llegó a ser inmenso. Recordemos por un momento que incluía la casi totalidad del continente Europeo, el norte de África y el Oriente Próximo (lo que hoy es Siria.) Una extensión tan enorme suponía una gran dificultad a la hora de comunicar Roma con los distintos puntos del Imperio. Podemos aclarar mejor este inconveniente si nos planteamos cuántos accidentes geográficos (ríos, montañas, mares) había que superar para enviar mercancías, órdenes, noticias o soldados desde Roma al norte de Francia o Siria, por poner dos ejemplos. Con la intención de salvar este obstáculo, Roma desarrolló una potente flota naval que permitía comunicar entre sí y de manera segura todas las provincias del Imperio. Las naves romanas a remo -con dos o tres filas de remos –o a vela recorrían todo el mar Mediterráneo. Transportaban el trigo de Egipto a la ciudad de Roma, o el vino de Hispania a Britania (lo que hoy denominamos Gran Bretaña.) De esta manera regiones muy distantes entre sí pudieron establecer relaciones y lazos permanentes. Por otro lado, Roma creó grandes vías y calzadas que conectaban todas las regiones del Imperio con Roma. De esta manera, las legiones (y las mercancías o las noticias) podían recorrer el Imperio de un lado a otro según las necesidades de cada momento. Esta red de calzadas precisó la construcción de grandes puentes, como el de Alcántara, en la provincia de Cáceres, sobre el río Tajo, cuyos arcos centrales miden 36 metros, o el de Mérida, sobre el río Guadiana, que mide 792 metros.
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