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La correspondencia concerniente a este artículo debería ser dirigida a Steven C. Hayes, Department of
Psychology, University of Nevada, Reno, NV 89557-0062. E-mail: hayes@unr.edu
desarrollan rutinariamente métodos que se basan explícitamente en psicología humanista (v.g.,
Entrevista Motivacional, Miller y Rollnick, 2002). Sin embargo, la realineación es más profunda
que eso. Un conjunto grande de métodos basados en aceptación, atención plena y valores han
surgido desde dentro de la TCC que abordan extensamente temas adoptados clásicamente por la
psicología humanista (irónicamente este conjunto de métodos a menudo son llamados TCC de
“tercera ola”; Hayes, 2004, pero usaremos el termino menos confuso “TCC contextual”, Hayes,
Villatte, Levin y Hildebrandt, 2011). Estos incluyen a la Terapia de Aceptación y Compromiso
(ACT: Hayes, Strosahl y Wilson, 2011), Terapia Conductual Dialéctica (Linehan, 1993), y Terapia
Cognitiva Basada en Atención Plena (Seagal, Williams y Teasdale, 2002), entre muchos otros
métodos (Hayes, Villatte y cols., 2011). Algunas partes de este cambio están vinculadas a los
desarrollos en el pensamiento conductual en sí que mantienen la esperanza de un diálogo más
transformador entre el humanismo y el conductismo. Esto parece ser más sorprendente cierto de la
tradición ACT (sorprendente porque surgió a partir del análisis de la conducta), razón por la cual
enfatizaré esa esquina de la TCC en mis comentarios.
El primer artículo alguna vez escrito sobre la ACT y la RFT fue titulado “Dar sentido a la
espiritualidad” (Hayes, 1984). Los investigadores RFT (véase McHugh y Stewart, 2012, para una
revisión de la extensión de un libro) ahora pueden entender algunos de los procesos cognitivos que
distinguir al “yo” en el sentido de una conceptualización narrativa y un sentido trascendente del
“yo”. Al aprender relaciones verbales deícticas tales como Yo/Tú, Aquí/Ahora y Ahora/Entonces,
los niños adquieren un sentido de mirar desde la conciencia - la cualidad “Yo/Aquí/Ahora” de la
conciencia. Hay un cuerpo creciente de trabajo empírico que muestra que las relaciones deícticas
subyacen a la toma de perspectiva en el desarrollo (v.g., McHugh, Barnes-Holmes, Barnes-Holmes,
Whelan y Stewart, 2007), y que el entrenamiento en relaciones deícticas mejora la toma de
perspectiva y la ejecución en la teoría de la mente (v.g., Weil, Hayes y Capurro, en prensa). Existe
una cualidad inefable de este aspecto del yo porque una vez que se establece en la niñez temprana,
sus bordes o límites nunca pueden ser conocidos conscientemente, proporcionando una sensación
de expansividad o trascendencia para la conciencia. Más que una cosa con características conocidas,
este sentido de “testigo interno” o “yo observador” sirve como un contexto para el conocimiento
verbal en sí mismo.
Un sentido trascendente del yo es crítico en terapia porque a diferencia del yo conceptualizado
(el yo evaluado, similar a un objeto), es un sentido del yo que no puede ser amenazado por el
contenido de la experiencia. Los psicólogos humanistas han usado durante mucho tiempo métodos
diseñados para fomentar el contacto con este sentido del yo (v.g., Assagioli, 1965) en parte por esa
razón. Además, este es el aspecto de la conciencia que ayuda a que las relaciones ocurran porque es
el andamiaje de la toma de perspectiva. De hecho, los investigadores de la RFT han encontrado que
sin habilidades deícticas, las personas no disfrutan estar con los demás (Vilardaga, Estévez, Levin y
Hayes, en prensa). La cualidad transpersonal de la conciencia surge porque las relaciones cognitivas
deícticas trazan las implicaciones de toma de perspectiva acerca del tiempo, el lugar y la persona:
“Empiezo a experimentarme a mí mismo como un ser humano consciente en el preciso momento en
que empiezo a experimentarte a ti como un ser humano consciente. Veo desde una perspectiva
porque veo que tú ves desde una perspectiva. La conciencia es compartida…La conciencia se
expande a través del tiempo, del lugar y de la persona. En un sentido profundo, la conciencia en si
contienen la cualidad psicológica de que nosotros somos concientes. Sin tiempo. En todas partes”
(Hayes, Strosahl y Wilson, 2011, p. 90, énfasis añadido).
¿Qué añade a las ideas humanistas el entender los procesos involucrados, clínicamente
hablando? Incrementa la habilidad de evaluar, entender, medir y cambiar estos procesos en
progreso. Si bien hay medidas formales disponibles (véase McHugh y Stewart, 2012), la facilidad
con la que una persona puede cambiar la perspectiva a lo largo del tiempo, el lugar o la persona,
puede ser usada como una señal dentro de sesión para este aspecto clave de la conciencia. Entender
los procesos que subyacen a la trascendencia ayudan a dar sentido al porque el integrar aspectos de
la propia personalidad puede fomentarse alentando la toma de perspectiva en terapia. Es fácil
introducir cambios frecuentes de perspectivas en el trabajo clínico (v.g., “¿Qué crees que pueda
estar sintiendo mientras te escucho decir eso?” o “Si fueras tu padre, ¿Qué te dirías a ti mismo?”).
Los terapeutas ACT hacen tales cosas como hacer que los clientes se escriban cartas desde un futuro
distante y más sabio; o visitarse a sí mismos como niños pequeños en momentos dolorosos y tener
una conversación con sí mismos. De un modo similar, entender que este sentido del yo es difícil de
contactar cuando el yo conceptualizado es dominante es una razón por la que los terapeutas ACT
tratan de debilitar la consistencia del lenguaje literal a través de métodos de atención plena tales
como aprender a ver flotar los pensamientos así como uno podría ver las hojas en una corriente.
En otras palabras, en principio, un entendimiento enfocado en procesos permite a los clínicos
estar basados en evidencia de otro modo que simplemente aplicar terapias manualizadas vinculadas
a síndromes, a saber, detectar y cambiar procesos basados en evidencia que son aplicables al caso.
Esto es posible sin ningún sentido de “basarse en fórmulas” en la terapia. La objeción común a la
ciencia experimental es que ella ignora los elementos espontáneos, intuitivos o inefables que son
centrales para el trabajo clínico. Esto es mucho menos probable cuando se pueden utilizar procesos
clínicos validados experimentalmente para apoyar la sensibilidad hacia el cliente y hacia uno mismo
y, en consecuencia, maximizar la probabilidad del aprendizaje experiencial. Por ejemplo, hay quizás
mas evidencia sobre la importancia de la evitación experiencial que cualquier otro proceso de la
ACT (Chawla y Ostafin, 2007) – y aun cuando los clínicos aprendan a ver la evitación experiencial
en progreso en sus clientes y en ellos mismos, están mejor posicionados para realizar pasos clínicos,
ya sea que se llamen “técnicas” o no, ello fomentará el crecimiento personal. La segunda área que
abordaremos es otro ejemplo de ese mismo enfoque.
La relación terapéutica
Hay una vasta literatura que muestra que la relación terapéutica está relacionada con el éxito de
la psicoterapia (v.g., Horvath, Del Re, Fluckiger y Symonds, 2011; Wampold, 2001). Sin embargo,
apreciar su importancia y hacer algo respecto a ello son dos cosas diferentes. Muchos autores
humanistas, incluyendo algunos en la presente conversación, afirman que la “técnica” explica poco
del resultado de la psicoterapia, mientras que las variables de relación terapéutica y terapeuta
explican mucho más. Algunos han tratado de argumentar a favor de un foco humanista sobre esa
base (v.g., Horvath y cols., 2011; Wampold, 2007), vinculando esencialmente el propio futuro de
esta importante tradición con hallazgos correlacionales sobre los procesos de cambio y con una
estrategia de meta-análisis de cierto modo controversial. Eso no es sabio.
La vasta mayoría de terapeutas que escuchan sobre los datos acerca de la importancia de la
relación terapeuta creen secretamente que esto significa que ellos mismos son efectivos, ya que les
importa la relación terapéutica y les importa sus clientes. Desafortunadamente, eso es imposible. No
vivimos en un lago Woebegone terapéutico.
Los factores de la relación funcionan para explicar los resultados solo porque la mitad de los
terapeutas se encuentran por debajo del promedio – presumiblemente sin saberlo. Los clínicos
probablemente también crean que estos hallazgos significan que si ellos se enfocan aún más en la
relación, serán más efectivos. Esto no es necesariamente así. Los terapeutas pueden fácilmente
hacer cosas impulsados por esa urgencia o creer que podría ser artificial, o basado excesivamente en
reglas. Por ejemplo, un clínico podría ser menos directivo en un momento que lo requiere sobre la
base de que esto podría dañar la relación terapéutica, o podría “asesorar ante la prueba” alentando
artificialmente el acuerdo del cliente con las características de la alianza (v.g., Al enterarse que
“Creo que le gusto a ____” es un ítem del cliente en el Inventario de la Alianza Útil, un terapeuta
podría repetir “Me gustas” a los clientes). Esta es una reafirmación de la preocupación clásica de la
psicología humanista con respecto a los modos en que las reglas científicas pueden abrumar la
sensibilidad hacia la persona y el momento. La única manera de probar que ello no está sucediendo
es la evidencia experimental, no el tipo de evidencia correlacional promovida clásicamente por los
teóricos de los factores comunes.
Una perspectiva conductual fundamentada en el contextualismo funcional proporciona un punto
de inicio diferente y más práctico para esta cuestión. ¿Qué habilidades o procesos dan cuenta de
tales relaciones y pueden ser entrenados con el fin de producir mejores resultados?
Ese enfoque saca estos factores importantes del recipiente de los “factores no específicos” y en
su lugar los convierte en un blanco para el desarrollo y evaluación de tratamientos. Las “técnicas”
ni incluyen simplemente procedimientos para los clientes, sino también procedimientos para el
terapeuta y el entrenamiento de estos (cf., Hilsenroth, Cromer y Ackerman, 2012). Por ejemplo, si
se les puede mostrar a los terapeutas como desarrollar alianzas terapéuticas poderosas y efectivas,
cualquier beneficio que resulte es ahora un efecto específico, no un efecto de un “factor común”. En
la tradición ACT, hemos sugerido que las relaciones empoderadoras son relaciones
psicológicamente flexibles (véase Hayes, Strosahl y Wilson, 2011). Es decir, las relaciones son
empoderadoras cuando son aceptadoras, cuando no se tratan sobre quien está en lo correcto y quien
está equivocado, sino más bien cuando pueden explorarse diferentes ideas, cuando son
flexiblemente atentas en el ahora, cuando tienen una cualidad de conciencia mutua y una habilidad
para tomar la perspectiva del otro, cuando están basadas en valores y condicionalmente activas.
Estas son simplemente reafirmaciones de las características de la flexibilidad psicológica en la
medida en que se aplican a la relación terapéutica. Enunciado en un estilo más simple, la relación
terapéutica es poderosa si es abierta, conciente e involucrada. Si esto es correcto, esto proporciona
blancos importantes para todos los terapeutas interesados en establecer relaciones empoderadoras
con sus clientes dado que existen métodos específicos disponibles que son conocidos mediante
experimentación (no meras correlaciones) para fomentar apertura, conciencia y un involucramiento
basado en valores.
Un estudio reciente (Gifford y cols., 2011) encontró que la alianza útil mediaba resultados, pero
cuando la alianza útil y los cambios en la flexibilidad psicológica del cliente eran ingresados en un
modelo de múltiples mediadores, únicamente la flexibilidad psicológica se mantenía como un
mediador – la alianza útil ya no era significativa. Esto no quiere decir que la alianza útil no sea
importante – más bien sugiere que las relaciones terapéuticas poderosas son importantes en parte
porque instigan, modelan y apoyar una mayor flexibilidad psicológica. Eso sería importante para el
campo y para la psicología humanista si fuera verdad, y brindaría un modelo para una manera más
empíricamente responsable y quizás más efectiva de trabajar a través de las implicaciones de la
relación terapéutica para la intervención clínica.
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