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De cómo el dinero del premio Nobel de Einstein lo

cobró su ex mujer
Ricardo Bada
2015 - Nexos - www.nexos.com.mx

El 6 de noviembre de 1919, la Real Sociedad Astronómica de Londres celebró una sesión


extraordinaria para dar a conocer al mundo la comprobación rigurosa de que la teoría de la
relatividad había sido certificada por las observaciones de unos equipos enviados al África y a
Brasil. Unos equipos que se dedicaron a seguir la luz del sol en su recorrido por el sistema del astro
rey, y las desviaciones en que incurría. La medición de esas desviaciones era el marchamo de
veracidad que ratificaba de una vez para siempre la utilidad empírica de la genial intuición de
Einstein, es decir, cuán eficiente era esa teoría para hacer predicciones.

Pensemos que estaba recién terminada la primera guerra mundial, y que eran científicos británicos
quienes le daban el espaldarazo, con tal acto, a un físico alemán. O sea que, para abusar una vez
más del adjetivo hasta volverlo obsoleto, esa sesión de la Real Sociedad Astronómica londinense
puede calificarse de histórica, sobre todo porque venía a rectificar la concepción del mundo válida
hasta entonces, la de Sir Isaac Newton, un inglés que ni mandado a hacer de encargo.

Por supuesto, la expectación del mundo científico, y no sólo científico, era grande, de manera que
el gran diario estadunidense The New York Times se sintió en la obligación de cubrir el evento. Pero
resulta que sus redactores especializados en tales temas estaban todos ocupados con otras tareas,
y así destacaron como corresponsal, en la reunión de la Royal Astronomical Society, a un miembro
de su redacción en Londres, Henry Crouch, excelente reportero… nada más que su especialidad
era el golf, ese deporte inventado por topógrafos indolentes.

El buen Henry Crouch no se enteró de nada, aunque –buen periodista– tampoco se amilanó con
el desafío. Y publicó en el New York Times unas crónicas después de las cuales el público lego
quedó convencido de que en su maldita vida iba a entender una jota de la teoría de la relatividad.
Entre otras cosas escribió que se trataba de «un libro para doce sabios. Nadie más en todo el
mundo lo va a entender, dijo Einstein cuando sus arriesgados editores lo aceptaron» (son palabras
textuales de Henry Crouch). Sólo que, 1.°, Einstein no había escrito ningún libro; 2.°, no había pues
ningún editor del mismo, ni arriesgado ni pusilánime; y 3.°, todos los presentes en la sesión
/
solemne de la Real Sociedad Astronómica de Londres habían entendido de qué iba la cosa…
todos ellos menos, claro está, el corresponsal del New York Times. Así es como se escribe la
Historia. ¿Se imaginan al director de nexos enviando para informar, sobre un congreso mundial
acerca de la policromía, a un redactor daltónico?

***

Sea como fuere, cuando Einstein publica su teoría de la relatividad especial en 1905, en Leipzig, en
los Anales de la Física, cuarta serie, volumen 17, cuaderno 1, se produjo lo que algún exégeta
alemán con aficiones balompédicas llamó profanamente “el primer milagro de Berna” (ciudad
donde a la sazón residía Einstein). Porque el segundo milagro, evidentemente, fue la consecución
por Alemania del título de campeón mundial de fútbol, en la famosa final contra Hungría, ganada
allá el 4.7.1954 en el estadio Wankdorf, por 3:2.

Ilustración: Oldemar González

Einstein es un personaje que a casi 65 años de su muerte, y más de un siglo de la publicación de su


teoría de la relatividad, sigue suscitando polémica y literatura secundaria. Su vida amorosa, sin ir
más lejos, es de lo más impresentable que uno puede imaginar si piensa en un sabio y un
/
investigador.

Baste como botón de muestra lo que sigue: el joven Einstein se casa con la matemática serbia
Mileva Marić en 1903, divorciándose de ella en 1919. Pero es que en 1919 ya llevaba años de
ponerle cuernos con Elsa Löwenthal, una prima suya (de Einstein), viuda y con dos hijas, Ilse y
Margot. Y ahora viene lo mejor de la historia. En 1918, aún antes de divorciarse de su primera
mujer, Mileva, Einstein confronta a su amante, Elsa, con una alternativa: o bien se casará con ella, o
bien se casará con su hija Ilse, entonces de 21 años. Y como resulta que Ilse no sentía el menor
deseo de casarse con su tío, al divorciarse de Mileva el buen Albert se casa con Elsa, a quien a su
vez no pasaría mucho tiempo sin que también le pusiera cuernos: pero en estos casos las amantes
eran tan gentiles que siempre que acudían a verlo le llevaban dulces a la esposa, a veces incluso
hechos por ellas mismas. Dicho sea de paso, el sabio no era un prodigio de aseo personal, y no se
avergonzaba de ello. ¿Saben qué respondió, en verso, cuando su mujer le llamó la atención al
respecto?: “Si limpio eres, como fueres; / si marrano, como el ano”.

El amor, pues, también estuvo sometido en Einstein a la más increíble relatividad. No así en el que
nos presentó Hollywood incorporado congenialmente por Walter Matthau, organizándole su
connubio a otra bella sobrina, que en el cine sería Meg Ryan (cuyo anagrama es Germany).

Y no es ésta, por cierto, la única aparición del sabio en una obra de ficción. Mucho menos
frívolamente que en esa película de Fred Schepisi titulada I♥Q♥, el gran dramaturgo suizo Friedrich
Dürrenmatt convirtió a Einstein, junto con Newton y Moebius, en protagonista de la espeluznante
pieza Los físicos, y su penúltima frase en ella muy bien pudiera aplicarse a los días en que vivimos:
“La humanidad ha caído en manos de una loca que es la directora de un manicomio”.

***

Pero volvamos al tema del divorcio de Einstein y su primera esposa, que no fue tan sencillo como
parece serlo la ecuación E = mc². Hay que tomar en cuenta que entre 1911 y 1918, con la sola
excepción de los años 1911 y 1915, Einstein era ya un serio candidato al Premio Nobel de Física, y
que el gran sabio vivía desde 1914 separado de su esposa legal y en contubernio con la viuda
Löwenthal. Einstein no podía presentarse en Estocolmo a recoger el Premio Nobel de manos del
rey de Suecia, en compañía de una mujer que no fuese su esposa. Eso además de que la ambiciosa
Elsa aspiraba a que se la llamase oficialmente “Frau Professor”, según eran los cánones sociales de la
época.

Lo cierto es que Einstein mismo no podía solicitar legalmente el divorcio puesto que él era el
adúltero y quien había abandonado el hogar compartido con Mileva. Y Mileva le iba dando largas
al asunto, acosada también por problemas de salud. En los Collected Papers, el legado de Einstein
en soporte papel, se cuentan no menos de 700 documentos de toda índole que testimonian el tira
/
y afloja de una y otra parte desde abril de 1914 hasta febrero de 1919, cuando se divorcian. Uno de
esos 700 documentos es la carta que con fecha 31.1.1918 Einstein le escribe a Mileva, una carta
que será el parteaguas de esta historia.

En ella puede leerse lo que sigue: “El esfuerzo de poner finalmente un cierto orden en mis
relaciones privadas me lleva a proponerte el divorcio por segunda vez. Estoy decidido a hacer todo
lo que esté en mi poder para que este paso sea posible. Siendo particularmente complaciente, te
concedería importantes ventajas pecuniarias en caso de divorcio. El Premio Nobel se te asignaría
completamente a priori, en caso de divorcio y de que me concedan el Premio. Este colosal
sacrificio, por supuesto, sólo lo haría en caso de divorcio voluntario”.

Mileva era una científica que hablaba de igual a igual con Marie Curie, era una lumbrera de las
matemáticas y quien había hecho los cálculos en que se basaba la teoría de la relatividad, era una
conocedora íntima de los trabajos de su todavía esposo: estaba, pues, convencida de que más
tarde o más temprano le concederían el Nobel. La dotación del Premio, 180.000 francos suizos de
los de entonces, significaba una pequeña fortuna. Así es que finalmente acepta Mileva presentar la
demanda de divorcio el 13.7.1918, ante el Juzgado de Paz de Zúrich, de acuerdo con el § 137 del
Código Civil suizo y en base al adulterio de su marido.

***

Aunque las muelas de la Justicia muelen despacio, el 23.12.1918 comparece Einstein ante el
Tribunal Real, en Berlín, y declara lo siguiente: “Es cierto que he cometido adulterio. Vivo desde
hace 4½ años con mi prima, la viuda Elsa Einstein, divorciada de Löwenthal, mantengo relaciones
íntimas con ella. Mi esposa, la demandante, lo sabe desde 1914, y me ha mostrado su
resentimiento por ello”. Por lo demás, Einstein acepta todos los términos de la demanda de
divorcio, incluyendo la custodia materna de sus dos hijos y la entrega del importe del Premio
Nobel, caso que se le conceda, a su ex esposa.

Berlín comunica a Berna el testimonio del demandado y el Juzgado de la capital suiza declara el
divorcio, en ausencia suya y de la demandante, con fecha 14.2.1919. La sentencia incluye la cláusula
de que el demandado no podrá contraer matrimonio antes de dos años, pero Einstein se pasa por
el arco del triunfo una prohibición que únicamente rige en el territorio suizo y tan sólo cuatro
meses después desposó a Elsa. En algún momento no puede uno evitar una sonrisa cuando lee lo
que Einstein le había escrito a Mileva en marzo de 1918: “Siento curiosidad por saber qué va a
durar más, si la Gran Guerra o nuestro divorcio, ambos comenzaron casi al mismo tiempo”. Su
curiosidad al respecto quedó ampliamente satisfecha: la primera guerra mundial había terminado
tres meses y tres días antes que su pleito matrimonial.

/
El 10.12.1922, hallándose Einstein en Japón y no pudiendo acudir a recibir personalmente en
Estocolmo el Premio de Nobel de Física, que se le concedió con fecha retroactiva, 1921, la
dotación pecuniaria del galardón fue transferida a la cuenta corriente de Mileva Marić, quien
adquirió con ella tres fincas inmobiliarias en Zúrich, amén de depositar el resto en una cuenta
bancaria en los Estados Unidos. Pienso que fue justo, si recuerdo unas palabras de Einstein dirigidas
a Mileva en una carta fechada más de veinte años antes, el 27.3.1901: “Estaré feliz y orgulloso
cuando ambos juntos hayamos completado victoriosamente nuestro trabajo acerca del
movimiento relativo”. Ese “nuestro” vale su peso en oro. En el oro del Nobel.

***

Nota bene: Sobre el tema del divorcio de Einstein hay un libro de Anne–Kathrin Kilg–Meyer,
editado en el 2015, primorosamente y con gran profusión de fotos y facsímiles de documentos,
por la editorial Elizabeth Sandmann, en Múnich. Se titula Wie sich Mileva Einstein Alberts
Nobelpreisgeld sicherte [De cómo Mileva Einstein se aseguró el dinero del Nobel de Alberto], y el texto
de mi artículo le debe buena parte de la información que contiene.

Ricardo Bada
Escritor y periodista, residente en Alemania desde 1963. Editor en ese país de la obra periodística
de García Márquez y los libros de viaje de Cela, y autor de Don Enrique, la única antología integral
en castellano de la obra de Heinrich Böll.
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