenas frente a la expansión
capitalista, a veces entrando en conflicto por el mismo recurso tierra con
poblaciones negras y mestizas pobres en algunos municipios.
Lo anterior se relaciona con que en la subregión nortecaucana, en particular
para el pueblo Nasa que nos incumbe en esta ponencia, existe la presencia
histórica en la larga duración desde el período colonial de poblaciones
negras, indígenas, mestizas y blancas, constituyendo un mosaico complejo de
conflictos interraciales e interétnicos articulados a los de clase alrededor de la
tierra (Urrea, Op. Cit.).
Para complejizar los factores que tocan el norte del Cauca indígena se
advierte desde los años sesenta en el siglo XX la presencia armada guerrillera
en la cordillera Central, correspondiente a los municipios del norte del Cauca
y sur del Valle; sin dejar de señalar que en los años ochenta también operó
un frente guerrillero indígena (Quintín Lame) y que la presencia guerrillera
en algunos de los municipios presentó una competencia entre las FARC y
el M19, hasta la desaparición de este último y del frente armado indígena
ya mencionado. Las guerrillas han tenido como contraparte la presencia de
las fuerzas armadas y de policía del Estado colombiano para contenerlas y
golpearlas. A estos últimos actores se suman las incursiones de los grupos
paramilitares desde inicios de la década del noventa, pero con presencia de
bandas armadas al servicio de los terratenientes e ingenios azucareros ya en
la década del ochenta12. Esto ha conllevado que el territorio indígena y su
población estén continuamente afectados por la guerra, no solamente porque
las acciones militares de los dos bandos se llevan a cabo en el mismo territorio
indígena sino también porque ambos actores, especialmente la guerrilla, ha
reclutado desde su llegada a la zona a jóvenes Nasa, en un permanente desafío
frente a las autoridades indígenas13.
Finalmente, el norte del Cauca indígena ha sido desde los años setentas
y sobre todo desde los noventas una subregión de cultivos ilegales (coca,
amapola y marihuana), articulando a campesinos indígenas Nasa, unas veces
como productores y otras como fuerza de trabajo asalariada.
12 Entre los estudios más completos sobre el conflicto armado en el norte del Cauca indígena véase
Luna (2010: 303-367), el cual registra de una forma muy detallada la dinámica del conflicto armado en la
última década, pero permite una mirada desde décadas atrás.
13 Para un análisis de algunos de los efectos negativos del conflicto armado en el pueblo Nasa en el norte
del Cauca, en particular las acciones de la guerrilla en contra de la territorialidad y las instituciones indígenas
y sus dirigentes, consúltese el interesante texto de Bonilla (1989) y dos artículos de Suárez (2007 y 2010).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 143

Por el conjunto de factores anteriores la población Nasa del norte del Cauca
presenta una dinámica de efectos de un desarrollo urbano metropolitano sin
conurbación con epicentro en Cali, industrialización acelerada en las últimas
dos décadas en la zona plana y una participación en el conflicto armado
desde décadas atrás que afecta considerablemente el territorio y la población,
además de olas económicas sucesivas de expansión y contracción de cultivos
ilegales según las corrientes de globalización de la economía que alcanza esta
subregión.
Es claro, que en medio de estos procesos ha avanzado también el aumento
de cobertura del sistema educativo básico y secundario, técnico y tecnológico
y universitario entre las nuevas generaciones del pueblo Nasa en las últimas
dos décadas como lo señalan los datos intercensales (Urrea, Op. Cit.), al igual
que en algunas capas de la población rural Nasa ya existe algún tipo de acceso
a los servicios convencionales de salud, vía régimen subsidiado.
En síntesis, el norte del Cauca indígena está más comunicado con Cali y
por lo mismo está más cerca de esta ciudad que de la capital departamental
(Popayán). El trabajo de campo etnográfico hasta ahora realizado en los
tres resguardos de Toribío revela que es el mercado de trabajo en el servicio
doméstico en Cali el que atrae mayoritariamente a las mujeres Nasa de éste
y otros municipios indígenas en el norte del Cauca con menores niveles
de escolaridad. También se ha detectado que desde la década del 2000
la afluencia de estudiantes Nasa de Toribío, Jambaló, Corinto y Caloto
(mujeres y hombres) que han terminado bachillerato buscan su ingreso a las
Universidades del Valle, la Santiago de Cali, la Libre y el Instituto Antonio
José Camacho. Los resultados de la Encuesta de Empleo y Calidad de Vida
de Cali realizada por el Ministerio de Trabajo (noviembre 2012-enero 2013)
sobre autorreconocimiento étnico-racial muestran que entre el 5% y 6% de
la población residente en Cali se declara indígena14, lo cual permite pensar
que la presencia indígena en Cali se ha incrementado considerablemente
después del Censo 2005. Es un hecho que la mayor parte de ella corresponde
a población Nasa procedente del norte del Cauca y Tierradentro, pero más de
los municipios nortecaucanos.

14 Con un CVE menor al 10% para el total del municipio de Cali. Una buena parte del procesamiento
de esta encuesta ha corrido a cargo del CIDSE, por el mismo grupo de investigación que tiene bajo su res-
ponsabilidad el proyecto sobre Toribío que respalda esta ponencia.
144 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Bipolaridad del poder local o dicotomización del mismo y autorreconoci-


miento étnico-racial a través del Censo 2005:
Como perspectiva de abordaje hemos retomado la hipótesis central de
Rojas sobre la bipolaridad del poder en su estudio del municipio de Caldono.
Según Rojas (1993: 23-26): “A nivel municipal el Poder de Estado se concreta
en tanto que Poder Ejecutivo, en el cargo del Alcalde y en tanto que Poder
Legislativo en el Concejo Municipal. La Autoridad Indígena se concreta en la
persona del Gobernador, pero éste no representa un poder ejecutivo respecto
del Cabildo. La Autoridad Indígena implica el reconocimiento colectivo a una
persona que se hace portadora de un orden fundado en el consenso y que
en su condición de Gobernador está obligado a reiterar”. Para este autor con
la llegada a la elección popular de alcaldes15 en los municipios de mayoría
demográfica indígena desde comienzos de los años noventa se abrieron
profundos cambios en el ejercicio del poder local. Lo que ha sucedido en
municipios indígenas como los del norte del Cauca es el desplazamiento de los
poderes clientelistas tradicionales por parte de nuevas autoridades indígenas
o sus aliados que representan las instituciones indígenas. Los movimientos
políticos que llevan a representantes indígenas sustentados en la movilización
social indígena local a los cargos de representación popular, han llegado a
copar las esferas del poder estatal: además de la alcaldía, el concejo municipal
hasta descender al nivel veredal con las Juntas de Acción Comunal.
Ahora bien, si aceptamos que la pregunta de autorreconocimiento étnico-
racial en un operativo censal o registro estadístico es eminentemente política,
en cuanto se ubica en la lógica de las políticas de identidad de grupos sociales
subalternos (Gros, 201016; y Urrea y Rodríguez, 2013), es clave analizar los
cambios registrados en los dos últimos censos poblacionales del país. Esto
se puede observar en el Cuadro 1, entre el período intercensal 1993-2005 en
seis de los municipios Nasa, tanto del norte del Cauca como de la subregión
de Tierradentro. Se registra un impresionante incremento de la participación
porcentual indígena vía autorreconocimiento.
15 La primera elección popular de alcaldes se dio en Colombia a partir de 1988.
16 Como bien lo expone Gros (2010: 15-16), “contrariamente a lo esperado, el ascenso de las reivindi-
caciones étnicas ha sido uno de los fenómenos que ha marcado durante estos últimos veinte años a América
Latina. Ningún país ha escapado a este proceso, independientemente de la importancia numérica de su
población indígena. Focalizadas alrededor de cuestiones territoriales, del respeto de las culturas autóctonas,
del derecho a una educación bilingüe, de la defensa de los recursos naturales, del reconocimiento de una
cierta forma de autonomía, estas reivindicaciones identitarias se han politizado enormemente, con el paso
de los años, y hacen parte de los “nuevos movimientos sociales” que han atraído la atención de los obser-
vadores. En ese mismo momento se afirmaba en la región una renovación democrática y se aceleraba el
proceso de globalización; estas reivindicaciones manifiestan a su manera, pero con fuerza, la crisis del mo-
delo nacional-populista que había ocupado un lugar prominente desde los años treinta en América Latina”.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 145

Cuadro 1. Cambios en los pesos poblacionales de la población indígena


en 4 municipios Nasa del norte del Cauca, 2 municipios de la zona de
Tierradentro y total departamental en el período intercensal 1993-
2005
% de % de % de la
Municipios % de
población población población Nasa
con población población
indígena en la indígena en sobre población
indígena Nasa en el indígena en
población total el resto del indígena para el
Departamento del la cabecera
municipal o municipio o total municipal o
Cauca municipal
departamental zona rural departamental
1993 2005 1993 2005 1993 2005 2005
Toribío 80.1 95.9 22.4 60.4 85.0 98.3 99.0
Jambaló 96.2 98.6 70.1 86.0 98.7 99.6 96.2
Caldono 69.4 70.6 29.8 25.7 71.5 72.7 94.4
Corinto 25.1 47.7 15.6 7.3 40.1 78.1 93.3
Inzá 34.0 47.3 6.2 19.9 36.0 49.7 85.7
Paez 60.6 68.2 15.5 20.1 65.7 72.7 99.0
Departamento del Cauca 14.8 21.8 2.1 3.6 22.2 32.9 66.4
Fuente: Procesamiento CIDSE del Censo 2005 y cálculos de población indígena y Nasa para el
Departamento del Cauca con base en DANE. 1999. Los grupos étnicos de Colombia en el censo
de 1993 –Resultados–

Por ejemplo, en Toribío se pasa del 80,1% al 95,9% para el total (en la
cabecera del 22,4% al 60,4% y en la zona rural de este municipio del 85,0%
al 98,3%); en Jambaló la tendencia también muestra un incremento, pero
ya desde el Censo de 1993 aparecía como el municipio más “indígena”
entre los municipios Nasa (Cuadro 1). También en Corinto es muy clara la
“indigenización” (se pasa del 25,1% al 47,7% y en su zona rural del 40,1%
al 78,1%), como también en Inzá (del 34,0% al 47,3%, observándose fuertes
incrementos en cabecera y resto) y Paez (del 60,6% al 68,2% para el total; e
incrementos significativos porcentuales en cabecera y resto). La excepción la
constituye Caldono que prácticamente mantiene la misma relación porcentual
entre los dos censos, tanto para el total municipal como para la zona rural,
mientras desciende en la cabecera (Cuadro 1).
A partir de los datos del Cuadro 1, se puede incluso releer la hipótesis de
Rojas de una tipología de formas de bipolaridad del poder local dependiendo del
peso demográfico de la población indígena. Así, en los municipios de Toribío
y Jambaló de acuerdo a los resultados del Censo 2005, el 96,2% y 99,3%
146 XII Coloquio Colombiano de Sociología

se autorreconocieron respectivamente como indígenas y entre estos, más del


99% y el 96,6% como pertenecientes al pueblo Nasa en los dos municipios
respectivamente17. O sea, se trata de las dos municipalidades indígenas con
la mayor hegemonía Nasa en el norte del Cauca y en todo el departamento
en términos demográficos. Los casos de Caldono y Corinto en cambio son
diferentes. El primero con una mayoría indígena por autorreconocimiento en
un 70,6% y el segundo en un 44,2%. El 94,4% de los indígenas en Caldono
se reconocen como pertenecientes al pueblo Nasa y el 93,3% en Corinto18.
En estos dos casos la mayoría demográfica indígena compite con minorías
demográficas importantes, blanca-mestiza en Caldono (casi un 30%); mientras
que en Corinto la población blanca-mestiza y negra tienen pesos porcentuales
similares (27,9%).
Los pesos demográficos en los dos municipios indígenas Nasa de
Tierradentro, Páez e Inzá, según el Censo 2005 (Cuadro 1), tienen una
diferencia también interesante con respecto a Toribío, Jambaló, Caldono y
Corinto. El 68,2% se autorreconocieron indígenas en Paez y el 46,8% en Inzá.
Como pueblo Nasa en el primero el 99% de los indígenas y en el segundo el
85,7%. Llama la atención que las dos municipalidades de la subregión Nasa
de Tierradentro tienen menores pesos porcentuales de gente de este pueblo
que en los casos de Toribío, Jambaló e incluso Caldono. Este resultado que
capta el Censo 2005 le daría la razón a Rojas en el sentido que la construcción
histórica de las municipalidades corresponde más al poder estatal y en
general al de la sociedad nacional a través de instituciones como la Iglesia
Católica que representaban al Estado después de la Constitución de 1886 que
al poblamiento indígena a través de los resguardos coloniales. Por ejemplo,
en Tierradentro la presencia de la Iglesia Católica posiblemente dejó efectos
acumulativos históricos que alteraron el territorio indígena con diferentes
poblamientos blanco-mestizos entre finales del siglo XIX y a lo largo del siglo
XX, pero sobre todo desde la década de 1940 (Miñana, 2008: 144)19.
17 Procesamiento del CIDSE de los microdatos censales por pueblo indígena.
18 Por otro lado, hay que señalar que las distribuciones poblacionales según grupo étnico-racial varían
entre cabecera y resto y entre el resto adyacente a la cabecera y el retirado de la cabecera. Las poblaciones
indígenas se concentran en la zona resto o rural y en la que queda más retirada de la cabecera (no sólo
en términos geográficos, también en acceso a través de vías). Aunque en Toribío y Jambaló la cabecera
presenta la principal concentración de población blanca-mestiza, ella es muy minoritaria, fenómeno consi-
derablemente más matizado en Caldono y sobre todo en Corinto como lo muestran los datos censales según
pertenencia étnica-racial y cabecera-resto. En estos dos municipios el factor demográfico de un menor peso
de la población indígena modifica el espacio social de la correlación de fuerzas en el principal centro de
decisiones, como es la cabecera municipal.
19 Como muy bien lo señala Miñana: “Los misioneros desde la década de 1940 introdujeron sistemáti-
camente en Tierradentro colonos de otras regiones del país para “ennoblecer la sangre”, “civilizar” y “traer
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 147

Pero el tema del reconocimiento identitario étnico-racial en un operativo


censal y en los sistemas estadísticos nacionales nos remite a un aspecto
estratégico que toca con la lógica estatal. Como lo ha colocado Desrosières en
tres de sus obras (2000, 2008a y 2008b) la estadística es por excelencia una
disciplina al servicio del Estado20 para controlar una población en un territorio
determinado. El poder del Estado moderno se ejerce entre otras a través de
contar a una población en sus diferentes dimensiones. La voluntad política
para imponerse requiere el uso de las estadísticas. En esta perspectiva es muy
importante formular que las estadísticas étnico-raciales son parte del juego
estatal y que el sentido del autorreconocimiento como discurso de la identidad
permite una mayor legitimidad de la dominación en el espacio político.
Lo que interesa remarcar aquí es la importancia política que le dan
los movimientos sociales étnico-raciales subalternos (de indígenas,
afrodescendientes y otras minorías) de “ser contados bien”, por ejemplo desde
los años noventa en América Latina y el Caribe, por parte de los institutos de
estadística nacionales para que puedan ser incluidos en la gestión pública. Sin
embargo, no solo se trata de que los cuenten bien, sino que ellos demandan
disponer de sus propias estadísticas que pueden tener elementos técnicos
comunes con las del Estado a través de los institutos de estadística21, y que
también pueden contener nuevos indicadores de acuerdo con sus discursos
políticos étnico-comunitarios, como es el caso del llamado “Buen Vivir”.
De esta manera las organizaciones indígenas territoriales entran a hacer la
gestión estadística cada vez de forma más sofisticada (mediante el uso de
tecnologías de georeferenciación), como puede observarse en los municipios
con presencia Nasa, en el Departamento del Cauca, tanto del norte del Cauca
como Tierradentro, al igual que de otros pueblos que participan en el CRIC.
Es un hecho que como lo ha analizado Rappaport (2005 y 2007) en América
Latina, y en caso particular del Departamento del Cauca y pueblo Nasa en los
últimos 20 años ha venido apareciendo una capa de intelectuales indígenas
(hombres y mujeres) que hace ya algún tiempo han tomado las riendas del

progreso”, como decía textualmente el padre David González, prefecto apostólico de Tierradentro (Gonzá-
lez, 1976). Los caciques y las autoridades tradicionales fueron captadas por la iglesia, y los chamanes o thë’
wala pasaron prácticamente a la clandestinidad”.
20 El mismo nombre de estadística viene de ciencia del Estado como lo advierte este autor.
21 Como ejemplo empírico la propuesta del DANE en Colombia durante las negociaciones y luego la
puesta en marcha del Censo 2005 en el Departamento del Cauca de llegar a un acuerdo con el CRIC (Con-
sejo Regional Indígena del Cauca) para que la propia organización indígena hiciera el levantamiento de
los registros de defunciones y nacimientos en todos los resguardos del Cauca. Esto significa que la misma
operación estadística del registro permanente poblacional pasa a manos de la organización indígena con
plena aceptación de ésta.
148 XII Coloquio Colombiano de Sociología

liderazgo indígena y han construido su proyecto utópico. La misma fundación


del CRIC y la ACIN y una serie de instituciones como el Proyecto Nasa, han
creado un espacio de incorporación a esta intelectualidad22. Este fenómeno
que es transversal a varios pueblos indígenas en Colombia ya es detectado en
los datos del Censo 2005 con el fuerte incremento de indígenas con estudios
universitarios en el país en relación con el Censo de 1993.

Algunas instituciones Nasa de Toribío como espacio socio-territorial indí-


gena local versus la lógica estatal nacional:
A continuación presentamos algunos ejemplos interesantes de instituciones
consolidadas en el municipio de Toribío que en continuas ocasiones ponen en
cuestionamiento el orden estatal central.

Guardia indígena
La guardia indígena se crea en junio del 2000 en la vereda El Tierrero
del municipio de Caloto. Como precedente existió un grupo de comuneros
Nasa para la búsqueda de varios líderes del resguardo de Tacueyó secuestrados
por las FARC en 1998. Entre este año y junio del 2000 repetidas veces los
resguardos de Toribío y de otros municipios del norte del Cauca (Jambaló,
Caloto, Corinto) mantuvieron los grupos de búsqueda de comuneros por
las continuas acciones de secuestro de la guerrilla23. En realidad, para los
cabildos los organismos de seguridad del Estado colombiano nunca han sido
una garantía de protección para las comunidades indígenas, entre otras por su
asocio con los grupos paramilitares y sectores terratenientes y empresariales
de la región y el hecho de que su tarea prioritaria ha sido perseguir a la guerrilla
en un contexto de guerra degradada, lo cual termina golpeando a la población
indígena. Según Galeano (2006: 213), en el norte del Cauca la guardia indígena
apareció en el año 2000 ante la agudización del conflicto armado.
Según Wilches (2005: 103-104), “la guardia indígena es una de las
estrategias del plan de emergencia adoptado por las comunidades indígenas del
norte del Cauca para protegerse de los efectos directos e indirectos del conflicto
armado, o de lo que esas comunidades llaman el desorden público”. Sólo se
arman con la autoridad otorgada por la comunidad y con sus tradicionales
bastones de mando”. En otra parte señala que: “las otras dos estrategias que,
conjuntamente con la guardia indígena conforman una sola unidad, son las
22 Según Arquimedes Vitonás, líder indígena, se calcula que la ACIN genera alrededor de 2.000 em-
pleos para gente Nasa en el norte del Cauca, una buena parte de ella con estudios universitarios.
23 Entrevista a uno de los líderes fundadores de la guardia indígena en el año 2000.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 149

asambleas permanentes (que se concretan en espacios de reunión dentro del


territorio indígena, previamente definidos y adecuados, en donde se congrega
la comunidad cuando existen en otras partes del territorio combates o amenazas
que atenten contra su seguridad y en donde permanecen hasta que cesen esas
amenazas) y el acompañamiento o las veedurías internacionales, a través de
las cuales se obtiene el compromiso de distintos actores internacionales con la
defensa de los derechos de las comunidades indígenas”24.
La guardia indígena ha sido estudiada como una expresión de resistencia
civil en el territorio, tiene altos niveles de legitimidad y respeto entre los
comuneros y son los encargados de garantizar la seguridad por mandato
de los cabildos. La guardia indígena está conformada por niños, jóvenes,
hombres, mujeres y ancianos, su distintivo es el uso del bastón de mando
como símbolo de la autoridad conferida por los cabildos para hacer frente a
diversas situaciones que en algunos casos “desarmonizan” el territorio como
las acciones bélicas por el conflicto armado.
En el norte del cauca indígena, la guardia responde a un coordinador general
y a su vez existen coordinadores por resguardos y por veredas, cabe aclarar
que la guardia no es una estructura autónoma, sino que está subordinada a los
cabildos, a la ACIN y al CRIC.
En términos de la seguridad en el territorio, la guardia ha adelantado
acciones contra la delincuencia común, han logrado desmantelar laboratorios
de procesamiento de cultivos ilícitos, recoger artefactos explosivos, sus
miembros reciben una serie de capacitaciones y talleres específicamente en
relación al derecho propio, los DDHH y DH. Es muy importante resaltar que
fueron ganadores del Premio Nacional de Paz en el año 2004.
Un ejemplo que ilustra la gran capacidad de la guardia como institución
que garantiza la seguridad a los indígenas en Toribio frente a todos los actores
del conflicto armado, fue lo ocurrido el pasado 17 de julio del año 2012, en el
cerro de Berlín, donde integrantes de la guardia indígena en una orden conjunta
de los autoridades indígenas de los tres cabildos deciden hacer presencia en el
cerro y proceden a retirar a la fuerza pública de este sitio, por ser considerado
uno de los lugares “sagrados del municipio” y que ha sido utilizado como
lugar de estrategia militar desde donde se dirigen los enfrentamientos entre
la fuerza pública y las guerrilla de las FARC. Igualmente, para esa fecha se
realizó la detención de varios milicianos y se decomisó el armamento con el
que pretendían hostigar el casco urbano del municipio de Toribío.

24 La figura más conocida ha sido la del juez español Baltazar Garzón.


150 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Otro ejemplo que muestra la fortaleza de la guardia indígena, es el hecho


que las instituciones de seguridad del estado (ejército y policía) que operan
en el territorio de Toribío, deben coordinar con la guardia las garantías para la
seguridad de altos funcionarios y dirigentes políticos de gran importancia que
visitan este municipio, esto se pudo apreciar con la última visita del presidente
Santos y algunos miembros de su gabinete por los acontecimientos en el cerro
de Berlín, y en una visita del gobernador del Cauca, Temístocles Ortega, a
propósito de la rendición de cuentas de la Alcaldía, aprovechó las garantías
de seguridad de la guardia para recorrer algunas veredas del municipio de los
tres resguardos.
El tema de la presencia de formas institucionales de justicia propia vs la
justicia ordinaria, es también un campo en el que se expresa la dicotomía que
induce el fenómeno de la bipolaridad del poder local, en muchas ocasiones
la justicia indígena no ha sido totalmente aceptada por los comuneros lo
que genera tensiones con el cabildo, Galeano (Op Cit, p 214) señala que
“cuando castigan a un infractor lo hacen con el fuete y el cepo, a lo que no se
escapan ni las autoridades tradicionales como el gobernador o la gobernadora,
por considerar que ellos (as) también son culpables por el desvió social de
algún comunero al no haberlo aconsejado oportunamente. Es una especie de
purificación de las autoridades”.
De otro lado, los encargados de aplicar el derecho propio en el territorio
indígena son los miembros del cabildo Jurídico25, el alguacil y el The Wala,
su trabajo consiste en conciliar los conflictos, hacer llamados de atención
para mejorar el comportamiento, efectuar arrestos, si se presentan crímenes
investigar él porque de dicho acto, entre otras funciones.
Existe una ambivalencia en el ejercicio del derecho propio en el municipio
de Toribío y posiblemente en otros del norte del cauca, ante la ausencia de una
infraestructura adecuada a las particularidades de los pueblos indígenas, las
autoridades tradicionales acudan todavía a la justicia ordinaria para completar
el caso de los juicios de los delitos graves y para hacer uso de las instalaciones
penitenciarias del INPEC, lo que evidencia una debilidad para el ejercicio del
derecho propio.

25 Este es una rama de la estructura del cabildo como tal, funcionando por ello como programas espe-
cíficos: cabildo de la familia, cabildo de educación y cabildo económico- ambiental.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 151

Los cabildos
Si bien los cabildos fueron una institución colonial junto a la figura de los
resguardos, para la población indígena e incluso blanca mestiza26 representan
la máxima autoridad en el territorio, su intervención social se extiende a varias
esferas de la vida de la población a través de los programas de educación,
programas de familia, el cabildo económico ambiental y el cabildo jurídico,
estos programas han sido creados al interior de los tres cabildos indígenas en
el municipio y para su funcionamiento y mantenimiento se destinan recursos
que son provenientes de las transferencias.
Otra extensión de la institucionalidad del cabildo tiene que ver con los
proyectos económicos comunitarios que buscan introducir un “orden moral”
en el sentido de Gow (Op.Cit.: 251) a la actividad productiva. Por ejemplo,
las fincas comunitarias, asociaciones comunitarias o tiendas, las empresas
de piscicultura, lácteos, ganadería y agricultura, las cuales se han convertido
en generadores de recursos para el sostenimiento de las familias Nasa como
productores y como asalariados.

Proyecto Nasa
El proyecto Nasa es en la actualidad según Chilito un “proyecto conjunto,
adelantado con la organización indígena local y la administración municipal”,
fue a principios de los años 80, por iniciativa del sacerdote indígena Álvaro
Ulcué Chocué, que se creó el Proyecto Nasa en un esfuerzo conjunto de las
autoridades indígenas de los tres resguardos del municipio de Toribio. El
objetivo de la asociación proyecto Nasa es recuperar la conciencia, la identidad
y la cultura y convertirlas en un modo de vida práctico en equilibrio y armonía
con el territorio. El proyecto Nasa ha sido una institución fundamental para la
reinvención de la identidad Nasa en el municipio de Toribío, su intervención
se realiza a través de los programas económico, ambiental, educativo, jurídico,
de salud, el programa de jóvenes denominado Movimiento Juvenil Álvaro
Ulcué Chocué (MJAUCH), el programa de mujeres y equidad de género,
y se crearon los proyectos productivos comunitarios materializados en la
Acuícola “Juan Tama”, Lácteos San Luis, Jugos Fintxe, entre otras empresas
comunitarias.
El Proyecto Nasa ha sido dirigido por varios intelectuales indígenas con
formación universitaria y experiencia académica que desde este espacio
26 Muchos comerciantes blancos-mestizos del casco urbano de Toribío y Tacueyó, reconocen la auto-
ridad de los gobernadores indígenas y aunque no forman parte del Cabildo, respetan las decisiones tomadas
en asamblea por la comunidad e incluso en algunos casos ayudan a financiar las actividades del cabildo.
152 XII Coloquio Colombiano de Sociología

institucional han reinventado y revalorizado la identidad Nasa por medio


de la enseñanza, de la cultura oral pero también mediante la producción de
libros, cartillas pedagógicas, y escritos varios sobre la cosmovisión y la ley de
origen nasa, sobre la lengua propia o Nasa Yuwe27 y sobre autonomía, justicia
y derechos indígenas.

CECIDIC (Centro de Educación, Capacitación e Investigación para el


Desarrollo Integral de la Comunidad)
El Centro de Educación, Capacitación e Investigación para el Desarrollo
Integral de la Comunidad (CECIDIC), es una institución educativa de carácter
especial, creado en el 2001 por los cabildos indígenas de Toribio, Tacueyó
y San Francisco, el Proyecto Nasa, y el Instituto Misionero de Antropología
(IMA). El CECIDIC es también reconocido por la secretaria de educación del
Departamento del Cauca como una institución de enseñanza técnica, en sus
instalaciones funcionan una escuela agrosilvopastoril, una sede del SENA y de
la Universidad Pontificia Bolivariana. Esta institución indígena es la encargada
de la educación formal de niños y jóvenes de los tres resguardos y también
de desarrollar en la práctica un modelo de “educación propia” que pasa por
la enseñanza de la lengua propia (NASA YUWE), la historia, las tradiciones
y creencias del pueblo Nasa, y de impulsar procesos de investigación
con profesores/investigadores indígenas y no indígenas formados en las
principales instituciones de educación superior del suroccidente Colombiano.
El CECIDIC es igualmente el lugar donde se desarrollan los principales
eventos académicos, culturales, recreativos, políticos, entre otra variedad de
actividades que son parte fundamental de la vida de las comunidades indígenas
de los tres resguardos. Un ejemplo muy importante del impacto del CECIDIC
y del Proyecto Nasa con sus programas de recuperación de la lengua propia
y la identidad cultural tiene en la actualidad que ver con la extensión del uso
de la palabra Nasa (que significa gente, en el idioma Nasa Yuwe) como la
denominación principal para identificarse como indígena de este pueblo,
dejando en desuso la palabra de origen colonial Paez.
Además de ello, el CECIDIC, se ha convertido en un espacio de fundamental
para la organización porque es donde se convocan las asambleas, funciona
también como sitio de asamblea permanente cuando la situación de conflicto
se agudiza, y de manera interesante es un sitio donde convergen indígenas de
27 Un ejemplo interesante es el caso de Marco Yule (actual gobernador del cabildo de Toribío) y su
esposa Carmen Vitonás quienes han dirigido el proyecto Nasa o han participado en alguno de sus programas
y desde allí han impulsado procesos de resignificación de la identidad étnica Nasa.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 153

distintas etnias, mestizos-blancos, y afrodescendientes jóvenes que estudian


en esta institución tanto en primaria y bachillerato así como en la educación
superior.
Como vimos en la presentación de las distintas instituciones que operan
en el espacio socio-territorial Nasa, estas vienen llevando a cabo un trabajo
sistemático de intervención social en la comunidad desde una lógica de estado
de bienestar comunitario.
Por sus características y su legitimidad, la guardia indígena es la institución
que confronta con mayor capacidad y competencia la lógica guerrerista
de intervención del Estado para abordar el problema de la seguridad de la
población indígena. De otro lado, los cabildos, el proyecto Nasa y el CECIDIC,
a través de sus actividades y los procesos de intervención y planeación con
criterios de estado de bienestar comunitario, han logrado poner en cuestión la
lógica estatal nacional de planificación con base en criterios neoliberales para
el diseño de la política pública en el territorio indígena.

Dos institucionalidades en juego en la percepción de los indígenas: análi-


sis comparativo de los resultados de la Encuesta Mundial de Valores 2012
para la muestra de Indígenas Nasa y de la Población Nacional:
La Encuesta Mundial de Valores (World Value Survey) es aplicada desde
hace más de 30 años y se ha realizado en más de 90 países, su propósito
es determinar cómo el cambio social se explica a partir de los valores, las
creencias y las motivaciones de las personas. Se trata de una investigación
global sobre los cambios socioculturales y políticos de las sociedades, liderada
por científicos sociales de distintas universidades del mundo agrupados en la
World Values Association.
En Colombia hasta el momento se han realizado 6 versiones u “olas” de
la encuesta en alianza con el Centro Nacional de Consultoría, en el año 2012
por solicitud del Departamento Nacional de Planeación (financiador de la
iniciativa), se incluyó por primera vez una muestra especial para población
indígena (180) adicional a la muestra nacional de 1512 personas seleccionadas
a partir del marco muestral del Censo 2005, según cabecera y resto y las
diferentes regiones del país. En el caso de la muestra indígena, se realizaron
importantes modificaciones al formulario para adaptarlo al contexto indígena
Nasa de los municipios de Toribío, Jambaló y Caldono y se distribuyeron
aleatoriamente 60 encuestas en cada municipio, incluyendo las cabeceras
municipales y algunas veredas.
154 XII Coloquio Colombiano de Sociología

El presente apartado presenta algunos resultados de la EMV 2012 de


manera comparativa entre la población indígena y la población nacional.
Interesa resaltar algunas diferencias significativas entre las opiniones de los
dos grupos de población sobre la confianza y legitimidad en las instituciones
del estado, de la sociedad civil y las instituciones indígenas, la participación
política, las percepciones sobre la democracia y el conflicto armado, entre
otros aspectos.

Gráfico 1. Percepción sobre instituciones y organizaciones en los niveles


regional, nacional e internacional

Fuente: EMV 2012, DNP.

En el gráfico 1 encontramos un listado de distintas instituciones que hacen


parte del aparato estatal pero también las principales instituciones regionales
de asociación de resguardos y cabildos en el Cauca (CRIC, ACIN) y en
Colombia (ONIC). Los resultados muestran el nivel de legitimidad de cada
una de estas instituciones a partir de los niveles de confianza que manifestaron
las personas encuestadas sobre las mismas.
Como era de esperar, se destaca el alto nivel de confianza de los indígenas
de Toribío, Jambaló y Caldono en instituciones como el CRIC y la ACIN con
porcentajes por encima del 60%, también se destaca la confianza en la ONIC
con un porcentaje del 54%. Estos niveles de confianza y legitimidad en las
instituciones indígenas no se comparan con ningún resultado de los niveles de
confianza en las instituciones del Estado.
El gráfico expresa que tanto para la muestra nacional como para la población
indígena hay bajos niveles de legitimidad de las instituciones estatales, se
evidencia un bajo nivel de confianza en instituciones y organizaciones como
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 155

los partidos políticos (17,0% nacional vs 16,0% indígenas), los funcionarios


públicos (23,0% nacional vs 18,0% indígenas) y el congreso (21,0% nacional
vs 34,0% indígenas).
Este último resultado del porcentaje de confianza en el Congreso, más alto
entre los indígenas en 13 puntos porcentuales que para la muestra nacional,
tiene que ver con la participación de líderes indígenas como senadores y
representantes a la cámara a partir de la constitución de 1991 (en una pugna con
sectores políticos tradicionales y clientelistas), sobre todo en el Departamento
del Cauca, donde ha habido una importante participación de líderes indígenas
y no indígenas que han sido elegidos por votación popular tanto en el senado
como en la cámara (Hernández Lara, 2010). Este es un ejemplo interesante en el
que la “toma del poder del estado” por parte de los indígenas, específicamente
del congreso, ha tenido un efecto moderado de legitimación de las instituciones
del estado (congreso) frente a las comunidades de base que ven a sus líderes
en esas instancias de poder, como lo muestran los datos de la encuesta con un
34% de confianza hacia el congreso en los municipios indígenas.
La confianza en el poder judicial para los indígenas es del 14,0% y para
la muestra nacional es del 34,0%, hay que resaltar que la baja confianza en
el poder judicial tiene que ver con la fortaleza que ha adquirido el derecho
propio como medio legal y legítimo para la solución de conflictos de distinta
índole en las comunidades, este hecho explica el bajo nivel de confianza en
instituciones que prácticamente no operan en los territorios.
El reconocimiento legal del autogobierno y el derecho propio en las
comunidades indígenas a partir de la constitución de 1991, los sucesivos fallos y
sentencias de la Corte en los que se han ratificado estos derechos, y, la suscrición
de convenios sobre pueblos indígenas con organismos internacionales como
la ONU, han legitimado el sistema de derecho propio indígena Nasa y ha
propiciado la formación de profesionales con alta calificación en derecho
(incluso formación de posgrado) sofisticando la capacidad institucional del
sistema de derecho propio indígena en Toribío. Un ejemplo que ilustra lo
anterior es que en la actualidad existe un proyecto que fue presentado a la
asamblea de los tres cabildos por parte del gobernador del cabildo de Tacueyó,
para la construcción de una cárcel en el territorio del municipio de Toribío
que sirva de lugar de alojamiento para varios indígenas del municipio que se
encuentran detenidos en los calabozos de los cabildos pero también en cárceles
de Caloto, Santander de Quilichao, Cali y otras ciudades colombianas. Los tres
156 XII Coloquio Colombiano de Sociología

cabildos del municipio de Toribío cuentan con un pool de abogados indígenas


de altas calidades y experiencia en el derecho propio.
Un dato muy interesante para el caso de los indígenas resulta cuando se
observa el porcentaje de confianza en los gobiernos locales, el cual es del
48,0% frente a un 33,0% de la muestra nacional. Este porcentaje relativamente
alto se explica porque en los municipios donde se aplicó la encuesta (Toribío,
Jambaló y Caldono) ha habido una fuerte influencia del movimiento indígena
en la competencia política que les ha permitido ganar las alcaldías y concejos
con proyectos articulados a los planes de vida de las comunidades y que gozan
de niveles medios y altos de legitimidad, especialmente en Toribío y Jambaló.
Las instituciones del Estado en las que menos confían los indígenas
son la policía con apenas un 8,0% de confianza (frente a un 46,0% para la
muestra nacional) y las fuerzas armadas con un 10,0% (47,0% de confianza
en la muestra nacional). Estos resultados para los indígenas eran previsibles
teniendo en cuenta que en los municipios del norte del Cauca el Estado ha
desplegado una estrategia militar muy agresiva para atacar a la guerrilla y esto
ha tenido consecuencias negativas para la población civil. Tal es el caso del
municipio de Toribio, donde la zozobra es constante debido a la presencia de la
fuerza pública y de la guerrilla y los permanentes combates por el control del
territorio. Esta estrategia de seguridad del Estado de hacer presencia militar
ofensiva ha traído como consecuencia una grave afectación a la población
civil y una desconfianza que se generaliza hacia todos los actores armados
(incluyendo la policía y el ejército).
Finalmente, en el caso de la presidencia de la república, el porcentaje de
confianza es del 21,0% para indígenas y 40,0% para la muestra nacional. Estos
resultados que muestran poca legitimidad de la institucionalidad estatal se
explican en buena medida por el hecho que los indígenas confían mucho más
en la institucionalidad propia como el cabildo, la ACIN y el CRIC, porque son
las que históricamente han regulado, organizado y garantizado la vida y los
derechos de las comunidades indígenas. Posiblemente esto también indica la
percepción de una ausencia de la presencia estatal en la región o que ella se ha
percibido más bien en una presencia militar para contener a la guerrilla.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 157

Gráfico 2. Percepción sobre instituciones privadas


y de la sociedad civil

Fuente: EMV 2012, DNP

Dos formas institucionales económicas de la sociedad como los bancos


y las grandes empresas presentan porcentajes de confianza moderadamente
altos en la población nacional y más bien bajos para la población indígena.
De acuerdo con los resultados del gráfico 2, el porcentaje de confianza en los
bancos para la muestra nacional es del 51,0% y en las grandes empresas del
62,0%, mientras en la muestra indígena sólo un 32,0% confía en los bancos y un
28,0% en las grandes empresas. Esto es consistente con la escasa interacción de
la economía campesina indígena con estas instituciones, la fuerte resistencia a
las políticas neoliberales por parte del movimiento indígena, y también porque
muchas empresas como los ingenios azucareros, son percibidas como poco
amigas de los indígenas y sus instituciones colectivas.
La confianza en medios de comunicación como la TV y la prensa en la
población nacional es del 37,0% para ambos medios, mientras que para la
población indígena es del 19,0% de confianza en la TV y 14,0% en la prensa.
Estos porcentajes muestran un nivel de confianza relativamente bajo en los
medios para la población nacional y muy bajo para la población indígena.
Los bajos porcentajes de confianza se explican porque entre los indígenas
los medios de comunicación han sido percibidos como hostiles a sus luchas y
reivindicaciones, lo que se hizo evidente en el último conflicto con las fuerzas
armadas en el cerro de Berlín en Toribío, al exigir las asambleas de los tres
cabildos (Toribío, Tacueyó y San Francisco) el retiro de las fuerzas armadas
de un sitio sagrado y proceder usando la guardia indígena sin armas de fuego
158 XII Coloquio Colombiano de Sociología

pero buscando a toda costa desalojarlos, incluso con acciones de fuerza. Hay
que recordar que los noticieros de televisión RCN y sobre todo Caracol TV y
radio, presentaron en casi todo momento a los indígenas como enemigos de la
nación colombiana y en cierta manera como cómplices de la guerrilla. Tampoco
los medios escritos abrieron un espacio más imparcial (es el caso de Semana).
Este tipo de interpretación parcializada ha desprestigiado considerablemente
los medios de comunicación en estos municipios indígenas.

Gráfico 3. Percepciones sobre características de la democracia


(primera parte)

Fuente: EMV 2012, DNP

En términos de la percepción sobre la participación política de los


ciudadanos (gráfico 3), tenemos que para el 56,0% de los indígenas las
elecciones libres sí son una característica esencial de la democracia y en el caso
de la muestra nacional este porcentaje es del 44,0%. Sobre la participación de
los ciudadanos en la toma de decisiones, el 53,0% de los indígenas lo considera
una característica esencial de la democracia frente al 42,0% de la muestra
nacional. O sea, que los indígenas valoran significativamente más en términos
de porcentajes comparados con la muestra nacional aspectos tales como las
elecciones libres y la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones.
Esta mayor valoración positiva de la democracia posiblemente tiene que ver
con las conquistas logradas a través de la elección de alcaldes, concejales,
diputados y senadores indígenas en estos municipios. También vale la pena
resaltar que las asambleas generales de cabildos con periodicidad anual, son
espacios de laboratorio de prácticas de democracia participativa en los que la
toma de decisiones se realiza de manera colectiva.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 159

En términos de la asistencia estatal vía subsidio de desempleo, encontramos


que un 37,0% de los indígenas y un 22,0% de la población nacional lo valoran
como esencial a la democracia. Sobre el caso de una política como el cobro
de impuestos a los ricos para subsidiar a los pobres, tenemos que un 33,0%
de los indígenas la valora como esencial de la democracia y en la muestra
nacional este porcentaje es del 20,0%. Vale la pena señalar que a pesar de ser
reducidos los porcentajes para ambas muestras ellos son muy diferentes. Los
indígenas contestaron en quince puntos porcentuales más favorables que en la
muestra nacional la asistencia estatal vía subsidio al desempleo y al cobro de
impuestos a los ricos para subsidiar a los pobres en trece puntos porcentuales.
Si bien, aunque no alcanza a ser la opinión mayoritaria entre los indígenas
de políticas redistributivas a través del Estado, definitivamente sí son más
favorables que la población de la muestra nacional a dichas políticas.
La relación con la autoridad como obediencia (el pueblo obedece a sus
gobernantes) es valorada en los indígenas por un 40,0% de la población
mientras que para la población nacional es valorada por un 20,0%. Aquí
se nota la influencia de la relación directa de los comuneros indígenas con
las autoridades tradicionales, en la mayoría de los casos la figura de los
gobernadores de los cabildos goza de mucho respeto, estima y obediencia.
La intervención del Estado en una distribución del ingreso con criterios
de igualdad es valorada por un 42,0% de los indígenas mientras que para
la muestra nacional este porcentaje sólo es del 14,0%. Esto es consistente
con una mayor aceptación por parte de los indígenas de la acción del sector
público en la vida económica, comparada con la opinión expresada en la
muestra nacional.
160 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Gráfico 4. Percepción sobre características de la democracia


(segunda parte)
V228a-V228i. Según su punto de vista, ¿qué tan frecuentemente ocurren las siguientes cosas en las elecciones de este
país?

100
89
90
80
80 71 72
70 61
60 54 52 54
50 43 46 46 46 46 48
42 41 38 40
40
30
20
10
0
Los votos se Se previene que Las noticias de TV Los votantes son Los periodistas Las autoridades La gente rica Los votantes son A los votantes se
cuentan se postulen favorecen al sobornados proveen cobertura electorales son compra elecciones amenazados con les ofrece un
justamente candidatos de partido de justa de las justas violencia en las proceso
oposición gobierno elecciones urnas transparente en
las elecciones

Indígena Nacional

Fuente: EMV 2012, DNP

Un aspecto clave para medir el nivel de confianza en la democracia y sus


instituciones (incluyendo la prensa) tiene que ver con la frecuencia (mucha y
bastante) con que ocurren varios hechos que pueden incidir en las elecciones
de un país. En el gráfico 4 observamos que para las dos poblaciones –pero
particularmente para la indígena– existe la percepción de que la gente rica
compra las elecciones (89,0% indígenas vs 80,0% nacional), que las noticias
de televisión favorecen al partido de gobierno (71,0% indígenas vs 61,0%
nacional), y que se previene que se postulen candidatos de oposición (52,0%
indígenas vs 43,0% nacional).
Para la población nacional es muy llamativo el porcentaje de percepción de
que en las elecciones se presentan sobornos a los votantes, ya que un 72,0%
manifiesta que es muy frecuente y/o bastante frecuente esta situación en el
país, mientras en los indígenas desciende al 42,0%. Las amenazas violentas a
los votantes en las urnas son percibidas como situaciones que ocurren en las
elecciones del país por el 46,0% de la población de ambas muestras.
Sobre los hechos que podemos catalogar como positivos para la democracia
electoral observamos que un 52,0% de los indígenas y un 42,0% de la población
nacional consideran que en el país los votos se cuentan justamente; o sea, con
10 puntos porcentuales de diferencia y un poco más de la mitad en el caso de
los indígenas. Asimismo, el 54,0% de la población nacional expresa que los
periodistas proveen cobertura justa de las elecciones frente al 41,0% de los
indígenas. En este punto los indígenas creen menos en los periodistas que los
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 161

colombianos de la muestra nacional. Por otro lado, el 46,0% de los indígenas y


el 48,0% de la muestra nacional opinaron que la transparencia del proceso de
elecciones ocurre frecuentemente en el país; este porcentaje es relativamente
bajo ya que no alcanza a representar la mitad de las percepciones de las dos
poblaciones.
La importancia de unas elecciones limpias para el mejoramiento del nivel
de vida de la familia es considerado como un factor muy importante y bastante
importante por el 89,0% de la población nacional y el 81,0% de la indígena, en
lo referente a la percepción de las elecciones limpias como factor de desarrollo
económico del país tenemos que es considerado de esta forma por el 92,0% de
la muestra nacional y el 82,0% de la indígena. Estos datos muestran que hay
una alta valoración de las elecciones limpias para las dos poblaciones aunque
se acentúa más en el caso de la población nacional.

Gráfico 5. Participación en organizaciones

Fuente: EMV 2012, DNP

Los datos del gráfico 5 son contundentes a la hora de demostrar la fuerte


capacidad de construcción de capital social y de participación en organizaciones
en el caso de los pueblos indígenas nortecaucanos, ya que su participación
en organizaciones voluntarias distintas a iglesias y organizaciones religiosas
es mayor en todos los campos. Aquí hay que resaltar la influencia del
aprendizaje a través del proceso de lucha por la tierra, la cultura y por sus
derechos que han llevado a cabo los indígenas promoviendo la creación de
distintas organizaciones de orden regional (CRIC, ACIN) y local (Proyecto
Nasa, CECIDIC, Movimiento Juvenil Álvaro Ulcué Chocué, entre otros)
que permiten contar con una fortaleza organizativa ejemplar. El gráfico
muestra igualmente que la participación de los indígenas se concentra en
162 XII Coloquio Colombiano de Sociología

organizaciones de deporte y recreación (38,0% indígenas vs 17,0% nacional),


organizaciones ambientales y ecológicas (31,0% indígenas vs 9,0% nacional),
grupos de ayuda mutua que en el caso de las municipios indígenas se refieren
a los grupos que realizan “cambio de mano”28 y ocasionalmente la minga
(26,0% indígenas vs 9,0% nacional).

Gráfico 6. Participación en Instituciones Indígenas

Fuente: EMV 2012, DNP

En el caso específico de la participación de los indígenas en las instituciones


y/o organizaciones propias (gráfico 6) observamos que la más alta participación
se registra a través de la minga (68,0%), seguida del cabildo (60,0%), lo
cual era de esperar ya que estas son instituciones del orden local. En el caso
de las organizaciones regionales como el CRIC y la zonal como la ACIN,
presentan también un alto porcentaje de participantes miembros activos entre
los encuestados con un 43,0% para la primera y un 40,0% para la segunda.
Un punto importante a destacar es la poca incidencia de organizaciones de
reciente creación como la OPIC con sólo un 2,0%. La participación en la
ONIC es del 23,0%, una cifra que muestra una relativa fortaleza de esta
organización del orden nacional en el norte del Cauca. Es interesante el caso
de la OPIC debido al enorme esfuerzo del Ministerio del Interior durante
el último período de la administración Uribe Vélez para consolidarla como
alternativa a las organizaciones tradicionales como el CRIC y la ACIN,
además de la reciente participación de la misma con fuerte eco a través de los

28 El cambio de mano se refiere a la fuerza de trabajo que se ofrece de manera gratuita entre los comu-
neros para llevar a cabo faenas agrícolas.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 163

medios de comunicación en la ciudad de Popayán y sobre todo de las elites


regionales terratenientes. A pesar de este esfuerzo por hacerla aparecer como
un interlocutor importante, en la realidad tiene poco peso en el conjunto de los
tres municipios de la muestra indígena, incluso en el municipio de Caldono, si
tomamos en cuenta la clasificación de miembros activos e inactivos29.

Gráfico 7. Preferencia por partidos políticos

Fuente: EMV 2012, DNP.

La intención de voto por los partidos muestra que para la población


indígena hay una fuerte influencia de la ASI con una preferencia del 41,0%
(gráfico 7), en segundo lugar se encuentra el voto en blanco con un 14,0% y en
tercer lugar el partido liberal con un 12,0%. AICO sólo registra una intención
de voto del 7,0%, el partido conservador del 6,0%, el polo el 2,0% y el partido
verde y cambio radical del 1,0%. Llama la atención que el partido de la U no
registra ninguna intención de voto para la población indígena mientras en la
muestra nacional este porcentaje es del 16,0%. La población nacional tiene
entre sus preferencias electorales al partido liberal (21,0%), el partido de la U
(16,0%) y el conservador (10,0%).

29 Ahora bien, si sumamos miembros activos e inactivos en los tres municipios la OPIC arroja ape-
nas un 8,0% de simpatía mientras las otras organizaciones presentan los siguientes porcentajes: ACIN un
59,0%, CRIC un 66,0% y la ONIC un 42,0% (datos EMV 2012); o sea, que la representación indígena se
mantiene alrededor de las dos fuertes organizaciones como el CRIC y la ACIN regionales, seguidas de una
nacional como la ONIC. Debe señalarse que la muestra llevada a cabo en los tres municipios por parte del
CNC (180 casos) fue seleccionada en terreno en forma completamente aleatoria sin ningún criterio prede-
terminado de simpatía por algún tipo de organización indígena.
164 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Gráfico 8. Posiciones frente al conflicto armado

Fuente. EMV 2012, DNP.

Los resultados sobre la posibilidad de “pelear por el país” debido a la


situación de conflicto armado interno (gráfico 8), arrojan una alta disposición
de participación en las dos poblaciones con un diferencial importante de 11
puntos porcentuales que expresa una mayor disposición de hacerlo por parte
de la población de la muestra nacional (71,0% nacional vs 60,0% indígenas).
En el caso del no involucramiento y la respuesta “no sabe”, el porcentaje de
población indígena es más alto con un 40,0% frente a un 29,0% de la nacional,
con un diferencial de 11 puntos. Es probable que en el caso de la población
indígena la frase “pelear por el país” haya tenido un efecto de “inflar” los
datos debido a que en el discurso político tanto de los líderes como de las
bases, la frase “pelear por el país” no necesariamente significa involucrarse
con actores armados a favor de las fuerzas militares y de policía (mucho menos
favorecer la lucha guerrillera), como si puede suceder en contextos urbanos de
acuerdo con los resultados para la muestra nacional. Una de las características
del pueblo Nasa que un líder indígena de Toribío destaca como un aspecto
central para la sobrevivencia de su pueblo es la capacidad de “ser peliones”
como resultado de un proceso histórico de lucha y resistencia por conservar
la cosmovisión y las prácticas de vida propia, el himno Nasa precisamente
plantea en una de sus estrofas “vivimos porque peleamos, contra el poder
invasor, y seguiremos peleando, mientras no se apague el sol”. Sin embargo,
vale la pena advertir que la guardia indígena nunca carga armas de fuego,
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 165

porque está excluido el uso de las armas en las acciones de resistencia o de


pacificación y de cumplimiento de la justicia “propia”.

Gráfico 9. Orgullo de ser colombiano


V211 ¿Qué tan orgulloso está ud. de ser colombiano?

90 80
80
70 61
60
50
40
30 26
17
20 12
10 3
0
Muy orgulloso Bastante orgulloso No muy orgulloso

Indígenas Nacional

Fuente: EMV 2012, DNP

El gráfico 9 señala que el 80,0% de la población nacional se siente muy


orgullosa de ser colombiana y el 17,0% bastante orgullosa, es decir, el 97,0%
de la población de la muestra nacional manifestó sentir un alto nivel de
orgullo por ser colombiana. Estos resultados contrastan con la percepción de
los indígenas ya que desciende al 61,0% la que se siente muy orgullosa de
ser colombiano, pero en cambio pasa al 26,0% la que afirma que se siente
bastante orgullosa. El porcentaje que más llama la atención es el del 12,0% de
los encuestados indígenas y apenas el 3,0% de la muestra nacional que no se
sienten muy orgullosos de ser colombianos. No obstante, vale la pena advertir
que el 87,0% de los indígenas se sienten entre muy y bastante orgullosos
de ser colombianos (diez puntos menos frente a la muestra nacional). La
principal diferencia entonces tiene que ver con el grupo que no se siente muy
orgulloso de ser colombiano para la muestra indígena, fenómeno relacionado
con las percepciones de exclusión que tienen sectores de la población indígena
con respecto a las instituciones del Estado y de la sociedad nacional. En este
contexto podría esperarse un mayor porcentaje de este tipo de respuesta entre
la población indígena y por lo mismo la sorpresa es que menos del 15,0% entre
166 XII Coloquio Colombiano de Sociología

los Nasa del norte del Cauca no se sienten muy orgullosos de ser colombianos.
Esto es indicativo de que a pesar de la situación conflictiva en la región norte-
caucana con reacciones racistas sufridas por los indígenas, lideradas por
antiguos sectores de las elites regionales, más del 85,0% se identifica como
parte de la nacionalidad colombiana.

Gráfico 10. Posturas de izquierda o derecha

Fuente: EMV 2012, DNP.

El gráfico 10 muestra que un alto porcentaje de la población nacional


(34,0%) e indígena (29,0%) se sitúa en una posición intermedia o de centro
(5) en la escala entre posturas de izquierda y derecha; pero en el caso de las
posturas de izquierda (1-3 en la escala), observamos un bajo porcentaje de
personas que se consideran de izquierda entre la muestra nacional y la indígena
(11,0% y 10,0% respectivamente). En términos de las posturas de derecha (7-
10 en la escala), en la muestra nacional tenemos un alto porcentaje de personas
que se sitúan en esta posición la cual llega al 33,0%, pero es mayor en el caso
de los indígenas con el 47,0%. Posiblemente este comportamiento de los datos
para la población indígena se presenta debido a que en el contexto local de
los municipios de Toribio, Jambaló y Caldono, la guerrilla se ha reivindicado
como un movimiento de izquierda, y las personas que habitan estos territorios
no quieren ser asociados con este tipo de organización, incluso, en muchos
casos cuando han sido víctimas directas o indirectas de las acciones de este
grupo, o cuando simplemente se es espectador desde adentro, por lo que se
presenta una aversión por posturas de la izquierda armada. Por esta razón, se
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 167

genera lo que la encuesta está mostrando, un rechazo contundente al punto de


que la gente prefiere considerarse de “derecha” para marcar diferencia tajante
con la izquierda armada. Este hallazgo novedoso de la muestra indígena
permite señalar que entre las poblaciones Nasa del norte del Cauca la guerrilla
más que un aliado se ha convertido en un considerable obstáculo para sus
formas de vida y de gobierno propio desde varias décadas atrás, como lo han
señalado los estudios de investigadores citados en el apartado sobre elementos
contextuales de la subregión norte del Cauca indígena (Bonilla, 1989; y
Suárez, 2007 y 2010), al igual que la creación de la misma guardia indígena
ha estado relacionada con la necesidad de proteger el territorio y su población
de actores armados como la misma guerrilla, pero también paramilitares y los
organismos de seguridad del Estado colombiano (ejército y policía).

Conclusiones
El municipio de Toribío y otros municipios Nasa del norte del Cauca
constituyen uno de los polos de la resistencia étnica-racial más sobresaliente
en el país, como resultado de procesos sociales micro que se desprenden de
la historia del movimiento social indígena en esa subregión caucana en la que
ingredientes externos e internos permitieron consolidar cambios sustanciales
en la conformación de una bipolaridad de poder local en tensión y conflicto
con el orden estatal colombiano y las elites regionales de terratenientes,
empresarios y políticos tradicionales. Entre los ingredientes aceleradores
seguramente como lo ha mostrado Gow (Op. Cit.) ha sido la influencia de
la teología de la liberación bajo el liderazgo de un cura indígena (Nasa), el
padre Álvaro Ulcué. Dicha influencia tuvo que ver con la formación de una
intelectualidad Nasa con estudios universitarios que desde los años noventa
ha tomado el liderazgo del movimiento social en Toribío y otros municipios.
Aunque este fenómeno no ha sido objeto de esta ponencia de cualquier modo
tenía que haber sido colocado como elemento a tenerse en cuenta. De hecho,
la influencia de esta corriente de la Iglesia Católica ha continuado hasta hoy
en día a través de la orden Consolata, como lo ha analizado el estudio reciente
de Mung’athia Matogi (Op. Cit.) con respecto a los Planes de Vida en los tres
resguardos del municipio de Toribío.
Sin embargo, el contexto macro regional ha tenido que ver con la posibilidad
de que los procesos micro cristalizaran en el norte del Cauca, en particular en
Toribío. El fenómeno de ser una subregión del área metropolitana de Cali,
así sea periférica, ha sido determinante porque ha podido acelerar el acceso
al sistema educativo técnico, tecnológico y superior, incluso con programas
168 XII Coloquio Colombiano de Sociología

descentralizados en el mismo Toribío, Santander de Quilichao y otras


cabeceras municipales, pero fundamentalmente abriendo la posibilidad de
estudios en Cali en varias universidades e institutos tecnológicos. El mercado
de trabajo en el empleo doméstico en Cali no puede dejarse de lado porque ha
facilitado el proceso de migración rural-urbana de las mujeres Nasa y esto ha
tenido incidencia en patrones de modernidad sobre la población indígena en
estos municipios.
El fenómeno del conflicto armado y el narcotráfico ha podido enfrentarse
gracias a la dinámica de resistencia étnica-territorial en una re-invención de
la etnicidad Nasa, como lo ha señalado Castillo (Op. Cit.:93-167). Pero lo
más sobresaliente es que en el juego de la utopía comunitaria se mantiene
una tensión entre las dos institucionalidades políticas, la indígena y la estatal
nacional, en medio del conflicto armado y las amenazas de desestabilización
de los resguardos por las organizaciones empresariales de sustancias ilegales
(coca y marihuana). Éstas tienen capacidad de generar empleo temporal
asalariado para los jóvenes indígenas y además algunos indígenas han podido
acumular capitales pequeños y medianos vinculándose como productores a
estos cultivos, desafiando a los cabildos y sus autoridades.
La “indigenización” en Toribío y la subregión se ha consolidado como
lo indican los resultados censales del 2005 pero también los ejercicios
estadísticos que levantan periódicamente los tres resguardos de este municipio.
En este aspecto ha sido un éxito como en otras regiones del país el proceso
de autorreconocimiento étnico-racial, acompañado de una valorización de
las estadísticas poblacionales frente al Estado y en negociación con éste.
La política de identidad étnica-racial ha permitido enfrentar el poder estatal
nacional y al mismo tiempo negociar en mejores condiciones con él, a pesar
de las ambivalencias de las entidades encargadas de los programas sociales
asistenciales y las acciones represivas de los organismos de seguridad del
Estado colombiano (ejército y policía).
La hipótesis de Rojas sobre la bipolaridad del poder local y luego la
dicotomización del mismo se aplican perfectamente a Toribío. Este fenómeno
socio-político que toca las entrañas del Estado a escala micro es un permanente
desafío para las elites regionales de terratenientes, empresarios y políticos
tradicionales, pero también para las elites nacionales que observan con
preocupación la “altanería” indígena Nasa y cuestionan los sentimientos poco
“patriotas” de los indios30.
30 La manera como cubrieron los medios de comunicación de las grandes cadenas de televisión (Ca-
racol, RCN y Canal 1) y las radiales, además de los medios impresos (por ejemplo, la revista Semana) los
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 169

En esta ponencia se resalta la importancia política que le dan los movimientos


sociales étnico-raciales subalternos (de indígenas, afrodescendientes y otras
minorías) de “ser contados bien”, por ejemplo desde los años noventa en
América Latina y el Caribe, por parte de los institutos de estadística nacionales
para que puedan ser incluidos en la gestión pública. Sin embargo, no solo se
trata de que los cuenten bien, sino que ellos demandan disponer de sus propias
estadísticas que pueden tener elementos técnicos comunes con las del Estado
a través de los institutos de estadística, y que también pueden contener nuevos
indicadores de acuerdo con sus discursos políticos étnico-comunitarios, como
es el caso del llamado “Buen Vivir”.
Finalmente al nivel interpretativo se presentaría una conjunción entre
política de identidad (autorreconocimiento) y exigencia de ser contados bien
y de usar las técnicas estadísticas, lo cual configura la puesta en juego de
una lógica estatal por parte de los indígenas (u otros grupos étnico-raciales)
que puede interactuar con la institucional del Estado nacional, por ejemplo
cuando el censo de población o los registros poblacionales continuos vinculan
a las organizaciones indígenas para su realización (y de otros grupos), pero
que también puede constituirse en información que no necesariamente está al
servicio de la lógica estatal de la sociedad mayor. ¿Se trataría de una bipolaridad
o una dicotomización del poder en el lenguaje de Rojas que toca con la gestión
pública de un territorio y su población a través de las estadísticas? ¿Parecería
que cada vez más las organizaciones del movimiento social indígena (o de
otros sectores étnico-raciales) quedan enredadas en lógicas desde el Estado
nacional? O más bien, ¿se trataría de nuevas formas de tensión entre las dos
institucionalidades?

sucesos de la toma del cerro de Berlín en Toribío fue una clara demostración de estigmatización con cacería
de brujas a los cabildos y la dirigencia indígena, al acusarlos de agentes de las FARC. A esto se añade las
manifestaciones de sectores de la elite tradicional payanesa y caucana con consignas racistas y vulgares
contra el CRIC y la ACIN después de la toma del cerro de Berlín por los indígenas y la retoma por parte del
ejército y la policía en el mes de julio del 2012.
170 XII Coloquio Colombiano de Sociología

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ESTADO Y SOCIEDAD EN LAS MÁRGENES
GLOSAS AL ESTUDIO DE LA FORMACIÓN LOCAL DEL ESTADO:
EL CASO DEL PIEDEMONTE CAQUETEÑO (1960-1980)

Sandra Patricia Martínez Basallo1

Presentación
Esta ponencia hace parte de un trabajo de más largo aliento en el que se in-
tenta establecer el papel que jugaron las políticas agrarias implementadas por
el Incora en el piedemonte caqueteño, entre 1960 y 1980, en la configuración
de un orden estatal en esta región del país. Partiendo de considerar los proce-
sos de formación estatal como procesos siempre inacabados y disputados, que
se erigen “desde abajo” a partir de las luchas por el poder y la dominación que
se producen entre actores diferencialmente situados en el seno de la sociedad,
este trabajo se interesa por conocer las dimensiones locales y culturales que
adquieren estos procesos en una región de frontera, como es el caso del Ca-
quetá de mediados del siglo anterior.
Para ello, hemos decidido focalizar la atención en el estudio de la historia
local del Incora en los frentes de colonización dirigida establecidos en el Ca-
quetá, a finales de los años cincuenta del siglo anterior (Maguaré, La Mono y
Valparaíso), como una manera de acceder al conocimiento de las estrategias,
prácticas y representaciones que le dan vida a determinadas configuraciones
locales del Estado. Por tratarse de una investigación en curso, en esta ponencia
se presentarán algunos resultados preliminares obtenidos a partir del análisis
de las entrevistas en profundidad realizadas a algunos de los beneficiarios
de los programas implementados por el Incora, así como a ex funcionarios
de esta entidad que prestaron sus servicios a la misma durante el periodo de
estudio, con lo cual buscamos avanzar en la tarea de reconstruir la experiencia
de estos actores, en términos de las prácticas y representaciones surgidas de la
interacción entre ellos en el marco de estos programas.
Pero antes de pasar a la presentación de estos resultados, haremos un rápi-
do recorrido por las aproximaciones antropológicas al estudio del Estado que,
en las últimas décadas, han planteado la necesidad de trascender la mirada
del Estado como un aparato centralizado y unificado, que concentra el ejerci-
cio del poder sobre la sociedad, para situar el lente analítico en las múltiples
1 Profesora-investigadora del Departamento de Ciencias Sociales, integrante del grupo de investiga-
ción Acción colectiva y cambio social, ACASO, Universidad del Valle.
176 XII Coloquio Colombiano de Sociología

operaciones, procedimientos, rutinas y lenguajes de autoridad a través de los


cuales el Estado se “hace real” en la vida diaria de la gente. Posteriormente,
realizaremos una apretada síntesis del aporte que han hecho las ciencias so-
ciales de nuestro país al estudio de este problema, a la luz de un caso como
el del Estado colombiano, considerado por muchos como un buen ejemplo de
un Estado fallido. Para terminar, presentaremos algunas consideraciones que,
lejos de pretender clausurar el debate, quedan sujetas a la discusión.

Aproximaciones antropológicas al estudio del Estado


Hace cerca de dos décadas, Pierre Bourdieu insistía en la eficacia simbóli-
ca de las prácticas estatales para actuar sobre la representación de lo real (Bou-
rdieu, 1994). El Estado mismo, en sus acepciones convencionales, forma parte
de estas poderosas construcciones de lo real que han pasado a convertirse en
objeto de cuestionamiento por parte de académicos de distintas disciplinas
sociales. Parafraseando a Geertz, quien advierte que los progresos en antro-
pología se deben más al refinamiento del debate que al perfeccionamiento
del consenso (Geertz, 1992: 24), podemos decir que en los últimos años el
tema del Estado ha estimulado una intensa controversia entre los científicos
sociales que, lejos de haber llegado a un acuerdo sobre un concepto unívoco
de Estado, siguen sin zanjar la discusión en torno a su naturaleza y a la manera
de abordarlo.
Grosso modo, este debate se ha dirigido a la problematización de algunos
de los supuestos que han dominado el discurso de la ciencia política, la histo-
ria y la sociología sobre este fenómeno. El primero de ellos tiene que ver con
la consideración del Estado como una realidad independiente, circunscrita y
unitaria que se construye al margen y por encima de la sociedad. El empeño
en trazar una frontera precisa entre el Estado y la sociedad ha sido cuestionado
por diversos autores que insisten en la necesidad de ver esta frontera como un
resultado del ejercicio del poder y no como un hecho que pueda darse por sen-
tado (Abrams, 1988; Gupta, 1995; Mitchell, 1999; Gupta y Sharma, 2006a).
Así, lo que en apariencia es una frontera externa entre dos entidades discretas,
es en realidad un mecanismo de ejercicio de poder a través del cual determi-
nado orden social y político es mantenido. Esta habilidad para revelarse como
una estructura unitaria y coherente, aparentemente externa y autónoma de la
sociedad, es lo que Mitchell denomina “el efecto de Estado” (Mitchell, 1991).
De esta visión del Estado como una entidad unitaria y autónoma de la so-
ciedad se desprende la consideración del mismo como el locus central de po-
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 177

der, un centro de control coherente y organizado, con una estructura piramidal


de arriba hacia abajo, que funciona de acuerdo con una jerarquía que se dirige
hacia un centro. Esta representación de la autoridad estatal supone la legiti-
mación y naturalización de ciertas “topografías imaginarias” que dividen al
espacio en un orden jerarquizado de relaciones que le asignan al Estado un lu-
gar preeminente sobre las demás espacialidades2. Supone también una mirada
centrada en el Estado, las leyes o las instituciones como centros irradiadores
de poder, que esconde los mecanismos de regulación y disciplinamiento que
actúan en la vida diaria. Siguiendo la consideración foucaultiana del poder
como una relación que se despliega de manera capilar por el entramado social,
los críticos de esta mirada estiman que el poder ha de reconocerse en todos los
niveles de la vida social, incluso en las relaciones cotidianas y aparentemente
insignificantes, y no sólo en los centros de control representados por el Estado
y sus instituciones (Ferguson, 1994; Rose, 1996; Gledhill, 2000).
Una tercera visión se suma a las nociones más socorridas sobre el Esta-
do. Se trata de la consideración del aparato estatal como un actor autónomo,
cuyas intervenciones están guiadas por una voluntad e intencionalidad pro-
pias. Desde esta perspectiva, se da por sentada la autonomía del Estado para
perseguir sus propios fines y no simplemente las demandas e intereses de las
clases sociales cercanas al poder, de tal suerte que las llamadas “capacidades
estatales” son evaluadas de acuerdo con la “fortaleza” o “debilidad” que los
estados nacionales modernos exhiben en sus intervenciones, apoyados en un
aparato burocrático centralizado y racional, a la manera del tipo ideal webe-
riano (Skocpol, 1985).
Asumiendo un distanciamiento crítico respecto a estos enfoques, los es-
tudios antropológicos sobre el Estado insisten en la necesidad de concebirlo
como parte de las formas institucionalizadas de las relaciones sociales y no
como una entidad unitaria que mantiene una relación de externalidad con ellas
(Gupta y Sharma, 2006a). Ello implica desviar la mirada del aparato estatal
centralizado y organizado, para fijarse en los distintos niveles y dimensiones
en los que se despliegan las prácticas estatales, así como en las relaciones
informales de regateo, cálculo y negociación que se producen entre diferentes
actores en estos niveles.

2 Gupta y Ferguson identifican dos de estas “topografías imaginarias”. Se trata de las metáforas de la
“verticalidad”, mediante la cual el Estado es representado como una entidad que se sitúa “por encima” de
la sociedad y del “abarcamiento”, que supone una disposición espacial a la manera de círculos concéntri-
cos, donde la circunferencia de mayor tamaño representaría al Estado-nación, englobando sus localidades,
comunidades y regiones (Gupta y Ferguson, 2002).
178 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Antes que un fenómeno dado, de características fijas e inamovibles, el Es-


tado comporta una dimensión procesual y relacional que sólo es posible apre-
hender a partir del análisis de las configuraciones locales que éste adquiere
en contextos históricos y espaciales particulares. De ahí la necesidad de aco-
meter el estudio del proceso de formación local del Estado, entendido como
un proceso que se erige no sólo a partir del proyecto totalizante de construc-
ción de una “identidad nacional” movilizado por las élites, sino también de un
proyecto individualizante dirigido a producir categorías específicas de indi-
viduos (como ciudadanos, nacionales, propietarios, votantes, contribuyentes,
entre otras). Este último proyecto se concreta a través de distintos medios de
regulación moral que, como las rutinas, rituales, instituciones y discursos de
gobierno, se imponen cotidianamente en la vida de los individuos (Corrigan y
Sayer, 1985; Hansen y Stepputat, 2001; Joseph y Nugent, 2002).
De los planteamientos de estos autores, pueden derivarse, por lo menos,
tres posibles vías de análisis para el abordaje del fenómeno estatal. La primera
de ellas consiste en la etnografía de las burocracias a través de la observación
de los significados y efectos que sus rutinas, códigos y lenguajes producen en
la población. Pero la etnografía de las prácticas institucionales no sólo implica
el estudio de los procedimientos adelantados por los funcionarios oficiales,
sino también de las prácticas y representaciones surgidas a partir de la interre-
lación entre estos funcionarios y los usuarios de las burocracias, en tanto que
ellas dan cuenta de los mecanismos a través de los cuales el Estado se hace
presente en la vida cotidiana de la gente (Hansen y Stepputat, 2001; Nuijten,
2003; Gupta y Sharma, 2006a).
El segundo nivel de análisis se refiere a las representaciones culturales
públicas a través de las cuales el aparato estatal produce un discurso explícito
acerca de su naturaleza, moldeando las percepciones de la población acerca de
lo que el Estado es, de lo que supuestamente hace y de sus fronteras (Gupta y
Sharma, 2006a). Para ello, se sirve de distintos mecanismos como los medios
de comunicación, los reportes y pronunciamientos oficiales o los rituales y
ceremonias públicas, además de diversos documentos tangibles debidamente
certificados mediante sellos, firmas y estampillas, como los formularios de
impuestos, los títulos de propiedad, los registros censales o los mapas (Co-
rrigan y Sayer, 1985; Gupta y Sharma, 2006b). Dentro de estos mecanismos,
los discursos legales merecen una atención especial, dado el papel que éstos
desempeñan en la reproducción de la imagen del Estado como el garante de
los derechos ciudadanos (Hansen y Stepputat, 2001).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 179

La invitación a desnaturalizar el Estado no significa abandonar el estudio


de las dimensiones mitológicas que éste ha adquirido y que han perpetuado la
imagen del mismo como un centro de control coherente y organizado, con un
funcionamiento consistente de arriba hacia abajo. Del examen de estas dimen-
siones, se desprende una tercera línea de análisis centrada en la experiencia
subjetiva que los ciudadanos tienen del poder estatal, la cual se expresa en las
ideas, representaciones e imaginarios que éstos construyen en torno al mismo.
En algunas ocasiones, estas ideas se manifestarán en “teorías conspiratorias”
que figuran al Estado como un “actor todopoderoso” dispuesto a sabotear sus
iniciativas y demandas (Nuijten, 2003) o como alguien a quien culpar de sus
fracasos y desgracias (Herzfeld, 2005 [1997]); en otras, se traducirán en “de-
seos de estatalidad” que expresan sentimientos encontrados frente a un Estado
que es temido y deseado a la vez (Aretxaga, 2003); y en otras más, aparecerán
como “fantasías sociales” que imaginan al Estado y sus oficiales como una
suerte de agentes “diabólicos” y omnipotentes (Hansen y Stepputat, 2001).
En el marco de este trabajo, la propuesta de enfocarse en los márgenes
como un espacio privilegiado para comprender al Estado adquiere especial
relevancia, en tanto que es en estos lugares donde el orden y el derecho estatal
se restablecen continuamente. Así, lejos de debilitarse o desarticularse en sus
márgenes territoriales y sociales, las prácticas de regulación y disciplinamien-
to estatales se reconfiguran en estas zonas, invitando a repensar los conven-
cionales límites entre el centro y la periferia, lo público y lo privado, lo legal y
lo ilegal. Desde esta perspectiva, los márgenes aparecen como un componente
esencial dentro del funcionamiento de los Estados contemporáneos y no como
el síntoma de formaciones estatales “fracasadas”, “débiles” o “parciales” (Das
y Poole, 2004).
En consecuencia, la noción de márgenes va mucho más allá del sentido
otorgado a la “excepción” como un hecho eventual, que sólo ocurre en deter-
minados espacios y periodos de tiempo, o que se sitúa por fuera del Estado.
Los espacios de excepción, tanto como las diferencias entre lo legal y lo ilegal,
lo lícito y lo ilícito, están incrustados en el cuerpo político del Estado. Más
todavía, la construcción de determinadas regiones y poblaciones como “mar-
ginales” o “periféricas”, como en el caso del Caquetá y sus habitantes, deviene
en estrategia central para justificar la necesidad de la intervención estatal.
180 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Dimensiones locales y culturales de la formación del Estado: aportes des-


de las ciencias sociales colombianas
En Colombia, esta perspectiva de análisis ha sido adoptada por académicos
provenientes de diferentes áreas del conocimiento (sociología, ciencia polí-
tica, antropología e historia) que, desde finales de la década de los noventa,
empiezan a plantear la necesidad de superar la aproximación al Estado como
una entidad burocrática abstracta e independiente de la sociedad, para pasar a
considerarlo como un fenómeno inmerso en la cultura, en la densa trama de
las relaciones sociales. Entre estos primeros esfuerzos, se sitúan los estudios
de James Herrón en Silvia (Cauca) y de María Clemencia Ramírez en el Putu-
mayo. En el primero de ellos, el autor se propone el estudio de la construcción
cultural del Estado en el municipio de Silvia, a partir del análisis de la interac-
ción que se produce entre los funcionarios de las instituciones estatales locales
y la comunidad indígena de Guambía. Así, acogiendo la entonces reciente
literatura académica que propone hacer del Estado un objeto de inspección et-
nográfica, el estudio de Herron se dirige a explorar las dimensiones culturales
y situadas de la construcción del régimen estatal, a través de la reconstrucción
de las prácticas y procedimientos desplegados por la Caja Agraria en esta zona
(Herron, 1998; Herron 2003).
En la misma dirección, Ramírez se propone estudiar la formación local del
Estado en la Amazonía putumayense, centrando su interés en la manera como
el Estado y las comunidades se construyen mutuamente a través de las repre-
sentaciones que cada uno teje en torno al otro. A la luz del estudio de caso del
movimiento cocalero que tuvo lugar en el Putumayo durante la segunda mitad
de la década de los noventa, la autora recrea las percepciones locales sobre el
Estado, así como los imaginarios que el gobierno, representado en diferentes
instituciones, construye acerca de la región y sus habitantes (Ramírez, 1998;
Ramírez, 2001).
Además de los trabajos de Herrón y Ramírez, los estudios de distintos aca-
démicos pertenecientes al grupo de investigación “Violencia, paz y formación
del Estado en Colombia”, adscrito al CINEP, ocupan un lugar central dentro
de la contribución que han hecho las ciencias sociales colombianas a la dis-
cusión sobre los procesos de formación local del Estado. A partir de una serie
de investigaciones sobre las expresiones del conflicto armado en diferentes
regiones del país, este equipo ha llegado a concluir que el monopolio de la
violencia física, visto como uno de los rasgos distintivos del Estado moderno,
no es inherente a éste, sino que es la expresión de las pugnas por el poder que
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 181

se producen en la sociedad, de tal suerte que el conflicto armado no sería la


expresión de la disolución del Estado, o del vacío de poder en ciertas regiones,
sino de la lucha entre diferentes actores que le disputan al aparato estatal el
uso de la violencia (Archila y Bolívar, 2006a).
En contraposición a la consideración del Estado como una entidad homo-
génea y claramente diferenciada de la sociedad que ostenta el pleno dominio
sobre el conjunto social, los integrantes de este grupo acuñan el concepto de
presencia diferenciada del Estado para caracterizar la relación entre las insti-
tuciones estatales y las diversas regiones, la cual se expresa de manera diversa
dependiendo de las configuraciones de poder preexistentes en ellas y de su
grado de articulación a la nación (González, Vásquez y Bolívar, 2002).
Esta presencia diferenciada del Estado colombiano, permeada por la exis-
tencia de diversos poderes locales que se disputan el control del territorio y el
monopolio de la violencia legítima, se contrapone a la consideración del Esta-
do como una entidad homogénea y claramente diferenciada de la sociedad que
ostenta el pleno dominio sobre el conjunto social. En este sentido, las miradas
apocalípticas del Estado colombiano como un “Estado fallido” o “colapsado”
que no ha logrado el monopolio de la coerción legítima ni de la administración
de justicia, resultan claramente insuficientes para explicar la especificidad de
un contexto como el colombiano, en el que la concentración del poder en
manos del Estado nunca ha sido un proceso natural y acabado, sino que se ha
dado de manera gradual, como resultado de la coexistencia conflictiva de las
modalidades de dominación estatal con otras formas de control social (Gon-
zález, 2003; González, 2009).
Participante activa de este diálogo en torno a la presencia diferenciada de
las instituciones estatales en el espacio y el tiempo, la politóloga e historiadora
Ingrid Bolívar ha hecho importantes aportes a la comprensión de la formación
del Estado en Colombia. A nivel conceptual, ha discutido algunos de los hábi-
tos de pensamiento más extendidos acerca del Estado, centrando su interés en
la dicotomía Estado-sociedad civil (Bolívar, 2004; Bolívar, 2010). Asimismo,
ha participado en diferentes investigaciones empíricas que le han permitido
aproximarse a la compleja naturaleza del fenómeno estatal en Colombia. Así
por ejemplo, en un estudio sobre las marchas acaecidas en el Sur de Bolívar en
1998 y 2000-2001, concluye que lejos de constituirse en un aparato monolíti-
co y unitario, el Estado, representado en diferentes niveles territoriales, opera
de manera desarticulada y fragmentada, de acuerdo con el carácter contradic-
torio y ambiguo de las lógicas políticas que guían la acción de sus agentes
182 XII Coloquio Colombiano de Sociología

(Bolívar, 2006a). El mismo año se publica un volumen colectivo coordinado


por esta investigadora, en el que las contribuciones de sus autores se dirigen a
comprender el papel que ha jugado el Estado en la producción y transforma-
ción de identidades en el contexto colombiano (Bolívar, 2006b).
Entre los tres estudios de caso que hacen parte de este volumen, se des-
taca el trabajo realizado por Bolívar y Arias en el municipio de Montenegro
(Quindío), donde la crisis cafetera de finales de la década de los ochenta y el
terremoto que sacudió a la región una década después, situaron en primer pla-
no el tema de la identidad regional. Desde una mirada desagregada del Estado,
los autores se preguntan por el papel que han jugado distintas entidades esta-
tales en la producción de identidades en la región, a partir de las prácticas y
representaciones que despliegan en sus encuentros con los pobladores locales
(Arias y Bolívar, 2006b). Es preciso mencionar también el estudio realizado
por María de la Luz Vásquez en Vistahermosa, quien se propone analizar la
producción de identidades en una “zona de frontera” en la que los pares ana-
líticos usualmente utilizados para explicar el proceso de formación estatal,
tienden a desvanecerse. Nos referimos concretamente a las oposiciones ex-
clusión/inclusión, Estado/sociedad y, presencia/ausencia estatal, las cuales se
ven matizadas a partir de los hallazgos de Vásquez en esta localidad (Vásquez,
2006b).
Siguiendo esta misma línea de análisis, la historiadora y politóloga María
Clara Torres se interesa en los procesos de estatalización de la vida social en
condiciones de ilegalidad. Partiendo de reconocer el papel que han jugado
los actores marginales ilegales en la construcción del Estado, sus primeras
investigaciones se centran en la manera como los colonos organizan la auto-
ridad estatal en el Putumayo, a través de la creación de un par de municipios
en dicho departamento (Torres, 2006; Torres, 2007). Esta hipótesis de trabajo
encontraría un mayor desarrollo en trabajos posteriores en los que la autora
se pregunta por las implicaciones que ha tenido la economía cocalera en la
formación local del Estado en el Putumayo (Torres, 2010; Torres, 2012).
También en el Putumayo, Margarita Chaves y Juan Felipe Hoyos se pro-
ponen etnografiar la construcción local del Estado a la luz del proceso de
transferencia de recursos económicos a los resguardos indígenas. A partir de
una prolija etnografía de la manera como se han aplicado las leyes 60 de 1993
y 715 de 2001 en las que se sustenta este proceso, los autores se proponen
demostrar cómo la adopción de los mecanismos y tecnologías de gobierno
propias de la administración y ejecución de las transferencias presupuestales,
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 183

han derivado en la instauración de ciertas prácticas de estatalidad entre los


gobiernos indígenas de la región (Chaves y Hoyos, 2011).
Además de la Amazonía occidental, las investigaciones sobre los procesos
de construcción estatal en zonas de frontera han dirigido su mirada hacia la
región Pacífica, donde el proceso de implementación de la política de titu-
lación colectiva a las comunidades negras, ha inspirado nuevas maneras de
comprender los procesos de formación local del Estado. En esta línea se ins-
cribe el trabajo de Marta Domínguez, quien se propone analizar la aparente
contradicción entre un Estado plural y caótico, en el que la correlación de
fuerzas entre múltiples actores, hace posible la titulación colectiva de más de
cinco millones de hectáreas, y un Estado esencialmente conspirador, que logra
consolidar sus estrategias de dominación en la zona a partir de la implementa-
ción de esta política (Domínguez, 2009; Domínguez, 2011).
En una dirección similar, Sandra Martínez se propone ejemplificar la for-
ma como el Estado es experimentado en la vida cotidiana de las comunidades
negras a través de su interacción cotidiana con los funcionarios oficiales a
cargo de la política de titulación colectiva. Para ello, centra su análisis en
los diferentes niveles locales y globales de poder que han hecho posible la
consolidación de un orden estatal en el Pacífico chocoano: el proceso de insti-
tucionalización de la etnicidad negra y su materialización en la política de ti-
tulación colectiva; las representaciones y prácticas que los pobladores locales
han construido en torno al Estado y a esta política en particular y, los rituales
y rutinas que las burocracias estatales despliegan en función de la aplicación
de dicha política (Martínez, 2011a; Martínez, 2011b).

Antecedentes históricos
La historia del poblamiento del Caquetá es la historia de los intensos y
sucesivos procesos de colonización a través de los cuales esta región se ha
integrado a la sociedad nacional. El ciclo económico de la quina entre 1870 y
1880, seguido de la alta demanda de caucho natural que tuvo lugar entre 1880
y 1920, marcarían el inicio del proceso colonizador en la región, con la lle-
gada de migrantes provenientes del interior que dieron origen a los primeros
núcleos de poblamiento estable en el piedemonte caqueteño. Estas primeras
corrientes migratorias se verían alimentadas en los años treinta a partir de la
construcción de la vía Altamira-Florencia, como parte de las estrategias mili-
tares implementadas por el gobierno para contrarrestar la avanzada de los pe-
ruanos durante la guerra con el país vecino. Los procesos de expulsión forzosa
de que fueron objeto miles de colombianos durante los años de “La Violencia”
184 XII Coloquio Colombiano de Sociología

tendrían un enorme impacto en la dinámica de ocupación de la región, que en


cuestión de unos cuantos lustros, vio crecer su población de manera exponen-
cial. Pero los campesinos expulsados por la violencia eran, en muchos casos,
los mismos campesinos que enfrentaban la creciente concentración de tierras
en la región andina y que para resguardar sus vidas y asegurarse el acceso a
la tierra, no encontraron una salida distinta a la de migrar hacia las zonas de
frontera (Artunduaga, 1984; Brücher, 1974; Jaramillo, 1989).
Si algo reveló el intenso conflicto social y político de mediados del siglo
pasado, fue el descontento rural frente a la injusta distribución de la tierra en
el país. La política agraria instaurada durante los primeros años del Frente
Nacional surge como una respuesta a esta crítica situación. Con la firma de la
Ley 135 de 1961, el gobierno de Alberto Lleras Camargo se propuso restaurar
la paz en las zonas más azotadas por “La Violencia”, a través de un programa
de redistribución de tierras dirigido a la expropiación de los fundos incultos
poseídos por los medianos y grandes propietarios. No obstante, este ambicio-
so programa pronto tropezó no sólo con la vigorosa oposición política de las
élites y con severas limitaciones legales y presupuestales, sino también con la
presión de distintos organismos internacionales que vieron en estas medidas
un obstáculo al incremento en la productividad del sector rural. Es así como
la colonización de las tierras baldías localizadas en las zonas de frontera, se
configuró como la opción más viable para darle curso a las demandas cam-
pesinas de tierra, sin tocar la estructura agraria en el interior del país (Marsh,
1983; Ferro y Uribe, 2002).
Una de las áreas seleccionadas para la implementación de los programas
de colonización dirigida fue el Caquetá donde, desde finales de la década de
los cincuenta, la Caja Agraria estableció tres frentes de colonización dirigida
(Maguaré, La Mono y Valparaíso), en los que asistía a los migrantes rurales
y urbanos en su proceso de establecimiento en la región. Este programa, que
abarcaba la selección, transporte y asentamiento de los colonos desde las áreas
andinas hacia las zonas de frontera, obtuvo escasos resultados, en virtud de
los altos costos que implicaba la creación de unas condiciones mínimas para
el asentamiento de los colonos en una región carente de toda infraestructura,
así como de las dificultades de adaptación de la gente del interior a las condi-
ciones agroclimáticas y de trabajo en la selva amazónica (Artunduaga, 1984;
Marsh, 1983; Domínguez, 1990; Valencia, 1995). En 1963, el programa es
asumido por el Incora, que poco después decide reorientarlo hacia la asisten-
cia de los colonos que habían llegado a la zona por su propia cuenta y riesgo.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 185

Fue así como se dio inicio al Proyecto Caquetá 1 (1963-1971) que, con el
apoyo financiero de la USAID, adelantó una serie de programas encaminados
a facilitar el establecimiento de los colonos espontáneos en la región: cons-
trucción de vías, titulación de tierras baldías, créditos supervisados, asistencia
técnica, creación de la Cooperativa de Comercialización del Caquetá –Coope-
ragro– y programas de desarrollo comunitario. Dando continuidad a esta polí-
tica, en 1971 el gobierno colombiano obtuvo un préstamo del Banco Mundial
para la financiación del Proyecto de Colonización del Caquetá, el cual abarcó
dos fases: la primera entre 1971 y 1976, y la segunda, desde 1976 hasta 1980
(Marsh, 1983; Valencia, 1995).
Durante estos diez años, la intervención del Incora en la región se dirigió
a la implementación de un ambicioso programa de desarrollo rural integral, el
primero de este talante en el país. Pensado como una estrategia de desarrollo
en la que el crecimiento económico debía ir acompañado de políticas redis-
tributivas y de la atención a las necesidades de los sectores más pobres, el
Proyecto de Colonización del Caquetá se propuso no sólo aumentar los nive-
les de productividad de la región, sino también ofrecer a los colonos mayores
oportunidades de empleo, facilidades para el almacenamiento y mercadeo de
sus productos, legalización de sus propiedades, servicios educativos y de sa-
lud, conectividad con el interior del país a través de la construcción de vías de
comunicación y apoyo en sus procesos de organización comunitaria. Pese a
que más de veinte mil familias se vieron beneficiadas con los distintos servi-
cios ofrecidos por el Proyecto, sus logros en materia de adjudicación de tierras
y de asistencia a los productores más pobres son discutibles. La intervención
del Incora no sólo fue insuficiente para contrarrestar los procesos de concen-
tración de la tierra en las áreas recientemente colonizadas, sino que muchas
veces fue favorable a ellos, al tiempo que algunos de sus programas termina-
ron beneficiando a los medianos productores en desmedro de los colonos más
pobres (Marsh, 1983; Balcázar, 1995; Valencia, 1995).
Más allá de una evaluación de estos programas, la cual además ya ha sido
realizada por las entidades responsables de la ejecución y financiación de
los mismos, lo que se busca con este trabajo es comprender las dimensiones
locales y culturales de la formación del Estado, a la luz del estudio de los
programas de desarrollo rural implementados por el Incora en el piedemonte
caqueteño, entre 1960 y 1980.
186 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Funcionarios y colonos: una mirada a la formación del Estado en el


Caquetá
La aproximación al Estado desde una mirada descentrada y desagregada
supone la indagación de las prácticas y representaciones que se despliegan
en los encuentros entre las burocracias locales y los ciudadanos. En el caso
que nos ocupa, hemos intentado reconstruir el carácter de estas interacciones
a partir de entrevistas en profundidad realizadas a los colonos que fueron be-
neficiarios de los programas del Incora, así como a los funcionarios de esta
entidad que, por la naturaleza del cargo que desempeñaron, tuvieron contacto
directo con los campesinos (jefes de zona, supervisores de crédito, asistentes
técnicos, trabajadores sociales, encargados de la adjudicación de baldíos).
Este acercamiento al campo de interacción entre los burócratas y los bene-
ficiarios de los programas nos permitió constatar, en primer lugar, el carácter
poroso de las fronteras entre el Estado y la sociedad civil. Un ejemplo de ello
es el modus operandi de los funcionarios del Incora en el Caquetá que, en sus
encuentros con los colonos, colapsan esta distinción entre sus roles como ser-
vidores públicos y como ciudadanos privados. Lejos de atenerse a una riguro-
sa observación de los deberes objetivos de sus cargos, a un modo de operación
estrictamente formal y a una clara delimitación entre el espacio público de la
oficina y la esfera privada, los funcionarios en mención llegaron a implicarse
profundamente en las vidas de los colonos.
Las adversas condiciones bajo las cuales se adelantaron estos programas
tuvieron que ser afrontadas no sólo por los colonos y campesinos que llegaron
a la zona, sino también por los funcionarios, cuyo trabajo tuvo que realizarse
en medio de las más precarias circunstancias: aislamiento de la región, ausen-
cia de vías de comunicación y de infraestructura, insalubridad del clima, pre-
sencia de enfermedades, por sólo mencionar algunas. Esta situación fortaleció
los lazos entre unos y otros: además de ser el beneficiario de los programas, el
campesino muchas veces se convirtió en el anfitrión del funcionario, al tiempo
que éste último no sólo cumplía su rol como tal, sino que también hacía las
veces de consejero, amigo u orientador, o bien entraba a resolver las diferentes
dificultades que se le presentaban al colono en su vida cotidiana.
No obstante, algunos de los entrevistados matizan el carácter desinteresado
de estas interacciones, al sostener que ellas finalmente estaban mediadas por
el interés de los colonos en beneficiarse de los programas ofrecidos por los
funcionarios, y éstos últimos actuaban motivados por la necesidad de darle
cumplimiento a unas metas. Asimismo, algunos funcionarios señalan que si
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 187

bien en términos generales las interacciones con los colonos eran amistosas,
no estaban exentas de los conflictos que pudieran surgir por distintas razones
como el incumplimiento de los compromisos adquiridos por los colonos en
contraprestación a los créditos otorgados, o los recortes presupuestales que
eventualmente impedían darle continuidad a algunos programas.
Los vínculos surgidos de esta interacción configuraron una manera particu-
lar de tramitar el acceso a los programas y beneficios ofrecidos por la entidad
por parte de los campesinos que, en su mayoría, valoran la “amistad” con los
funcionarios del Incora, como el mejor medio para acceder a los servicios del
Estado. Este hecho resulta sumamente significativo por lo que representa en
términos de la construcción de ciudadanía, donde estos pobladores conciben
sus derechos como favores o como una cuestión que depende de la “colabo-
ración” prestada por los funcionarios, al tiempo que los recursos públicos son
considerados como “regalos” concedidos por sus “amigos”.
A esto se suma el hecho de que algunos de los funcionarios fueron también
migrantes o hijos de los migrantes provenientes del interior del país que arri-
baron a la región como parte de los procesos de colonización que se intensifi-
caron desde la década de los cincuenta del siglo anterior, y que posteriormente
tuvieron la oportunidad de escolarizarse a nivel técnico o superior, logrando
de esta manera vincularse a la entidad como asistentes técnicos o como pro-
fesionales.
En segundo término, situar la atención en las prácticas cotidianas de los
funcionarios se constituye en una manera de comprender la naturaleza de las
intervenciones burocráticas en la vida de las poblaciones a las cuales se diri-
gen, así como los efectos de estas políticas. En su trabajo más reciente, Akhil
Gupta se interesa en la comprensión de los factores que han posibilitado la
persistencia de la extrema pobreza en la India pese a la ingente cantidad de
recursos económicos que se han invertido para contrarrestarla, encontrando
en la manera como se despliegan las políticas y prácticas estatales una posible
explicación de este fenómeno. Es decir, aunque los pobres en la India han sido
incluidos en los proyectos nacionales de desarrollo, los propósitos de ayudar
a este sector de la población se ven subvertidos por los procedimientos de
las burocracias que, al anteponer el cumplimiento de unos objetivos al logro
del bienestar de la población, terminan produciendo resultados arbitrarios. Si-
guiendo a Herzfeld, el autor caracteriza a las burocracias como una “máquina
de producción social de indiferencia” (Gupta, 2012: 6), pues aunque sus inter-
venciones pueden estar cargadas de buenas intenciones, la cuestión es cómo
188 XII Coloquio Colombiano de Sociología

los procedimientos desplegados por ellas impiden que los servicios estatales
les lleguen a los pobres.
Esta consideración acerca de la naturaleza de las intervenciones de las bu-
rocracias oficiales puede ser retomada en bien de un análisis de las políticas
de colonización dirigida y de desarrollo rural integral implementadas por la
Caja Agraria y el Incora, respectivamente. En el primer caso, vimos cómo el
enganche y traslado de cientos de pobladores procedentes del interior hacia
los frentes de colonización en el Caquetá obedeció a la necesidad de tramitar
las demandas territoriales en estas zonas sin alterar la estructura de la tenencia
de la tierra, buscando con ello aquietar el convulsionado ambiente político que
se vivía en aquel entonces. Ahora bien, al interrogar a los colonos y funciona-
rios que conocieron de cerca este proceso, sus voces son unánimes en señalar
el fracaso del mismo, toda vez que la gran mayoría de los colonos dirigidos
abandonó las parcelas que les fueron asignadas al poco tiempo de haberse
trasladado a la zona. El origen de este fallido intento de consolidación de las
colonias agrícolas puede situarse en la fase de planeación de este proceso, por
cuanto los trazados de las parcelaciones se elaboraron desde el escritorio, sin
consideración alguna de las condiciones de relieve, suelos y red fluvial del
terreno, por lo que al momento de la asignación de las parcelas, muchos adju-
dicatarios se encontraron con tierras de mala calidad. También en el proceso
de selección de los colonos se presentaron fallas, ya que el reclutamiento de
los mismos se hizo de manera indiscriminada, sin tener en cuenta la experien-
cia previa en las labores agrícolas como un requisito para poder acceder al
programa. Fue así como la gran mayoría de los colonos trasladados a la región
(Bücher estima que un 90%) desempeñaba oficios urbanos en sus lugares de
origen, lo cual hizo sumamente difícil el proceso de adaptación tanto a las
condiciones climáticas como a las labores del campo. El sistema de crédito
implementado por la entidad tampoco ayudó mucho a consolidar este proce-
so, pues inicialmente los plazos concedidos para el pago de la deuda fueron
muy cortos, lo cual desestimuló la permanencia en la zona. En otros casos,
el número de reses entregadas a las familias no fue suficiente para cubrir las
necesidades de los colonos. A esto se sumó, la falta de supervisión por parte de
la Caja, que no pudo recuperar gran parte de la cartera entregada, pues muchos
de los prestatarios migraron, despilfarraron los recursos o no los invirtieron
en las parcelas. Esta situación generó un sinnúmero de problemas jurídicos
en torno a los derechos de propiedad sobre las tierras, que en muchos casos
fueron tituladas a nombre de colonos que habían abandonado la región.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 189

Una situación similar se presentó con los programas de caucho y palma


aceitera implementados por el Incora en los frentes de colonización. Con el fin
de promover estas plantaciones, la entidad condicionó la entrega de créditos
a la destinación de una parte de la parcela a la siembra de dichos cultivos. Es
así como muchos colonos accedieron a plantarlos, pero sin contar con una
información adecuada acerca de sus características ni de la manera como po-
drían aprovecharlos. Es más, de acuerdo con los testimonios de los beneficia-
rios, e incluso, de algunos funcionarios, ni siquiera estos últimos tenían plena
seguridad de la viabilidad que estos productos pudieran tener en los suelos
amazónicos, pues en cierta forma se encontraban “experimentando” con ellos,
como lo expresara uno de los oficiales entrevistados. En un contexto en el que
el aseguramiento de condiciones de vida mínimas para los colonos era inmi-
nente, la siembra de cultivos de tardío rendimiento como éstos, que para entrar
en fase de aprovechamiento debían esperar entre cuatro y siete años, resultaba
poco viable para garantizarle a los colonos ingresos en el corto plazo. En el
caso particular de la palma, es preciso tener en cuenta que los retrasos en la
introducción de la planta procesadora necesaria para la extracción del aceite
en La Mono y Maguaré, o su inexistencia en Valparaíso, se constituyeron en
factores que desestimularon el mantenimiento de las palmeras en la finca.
Así, al no verse beneficiados por estos cultivos, con el pasar de los años, mu-
chos parceleros terminaron tumbando las palmas o quemando los árboles de
caucho para darle otra destinación a las tierras, principalmente la siembra de
pastos para ganadería, cuando no la venta de sus fincas a muy bajos precios.
Este par de ejemplos es ilustrativo de la manera como las intervenciones
de las burocracias producen resultados arbitrarios, por cuanto el cumplimien-
to de las metas de los programas termina imponiéndose sobre la eficacia de
los mismos en la resolución de las necesidades de sus beneficiarios, trayendo
consigo efectos no deseados como el abandono de las parcelas por parte de los
colonos y la dilapidación de los recursos públicos, o contribuyendo de manera
indirecta a la concentración de la tierra.
Sobre este último punto, quisiéramos precisar que si bien los procesos de
ganaderización y acaparamiento de tierras en el Caquetá se remontan décadas
atrás con antecedentes tan importantes como la creación de la hacienda Laran-
dia, en cierta forma, las políticas agrarias coadyuvaron a estos procesos. Por
un lado, el Caquetá no ha sido la excepción a la dinámica identificada en otras
zonas de colonización, donde los medianos o grandes propietarios han usu-
fructuado el trabajo invertido por el colono en la tierra, quien suele venderles
190 XII Coloquio Colombiano de Sociología

sus parcelas y mejoras a precios exiguos, aportando de esta manera su cuota


al proceso de latifundización. Así, aunque el Incora reguló el tamaño de las
parcelas ocupadas por el colono en las tierras baldías, no estableció límites a la
compra de tierras en las propiedades privadas, lo cual facilitó el acaparamien-
to de las mismas. Por otro lado, no se puede pasar por alto el hecho de que
el modelo productivo del Incora, además del fomento a los cultivos de palma
y caucho, se sustentó en la ganadería como una manera de sortear las bajas
condiciones de fertilidad de los suelos amazónicos para los cultivos agrícolas
y de procurarle a los colonos medios de sustento en el corto plazo. Aunque el
debate conservacionista estaba lejos de aparecer en el ámbito discursivo, no
por ello se puede desconocer el impacto ambiental sobre los bosques que el
modelo ganadero ha traído consigo.
Los resultados de la intervención de la Caja Agraria y del Incora en el
Caquetá dejan entrever otro rasgo importante a considerar dentro del funcio-
namiento de las burocracias que, lejos de constituirse en un aparato racional
que se rige por disposiciones claramente estatuidas y fijadas de antemano,
está atravesado por una alta dosis de contingencia. Un claro ejemplo del rol
de la improvisación en la ejecución de estos programas son los procesos de
selección, traslado e instalación de los colonos dirigidos, quienes tenían que
esperar hasta último momento para ser informados sobre los lugares en donde
serían ubicados, además de tener que sortear las dificultades de instalarse en
un lote que apenas estaba dotado de un par de mojones y donde tenían que em-
pezar por levantar un techo en el cual guarecerse de las adversas condiciones
del medio selvático. Algunos de los colonos entrevistados también refieren
problemas en la asignación de las parcelas, ya que en ocasiones un mismo
terreno fue asignado a dos colonos simultáneamente, por lo que uno de los dos
tenía que ser reubicado perdiendo las mejoras incorporadas al lote.
En tercera instancia, fijar la mirada en los encuentros cotidianos entre los
burócratas y los ciudadanos nos introduce en el campo de los imaginarios
que unos y otros construyen en torno al Estado. Es decir, aunque el poder
representacional del aparato estatal se despliega con toda su fuerza a través
de rituales públicos espectaculares en los que se forja la imagen de un Estado
unificado y omnipotente, las prácticas cotidianas ejercidas por las burocracias
en su interacción con los pobladores no son menos eficaces en este juego de
representaciones.
En el caso que nos ocupa, pudimos constatar cómo las ideas que los co-
lonos tienen del aparato estatal están permeadas por la presencia efectiva del
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 191

Incora, que para muchos de ellos es el Estado mismo. De manera excepcional,


los entrevistados refieren una imagen abstracta de éste como un aparato cen-
tralizado y unificado, un actor con voluntad propia que hace o deja de hacer
cosas. En el imaginario de la gran mayoría de los entrevistados, la representa-
ción del Estado se halla íntimamente asociada a los programas desarrollados
por el Incora en la región, a tal punto, que muchos consideran que tras la
desaparición de esta entidad, “la presencia del Estado se diluyó” en la región.
En general, predomina un sentimiento de gratitud hacia esta entidad, cuyos
programas de crédito, asistencia técnica y desarrollo social, son altamente va-
lorados por lo que éstos significaron dentro del proyecto de vida emprendido
por los colonos en el Caquetá.
Estas representaciones descentradas del aparato estatal se ven reforzadas
por la figura de algunos funcionarios como el Capitán Artunduaga, cuyo li-
derazgo y cualidades humanas son ampliamente reconocidos por los colonos.
El piloto de aviación comercial, que luego se convirtiera en el primer gerente
regional del Incora, es visto por los campesinos como un actor dotado de un
poder sin igual, no sólo dentro de la entidad, sino también a nivel de la enton-
ces intendencia del Caquetá, con grandes destrezas en el manejo del ganado,
una enorme capacidad de adaptación a las condiciones de la zona y un extraor-
dinario don de gentes.
Ahora bien, el hecho de que los funcionarios y los colonos jueguen un rol
distinto dentro de esta interacción entre las burocracias a cargo de la operación
de las políticas estatales y los beneficiarios a los que se dirigen estas políticas,
no quiere decir que las representaciones de unos y otros en torno al Esta-
do sean sustancialmente diferentes. Es más, muchas veces los funcionarios,
especialmente aquellos de rangos inferiores, tienden a situarse por fuera del
Estado, como si no hicieran parte del andamiaje institucional del mismo. De
manera que las apreciaciones de los campesinos sobre el Estado en general y
el Incora en particular, coinciden en gran parte con las expresadas por los fun-
cionarios, quienes resaltan el papel de esta entidad en el mejoramiento de las
condiciones de vida de los colonos, que después de haber llegado totalmente
desposeídos, pudieron labrarse un destino en estas tierras. También destacan
la centralidad de esta institución en el desarrollo del Caquetá, pues no había
ninguna decisión de trascendencia que se tomara sin la participación de los
directivos del Incora, quienes hacían parte de distintos comités en la intenden-
cia. Fue tal su importancia, que según algunos funcionarios, llegó a tener un
presupuesto superior al de esta última.
192 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Los testimonios de los funcionarios revelan otro de los aspectos significa-


tivos a considerar desde una perspectiva desagregada del Estado: la existencia
de fricciones entre las diferentes agencias y niveles que constituyen al aparato
estatal. Algunos de ellos asumen una posición crítica frente a la gestión desa-
rrollada por la Caja Agraria en la región que, al centrarse en el otorgamiento
de créditos, descuidó otros frentes de trabajo en procura del bienestar de las
familias campesinas. Otros por su parte, ven en el Incora una entidad separada
e incluso enfrentada al Estado. Al referirse al proceso de liquidación de esta
entidad, iniciado en el año de 1993, los servidores públicos acusan al gobier-
no nacional de haberle puesto fin a una de las instituciones más importantes
para el sector agropecuario, cuyas políticas en materia de desarrollo agrícola
integral no han tenido parangón en ninguna otra institución estatal. Incluso,
algunos de los entrevistados le atribuyen esta decisión a la intervención de los
políticos que nunca vieron con buenos ojos la labor del Instituto.
En efecto, los funcionarios coinciden en señalar el grado de autonomía del
Incora respecto a los intereses partidistas de la clase política, que no lograron
penetrar a la entidad, sino hasta bien entrada la década de los noventa. En este
sentido, destacan el hecho de que el nombramiento de los funcionarios depen-
diera de criterios eminentemente técnicos y no de su filiación partidista, como
también el desinterés de la institución en capitalizar los servicios y recursos
dispensados a las comunidades para fines políticos. En opinión de los servi-
dores públicos, al mantenerse al margen de los intereses partidistas, el Incora
evitó la emergencia de procesos de corrupción en su interior.
Puede que con esta manera de proceder, la entidad haya logrado sustraerse
de la politización tanto de los procesos administrativos como de los programas
llevados a las comunidades, pero no de la aparición de hechos de corrupción.
Dentro de la perspectiva de análisis propuesta en este trabajo, la aproximación
a dicho fenómeno cobra gran relevancia, por lo que éste representa en térmi-
nos de los imaginarios que la gente construye en torno al Estado. En palabras
de Gupta: “los discursos de la corrupción funcionan como un diagnóstico del
Estado” (Gupta, 2012).
Así, a pesar de que la mayoría de los funcionarios señala al Incora como
una institución ajena a la corrupción, por lo menos hasta principios de la dé-
cada de los noventa, algunos pocos reconocen la presencia de este fenómeno
desde las primeras intervenciones de la entidad en la región. Así por ejemplo,
aunque los funcionarios tuvieran prohibido el establecimiento de negocios con
los campesinos, algunos de ellos les entregaban reses o cerdos a los usuarios
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 193

de los programas para que éstos se hicieran cargo del engorde de los animales,
sin entregarles ninguna retribución a cambio. Haciendo un uso extralimitado
de sus funciones, algunos oficiales entablaban negocios con los proveedores
del ganado destinado a los usuarios de los créditos, otros presionaban a estos
últimos para que les vendieran sus tierras o ganaderías a bajos precios, mien-
tras que otros más intimidaban a los colonos para que entregaran las reses que
les habían sido adelantadas por el Incora bajo el sistema de créditos.
Un último punto que quisiéramos considerar dentro de este campo de inte-
racciones entre las burocracias y los campesinos son las representaciones que
de estos últimos tenían los funcionarios. Los oficiales entrevistados coinciden
en señalar una clara distinción entre los colonos dirigidos, trasladados por la
Caja Agraria a la región, y los colonos espontáneos, que arribaron por su pro-
pia cuenta y riesgo. En su opinión, el factor motivacional incidió directamente
en la actitud de los colonos hacia los programas que se adelantaban. Mientras
que los primeros llegaron a la zona de manera inducida, bajo la tutela pater-
nalista de la Caja Agraria, y en su mayoría, sin contar con un conocimiento y
experiencia previas de las labores agrícolas, los colonos espontáneos migra-
ron motivados por el interés de hacerse a una nueva vida en estas tierras, y por
lo tanto, dispuestos a sortear las vicisitudes que se les pudieran presentar. Sin
ningún apego a la tierra y al trabajo en el campo, ante la primera dificultad
que se les presentaba, muchos colonos dirigidos decidieron regresarse a sus
lugares de origen, en contraste con los colonos espontáneos que tuvieron un
grado de permanencia mucho mayor en la región.
Una tercera categoría se suma a las dos anteriores. Se trata de los llama-
dos “colonos profesionales”, que se especializaban en el desmonte de selvas
vírgenes con la finalidad exclusiva de vender las mejoras incorporadas a los
especuladores de la tierra, para proseguir con la apertura de nuevos frentes en
lugares cada vez más alejados. Incluso, algunos de los funcionarios entrevis-
tados refieren el caso de colonos que hicieron del acaparamiento de tierras su
modo de vida. Adentrándose en la selva, desmontaban una o dos hectáreas,
sembraban algunos cultivos de pancoger como el plátano o la yuca, cons-
truían una vivienda provisional y abrían una trocha con la cual delimitaban
extensiones de tierra que abarcaban 100 o 200 hectáreas que posteriormente
eran vendidas a los especuladores. Sin duda alguna, este fue un proceso que
contribuyó a la concentración de la tierra en el departamento.
194 XII Coloquio Colombiano de Sociología

A manera de conclusión
El estudio de los distintos niveles y dimensiones en los que se despliegan
las prácticas estatales permite problematizar algunos supuestos que se han
dado por sentados. Así, esta primera aproximación al campo de interacciones
entre los funcionarios del Incora y los beneficiarios de los programas imple-
mentados por la entidad pone en evidencia la necesidad de replantear algunos
de los hábitos de pensamiento más extendidos sobre el Estado. El primero
de ellos se refiere a la dicotomía Estado-sociedad civil que, en nuestro estu-
dio de caso, tiende a desvanecerse. En efecto, los funcionarios de que trata
esta investigación no responden a pie juntillas al prototipo del burócrata que,
desde el espacio de su oficina, resuelve los asuntos públicos que le han sido
encomendados, sin involucrar sus sentimientos e intereses, sino que llegaron
a involucrarse profundamente en la vida de los colonos. Tanto así que la cer-
canía entre unos y otros dio lugar a una forma particular de tramitar el acceso
a los distintos servicios ofrecidos por la entidad, a partir de la cual los colonos
buscaban capitalizar los lazos de “amistad” construidos con los funcionarios.
Un segundo supuesto que es preciso revalorar es aquél según el cual los
fracasos en la ejecución de los programas sociales pueden explicarse en virtud
de un diseño erróneo de los mismos, de lo que se sigue que una adecuada for-
mulación de estos programas garantiza en sí misma el “éxito” de aquéllos. Si
bien este factor incide en los resultados obtenidos, no explica del todo el rum-
bo que pueden llegar a tomar estas intervenciones. Es preciso “abrir la caja
negra” de los procedimientos desplegados por las burocracias en sus queha-
ceres cotidianos para entender que no bastan las nobles intenciones cuando se
privilegia el cumplimiento de unas metas que a la postre le impiden el acceso
de los servicios estatales a los sectores más desfavorecidos. Situar la atención
en las prácticas estatales permite también comprender el rol de la contingencia
y la improvisación en el funcionamiento del aparato burocrático.
En tercer término, fijar la mirada en el campo de interacciones entre los
burócratas y los ciudadanos nos permite constatar la eficacia de las prácti-
cas estatales ejercidas por los oficiales en sus encuentros con los campesinos,
en el moldeamiento de las representaciones que éstos construyen en torno al
Estado. Normalmente, los analistas sociales se han dirigido al estudio de los
rituales públicos a través de los cuales el aparato estatal construye un discurso
explícito acerca de su naturaleza, pasando por alto el poder representacional de
estas interacciones cotidianas. En este sentido, nuestro estudio de caso revela
cómo los imaginarios de los campesinos acerca del Estado están íntimamente
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 195

asociados a las acciones de entidades particulares como el Incora, y de los


funcionarios específicos con los que tuvieron un mayor grado de interacción.
También pudimos constatar que no es posible establecer una clara distinción
entre las representaciones que sobre el Estado construyen los campesinos y los
funcionarios, pues muchas veces estos últimos terminan situándose por fuera
del aparato estatal, e incluso cuestionando las políticas y directrices de las
entidades que lo constituyen, mostrando de esta manera la presencia de fric-
ciones en su interior. No menos importante es el papel de los discursos sobre
la corrupción en este campo de representaciones sobre el Estado.
196 XII Coloquio Colombiano de Sociología

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UN ORDEN LOCAL EN LAS MÁRGENES DEL ESTADO.
EL CASO DE SAN PEDRO DE URABÁ1

Clara Inés Aramburo Siegert2

San Pedro de Urabá es un poblado ubicado en una zona fronteriza interde-


partamental entre Córdoba y Antioquia en las estribaciones de la Serranía del
Abibe, amplio territorio donde se fraguó el proyecto paramilitar y desde don-
de se extendió al resto del territorio nacional. Este artículo mostrará algunas
de las manifestaciones de ese proyecto en la vida cotidiana de una localidad,
tratando de focalizar en qué elementos históricos, culturales y de tradición
socioeconómica se entroncó esta propuesta. Estar en zona fronteriza y ser con-
siderada marginal para Córdoba y para Antioquia, fue circunstancia propicia
para insertar un proyecto de este tipo.
La localidad es equidistante entre dos regiones jurídico administrativas di-
ferentes: dista 57 kilómetros de Turbo en Antioquia que se recorren en tres
horas, y 26 kilómetros de Valencia y 47 de Tierralta, ambos de Córdoba, que
se recorren en 2 y 3 horas respectivamente. Sus 30 mil habitantes (17 mil en
el área rural y 13 mil en la urbana) se distribuyen entre la cabecera y los 5
corregimientos, cuyos nombres familiarizados por la prensa repican hechos
violentos de la familia Castaño3 en los poblados de Santa Catalina, Zapin-
donga, Arenas Monas, El Tomate (allá mataron a Carlos Castaño). El quinto
corregimiento, Alto San Juan, es reconocido por sus campesinos parceleros y
estigmatizado como bastión de la guerrilla. Tiene una alta concentración de la
propiedad cuyo cálculo gini (0.65-0.67) puede ser menor a la todavía mayor
concentración de la tierra. Estos predios están en ganadería extensiva, dinami-
zada por la llegada paramilitar una vez hicieron estas tierras suyas mediante
el despojo, cuya propiedad disfrazaron bajo la administración de testaferros.
El modelo de producción local se basa en la hacienda sabanera al estilo del
Sinú, en sus inicios constituida por la producción agrícola y pecuaria, cualidad
que se fragmentó con el proceso sostenido de concentración de la tierra que

1 Este artículo es de la autora, pero propiciado en las reflexiones del proyecto Colciencias Órdenes Lo-
cales en Reconfiguración: de regulaciones, acomodamientos y resistencias en regiones de intenso conflicto
armado, 1991-2010. Una investigación comparada.
2 Antropóloga, investigadora y profesora del Grupo Estudios del Territorio. Instituto de Estudios Re-
gionales. Universidad de Antioquia.
3 Los hermanos Fidel, Vicente y Carlos Castaño, principales fundadores del proyecto paramilitar en
Colombia.
202 XII Coloquio Colombiano de Sociología

incorporó a las haciendas, las parcelas campesinas tradicionalmente adosadas,


y arrojó a su suerte a los parceleros. Tiene una dinámica actividad comercial,
manejada por huilenses y paisas que abastecen las necesidades de los pueblos
cercanos de Valencia y Tierralta del departamento de Córdoba.
El hoy municipio se desprendió de Arboletes en 1977 del que heredó las
prácticas clientelistas predominantes por entonces cuando el directorio liberal
de Antioquia y Bernardo Guerra Serna obtenían las mayores votaciones en
la región. En ese escenario de clientelas aprendieron los primeros alcaldes
y funcionarios de San Pedro de Urabá, entrenados en vueltas, papeleos, va-
cunaciones, entre otros menesteres básicos del entramado del estado formal.
En tiempos del paramilitarismo aprendieron del funcionamiento de la política
costeña y de sus clientelas, pero también de las bondades de la descentrali-
zación municipal para amañar los recursos de la administración pública al
interés mafioso y paramilitar. Ese es el San Pedro de Urabá del que vamos a
hablar, situado en una margen del Estado.

El territorio del Estado


Reflexionar sobre el Estado en sus márgenes plantea de por sí una defi-
nición teórica de territorio asociada con la espacialidad del estado moderno
y su pretensión de control absoluto de la población dentro de sus límites. La
concepción de territorio atada al Estado da pie para preguntarse: ¿Cómo trata
el Estado a sus márgenes?, ¿Qué fines busca en ellas?, ¿Por qué las percibe
de menor categoría aunque exija la misma obediencia que a los pobladores de
zonas centrales? ¿Qué tan simbólica es la presencia local del Estado nacional
cuya soberanía se entiende por la potencia centrípeta con la que se mide la
lealtad de los súbditos? ¿Qué significa la obediencia centrífuga y la entrega de
lealtades a autoridades y normatividades construidas en las márgenes en es-
pacialidades subnacionales como enseñan Ann Masson (2002, 2005), Saskia
Sassen (2006), Michael Mann (2005)?
Para comenzar hago tres propuestas: la primera, adoptar el concepto de
territorialidad de John Agnew entendido como el “uso estratégico del terri-
torio para alcanzar las metas organizacionales (Agnew, 2008: 15)”, es decir,
una territorialidad no exclusiva del Estado sino “la organización y el ejerci-
cio del poder, legítimo o no, sobre bloques de espacio, o la organización de
las personas y cosas espaciales en áreas discretas a través de la utilización
de los límites” (Agnew, 2008: 16). La segunda propuesta va en contra de la
comprensión jerárquica de la teoría tradicional del Estado que entiende la so-
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 203

beranía en función de la lealtad que recibe el centro desde sus márgenes; ésta
propone, más bien, una interpretación reticular del territorio para reconocer la
superposición y los flujos de poder entre formas diversas de territorialidad (le-
gitimas o no, estatales y alternas), entre estrategias organizativas distintas en
un mismo territorio (del Estado y de otros actores no estatales) y con lealtades
no exclusivas al Estado. La tercera propuesta entiende el territorio como la ex-
periencia humana del espacio, ese sentido del lugar y de pertenencia que dota
de capacidades a las personas para ejercer agencia en, con y por el territorio.
Las tres propuestas de territorialidad, red y experiencia del espacio me per-
miten presentar el caso de San Pedro de Urabá como una localidad producida
en las márgenes del territorio nacional como efecto de las decisiones de los
poderes centrales de desfogar hacia ellas la población sobrante en el centro y
mostrar algunos rasgos de cómo aquí se configuraron formas de poder propio,
actores sociales y organizaciones territoriales de tipo transcultural, insurgente,
paramilitar y criminal que, como veremos, interactúan en una red donde las
distintas territorialidades, incluida la del Estado en sus márgenes, se solapan y
transforman mutuamente.

San Pedro en las márgenes del Estado y la producción de la resistencia


San Pedro de Urabá se configuró como zona de triple periferia. De tipo
administrativo por la exclusión de la Nación de todas aquellas tierras por fuera
del país andino, ejemplo que siguió Antioquia con las tierras donde está San
Pedro y con otras tierras bajas y selváticas excluidas del proyecto cultural
paisa pensado para blancos, católicos y conservadores de las tierras altas. La
periferia de tipo político se configuró por ser zona de refugio para los libera-
les que huían de la Violencia conservadora; mientras que la periferia de tipo
cultural se configuró con los más pobres de las culturas del interior, de las
sabaneros y costeños, que llegaron en son de rebusque a las sabanas donde
hoy está la localidad.
La colonización de esta parte del país se correspondió con la ola moder-
nizadora nacional, el desarrollo industrial y la vinculación con la economía
mundial de los años 1930s, procesos que presionaron la estructura agraria de
la tierra en la frontera agrícola interna, constituida bajo ese modelo hereda-
do de la Colonia basado en la concentración de tierras de dueños blancos y
adinerados. Para modernizarla y volverla productiva, se diseñaron políticas
agrarias que a la final dejaron intacta la gran propiedad improductiva y se li-
mitaron a titular baldíos en otras partes del país para preservar el modelo de la
204 XII Coloquio Colombiano de Sociología

gran propiedad (ver Darío Fajardo, s.f, PNUD 2011, Alejandro Reyes 1978).
Por esa razón, el Estado estimuló la colonización hacia el Magdalena Medio,
Catatumbo, Putumayo, Urabá, Bahía Solano y otros territorios de “frontera
abierta” a partir de 1930, tierras baldías o zonas consideradas “vacías” pro en
realidad habitadas por población negra dispersa de cimarrones o de palenques
y de indígenas que entraron en conflicto con la llegada de los colonos. Este
movimiento hacia la frontera abierta no se compadeció con un Estado intere-
sado en consolidar la economía campesina agraria sino que, más bien, la dejó
a la deriva y sin las condiciones necesarias para fortalecerla, lo que determinó
que fuera absorbida nuevamente por la gran propiedad con la conocida ley de
los tres pasos: abrir, mejorar, vender.
La colonización de San Pedro de Urabá obedeció a esa dinámica de princi-
pios del siglo XX cuando buscadores de raicilla y cazadores penetraron estas
selvas desde los años 1920s y 1930s aprovechando que estaban medio descua-
jadas por economías de tipo extractivo como la representada por la compañía
Emery de Boston que venía explotando maderas desde el río Sinú desde fines
del siglo XIX. Ese movimiento lento y sostenido de migrantes continuó en los
años 1930s y 1940s con pobladores procedentes de San Pelayo, San Bernardo
del Viento, Lorica, San Antero, Cereté, Puerto Escondido, Los Córdoba, Mon-
tería y Valencia. Al terminar la Violencia o “guerra montuna” en la década de
1950, el pueblo se estableció definitivamente, recomenzó un ciclo importante
con la raicilla, tuvo un auge porcino, construyó aeropuerto local, carretera
secundaria que comunicó con Turbo a mediados de la década, todo lo cual
inauguró un tránsito continuo entre Urabá y Córdoba, incrementó la colo-
nización paisa y desató la apertura de tiendas mayoristas, compras de maíz,
cacao, comederos, depósito de materiales y almacenes agrícolas y ganaderos
(Universidad Nacional, 1990: 205).
Zygmunt Bauman (2005) analiza la existencia de territorios como éstos en
su libro Vidas Desperdiciadas, considerados espacios vacíos, capaces de ab-
sorber el exceso de población de las regiones más desarrolladas, lugares des-
tinados a “exportar” los «seres humanos superfluos» de los proyectos econó-
micos hegemónicos, vertederos dispuestos para recibir los residuos humanos
de la modernización, para solucionar, de forma local, un problema nacional
y para ocultar las imperfecciones del orden establecido (Bauman, 2005: 16).
Mandar al excluido a la margen y expulsarlo del orden creado en el centro,
expone ese lugar menor del colono en la lógica hegemónica de la organización
territorial y del poder, la deprivación a la que se somete su existencia y la ca-
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 205

lidad inferior de pertenencia a la nación. Ese “trasvase” desde regiones «más


desarrolladas» hacia áreas «subdesarrolladas», fue dejando, de generación en
generación, náufragos abandonados en el vacío social: las «víctimas colatera-
les» del progreso como las llama Bauman (28). Así que la margen del Estado,
donde está San Pedro de Urabá, no es producto de la imposibilidad de aquel
para cubrir el territorio de soberanía y legitimidad sino que es producto de esa
concepción estatal del territorio pensado para ser margen, territorio en apa-
riencia olvidado e ignorado pero estratégicamente pensado y utilizado como
zona de desfogue por aquello de que el Estado asigna papeles diferenciales
a unos y otros espacios, incorporados todos en una estrategia organizativa
territorial.
Esta población “residual” produjo en San Pedro de Urabá, en esa margen
del Estado, su propia territorialidad según lo ilustran tres formas resistentes,
estratégicas para alcanzar sus objetivos por fuera de la frontera interna. 1)
Resistentes a la política de concentración de la tierra apoyados en las ideas
socialistas y las ligas campesinas pregonadas desde los años 1920s en el Sinú
por Vicente Adamo, experiencia incorporada en la consolidación de la línea
dura de la ANUC del movimiento campesino de los años 70s. 2) Resistentes
a la política conservadora de mediados del siglo XX organizados como gue-
rrilla liberal hasta la amnistía de Rojas Pinilla en los años 50s cuando, como
labriegos, retornaron naturalmente a sus parcelas de trabajo. 3) Resistentes a
las políticas de exclusión del Estado en forma de ex combatientes liberales
que transitaron a la lucha revolucionaria de izquierda en los años 1960s cuan-
do ayudaron a configurar el Ejército Popular de Liberación, EPL, y a nutrirlo
con gente del lugar. La población “sobrante” se organizó en ligas campesi-
nas (socialistas), juntas patrióticas (guerrillas liberales), gobiernos populares
(guerrillas insurgentes) y otras formas organizativas estratégicas que con el
beneplácito de la población se incorporaron a las juntas veredales no revolu-
cionarias donde, a imagen y semejanza de las patrióticas, acordaban la marcha
de la vida local cotidiana con los ideales de justicia propagados antes por los
socialistas, los liberales4 y la izquierda.

La superposición de territorialidades
¿Qué pasó con esta territorialidad transcultural y resistente de San Pedro
de Urabá? La localidad expresa esa condición compleja de Colombia de “en-
4 Julio Guerra proponía la Divisa Roja como organización que implantara la moral en una región sin
ley o donde la ley no tenía moral. Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y DIH.
2009.
206 XII Coloquio Colombiano de Sociología

capsular” en el territorio del Estado otras formas territoriales no estatales te-


niendo cada una sus propias lógicas pero compartiendo un mismo territorio.
Este desafío a la territorialidad y soberanía del Estado la interpreto como la
simultaneidad de territorialidades de los grupos guerrilleros y paramilitares
(Agnew, Oslender, 2010: 200), las territorialidades de los colonos asentados
y la territorialidad del Estado. La territorialidad insurgente se produjo fácil,
natural y de forma societal con el nacimiento local, in situ, del EPL en los años
1960s. Desde su origen se conectó con las tradiciones resistentes de liberales
y campesinos migrantes despojados. Colonos, exguerrilleros liberales y EPL,
compartieron esa relación esencial con la tierra, aunque se diferenciaban en
los objetivos estratégicos de cada uno y en las formas organizativas. La convi-
vencia entre ellos fue regulada por un orden orientado en las reivindicaciones
propias de las guerrillas liberales y de la ANUC, arreglos atizados, rutinaria-
mente, por el EPL local que sostenía las tesis del pensamiento revoluciona-
rio maoísta que suponía al campesino artífice de la revolución, y al campo,
el medio de preparación y fortalecimiento para la revolución. Este orden se
estructuró alrededor de la producción campesina y la pequeña tenencia de la
tierra, apoyado solidaria y explícitamente por algunos y aceptado sin adhesión
política por otros. Perduró hasta la desmovilización del EPL en 1991 cuando
cambió el régimen entre pobladores e insurgentes.
Una vez el EPL se incorporó a la vida civil, las FARC los declararon obje-
tivo militar apoyado por una disidencia EPL liderada por Francisco Caraballo
con el que tomaron la decisión de apropiarse de los territorios evacuados por
los desmovilizados en el Alto Sínú y en el Norte de Urabá. Esa declaración
puesta en obra, incrementó los eventos armados en número e intensidad hasta
llegara su culmen con la toma del poblado por las Farcen 1994 con el frente
José María Córdoba. La intensidad de la violencia fue más que una reacción
a la “traición del EPL” pues las Farc intentaron con urgencia neutralizar de
tajo la presencia de Fidel Castaño que merodeaba la zona desde 1988 cuan-
do compró algunas propiedades a ganaderos azotados por los insurgentes en
Valencia y Tierralta desde donde comenzó sus incursiones esporádicas al eje
bananero para asesinar políticos de izquierda y simpatizantes de las guerrillas.
Las Farc hicieron todo lo posible por demostrar la fuerza suficiente para abor-
tar la nueva configuración territorial de tipo bélico que nacía en la margen del
territorio del Estado.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 207

La configuración del orden paramilitar en una margen del Estado


La contundente configuración del orden paramilitar en el norte del Urabá
antioqueño y cordobés determinó tres etapas. La primera, entre 1988 y 1996,
se caracterizó por el ingreso de un cuerpo de seguridad privado de Fidel Cas-
taño a la región con el que enfrentó a la guerrilla y diseñó una forma para ha-
bitar el territorio atemorizando a la población, desestimulando las relaciones
y redes existentes entre ésta y los grupos insurgentes y buscando obediencia
inmediata con acciones ejemplarizantes. Una de las primeras, más conocidas
y violentas fue la masacre de Pueblo Bello en 1990, cuando montaron a un ca-
mión a 43 campesinos acusados de guerrilleros que luego fueron asesinados,
uno por cada res que habían robado a Fidel de una de sus fincas. Paralelo a
la coerción armada, Castaño pretendió establecer una relación política con la
guerrilla y la población civil. Invitó a las FARC a conocer su proyecto agrario
y mandó delegaciones a los campamentos de desmovilizados del EPL bus-
cando acercamiento y “reconciliación” con ambos grupos. Con la población
civil trabó relaciones mediante la creación de Fundpazcord (Fundación para
la Paz de Córdoba) en 1991 para hacer trabajo social, proyectos productivos
y una mini reforma agraria, para la que donó 10 mil hectáreas en límites con
San Pedro a Urabá a 150 desmovilizados EPL y a 2500 parceleros. Una vez
muerto Fidel, sus hermanos Carlos y Vicente Castaño culminaron esta fase de
relación con la guerrilla hasta declarar la zona “pacificada” después de expul-
sar definitivamente a las FARC y lograr que la disidencia EPL se entregara a
las autodefensas en el corregimiento de El Tomate en 1996 (otra parte de la
disidencia se entregó en el Atrato).
La reacción de los pobladores fue variada: en un principio la gente huyó
porque de oídas se conocían las masacres de Córdoba cuando apenas aquí en
San Pedro comenzaba la “limpieza”; otros se les vías legales al conformar una
comisión de familiares de desaparecidos para pedir protección del Estado con
la primera masacre de Pueblo Bello; otros se fueron y semidesocuparon los
poblados (El Tomate y Santa Catalina) porno resistir los enfrentamientos entre
autodefensas y FARC; algunos aceptaron el proyecto agrario y las tierras de
Fidel, y, finalmente, hubo quienes ingresaran a sus filas. La primera fase del
proyecto paramilitar, en suma, desestructuró el orden social campesino que
convivía con la guerrilla.
La segunda etapa comprendió los años 1996-2000 y se caracterizó por la
institucionalización de la estructura de las autodefensas regida por objetivos
no patronales ni protección del bien particular. Se orientaron por un “manual”
208 XII Coloquio Colombiano de Sociología

que consignó sus propósitos de cuidar los intereses de finqueros y comercian-


tes contra posibles ataques de la guerrilla manteniendo al margen la presencia
Farc, penetrar la comunidad por medio del diálogo, rechazar el narcotráfico y
madurar políticamente. Organizativamente se definieron como Autodefensas
de Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU, (1995-1996), crearon el bloque
Elmer Cárdenas ese mismo año, invitaron a Salvador Mancuso a ser parte de
su organización y, en 1997, se constituyeron como Autodefensas Unidas de
Colombia, AUC, al mando de Carlos Castaño. Con la constitución de las AUC
se reforzó, y oficializó, el adiestramiento de combatientes (fincas la 21, la 35,
La Acuarela en San Pedro de Urabá) y se financiaron con la extorsión (control
de la venta de madera en el Atrato, vacunas a los bananeros en el eje, grama-
je a los narcos en el norte) para expandirse y mantener su contienda con las
FARC que persistía con su presencia por medio de incursiones esporádicas,
como la realizada al campamento de Carlos Castaño en 1998.
Constituirse como AUC generó dos contradicciones a la estructura regio-
nal (Bloques Bananero y Elmer Cárdenas): la primera era preservarse como
contrainsurgentes o aceptar el narcotráfico en sus filas dada la oportunidad
de vender el control de algunos frentes a los narcos del Valle. La segunda era
preservar el proyecto de economía campesina de Fidel o ceder al afán de los
nuevos socios del Valle de concentrar la tierra a como diera lugar pues, como
decía Doble Cero, “a los del Valle no les gusta finca chiquita” (Cívico, 2009:
67-69). Doble Cero ilustraba esta división con los nombres de “purasangre” y
“narcoparas”. (Cívico, 260).
La consolidación lograda por los paramilitares en esta segunda etapa per-
mitió el retorno de los ganaderos a cambio de sus contribuciones permanentes
así como el refuerzo del ejército paramilitar por la incorporación a sus filas de
algunos simpatizantes y exEPL que aceptaron el proyecto para luchar en con-
tra de las Farc, su enemigo común. No obstante la existencia de movimientos
regionales contra la presencia paramilitar en la región, liderados desde el eje
bananero por un conjunto de fuerzas políticas regionales5, el apoyo local de
San Pedro fue más nominal que real, explicación compleja que merece otro
artículo.

5 Tales fuerzas respaldaron en 1994 la candidatura de Gloria Cuartas; ellas fueron la Unión Patriótica-
Partido Comunista Colombiano (UP-PCC), Esperanza, Paz y Libertad (EPL), el Partido Liberal de Urabá,
el grupo Compromiso Cristiano con la Comunidad (C-4), y los movimientos cívicos Partido Nacional
Cristiano, Apartadó para Todos y Generación 21. El Partido Conservador aunque no participó en las con-
versaciones, para la escogencia del candidato, adhirió posteriormente al acuerdo. La Diócesis de Apartadó
jugó también un papel destacado en la configuración de un consenso político por la paz en Urabá. Este se
conoce como Consenso de Urabá.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 209

En esta segunda etapa de consolidación del orden paramilitar, literalmente,


se robusteció la propiedad de la tierra dada la concentración por compra forzo-
sa y arrebato de las parcelas campesinas por testaferros o los mismos parami-
litares. Ellos cambiaron el modelo del latifundio tradicional, caracterizado por
predios de campesinos adosados a las haciendas en calidad de pequeños pro-
pietarios o agregados, relación que cambió con los nuevos latifundios “nar-
co-burgueses” (Cívico, 2009 :73), sin parceleros pero sí con “campaneros” o
vigías que posaban de campesinos, o con campesinos estratégicamente empla-
zados para controlar las actividades clandestinas del negocio del narcotráfico.
La tercera etapa corresponde a la “narcotización” de las autodefensas des-
de el año 2000 hasta el 2006 cuando se desmovilizaron. Sin duda, la alianza
con el narcotráfico fortaleció aún más la organización paramilitar. Los “pura-
sangre” eran apenas una minoría comparada con el crecimiento del ala narco-
traficante, estimulada con la llegada de Don Berna en el año 2000 para quien
se fundó el frente Héroes de Tolová como su cuerpo privado de seguridad
pero que figuraba como bloque de autodefensa. Las discrepancias entre es-
tas dos alas condujeron a la renuncia de Carlos Castaño como comandante
general, a su asesinato en el año 2004, y a revertir el proyecto agrario por la
concentración de esas tierras entregadas por Fundpazcord y Fidel Castaño a
los campesinos años atrás.
¿En qué se materializó el nuevo orden instaurado por las autodefensas?
1. En la penetración política con el apoyo paramilitar a ex congresistas, al-
caldes y concejales por conducto de una alianza entre jefes paramilitares
y la clase política para las elecciones del año2002, estrategia conocida
como Pacto de Ralito, replicada en el menos conocido Pacto de Marizco
liderado por Mancuso para aglutinar la votación de los poblados ubica-
dos en la margen izquierda del rio Sinú. El slogan de estas alianzas era
“refundar la patria”, “crear un nuevo pacto social” y “construir una nueva
Colombia”6. De esta estrategia surgió la propuesta Urabá Grande Unida
y en Paz 2002-2006 que llevó al Congreso a cuatro funcionarios locales
aunque ninguno de San Pedro, en calidad de representantes de los parami-
litares, bautizados “cuatrillizos” por haberse turnado las sesiones durante
los cuatro años de su período. Sin embargo, la expresión de la parapolítica
no fue lo notable en San Pedro como sí lo táctico-militar dada la ubica-
ción local dentro de la territorialidad bélica y la localización dentro del
municipio de los campamentos y de algunas de sus zonas de retaguardia
6 Ver http://www.verdadabierta.com/politica-ilegal/el-estado-y-los-paras/4055-los-pactos-regionales.
Consulta octubre de 2013
210 XII Coloquio Colombiano de Sociología

paramilitar. El escenario político por excelencia estaba reservado al eje


bananero y a los pueblos costeros de Turbo, Necoclí y Arboletes, defi-
nitivos para tener control en las decisiones locales y por lo tanto, para
acceder con mayor libertad a la salida al mar.
2. En la penetración social con la creación de la ONG ASOCOMUN cons-
tituida el año 2002 como proyecto para apoyar al campesino y crear base
social con un modelo asociativo comunitario de perfil privado que vincu-
ló al Estado para apalancar el proyecto comunitario, a la empresa privada
representada por los finqueros (paramilitares) para prestar o alquilar la
tierra al campesino y a la comunidad que aportaba la mano de obra, saber
tradicional y formas organizativas (convites para arreglo de vías, lim-
pieza de potreros). El Plan Padrino, así conocido, pretendió apoyar los
cultivos agrícolas, consolidar la unión entre Juntas de Acción Comunal,
combatir la desnutrición y distribuir los excedentes del agro.
3. En la interacción con el estado nacional bajo el acompañamiento social
de ASOCOMUN al programa estatal de Familias Guardabosques que
creó unas 23 organizaciones cooperativas, precooperativas, asociaciones
de mujeres, de jóvenes, de productores. Esta experiencia mereció recono-
cimientos de la CEPAL a la innovación social 2005, del Club Rotario del
Valle modalidad ambiental, Mención Comendador Simón Bolívar de la
Cámara de Representantes7.
En suma, el paramilitarismo estableció un orden local inserto social, po-
lítica e institucionalmente. ASOCOMUN se convirtió en empresa prestadora
de servicios certificada y asesora de municipios, luego cambió de razón social
a OGA (Organización Gestora Acompañante), se institucionalizó y tuvo pro-
yección regional. Quienes no se sometieron a este nuevo orden fueron asesi-
nados o desplazados. De ahí en adelante es otra la historia, la de las bandas
criminales: Don Mario (Daniel Rendón Herrera) recogió lo dejado por los
desmovilizados, se apropió de los mercados del narcotráfico y de los espa-
cios ‘militares’ que ocupaban Salvatore Mancuso, Diego Fernando Murillo
Bejarano, ‘Don Berna’ y Ramiro Vanoy Murillo, alias ‘Cuco’. Creó los Ura-
beños, se enfrentó con Los Paisas (brazo armado de la oficina de Envigado)
de Vicente Castaño, infiltró la justicia local vía programas de Acción Social,
estableció un corredor desde Urabá, el alto Sinú y el nordeste antioqueño y el
control de las salidas al mar en la Costa Atlántica y Urabá. La historia que se
está viviendo es la de una región (y población) buscando fosas, reclamando
7 Entrevistas en la localidad
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 211

tierras, haciendo duelos derivados de las pocas confesiones de los victimarios,


exponiéndose por las condiciones de alta vulnerabilidad y peligrosidad de sus
vidas. Urabá ha sacrificado más de una decena de líderes de tierras.

El territorio del Estado y los pobladores


¿Qué pasó con el Estado y los pobladores? ¿Cómo logró instalarse este
orden, superponerse a otros órdenes territoriales y ser tolerado? Esa idea de
los territorios en la margen del Estado, definidos como desfogue y tratados
estratégicamente para serlo, es coincidente con la mínima institucionalidad
del Estado en esta parte de la región que prefirió delegar sus funciones en
un directorio político regional, no nacional, encargado de desplegar las redes
clientelistas en el territorio a las que pertenecían algunos líderes que migraron
a fundar el municipio. El joven e inexperto municipio (1977), visitado espo-
rádicamente por sus jefes políticos (Bernardo Guerra Serna) quedó a merced
de los grupos armados y sobre todo del paramilitar que ejerció presión física
y psicológica sobre los funcionarios para incidir en la ejecución del gasto, la
realización de convenios, la asignación de partidas presupuestales, es decir,
sacar partido de la inexperiencia, ineficiencia y clientelismo de la adminis-
tración pública en una zona sin tradición por la ley ni legitimidad del Estado.
Por aquello de que las lealtades se dan a cambio de apoyo a las reivindi-
caciones y necesidades locales, principio de reciprocidad y evaluación conti-
nua que hacen los súbditos del Estado (Masson, 2005;Ferguson, 1996; Mann,
2005), las lealtades de los funcionarios se orientaron a acomodar la adminis-
tración pública a las demandas prácticas de los grupos privados (hacenda-
dos, clientelas y paramilitares) quienes sí respondían favorablemente a sus
reivindicaciones en comparación con el desinterés de un Estado prácticamente
inexistente.
En la misma medida en que progresó el proyecto paramilitar se profun-
dizaron las formas delegadas del poder estatal de los partidos con sus tradi-
cionales redes clientelares como lo demostró el éxito de aquel mecanismo
paramilitar Urabá Grande Unido y en Paz. Incluso, superaron la utilización
clientelista proponiendo instituciones alternativas o normativas para definir a
quién legitimar y darle su lealtad mientras se usaba el Estado de forma amaña-
da. Por último, el proyecto paramilitar complejizó la utilización institucional
porque, además de inmiscuirse, involucrarse y socavar las redes clientelistas y
las normativas formales e informales de lealtad, incorporó diferentes escalas
socioespaciales a su acción política entrecruzándose con el programa presi-
212 XII Coloquio Colombiano de Sociología

dencial Familias Guardabosques, promoviendo sus ONG en el ámbito regio-


nal y nacional y autopostulándose a un premio latinoamericano. Esta interac-
ción escalar, con instituciones del Estado y otras organizaciones nacionales
y latinoamericanas, dice de la capacidad del orden paramilitar para manejar
redes subnacionales, nacionales, regionales, propias de una territorialización
concebida reticularmente.
En cuanto a los pobladores ¿qué los hizo soportar este régimen?, es decir,
¿qué elementos de la política, la sociedad y la cultura permitieron el entron-
que del paramilitarismo? La capacidad de los paramilitares para extraer a su
favor la experiencia colectiva de los movimientos campesino y liberal, como
sucedió con la propuesta agrarista de Fidel y el proyecto colectivo comunita-
rio de perfil privado de ASOCOMÚN, sedujo a un campesinado que se sintió
redimido al acceder al fin a la tierra siempre esquiva, así como reconocido al
interactuar en un proyecto comunitario de la mano con el Estado y los priva-
dos. Esto hizo que, una vez protegidos por los paramilitares de las FARC, la
población aceptara volver al trabajo de la tierra con seguridad y protección en
el campo, como propietarios beneficiados por las tierras de Fidel, o como pro-
ductores patrocinados con financiación y asistencia técnica como lo propició
ASOCOMÚN.
En segundo lugar, las formas de autoridad y las lealtades tradicionales en la
zona estaban entrelazadas con la institución hacendataria y con la histórica y
societal presencia EPL. Desmovilizado éste, el modelo hacendatario conservó
el lugar tradicional en la vida local que Víctor Negrete describe como produc-
to de la región, es decir, aquella institucionalidad de la producción agrícola
representada en la finca campesina costeña de plátano, yuca, ñame, arroz, ani-
males domésticos y de carga, represa y algunas reses (Negrete, 2012: 2) que
luego convivió con la gran hacienda. La ampliación del latifundio en el Sinú
desde la primera mitad del siglo XX comenzó a prescindir de la producción
campesina que migró hacia parcelas individuales en zonas de colonización
al Norte de Urabá. Una vez llegado el paramilitarismo, éste reencauchó el
modelo hacendatario en versión “paisa”, le redefinió algunas características
para adaptarla al mundo de la ilegalidad, incorporó pobladores viejos que
aceptaron vivir bajo nuevas condiciones y pobladores traídos por ellos para
cultivar pequeñas porciones de tierra prestadas o alquiladas en los bordes de
las haciendas, a usanza del modelo, y para hacer el papel de vigías. Esa tradi-
cional lealtad al hacendado, como muestra Gloria Isabel Ocampo (2007) en
su libro sobre la hacienda sinuana, fue trasladada a los nuevos propietarios
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 213

paramilitares en forma de patrón, como si fuera una mutación de la autoridad


tradicional. (Das, 2008).
La historia regional convirtió aquellos seres humanos superfluos, sobran-
tes, residuos del desarrollo, de los que hablábamos al principio del artículo y
que vinieron a establecerse en las márgenes en forma de campesinos, otra vez
en seres excluidos, situación repetida pero aún más grave al no disponerse hoy
de nuevas zonas de desfogue como años atrás. La ciudad parece ser su único
refugio (Bauman, 106-107).
A pesar de ser un solo caso, el de San Pedro de Urabá, este permite, se-
gún mi interpretación, entender: primero, lo obsoleta que resulta la idea del
Estado westafaliano, ese que no comprende los procesos de configuración de
autoridades y lealtades internas y no exclusivas al Estado. Segundo, entender
lo versátil que resulta el Estado por ser una producción social, es decir, pasar
de ser un Estado espacialmente estratificado, y, como vimos, expulsor hacia
sus márgenes, a entenderlo como un Estado de ninguna manera incapaz, sino,
por el contrario, decidido a construirse en sus márgenes estratégicamente,
intermediado y/o delegado, según la conveniencia, en partidos, empresarios
privados o en grupos armados. Tercero, entender que el Estado de ayer no es
el de hoy que trata de recuperar el control territorial, en este caso del narco-
tráfico, al verse en peligro él y la nación, proyectándose como un Estado que
busca rescatar el homo sacri, al sacrificado, desplazado, la víctima, dándole
identidad, nombre, tierra, como lo está haciendo con la ley de restitución y el
programa Unidos.
Michael Mann se pregunta: ¿Qué poder tiene ésta institución estatal frente
al poder de los movimientos ideológicos, las clases económicas y las élites
militares si la capacidad del Estado para penetrar con su poder infraestructural
la vida diaria de la sociedad no es prerrogativa suya? (2005: 4-5) ¿Qué es lo
autónomo del poder del Estado si no posee un específico medio de poder in-
dependiente de, y análogo a, el poder económico, militar e ideológico de otras
instituciones y organizaciones sociales? (2005: 20). Mann establece estas tres
diferencias: 1) la necesidad de Estado y de reglas que requieren todas las so-
ciedades, 2) el ejercicio exclusivo que tiene el Estado de ejercer múltiples
funciones (orden, defensa de los enemigos, construcción de infraestructuras,
redistribución de recursos escasos), 3) ser una organización socioespacial dis-
tinta aunque comparta con las demás el poder económico, militar e ideológi-
co8 (2005: 15-16, 20).
8 Por esa particularidad “El Estado no es simplemente un lugar de la lucha de clases, un instrumento
del dominio de clase, el factor de cohesión social, la expresión de los valores fundamentales, el centro de
214 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Ese ejercicio de poder estatal se relaciona dialécticamente con los pode-


res de la sociedad y comprueba, en la práctica, el peso específico de unos y
otros. En San Pedro, por ejemplo, el Estado compitió con dos instituciones
societales: la del EPL, de carácter ideológico, y la de la hacienda de tipo socio
económico y cultural. Ambas demostraron formalidad para interactuar, rutini-
zación de actividades, desarrollo de convenciones para el comportamiento de
sus miembros, compromiso y aceptación de la cultura y del sistema de valores
y una gran cohesión de los miembros hacia ellas, muchas de las características
que definen a las instituciones. Entonces, ¿Qué funciones cumplieron ellas
que suplantaran al Estado? Cada una de ambas instituciones mantuvieron, a
su manera, las formas organizativas requeridas para la producción de la tierra:
El EPL con las juntas agrarias y las normas de comportamiento acatadas por
campesinos resistentes, la hacienda con un orden histórico de tipo socioeconó-
mico que garantizó al campesinado la producción de la subsistencia. Ambas se
encargaron de organizarse con la población para mantener las infraestructuras
de comunicación (caminos, ríos, sistemas de mensajes), los ordenamientos
mercantiles y la injerencia en la distribución de recursos materiales. Esas fue-
ron algunas de las prácticas que retomó para sí el proyecto paramilitar.
En las anteriores condiciones, el Estado no territorializó sus propias re-
laciones sociales de tipo estatal sino que dejó que la sociedad las asumiera
derivándose de ahí una especie de descentralización y desterritorialización del
Estado (Mann: 2005, 35). Sin embargo, como señala Mann, a pesar de todas
las funciones incumplidas, el Estado como necesidad, es una prerrogativa que
solo él la tiene a pesar de lo débil, ineficaz y poco confiable que sea. Indis-
cutiblemente el derrotero de órdenes locales como éste es construir el Estado
antes que eliminarlo.

los procesos de asignación social, la institucionalización de la fuerza militar (como en las diversas teorías
reduccionistas)” (Mann, 23)
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 215

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Josué Hernández, Cecilia Gómez y Gloria Patricia García. Centro Documentación
INER. P. 200.
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA RELACIÓN ESTADO,
SOCIEDAD Y POLÍTICA A PARTIR
DEL CASO DE LA AMAZONIA OCCIDENTAL

María Clemencia Ramírez Lamus1

El tema central del XII Coloquio de Sociología, me permite presentar para


la discusión algunas reflexiones sobre la conceptualización del estado y su re-
lación con la sociedad y la política, a partir de mi experiencia de trabajo en el
Putumayo, departamento de la Amazonía Occidental, el cual es representado
como marginal y periférico al estado central y por consiguiente situado en las
márgenes. A través de la revisión de los planteamientos de varios autores trato
tres temas centrales que considero transversales en la literatura sobre la for-
mación del estado en Colombia, los cuales discutiré a partir de mis hallazgos
en el Putumayo. En primer lugar, me refiero a la construcción discursiva de
las dos Colombias que lleva implícita la idea de integración y de reconquista
por parte del estado de regiones que no participan del orden central para lo-
grar unificar el estado-nación. En segundo lugar, discuto la dicotomía estado/
sociedad planteada como condición para la existencia de un estado moderno
concebido como externo a la sociedad, así como el claro cuestionamiento de
este supuesto en las prácticas de gobierno en el Putumayo. En tercer lugar y
a partir de la consideración de que en el Putumayo se percibe que hay más
política que estado (Ramírez et.al. 2010), analizo el papel de la política en la
creación de un imaginario de estado.

La meta-narrativa de las dos Colombias


El Putumayo formó parte de los llamados Territorios Nacionales2 y como
otras zonas de frontera y colonización, se trata de una región caracterizada en
términos de lo que le falta: el aparato del estado ha sido percibido como ausen-
te o con una “precaria” presencia institucional y es allí donde se ha buscado
“fortalecerlo” pero sobre todo imponer el imperio de la ley que la presencia de
guerrilla, paramilitares y narcotraficantes ha debatido y cuestionado poniendo
en evidencia que estos territorios no han sido integrados a cabalidad al orden
1 Investigadora Honoraria del Instituto Colombiano de Antropología e Historia-ICANH.
2 Para finales del siglo XIX, los Territorios Nacionales consistían en vastas regiones con poca po-
blación, que eran considerados por los gobiernos departamentales zonas baldías y su manejo se le entregaba
al gobierno nacional, mostrando el poco interés de los gobiernos regionales en su administración (Oficina
de Estadística Nacional 1876). Tal es el caso de la Amazonía Colombiana.
218 XII Coloquio Colombiano de Sociología

nacional. En el imaginario de estado que se ha construido en Colombia el cen-


tro y la periferia de la nación no se logran integrar.
Para construir un estado-nación unificado, constituyéndose así en “un mar-
co discursivo común (Roseberry, 1994:364) que comparten tanto académicos
y políticos, como militares, guerrilleros y paramilitares. Precisamente, el 5 de
Octubre de 2013 Carlos Caballero, profesor de la escuela de gobierno de la
Universidad de los Andes, tituló su columna en el Tiempo “El centro y la pe-
riferia, desconectados” refiriéndose a lo que evidenciaron la protesta social y
los paros recientes en cuanto a “la falta de conocimiento que se tiene en Bogo-
tá de lo que pasa en las regiones y en los municipios colombianos”, señalando
que “la brecha es cada día más notoria” pero sobre todo refiriéndose a “un
asunto muy grave” consistente en que “en el gobierno nacional ni se conoce ni
se entiende el funcionamiento político y económico de los gobiernos locales”.
Por su parte Iván Márquez y Pablo Catatumbo en su entrevista con Antonio
Caballero en Canal Capital el 8 de octubre de 2013, manifestaron: “nos preo-
cupa una política dirigida a favorecer a las multinacionales y corporaciones,
que representan el 1% o 2% de la población, descuidando a la mayoría, a la
Otra Colombia desconocida que nosotros reclamamos”.
La existencia de las dos Colombias es definitivamente una meta-narrativa
nacional que diferencia entre una Colombia desarrollada donde el estado hace
presencia, pero que desconoce cómo funciona esa otra Colombia, la que recla-
ma la guerrilla donde ésta ejerce autoridad, legitimando el discurso guerrillero
de que son los representantes del pueblo, donde por consiguiente prevalece
la ilegalidad, la violencia y la falta de civilidad, donde éste y otros poderes
fácticos compiten con el estado central poniendo en evidencia que éste no
tiene el monopolio de la violencia, condición sine qua non para ser soberano.
Se dice que estas regiones responden a la denominada “ley del monte” que se
caracteriza por la regulación a través de códigos y normas de conducta distin-
tos a los hegemónicos, al margen del orden legal nacional y por consiguiente,
amenazante al mismo.
Se ha llegado a considerar que se trata de la emergencia de “nuevos órde-
nes sociales regionales” 3en ciertos territorios del país (Camacho et.al: 2009),
afirmación que merece ser examinada por cuanto en estas regiones se eviden-
cia una estrecha relación de estos grupos al margen de la ley con la política
nacional y local así como con el “sistema-estado” (Abrams, 1988:82) o estruc-
3 Estos nuevos órdenes sociales regionales se definen como “los conjuntos de arreglos institucionales y
prácticas sociales mediante las cuales las sociedades se conservan y se reproducen en el tiempo” (Camacho
et.al 2009:1)
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 219

tura institucional presente en las regiones. Al respecto, Margarita Serje insiste


en que “es precisamente la existencia y el mantenimiento de espacios donde
reina el ‘desorden’ y la anarquía, la que hace posible el reproducir de maneras
perversas la rapacidad del orden económico vigente” (Serje 2005:11). Estos
territorios constituyen para Serje “el revés de la nación” en cuanto son parte
integral de la misma con una función social, económica y política a ellos asig-
nada históricamente por el estado-nación colombiano. En este orden de ideas
Camilo Domínguez (2005:279) ha señalado que en estas regiones de “extre-
ma periferia” es donde “el capital nacional e internacional intenta obtener el
máximo beneficio hacia fuera” donde “se crea la acumulación originaria de
capital”, cuestionando también su no-integración al orden central y señalan-
do además su vinculación al orden global. Aquí vale la pena tener en cuenta
lo que ha señalado Aretxaga (2003:407) en cuanto a que “aquellos que se
encuentran excluidos están incluidos a través de su exclusión”, haciendo un
llamado a no reificar estos territorios periféricos y marginales y a entenderlos
como parte intrínseca del estado-nación, cuestionando así la dualidad centro-
periferia. Simón Uribe (2013) en su reciente tesis de doctorado, desarrolla aún
más esta idea cuando a través de un análisis histórico y geográfico centrado
en la carretera que buscó conectar al Putumayo con el centro del país desde
mediados del siglo XIX, sostiene, como su argumento central, que la relación
entre el estado y la frontera es de “inclusión exclusiva”, por cuanto la incor-
poración de la frontera al orden social y político del estado ha dependido de
su exclusión del imaginario del orden de la nación. Para Uribe en el centro
del proyecto de estado-nación impulsado por los criollos después de la inde-
pendencia, estaba la búsqueda de la integración social y espacial de la nación,
de manera que paradójicamente, la legitimidad de su proyecto de formación
del estado dependía de la producción y perpetuación de la retórica que con-
traponía el centro a la periferia, la civilización al salvajismo, el desarrollo al
subdesarrollo, las mismas oposiciones a través de las cuales las nociones de
estado y frontera fueron construidas.
Estamos presenciando entonces ¿la perpetuación de ésta retórica a la que
se refiere Uribe cuando se insiste en la existencia de dos Colombias? Bajo este
presupuesto el que la formación del estado se encuentre inacabada es parte
constitutiva de dicha idea de estado que se define en relación a la conquista
permanente de regiones marginales o de frontera para su integración al orden
central. De allí las campañas militares como la Operación Conquista (1994), y
el Plan Patriota (2004), lanzadas en la Amazonía Occidental con el ánimo de
220 XII Coloquio Colombiano de Sociología

recuperar territorios donde predominan órdenes ilegales. Este estado impar-


cial que tantos actores coinciden en que aún está por llegar a las regiones de
frontera ha mostrado ser más una proyección imaginativa que una realidad en
cuanto a lograr la “presencia institucional” del estado y sobre todo, se trata de
una proyección que busca naturalizar un proyecto nacional de gobierno que
se ha fundado en la guerra contra la ilegalidad. Veena Das y Deborah Poole
(2004:13) por su parte señalan las prácticas estatales en estos lugares “deben
entenderse en términos de prácticas que se encuentran simultáneamente fuera
y dentro de la ley” (2004:15). Estas consideraciones nos llevan a analizar otro
aspecto central en la idea de estado: el requisito de autonomía y externalidad
frente a la sociedad.

La dicotomía Estado/sociedad
La mencionada meta-narrativa de integración territorial y social de la na-
ción y el establecimiento de la soberanía del estado-nación sobre sus regiones
de frontera internas (territorios de colonización continua insertados en medio
de zonas con estructuras más consolidadas), sus fronteras abiertas o zonas de
colonización (Sur y Oriente del país), así como sobre las fronteras internacio-
nales, están presentes en los estudios que se hacen sobre el Estado, tal como
se evidencia al identificar un eje conceptual que busca caracterizar el estado
a partir de su ausencia en ciertos lugares o de la existencia de regiones no
controladas directamente por el mismo. Entre dichos estudios se encuentra la
propuesta de Paul Oquist (1978) que plantea el “colapso parcial del Estado”,
a partir del análisis del derrumbe de sus instituciones durante el período de la
Violencia de los años 50 debido a la guerra abierta entre liberales y conser-
vadores que controlaban el gobierno central y quienes se excluían el uno al
otro debido al clientelismo político y económico, hasta las que plantean su
“derrumbe” en las regiones periféricas (Pizarro Leongómez, 2004), pasando
por las que reconocen los “espacios vacíos dejados por el Estado” (Pécaut,
1988), su “precariedad” por no ejercerse autoridad estatal en amplios lugares
del territorio nacional (González, 1999; Pécaut, 2001) o una “presencia dife-
renciada y desigual [en el territorio nacional] de las instituciones y aparatos
del Estado” (González et ál., 2002). Todas estas caracterizaciones constatan
que no se ha pensado el Estado en Colombia sin aludir a la paradoja de su
histórica presencia y ausencia simultánea.
En consecuencia el estado central, a través de sus gobiernos, continúa en
la búsqueda de reconquistar, colonizar y sobre todo, intervenir con el fin de
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 221

incorporar estos territorios “incivilizados” al estado-nación, evidenciándose


así la persistencia de la relación de “inclusión exclusiva” del estado y de la
frontera de la que habla Uribe (2013). Más allá de la existencia de esta re-
lación y en consonancia con Nugent (1999), vale la pena llamar la atención
con respecto a que esta idea de intervenir e incorporar por parte del estado
conlleva la asunción de la naturaleza contrapuesta del estado y la sociedad
donde el estado es visto como externo a la sociedad, dicotomía que merece
ser examinada. Para Michael Mann (1997) esta visión dicotómica del estado
y la sociedad, impide visibilizar “la importancia política e histórica de otras
fuentes de poder social” y llama la atención a cómo el Estado “se monta sobre
las formas de poder social que predominan en las regiones y localidades y las
reinscribe” (en Bolívar 2010:99-100). Para Bolívar (2010) esta contraposición
Estado/sociedad “ha retrasado terriblemente nuestra capacidad para describir
y entender los ambiguos entrelazamientos que encontramos entre ciudadanos
y funcionarios, entre agencias del Estado y pobladores locales” (2010:99) y yo
agregaría entre los políticos que dan vida al estado y los pobladores locales,
así como entre los actores armados no estatales y el estado local.
Con miras a avanzar en la problematización de los “límites” del Estado,
considero necesario remitirnos a los planteamientos de Abrams (1988) y Mit-
chell (1991) con relación al concepto de Estado. Abrams prefiere hablar de la
“la idea de estado como un poder ideológico” (1988:79) propuesto para legiti-
mar la sujeción, reivindicado para dominar, que aparece como un aparato ho-
mogéneo con instituciones cohesionadas, en busca de un interés común, pero
que oculta “la desunión real [y profunda] del poder político” que para Abrams
es un campo de debate. Una vez se hace visible esta desunión aparecen los
poderes ocultos, que pueden ser de carácter no-estatal como los actores ar-
mados o poderes locales como los partidos políticos, juntas, clases etc. Por su
parte Mitchell (1991:94) propone que “el estado necesita ser analizado como
un efecto estructural…no como una estructura real” para lograr lo cual se re-
quiere examinar “los procesos políticos a través de los cuales la incierta pero
potente distinción entre estado y sociedad se origina” (Mitchell, 1999:77).
Para entender cómo se construye ese imaginario de un estado central como
un ente cohesionado y autónomo, vale la pena situarse en un lugar definido
como el “revés de la nación” o en la frontera, por cuanto la ambigüedad de la
relación estado/sociedad se hace más evidente en estos lugares periféricos o
marginales como varios antropólogos lo han analizado (Aretxaga, 2003, Das y
Poole 2004, Tsing 1993 y 1994), al señalar que es donde el estado se imagina
222 XII Coloquio Colombiano de Sociología

como un proyecto inacabado y donde los habitantes se encuentran viviendo


entre la inclusión y la exclusión, la legalidad y la ilegalidad.
La literatura sobre la formación del estado en el país señala que las élites
políticas locales ejercen un control con cierta autonomía de la regulación polí-
tica del estado, de manera que es mediante su articulación con ellas, que el es-
tado central hace presencia en las regiones lo cual se ha considerado como una
forma de dominio indirecto del estado (González 1997:37). Se ha señalado
que “los actores sociales han permanecido situados bajo la tutela de los parti-
dos políticos (Pécaut 1997:16)”, de manera que el Estado central delega poder
en los jefes políticos locales y regionales para gobernar y su control pasa por
el control de redes de gamonales (Bolívar 2003), lo cual confirma su poder de
facto, hasta el punto que “el Estado termina por coincidir con la hegemonía de
uno [de los partidos]… o la cohabitación de ambos en el poder” (González,
1997: 39). Por su parte Leal afirma que “el monopolio del bipartidismo [que
se mantuvo incólume hasta el 20024] inhibió la asimilación política de las
fuerzas sociales emergentes e impidió que el Estado se fortaleciera aunque por
entonces el aparato estatal estuviera creciendo y diversificándose” (2010:10).
Se insiste así en este modelo dicotómico estado/sociedad como modelo que
debe ser instaurado para garantizar un control del territorio.
Por su parte la falta de regulación estatal y dominio directo del estado en
los territorios menos integrados que propicia la aparición de redes de interme-
diarios, explica el dominio que ejercen los grupos armado ilegales, recono-
ciéndose que “esquemas políticos como el de Estado-oposición no funciona
en un contexto en que Estado y sociedad aparecen perfectamente mezclados”
(González et.al. 2002:231-232), confirmando lo que sostiene Mitchell sobre
que “los límites del estado son inciertos ya que elementos sociales parecen
penetrarlo por todos lados y la frontera resultante entre estado y sociedad es
difícil de determinar” (1991:88). Sin embargo se afirma que esta situación
sólo se cumple para las regiones periférica del país, y se plantea que debe
ser transformada con miras a fortalecer el estado reconquistando territorios
dominados por dichos grupos armados ilegales y así establecer la separación
estado-sociedad y garantizar la conformación de un estado moderno con el
monopolio de la violencia y el dominio directo sobre la población.
Sin embargo, es importante resaltar que tanto paramilitares como guerrillas,
requieren como condición para su existencia del estado pues es en relación a
éste que legitiman sus actividades. Mientras los paramilitares se definieron
4 Según lo sostiene Francisco Gutiérrez en su libro Lo que el viento se llevó. ? Los partidos políticos y
la democracia en Colombia 1958-2002. Editorial Norma, 2007.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 223

como estado supletorio del estado central en regiones con precaria presencia
del mismo, las FARC supervisan el estado buscando que cumpla sus funcio-
nes como estado de bienestar sin oponerse al mismo en la práctica, de manera
que se puede afirmar que los grupos armados son una parte fundamental en la
conformación de la idea de estado en estas regiones. En consonancia con este
presupuesto, en la tesis de maestría de Alejandra Ciro sobre el poder político
y la configuración del Estado en el Caquetá, una de sus propuestas centrales
es la de “incluir en la comprensión de la configuración del estado, el papel de
los poderes locales tanto ilegales como legales…como sujetos intrínsecos de
su constitución” (2013:3) y muestra la importancia que ha tenido las FARC en
la configuración regional de la Amazonía Occidental.
Por otra parte, en estas regiones, sus habitantes consideran la Fuerza Públi-
ca como un actor armado más en el conflicto, percepción que se contrapone
a la del estado central que equipara la presencia militar con presencia estatal,
lo cual se ha traducido en la militarización de la política social que se imple-
menta en estas regiones como lo reflejó tanto el Plan Colombia como el Plan
Consolidación. Este último se presentó como “un viraje en el Plan de guerra”
(Ministerio de Defensa 2007:2) al introducir en su diseño la vinculación de la
fuerza pública con la acción social del estado, reflejando la priorización del
tema de seguridad en el tratamiento de las necesidades sociales y económicas
de la población, confirmándose así que existen claras diferencias en cuanto a
la idea de estado que se tiene a nivel nacional y regional.

El entrelazamiento de la política y el Estado


García Villegas, en su caracterización histórica del régimen político co-
lombiano, interconecta la incapacidad del Estado para controlar la violencia
con la hiper-politización del debate político para explicar la expresión violenta
de los conflictos, que según sostiene son resultado de la falta de autonomía del
Estado con respecto a la política, (antes que con respecto a la sociedad) por
cuanto “los partidos políticos ocupan casi todo el Estado de manera que todo
queda sometido a la conflictividad –amigo/enemigo propia del debate parti-
dista” (2009: 32). Esto se ha traducido para García Villegas en un predominio
y consolidación de las relaciones clientelares frente al establecimiento de re-
laciones ciudadanas con la consecuente sobre posición del negocio privado a
la representación política, lo cual ha conllevado a una relajación de la moral
pública y a un aumento de la corrupción.
224 XII Coloquio Colombiano de Sociología

De reconocer la relativa autonomía de las élites políticas con respecto al


sistema-estado, se llega a establecer la falta de autonomía del Estado con res-
pecto a la política. Antes que tratarse de falta de diferenciación, argumento
que la idea de estado en Colombia se haya estrechamente relacionada con el
ejercicio de la política puesto que el efecto de estado del que habla Mitchell
(1999) se produce como resultado del accionar político para controlar el apa-
rato estatal y de las prebendas que se consiguen accediendo al mismo. Tanto
en el imaginario como en la práctica social y política, el estado local sigue
representando recursos y la provisión tanto de servicios como de contratos
de trabajo que para obtenerse requieren de la participación en política ya sea
siendo parte de redes clientelares establecidas o simplemente participando en
la campaña política del posible ganador, como se constata en el Putumayo,
donde el estado es el empleador principal. Este hecho pone en acción la políti-
ca del estómago (politics of the belly) a la cual se refiere Bayart ([1989] 2000)
en su trabajo sobre el Estado en África que no puede reducirse a un simple
problema de corrupción en cuanto a percibir los dineros del estado como un
botín, sino que se trata de “un sistema de acción histórico cuyo origen debe
ser entendido si es posible a través de la noción de gubermentalidad de Fou-
cault desde una perspectiva braudeliana de larga duración (XXVI)”. Bajo este
supuesto, la corrupción es vista como una técnica de gobierno local con raíces
históricas y significados culturales propios que merece un examen detenido,
lo cual no es el objetivo de esta ponencia pero que considero importante seña-
lar por tratarse de un campo de trabajo para explorar.
¿Pero cuál es ese estado que encarna la política? El estado para los partidos
políticos se traduce en cuotas burocráticas que reparte quien tiene el poder,
así como recursos oficiales que se utilizan “para implementar las políticas
de clientela [lo cual] constituye el aspecto central de la mediación estatal”
(Leal 2010: 6), de manera que se ha planteado que no hay un dominio de la
burocracia independiente de lo político (González, Bolívar y Vásquez 2002),
cuestionándose así la emergencia de una burocracia de estado “esencialmente
indiferente a los intereses y valores defendido por el régimen político” (Le-
fort, 1986:98) como se esperaría en un estado moderno.
El control del bipartidismo de la administración del Estado durante déca-
das ha llevado según Leal al uso indiscriminado de los recursos estatales, pero
sobre todo, “a que se viera como natural el usufructo privado de tales recur-
sos y fuera fuente de desarrollo de multitud de prácticas y costumbres”, que
caracterizan la cultura política en Colombia. Estos recursos del estado fueron
los que dieron vida al llamado “sistema político del clientelismo”, pues sos-
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 225

tiene Leal que “sin la tutela estatal, la capacidad de reproducción clientelista


desaparecería y el sistema tendría que reestructurarse” (Leal 2010:7). Esta
percepción del estado como un botín por acceder al cual se compite en las
elecciones es fundamental en la conformación de la idea de estado que se tiene
en Colombia, lo cual se puede trazar al siglo XIX como lo ha señalado Deas
cuando afirma que el sueldo de los alcaldes “no era más que una pequeña parte
del botín” (1993:217) puesto que existían otras fuentes económicas de im-
portancia para el cacique del municipio como eran el monopolio de bebidas,
contratos de carreteras, etc. El botín del estado se constituye así en el motor
de la participación en política con miras a acceder a un pedazo del “ponqué
nacional” [o de la “mermelada” como se ha denominado últimamente] en tér-
minos de Bayart, quien refiriéndose al caso africano sostiene que “el aparato
del estado es en sí mismo una tajada del ‘ponqué nacional’…de manera que
cualquier actor merecedor de llamarse así, trata de lograr una buena porción”
y añade que “las instituciones [estatales] son en sí mismas proveedoras de
riqueza y fortuna y la lucha por controlarlas es sólo uno de los aspectos que
llamamos en occidente ‘lucha de clases’” (2009:90).
En el Putumayo existe un enfrentamiento de clase que se hace latente cuan-
do se habla de las familias o grupos del departamento que han detentado el
poder político, la élite tradicional que busca mantener sus privilegios y cons-
tituirse así en una “casta” en palabras de Leal (2010:9) y que se asocia con
Mocoa, la capital del departamento, donde tiene asiento la administración del
gobierno regional. Es esta élite política la que tiene la posibilidad de llegar a la
Cámara de Representantes y lograr así una participación en las decisiones que
toma el gobierno central y que afectan a la región, sin que este acceso al poder
central se considere necesariamente como un beneficio para la mayoría de los
habitantes del departamento. Estas diferencias de clase se asocian con el lugar
de origen, diferencias que se establecen entre Mocoa, en el medio Putumayo y
los municipios del bajo Putumayo, con presencia de cultivos de coca y actores
armados, la cual resiente no solo el abandono del estado central en términos
de sus habitantes (Ramírez 2001), sino también del regional:

(…) el gobernador se convierte en casi un segundo alcalde en un departa-


mento, se dedica a liderar lo que es la capital del departamento y algunos de
alrededor si acaso pero se olvida de las regiones que están apartadas dentro del
centro de su departamento. En este caso el centro es Mocoa, al gobernador se
le olvidó de San Miguel, se olvidó de la región fronteriza (Conversatorio en La
Dorada, Sept. 2 de 2008).
226 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Se reproduce así la meta-narrativa a nivel departamental al definirse fron-


teras al interior de la frontera. Estas diferencias al interior del departamento
entran también a jugar un papel determinante en la percepción que se tiene del
estado en la región, tal como lo explica un periodista nacido en el Putumayo:

El Putumayo no es una población muy grande y aquí es más visible por eso,
5 o 10 familias que se han levantado así rápidamente son demasiado visibles.
El Bajo Putumayo siempre ha puesto los ojos en la gente de Mocoa pues desde
aquí se maneja todos los intereses, se recauda y no se revierte en servicios y
entonces se presenta un choque entre el alto y el bajo Putumayo (Entrevista a
Hugo Zambrano, enero de 2010).

Al respecto señala un concejal del municipio de La Dorada (San Miguel):

(…) el bajo Putumayo dice votemos contra Mocoa porque en Mocoa, di-
cen, está centralizado el poder, el robo y todo lo demás. Entonces la aspiración
es hacernos sentir que nosotros también podemos ser una opción, que nos re-
conozcan, ese tipo de motivaciones.” (Conversatorio en La Dorada septiembre
2 de 2008).

Se evidencia cómo en la región el estado se equipara con la clase política


Mocoana y ampliar el acceso a la gobernación y por consiguiente a la Cámara
de Representantes, se convierte en un objetivo central. El gobernador que lle-
gó al poder en el 2007, asume esta misión:

Antes la gobernación le pertenecía a tres o cuatro familias. Yo llegué con


la misión de abrir los espacios para gente nueva. Ese fue el origen de todos los
problemas [refiriéndose a las investigaciones de que ha sido objeto por parte
de la Procuraduría]. Le doy una pista en el año 2007 una sola familia era dueña
de los cuatro cargos más importantes del departamento: las Secretarías de Ha-
cienda, Educación, Salud y la gerencia de la Empresa de Energía del Putuma-
yo… ¿A quién le parece correcto?” (Entrevista a Felipe Guzmán de Edilberto
Piragauta, septiembre 2009).

Este enfrentamiento de clase que se manifiesta a nivel local se traduce a


nivel nacional en la manipulación de la legislación referente a la administra-
ción pública para lograr la ampliación de la base social que pueda acceder al
sistema-estado o estructura institucional, lo cual está inevitablemente ligado a
los partidos políticos. Los cargos burocráticos y sus prebendas econó0micas
se tornan así en objeto de deseo de otros sectores de la sociedad y todo es vá-
lido en la contienda para lograrlos.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 227

En conclusión, la delimitación de la relación estado-política antecede a la


de estado-sociedad, puesto que en diversos discursos y prácticas, la política
aparece como sinónimo de estado. A su vez es a través de los políticos que la
sociedad establece una relación ambigua con el estado, pues aun cuando éste
se representa como un ente autónomo, al ser encarnado por los políticos puede
ser manipulado por las clientelas para lograr beneficios de toda índole lo cual
conlleva, por un lado, a que se desdibuje dicha autonomía y por otro, a que
se evidencie a través de dichas prácticas, una clara dicotomía en la represen-
tación que se tiene tanto a nivel nacional como regional, del estado central y
del estado local. Cuando se entra en el terreno de los partidos políticos tanto la
periferia como el centro del país comparten esta indefinición de la autonomía
estatal con respecto a la política y/o la sociedad, además de que aquello que
se señala como diferenciador del centro con respecto a la periferia se torna di-
fuso. La coincidencia estado-política cuestiona aún más la dicotomía centro-
periferia por cuanto las redes políticas comprometen tanto el nivel nacional
como el local dado que el estado central gobierna delegando y negociando con
los poderes políticos locales y a su vez, los partidos políticos establecen redes
nacionales que a diferencia de lo que sucede en el caso del estado resultan en
la integración de las regiones al centro político. En la práctica, la política do-
mina el escenario y son los partidos políticos con su accionar los que producen
el efecto de estado.
228 XII Coloquio Colombiano de Sociología

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No. 3: 279-297.
_______ (1993) In the Realm of the Diamond Queen: marginality in an out-of-the-
way place. Princeton: Princeton University Press.
Uribe, Simón (2013) State and frontier. Historical ethnography of a road in the Pu-
tumayo region of Colombia. Tesis de Doctorado presentada al Departamento de
Geografía y Medio Ambiente del London School of Economics.
TRANSFORMACIONES SOCIOECONÓMICAS,
SOCIEDAD Y ESTADO
DEL PROBLEMA AGRARIO A LA CUESTIÓN RURAL: 1960-2013

Absalón Machado1

Introducción. La problemática rural: un legado histórico


Los problemas que hoy enfrenta el sector rural son un legado histórico
desde la colonia, que se ha ido impregnando en el camino de una serie de fe-
nómenos y procesos que tienden a enredar la madeja, haciéndolos complejos
y a veces difíciles de explicar.
La actual estructura agraria y los problemas que la caracterizan se derivan
básicamente de la política de baldíos que empezó a aplicar el Estado colom-
biano, especialmente desde el siglo XIX. En esa centuria y hasta mediados
del siglo XX se presentó una feria de los baldíos, donde todo quien quería y
pudo metió la mano para pescar y acumular tierras. Las tierras públicas fueron
entregadas a militares para pagarles sus servicios en las guerras civiles, a con-
tratistas de obras públicas para pagar la construcción de vías, caminos y puen-
tes, a innumerables representantes de las elites (terratenientes, comerciantes,
políticos, especuladores) para pagar bonos de deuda pública de un Estado con
continuos déficits fiscales. Inversionistas extranjeros también se beneficiaron
y la Iglesia también acumuló algunas tierras de uso agropecuario.
Pero muy pocos campesinos accedieron a las tierras públicas en los procesos
de colonización. Las asignaciones de baldíos a campesinos representaron me-
nos del 10% del total, y ellos debieron asumir el papel de peones de haciendas,
arrendatarios y aparceros, en lugar de propietarios plenos. Y los conflictos so-
bre los baldíos no se hicieron esperar, empezaron a aparecer desde fines del si-
glo XIX con una intensidad notoria en los años veinte y treinta del siglo pasado.
Hay tres documentos que ilustran estos procesos a los cuales es necesa-
rio recurrir. El pionero trabajo de James Pearson sobre la colonización an-
tioqueña, el clásico estudio de Catherine Legrand, denominado Colonización
y protesta campesina en Colombia 1850-1950, que describen el proceso de
apropiación de las tierras y la lucha de los colonos para acceder a ellas y no
dejarse despojar de sus derechos. Y las Memorias del Ministro de Industrias
1925-1937 que recopiló todo que existía de documentación sobre asignación
de baldíos y otros actos sobre entrega de tierras.
1 Economista y profesor titular de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de
Colombia.
234 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Muchos trabajos muestran claramente cómo las elites colombianas se


apropiaron de las tierras públicas y privadas, unas de manera legal y otras
usando procedimientos contrarios a las normas. En ese proceso se conformó
una estructura agraria de tipo latifundio-minifundio que Antonio García deno-
minó una constelación social en los años sesenta del siglo pasado. Un poder
latifundista con fuerte arraigo en la clase política que cerró la frontera agrope-
cuaria para el campesinado, marginándolo a las vertientes de las montañas y
lanzándolo hacia las áreas periféricas donde no había Estado, o era demasiado
precario, o donde quedaban condenados al ostracismo por carencia de servi-
cios y conexiones con el mercado.
Esa estructura agraria latifundista fue inicialmente regulada con algunos
controles y afectaciones en los años treinta durante el gobierno de López Pu-
marejo, pero sin tocar sus bases fundamentales, y luego por la ley 135 de
1961 que el Presidente Lleras Restrepo buscó intensificar sin mucho éxito
por la oposición de la clase política representante del poder latifundista, y que
se expresó en el Pacto de Chicoral en 1972 que frenó el proceso reformista.
Estas coyunturas que representaron ventanas de oportunidad para cambiar la
estructura agraria basadas en la gran propiedad y el latifundio, fueron desa-
provechadas por el país para introducir cambios necesarios en esas estructuras
que permitieran avanzar en el desarrollo y la modernización del orden social
establecido. Un orden social cerrado como lo denominan North, Weingast y
Wallis (2009).
Ello se diferencia de un orden social abierto que se caracteriza según esos
autores por: a) Un conjunto amplio de creencias acerca de la inclusión y la
equidad para todos los ciudadanos, b) Acceso sin restricciones a actividades
económicas, políticas religiosas y de educación, c) Soporte a las formas or-
ganizacionales en cada actividad abierta a todos, d) Aplicación imparcial de
las leyes a todos los ciudadanos, e) Intercambio impersonal. Quizás el aspecto
más central de un orden social abierto es la transformación de una sociedad
basada en elites a otra fundamentada en una masa de ciudadanos (North et, al,
118) representados por partidos políticos activos que compiten por sus votos.
Dicen ellos que en un orden social cerrado la violencia tiende a conformar
una coalición dominante que manipula el acceso en la economía y la sociedad
para sostener los arreglos políticos en la coalición (North et, al., 2009: 121).
En este caso el acceso a la violencia es abierto para cualquiera que se sienta
suficientemente fuerte y bien organizado para hacerlo. El caso de Colombia y
sus estructuras agrarias no está lejos de esta característica, pues el Estado no
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 235

hace uso de la fuerza para defender a los ciudadanos y el interés colectivo, en


términos de seguridad humana2.
El país ha intentado en algunas coyunturas seguir la vía de un orden social
más abierto, pero con grandes frustraciones, y no estoy muy seguro que ha-
yamos avanzado tanto en ello. Por ejemplo, en el caso de la estructura agraria
desde los años sesenta estábamos caminando hacia una estructura menos po-
larizada con la conformación de una mediana propiedad moderna en lo pro-
ductivo, lo cual era más o menos visible a mediados de los ochenta, llegó el
conflicto y frenó ese proceso. Los actores armados al margen de la ley fueron
en buena parte los responsables de la contrarreforma agraria iniciada desde
mediados de los años ochenta de la mano del narcotráfico. La compra de tierra
con capitales ilícitos para conformar más explotaciones ganaderas, el despojo
de tierras que el paramilitarismo inició de manos de sectores políticos y de
sectores de las elites rurales y algunas urbanas, y también la ocupación de te-
rritorios por la guerrilla que implica procesos de repoblamiento y control de la
tierra, para lo cual igualmente se hacen reordenamientos territoriales y despo-
jos, dieron al traste con los procesos de democratización de la propiedad rural.
Pero el Estado es también responsable de ese proceso, pues con sus polí-
ticas y la actitud de no ver lo que estaba pasando, permitió que se despojaran
de millones de hectáreas a campesinos, medianos y pocas veces grandes pro-
pietarios, y que se considerara la estructura agraria como un inamovible en la
política de tierras. Cuando el conflicto se agudizó desde mediados de los años
noventa, se abrió la fase de las políticas fundamentada en el mercado de tierras
con subsidios, la cual dejó intacta la estructura agraria y los poderes legales
e ilegales allí constituidos. Es decir, se diseñaron nuevas políticas que refor-
zaron la tendencia a la concentración de la propiedad, dejando a un lado las
políticas redistributivas que se había vuelto a reiniciar durante el gobierno de
Barco. Los diseñadores de las políticas pusieron más atención a las recomen-
daciones del Banco Mundial (mercado asistido de tierras) que a lo que estaba
pasando en los territorios colombianos y las perversidades que implicaban,
voltearon la vista para otro lado.

2 La seguridad humana es un concepto utilizado por las Naciones Unidas que no se refiere a una preo-
cupación por las armas sino por la vida y la dignidad humanas. Es un pacto mínimo de ciudadanía donde el
Estado por excelencia protege la vida e integridad de todas las personas. Se define como las condiciones y
medios para preservar el núcleo central de todas las vidas contra riesgos graves y previsibles
236 XII Coloquio Colombiano de Sociología

De la estructura latifundio-minifundio a la multimodalidad agraria


En los procesos de modernización y transformación productiva que se ge-
neran desde los años sesenta con la irrupción del capitalismo en el campo, la
antigua estructura agraria se fue modificando, superando en algunas regiones
la clásica estructura latifundistas del régimen precapitalista. Pese a no contar
con un censo agropecuario dese hace 42 años, los datos prediales del IGAC
2012 muestran un hecho incontrovertible: en el promedio nacional tenemos
hoy una estructura predial rural de tipo multimodal. En el promedio ha desa-
parecido la antigua estructura tradicional de tipo latifundio-minifundio, con-
formándose una de carácter multimodal, donde la gran propiedad no tiene un
dominio absoluto sobre la tierra, y comparte la propiedad con la mediana y
la pequeña propiedad, en proporciones diferenciadas según los territorios. El
gráfico No.1 muestra esa característica, la propiedad grande tiene el 43,9%
de la tierra y la mediana el 38,5%, entre las dos suman 82,4% en manos del
14% de los propietarios. Los pequeños tendrían el 17,6% y son el 86% de los
propietarios.
La estructura sigue siendo muy desigual en el acceso a la tierra, y la media-
na propiedad ha entrado a tener un significado importante. Pero la multimoda-
lidad deja atrás el mito del latifundio-minifundio, lo cual no quiere decir que
no existan latifundios en Colombia, pero no tienen un dominio absoluto en el
promedio de la estructura. Esto es aún más claro si la información se trabaja
con las UAF, pues al definir los tamaños con ese parámetro, la gran propiedad
solo controla el 30,4% de la tierra, la mediana el 29,4% y la pequeña tendría
casi el 40%. Esto se debe a que medianas propiedades y grandes se convierten
en pequeñas al mediarlas en términos de UAF. Solo un buen censo agrope-
cuario ayudará a dilucidar claramente el tipo de estructura que tenemos hoy.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 237

Grafico 1: Estructura predial según tamaños de IGAC 2011

El hecho de que la estructura tradicional latifundio-minifundio ya no sea la


que domina el paisaje agrario, no significa que haya bajado el grado de con-
centración de la tierra, al contrario ha aumentado con un Gini de tierras que
pasó de 0,85 en el año 2000 y llegó al 0,87 en el año 2011. Multimodalidad
no es sinónimo en la estructura agraria colombiana de menor desigualdad en
el acceso a la tierra.
Esta estructuración agraria es diferenciada por regiones. Hay cinco depar-
tamentos que pueden considerarse con predominio absoluto de la gran pro-
piedad, o estructuras latifundistas son ellos: Arauca, Casanare, Chocó, Meta y
Sucre, son estructuras de tipo bimodal, con predominio de la gran propiedad.
Otro grupo de 10 departamentos tiene una estructura bimodal donde la me-
diana tiene más del 50% de la tierra (bimodalidad mediana), otro grupo de 9
departamentos tienen estructuras agrarias multimodales con predominio de la
mediana propiedad (multimodalidad mediana). En solo cuatro departamentos
(Boyacá, Nariño, Cundinamarca y Risaralda) la pequeña propiedad controla
más tierra sin tener dominio absoluto. Solo Vichada muestra una unimodali-
dad en la propiedad grande que si se traduce en UAF cambia.
Esta situación implica diferenciar las políticas de tierras que se ha veni-
do aplicando, que son de carácter general sin diferenciar por regiones. Para
efectos de políticas, esta información es necesario complementarla con datos
sobre el uso del suelo, y con las estructuras de poder. Falta mucha investiga-
ción para precisar cómo es el asunto de los poderes en este tipo de estructuras
multimodales, y cómo son sus relaciones con el Estado y con el conflicto. Se
238 XII Coloquio Colombiano de Sociología

trata de estudios regionales que permitan precisar las redes de poder y sus
relaciones con las estructuras agrarias y el conflicto.
La reconfiguración de la estructura agraria hacia la multimodalidad tiene
que ver con varios factores. Entre ellos: la compra de tierras por narcotrafican-
tes que han reconstruido predios hacia la mediana propiedad vía testaferros,
el despojo de tierras por grupos armados y su administración por testaferros
segmentando propiedades para no conformar grandes, el funcionamiento del
mercado de tierras, en algunas regiones, las acciones del Incora/Incoder en
la compra de tierras para redistribuir a pequeños, la entrega de baldíos por
el Estado en UAFs, la fragmentación de la propiedad por las herencias en
grandes fincas; el desarrollo capitalista hacia la mediana propiedad en muchas
regiones.

Desde la cuestión agraria a la cuestión rural


En el proceso histórico de la estructura agraria, se fue pasando del pro-
blema agrario fundamentado en la estructura de la propiedad y el acceso a la
tierra como bien de producción o especulación, a un problema rural, más allá
del tema de la tierra en sí, ubicándose en la problemática de los territorios y
el sector rural. Es decir, la discusión ha ido girando hacia temas más allá de la
parcela como fuente generadora de ingresos y de acceso a una porción de tie-
rra con una función social (derecho de propiedad). Y aparece el territorio y su
defensa como medio de vida y razón de pertenencia de grupos de pobladores,
representante de una cultura y de relaciones sociales y políticas. De la lucha
por la tierra a la defensa de los territorios.
Pero esto no significa que el problema agrario se haya resuelto. Más bien
que los dos problemas actúan al tiempo y se refuerzan el uno al otro. Ello hace
más complejas las políticas y da lugar a la discusión sobre el ordenamiento
territorial en función de la distribución de la población en el territorio, la dis-
tribución de los recursos entre la población y el potencial y uso que de ellos
se hace. La modernización y el conflicto han ido reordenando el territorio en
función de los intereses de actores individuales y de grupos, mas no en fun-
ción de la colectividad.
Recordemos que alrededor de la noción de estructura agraria se originó
en América Latina el concepto de problema agrario, para dar a entender las
dificultades que generaba la estructura agraria para el desarrollo nacional, y
en particular la existencia de una estructura latifundistas que se constituía en
un impedimento para avanzar en los procesos de modernización, de ascenso
social y desarrollo de la democracia.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 239

En cambio, la cuestión rural tiene más relación con un territorio como


espacio donde se establecen relaciones de poder, y unas reglas de juego (for-
males e informales) que regulan las relaciones entre actores. Hoy existen múl-
tiples problemas y procesos que conforman la cuestión rural, y que superan las
visiones clásicas sobre la cuestión agraria y la tierra. Pues incluyen fundamen-
talmente temas de desarrollo, medio ambiente, conflictos diversos, no solo el
de las tierras, la relación de la población rural con el Estado, las relaciones
rural-urbanas, y el control de los territorios por diversos grupos que los recon-
figuran para sus propósitos.
En otros términos, en los últimos cincuenta años se configurado una pro-
blemática rural constituida por diversos factores como: bajo desempeño de la
agricultura, falta de competitividad, brechas de nivel de vida e ingresos entre
el campo y la ciudad, conflictos rurales diversos, una deuda social con el sec-
tor rural de grandes proporciones, falta de confianza en la instituciones, culti-
vos de uso ilícito y narcotráfico, despojo de tierras, desplazamiento forzado,
altos niveles de pobreza y de concentración de la propiedad rural, precariedad
institucional, discriminación, destrucción de recursos naturales, inadecuado
uso del suelo, no reconocimiento social y político del campesinado, políticas
agrarias sesgadas a favor de determinados grupos, desarticulación del movi-
miento campesino y dificultades en la comercialización, entre otros por falta
de infraestructura, falta de innovación tecnológica y carencia de asistencia
técnica para los pequeños productores. Pero definitivamente no hay un sis-
tema sólido de gobernabilidad de los asuntos rurales y agrarios. Esto para no
mencionar el conflicto armado interno, sus vínculos con la política y el nar-
cotráfico, además de la minería ilegal, la informalidad del mercado de trabajo
rural, la poca seguridad social en ese sector y la calidad de la educación y otros
bienes públicos que ofrece el Estado.
Es claro que el problema rural está mucho más allá del problema agrario
o de la tenencia de la tierra. Y el problema agrario y la cuestión rural están
relacionados de muy diversas maneras, en aspectos que se diferencian en los
territorios, así como el problema de las tierras tiene relaciones con el conflicto
armado interno.
Y ambos problemas se mueven en un escenario donde se yuxtaponen tres
tipos de estructuras agrarias: una legal, otra ilegal y otra informal. Las tres
tienen dinámicas diferentes y sus relaciones enturbian la claridad sobre los
derechos de propiedad.
240 XII Coloquio Colombiano de Sociología

El problema agrario y la cuestión rural constituyen Colombia un serio obs-


táculo al desarrollo, y el país requiere resolverlos en forma definitiva y cierta,
si quiere avanzar en su modernización y responder adecuadamente a la glo-
balización con alguna certeza de tener la capacidad de aprovechar las opor-
tunidades que ofrecen los mercados externos, y defender aparato productivo
interno con desarrollo, tecnología y creación de nuevas oportunidades.
Los términos de la discusión han cambiado pero el problema de control y
acceso a las tierras no se ha solucionado. Y las políticas de tierras se mueven
en un flujo y reflujo permanentes, al ritmo de los cambios de gobiernos, las
relaciones de poder y las coyunturas, sin atinar en la solución del problema,
porque esas políticas actúan en la epidermis de la ruralidad, no en su organis-
mo completo.
Es claro que los poderes establecidos en el sector rural se mantienen sóli-
dos pues los vínculos del sistema político con la estructura agraria para man-
tener el orden social rural no han cambiado. Esos vínculos, fundamentados
en la tierra como fuente de poder político, no se han roto aún en el proceso
de modernización, se mantienen y han sido fortalecidos en muchas regiones
por la presencia de actores armados ilegales, y sus vínculos con algunos sec-
tores de la clase política. Tenemos una situación paradójica: se supone que
la modernización rompe con condición de atraso que significa tener la tierra
como fuente de poder político y especulación, pero esa situación se mantiene,
porque ese avance moderno es débil y frágil, no es contundente y se inclina
ante el sistema político.
Es decir, tenemos una modernización a medias que permea solo algunas
islas productivas pero no a toda la sociedad rural, y menos al sistema político.
Por eso la apuesta tendrá que seguir siendo a la modernización con factores
de modernidad, como la democracia, el respeto a los derechos humanos, la
equidad, la participación y la representación política de los sectores excluidos,
el avance en el conocimiento y la tecnología, la libertad de movilidad en el
aparato productivo con manejo de los riesgos, la sostenibilidad ambiental, la
eliminación de las discriminaciones étnicas y de género, la modernización de
los partidos político y el sistema político, y libertad de elegir sin coacción y
ataduras.

Elementos para entender el problema rural


La problemática rural de Colombia no puede atribuirse a un solo elemento,
ni siquiera a un conjunto de ellos. Se trata de una red de relaciones complejas
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 241

entre actores, Estado y sociedad, que define un modelo de desarrollo en el


sector rural, no ajeno al modelo general de desarrollo.
En ese modelo se pueden identificar por lo menos tres aspectos esenciales
para entender la naturaleza del problema agrario y rural:
a. El tipo de políticas públicas practicado históricamente y en las décadas
más recientes,
b. La naturaleza de los mercados internos y sus articulaciones con los mer-
cados globales,
c. El conflicto rural, y sus relaciones con la tierra, los territorios y las estruc-
turas de poder.
Solo haré referencia al primero de ellos. Para los otros habrá oportunidades
de profundizar o hacer reflexiones que ayuden a entender los procesos en los
que nos hemos visto envueltos.

Las políticas para el sector rural


Colombia ha diseñado desde mediados de los años cincuenta políticas para
la modernización productiva con objetivos más de crecimiento que de de-
sarrollo. En los años sesenta se hizo un intento importante de diseñar una
institucionalidad pública para implementar política sectoriales, con la crea-
ción de entidades para la investigación y la asistencia técnica que ya venían
funcionando de manera desarticulada y se organizaron alrededor del ICA, el
suministro de Crédito (Caja Agraria y Fondo Financiero Agropecuario), el
manejo de la comercialización y no tanto de desarrollo de los mercados (Ide-
ma derivado del INA creado en los años cuarenta); la distribución y manejo de
las tierras (Incora) y entidades encargadas del manejo de adecuación de tierras
y riego (HIMAT).Ello se complementó con una entidad reguladora del medio
ambiente (Inderena).
Se trataba de la estilización de las políticas requeridas para que el sector
agropecuario cumpliera sus funciones en los procesos de desarrollo: suminis-
trar alimentos, mano de obra y materias primas baratas para el sector indus-
trial-urbano, y para generar divisas. El sector rural era subsidiario del resto de
la economía y se consideraba sin capacidad propia para emprender proceso de
desarrollo, solo obedecía a las demandas que se le plantearan desde el resto de
la economía y la sociedad.
Esa política productivista se ha mantenido hasta ahora, pero hubo cambios.
A fines de los setenta se introdujo un programa de desarrollo rural por el fra-
caso de la reforma agraria, el Programa DRI que inicialmente se vinculó con
242 XII Coloquio Colombiano de Sociología

el Plan de Alimentación y Nutrición. Y también se introdujo el Plan Nacional


de Rehabilitación (PNR) para atender comunidades rurales en zonas de con-
flicto en los años ochenta, ligado a procesos de distribución de tierras y un
alto sentido de participación de las comunidades en la definición y diseño de
proyectos productivos y en su implementación.
Excepto el PNR, todos estos programas y diseños institucionales tuvieron
la orientación de entidades internacionales, especialmente del Banco Mundial,
la FAO, el BID y la cooperación norteamericana. Colombia empezó creando
una institucionalidad y políticas al estilo de las que existían en su momento en
los países más desarrollados y de referencia cercana, y donde los problemas de
los pobladores ya se habían resuelto (salud, educación, infraestructura, vivien-
da, agua potable, acceso a tierra, saneamiento básico, información). Las políti-
cas no fueron el resultado de un modelo endógeno y de la dinámica propia del
desarrollo nacional. Por ello lo productivo fue lo relevante, no lo social, ni la
participación en la toma de decisiones, ni lo político, ni los enfoques locales o
territoriales y marginalmente el acceso a la tierra, y sin visiones del desarrollo
institucional.
En los años noventa empieza el desmonte del Programa DRI, el PNR, se
desmonta el Idema, la Caja Agraria, la adecuación de tierras y los progra-
mas de distribución de tierras (excepto los baldíos) que son sustituidos por
el mercado asistido con un subsidio a la compra de tierras. Y empezando los
años dos mil desaparece el Inderena y el Incora, al crearse el Incoder, el cual
absorbe a las entidades de desarrollo rural que quedaban. Y en esa década se
intenta implementar un Estatuto de Desarrollo Rural que tenía un énfasis pro-
ductivista, que fue declarado inexequible por la Corte Constitucional.
En otros términos, en los últimos 20 años se fortaleció la política de cre-
cimiento y los énfasis productivistas, catapultando las cadenas productivas, y
desapareciendo el desarrollo rural y la reforma agraria. La institucionalidad se
adecuó a esos propósitos: investigación para productos empresariales y su ma-
nejo por los gremios, en parte con los fondos parafiscales; crédito suficiente
para el desarrollo empresarial, control fitosanitario y técnico de los insumos,
desprotección a productos no competitivos para que el mercado defina las
inversiones, firma de acuerdos comerciales para potenciar las exportaciones y
reconvertir el aparato productivo a los más competitivo y eficiente; política de
baldíos sin una estrategia clara, y judicialización de los cultivos de uso ilícito.
Difícil separar las causas de las consecuencias, esta es una tarea pendiente
para los investigadores que hace falta cubrir para darle claridad a las estra-
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 243

tegias y las políticas. En este panorama es claro que la crisis del sector rural
no se deriva de los TLC como se ha dicho en el debate público. Esos tratados
agravan los problemas estructurales existentes pero no son la causa primige-
nia de la cuestión rural y del drama de los agricultores de esta querida Colom-
bia. Hay que hacer mucha claridad sobre ello para no confundirse y perder la
perspectiva estructural y del tipo de políticas a implementar. Porque los sub-
sidios a los productores y otras medidas tomadas recientemente no arreglan el
problema, son sólo un alivio pasajero.
Colombia quizás ha cometido el error de dedicarse a firmar tratados co-
merciales sin estar preparado para ello. Pues una apertura externa en el caso de
Colombia tiene que ir acompañada de una apertura interna para que el sector
rural pueda enfrentar los desafíos y aprovechar las oportunidades del libre
comercio. Y la apertura interna es una transformación estructural del sector
que parte de reconocer su potencial, sus limitantes y se guie con criterios de
democracia, equidad y justo trato sin discriminación a grupos sociales. Es una
apertura interna que se resume en dos expresiones en boga: Reforma Rural
Transformadora que sugirió el INDH 2011 del PNUD, y Desarrollo Rural
Integral que se ha propuesto desde la Habana en la Mesa de Conversaciones
sobre la Paz.
Esas reformas rurales son de carácter estructural y requieren visiones com-
partidas sobre el problema y apuestas de largo plazo. Esas reformas propues-
tas tienen diferencias claras con las apuestas gubernamentales que se encuen-
tran en el Plan de Desarrollo o en el Proyecto de Ley de Tierras y Desarrollo
Rural del Ministerio de Agricultura. La diferencia es que el gobierno se guía
por el postulado de “mercado hasta donde sea posible y Estado hasta don-
de sea necesario”. En cambio el PNUD con la RRT propone algo diferente:
“más Estado en el mercado, menos mercado en el Estado y más sociedad en el
diseño e implementación de la política pública”. Este último enunciado es el
que se perfila como el más ajustado a las condiciones colombianas, el prime-
ro, el del gobierno es una fórmula copiada de los enunciados que Tony Blair
quiso practicar en Inglaterra. Y la diferencia es entonces entre el liberalismo
económico donde los mercados tienen una importancia relevante, y los cam-
bios estructurales para el desarrollo humano de toda la población, con énfasis
en los más vulnerables.
Y tendremos que esperar los detalles de los acuerdos de la Habana para
calificar adecuadamente las propuestas en el ámbito de esos dos enunciados,
o a lo mejor, en otro que habrá que proponer.
244 XII Coloquio Colombiano de Sociología

En el problema rural tienen responsabilidades todos, no se le puede atribuir


solamente al Estado la culpa de lo que ha pasado en este país, y particularmen-
te en el sector rural. Hay preguntas claves: ¿dónde han estado en estos proce-
sos los empresarios, los grandes propietarios, las élites, las comunidades rura-
les y sus organizaciones, los grupos armados, los inversionistas nacionales e
internacionales, los partidos políticos, la Iglesia, los estamentos militares, los
jueces, los consumidores, la tecnocracia pública, los organismos públicos y de
control, las universidades y sus egresados, las ONG´s y otros agentes?, ¿En
qué medida los han consentido, permitido, aprovechado, o en qué medida los
han sufrido y se consideran las víctimas de ese modelo de desarrollo?
No se trata de buscar responsables, eso sería ya una irresponsabilidad si no
contamos con el conocimiento, y con una memoria histórica sobre el conflic-
to, el desarrollo institucional, social y político del país. Y no la tenemos, solo
parcialmente algunas cosas. Lo que sí quiero dejar como enunciado general
para la reflexión y para estimular la investigación, es que todos somos res-
ponsables de lo que ha pasado en este país, de manera directa unos, indirecta
otros, por acción o por omisión. No le podemos atribuir al Estado toda la
culpa, ni al conflicto armado, ni a las élites nacionales y rurales, ni a un grupo
o actor en particular. Este es un punto de partida para que nos preguntemos
todos, partiendo de esas responsabilidades, ¿cuál es entonces el rol de cada
uno en una fase de postconflicto para sanar las heridas y ayudar a construir
para el futuro?

Las propuestas sobre lo rural en la coyuntura


Al país no le faltan propuestas sobre cómo resolver la problemática rural.
Siempre han existido, unas bien fundamentadas, otras que son más discursos
políticos, cuando no meramente contestatarios que buscan polarizar los de-
bates y sin caminos para buscar salidas o acuerdos. Es explicable que en una
sociedad atravesada con múltiples conflictos tienda a polarizarse el debate, y
que por lo general las propuestas se radicalicen, llegando a una sin salida: algo
así como: o la revolución o el statu quo, fuera de eso no hay salvación.
Para fortuna, en la coyuntura actual que se muestra propicia para encontrar
soluciones negociadas al conflicto, aparecen una serie de propuestas sobre el
tema rural que convidan a una reflexión y muestran que el país ha ido madu-
rando la búsqueda de soluciones, en un debate democrático y más civilizado
que la solución por la fuerza o las armas, que no genera sino sufrimiento y
atraso.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 245

Existen varias propuestas que conviene mencionar: a) la gubernamental


basada en el Proyecto de Ley de Tierras y Desarrollo Rural y la política que
el gobierno de Santos ha venido implementando; b) la del INDH 2011 sobre
Reforma Rural Transformadora; c) la propuesta de las organizaciones campe-
sinas con su proyecto de Ley General de Tierras, Reforma Agraria y Desarro-
llo Rural Integral desde la visión de las comunidades y los pueblos rurales, d)
la que proviene de la Mesa de Conversaciones de Paz en la Habana, y en la
cual se recogen los planteamientos gubernamentales, los de las FARC y los
foros agrarios donde han participado la sociedad civil y la academia, menos
Fedegan. Y además, están las propuestas recientemente elaboradas sobre los
cultivos de uso ilícito en los foros solicitados por la Mesa de la Habana.
Entrar a calificar cada una de estas propuestas puede ser aventurado en
el momento, en particular porque los Acuerdos de la Habana no se conocen
completos, solo los enunciados más generales. Pero sí puede decirse que las
propuestas se mueven en el pulso entre un reformismo agrario modernizante y
una reforma estructural, que ayuden a superar los problemas más críticos del
desarrollo agrario y rural. También, las propuestas, excepto la de la Mesa de
Unidad Agraria (Proyecto de Ley) incorporan en principio las nuevas visiones
de la ruralidad y el desarrollo rural con enfoque territorial. Algunas están me-
jor contextualizadas que otras.
Lo que sí quiero anotar y esto es lo que me parece fundamental, inde-
pendientemente de si estamos o no de acuerdo con esas propuestas, o si las
encontramos bien elaboradas o no, es que difícilmente el país ha tenido una
coyuntura tan favorable para emprender en serio la solución del problema
agrario y rural. Es una coyuntura que plantea serios desafíos e interrogantes,
pero que no tiene parangón en la historia.
La coyuntura que más se le parece, pero está lejos de ser comparable con la
actual, es la que se presentó cuando se inició el Frente Nacional que diera vía
a una reforma agraria con la ley 135 de 1961, y una reestructuración institu-
cional del sector público para enfrentar la ruralidad y sus problemas. Contaba
con el apoyo de la Alianza para el Progreso, los partidos políticos estaban de
acuerdo nominalmente en avanzar en las reformas, había cierta conciencia
de que la estructura agraria debía reformarse, y el modelo de desarrollo de
industrialización por sustitución de importaciones lo exigía, y no existía un
conflicto como del de hoy. Pero la apuesta era frágil por varias razones: no
surgió claramente de un proceso endógeno, tenía mucho soporte externo, el
estamento político y las elites rurales no estaban convencidas y en el fondo no
246 XII Coloquio Colombiano de Sociología

querían el cambio. Además, la organización campesina era frágil y cuando se


fortaleció (ANUC), no comprendió su misión y se radicalizó pensando que la
revolución había llegado, y ellos eran la vanguardia del cambio.
La coyuntura actual conforma una red de procesos y fenómenos que la ha-
cen atractiva para el cambio, pero este no está asegurado. Hay conversaciones
de paz, propuestas diversas como mencioné sobre el tema agrario y rural, la
comunidad internacional está dispuesta a apoyar el cambio y la solución civi-
lizada del conflicto, el sector rural claramente tiene potenciales y los precios
agrícolas internacionales tienden a mantenerse altos, el gobierno ha abierto
las puertas al diálogo y ha hecho aprobar la Ley de víctimas, ha reconocido la
existencia del conflicto armado y del despojo de tierras y existencia de los des-
plazados. Y en general, se ha ido creando la conciencia de que el país necesita
sacudirse del conflicto armado para avanzar en su proceso de modernización
e introducir factores de modernidad.

Bibliografía
North, Douglass, Wallis, John Joseph & Weingast, Barry (2009) Violence and So-
cial Orders. A Conceptual Framework for Interpreting Recorded Human History.
Cambridge University Press, USA.
ECONOMÍA POLÍTICA Y CRECIMIENTO ECONÓMICO:
COLOMBIA 1906-2009

Carlos Humberto Ortiz Quevedo1

Presentación
Cuando se analiza la senda del crecimiento económico de Colombia y se
la relaciona con los vaivenes de la política nacional, en especial con el manejo
que le han dado las élites en el poder a las políticas económicas, se encuentran
pistas de que el ejercicio de la política es un factor determinante del desenvol-
vimiento económico nacional de largo plazo. Es una hipótesis que se sustenta
en la ya veterana visión de la economía política.

Los Datos del Crecimiento


En esta sección se examina el crecimiento económico colombiano de 1906
a 2009. Como es bien conocido, el crecimiento económico es una variable
fundamental para entender la dinámica del bienestar de una sociedad.
Con base en indicadores indirectos de comercio exterior y demanda de di-
nero, el Banco de la República (GRECO 2002) estimó el PIB de 1905 a 1924.
De esa información se deduce la senda del crecimiento económico nacional de
1906 a 1924 que se presenta en la siguiente gráfica.

Gráfica 1
Crecimiento Económico de Colombia 1906 – 1924

Fuente: GRECO del Banco de la República (2002).


1 Profesor titular del Departamento de Economía, Universidad del Valle, PhD. (LSE).
248 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Para examinar la tendencia del crecimiento económico conviene tener una


serie más larga. Sin embargo, si se observa la línea horizontal discontinua,
que representa la tasa de crecimiento promedio anual del período, 5.4%, se
deduce que antes de 1918 (señalado con la línea vertical discontinua), y que
marca el fin de la Primera Guerra Mundial, todos los años tuvieron tasas de
crecimiento por debajo o igual a la tasa media (la única excepción es el año
de 1907); y después de 1918 y hasta 1924 todos los años tuvieron tasas de
crecimiento por encima o igual a la tasa media. Eso ya denota una tendencia
a la aceleración económica. Complementando esta información con la serie
de la tasa del crecimiento económico elaborada por la CEPAL (1957) para el
período 1925-1928, que muestra tasas de crecimiento excepcionalmente altas:
5.4%, 9.5%, 9% y 7.4% respectivamente, es posible concluir que después de
la Guerra de los Mil Días (1899-1902) y de la toma/independencia de Panamá
(1903), y especialmente a partir del gobierno de Rafael Reyes (1904-1909),
quien gobernó apoyado en una alianza liberal-conservadora, y hasta 1928,
cuando comienza la Gran Recesión (GR) internacional, Colombia vivió un
despegue económico acelerado.
Para el período 1950-2009 se tienen las cuentas nacionales del DANE. Y
para el período de 1925 a 1950 se cuenta con la retro-proyección del PIB que
realizó la CEPAL (1957) utilizando un esquema de contabilidad económica
nacional. Debe tenerse en cuenta que la Contraloría Nacional de la República,
el Banco de la República y la Superintendencia Bancaria sólo se crearon en
1923; de modo que registros de la actividad económica nacional sólo se con-
siguen a partir de esa época. Así, los estimativos de la actividad económica
nacional de la CEPAL y del DANE son posiblemente comparables. Por tanto,
en la Gráfica 2 se combinan las series de la tasa de crecimiento del PIB que
cada una de estas fuentes de información arroja.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 249

Gráfica 2
Crecimiento Económico de Colombia
1925 – 2009

Fuente: CEPAL (1957), DANE.

Para empezar conviene observar que los datos del crecimiento económico
de 1925 a 1928, arriba referenciados, se muestran en esta gráfica (los primeros
cuatro puntos de la serie). Ahora bien, esta serie es complicada. Pero si se tie-
ne en cuenta que la línea punteada representa la tasa de crecimiento promedio
anual de la economía en ese periodo de 85 años (1925-2009), 4.1%, se pue-
den deducir por lo menos cuatro conclusiones sobre la dinámica económica
nacional:
1. Colombia experimenta una tendencia al crecimiento sostenido: en 85
años de historia sólo en 3 años (1930, 1931 y 1999) tenemos estrictamen-
te recesiones.
2. El crecimiento económico ha sido muy volátil: descontando los años de
recesión, las tasas han variado entre 0 y 10%.
3. El crecimiento económico de Colombia ha sido cíclico: los auges tienden
a ser seguidos por desaceleraciones y viceversa.
4. Ninguno de esos ciclos ha durado más de 7 años: no pasan más de 7 años
antes de que la senda del crecimiento vuelva a la media.
Para caracterizar la dinámica económica de largo plazo se deben descontar
los efectos cíclicos. Eso se lleva a cabo de dos formas: se estima la tendencia
que resulta de aplicar el filtro de Hodrick y Prescott [GPIB(HP)], y se suaviza la
serie del crecimiento económico con un promedio móvil de siete años centrado
en el cuarto año [GPIB(7)]. Los resultados se muestran en la siguiente gráfica.
250 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Gráfica 3
Tendencia del Crecimiento Económico de Colombia
1928-2009

Fuente: Procesamiento propio con base en CEPAL (1957) y DANE.

Ambas estimaciones de la tendencia del crecimiento económico nacional


se mueven acompasadamente. Se interpreta ese resultado como una señal de
que las dos estimaciones reflejan la tasa de crecimiento económico de largo
plazo. Nótese que después de la Gran Recesión (GR), que provocó una fuerte
disminución del crecimiento económico, el país experimentó una aceleración
tendencial del crecimiento económico de 1932 a 1971: pasa de 2.1% a 6.3%.
Por el contrario, de 1972 a 1999 el país sufre una desaceleración tendencial
del crecimiento: la tasa correspondiente cae de 6.3% a 1.3%, la más baja en el
período de análisis (más baja aún que en la Gran Recesión). Y de 2000 a 2009
se presenta una recuperación económica que no alcanza el nivel de crecimien-
to de largo plazo de 1971: la tasa sube de 1.3% a 4.4% entre 1999 y 2009.
En resumen, que es lo que interesa acá, se puede afirmar que en las prime-
ras siete décadas del siglo XX el país experimentó una tendencia al crecimien-
to acelerado, exceptuando obviamente el período de la Gran Recesión de 1929
a 1931. En las últimas tres décadas del siglo XX se experimenta una tendencia
a la desaceleración económica. Y en la primera década del siglo XXI se pre-
senta una recuperación económica.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 251

Crecimiento y Política Industrial


Poveda Ramos (2005) ha planteado que los gobiernos de Rafael Reyes
(1904-1909), Pedro Nel Ospina (1922-1926), el régimen liberal de 1930 a
1946 [Enrique Olaya Herrera (1930-1934), Alfonso López Pumarejo (1934-
1938), Eduardo Santos (1938-1942), Alfonso López Pumarejo con su desig-
nado Alberto Lleras Camargo (1942-1956)], el gobierno de Mariano Ospina
Pérez antes de que se desatara la Violencia (1946-1947), el gobierno del gene-
ral Rojas Pinilla (1953-1957), y los gobiernos del Frente Nacional de Alberto
Lleras Camargo (1958-1962) y Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) fueron
gobiernos progresivos que impulsaron el crecimiento económico nacional con
el apoyo que le dieron de forma diferenciada pero consistente a la industriali-
zación nacional, el desarrollo infraestructural y el desarrollo institucional. Esta
hipótesis no se puede descartar a la luz de las Gráficas 1 y 3. Posteriormente
se sustenta que después de 1970 ningún gobierno nacional ha sido progresivo.

Motores del Crecimiento Económico y Restricciones del Desarrollo


Para continuar es conveniente ponerse de acuerdo en una terminología. La
teoría del crecimiento endógeno y el análisis histórico-económico del capita-
lismo en Colombia han identificado una serie de motores del crecimiento eco-
nómico. Esos motores del crecimiento económico inciden significativamente
en los dos componentes del crecimiento económico de un país: la acumulación
factorial y el crecimiento de la productividad. A tales motores del crecimiento
se los denomina de ahora en adelante activos públicos productivos. Son pro-
ductivos porque inciden en la productividad multifactorial (y también pueden
incidir en la acumulación factorial); y son públicos porque son externos a las
empresas (y éstas no los controlan). Los activos públicos productivos están
en el entorno y, por tanto, dependen del Estado. Por otra parte, a la ausencia,
carencia o insuficiencia de alguno de estos activos públicos productivos se
la denomina restricción del desarrollo. La siguiente tabla lista cuatro tipos
de restricciones del desarrollo: productivas, distributivas, infraestructurales e
institucionales.
252 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Tabla 1
Restricciones del Desarrollo

Fuente: elaboración propia

Con base en algunas investigaciones previas (Ortiz 2009, Ortiz et al. 2009
y 2013), se postula que los activos públicos más importantes para el creci-
miento económico de Colombia han sido los siguientes: la diversificación
industrial, la distribución de la riqueza y del ingreso, el desarrollo infraes-
tructural, el respeto a la propiedad (especialmente el respeto a la vida como
propiedad fundamental), las políticas para la acumulación del capital físico
y humano, y el desarrollo institucional que promueve los anteriores activos
públicos productivos.
Cada uno de estos motores del crecimiento económico ha sido analizado
en diferentes modelos de crecimiento endógeno. El impacto de la diversifica-
ción productiva fue analizado por Romer (1987, 1990) y por Aghion y Howitt
(1992). El efecto de la distribución de la riqueza y del ingreso sobre el creci-
miento económico ha sido analizado por Murphy, Shleifer y Vishny (1989a y
1989b) de la Universidad de Chicago; en estos trabajos se muestra que una
economía con un ingreso nacional más homogéneamente distribuido tiene un
mercado interno más grande, explota economías a escala, aumenta la produc-
tividad y crece más rápidamente en un círculo virtuoso de expansión económi-
ca a la manera como se analiza en Smith (1776) y Young (1928). El impacto
del gasto público, como en el caso de la infraestructura, sobre el crecimiento
económico ha sido analizado por Barro (1990). El respeto a la propiedad (em-
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 253

pezando por el respeto a la vida) es parte esencial de cualquier sociedad de


mercado; el toma y dame implica una mutua aceptación de la propiedad priva-
da del otro; eso ni siquiera es neoclásico es de Marx (1776).2 Sobre el impacto
dinámico de las políticas para la acumulación de capital físico y humano, se
puede citar a Keynes (1936) y a Hirschman (1958). El impacto del desarrollo
institucional sobre la actividad económica y el crecimiento económico se ilus-
tra convincentemente en North (1989).
Como muestra la Tabla 1, con la escasez de los activos productivos se
generan diferentes tipos de restricciones del desarrollo: restricciones estruc-
turales productivas por la escasa diversificación del país, restricciones estruc-
turales distributivas por el exceso de concentración de la riqueza y el ingreso,
restricciones infraestructurales y restricciones de tipo institucional. Ésta últi-
ma restricción del desarrollo incluye la ausencia parcial o total del Estado en
el territorio nacional.

Un Nuevo Enfoque de Descomposición del Crecimiento Económico


Algunos analistas económicos (Roberts 1989, Clavijo 1990, Cárdenas
2002, 2007) han propuesto que el periodo de desaceleración económica des-
de 1970 se explica por una implosión de la productividad multifactorial en la
economía colombiana. Eso en términos simples significaría que la empresa
típica colombiana se fue haciendo cada vez menos productiva en los últi-
mos treinta años del siglo XX. Eso no es creíble ni verosímil si se tienen en
cuenta los avances de la ingeniería y los cambios tecnológicos empresariales.
Lo que Ortiz et al. (2013) proponen es que el método usual de descomposi-
ción del crecimiento, el método de Solow (1957), que se basa en supuestos
neoclásicos estrictos, no es el adecuado para estimar la descomposición del
crecimiento económico nacional. El modelo de descomposición del creci-
miento de Solow se basa en la existencia de rendimientos constantes a esca-
la, competencia perfecta, precios flexibles y mercado en equilibrio (lo que
implicaría un nivel de desempleo mínimo –lo que los economistas llaman
la tasa natural de desempleo–). Sin embargo, ninguno de estos supuestos
aplica para Colombia. Y no aplican, en primer lugar, porque se tiene sectores
2 “Para que estas cosas [los bienes en el mercado] se relacionen las unas con las otras como mercan-
cías, es necesario que sus guardianes se relacionen entre sí como personas cuyas voluntades moran en
aquellos objetos, de tal modo que cada poseedor de una mercancía sólo pueda apoderarse de la de otro por
voluntad de éste y desprendiéndose de la suya propia; es decir, por medio de un acto de voluntad común
a ambos. Es necesario, por consiguiente, que ambas personas se reconozcan como propietarios privados.
Esta relación jurídica, que tiene por forma de expresión el contrato, es, hállese o no legalmente reglamen-
tada, una relación de voluntad en que se refleja la relación económica” (Marx, El Capital, T. I, Libro I, cap.
II, p. 48 de la edición del FCE de 1959).
254 XII Coloquio Colombiano de Sociología

económicos con un gran poder de mercado (monopolios y oligopolios); y, en


segundo lugar, porque el enfoque de Solow ignora el aporte de una serie de
factores públicos y de condiciones del entorno que también inciden en la acu-
mulación de los factores empresariales (capital fijo y capital humano) y en
la productividad de la economía: lo que arriba se denominaron como activos
públicos productivos.
Ortiz et al. (2013) proponen, por el contrario, que sin esos activos públi-
cos los rendimientos a escala de los factores empresariales no son constantes
sino decrecientes. En otras palabras, para operar eficientemente los factores
productivos empresariales (privados y públicos)3 requieren la provisión de
ciertos factores y condiciones de entorno que sólo pude ser garantizada por
el Estado. O sea, los factores empresariales y los activos públicos producti-
vos son fuertemente complementarios. Y por tanto proponen un nuevo enfo-
que de descomposición del crecimiento económico basado en Hall (1988).
El enfoque alternativo de descomposición del crecimiento económico parte
del supuesto de que Colombia padece fuertes restricciones del desarrollo que
afectan la eficiencia de los factores empresariales y que configuran lo que se
ha denominado como deseconomías públicas: cuando el Estado no puede o
no quiere proveer los activos públicos productivos el sector empresarial tiene
menor eficiencia y el crecimiento económico se resiente.
La ecuación matemática a la que se llega es sencilla:
gy = ε gf + ga
Donde gy es la tasa de crecimiento del PIB, ε es la elasticidad de escala de
los factores empresariales (se supone que es una fracción positiva por efecto
de la carencia de activos públicos: entre más cercana esté a cero mayor es el
efecto de las deseconomías públicas), gf es la tasa de crecimiento ponderada
de los factores empresariales (capital físico y capital humano), y ga es la tasa
del crecimiento de la productividad.
El supuesto que se maneja aquí es que el sector público en Colombia ha
funcionado más como un lastre que como un motor del crecimiento, cuando
debería ser esto último.

Los Activos Públicos Productivos en Colombia


Con base en la estimación econométrica de la anterior ecuación, Ortiz et
al. (2013) encuentran que no es posible rechazar la hipótesis de que algu-

3 Tanto las empresas privadas como las públicas demandan factores de producción (capital fijo y
capital humano).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 255

nos activos públicos productivos inciden significativamente en el crecimiento


económico nacional de largo plazo.
Ahora bien, no todos los activos públicos son igualmente importantes. Se
plantea que el activo público más importante del país ha sido la transforma-
ción industrial manufacturera. La gráfica que viene a continuación es muy
diciente.

Gráfica 4
Dinámica Económica y Transformación Productiva
1931-2009

Fuente: Procesamiento propio sobre estimaciones de CEPAL (1957) y DANE

En esta gráfica se han superpuesto la participación del producto interno


bruto del sector manufacturero en el producto interno bruto total [PIBman/
PIB] y la media móvil de siete años del crecimiento ubicada en el séptimo
año [gpib(7)fin]. La primera se representa con la línea doble y está medida
en el eje de la izquierda; la segunda se representa con la línea roja de rombos
y está medida en el eje de la derecha. La variable PIBman/PIB muestra unos
saltos aquí y allá, como se ve en la Gráfica 4 para los años de 1951, 1965 y
1990; estos saltos corresponden a cambios en la metodología de las cuentas
nacionales. Pero independientemente de ellos, el paralelismo de las tendencias
salta a la vista: mientras Colombia se industrializó –mientras el sector indus-
trial manufacturero creció más rápidamente que el resto de la economía y su
participación creció– desde los años 30 hasta mediados de los años 70, la tasa
de crecimiento de la economía tendió a aumentar, o sea, industrialización y
aceleración económica fueron de la mano; y después de los años 70, la desin-
256 XII Coloquio Colombiano de Sociología

dustrialización, o sea la perdida de participación de la industria manufacturera


en el producto, fue de la mano con una tendencia a la desaceleración.
A pesar de que esta relación es diciente, el análisis econométrico revela
que sólo el sector industrial manufacturero productor de materias primas tuvo
un impacto positivo y significativo en el crecimiento económico nacional.4 Y
también se encuentra que las deficiencias de la infraestructura vial del país
han sido un lastre para el crecimiento económico nacional.
La Gráfica 5 representa las contribuciones relativas al producto del sector
productor de materias primas y del sector de servicios de transporte. No exis-
ten datos confiables para los años de 1950 a 1954.
La línea verde de triángulos representa la participación del sector produc-
tor de materias primas industriales en el producto nacional (MATPRIM). Esta
variable aumenta del 2 al 8% de 1925 a mediados de los años 70, y luego se
estanca allí fluctuando entre 7 y 8%. La industrialización nacional se corres-
ponde estrechamente con el período de expansión relativa del sector productor
de materias primas. Pero a mediados de los años 70 se llega a una situación
de estancamiento: la industria productora de materias primas deja de diver-
sificarse, y la participación de sector productor de materias primas cesa su
crecimiento. Por ello, las regresiones del crecimiento económico arrojan que
la variable MATPRIM incide positiva y significativamente en el crecimiento
económico nacional.
Por otra parte, la línea morada con círculos dobles representa la partici-
pación de los servicios de transporte en el valor agregado de la economía
(TRANSP). Como muestra la Gráfica 5, de 1925 a principios de los años 80
aumenta la participación de los servicios de transporte en el PIB, y poste-
riormente disminuye. El ascenso corresponde al período de construcción del
sistema nacional de transporte multimodal, y el descenso corresponde apro-
ximadamente al período de desmonte del sistema multimodal de transporte.
Éste es un fenómeno atípico; a medida que los países se desarrollan se espera
que el sector transporte también se desarrolle, pero en Colombia cae a partir
de la década de los ochenta. Las regresiones del crecimiento arrojan que la
variable TRANSP incide de forma negativa y significativa en el crecimiento
económico nacional. Se propone que este efecto negativo resultado se explica
por las enormes carencias y deficiencias de la infraestructura nacional de vías.

4 Este resultado es consistente con el hallazgo reciente de que más que la diversificación de la industria
manufacturera per se es la diversificación de las actividades productivas intensiva en tecnología la que
impulsa el crecimiento económico (Rodrik, 2007; Naciones Unidas 2007).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 257

Gráfica 5
Participación en la Generación de Valor Agregado del Sector Industrial
Productor de Materias Primas (MATPRIM) y del sector de Servicios de
Transporte (TRANSP)

Fuente: Estimaciones con base en CEPAL (1957) y DANE.

La violencia y el respeto a la vida se miden en este trabajo con la tasa


de homicidios y la tasa de secuestros (ver la Gráfica 6).

Gráfica 6
Tasa de Homicidios y Tasa de Secuestros por 100.000 habitantes

Fuente: Policía Nacional y Fundación País Libre


258 XII Coloquio Colombiano de Sociología

La tasa de homicidios se representa con la línea roja de cuadros y se mide


en el eje izquierdo. Esta tasa aumenta de 1951 a 1958 con la Violencia, luego
disminuye lentamente, aumenta nuevamente en los años 70 con la producción
de marihuana, en los años 80 aumenta aún más con la producción de cocaína
y de heroína, de manera que llega a su llega a su punto máximo en el año
1992, y en ese nivel se mantiene hasta 2002. La tasa de secuestros se repre-
senta con la línea morada de puntos y se mide en el eje derecho. La actividad
del secuestro era casi nula hasta 1979, pero a partir de los años 80 aumenta
sistemáticamente hasta el año 2000 con la producción de cocaína y heroína y
el fortalecimiento de los grupos narcotraficantes, guerrilleros, paramilitares y
la delincuencia común. Todos ellos se lucran y se promueven con las enormes
rentas que genera el narcotráfico. Según la UNOCD, Colombia experimenta
a partir de 1980 un incremento sistemático en la producción de cocaína en
Colombia, de manera que hacia el fin del siglo XX Colombia exportaba entre
el 70 y el 80% de la cocaína del mundo. La caída de la tasa de homicidios y de
la tasa de secuestros en la primera década del siglo XXI se explica por el Plan
Colombia y la política de seguridad del presidente Uribe.
La Violencia en general tiene un impacto muy fuerte en la economía. Con-
tribuye a explicar la desaceleración económica tendencial que vivió Colombia
en las últimas tres décadas del siglo XX (Cárdenas 2002, 2007). Las regre-
siones del crecimiento económico colombiano de Ortiz et al. (2013) arrojan
que la tasa de secuestros y la tasa de homicidios tienen un efecto negativo; sin
embargo, sólo la tasa de secuestros tiene un efecto negativo y estadísticamen-
te significativo. Además, con base en regresiones de acumulación de capital
fijo (Ortiz et al. 2013), se deduce que la tasa de secuestros también afecta la
inversión de forma negativa y significativa. Y este efecto se presenta tanto
antes como después del disparo de la tasa de secuestros que provoca el auge
del narcotráfico (ver al respecto las Gráficas 7a y 7b).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 259

Gráfica 7a
Tasa de Acumulación de Capital Fijo vs. Tasa de Secuestros
Colombia 1951-1979

Gráfica 7b
Tasa de Acumulación de Capital Fijo vs. Tasa de Secuestros
Colombia 1980-2009

Fuente: Ortiz et al. (2013)

La relación entre la tasa de acumulación de capital fijo (medido en el eje


de las ordenadas) y la tasa de secuestros (medido en el eje de las abscisas), y
las regresiones de ajuste lineal con pendiente negativa y significativa que se
muestran en las Gráficas 7a y 7b, confirman que en todo el período analizado
la tasa de secuestros impacta negativamente la acumulación de capital fijo.
260 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Por otra parte, las restricciones distributivas en Colombia han aumentado


significativamente. Una de ellas tiene que ver con el proceso de liberalización
y desregulación del sector financiero.

Gráfica 8
Tasa de Interés Real de Colocación
Colombia 1953-2012

Fuente: Procesamiento propio con base en Banco de la República.

Después de 1974, con las políticas de López Michelsen, y posteriormente


con las políticas de Turbay Ayala, el promedio anual de las tasas de interés real
de colocación de Colombia aumenta sistemáticamente. Y por 20 años, de 1980
a 1999, se fijan tasas de interés real de colocación del orden del 20%. Son ta-
sas estratosféricas a nivel internacional. Después viene la recesión de 1999, se
crea el FOGAFIN, las tasas caen al 10% en promedio –siguen siendo aún muy
altas en el contexto internacional–; pero esa caída es más que compensada:
desde el año 2000 el sector financiero les aumenta los costos de transacción a
los colombianos de forma inmisericorde. Y el gobierno, por su parte, impone
la deducción del 2 por mil a las transacciones financieras, y luego la transfor-
ma en el 4 por mil.
También han disminuido relativamente los impuestos directos y han au-
mentado relativamente los impuestos indirectos (González y Calderón, 2002).
Desde el punto de vista de la distribución del ingreso los trabajadores han
perdido participación. La siguiente gráfica muestra la participación del trabajo
en el ingreso nacional según las cuentas nacionales con diferentes bases: 75,
94, 2000 y 2005. Estrictamente hablando, ninguna de estas bases es compara-
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 261

ble, pero cuando se ponen juntas es evidente que la tendencia a la caída de los
trabajadores en la participación en el ingreso es sistemática desde los años 80;
por lo menos no se puede afirmar que aumente.

Gráfica 9
Participación del Trabajo en el Ingreso Nacional
Colombia 1970-2009

Fuente: Cuentas Nacionales del DANE, diferentes Bases (1975, 1994, 2000, 2005).

Crecimiento y Productividad en el Largo Plazo


Las regresiones de crecimiento económico arrojan una estimación del co-
eficiente ε igual a 0.5948. El estimativo es positivo y significativo, y también
es significativamente inferior a 1. Por simplicidad se puede redondear a 0.6;
es la medida del efecto de las deseconomías públicas en la economía colom-
biana. Este resultado implica que los datos no rechazan la hipótesis de que los
activos públicos productivos están restringidos en Colombia. Las regresiones
también arrojan, como ya se mencionó, que el sector productor de materias
primas (MATPRIM) ha incidido positivamente sobre el crecimiento, las defi-
ciencias de la infraestructura del transporte han actuado como un lastre de la
economía, y la tasa de secuestros afecta negativamente tanto el crecimiento
económico como la inversión en capital fijo.
Utilizando este estimativo del coeficiente ε, 0.6, se estima la tasa de creci-
miento de la productividad multifactorial despejando el término ga de la fór-
mula anterior:
262 XII Coloquio Colombiano de Sociología

ga = gy – ε gf
La serie estimada de la tasa de crecimiento de la productividad es tan volá-
til como la serie del crecimiento económico (no se presenta aquí). Estimando
las tendencias que arroja el filtro de Hodrick y Prescott para ambas series se
construye la Gráfica 10. La línea con rombos negros es el crecimiento tenden-
cial del PIB [GPIB(HP)], y la línea negra continua es la tendencia del creci-
miento de la productividad [GA(HP)]. La línea negra continua muestra que ha
habido dos periodos del comportamiento de la productividad en Colombia: un
primer período que va de 1951 a 1977, cuando las ganancias en crecimiento de
la productividad tuvieron una media del 2.2%, y otro de 1978 a 2009, cuando
esa media disminuye a 1.2% –es una pérdida de un (1) punto porcentual por
año en la dinámica económica nacional–.

Gráfica 10
Tendencias del Crecimiento del Producto
y del Crecimiento de la Productividad

Fuente: Ortiz et al. (2013).

Ortiz et al. (2013) reclaman que esta descomposición del crecimiento eco-
nómico corrige la conclusión usual a la que han llegado los economistas: la
propuesta de que hubo uno implosión de la productividad. Con este nuevo en-
foque se obtiene, por el contrario, que no hubo una implosión del crecimiento
de la productividad en las últimas tres décadas del siglo XX: las ganancias de
productividad multifactorial fueron inferiores a las del período anterior, pero
siguieron siendo positivas como tendencia.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 263

Esa diferencia de un (1) punto porcentual es muy importante para explicar la


problemática en la dinámica del crecimiento económico en Colombia que está
representada por la línea de rombos de arriba. Nótese que la tendencia del creci-
miento de la productividad y la tendencia del crecimiento económico se mueven
acompasadamente. Y fue en el período de 1971 a 1983 cuando más cayeron la
tendencia del crecimiento de la productividad [GA(HP)] y la tendencia del cre-
cimiento económico [GPIB(HP)]. Ese período corresponde a los tres gobiernos
en línea de los presidentes Pastrana Borrero, López Michelsen y Turbay Ayala.

Las restricciones del Desarrollo y el Crecimiento Económico


Para entender la desaceleración económica que sufre Colombia desde prin-
cipios de los años setenta se propone que a partir de entonces se agudizan
todas las restricciones del desarrollo. La Tabla 2 lo resume.

Tabla 2
Restricciones del Desarrollo

Fuente: elaboración propia.

Las restricciones productivas implicaron un mayor estancamiento estruc-


tural. A partir de 1970 el gobierno de Pastrana pretende fallidamente sustituir
el liderazgo de la industria manufacturera por el liderazgo de la construcción
y del sector exportador. De acuerdo con nuestras investigaciones y las de otros
autores, ninguno de estos dos sectores son líderes en tecnología y, por lo tanto,
264 XII Coloquio Colombiano de Sociología

no lideran el crecimiento. Por tanto, disminuyeron su ritmo de crecimiento la


industria manufacturera y la agricultura. La autonomía tecnológica disminuyó
por la menor orientación tecnológica de la base productiva (Ortiz 2009). Con
la apertura económica parcial que viene desde el gobernó de Lleras Restrepo
y se va profundizando gradualmente, lo que se ha experimentado en Colombia
es una reasignación de los recursos según las actividades con mayores venta-
jas comparativas: la minería y la agroindustria (incluyendo drogas ilícitas y
servicios); son las actividades intensivas en los recursos abundantes del país:
recursos naturales y fuerza de trabajo no calificada. El proceso de transforma-
ción productiva del sector industrial manufacturero se estancó: no aparecieron
en general nuevos sectores productivos, y las nuevas actividades son extensio-
nes de las actividades productivas ya existentes (Poveda Ramos 2005).
Las restricciones estructurales distributivas también se agudizaron. Tanto
el capital como la tierra y el ingreso se concentraron. Y el descuido de la
educación pública de calidad limitó el acceso de los sectores de menores in-
gresos a la educación y a la promoción social. A partir de 1972, exactamente
en enero de 1972, las élites colombianas se ponen de acuerdo para firmar
el Pacto de Chicoral, una contrarreforma agraria que, además, se profundizó
posteriormente con la violencia y el desplazamiento de la población rural –ahí
juegan un papel clave el narcotráfico, la guerrilla, el paramilitarismo, las fuer-
zas armadas regulares y la delincuencia común. A partir de López Michelsen
y de Turbay Ayala se dan los siguientes procesos: desregulación del sector
financiero, liberación de las tasas de interés y privatización casi total de la
banca estatal comercial. También se llega a un acuerdo implícito para que el
gobierno se haga el de la vista gorda ante los agresivos e ilegales procesos de
centralización del capital que se estaban dando, algunos a través de triangu-
laciones ilegales o auto préstamos: caso Furatena, caso Banco de Colombia,
caso Michelsen-Uribe, etc. Todo ese problema que se vivió en los años 80. A
raíz de esas políticas, hoy en día 4 grupos industriales financieros dominan
el país, manejan las elecciones, controlan los medios, controlan la opinión y
muchas otras cosas.5 Y finalmente, la política de descivilización del merca-
do laboral que es lo que explica esa caída sistemática de la participación de
los trabajadores en el ingreso. Finalmente, la política de flexibilización del
mercado laboral, un eufemismo por disminución de la remuneración de los
trabajadores, se ha profundizado.
5 La política de hacerse el de la vista gorda con los procesos ilegales de centralización del capital se
ha mantenido de forma sutil pero efectiva (hay superintendencias, pero no actúan cuando deben). Pruebas:
DMG e INTERBOLSA, para sólo citar dos ejemplos escandalosos.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 265

También se agudizaron las restricciones infraestructurales. A partir del go-


bierno del presidente Pastrana Borrero se renuncia definitivamente al sistema
de transporte multimodal: se elimina el transporte ferroviario y fluvial (Po-
veda Ramos 2005). Claro, ese proceso venía desde antes; el sistema multi-
modal del transporte venía deteriorándose desde los años 50 y 60 por la gran
presión que hizo Estados Unidos para imponer los automotores, los aviones y
la gasolina como medios fundamentales de transporte; pero incluso en estas
modalidades la infraestructura correspondiente se descuidó: Colombia tiene
hoy la misma estructura de carreteras de hace 40 años, y apenas el año pasado
se remodeló “El Dorado”. Colombia perdió: Europa, estados Unidos y, en
general, los países desarrollados mantuvieron el sistema multimodal de trans-
porte, aún a costa de grandes subsidios, los colombianos le confiamos todo al
transporte por carreteras al transporte aéreo; en un país montañoso y tropical
donde cada año los inviernos derriten las carreteras, la orientación del sistema
ha sido muy conveniente para los contratistas y los concesionarios, pero muy
inconveniente para el país. Hoy, por lo tanto, se está hablando de recuperar la
navegación fluvial (lo que implica recuperar también las cuencas hidrográfi-
cas), el transporte ferroviario, el Canal del Dique, los cables aéreos, etc. Todas
las enormes inversiones en la infraestructura del transporte que llevó a cabo
el país con enormes sacrificios desde principios del siglo XX. También ha
sufrido Colombia un deterioro de la educación pública, de la salud pública, de
la salubridad. Es evidente, está en los diarios todos los días.
Y las restricciones institucionales también se agudizaron. Aumentaron la
violencia, se expandió la corrupción, se desmontó el apoyo estatal a la indus-
trialización y al sector agrícola. Desapareció el Instituto de Fomento Industrial
que cumplió en su momento un papel fundamental en el proceso de diversi-
ficación industrial del país. Los gobiernos neoliberales pusieron el énfasis en
la estabilidad macroeconómica, en el control de la inflación, en el logro de
presupuestos balanceados y en la privatización de los activos públicos empre-
sariales. Y se dio la privatización de estos sectores en un contexto no competi-
tivo (usualmente monopolista). Este es aspecto muy importante porque juega
un papel fundamental en la crisis de competitividad del sector agrícola y de la
economía en general. La privatización monopolista se llevó a cabo bajo el su-
puesto de que el sector privado “siempre funciona mejor”. Pero en el caso de
Colombia y de muchos otros países que han privatizado sectores estratégicos
se le ha dado paso a la fijación monopólica de precios y al deterioro del ser-
vicio. Todo ello afecta los costos de producción de las empresas y mina fuer-
266 XII Coloquio Colombiano de Sociología

temente la competitividad. Se mencionan a continuación por lo menos cuatro


casos. El precio de la gasolina ha sido manejado de forma discrecional por el
Estado a través de Ecopetrol; sin embargo, aunque la empresa es mayorita-
riamente pública, Ecopetrol fija precios internos como los fijaría un operador
privado: Colombia paga hoy la gasolina a precios internacionales. La energía
se privatizó y hoy en día los empresarios enfrentan las tarifas de energía más
altas de la región. La infraestructura también se privatizó, y los peajes de Co-
lombia también son los más altos de la región. Y, finalmente, la privatización
de las finanzas, la liberalización del sector financiero y la complicidad de los
gobiernos permitió que el sector financiero fije a través de acuerdos colusivos
las tasas de interés de colocación y los cobros de las transacciones financie-
ras más altos del mundo. Por lo tanto, los TLC’s, que apenas van a empezar
a funcionar no son responsables de la crisis. Estos factores estructurales que
han permitido que los grupos económicos se enriquezcan a costa de los co-
lombianos son probablemente más responsables de la crisis agraria que los
TLC’s que están por venir. Y, finalmente, el descuido de los recursos naturales
ambientales no se puede dejar de mencionar. El ejemplo de los dos inviernos
pasados, toda la destrucción que causaron el río Magdalena y el río Cauca, y
la destrucción del Canal del Dique, son una muestra de que descuidar estos
recursos naturales y ambientales tiene costos enormes para la economía.

Pactos de Gobernabilidad y Crecimiento Económico


Ya para terminar, quisiera referirme a todos los pactos de gobernabilidad
que han permitido, digamos, cambiar la política económica para mal, porque
a pesar de los amigos neoliberales, lo cierto es que a partir del momento en
que Colombia entra al nuevo modelo de crecimiento con apertura económica
y abandono del apoyo estatal a la industrialización, se ha experimentado una
tendencia a la desaceleración económica. Los presidentes Pastrana Borrero,
López Michelsen y Turbay Ayala consolidaron lo que se ha denominado como
“intercambio de regalos” entre las élites económicas del país. A grandes ras-
gos, después de la Guerra de los Mil Días, las élites económicas nacionales
aprendieron que es mejor pactar que irse contra la yugular de los unos contra
los otros. Y empezaron a partir de Rafael Reyes, y luego con el Frente Na-
cional, y luego allá en el último periodo del Frente Nacional a hacer pactos
que eran mutuamente convenientes para sus intereses particulares, pero que
no necesariamente eran pactos convenientes para el país. No obstante, lo que
se encuentra cada vez más difundida es la ideología de que lo que es bueno
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 267

para las élites, es bueno para el país. Y realmente resulta que no. Lo que hace
Pastrana Borrero es desmontar el sistema que existía de apoyo a la indus-
trialización para sustituirlo por una política de vivienda y explotación de las
exportaciones. Resulta que eso no lidera el cambio tecnológico, no lideró la
demanda de fuerza de trabajo calificado, porque precisamente lo que llamaba
la atención de la construcción es que demanda fuerza de trabajo no calificada
(y ¿quién necesita educar a los “rusos”?)6. El otro aspecto que manejó el se-
ñor Pastrana fue la contrarreforma agraria, de tal manera que, digamos aquí
el sector terrateniente agroexportador obtuvo por lo menos cinco regalos: 1)
el desmonte definitivo de la propuesta liberal de la reforma agraria; 2) que se
impidiera la tributación sobre la tierra; 3) alta protección para los productos
agrícolas; 4) subsidios crediticios por parte del Banco de la República (se creó
el Fondo de Fomento Agropecuario); 5) También se benefició con la disminu-
ción de los aranceles de las materias primas que venían desde el plan Vallejo,
y otros beneficios de tipo tributario. Eso es lo que ganó el sector terratenien-
te agrario-exportador, pero la burguesía financiera industrial ganó también, a
costa de cederle esos beneficios al sector terrateniente; ganó el manejo de la
política económica a su favor. Entonces, hay una política de devaluación sos-
tenida para promover las exportaciones, hay una política crediticia del Banco
de la República para la industria, hay una política de desgravación de las im-
portaciones de maquinaria, equipo y materias primas industriales. Y el sector
financiero ganó las 4 políticas que se mencionaron arriba: la desregulación
financiera, la liberación de las tasas de interés, la privatización de la banca
estatal y, finalmente, la connivencia de los gobiernos frente a los procesos de
centralización del capital.
Se requiere un acuerdo nacional para diversificar la economía con énfa-
sis en las actividades productivas intensivas en tecnología e inteligencia, que
son las que lideran el crecimiento económico, y el Estado debe recuperar su
función de proveedor de activos públicos que complementan la actividad eco-
nómica del sector privado, potencian la productividad y jalonan el crecimien-
to económico. En otras palabras, se debe cuestionar y cambiar el modelo de
desarrollo que vive y sufre Colombia desde hace 40 años.

6 “Rusos” es el término coloquial para denominar en Bogotá a los trabajadores rasos de la construc-
ción.
268 XII Coloquio Colombiano de Sociología

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Colombia.
CONFLICTO, MEMORIAS Y REPARACIÓN
ENTRE LA VERDAD HISTÓRICA Y LA VERDAD JUDICIAL:
A PROPÓSITO DE LAS RELACIONES ENTRE EL DERECHO
Y LAS CIENCIAS SOCIALES1

Gina Cabarcas Maciá2

Hoy me gustaría compartir con ustedes algunas ideas sobre la relación entre
el derecho y las ciencias sociales, de cómo estas últimas podrían interpelar
el discurso predominantemente jurídico y dogmático que ha caracterizado
la investigación criminal en el país. Probablemente, de la mano de una
interpretación muy restrictiva de la disposición del Código de Procedimiento
Penal que le otorga al fiscal la dirección de la investigación penal, en Colombia
ésta ha estado a cargo de abogados. El uso de otras disciplinas es visto como
un apoyo auxiliar a la investigación criminal, pero, por lo general, no permea
la caracterización que se hace de la criminalidad y las estrategias que se trazan
para identificar y judicializar a los responsables. En lo que sigue indicaré
algunas de las formas en las que las ciencias sociales y el derecho se relacionan
entre sí para establecer las oportunidades y los retos de acercar la investigación
criminal a la investigación social. Normalmente, es fácil distinguir entre lo que
hace un juez y lo que hace, por ejemplo, un historiador. La palabra del juez
producida en el marco de un rito muy particular que es el proceso judicial,
tiene efectos que distan ostensiblemente de los que normalmente tiene la
palabra de un historiador. Por más historias que escribamos sobre cualquier
villano, sólo una sentencia judicial tiene el poder de declararlo culpable y de
disponer y tazar castigos válidos.
En términos generales, simplificando el asunto, el historiador explica,
mientras el juez decide. Y como el historiador tiene ante todo la obligación de
suscitar en nosotros, sus lectores, representaciones adecuadas de lo que nos
está contando sin que nos pierda en la narrativa, a veces le permitimos que se
invente cosas, siempre y cuando esté en el ámbito de lo posible, o mejor, de
lo verosímil (como cuando hace inferencias psicológicas o cuando se inventa

1 Los apuntes presentados en esta ponencia son fruto de mis largas conversaciones con Luis Carlos
Sánchez. Además es probable que algunas de las ideas desarrolladas partan de la investigación a la que
contribuí como investigadora asistente del Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Repa-
ración y Reconciliación, publicada en 2012. Centro Nacional de Memoria Histórica, Justicia y Paz: Verdad
judicial o verdad histórica (Bogotá: Taurus, 2012)
2 Historiadora, Coordinadora de Analistas, Unidad Nacional de Análisis y Contextos, Fiscalía General
de la Nación.
274 XII Coloquio Colombiano de Sociología

diálogos probables) o, inclusive, en favor de la narración, le permitimos que


pase otras por alto. La decisión del juez, en cambio, no puede en ningún caso
descansar en inventos y omisiones, aunque en ocasiones lo hace y estamos
ante una decisión que no sólo sería profundamente criticada, sino que además
puede ser revisada y replanteada jurídicamente. Como, en cierto modo, lo
que tiene que hacer el juez es más simple que lo que hace el historiador (pues
no tiene que decirnos qué quiere decir “Edad Media” sino simplemente si
hay vulneración de algún derecho y, si lo hay, quién es el responsable), pero
aunque más simple con consecuencias más severas, le podemos exigir al
juez también que las pruebas o premisas en que descanse su silogismo sean
casi indiscutibles. Y todos acá estaríamos de acuerdo que es sano, en efecto,
exigirle la mayor rigurosidad al único de nosotros en cuya palabra está el
poder que todo el resto decidimos todos los días no utilizar: el poder de ejercer
violencia sobre el otro. Así sea ultima ratio, en la voz del juez (y aquí por
supuesto estoy hablando sobre todo del juez penal) está la posibilidad de que
la espada del Leviatán caiga sobre cualquiera de nosotros.
Ahora bien, esta comparación entre un juez penal y un historiador, pensaría
yo que cabría también para un fiscal, y un sociólogo y en cierta medida para
cualquier otra ciencia social.
Claro, no todo es tan simple. Carlo Ginzburg decía que los procedimientos
por medio de los cuales historiadores y jueces construyen pruebas, son muy
similares. También en otro sentido y en algunos sistemas judiciales como el
norteamericano, de un modo más claro que en el resto, la historia y el quehacer
del historiador juegan un papel determinante en la toma de decisiones
judiciales. Lo que se ha llamado la “fuerza del precedente” en efecto puede
entenderse escuetamente como la inclusión de criterios “históricos” en la
decisión judicial. Por otra parte, no son pocos los que dicen que la historia
debe hacer justicia al pasado. En tal sentido decía Schiller que “la historia
del mundo es el tribunal del mundo”. Y aún, finalmente, nadie desconoce los
vasos comunicantes entre historia y justicia. Buena parte de la historia que se
ha escrito contemporáneamente sería imposible sin el recurso a los archivos
judiciales y en buena medida el creciente protagonismo de los aparatos
judiciales en cuanto órganos de soberanía, para bien o para mal, descansa en
la adopción creciente de criterios históricos en la decisión judicial (enfoques
“historicistas” dicen los teóricos). En cualquier caso, y en situaciones
normales, la distancia que separa a jueces de historiadores es más o menos
clara. Aunque unos y otros se pronuncian sobre cosas que ocurrieron en un
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 275

pasado remoto o reciente, los jueces se atienen a lo procesalmente necesario


con miras a una decisión de carácter vinculante mientras los historiadores se
explayan hasta los límites de lo cognoscible acerca del pasado con miras a una
explicación razonable y entendible.
Hoy estamos aquí sentados dos personas que en estos momentos nos
encontramos haciendo, de una manera u otra, historia del presente con fines
muy particulares. En un caso está Andrés Suárez, quien desde el Centro de
Memoria Histórica, hace lo que llamábamos cuando empezó el grupo allá
por el 2007, memoria e historia crítica. Todo esto para dar cumplimiento a
un mandato legal que en el marco del proceso de justicia y paz ordenaba a un
grupo de investigadores empezar a dar cuenta de nuestro pasado y presente
violentos como punto de partida para una eventual comisión de la verdad. Yo,
por otro lado, desde la jurisdicción ordinaria, soy fiscal y coordinadora de un
grupo de científicos sociales, que desde hace más o menos un año venimos
acompañando la investigación criminal de graves violaciones de derechos
humanos en el marco de una Unidad Nacional de Fiscalías que, aunque parte
de la jurisdicción ordinaria, parece que fue inspirada en los límites que justicia
y paz ayudó a hacer más evidentes para la justicia colombiana: que la verdad
judicial, a la que se llega en muy pocos casos (sabemos todos los altos índices
de impunidad del país) se aleja mucho de la vedad histórica de cómo funciona
la criminalidad en Colombia. A través de la construcción de contextos, en la
Unidad Nacional de Análisis y Contextos - UNAC, un grupo de antropólogos,
sociólogos, historiadores, geógrafos, sicólogos y economistas acompañan a
fiscales y a investigadores miembros de policía judicial en la investigación
criminal.
El problema central de la comunicación, que cada día parecería que invita
a que se acerquen más y más la investigación social y la criminal, argumentaré
en esta ponencia, tiene que ver con las distinciones que se puede hacer entre
lo individual y lo colectivo como objetos de la justicia penal y de las ciencias
sociales, y en particular, lo argumentaré para mi otra especialidad, la de la
historia.

Punto de partida I: La investigación de lo colectivo en la justicia penal


Como es sabido, y en esto voy rápido, la justicia penal necesita individualizar
culpas y daños para establecer castigos y reparaciones. El individuo es, pues,
nuclear en el funcionamiento de las categorías jurídico-penales. El poder de
dichas categorías para representar adecuadamente culpas colectivas y daños
276 XII Coloquio Colombiano de Sociología

colectivos es muy restringido. No obstante, algunos teóricos del análisis


criminal han llegado a afirmar que el 80% de los hechos delictivos no son
aislados, y que otro tanto han sido cometidos por individuos que hacen parte
de organizaciones, alianzas o redes criminales. No es solo que haya habido
millones de individuos afectados y miles de individuos culpables, sino que
puede razonablemente hablarse de sujetos colectivos afectados y aunque esto
es mucho más dudoso y problemático, muchos individuos culpables.
En un conjunto de esfuerzos internacionales en materia de lucha contra
la impunidad y de precisión de los alcances del derecho de las víctimas a
ser reparadas por graves violaciones a los derechos humanos y al derecho
internacional humanitario, ha aparecido un conjunto de herramientas jurídicas
que pretenden superar las limitaciones de la justicia ordinaria cuando se
enfrenta a este tipo de situaciones. En términos generales, podrían agruparse
esas herramientas jurídicas en dos grandes paquetes. Por un lado, nuevos tipos
penales y modelos de imputación de responsabilidad penal que pretenden
dar cuenta adecuadamente del hecho de que las violaciones más graves
y sistemáticas suelen ser cometidas por personas en contextos sociales y
organizacionales muy complejos (nunca es un individuo aislado el que desata
una barbarie de tales proporciones), y por el otro, precisiones sobre los alcances
de los derechos a la verdad y a la reparación de las víctimas de dichos crímenes.
Dentro de estos esfuerzos internacionales podemos agrupar, pues, el
surgimiento y la consolidación progresiva del campo del derecho penal
internacional desde el trabajo del Tribunal Militar de Nuremberg, pasando
por los tribunales ad hoc para Ruanda y la ex Yugoslavia, las cortes especiales
de orden nacional creadas para lidiar con un pasado de vejámenes (como la
sierraleonesa, por ejemplo) y la jurisprudencia de las instancias decisorias
de los sistemas regionales de derechos humanos. Además de nuevos tipos
penales (como el de “crimen de lesa humanidad”, que apareció en Nuremberg,
o mucho más recientemente, el de “desaparición forzada” que en Colombia
tiene poco más de una década), se han diseñado nuevos modelos (tales como
la “ participación en una empresa criminal conjunta”, la “responsabilidad
del superior” o la “autoría mediata a través de aparatos organizados de
poder”) o resignificado viejos modelos de imputación (como la coautoría)
de modo que permitan representaciones complejas de los contextos
sociales y organizacionales en que ocurrieron las violaciones más graves y,
consecuentemente, permitan imputaciones adecuadas de responsabilidad
penal en este tipo de situaciones.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 277

Con estas propuestas ha resultado entonces que, reconstruir la forma


de funcionamiento de estructuras criminales complejas y su relación con
políticas y fines más o menos determinados precisa de un diálogo mucho más
cercano con la investigación social producida en escenarios extrajudiciales.
Esto debido a que solo en un nivel de mayor abstracción y generalidad como
el que provee la mirada del investigador social se pueden distinguir planes y
patrones constitutivos de estas formas de criminalidad.

Punto de partida II: La investigación de lo individual en las ciencias so-


ciales
Del otro lado, los científicos sociales, enfocados en la explicación de
fenómenos de violencia se acercan a la justicia penal pensando más en
las implicaciones de los hechos sobre estructuras colectivas, restándole
protagonismo a las acciones y afectaciones individuales. Así, cuando los
científicos sociales usamos fuentes jurídicas, por lo general, extraemos de
ellas su contenido para dar cuenta de realidades sociales particulares y extraer
conclusiones sobre cómo estas realidades fueron o son vividas por grupos de
personas. Como en el caso de la justicia penal, cuando la investigación social
se ha usado en el marco de procesos extraordinarios de justicia transicional,
el objetivo de brindar explicaciones sobre el significado de acontecimientos
en términos de afectaciones y acciones colectivas, se ha encontrado con
otras necesidades que, en últimas, han cuestionado las mismas metodologías
utilizadas. Hablo de la necesidad de asignar responsabilidades colectivas y de
inclusive incluir referencias a individuos específicos. Al respecto, el Grupo de
Memoria Histórica en la reconstrucción de casos emblemáticos de masacres
tuvo que desarrollar unos lineamientos metodológicos que permitieran a sus
investigadores dar cuenta de responsabilidades colectivas sobre la violencia,
cuando se tocaba a sectores políticos y económicos, y además estableció
parámetros en los casos en los cuales se mencionaran responsabilidades de
algunos individuos dentro de estos sectores.
Los lineamientos metodológicos construidos por el Grupo de Memoria
Histórica se refirieron sobre todo al uso de fuentes en los casos en que se tenía
que asignar responsabilidades colectivas e individuales, sin embargo parecería
que en los momentos en los cuales la investigación social tiene la necesidad
de referirse a las responsabilidades de individuos específicos se le exige a los
investigadores comprender mejor el derecho: sus categorías y procedimientos.
Cuando los investigadores sociales acudimos a fuentes jurídicas no debemos
278 XII Coloquio Colombiano de Sociología

subutilizarlas por miedo a las especificidades y tecnicidades del lenguaje de


los abogados. El contenido de las expedientes judiciales no sólo es útil porque
nos brinda elementos sobre la realidad social de una determinada época, sino
además porque en la misma comprensión del uso (su selección y apropiación)
de determinadas categorías jurídicas y de la lógica del razonamiento en el
derecho podemos iluminar elementos sobre la relación agente – estructura
y además podemos comprender particularidades del proceso hegemónico
tanto de la construcción de relaciones de dominación como de estrategias de
resistencia.

Relaciones entre la investigación criminal y la investigación social


Este problema central alrededor de lo individual y lo colectivo para entender
la comunicación entre la investigación penal y la investigación social quisiera
analizarlo a partir de tres operaciones que deben hacer tanto funcionarios
judiciales como investigadores sociales para llevar a cabo su oficio: (1) uso
de las fuentes, (2) asignación de responsabilidades y los conceptos de autoría
y participación, y (3) proceso argumentativo mediante el cual se llega a
conclusiones.
Para el ámbito del derecho penal, difícilmente se puede sobreestimar la
profundidad de las transformaciones antes aludidas tanto en la calificación
de los hechos, como en la construcción de las pruebas y en la imputación de
responsabilidades de tipo penal. En tal sentido, por ejemplo, el carácter de
la prueba está siendo objeto de importantes modificaciones. Los estándares
probatorios de estos nuevos tipos penales que mencionaba en el punto de
partida No. 1 son, en efecto, mucho más flexibles en comparación con los
que venía usando la jurisdicción penal ordinaria. En algunos casos, incluso,
estándares probatorios de la jurisdicción civil o disciplinaria, como el de
“prueba preponderante” o “prueba clara y convincente”, han sido trasladados
a la jurisdicción penal, en la que se supone que toda prueba debe estar “más
allá de toda duda razonable”.
En tal sentido, la idea de una “prueba suficiente” para estos casos (ese es
el lenguaje de la Comisión de la Verdad de El Salvador) parece, como en los
ejercicios lógicos de la escolástica tardía, no consistir tanto en demostrar la
verdad de lo que se dice como en hacer improbable su negación (ejercicio
del que ya los escolásticos desconfiaban, pues la negación de la negación no
necesariamente prueba la verdad o la exactitud de la afirmación).
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 279

Si, según Ginzburg, un aire de familia emparentaba a jueces e historiadores


en los procedimientos de construcción de la prueba, la introducción del
análisis de contexto en la investigación criminal, parece imponer entre ellos la
más estrecha hermandad. De ahí, por ejemplo, la frecuencia cada vez mayor
con que informes o resultados de investigaciones adelantadas por fuera de
los espacios judiciales se allegan como pruebas en procesos judiciales, y de
ahí también la progresiva inclusión del lenguaje más o menos jurídico de los
derechos humanos en la escritura de la historia sobre la violencia asociada
al conflicto armado. La historia, pues, cada vez más, en estos casos, tiende
a cargarse con funciones judiciales y, recíprocamente, la justicia tiene la
exigencia de decidir en relación con fenómenos más holísticos adecuadamente
representados (tiene, pues, la obligación de contar bien la historia).
Si, como dijimos antes, los procedimientos de la justicia penal con la
introducción del análisis en contexto promueven la hermandad de jueces e
historiadores en la forma como se adelantan las investigaciones, se califican
los hechos y se construyen las pruebas, la ampliación progresiva del alcance
de los derechos a la verdad y a la reparación parecen sugerir también que la
palabra del juez hace más que decidir litigios estrictamente penales, que su
verdad trasciende lo procesalmente necesario y se pronuncia, al final, sobre
lo histórico. Parece, pues, que la verdad judicial debe ser al mismo tiempo
verdad histórica.
Estrictamente hablando, las conclusiones del párrafo anterior no son ciertas
sin restricción. La ampliación progresiva de los derechos a la verdad y a la
reparación no necesariamente sobrecarga la escena judicial con la exigencia
de construir verdad histórica. La idea más bien es la de la complementariedad
entre, por un lado, los mecanismos de lucha contra la impunidad nucleados
en torno a una escena judicial capaz de hacer frente a las particularidades
de las situaciones de transición, y por el otro, los espacios y mecanismos
extrajudiciales (como los agrupados en el Centro de Memoria Histórica,
por ejemplo) de construcción de verdad en perspectiva de reparación y no
repetición.
En un informe del 2012 titulado Justicia y Paz: ¿verdad judicial o verdad
histórica?, el Centro de Memoria Histórica analizó el funcionamiento de Justicia
y Paz a la luz de la tensión entre lo judicial y lo histórico. A juicio del Centro,
debido en buena medida a la centralidad de la escena judicial en el diseño y el
debate congresional y jurídico de la Ley y a los autos de la Sala de Casación
Penal de la Corte Suprema de Justicia, Justicia y Paz estaba entrampada en la
280 XII Coloquio Colombiano de Sociología

confusión de lo judicial y lo histórico. La “complementariedad”, en efecto,


no es fácil ni automática y los peligros de la confusión están en el centro de
Justicia y Paz. Enfrentada a hacer historia cada vez que decide, la justicia es
desbordada; y, a su vez, convertida en sierva de la investigación criminal, la
historia es simplificada. El desbordamiento de la justicia es evidente. Una
justicia obligada a ocuparse sistemáticamente de la historia no tiene cómo
justificar selecciones ante un panorama de miles de victimarios, decenas de
miles de crímenes y millones de víctimas. Seleccionar implica simplificar,
y Justicia y Paz, en ausencia de criterios que simplifiquen su trabajo, parece
avocada a la tarea imposible de hacer coincidir término a término la verdad
procesal con la verdad histórica. La inflación semántica de la categoría de
“crimen de lesa humanidad”, que vuelve imprescriptible todo lo que toca, es
un signo de la confusión progresiva de lo histórico y lo jurídico en nuestra
justicia transicional. Recordarán ustedes el histórico fallo de casación de la
Corte Suprema de Justicia que tumbó la primera sentencia de Justicia y Paz.
En ella, a juicio de los magistrados, la mera pertenencia a grupos armados
(el mero “concierto para delinquir agravado con fines de paramilitarismo”)
constituye ya un crimen de lesa humanidad. Se cae la sentencia, se socaban de
paso los fundamentos en que descansaba la posibilidad de aplicar el “principio
de oportunidad” para los que, siendo parte del grupo armado, no hubieren
participado en la comisión de crímenes de lesa humanidad, razón por la cual
el Estado se vio en la obligación de diseñar un nuevo mecanismo para dar
solución jurídica a 19.000 desmovilizados que quedaban entonces en el limbo
(no, no en el limbo: 19.000 desmovilizados contra los que la Fiscalía debía
abrir inmediatamente investigación). La inflación semántica de la categoría de
“crimen de lesa humanidad” lanza a la justicia a intentar recubrir por entero el
dominio histórico de la violencia.
El profundo cambio que tal vez haya pasado más desapercibido, tal vez
porque en cierto modo excede lo que sucede en la escena judicial y al sernos
más familiar resulta menos visible, es el que atañe a la extensión de categorías
jurídico-penales a la representación histórica del conflicto. Hoy es más o
menos común la idea de que, por ejemplo, la historia del conflicto armado debe
contarse desde el punto de vista de las víctimas o incluso que son las víctimas las
que deben contar la historia porque son ellas las que saben qué fue lo que pasó.
No sobra recordar, como lo hace Iván Orozco, que “víctima” es una categoría
traída de un dominio religioso, primero, y jurídico, después, aunque haya
sido objeto de múltiples resignificaciones en el proceso de su politización. La
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 281

centralidad de la víctima en la historia de los excesos no es un fenómeno nuevo


pero sí emparentado con la historia reciente de la justicia transicional. Contra
una tendencia a prestar atención exclusivamente a la voz de los vencedores,
la historiografía ha intentado sellar un pacto con los vencidos, con los sin
voz, con los olvidados tradicionalmente por la historia. Se trata, pues, de una
sensibilidad particular de nuestro tiempo que, aunque pueda tener elementos
tremendamente liberadores, también contiene peligros insoslayables. Por un
lado, y en sus peores versiones, la centralidad de la víctima ha inducido a
pensar que ante el sufrimiento sólo tenemos la posibilidad de comportarnos
de un modo eminentemente empático y sentimentalista. Anclados en una idea
extraña de lo inenarrable, de lo incomprensible e inexpresable del sufrimiento,
hay quienes renuncian a pensar y se entregan a un sentimentalismo más o
menos vago y, lo que es peor, despolitizador. La necesidad de la comprensión
del sufrimiento se troca a veces en un imperativo de sentimentalismo fácil y
exacerbado. Por otro lado, la centralidad de la víctima a veces induce a pensar
que nuestro conflicto opone por un lado a victimarios que encarnan el mal y la
culpa y por el otro a víctimas que encarnan el bien y la inocencia. El necesario
establecimiento de responsabilidades de tipo penal se convierte, pues, en
una distinción moral infranqueable que no permite ver el rostro humano del
victimario ni la agencia política de la víctima sin moralismos. En resumen:
el lenguaje de víctimas y victimarios no es neutral. Introduce equívocos pero
también hace posibles estrategias políticas que aquí solo hemos esbozado.
Pero quizás es al nivel de los efectos representacionales donde la extensión
de lo jurídico-penal al dominio de la historia del conflicto muestra de manera
más enfática sus limitaciones.
La naturaleza de las categorías jurídico-penales, y más aún las nuestras que
están al servicio de una opción decidida por los derechos humanos y no tanto
por el derecho internacional humanitario, es marcadamente criminalizante
y, en esa misma medida, invisibilizadora de lo político. Y está bien que eso
sea así: de la justicia penal se espera que diga claramente quiénes son los
criminales, quiénes son los inocentes y quiénes son las víctimas, no que se
convierta en un escenario de confrontación de ideologías políticas. Pero hacer
historia con categorías penales suele implicar reducir la historia misma al
juego de distinción jurídica y moral entre víctimas y victimarios, cerrar los
lugares en que las “zonas grises” pueden hallar su expresión e invisibilizar
los elementos propiamente políticos de la confrontación. La extensión de lo
jurídico-penal a la historia puede, en ese sentido, dar lugar a puntos ciegos de
282 XII Coloquio Colombiano de Sociología

cuyo tratamiento depende en buena medida la posibilidad de que una sociedad


se reconcilie con ella misma después de ocurridos fenómenos de esta índole.
Pero quisiera pensar que estas limitaciones de la asignación de
responsabilidades individuales en materia penal no son determinantes para
cerrar los vasos comunicantes entre la investigación social y la criminal. La
posibilidad de entender la posible autoría de los financiadores y auspiciadores
de los paramilitares en homicidios y desplazamientos sólo se entiende y se
prueba si los abogados tomamos los aportes de la investigación social sobre
cómo funcionó el fenómeno del paramilitarismo en el país. Sólo esto nos
permite guiar la labor de consecución de pruebas hacia la demostración de
las relaciones entre las estructuras militares de grupos armados y políticos y
empresarios en las regiones.
Ya hemos llamado la atención sobre los usos de las fuentes, y la comprensión
sobre las responsabilidades individuales y colectivas en las implicaciones
representacionales de la investigación social y la criminal, pasemos ahora a la
determinación de los hechos. Aquí habría que mencionar el uso del concepto de
sistematicidad para abordar el accionar delictivo de organizaciones criminales
que cada vez más es el argumento central de los fiscales en particular de los
que se encargan de dar cuenta de las violaciones a los derechos humanos. Sin
embargo vemos como detrás de los llamados patrones de macrocriminalidad
lo que se argumenta es uno a uno la prueba de hechos puntuales. Sólo para
pensar en un ejemplo, recordemos las audiencias de imputación de justicia y
paz en donde los fiscales empiezan prometiendo la demostración de patrones
y terminan puntualizando uno a uno los más de tres mil delitos que se le han
probado a un determinado postulado exparamilitar. Con esto lo que quisiera
empezar a mostrar es cómo, aunque la construcción de los contextos de la
violencia parecería poner a la investigación criminal ante la prueba de la
sistematicidad, en la construcción de las imputaciones, la lógica del derecho:
de la prueba caso a caso y la exigencia de dar cuenta de cada uno de los hechos
sufridos por víctimas individuales para poder satisfacer su derecho a la justicia
sigue imperando.
Pensaría que una real comprensión de lo que ofrece la investigación social a
la investigación criminal permitiría encontrar nuevas fuentes de prueba (como
discursos políticos) y reinterpretar fuentes ya utilizadas en procesos judiciales
(como documentos y testimonios) de manera tal que pueda determinarse a partir
de indicios la existencia de políticas sistemáticas y no sólo de multiplicidad de
hechos puntuales que en las imputaciones parecerían no cumplir un propósito
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 283

común. Estas políticas sistemáticas a las que me refiero no necesariamente


corresponden con lo que la literatura sobre la violencia suele llamar las causas
estructurales del conflicto armado. Por el contrario, estas políticas sistemáticas
que podría ayudar a develar la investigación social al servicio de la criminal
comprendería acciones intencionales que iluminarían de una mejor manera el
vínculo entre agencia individual y estructura en la comprensión de la realidad
social.
En términos generales, después de este recorrido por las oportunidades y
los riesgos que implica acercar la investigación criminal y la investigación
social, me gustaría terminar con una reflexión más abstracta, si se quiere,
sobre el papel del derecho en la realidad colombiana que invite, espero, a
perderle el miedo al lenguaje jurídico con el objetivo de que las ciencias
sociales interpelen de una manera más contundente el discurso jurídico.
Nos sugieren algunos sociólogos del Derecho cómo sólo una extraordinaria
fortaleza simbólica del discurso jurídico en Colombia puede explicar el
hecho de que el híbrido institucional entre democracia y autoritarismo haya
podido mantenerse por tanto tiempo sin que ello hubiese causado mayor
escándalo. Esta centralidad política del derecho hace que el debate político en
Colombia siempre esté sobrecargado con una lógica juridicista; los problemas
y conflictos sociales, en la mayoría de casos, no adquieren presencia en la
arena política, a no ser que se planteen en términos legales. Por eso la reforma
legal parece muchas veces el resultado por excelencia del debate político en
Colombia. Piénsese, por ejemplo, en cómo el proceso de desmovilización
de los paramilitares y ahora el marco jurídico para la paz en el contexto de
los diálogos en La Habana han estado permeados por discusiones legalistas
que en ocasiones detrás de un exceso de tecnicismo esconden las reflexiones
políticas más profundas que podríamos estar haciendo los colombianos sobre
una posible transición a la paz.
Creería en este sentido que aunque es probable que después de estas
reflexiones sobre las posibles relaciones entre la investigación social y la
criminal sólo empecé a mostrar maneras en las que el derecho: su lógica,
categorías y procedimientos puede ser pensado e interpelado por las ciencias
sociales, sea así la única manera de acercar el discurso jurídico a la realidad
social y por esta vía enriquecer el análisis de las ciencias sociales sobre el
proceso hegemónico y sus transformaciones en Colombia.
LAS MEMORIAS DE LAS VÍCTIMAS:
ENTRE EL DOLOR Y LA DIGNIDAD

Andrés Fernando Suárez1

Esta es una presentación atípica del informe ¡Basta ya! en comparación


con las labores de difusión que hemos hecho en otros lugares del país, porque
creo que la magnitud del documento, que tiene más de 400 páginas, los temas
de debate y de crítica, probablemente nos exijan otro espacio. Me voy a limitar
a un recorrido muy somero por los contenidos del Informe y me voy a centrar
en uno de sus capítulos dedicado a la memoria de las víctimas, a las voces de
los sobrevivientes.
En primer lugar, debo reiterar que este informe general es el cumplimiento
de un mandato legal, el Artículo 51 de la Ley 975 de 2005, conocida como
Ley de justicia y paz, que ordenaba a la Comisión Nacional de Reparación
y Reconciliación (CNRR) la tarea de elaborar un informe público sobre las
razones del origen y evolución de los grupos armados ilegales, el cual se
prorrogó luego con la Ley 1448 de 2011, conocida como la Ley de Víctimas.
Para desarrollar este mandato, el presidente de la CNRR, Eduardo Pizarro,
designó a Gonzalo Sánchez, quien aceptó la tarea con la condición de gozar
de autonomía académica y administrativa para el desarrollo del trabajo,
consciente de los problemas de legitimidad que tenía la ley que servía de
marco jurídico para la desmovilización de los grupos paramilitares.
Esta autonomía se traducía en la posibilidad de conformar un equipo de
investigadores y de llegar, incluso, con una imagen distinta a las comunidades
o a las víctimas. Implicaba igualmente que toda nuestra producción como
Grupo de Memoria Histórica no iba a pasar por ningún filtro en la plenaria de
la CNRR, ni iba a estar sujeta a ningún tipo de veto. Por consiguiente todo lo
que escribimos fue bajo la responsabilidad del Grupo de Memoria Histórica y
con plena autonomía. Si bien tuvimos financiación pública durante gran parte
de la investigación, hay que decir que en ningún momento recibimos ningún
tipo de presión o de interferencia en relación con los contenidos de nuestro
trabajo.
Esta tarea se inicia en el año 2007. El informe que ustedes conocen es el
resultado de seis años de trabajo. La ley daba un margen para la presentación
1 Sociólogo de la Universidad Nacional, Asesor de la Dirección General del Centro de Memoria His-
tórica.
286 XII Coloquio Colombiano de Sociología

de este informe hasta julio de 2013 y Gonzalo Sánchez tomó la decisión de


hacerlo con todo el acumulado de la investigación que teníamos, con plena
conciencia de que no era sólo un mandato investigativo sino un mandato ético
y un mandato político, que partía de una opción preferencial por las víctimas.
No se trataba simplemente de concebir a los actores armados como productos
sociales e históricos de la realidad colombiana, sino de describir qué hicieron,
a quienes se lo hicieron y qué consecuencias tuvo lo que hicieron. Y al hacer
esto nos distanciamos un poco de la lógica de construir un discurso que de
alguna manera pudiera legitimar la presencia de actores armados, con la idea
de que pertenecían a la realidad histórica nacional. Estos actores dejaron una
secuela de destrucción, de daños, de devastación y teníamos que construir
una opción que hiciera contrapeso al exceso de visibilidad pública que había
tenido el victimario.
Cuando iniciamos nuestra labor nos dimos cuenta de que en Colombia
existía un exceso de memoria sobre los actores armados, gracias a los
espacios que ellos habían construido para legitimarse y para hacerse visibles.
Los victimarios han tenido prioridad en los medios de comunicación o en
muchos espacios de expresión para darse a conocer. Pero la memoria que ha
estado silenciada es la de las víctimas, la del que se encontraba en estado de
indefensión. De allí la dimensión ética de nuestro mandato. Entonces, en lugar
de apoyarnos únicamente en el trabajo investigativo previamente existente,
decidimos ir a los territorios y a las regiones para escuchar a las víctimas, para
darle un anclaje territorial al Informe en las realidades y en las voces de las
víctimas.
Gonzalo Sánchez insistía en la idea de que debíamos hacer un proceso
participativo con las víctimas y con las comunidades, de tal manera que el
producto final al que llegáramos tuviera una lógica construida de abajo hacia
arriba, de las víctimas a los victimarios. Tan importante como el producto
era el proceso social. Durante seis años elaboramos 24 informes previos al
informe final, como resultado de un recorrido por el país y de una observación
de los diferentes momentos del conflicto armado en las diversas regiones. Allí
encontramos varias de las claves explicativas o interpretativas que podíamos
usar para la construcción del documento final, y para hacer contraste con la
vasta producción bibliográfica existente sobre el caso colombiano.
Nuestro primer caso emblemático fue la masacre de Trujillo y el primer
relator fue el profesor Álvaro Camacho, quién desafortunadamente partió
antes de ver terminado el trabajo. El primer informe sobre Trujillo nos enseñó
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 287

muchas cosas que después quedaron reflejadas en el informe final y nos


permitió construir una hipótesis, que consistía en afirmar que lo que sucedía
en Trujillo era el reflejo de la guerra en Colombia, pero en pequeña escala. Si
leen el conjunto del Informe a la par con el informe de Trujillo pueden constatar
esta idea, que fue una apuesta inicial del grupo. Esa hipótesis consistía en que
la nueva ha sido una violencia de alta frecuencia y bajo impacto, en la que los
mecanismos han opacado las dimensiones.
El informe tiene cinco capítulos y unas recomendaciones. El capítulo 1
intenta esclarecer las dimensiones y las características de la violencia del
conflicto armado, aproximarse a una distribución de responsabilidades,
caracterizar la violencia y el perfil de las víctimas. Todo ello era parte de
nuestro mandato ético. El segundo y el tercer capítulo están centrados en la
trayectoria histórica del conflicto armado, para responder al mandato que nos
dieron de indagar por las razones del origen y la evolución de los actores
armados ilegales.
Un cuarto capítulo hace referencia a los daños, las consecuencias y los
impactos que tuvo todo este proceso. Un quinto capítulo, que es el que les
voy a presentar brevemente, está centrado en la memoria de las víctimas, en
la manera como recuerdan, en los énfasis que ponen y en los reclamos que
hacen. Y el último capítulo son las recomendaciones, que provienen en gran
medida del pedido expreso de las víctimas, que nos preguntaban por la suerte
que iba a tener su testimonio. La expectativa de esas víctimas era que su relato
contribuyera a elaborar un conjunto de recomendaciones que permitieran
parar la tragedia, es decir, que apuntaran a la no repetición. Basta ya, el título
del Informe, es en realidad la voz de las víctimas y no propiamente la nuestra
como académicos o como miembros del Grupo de Memoria Histórica.
El quinto capítulo parte de la idea de que no solamente debemos
trabajar el testimonio como una fuente de información. El testimonio de
la víctima atraviesa todo el relato como la fuente que nos permite ilustrar
un planteamiento, como la fuente que hay que contrastar con otras para
corroborar o no una tesis. Sin embargo, manejar el testimonio de esta manera
era de alguna manera silenciar a las víctimas, era introducirlas un poco en el
formato de los académicos. Al hacerlo así no nos estábamos dando cuenta qué
era lo que la víctima reclamaba, qué era lo que pedía, qué era lo que quería
visibilizar a través de su testimonio. Había que explorar otra dimensión; no
se trataba de establecer lo verdadero o lo falso, sino de encontrar sentidos,
tomando el testimonio como un relato. ¿Qué nos están diciendo las víctimas
288 XII Coloquio Colombiano de Sociología

a través del relato? ¿Cuáles son los énfasis que ponen en él, que es lo que
consideran importante recordar? Y a partir de allí entonces entender qué es
lo que nos están reclamando y que esperan de nosotros como ciudadanos. No
hacer este ejercicio nos parecía que era ir en contra de nuestra apuesta ética.
La voz de las víctimas no la podíamos reducir a la lógica de lo verdadero o de
lo falso o a la contrastación de una tesis.
Y en este orden de ideas, obviamente, había que tener en cuenta que el
relato o el testimonio no surgen solos sino que necesitan de unas preguntas
detonantes para que se pueda producir. Esto en términos metodológicos nos
producía muchas angustias sobre la manera de hacer unas preguntas que
interfirieran o condicionaran lo menos posible el relato que se iba a construir.
Decidimos entonces elegir cuatro o cinco preguntas para guiar el proceso
de acopio de los testimonios, que consistían en pedir a las víctimas que nos
contaran lo que pasó, por qué pasó, como lo afrontaron, qué consecuencias
tuvo lo sucedido y que recomendaciones podían hacer para que no se
repitieran los acontecimientos. Este paquete básico de preguntas lo tomamos
de otras experiencias de comisiones de la verdad, que habían hecho trabajos
similares, sabiendo que podían incluso condicionar el relato; pero también
éramos conscientes de que el relato requería de un detonante y necesitábamos
combinar el testimonio, como relato y como fuente, para que nos proporcionara
una información para la construcción de los otros capítulos y el desarrollo de
los temas que deseábamos explorar.
Reconociendo la particularidad de que usábamos esas preguntas como
detonantes, lo que hicimos, entonces, para poder llegar a este capítulo, fue
hacer un gran análisis de todos los testimonios que recogimos y tratar de
buscar cuáles eran los énfasis que las víctimas ponían para tratar de identificar
sus reclamos o lo que ellos consideraban importante. Así logramos organizar
el trabajo a partir de tres ejes: el primero, al que llamábamos eje narrativo,
se estructura a partir de la pregunta de qué fue lo que pasó. El segundo, al
que llamábamos eje interpretativo, nos habla de la explicación que dan las
víctimas a lo que les ocurrió, y se estructura alrededor de la respuesta a la
pregunta de por qué pasó lo que pasó. El tercer eje, al que llamábamos el
eje del sentido, responde a la pregunta de cómo afrontaron la situación y
recoge los recursos que usó la víctima para sobrevivir, para resistir y para
reconstruir. Hay que decir que este último es un reclamo permanente de las
víctimas cuando hacíamos este trabajo: “no nos coloquen únicamente en el
plano de la vulnerabilidad o del sujeto indefenso o inactivo; nosotros a pesar
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 289

de la adversidad, y eso nos hace dignos, hemos sobrevivido, que no es poco,


hemos resistido y hemos reconstruido. Y con esto no le estamos diciendo a la
sociedad que no la necesitamos, sino que, a pesar de la adversidad, hicimos
nuestra parte y ahora les toca a ustedes”. Aquí se encuentra el principio de
solidaridad del Estado y de la sociedad.
A partir de estos ejes interpretativos, ¿qué fuimos encontrando?, ¿qué
énfasis encontramos? En el primero, en el eje narrativo, en los relatos sobre
lo que pasó, nos encontramos con dos énfasis muy particulares: el primero,
la memoria del sufrimiento, el reclamo permanente de la víctima acerca de la
visibilización del dolor que le han causado las pérdidas humanas, sobre todo,
pero también las pérdidas materiales, con todo el trasfondo simbólico que
esto significa. En el sufrimiento, la gente no sólo dice que su dolor proviene
de los que perdió sino del mundo que se destruyó. Este dolor por el espacio
perdido quedó marcado por un terror en el espacio público que acabó por
desnaturalizarlo, por la pérdida del lugar en el mundo que se ocupaba, y el
universo de significados de que se disponía para moverse en el mundo. Esta es
la memoria del desplazado o la evocación del que se queda en el lugar, pero sin
redes sociales. Y detrás del sufrimiento hay un reclamo de fondo que hace el
sobreviviente, que siente que es una víctima devaluada en el sentido de que a él
no lo mataron, no lo desaparecieron, y por este motivo la sociedad lo devalúa
y considera que debe dar gracias por haber sobrevivido. El sobreviviente lo
que nos dice es que él es el que padece ese el daño al sobrevivir, el que carga
con el terror a donde quiera que vaya como consecuencia de la violencia que
ha padecido.
Hay un énfasis muy fuerte en el sufrimiento por la pérdida humana, por la
pérdida material, por el mundo y todo lo que lo conformaba. Pero también hay
un énfasis muy fuerte sobre el perpetrador de esa violencia. Las víctimas no
ven la violencia como una fuerza externa que vino, les arrasó la vida y se fue,
como la Violencia, con mayúscula, como llamamos a la violencia bipartidista
sin agencia. Por el contrario, la gente reconoce la agencia de una manera
muy compleja que voy a tratar de explicar. La víctima pone un énfasis muy
importante en lo que llamamos la memoria de la crueldad, pero considerándola
como una crueldad humana, ya que no despoja de su carácter humano a su
perpetrador. La víctima recuerda rasgos físicos, voces, expresiones, incluso
emociones de sus victimarios.
La víctima en su relato no transforma a los perpetradores de la violencia
en seres anónimos, ni en seres estereotipados. Las víctimas hacen matices,
290 XII Coloquio Colombiano de Sociología

marcan diferencias y recuerdan a hombres concretos (la mayoría de los


perpetradores eran hombres) puestos en situaciones límites, con todo lo que
esto implica en términos de sus debilidades y de sus capacidades para hacer el
mal. La gente recuerda incluso gestos de desconcierto, de tristeza y hasta de
culpa por parte de los perpetradores que han causado el mal. Reconocen en los
victimarios un elemento de humanidad que es muy importante. Y al hacerlo
reconocen la debilidad del ser humano, lo próximo que pueden ser a ellos los
victimarios, en su capacidad de hacer daño y en su crueldad.
Si deshumaniza a los victimarios, la víctima entiende que le quita la
dimensión ética a la violencia que ejercen. Los seres humanos aparecen
entonces con debilidades y capacidades, y obrando con ferocidad y brutalidad
de manera intencional. Pero son seres humanos fundamentalmente y es una
violencia que no viene de afuera; no es una violencia espectral, sino que es
causada por otro, que tiene que reconocerla y asumir su responsabilidad. Éstos
fueron los énfasis que encontramos en el eje narrativo.
En el eje interpretativo encontramos que las víctimas también tienen la
posibilidad de dar sentido a lo que les ocurrió. No son, como podríamos creer,
víctimas que aún están desconcertadas o avasalladas por el terror, que todavía
no pueden entender como les ocurrió eso. Por el contrario, son víctimas que
conocen el tema de la responsabilidad de lo ocurrido y hacen al menos tres
énfasis para interpretarlo: las complicidades (no se limitan a señalar quien
produjo la violencia directa sino que reconocen que el actor armado es mucho
más que un aparato militar, ya que conforman redes y alianzas con otros actores
que no son inmediatamente visibles); el abandono y la estigmatización. Voy a
explicar cada uno de estos aspectos.
En lo que tiene que ver con las complicidades hacen una gradación de
responsabilidades que van desde la participación directa, los apoyos indirectos,
los apoyos resultado de la coerción, el encubrimiento estratégico, los silencios
o, de alguna manera, la omisión. Esta última tiene una particularidad, ya que
se trata de silencios cómplices, de una pasividad cómplice. El espectro que
abren es muy amplio, pues incluye a los actores involucrados en los distintos
momentos. Hay un reclamo muy fuerte al Estado y a sus agentes por su
participación en los hechos, o por la omisión, que no es tanto una incapacidad,
sino una intencionalidad. Hay un reclamo muy fuerte igualmente con todo
lo que eso significa en términos de reparación. Es muy importante tener en
cuenta que al abordar el pasado, si queremos hacer reingeniería institucional
en esos lugares, no hay que partir de que nada ha pasado sino por el contrario
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 291

tener en cuenta que los acontecimientos están allí latentes todo el tiempo, hay
que afrontarlos y hay que reconocerlos, porque es un tema muy importante
para la gente.
Este tema de la complicidad del Estado nos pone de presente la importancia
de reafirmar una tesis de nuestro informe: la violencia no se explica por
ausencia del Estado, porque éste siempre ha estado allí, la gente lo reconoce
en sus referentes, identifica su posición y le exige. Un Estado ausente nos
llevaría a otro tipo de énfasis y en este caso la gente nos pone al Estado en
primer lugar y es consciente de que quien tiene que proteger es el Estado, ya
que ese es su mandato legal.
La gente reconoce en su entorno regional más próximo las responsabilidades
de los que fungen alrededor del actor armado (los políticos, los poderes locales
o empresariales), adquieren conciencia de que el actor armado no es sólo un
aparato armado, ya que no pueden pervivir y existir sin otros anclajes sociales
y políticos. Esta es una visión que va más allá del perpetrador, por ello, al
exigir justicia, las víctimas tratan de llegar a otros niveles de responsabilidad
que trascienden el nivel del victimario directo. En este tipo de énfasis hay
una búsqueda por parte de las víctimas de otros niveles de responsabilidad.
Además, las víctimas le agregan complejidad a las complicidades cuando
hacen referencia a que éstas también están presentes en la propia comunidad,
en la que hay colaboradores de los actores armados. En algunos casos,
para que el actor armado lleve a cabo su acto violento; en otros casos, para
exponerlos a esta violencia. La gente reconoce esto y le imprime matices. La
coacción y la colaboración de todas maneras tienen un límite muy poroso
entre la voluntariedad y el carácter coactivo de los actos.
El hecho de que exista una relación asimétrica entre alguien que tiene las
armas y otro que no las tiene, significa que hay un límite y la misma gente
trata de imponerse ese límite hasta el punto de no atreverse a juzgar de manera
tan contundente o asignar responsabilidades. La gente construye una especie
de tipificación de las poblaciones en su relación con el actor armado, en
particular, cuatro tipos de relaciones: la del complaciente, que está de acuerdo
completamente con el actor armado; la del condescendiente, que tiene una
actitud mucho más pragmática y si se quiere realista; la del vacilante, que
duda todo el tiempo, no quiere quedar marcado pero tampoco se atreve a
resistir; y la del reticente, que no quiere tener nada que ver con el actor armado
y cuestiona su presencia en una determinada comunidad.
292 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Y con respecto a estos cuatro grupos de población, la memoria tiene la


particularidad de expresar los conflictos que la guerra ha dejado instalados
en las comunidades. Los cuestionamientos internos soy muy fuertes en todos
estos tipos de actores que hacen parte de la comunidad, hasta el punto de que
hay una competencia muy fuerte entre las víctimas alrededor de la inocencia y
la culpabilidad. En las comunidades, las víctimas reconocen cuál es la víctima
inocente y cuál es la víctima culpable. Y a través de esta diferenciación definen
el tipo de procesos que se deben entablar. A este respecto se escuchan apuestas
o relatos en los que se dice que lo que más duele es que los que estaban
implicados no les pasó nada, pero los que no tenían nada que ver, fueron los
que pagaron. Este tipo de división queda instalada en la comunidad. Cuando
regresan los que tenían que ver y no les pasó nada, se quejan de que dan la
cara como si nada hubiera ocurrido. Todo esto distorsiona la vida comunitaria
y las relaciones sociales que se establecen. Mi vecino era mi amigo antes de
la guerra. Estamos hablando no sólo del que tiene que ver con el que perpetró
el hecho violento, sino con el que expuso a la población al hecho violento por
sus acciones.
Hay que tener en cuenta que se presentan muchas tensiones en las
comunidades ubicadas en sitios donde había mucha presencia guerrillera y
fueron objeto de masacres paramilitares. Algunos que tenían que ver, no les
pasó nada. La impugnación es total contra el que tenía que ver, pero no le
pasó nada. Se señala que quien tiene vínculos sabe a lo que se expone, pero
lo inadmisible es que por sus acciones maten a víctimas inocentes. De este
calibre son los procesos de desestructuración que se dan en las comunidades.
En El Salado sorprende muchísimo, al reconstruir el caso, un relato en clave
de memoria relacionado con un hecho brutal desde el punto de vista sexual
contra una mujer: en el relato se produce un cambio con respecto a lo que
ocurrió. Se cambia la identidad de la víctima que sufrió la agresión, con base
en un proceso memorístico de borrar, de olvidar a la víctima que padeció
directamente el ultraje y colocar la agresión en otra persona. ¿Qué diferencia
había entre las dos mujeres entre las cuales se hace traslapo de la memoria?
Una de las mujeres era acusada de ser madre de dos guerrilleros y la otra de
ser novia de un guerrillero. El énfasis de la memoria se puso en la madre en
lugar de la novia, porque aquélla no tiene culpa por tener un vínculo filial que
no se puede deshacer; la novia, por el contrario, si construyó deliberadamente
ese vínculo y había que borrarlo de la memoria. Después de escudriñar este
detalle en el recuerdo, logré esclarecer que lo que pasaba era que la víctima
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 293

real supuestamente no merecía nuestra consideración porque por culpa de ella


mataron a los inocentes en la masacre. Este es un ejemplo entre otros incluso
más complejos.
Otro ejemplo tiene que ver con el grado de sospecha en que se convierte
la discriminación de los actores armados cuando ejecutan la violencia. Los
paramilitares entran en una zona y matan 20 campesinos, pero si en ese
recorrido sobreviven uno o dos, queda instalada la sospecha en esa comunidad,
con base en la pregunta de por qué no les pasó nada. Algo tendrían que ver.
La arbitrariedad del actor armado que mata a 20 personas, aunque se hubiera
encontrado con 40, termina instaurada en la memoria de las víctimas como
una sospecha de que alguno de ellos colaboró. Estamos, pues, en un campo
minado que las propias víctimas reconocen y por este motivo rehacer esas
relaciones comunitarias afectadas es un trabajo muy complejo.
Otro énfasis muy fuerte que la gente plantea tiene que ver con el tema del
abandono. Si bien en el informe el abandono está muy centrado en el Estado,
se presenta como un reclamo de desprotección, de una brutal desprotección;
en las víctimas hay un reclamo permanente relacionado con la asimetría de
la situación violenta. Como en algún momento lo describió Gonzalo Sánchez
en el caso de la masacre de El Salado, se presenta una asimetría total entre
el poder absoluto del perpetrador y la impotencia total de la víctima. Hay
un asunto relacionado con la impotencia permanente. Detrás del reclamo
del abandono está la idea de que el Estado podía tener alianzas con actores
criminales para perpetrar el hecho; o que el Estado no cumplía simplemente
con su función de protección, que es una de sus obligaciones. Pero también
aparece el reclamo tácito a la sociedad del entorno regional. En el caso
que mencionamos, por ejemplo, la gente cuestiona mucho que cuando se
produce el desplazamiento y llegan a Carmen de Bolívar, el habitante de
esta población convierte su tragedia en una oportunidad para comprar a bajo
precio los animales y las cosas. Se trata de un reclamo frente a la ausencia
de solidaridad y la descomunal desprotección. También es un reclamo que
se hacía al actor armado que tenía presencia en el territorio, pero que cuando
llega su enemigo se va. ¿Dónde estaba, entonces, su poderío? ¿Dónde estaba
su grandilocuencia? El reproche es que cuando se necesitaba que el actor
armado muestre su valentía, este no estaba presente. El reproche también
toma la forma de un reclamo sobre por qué no se enfrentan entre sí y dejan de
lado el ensañamiento contra la población civil indefensa. Tras el reclamo del
abandono aparece un sentimiento muy profundo de indefensión.
294 XII Coloquio Colombiano de Sociología

El tercer énfasis es la estigmatización. La gente tiene muy claro que la


estigmatización juega un papel muy importante en la violencia, ya que cuando a
uno lo estigmatizan, cuando lo relacionan con un actor del conflicto armado en
un contexto de guerra, se está ofreciendo la oportunidad de que ocurra cualquier
cosa. El estigma que caía sobre los pueblos enteros se volvió parte de la estrategia
paramilitar, orientada a romper los vínculos de la población con las guerrillas.
En estas condiciones, nadie estaba a salvo, cualquiera que fuera su actitud.
La estigmatización tuvo muchas formas de manifestarse. La primera sobre
el cuerpo, el estigma como marca corporal. Las marcas que aparecían en los
cuerpos por el hecho de ser campesinos, las llagas o las manos estropeadas
eran interpretadas por el victimario como una señal de que se trataba de un
combatiente; al igual que las botas de caucho o ciertas formas de vestir e,
incluso, ciertas formas de caminar. En el libro hay una foto de un retén en que
le hacían quitar las camisas a los hombres para buscar marcas corporales de
morrales en el cuerpo. Estamos ante una desprotección y una vulnerabilidad
que se expresa en el propio cuerpo. En el caso de El Placer hay un relato que
dice que hay un modo de caminar que es propio del guerrillero. Imagínense lo
que representa esto en la vida cotidiana de las víctimas y en las posibilidades
de supervivencia.
Otro elemento de estigmatización tiene que ver con el hecho de habitar
en un lugar marcado por la presencia de un actor armado. La sola presencia
en ese sitio se asocia con complicidad. Si en la zona circulaban guerrilleros,
eso quería decir que todos eran guerrilleros; si circulaban paramilitares, todos
eran paramilitares. También está la estigmatización de los roles sociales o de
la vida pública, como el hecho de ser líder comunitario en una zona donde
hay influencia de un actor armado; lo que se asociaba automáticamente con la
pertenencia a un grupo. Mucha gente no quería convertirse en líder comunal
porque eso ya era un estigma. También ocurría con los promotores de salud,
quienes eran considerados no sólo colaboradores o auxiliares de la gente sino
como enfermeros de la guerrilla o de los paramilitares.
La gente insistía en su relato, como algo que está siempre presente, en la
impunidad, ya que si ésta no existiera, las complicidades se podrían de alguna
manera deshacer y el abandono y la estigmatización tendrían un castigo.
Hay un último eje que tiene que ver con el sentido. La gente reivindica su
resistencia y su dignidad de haber podido sobrevivir sin armas y no haberse
dejado arrasar. Esa dignidad se convierte en un elemento central en el proceso
de reconstrucción.
Estado y Sociedad en la Colombia de hoy 295

Al hablar de supervivencia, las víctimas ponen el acento en varios tipos


de prácticas. La primera, saber leer los signos del entorno para poder prever
cuándo podía darse una incursión, cuando llegaba el actor armado. En esos
casos se comunicaban con códigos invisibles con las demás víctimas para
prevenir que pudiera pasar algo. En San Carlos cerraban las cortinas y todos
sabían que se tenían que meter en la casa porque venía una incursión. Había que
tomar medidas para sobrevivir cuando aparecían los grafitis. Existían refugios
que se construían para sobrevivir en medio del control, de la imposición
terrorífica de los actores armados. Y cuando no podían hablar con sus vecinos
en la calle, lo hacían en los patios, formaban grupos o se iban a lugares que
estaban prohibidos durante el día. En los pueblos costeros, la gente se iba
al río a encontrarse por las noches como una forma de desobedecer al actor
armado sin provocarlo, pero buscando oxígeno para sobrevivir.
En nuestras entrevistas pusieron también mucho énfasis en las solidaridades
y en las ayudas que se prestaban a pesar de la adversidad, lo cual hizo que
saliera a la luz lo mejor que tenían como seres humanos para cooperar y
colaborar entre sí. En algunos casos se presentaron los llamados rescates
humanitarios, que consistían en ir a hablar con el actor armado, no para
interpelarlo sino para plantearle consideraciones de orden humanitario para
que liberara muchachos que habían reclutado de manera forzada. En Córdoba,
por ejemplo, se presentó un reclutamiento forzado de muchos jóvenes en el
sur del departamento y las mujeres se organizaron, se fueron caminando a
decirle al comandante paramilitar que se los entregara porque de lo contrario
no se irían de allí, pasara lo que pasara. Cuando esto ocurrió, el que salió a
hablar con ellas fue nada más y nada menos que don Berna, quien dijo que no
quería tener problemas con esas mujeres y por consiguiente que les entregaran
sus muchachos. Las mujeres se arriesgaron, pero dada la arbitrariedad de los
actores armados, hubieran podido ser asesinadas una por una.
Y, por último, se encuentra el tema de la resistencia, en el que se ponen
muchos énfasis por parte de las víctimas. El primero es la desobediencia y la
recuperación de los espacios. Cuando aparecían prohibiciones de utilizar la
cancha o el teatro, por ejemplo, la gente salía en comunidad y los utilizaba.
La gente entrevistada hablaba mucho de los rechazos frontales y de las
negociaciones que hacían con los actores armados, poniendo énfasis en cómo
los líderes comunitarios que se atrevían a hablarle de frente al actor armado,
a interpelarlo éticamente, lograban cosas y muchas veces salvaban la vida de
muchas personas. También hubo sublevaciones. En el caso del corregimiento
296 XII Coloquio Colombiano de Sociología

Libertad, donde hubo una transmisión de mando entre paramilitares, uno de


ellos quería matar arbitrariamente a una persona en una cantina y la gente se
sublevó, lo linchó y lo mató. Para las víctimas es muy importante destacar este
tipo de cosas.
Para terminar quiero preguntar ¿cuáles son los usos y funciones de la
memoria que encontramos en las iniciativas que la gente desarrolla? Nosotros
no empezamos a trabajar en un contexto en el que no había memoria, por el
contrario, el momento histórico en el que se inscribe nuestro trabajo es el de
una explosión de las memorias. Desde el año 2005, con la Ley de Justicia y
Paz, a pesar de las limitaciones de la ley, la gente salió, venció el miedo y
se presentó este fenómeno de irrupción de la memoria. En los sitios donde
la seguridad democrática recuperaba territorios, la gente salía y hablaba.
Entonces nos encontramos en un espacio de explosión de memorias en el que
podemos identificar por lo menos tres usos y funciones entre las miles de
iniciativas de memoria que pudimos documentar.
El primer uso es la memoria como reclamo, como denuncia, es el énfasis
en la memoria que reconstruye los hechos, que pide que se reconozcan y exige
justicia a través de acciones penales y sanciones contra los responsables. El
segundo uso es la memoria como pedagogía social, orientada a esclarecer los
hechos con el fin de valorarlos éticamente, juzgarlos y buscar la forma de que
no se repitan. El lema del primer uso es “no olvidar” y el lema del segundo
uso es “no repetir”. La apuesta pedagógica es aprender la historia para no
repetirla. Y el tercer uso es la memoria reparadora, la cual pone su énfasis
en que las víctimas tengan la posibilidad a través del recuerdo de hacer sus
duelos, que han sido aplazados y postergados. Esta es la función reparadora de
la memoria. Muchas veces nos señalaban que antes de que nosotros llegáramos
a ayudarles a reconstruir sus recuerdos, ellos ya habían comenzado a hacerlo.
AUTORES
AUTORES

Rainer Dombois
Sociólogo, Doctor en Sociología de la Universidad de Friburgo, Alemania.
Desde el año 2009 es investigador del Instituto de Trabajo y Economía de la
Universidad de Bremen. Fue también investigador en el Centro de Ciencias
de Berlín y en el Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard
y Profesor Visitante en la Universidad Autónoma Metropolitana de México
y en la Universidad Nacional de Colombia de Bogotá durante el periodo.
Sus intereses académicos e investigativos giran alrededor del mercado, las
relaciones laborales y las normas laborales, bajo perspectivas comparadas,
teniendo como foco importante países europeos y latinoamericanos. Es autor
de numerosas publicaciones, entre las que se destacan libros, capítulos de
libros y artículos. De sus libros se pueden mencionar: Relaciones Laborales
entre mercado y Estado. Sendas de Transformación en América Latina (2000);
Internationale Arbeitsregulierung in der Souveränitätsfalle. Das Lehrstück
des North American Agreement on Labor Cooperation zwischen den USA,
Mexiko und Kanada (2004); Lateinamerika - Eine Fiktion? Notizen von
Reisen zwischen Mexiko und Feuerland (2013).
Fernán E. González González
Doctor en Historia de la Universidad de Berkeley, con formación en Teología,
Filosofía y Letras. Por más de cuatro décadas ha estado vinculado al Centro
de Investigación y Educación Popular - Programa por la Paz (CINEP/PPP)
en calidad de investigador alrededor de temáticas como la Construcción del
Estado, la violencia política, el clientelismo, entre otras, coordinando también
el grupo de investigación „Violencia política, Paz y construcción del Estado“.
También es el Director del Observatorio Colombiano para el Desarrollo
Integral, la Convivencia Ciudadana y el Fortalecimiento Institucional en
regiones fuertemente afectadas por el conflicto armado, ODECOFI. Tiene
una larga trayectoria como profesor en distintas universidades nacionales y
extranjeras, entre ellas, la Universidad Nacional de Colombia, la Universidad
Javeriana, el Instituto de Altos Estudios en Ciencias Sociales de la Universidad
de París. Tiene una extensa producción intelectual, de la que se destacan los
libros Poderes enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia (1997); Violencia
política en Colombia. De la nación fragmentada a la construcción del Estado
(2002); Partidos, guerras e Iglesia en la construcción del Estado Nación en
Colombia, 1830-1900 (2006), ambos en colaboración con Ingrid Bolívar y
Teófilo Vásquez; Poder y violencia en Colombia (2014).
Carlos Miguel Ortiz Sarmiento
Doctor en Sociología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales
de París, con formación en Filosofía y Letras y Ciencia Política. Ha sido
miembro académico en diversas instancias de educación superior como
el Consejo de la Educación Superior Universitaria –CESU– y la Comisión
Nacional Intersectorial de Aseguramiento de la Calidad de la Educación
Superior –CONACES–, en las salas de Humanidades y Ciencias Sociales y de
Maestrías y Doctorados. Ha estado vinculado por varias décadas, en categoría
de profesor titular en la Universidad Nacional de Colombia, siendo también
profesor visitante en la Escuela de Altos Estudio en Ciencias Sociales de París
y en la Universidad de Valencia, España. De su amplia producción intelectual
pueden destacarse los libros Estado y subversión en Colombia (1985); La
violence en Colombie: racines historiques et sociales (1990); Urabá: tras las
huellas de los inmigrantes 1955-1990 (1995); Urabá: pulsiones de vida y
desafíos de muerte (2007).
María Eugenia Ibarra Melo
Socióloga, con Maestría en Investigación, Gestión y Desarrollo Local y
Doctora en Ciencias Sociales de la Universidad complutense de Madrid.
Profesora Asociada de la Universidad del Valle, coordinadora del grupo de
investigación Acción Colectiva y Cambio Social (ACASO), de la Facultad
de Ciencias Sociales y Económicas de la misma Universidad. Sus temas de
reflexión e investigación se orientan fundamentalmente hacia las relaciones
de género, dando énfasis a sus dinámicas políticas y públicas. Participa como
profesora en el Doctorado en Humanidades de la Universidad del Valle, en
la línea en Estudios de Género. De sus publicaciones pueden destacarse el
libro Mujeres e insurrección en Colombia: reconfiguración de la identidad
femenina en la guerrilla (2009) y artículos recientes entre los que se
encuentran, Mujeres, verdad, justicia y reparación en Colombia, Revista
Universitas humanística (2011); Los estudios de género en Colombia. Una
discusión preliminar, Revista Sociedad y Economía (2013); Aportes de las
académicas latinoamericanas para comprender las acciones colectivas de las
mujeres, Revista CS (2015).
Fernando Urrea Giraldo
Sociólogo, con Maestría en Ciencia Política de la Universidad de los Andes.
Profesor titular de la Universidad del Valle. Ha sido Coordinador del grupo
de investigación Estudios étnico-raciales y del trabajo en sus diversos
componentes sociales, de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas
de la misma universidad. En el marco de este grupo, ha coordinado varios
proyectos de investigación en el campo de los estudios étnico-raciales, entre
ellos el Programa de apoyo a la población afrodescendiente colombiana en
estadísticas laborales y de condiciones de vida, epidemiológicas y en otros
componentes (CIDSE-Fundación Ford, 2012-2015); el Proyecto Piloto
Sistema Estadístico Nasa para el Buen Vivir, municipios de Toribío y Jambaló,
con perspectivas de incidencia en todo el norte del Cauca indígena (CIDSE-
Fundación Ford, Proyecto Nasa de Toribío, Proyecto Global de Jambaló y el
Cecidic, 2015). Autor de numerosas publicaciones, entre ellas el libro Gente
negra en Colombia. Dinámicas sociopolíticas en Cali y el Pacífico (2004)
con Olivier Barbary; Pobreza y grupos étnicos en Colombia: Análisis de sus
factores determinantes y lineamientos de políticas para su reducción (2007),
con Carlos Augusto Viáfara; Raza, etnicidad y sexualidades: ciudadanía
y multiculturalismo en América Latina (2008) con Mara Viveros y Peter
Wade; Race, Ethnicity, Crime and Criminal Justice in Colombia (en Race,
Ethnicity, Crime and Criminal Justice in the Americas, editado por Anita
Kalunta-Crumpton, 2012); From Whitened Miscegination to Tri-Ethnic
Multiculturalism. Race and Ethnicity in Colombia (en Pigmentocracies.
Ethnicity, Race and Color in Latin America, editado por Edward E. Telles,
2014).
Jairo Alexander Castaño López
Sociólogo de la Universidad del Valle e investigador vinculado al grupo
de investigación Estudios étnico-raciales y del trabajo en sus diversos
componentes sociales, de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de
la Universidad del Valle y coordinador de la Encuesta Piloto Experimental
Indígena Nasa en el municipio de Toribío (CIDSE-Fundación Ford, Proyecto
Nasa de Toribío, Proyecto Global de Jambaló y el Cecidic, 2015).
Eudo Fidel Cuarán Hernández
Sociólogo de la Universidad del Valle, vinculado al grupo de investigación
Estudios étnico-raciales y del trabajo en sus diversos componentes sociales,
de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del
Valle. Asistente de investigación en la Encuesta Piloto Experimental Indígena
Nasa en el municipio de Toribío (CIDSE-Fundación Ford, Proyecto Nasa de
Toribío, Proyecto Global de Jambaló y el Cecidic, 2015).
Magaly Gualiche Garcés
Socióloga de la Universidad del Valle, vinculada al grupo de investigación
Estudios étnico-raciales y del trabajo en sus diversos componentes sociales,
de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Valle.
Integrante del proyecto Encuesta Piloto Experimental Indígena Nasa en el
municipio de Toribío (CIDSE-Fundación Ford, Proyecto Nasa de Toribío,
Proyecto Global de Jambaló y el Cecidic, 2015).
Sandra Patricia Martínez Basallo
Socióloga, con Maestría en Geografía de la Universidad Pedagógica y
Tecnológica de Colombia y el Instituto Geográfico Agustín Codazzi y con
Doctorado en Antropología Social de la Universidad Iberoamericana de
México. Profesora Asistente de la Universidad del Valle, miembro del grupo
de investigación Acción colectiva y cambio social (ACASO), de la Facultad
de Ciencias Sociales y Económicas de la misma Universidad. Sus temas
de investigación giran alrededor las dinámicas locales del Estado desde
enfoques étnicos y culturales. Entre sus publicaciones se encuentran el libro
Configuraciones locales del Estado: titulación colectiva, economías de enclave
y etnicidad en el Pacífico colombiano (2013); y artículos recientes entre los que
se encuentran La política de titulación a las comunidades negras del Pacífico
colombiano: una mirada desde los actores locales, Boletín de Antropología
(2010); Hacia una etnografía del Estado: reflexiones a partir del proceso de
titulación colectiva a las comunidades negras del Pacífico colombiano, Revista
Universitas Humanistica (2013); Funcionarios y colonos: la formación del
Estado en el suroriente colombiano, Revista de Ciencias Sociales, FLACSO-
Ecuador (2015).
Clara Inés Aramburo Siegert
Antropóloga, Especialista en Planificación y Gestión Urbana del Instituto
de Estudios de Administración Local de Madrid, con Maestría en Ciencia
Política de la Universidad de Antioquia. Actualmente hace parte del Instituto
de Estudios Regionales –INER de la misma universidad, miembro del
grupo de investigación Estudios del Territorio. Sus temas de reflexión e
investigación están orientados a los estudios regionales desde los campos de
la política y la violencia. Ha trabajado como investigadora en el análisis de las
Asambleas Municipales, comunitarias y constituyentes en el Departamento de
Antioquia y en el diseño del Observatorio de Educación Superior Regional.
Autora de numerosas publicaciones, entre las que se encuentran Lo político
en una interpretación de la región desde la perspectiva del orden, Revista
Estudios Políticos (2004); Asambleas Municipales ¿Movimientos sociales,
organizaciones o acciones colectivas? Una propuesta interpretativa (2006) con
Diana Marcela Barajas; Violencias, territorios y resistencias en el conflicto
armado. Urabá, Colombia 1980-2008 (en Conflictos sociales, luchas sociales
y políticas de seguridad ciudadana, coordinado por César Barreira et. al.,
2013); Orden social y conflicto: resultados de una metodología comparada en
nueve localidades de Colombia, Revista Sociedad y Economía (2014).
María Clemencia Ramírez Lamus
Antropóloga, con Maestría en Historia de la Universidad Nacional de
Colombia, Maestría y Doctorado en Antropología de la Universidad de
Harvard. Ha estado vinculada por más tres décadas al Instituto Colombiano
de Antropología e Historia, como investigadora en temas relacionados con las
configuraciones del Estado en contexto de conflicto y de economías ilegales en
el país. Autora de una amplia producción bibliográfica, destacándose Historia
regional y tendencias historiográficas 1980-1997 (en Guerra, Etnicidad y
Conocimiento. Comisión Regional de Ciencia y Tecnología de la Amazonía,
1999); Entre el estado y la guerrilla: identidad y ciudadanía en el movimiento de
los campesinos cocaleros del Putumayo (2001); Frontera Fluida entre Andes,
Piedemonte y Selva: el caso del Valle de Sibundoy, siglos XVI-XVIII (2002);
Significado de las acciones de la AID en el Putumayo en el contexto de la
promoción de la seguridad global y del buen gobierno –Good Governance– (en
Globalización, Cultura y Poder en Colombia: Una Mirada Interdisciplinaria,
compiladores Fernán González y Gloria Isabel Ocampo, 2006); Maintaining
Democracy in Colombia through Political Exclusion, States of Exception,
Counterinsurgency and Dirty War (en Violent Democracies Of Latin America:
Toward An Interdisciplinary Reconceptualization, Duke University Press,
2010); Elecciones, coca, conflicto y partidos políticos en Putumayo, 1980-
2007 (2011) con Ingrid Bolívar, Juliana Iglesias, María Clara Torres y Teófilo
Vásquez; Between the Guerrillas and the State: the Cocalero Movement,
Citizenship and Identity in the Colombian Amazon (2011).
Absalón Machado Cartagena
Economista, con Maestría en Economía de la Universidad de Chile. Fue profesor
de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, con amplia
trayectoria investigativa en temas de desarrollo agrario y agroindustrial. Ha
sido asesor de la Red de Desarrollo Rural y Seguridad Alimentaria (RESA) de
la Universidad Nacional de Colombia y fue el Director Académico del Informe
Nacional de Desarrollo Humano PNUD 2011, Colombia rural, razones para la
esperanza. Autor de numerosas publicaciones, de los que pueden destacarse los
siguientes libros: Democracia con campesinos, o campesinos sin democracia
(1993), con Luis C. Castillo e Isauro Suárez; Reestructuración y desarrollo
institucional en el cooperativismo agropecuario (1995), con Fundecoop y
Bancoop; La cuestión agraria en Colombia a fines del milenio (1998); Las
organizaciones del sector agropecuario: un análisis institucional (2000); Las
organizaciones del sector agropecuario. Un análisis institucional (2000) con
Henry Samacá y Diego Roldán Luna; De la estructura agraria al sistema
agroindustrial (2002); La Academia y el sector rural, Universidad Nacional
de Colombia (2004) con Carlos Salgado y Rafael Vásquez; Ensayo para la
historia de la política de tierras en Colombia (2009); Esbozo de una memoria
institucional La política de reforma agraria y tierras en Colombia Centro
Nacional de Memoria Histórica (2013).
Carlos H. Ortiz Quevedo
Economista de la Universidad del Valle, con Maestría y Doctorado en
Economía de la Escuela de Ciencias Económicas y Políticas de la Universidad
del Londres. Es Profesor titular de la Universidad del Valle y actualmente es el
Coordinador del grupo de investigación Desarrollo económico, crecimiento y
mercado laboral de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la misma
universidad. Autor de una amplia publicación, entre los que se destacan libros
y artículos tales como Coyuntura económica del Valle del Cauca, 1988-1998
(en Cuatro Ensayos de Coyuntura: Valle y Cauca a fines del Siglo Veinte, con
Álvaro Guzmán y otros, 2003); Informalidad laboral en Colombia 1988-2000.
Evolución, teorías y modelos (2006) con José Ignacio Uribe García; The war
on drugs is counterproductive, once again, Lecturas de Economía (2009); La
desaceleración económica colombiana: se cosecha lo que se siembra, Revista
de Economía Institucional (2009); La Rentabilidad de la Formación para el
Empleo en Colombia, Revista Cuadernos de Administración (2011) con José
Ignacio Uribe García y Jorge Andrés Domínguez; Transformación industrial y
crecimiento económico. Colombia 1925-2005 (2012) con José Ignacio Uribe
García y Harvy Vivas Pacheco; Productividad, acumulación y deseconomías
públicas en el crecimiento económico colombiano, Cuadernos de Economía
(2013) con José Ignacio Uribe García y Harvy Vivas Pacheco; Política y
Crecimiento Económico en Colombia, 1906-2009, Revista de Economía
Institucional (2014); Diversificación productiva y crecimiento económico,
enfoques teóricos y análisis del desarrollo socioeconómico de Colombia
(2015).
Gina Cabarcas Maciá
Abogada, con Maestría en Historia de la Universidad de los Andes y Maestría
en Derecho de la Universidad de Yale, Estados Unidos. Ha sido profesora en
la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes y actualmente trabaja
en la Fiscalía General de la Nación, en la que ha coordinado el grupo de
analistas de la Unidad Nacional de Análisis y Contextos, estando actualmente
en la Subdirección de Políticas Públicas de la misma entidad. Es autora del
libro Militares, política y derecho. Sobre los silencios de la constituyente de
1991 (2011) y fue miembro del grupo de investigación que elaboró el informe
La Rochela: memorias de un crimen contra la justicia, Centro Nacional de
Memoria Histórica (2010).
Andrés Fernando Suárez
Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, con Maestría en Estudios
Políticos del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de
la Universidad Nacional de Colombia (IEPRI), participando también como
investigador asociado. Ha sido analista nacional del Sistema de Alertas
Tempranas de la Defensoría del Pueblo, consultor externo del Centro de
Referencia Nacional sobre Violencia del Instituto de Medicina Legal y
Ciencias Forenses, consultor externo del Programa de Fortalecimiento y
Acceso a la Justicia. Actualmente es asesor de la Dirección General del Centro
de Memoria Histórica, siendo también investigador del Grupo de Memoria
Histórica, centrando sus estudios en los actores armados y en las modalidades
de violencia en el país. Participó en la relatoría de los informes La Masacre
de El Salado: Esa guerra no era nuestra (2009) y Silenciar la Democracia.
Las masacres de Remedios y Segovia (1982-1997) (2010). Asimismo, hizo
parte del equipo de investigación del informe general ¡Basta Ya! Colombia:
memorias de guerra y dignidad, Centro Nacional de Memoria Histórica (2013).
Es autor de libro Identidades políticas y exterminio recíproco. Masacres y
guerras en Urabá (1991–2001) (2007).
E
l tema del XII Coloquio de Sociología, “Estado y
Sociedad en la Colombia de hoy”, se instala en las
redeniciones actuales del Estado y de la Sociedad,
pero no de forma separada, sino en el mismo cen-
tro de sus relaciones, el cual tiene como soporte histórico el
proceso complejo de recuperación del control territorial y del
uso legítimo de la violencia por parte del Estado. No obstan-
te, la capacidad democrática de la sociedad se ve fragilizada
en virtud de este fortalecimiento del Estado, retardando pro-
cesos de reducción estructural de los conictos en el país. La
construcción del Estado no se agota en la formalización del
monopolio de la violencia legítima, ya que la sociedad misma
se implica en dicha construcción, congurando procesos de
integración y diferenciación. Así las cosas, las ponencias pu-
blicadas en este libro presentan desarrollos investigativos al-
rededor de las reconguraciones políticas e institucionales del
Estado colombiano, el problema de la nación y la diversidad,
el Estado y la sociedad en las márgenes, las transformaciones
socioeconómicas y sus efectos en la sociedad, el conicto y su
relación con las memorias y la reparación.

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