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LA LEYENDA DEL PATUJU

Autor: Armando Soliz Colque del Distrito de San Carlos Prov. Ichilo
Libro: ARAKUA 2 del Instituto Radiofónico Fe y Alegría
Segunda Edición: 1996
Santa Cruz – Bolivia
Al norte, en las tierras cruceñas, rodeado de bosques selváticos, vivía un hombre robusto, fuerte,
de cuerpo esbelto, de nombre Porcel Vaca, el cual tenía de apodo RUSSO. Era padre de una niña
hermosa de tez blanca, tenía los cabellos largos y rubios, sus ojos eran de color verdoso; se llamaba
PATUJU, ella era huérfana de madre y desde pequeña solo vivía con su padre.
La niña era bien querida por su padre, pues era la única con quien compartía sus faenas diarias.
Ruso salía a trabajar, quedando la niña sola haciendo sus quehaceres cotidianos de la casa.
Patujú, como de costumbre sola en la casa era vigilada todos días por un ser extraño y curioso. La
hermosura de la niña atraía al ser malévolo, el brujo de aquel lugar. Despojado de las tierras
pobladas, fue a dar a estos lugares sin que nadie se hubiera dado cuenta; nadie sabía dónde vivía.
Aquel brujo deseaba tener en su poder a la niña. Cada día tramaba su plan para raptarla, pero
siempre fallaba. Ya una vez había sido descubierto por Russo, el cual le había dado un escarmiento
fuerte. Desde entonces el brujo tenía más rencor y odio.
Un día Russo, su padre, le había regalado un vestido tejido por sus propias manos y llevaba
hermosos tricolores del arco iris; eran los símbolos de sus recuerdos. Sobresalía el color rojo,
también un verde oscuro y algo de amarillo en las franjas superiores. Los colores tenían su
significado, como el rojo, pues era de su propia sangre o hija propia, el verde, porque siempre
Vivian en un fresco campo rodeados de todo verde; y el amarillo, tener a su hija al lado era la única
riqueza. Era el regalo más hermoso que le había hecho su padre; y ella lo merecía por su valencia
y cariño.
Entones era más fuerte la codicia de aquel brujo, aunque siempre fue inútiles sus tramas que él
hacía, pero aquel día todo cambio con una decisión maliciosa. Era cerca del mediodía cuando la
hermosa niña se encontraba sola; el brujo se convirtió en un juguete pequeño y hermoso que
posaba en los brazos de la niña; Patujú pensó que era otro regalo de su padre.

El brujo no estaba contento con su trama maliciosa, pues quería hacer algo más para su venganza.
Tenía una idea más malévola todavía, es decir, al besar el pequeño juguete, la niña se convertiría
en una plata del bosque. Tal como predijo el bujo, la niña se convirtió en una planta herbácea de
hojas anchas y largas al igual que el banano, pero más delgado, luego el malvado brujo lo trasladó
a una quebrada cerca de su casa a orillas de un arroyo fresco que corría por ahí.
La sorpresa fue para el padre al llegar a su casa y no encontrar a su hija, el padre afligido llamaba
y llamaba sin ninguna respuesta, porque ella nunca solía alejarse de su casa; por eso llamó con
más temor y más desesperación sin nadie le contestará; solo el eco de sus voces resonaba al chocar
con el bosque. De esta manera, los días pasaban y Russo desesperado y triste buscaba todos los
días a su hermosa hija, saliendo sin rumbo de su casa; pasaron día y días sin ninguna señal de vida
de su hija.
Una tarde se sentó en un tronco a la orilla del arroyo fresco que corría con sus aguas cristalinas,
con el rostro lúgubre y pensando siempre en la misteriosa desaparición de su hija, bebió un poco
de agua y de rato n rato gritaba, llamando a su hija Patujú. Al rato, cansado y triste se echó a dormir
apoyándose en aquella planta, con sus pies a la orilla del arroyo.
En sueños vio a su hija acariciándole el rostro; algo así como si estuviese entre tinieblas, ya que
casi no podía verla, sin embargo, al despertarse gritó “Patujú Hija”, pero solo eco se repetía en la
selva y solo pudo ver las hojas largas y frescas de aquella planta que le acariciaba el rostro, es como
si pareciera que aquella planta la consolaba, meciéndose de un lado a otro sin ningún viento que
soplara, con la misma fragancia de las manos de su hija y él sentía como si fuese las propias manos
de su hija y desde entonces esta planta era su consuelo y distracción de un padre desconsolado y
apenado y con el tiempo sintió afecto y aprecio de esa planta.
Todas las tardes se iba a descansar a ese lugar y como siempre, las hojas anchas palpaban su rostro
haciéndole dormir profundamente. Sin embargo, el brujo se había percatado de aquellas escenas
y sintió recelos de la planta.
Una tarde cuando Russo se fue a su casa, el brujo se asomó a la planta y se echó a dormir pensando
que la planta iba hacer lo mismo que a su padre, es decir, acariciar con sus hojas, pero no fue así.
La planta inmóvil posaba sobre él, después de un rato el brujo se levantó furioso y mirándole con
una cara amenazadora y comprendiendo que la planta afecto y cariño hacia su padre él dijo: “Con
que siendo planta todavía quieres a tu padre, ¿verdad?, pero vas a ver, si lo sigues haciendo, te
voy a cortar t echar al arroyo”, diciendo esto se fue.
Al otro día, como de costumbre se fue Russo a descansar junto a la planta, pero esta vez era raro,
no se movía, parecía que lloraba por sus hojas largas corrían gotas de agua cayendo a sus manos.
Una que otra hoja triste rozaba su rostro, mojándolo con sus aguas que parecían sus lágrimas.
Ruso sintió lástima y también se echó llorar al recordar a su hija perdida, pero al rato pensó y dijo:
- Ahora, ¿Por qué derramas agua?, sentirá la pena que siento, parece que llora.
Diciendo esto se alejó, avanzó unos metros y se sentó a meditar sobre todo lo misterio que había
visto y vivido, se decía: “Mi hija perdida, la planta que me acaricia y luego llora derramando gotas
de agua”, diciendo esto se sentó a pensar.
Al mismo tiempo, el brujo acercándose a la planta, con esa cara siempre malévola y con un
machete que de tan filo brillaba, le decía a la planta que parecía estar tendida de miedo:
- ¿ahora que inclinas verdad?
Al escuchar aquella voz, Russo que estaba cerca de allí se asomó cautelosamente a espiar detrás
de un tronco para mirar y reconoció al brujo. El brujo, dando algunos machetazos le dijo a la planta:
- ¡Te había advertido que no tocaras el rostro de tu padre y me desobedeciste, mereces ser
castigada y puede ser que desaparezcas de esta vida para siempre!
A cada golpe se escuchaba un agudo y lúgubre chillido de niña que lloraba de dolor., y el brujo
seguía diciendo y amenazándola: ¡Ahora loras, pero ya callarás!, dijo el brujo haciéndola sufrir.
El brujo, levantó su malévolo machete para el golpe fatal, se escuchó un llorar humano y vertiendo
unas palabras que eran el llamado de la hija al padre “Papá”, gritó la planta.
Al escuchar aquel grito, Russo salió del escondite como una fiera y se lanzó hacia el brujo; había
comprendido todo lo que escuchó y vio.
La lucha fue a muerte, el brujo con su machete y Russo con un puñal de acero; a cada rasguño que
le hacía a Russo, el brujo confesaba todo burlándose de él en venganza. - ¡Esta vez te he vencido,
tu hija es mi esclava!, y riéndose diabólicamente atacaba a Russo que se defendía con dificultad.
Fue entonces cuando la larga hoja se lío en los pies del brujo haciéndola caer el machete y dando
una oportunidad para vencer al brujo ayudó a su padre. Russo con toda la furia clavó su puñal en
el viejo brujo hiriéndole gravemente. Pero el brujo no quería devolver su cuerpo natural a la niña
y seguía burlándose de Russo. - ¡Nunca te devolveré a tu hija! El brujo se estaba vengando porque
era hija de la mujer que él también le había amado en su tiempo y se había quedado con Russo.
Fueron las últimas palabras del brujo, luego murió atravesado por el puñal de Russo. El cuerpo del
brujo fue puesto para los perros y pájaros carnívoros y carroñeros del bosque, incrustado en unos
palos y tendido en la pradera yacía su cuerpo del brujo.
Ruso cuidaba noche y día a la planta, hablando con ella como un loco y la planta le respondía con
caricias en el rostro con el movimiento del viento. Un día la planta comenzó a florecer del color
del vestido que le había regalado su padre: verde, amarillo y rojo. Su casa de Russo se encontraba
rodeada de aquellas plantas; Russo feliz y contento, ya viejo y enfermo, yacía en el patio de su
casa.
Una mañana Russo no amaneció con vida, el pobre padre,
tirado en su cama con el rostro resplandeciente, culminó su
vida tan sufrida y luego parecí que las flores se inclinaban más
y más hasta tapar totalmente el cuerpo de Russo. Su casa se
iba metiéndose a las profundidades de las raíces del Patujú.
Se cubrió la tarde con una noche espesa, donde solo brillaban
las flores del patujú de aquel patio. Desde entonces se llamó
Patujú a aquella planta, cuyas flores son el tricolor de nuestra
bandera boliviana.
Fin.

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