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CUOTA DE GÉNERO.

LA EQUIPARACIÓN ES UNA NECESIDAD


IMPOSTERGABLE

Dra. Ma. Macarita Elizondo Gasperín1

Garantizar la igualdad sustantiva de mujeres y hombres en el ámbito de lo público


es una necesidad histórica de la sociedad en su conjunto. De ahí que la no
discriminación y la equidad son los ejes primordiales en donde se debe construir la
estructura que haga posible la participación efectiva de las mujeres en el ejercicio
parlamentario en México.

La presencia de las mujeres en la política desde las funciones del congresos, debe
fincarse en la premisa irrenunciable de que esa participación requiere ser ajena a
condicionamientos de cualesquier índole, sean estos por causa de su edad, de su
estado civil, escolar, cultural, de salud, preferencias sexuales, condición social,
rasgos personales, opiniones, capacidades diferentes y origen étnico o nacional.

Es por ello que desde los espacios de la vida pública se vuelve necesario prohijar
acciones afirmativas que dinamicen e instrumente medidas específicas y
concretas que en el corto plazo hagan posible la igualdad política de mujeres y
hombres en los partidos, así como en las instituciones del Estado y entre ellas,
específicamente, en las Cámaras de Diputados y de Senadores.

No cabe duda que lejos se ha quedado aquél año de 1993 cuando en el Código de
la materia se señalaba el mero deseo de que los partidos políticos “promovieran
una mayor participación de las mujeres en la vida política del país”.

Ello no dejaba de ser una mera declaración democrática de buena voluntad, pero
nada más. No obstante, por primeras vez en un ordenamiento federal se buscaba,
aunque sin la solidez necesaria, abrir el camino a la reivindicación electoral del

                                                            
1
Consejera Electoral del Instituto Federal Electoral

 
voto pasivo de las mujeres. Es decir, por primera vez, de una manera elocuente,
la presencia de la mujer formaba parte de la agenda política nacional y, con ello,
se reconocía una deuda histórica que el Estado tenía con la otra mitad de su
población.
Ello, obviamente era insuficiente, a pesar de que tuvo un impacto positivo en
aquella LVI legislatura; en la que el porcentaje de mujeres pasó de un 8 por ciento
de participación al casi 14 por ciento en la Cámara de Diputados y de un cuatro
por ciento, a un 13 por ciento en la Cámara de Senadores.

No obstante, por muy diversas causa, fue perdiendo el impulso inicial, pues hasta
el año de 1996 y concretamente en el año 2002, se volvió a poner en el centro de
la discusión de los partidos políticos.

En artículo 175 de aquel COFIPE, las llamadas cuotas de género fueron algo más
que buenas intenciones. Así, por ejemplo, en 1996, se aprobaba una fracción XXII
transitoria del Código, donde se señalaba que los partidos considerarían en sus
estatutos que las candidaturas a diputados y senadores no excediesen del 70 por
ciento para un mismo género. Y ordenaba que “se promovería la mayor
participación política de las mujeres”. Pero sin instrumentar jurídicamente dicha
participación.

Por su parte, en las reformas de 2002, en el apartado “B” de dicho artículo 175, del
Código se sancionaba que “Las listas de representación proporcional se
integrarían por segmentos de tres candidaturas y que en cada uno de los tres
primeros segmentos de cada lista habrá una candidatura de género distinto. Así
mismo, por primera vez en el apartado “C” de dicho artículo se daba un sistema de
sanciones para los partidos que no cumpliesen con el mandato de la ley.

Sin embargo, aunque se estipulaba que la distribución o la proporción de las


candidaturas debían repartirse según el género, la normativa dejaba un vacío que
era aprovechado por los institutos políticos para sesgadamente construir

 
candidaturas “simbólicas”; por ejemplo, las de diputadas suplentes o colocar
candidatas en los últimos lugares de las listas de representación proporcional.
A pesar de esas reformas, en la actual integración del Congreso de la Unión, en el
Senado, solamente el 19. 5 % son mujeres lo que equivales a 25 senadoras de un
total de 128; respecto de la integración de la Cámara de Diputados, de las
quinientas diputaciones únicamente 124 curules están ocupadas por mujeres; lo
que representa apenas el 24.8 %. La disparidad es manifiesta, sobre todo si la
reflejamos en el componente del padrón electoral: existen registrados en el mismo,
37 millones, setecientos treinta y siete mil, novecientos un hombres; mientras que
ese mismo padrón arroja la cantidad de 40 millones, cuatrocientos noventa y cinco
mil, quinientos diecinueve mujeres, es decir el 48. 27 % y el 51. 73%
respectivamente. Esto no es un argumento meramente demográfico, para poner
el fenómeno de la irrupción de la mujer en el centro de la política, pero sí
constituye un dato duro y por lo tanto irrefutable, que permite fijar con exactitud la
dimensión del problema.

No obstante los logros alcanzados, resulta evidente que las mujeres, no sólo
socialmente sino demográficamente, están inequitativamente representadas en el
ejercicio legislativo, pues además de que su número es mayor al de los hombres,
su universo de afectación no tiene un contrapeso camaral específico.

La incorporación de las mujeres al trabajo legislativo permite conocer y valorar la


trascendencia que el pensamiento, los intereses y la perspectiva de género aporta
a las acciones propias de la legislación. De ahí que la eliminación de toda forma
de discriminación en los espacios de la vida parlamentaria sea una necesidad de
carácter histórico.

Ello no sólo debe entenderse respecto de la legislatura federal, sino que la ola
expansiva del empoderamiento de las mujeres requiere alcanzar todos los niveles
de gobierno; ya de la federación, ya de los estados ya de los municipios,
entendiéndose necesariamente entre ellos a las legislaturas locales y a los
poderes judiciales.

 
La transversalidad política, hace posible que, a través de acciones específicas, se
plantee una estrategia, no coyuntural sino de corto y mediano plazo, que mediante
una ingeniería parlamentaria impulse la formación y desarrollo de instancias de
participación de las mujeres en la vida legislativa a nivel nacional. Abordando
temas como es el caso de la paridad, vis á vis el género. Esa presencia, entre
otras bondades, empataría o mejor dicho, cumpliría con los compromisos
internacionales signados por el gobierno de México en esta materia.

El derecho electoral en México, en materia de género a lo largo de la segunda


mitad del siglo pasado (en 1953 se reconoció a la mujer su calidad de ciudadanas
y por consiguiente su derecho de voto, desde entonces ha transcurrido más de
medio siglo) pero muy marcadamente en la última década de la anterior centuria y
lo que va de la presente, ha tenido cambios significativos para la participación de
las mujeres en la vida política, tanto en el Congreso de la Unión -Cámara de
Diputados y Cámara de Senadores- como desde los propios partidos políticos; sin
embargo, aún persisten inercias y atavismos históricos. Asimismo, el derecho
electoral en materia de equidad de género, por su propia naturaleza guarda una
estrecha relación con los derechos humanos de las mujeres que es necesario
empatar.

Es en ese orden que en 2001 el Senado de la República ratifica el Protocolo


Facultativo de la Convención sobre la eliminación de todas las Formas de
Discriminación en Contra de la Mujer. Poniéndose acorde con el concierto de las
naciones en esta materia.

Conforme con esos instrumentos jurídicos internacionales, se reforma el artículo


primero de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (14 de
agosto de 2001) donde se proclama en el artículo primero la garantía individual de
la no discriminación. En ese precepto se prohíbe cualquier tipo de discriminación y
por cualquier motivo, que atente contra la dignidad humana o bien tenga por
objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.

 
Esa ruta de la igualdad tuvo eco, pues como ya se dijo, en el año de 2002 se
regula en el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales las
llamadas cuotas de género o equidad de género, respecto de las candidaturas
propuestas por los partidos políticos. Por cuanto hace a la materia penal, en ese
mismo año, se tipificó en el Código Penal para el Distrito Federal el delito de
discriminación por razón de género.

En la susodicha reforma en materia electoral de 24 de junio de 2002, al artículo 4


del COFIPE se le adiciona un nuevo numeral en donde se señala que los partidos
políticos tienen la obligación de instrumentar la igualdad y la equidad entre
hombres y mujeres para acceder a los cargos de elección popular.

Desde esa perspectiva, eI Instituto Federal Electoral expidió en el ámbito de su


competencia, el Acuerdo de 12 de marzo de 2003 por el que se aprobaron
diversas disposiciones para garantizar la igualdad de oportunidades y la no
discriminación durante los procesos electorales federales.

Todo ello es una muestra clara de cómo mediante la ruptura de los paradigmas
político-electorales que venían marcando directrices en años anteriores se ha
hecho posible un avance, aunque no suficiente, pero sí consolidado, hacia la
igualdad de géneros en el espectro electoral.

No obstante, al concluir prácticamente la primera década del siglo XXI, en el seno


de la sociedad mexicana sigue siendo una constante la postergada igualdad de
oportunidades para acceder por parte de las mujeres, a los cargos de elección
popular; y por ende su marginal participación directa en los asuntos políticos que
por necesidad les atañen.

La reforma constitucional así como la nueva legislación plasmada en el Código


Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) trajo cambios en
este rubro. Ahora por mandato de ley, los partidos políticos deben promover y
garantizar la igualdad de oportunidades para las mujeres en su postulación para
candidaturas a los cargos de elección popular; más aun, los propios partidos

 
deben procurar la paridad de géneros para su acceso al Congreso de la Unión
tanto en las diputaciones de mayoría relativa como en las de representación
proporcional. (art. 218 del COFIPE).

Esta nueva disposición me parece que aún se queda corta y no refleja la realidad
del componente demográfico y socioeconómico del país, pues el Constituyente
Permanente no equiparó a hombres y mujeres, toda vez que las candidaturas,
tanto de senadores como de diputados, la norma legal sólo mandata a que “al
menos el cuarenta por ciento de candidatos propietarios” correspondan a un
mismo género. Con la aclaración que el propio artículo 219 señala en su párrafo
dos, que quedan exceptuadas de esa obligación aquellas candidaturas de mayoría
relativa que sean resultado de un proceso de elección democrático, conforme a los
estatutos de cada partido. Dice además la norma legal, “procurando llegar a la
paridad”. Dada la inercia propia de los partidos, difícilmente ello podría igualarse, y
mucho menos revertirse, para que hubiese más candidatas mujeres que hombres.
(art. 219 del COFIPE).

La expresión de la norma legal de “procurando la paridad” es un loable deseo del


legislador, pero esa propuesta deja en manos de los dirigentes partidistas la
decisión de igualar el número de candidatos por género. De ahí que la
preponderancia masculina será una constante mientras no se reforme el texto
legal y se mandate que deberán concurrir como candidatos por el principio de
mayoría relativa en las candidaturas de diputados y senadores en igual número
por género; esto es, la mitad de los candidatos a diputados por ese principio serán
mujeres y de la misma manera la mitad de los candidatos al Senado deberán ser
mujeres.

Por lo que respecta a las candidaturas propuestas por listas de representación


proporcional, el Código de la materia, preceptúa que dichas listas se integrarán
por segmentos de cinco candidaturas y que en cada uno de los segmentos de
cada lista habrá dos candidaturas de género distinto, de manera alternada (art.
220 del COFIPE).

 
El desacato a esas disposiciones relativas a la cuota de género, será causa
suficiente para que el Consejo General requiera al partido correspondiente su
cumplimiento dentro de las cuarenta y ocho horas. Si el partido no cumpliere con
las sustituciones pertinentes, al menos en el mínimo de dicha cuota, será
amonestado públicamente dándosele veinticuatro horas para que cumpla; pero si
ni aún así lo hiciere, entonces el partido será sancionado con la negativa del
registro de las candidaturas correspondientes. (art. 221 del COFIPE).

Para efectos de cumplir con lo preceptuado por la normatividad en materia de


cuota de género, se publicó el Acuerdo del Consejo General del Instituto Federal
Electoral en el que se indican los criterios aplicables para el registro de
candidaturas a diputados por ambos principios que presenten los partidos políticos
y, en su caso, las coaliciones ante los Consejos del Instituto, para el proceso
electoral federal 2008-2009 (CG523/2008).

Toda vez que el COFIPE no establece el procedimiento para cumplir con lo


preceptuado en el artículo 221, en dicho Acuerdo se instrumentaron los
mecanismos que deberá seguir el Consejo General en los casos en que los
partidos políticos o las coaliciones no cumplan con lo señalado en el mencionado
artículo 221 del COFIPE, a fin de dar certeza y objetividad respecto de la negativa
del registro de candidatos cuando los partidos reincidan en no corregir las
propuestas que no cumplan con lo sancionado por el Código de la materia (ello
tiene su fundamento en lo dispuesto por el artículo 105, párrafo 2, en relación con
el 18, párrafo 1, inciso z) del multicitado Código).

En ese tenor, los numerales del décimo cuarto al décimo sexto de dicho acuerdo
dan cuenta de los mecanismos para determinar las candidaturas cuya solicitud de
registro se niega en caso de violación de la norma.

Así, el numeral decimosexto, preceptúa que para aplicar dicho artículo 221,
párrafo 2, del Código, en caso de las candidaturas de mayoría relativa, se
realizará un sorteo entre los candidatos registrados por el partido o la coalición
para determinar quiénes de ellos perderán su candidatura, hasta satisfacer el

 
requisito establecido en el artículo 219 de dicho código, excluyendo, como ya se
dijo, las candidaturas que fueron producto de un proceso democrático.

Por lo que se refiere a las candidaturas de representación proporcional, se toman


las siguientes medidas:

a) Si de la lista se desprende que cada uno de los segmentos tiene dos


candidaturas de género distinto, pero éstas no se encuentran alternadas, es decir
no se presentan en el orden de una mujer y en seguida un hombre y después una
mujer y así sucesivamente, se procederá a invertir los lugares de los candidatos
para con ello ponerlos acordes con las disposiciones normativas;

b) Si de las listas (cinco listas en su caso, una por cada circunscripción en que se
divide el territorio nacional en materia plurinominal) se colige que todos o alguno
de los segmentos no tiene dos candidaturas de género distinto, entonces se
procederá a ubicar en los lugares correspondientes en forma alternada a los
primeros candidatos de género distinto al predominante que esté en la lista.
Recorriendo los lugares hasta cumplir con el requisito legal en cada uno de los
segmentos. No obstante, si aun así no se ajusta el requisito de ley, se suprimirán
de las respectivas listas las fórmulas necesarias hasta ajustarse al límite permitido
por la normatividad, hasta satisfacer el requisito de que las fórmulas de candidatos
propietarios de un mismo género no superen el setenta por ciento y, así mismo,
que los segmentos se integren por dos candidaturas de género distinto, iniciando
con los registros ubicados en los últimos lugares de cada una de las listas. Es
importante señalar que tanto en los casos de mayoría relativa como en de
representación proporcional, la negativa del registro, en su caso, se entenderá
respecto de la fórmula completa, es decir de propietario y suplente.

Como puede observarse, la reforma y el nuevo COFIPE crearon los lineamientos


para una verdadera aplicación de cuota de género que hiciera de lado los
disimulos democráticos en contra de las mujeres.

 
En ese orden, la totalidad de solicitudes de registro de candidaturas de diputados
por mayoría relativa por los partidos políticos nacionales y coaliciones fueron
presentadas ante los trescientos Consejos Distritales, quienes celebraron la
sesión correspondiente a fin de registrar a dichos candidatos y en esa misma
fecha, fueron presentadas las candidaturas para diputados de representación
proporcional ante el Consejo General del Instituto Federal Electoral.

La igualdad efectiva entre hombres y mujeres se inscribe en la totalidad de los


derechos humanos. Sin desdoro a esa tesis, que suscribo en todos sus términos,
es, por otra parte, necesario escudriñar la vertiente política de esa necesaria, justa
y ampliamente esperada igualdad desde la idea de la razón pública:

Una sociedad política racional, construye planes y elabora finalidades en orden a


prioridades y toma sus decisiones en concordancia con todo ello. La manera en
que lo hace constituye la expresión más acabada de su razón pública.

La razón pública característica a una sociedad que se concibe a sí misma como


democrática. Ello es así, toda vez que el objetivo de su acción necesariamente se
convierte en la realización del bien supremo de lo público. Ese bien supremo no
es otra cosa que la acción común reflejada en instituciones, propósitos y
finalidades.

La razón de lo público es previa a la ley. En ella concluye, a ella se dirige, más no


es la norma jurídica de donde proviene. Es la razón pública una aspiración política
que se da una sociedad como concepción del “ideal ciudadano”. Su expresión más
acabada se conjuga en la constitución de un estado democrático garantista de
derecho.

No sólo los políticos sino los ciudadanos actúan desde su circunstancia teniendo
como perspectiva la razón pública. Ello se debe a que existe una relación entre
los ciudadanos y la política. Eso mimo presupone una participación en las
decisiones electorales y por consiguiente en la necesaria equidad de género en la
función parlamentaria, pues unas y otros están de esa manera debidamente

 
representados. Sólo bajo esta fórmula, el ejercicio del poder político es el
apropiado y en consecuencia, éste puede ser suscrito por ciudadanos y
ciudadanas a la luz de principios de igualdad razonable y racional. Eso es a lo que
debe llamarse legitimidad política.

La igualdad, en razón pública comprende a su vez una relación política entre


ciudadanos dentro de la estructura social, si ello es así, implica, por tanto, una
participación igualitaria no solo al votar sino a ser votados.

A sabiendas que en el seno de la sociedad se ejercitan o se profesan una


diversidad de valores, creencias, ideologías, ya políticas, ya económicas, ya
culturales, etc., la igualdad como posibilidad real de acceder a cargos de elección
popular es suscrita por la gran mayoría de la ciudadanía como un ideal de la vida
democrática. El reconocer que debemos conducirnos por lo objetivamente
democrático incluye el ejercicio del ideal de razón pública.

Como antes lo advertíamos, los valores ciudadanos implicados en la razón pública


se encuentran contenidos en un régimen constitucional democrático garantista de
derecho. Esa razón pública encuentra, a su vez, inmersa en un consenso de
ideas de civilidad, donde el ciudadano está consciente de tener la parte alícuota
de responsabilidad en la construcción de una cultura que trasciende al mero
compromiso político para reconoce como verdad incontrovertible esa igualdad que
vale por sí misma porque es un derecho humano y por tanto esencial para vivir en
sociedad.

La igualdad política entre mujeres y hombres en el acceso a los cargos de


elección popular, requiere de tres causas y razones fundamentales: a) derechos
específicos de carácter electoral, entendidos como libertades y oportunidades
básicas de orden eminentemente constitucional, b) prioridad especial a los
derechos de libertad y oportunidad para la mujer, c) activación de medidas que
aseguren a todos los ciudadanos y las ciudadanas medios apropiados que hagan
posible el ejercicio de la libertad y oportunidad de ser votados y d) la voluntad
partidista de hacer posible esta forma de democratización interna. Por ello, la
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fórmula mínima de porcentajes que se da en la realidad política partidista de 40
por ciento de candidaturas para mujeres y 60 por ciento para hombres que es
como sucede en los hechos, está en la realidad rebasada. No corresponde a los
valores ciudadanos de igualdad histórica que ésta demanda pero nunca ha tenido.

La concepción de la paridad de oportunidades para acceder a los cargos de


elección popular, es de justicialidad política. Su formulación es aplicada a la
estructura básica de la ciudadanía en su conjunto como un esquema de igualación
social, la cual tiene como base ideas políticas fundamentales que devienen de la
cultura política que permea a toda sociedad democrática.

Por tanto resulta esencial que una política igualitaria incluya, además de los
principios de justicia electoral, razonamientos pertinentes que aclaren y declaren
los valores sustantivos que dan razón de ser a la paridad de género en el llamado
voto pasivo; para decirlo en términos kantianos, se requieren argumentos basados
en la libre y bien informada razón y en la puntual reflexión, en tanto que éstas
expresen acertadamente nuestra opinión y con ello nuestro deseo político. Desde
luego dichos principios se conjugan en reglas a través de las cuales los
ciudadanos deciden la aplicación adecuada de esos principios identificando las
políticas y las normas que mejor los satisfagan.

Los valores de la razón pública contienen virtudes políticas como son la


razonabilidad y la justicialidad política, pero también la disposición manifiesta de
reconocer el valor de la civilidad en la convivencia político-social. Además, esa
conjugación hace posible que la discusión de lo público contribuya a la
construcción de las instituciones democráticas del Estado.

El conocimiento y las maneras de razonar que fundamentan la adhesión a estos


principios y su materialización en elementos prácticos de eficiencia electoral,
llevan necesariamente a su aceptación por la gran mayoría de la ciudadanía. Si
ello no fuese así, la concepción política de la equiparación en la cuota de género
carecería de una base pública de justificación.

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Ello significa que la equiparación entre mujeres y hombres en oportunidades para
aspirar a una candidatura a cargo de elección popular, implica que los valores
específicos de esa concepción pueden equilibrarse y combinarse apropiadamente
al unirse en la dinámica social, de tal manera que den una suerte de respuesta a
todos los planteamientos que se ponga sobre la mesa de la discusión política los
principios sustantivos que dan sentido y razón a la igualdad.

Por tanto aceptar la idea de razón pública de la equiparación en la cuota de


género y sus implicaciones sociales, políticas y comiciales, es aceptar una
concepción de la justicia más allá de la coyuntura inmediata de la política partidista
para acceder a una concepción roussoniana de ciudadanos libres e iguales con un
deber de civilidad y un ideal de sociedad democrática.

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