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EL MODERNISMO

Entre 1890 y 1914 se produce una serie de profundos cambios sociales y culturales en todo el mundo
occidental, que se conocen bajo el nombre de crisis de fin de siglo. Desde finales del siglo XIX se
gestaba una nueva literatura que triunfa en los primeros lustros del XX. Modernismo y 98 son, en
realidad, las dos caras de una misma ruptura, manifestaciones hispánicas de una “crisis universal”. En
este contexto de desazón y malestar debe situarse la renovación de la poesía, la novela y el teatro a la que
asistiremos durante el siglo XX.
El término de Modernismo se aplicó en el campo de las artes a una serie de tendencias europeas y
americanas, de difusión internacional, que comenzó a desarrollarse a finales del siglo XIX y se prolongó
hasta la Primera Guerra Mundial. En sus inicios hay un inconformismo, una rebelión contra el espíritu
utilitario y materialista de la civilización burguesa, contra el industrialismo que lesionaba al hombre, y un
esfuerzo evidente de renovación totalmente opuesto a las tendencias realistas vigentes. El mismo Rubén
Darío formulaba así su malestar: “Yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer”.
Se produce así la conocida crisis de la conciencia burguesa de la que deriva la actitud modernista de la
que hablaba Juan Ramón Jiménez, que se manifiesta en la rebeldía política de José Martí o en el
aislamiento aristocrático o el refinamiento estético que llevan a la bohemia, al dandismo y a ciertas
conductas asociales y amorales.
Tiene su origen en Hispanoamérica; son José Martí, poeta cubano, y Rubén Darío, autor nicaragüense,
quienes lo crean y difunden. La publicación de Azul en 1888 se ha considerado tradicionalmente como el
punto de arranque del Modernismo, ya que en esta obra se manifiestan con claridad los rasgos
característicos del movimiento.
Es una literatura esteticista, es decir, busca la belleza por encima de todo. El Modernismo supuso un
enorme enriquecimiento estilístico en dos direcciones: por un lado, la brillantez y los grandes efectos; por
otro, el sentido de lo delicado y lo armónico. Destaca la importancia de lo sonoro: así, se potenciará el
ritmo, lo que traerá una renovación de las formas métricas, utilizando versos poco habituales (9,12 y 14
sílabas), a veces compuestos de pies acentuales con su marcado ritmo, e innovando las estrofas, como los
sonetos de versos alejandrinos, disposiciones distintas de rimas…; abundan los recursos fónicos, como la
aliteración o la armonía imitativa. Pero también es importante el color, con efectos plásticos muy ricos,
predominio de la adjetivación, la metáfora, la sinestesia, cultismos y neologismos, buscando un lenguaje
visual y musical.
La influencia de la cultura francesa es decisiva. Del parnasianismo tomó el Modernismo el ansia de
perfección formal, el culto a la belleza, la aspiración a una poesía serena y equilibrada, los temas exóticos
y el concepto del arte por el arte; del simbolismo, la búsqueda del sentido oculto y misterioso de la vida
dentro del yo más profundo del poeta, el ritmo, la musicalidad del verso y el arte de evocar y sugerir a
través de símbolos. Así se recurre a elementos simbólicos para expresar sentimientos, ideas o estados de
ánimo: el cisne se convierte en el símbolo de la estética modernista, el ocaso representa la muerte, el
camino la vida y el otoño la decadencia.
La temática del Modernismo apunta en dos direcciones: una hacia la exterioridad sensible y otra hacia la
intimidad del poeta. Se denomina escapismo al deseo de los modernistas de huir del mundo, con una
elegancia exquisita, por los caminos del ensueño. Los autores buscan una evasión de la realidad,
situándose en escenarios lejanos tanto en el espacio como en el tiempo: hacia épocas pasadas, medievales,
renacentistas y dieciochescas, o la mitología clásica, con su sensualidad pagana; hacia lugares y
civilizaciones exóticas, como China, Japón, la India… o ambientes lujosos de palacios, jardines,
pagodas…. En estas evocaciones de tiempos remotos y ambientes refinados abundan los motivos
coloristas: fiestas cortesanas, ninfas y princesas, cisnes, y elefantes, flores de loto y piedras preciosas…
Ligado a lo anterior, se encuentra el cosmopolitismo. Surge, como una necesidad más de evasión, el
anhelo de buscar lo distinto, lo aristocrático. Esto desembocó en la devoción por París y su Montmartre,
con sus cafés y sus bohemios, sus “dames galantes” y sus “dandys”. Aunque pueda parecer una
contradicción con lo anterior, el tratamiento de temas americanos, lugares, héroes y mitos, como
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Caupolicán de Rubén Darío, se consideró una manifestación más de la evasión hacia el pasado. Los
modernistas hispanoamericanos incrementaron el cultivo de la temática indígena en su deseo de buscar
las raíces de una personalidad colectiva. Esa misma búsqueda del origen explicará también la entrada de
temas hispanos. Aunque en los inicios hubo un desvío de lo español, después, tras el 98, hay un nuevo
acercamiento, un sentimiento de solidaridad con los pueblos hispánicos frente a la pujanza de los Estados
Unidos, como Rubén Darío, en sus Cantos de vida y esperanza, en los que exalta lo español como un
acervo de valores humanos y culturales frente a la sociedad yanqui.
Otro núcleo temático importante es la expresión de la intimidad personal: sentimientos de hastío y
angustia, tristeza y melancolía... como manifestación de una insatisfacción existencial, que se rodea de
ambientes otoñales o crepusculares, parques solitarios y abandonados, tardes grises, nocturnos… El
Modernismo tiene una filiación romántica y son notables las afinidades entre ambos movimientos:
análogo malestar contra una sociedad vulgar, parecida sensación de desamparo, desarraigo y soledad; se
exaltan de nuevo las pasiones y lo irracional por encima de la razón y la literatura vuelve a dar entrada al
misterio, lo fantástico y los sueños. Hay que destacar una excepción al despego de la inmediata tradición
española, al rechazo de la literatura anterior, la influencia de Bécquer, como precursor del simbolismo.
De él arranca una veta intimista y sentimental que reconocerán los poetas modernistas, como puente entre
el Romanticismo y la poesía contemporánea.
En esta literatura hay un contraste reiterado entre el amor y un intenso erotismo. Así asistiremos a la
idealización de la mujer, al amor imposible, y frente a ello, al erotismo desenfrenado en descripciones
sensuales.
En conclusión, la temática modernista revela, por una parte, un anhelo de armonía frente a un mundo
que siente inarmónico, un ansia de plenitud y perfección, impulsada por la insatisfacción íntima; y por
otra parte, una búsqueda de raíces en medio de aquella crisis que produjo un sentimiento de desarraigo
en el escritor.
El Modernismo español presenta una serie de particularidades: a pesar de la fuerte influencia de Rubén
Darío, no se centró tanto en los temas mitológicos y orientales ni desarrolló una poesía tan descriptiva y
sensorial como el Modernismo hispanoamericano; las referencias a culturas lejanas fueron sustituidas por
el folclore andaluz, el mundo árabe que dejaba entrever la Alhambra, la belleza mágica de Galicia y los
paisajes de los abandonados pueblos de Castilla.
Sus mejores frutos literarios fueron los que se inspiraron en el simbolismo, es decir, una literatura
intimista, llena de tristeza y melancolía, que aborda sentimientos y preocupaciones universales como el
sentido de la vida y la soledad del ser humano, con menos sonoridades y menos alardes formales. Aquí
incluiríamos a Manuel Machado, Villaespesa o Marquina, las obras poéticas de la primera etapa de
Antonio Machado (Soledades, galerías y otros poemas - 1903) y Juan Ramón Jiménez (Elejías - 1907)
y la prosa modernista del Valle-Inclán de Las sonatas (1902-1905).
Según Davison, “es imposible comprender la literatura hispánica moderna sin tener en cuenta los
descubrimientos de los modernistas”. Y, en efecto, la poesía española salió del Modernismo
absolutamente distinta de lo que había sido antes. Esos poetas realizaron un ingente trabajo en el campo
del lenguaje que resultó decisivo para la renovación de la palabra poética y, aunque ahora desechemos
gran parte de sus galas excesivas, quedarán como ejemplo de inquietudes artísticas y de libertad creadora.

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