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Ave María
3. “Ser pequeñuelo”
Hasta el fin de su vida, sor Teresa del Niño Jesús se esforzará en imitar
al «pequeñuelo»1, permaneciendo delante de Dios como él: «pobre,
desnudo de todo y perpetuamente dependiente»2. Llegada a la cumbre
de unión transformadora, explicará a una de sus hermanas lo que
entiende por esta fórmula: «ser pequeñuela». Estas frases, dictadas un
mes antes de su muerte y textualmente anotadas por la madre Inés, han
de retener toda nuestra atención. Ellas nos ofrecen el pensamiento más
íntimo de la sierva de Dios sobre una de las virtudes mas
características de su infancia espiritual.
Ser «pequeñuelo» es RECONOCER LA PROPIA NADA, esperarlo todo de
Dios, como un niño pequeño lo espera de su padre. Es no inquietarse
por nada, no allegar caudal. Aun entre los pobres se da al niño lo que
necesita; pero en seguida que ha crecido su padre no quiere sustentarle
más, y le dice: «ahora trabaja; puedes bastarte a ti mismo».
«Para no tener que oír esto, no he querido crecer, sintiéndome incapaz
de ganarme la vida: la vida eterna del cielo. Permanezco, pues,
“pequeñita”, sin otra ocupación que la de coger flores, las flore del
amor y del sacrificio, a fin de ofrecerlas a Dios para complacerle...
»Ser pequeño es también NO ATRIBUIRSE A SÍ MISMO las virtudes que
uno practica, creyéndose capaz de alguna cosa, sino reconocer que es
Dios quien pone ese tesoro de la virtud en manos de su hijito; para que
se sirva de él, cuando tenga necesidad; pero siempre es el tesoro de
Dios.
»Finalmente, es no DESALENTARSE POR LAS FALTAS, porque los niños
caen con frecuencia, pero son demasiado pequeños para hacerse
mucho daño» 3.
1
Carta a Leonia, 12 de julio de 1896.
2
Proceso apostólico, 630, madre Inés de Jesús.
3
Novissima Verba, 6 de agosto de 1897.
1
“Ser pequeñuelo” – “Me regocijo de ser imperfecta”
Santa Teresa de Lisieux (págs. 60-61. 68-73).
por decirlo así, «no le ofenden»: tales son todas las pequeñas caídas
«que sólo sirven para humillarnos y para hacer más fuerte nuestro
amor» 11. DESCUBRIMIENTO CAPITAL, que trae a la memoria aquella
expresión de san Agustín al comentar a san Pablo: «Todo coopera al
bien de los que aman a Dios, todo, aun nuestros pecados». Esta
doctrina teresiana revela una psicología en extremo realista. ¿Cuál es el
director que no se ha encontrado con estas almas laberínticas, que
viven perpetuamente replegadas en sí mismas ante el recuerdo de su
miseria, y que, por esta causa, son incapaces de lanzarse hasta Dios,
para fijarse definitivamente en Él? El reconocimiento leal de su
flaqueza las liberaría para siempre. La espiritualidad teresiana con su
«caminito» de infancia nos recuerda muy oportunamente la utilidad de
estas caídas y recaídas cotidianas: «Veis cómo los niños “pequeñitos”
no cesan de romper, de rasgar, de caer, mientras aman mucho a sus
padres. ¿Dejan, por esto, los padres, de colmarlos de caricias? Cuando
yo caigo como un niño, esto me hace tocar con el dedo ni nada y mi
debilidad. Entonces digo: ¿Qué seria de mí, qué haría si me apoyase en
mis propias fuerzas?” Comprendo muy bien que san Pedro cayera.
¡Pobre san Pedro! Se apoyaba en sí mismo, en lugar de apoyarse en la
fuerza de Dios. Nuestro Señor quiso mostrarle su debilidad para que, al
gobernar a toda la Iglesia llena de pecadores, sintiese por sí mismo lo
que puede el hombre sin la ayuda de Dios» 12.
Tocamos aquí una de las enseñanzas más importantes de la
espiritualidad cristiana: es necesario saber aceptar la propia miseria y
aun encontrar en elle el gozo. «La pena que abate nace del amor
propio» 13. «Cuanto más reconocemos humildemente que somos
débiles y miserables, tanto más Dios se incline hacia nosotros, para
colmarnos con magnificencia de sus dones» 14. Con una delicadeza
exquisita, santa Teresa encamina a un alma misionera hacia esa verdad
fundamental, con la cual la sierva de Dios se abraza siempre como con
uno de los puntos esenciales de su «camino de infancia»: «Soy
enteramente de vuestro parecer: al Corazón de Jesús le entristecen más
11
Carta a la madre Inés de Jesús, 1890.
12
Novissima Verba, 7 de agosto de 1897.
13
Proceso apostólico, 1403, sor María de la Trinidad.
14
Proceso apostólico, 1403, sor María de la Trinidad.
4
“Ser pequeñuelo” – “Me regocijo de ser imperfecta”
Santa Teresa de Lisieux (págs. 60-61. 68-73).
las mil imperfecciones de sus amigos que las faltas más graves que
cometen sus enemigos. Pero, hermano mío, me parece que esto ocurre
tan sólo cuando los suyos hacen un hábito de sus infidelidades y no le
piden perdón. En cuanto a los que le aman y se echan a sus pies,
pidiéndole perdón después de cada caída, Jesús salta de gozo. Él dice a
sus ángeles lo que el padre del hijo pródigo dijo a sus criados:
“Ponedle un anillo en el dedo y alegrémonos”. ¡Ah! ¡Qué poco
conocidos son la bondad y el amor misericordioso del Corazón de
Jesús! Es verdad que, para gozar de estos tesoros, es menester
humillarse, reconocer la propia nada, y he aquí lo que muchas almas
no quieren hacer» 15.
«Los mismos santos dejan escapar una multitud de pequeñas faltas,
que les recuerdan su culpable fragilidad y su nada. Podría escribirse un
libro magnífico y muy consolador sobre las imperfecciones de los
santos: en su mayor parte, faltas veniales indeliberadas, a las cuales
ninguna criatura ha podido sustraerse, excepción hecha de la Madre de
Dios y de san José. Un gran doctor, que al mismo tiempo fue un gran
santo, hace notar que los más heroicos siervos de Dios no pueden
sustraerse a esta ley común de la debilidad humana. Todos los santos
tienen sus minutos de fragilidad» 16.
Por una intuición excepcional de los dones de sabiduría y de consejo,
santa Teresa de Lisieux supo hacer de esta amada visión de su miseria
la base de su espiritualidad. «Quisiéramos no caer nunca. ¡Qué
ilusión!» Y añade esta exclamación sublime: «¡Y qué me importa a mí
caer a cada instante! Así siento mi debilidad y saco de ello gran
provecho» 17. Tales acentos caracterizan una espiritualidad.
En lugar de soñar en una perfección imposible, que, por reacción,
producida desquites terribles en la naturaleza, sumergiéndonos en el
desaliento, Teresita prefiere confesar simplemente su fragilidad, para
que Dios encuentre ocasión de glorificarse en su nada. «Siento muchas
debilidades, pero nunca me admiro de ello. No siempre me sobrepongo
tan pronto como quisiera a las nonadas de la tierra. Por ejemplo: estoy
15
Carta del 13 de julio de 1897.
16
Santo Tomás, Summa Theologica, III, p. 79, art. 4, ad 2.
17
Carta a Celina, 12 de marzo de 1889.
5
“Ser pequeñuelo” – “Me regocijo de ser imperfecta”
Santa Teresa de Lisieux (págs. 60-61. 68-73).
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Carta a la madre Inés, 28 de mayo de 1897.
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