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Relaciones.

Estudios de historia y sociedad


ISSN: 0185-3929
relacion@colmich.edu.mx
El Colegio de Michoacán, A.C
México

Will de Chaparro, Martina E.


DE CUERPO A CADÁVER: EL TRATAMIENTO DE LOS DIFUNTOS EN NUEVO MÉXICO EN LOS
SIGLOS XVIII Y XIX
Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXIV, núm. 94, primavera, 2003, pp. 61-90
El Colegio de Michoacán, A.C
Zamora, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709403

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DE CUERPO A CADÁVER:
EL TRATAMIENTO DE LOS DIFUNTOS EN
NUEVO MÉXICO EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX
RELACIONES 94, P R I M AV E R A 2003, VOL. XXIV
Martina E. Will de Chaparro*
TEXAS WOMEN’S UNIVERSITY
En el Nuevo México de los siglos XVIII y XIX, los difuntos no solían des-
cansar en sus sepulcros. La costumbre popular de enterrarlos en los
confines de la iglesia significó que las inhumaciones más recientes
desplazaban a las antiguas. Por esto, los huesos y cráneos frecuente-
mente quedaron desarticulados y rotos. Entre el funeral y el entierro
el tratamiento del cadáver experimentó un cambio profundo. Este en-
sayo explora este cambio mediante el análisis de registros históricos,
hallazgos arqueológicos y relatos de viajeros.
(Nuevo México, ritos funerarios, siglo XVIII, siglo XIX)
espués de estrangular a su esposa con “un torzal de
nerbio”, Manuel Gallego acompañó al cadáver toda la
D noche en su casa conyugal en San Antonio del Rancho,
cerca de San Ildefonso Pueblo en Nuevo México. En la
mañana, ese campesino de cuarenta y siete años de edad
huyó a la casa de su padre. Más tarde, investigadores del vecino pueblo
de Santa Cruz de la Cañada acudieron a la casa conyugal de Gallego y
su esposa, donde encontraron el arma, aún rodeando el frío cuello de
María Espíritu Santo Roybal. Tras interrogar al cuerpo sin recibir respues-
ta alguna, las autoridades concluyeron que, en efecto, estaba muerta.
Durante los procedimientos criminales contra Gallego en 1834, casi
no hubo lugar a disputas o discusiones, ya que al ser aprehendido con-
fesó abiertamente su culpa. Además, varios testigos dijeron que Gallego
daba “mala vida” a Roybal; es decir, su matrimonio era caracterizado
por el abuso doméstico. No obstante la abrumadora evidencia en contra
de Gallego, el encargado de su defensa, Alonso Martín, argumentó que
no se debía aplicar la pena de muerte. Acogiendo el hecho de que Ga-
* mwill@twu.edu Este ensayo es parte de una obra más extensa sobre costumbres
mortuorias en Nuevo México, para la cual la autora agradece la generosidad del Clements
Center for Southwest Studies de Southern Methodist University, el Programa Pew en Reli-
gión e Historia Americana de Yale University, las Ciudades Hermanas de Albuquerque, y
las siguientes oficinas de New Mexico University: el Departamento de Historia, el Instituto
Latinoamericano e Ibérico, el Comité de Asignaciones de Recursos Estudiantiles, la Ofi-
cina de Estudios de Posgrado, y el Centro para Estudios Regionales. Agradezco también
a los dictaminadores del artículo.
6 1
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llego pasó la noche junto al cadáver, Martín reconoció que aunque era aún era sensible.4 Tan parecidos eran el dormido y el difunto que sólo la
un asesino, sus actos después eran “humanos” y no los de un desalma- descomposición del cadáver constituía evidencia irrefutable del falleci-
do matón a sangre fría como aducía el fiscal. Aunque Martín concordó miento. Aunque el cadáver estaba frío al tacto y la rigidez empezaba, la
que el acto de Gallego merecía castigo, su negativo a abandonar el cuer- piel de Roybal no perdía su suavidad. Entonces, estaba en el estado li-
po en la noche mostraba remordimiento y, por lo tanto, justificaba un fa- minal y el alma permanecía cerca.
llo distinto a la pena de muerte.1
Aunque Martín reconoció que era difícil armar una defensa para Ga-
llego, quien no intentó ocultar su crimen y lo confesó abiertamente du- LA MUERTE APARENTE Y EL ESTADO LIMINAL DEL CADÁVER
rante su interrogación, el caso revela los valores y creencias asociados
con los difuntos. El argumento de Martín hace eco de ideas que provie- Antes de que la muerte se manifestara mediante procesos fisiológicos
nen de otros lugares de la América española colonial, donde la actitud como la desecación, se pensaba que un semblante de la persona perdu-
del asesino podía afectar la sentencia.2 Aunque el caso termina antes de raba después de que el cadáver se ponía rígido. En los siglos XVIII y XIX,
conocer el destino de Gallego, el argumento del abogado indica que abundaban las creencias populares en la continua vitalidad del cuerpo.
hubo algún valor de redención en la lealtad que Gallego mostró al ca- Desde la Edad Media, por ejemplo, era ampliamente aceptado que el ca-
dáver de su difunta esposa. Al igual que el suicida que pasó la noche re- dáver de una persona asesinada reaccionaba en presencia del asesino
zando a los santos en un altar casero antes de sucumbir a sus lesiones para delatar al culpable.5 La dificultad de “confirmar” el momento del
autoinfligidas, la decisión de Gallego de pasar la noche con la esposa fallecimiento borraba la frontera entre vida y muerte, y por cada perso-
que acababa de matar, indicaba arrepentimiento. na de inclinación científica que se oponía a estas nociones después de la
Empero, aparte del remordimiento, su permanencia junto al cadáver Ilustración, había muchas historias de cadáveres resucitados y ataúdes
tenía un significado más profundo, dado que en ese entonces no se con- sonoros que atestiguaron las virtudes perdurables de los restos físicos,
cebía a la muerte como un acto que ocurría en un momento fijo. La particularmente en los días entre la muerte y el entierro.
muerte no representaba sólo el fin de la existencia física, sino el inicio de La creencia popular sólo respaldaba los hallazgos del más grande
un proceso creativo o regenerativo, mediante el cual cuerpo y alma fue- defensor del concepto del “cuerpo incorruptible”: la Iglesia católica, que
ron separados y devueltos a sus estados originales: “ceniza a ceniza, daba incontables ejemplos de cuerpos santos que conservaban su elasti-
polvo a polvo”.3 Antes del entierro, cuando se pronunciaban estas pala- cidad, emitían olores no pútridos sino florales, y no sufrían el proceso
bras, se creía que el difunto estaba en un estado liminal y que el cadáver normal de descomposición. La teología barroca consideraba indispensa-
bles el cuerpo y los sentidos para comunicar lo divino, especialmente
1
Procedimiento contra Manuel Gallego por el asesinato de su esposa, María Espíritu
para las personas normales que sólo podían empezar a captar la gran-
Santo Roybal, San Antonio del Rancho, febrero 3-abril 22, 1834. Center for Southwest Re-
search, University of New Mexico, Albuquerque, Nuevo México (de aquí en adelante,
CSWR), Colección Sender, doc. 124 (1/724-751). 4
Ibid., véanse también Philippe Aries, The Hour of the Death, trad., Helen Weaver,
2
En Perú, por ejemplo, el arrepentimiento podía significar la diferencia entre la Nueva York, Alfred A. Knopf, 1981, capítulo 8, especialmente p. 355; y Juan Pedro Vi-
muerte en la hoguera o por estrangulación. Irma Barriga Calle, “La experiencia de quiera, “El sentimiento de la muerte en el México ilustrado del siglo XVIII a través de dos
la muerte en Lima, siglo XVII”, Apuntes 31, 1992, 86. textos de la época”, Relaciones 5, 1981, 32.
3
Mircea Eliade, “Mythologies of Death: An Introduction,” en: Frank E. Reynolds y 5
Yves Ferroul, “The Doctor and Death in the Middle Ages and the Renaissance”, en
Earle H. Waugh, eds., Religious Encounters with Death, University Park, Penn State Uni- Death and Dying in the Middle Ages, eds., Edelgard E. DuBruck y Barbara I. Gusick, Nueva
versity Press, 1977, 15. York, Peter Lang Publishers, 1999, 38.
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deza de Dios por medios visuales y auditivos. Los cuerpos santos fue- estudiar las preciadas vísceras los oficiales las enterraron de nuevo de-
ron exhumados y examinados a menudo por actos que –supuesta- bajo del piso de la catedral con toda pompa y ceremonia.8
mente– ellos mismos generaban, como hacer ruido o expedir olores Aunque allí no había microscopios u otros equipos científicos para
agradables, que impulsaron a las personas vivas a abrir sus tumbas. Iró- examinar los cadáveres, en Nuevo México no faltaban ni cuerpos sagra-
nicamente, como en el caso de Santa Teresa de Ávila, las propiedades dos ni mitologías populares, por ejemplo, el caso de fray Francisco Bra-
extraordinarias del cadáver podían cambiar su destino, ya que la “carne gado en 1825. Este religioso, que había servido por 15 años en el norte
incorruptible” “daba lugar a otro tipo de desintegración. Poco a poco el de Nuevo México, murió un atardecer en enero “con todo conocimien-
santo era destazado y pedacitos de su cuerpo fueron distribuidos en to y muy conforme”.9 Veintiséis horas después, Juan José Salazar lim-
todo el mundo”.6 Líderes espirituales como Juan de Palafox y Mendoza piaba la cara del cadáver con vinagre, un conservador de uso común.
dejaron indicaciones en sus testamentos para que sus órganos vitales Mientras trabajaba, notó “que de una cortada que hicieron al afeitarlo,
fueran partidos y depositados en ciertos lugares de devoción. Similar- salía sangre tan fresca como si estuviese vivo y le corrió hasta la punta
mente, se creía que los restos físicos milagrosos eran evidencia de vir- de la barba”.10 ¡Sin duda, era señal de la virtud del fraile! Este suceso fue
tud y santidad, y tanto las creencias populares como el folklore hicieron tan notable que el fray Teodoro Alcina no sólo registró la asistencia de
eco de estas ideas, incluso después de la Ilustración. varios testigos de la sangre fresca, sino que llamó al alcalde del pueblo
La ciencia servía a la teología, ya que los médicos y otros expertos a firmar el libro de entierros parroquial y añadir el peso de la autoridad
emplearon instrumentos científicos para probar, medir y explorar los civil al documento.
restos. El México central albergaba múltiples restos sagrados de obis- Pero, sin duda el cuerpo levitado del fraile Juan José Padilla sigue
pos, frailes y beatos. Mientras reparaban el piso de la catedral de Mi- siendo el símbolo más poderoso de la santidad post mortem en la histo-
choacán en 1744, los trabajadores desenterraron las vísceras del obispo ria de Nuevo México. Los inquietos restos de ese misionero de Laguna
Joseph de Escalona y Calatayud, enterradas allí siete años antes. Los ofi- Pueblo tuvieron que ser exhumados y vueltos a enterrar varias veces a
ciales eclesiásticos y médicos profesionales examinaron los restos del lo largo de cien años. Reconocido entre los franciscanos que sirvieron en
obispo y notaron que la sangre –aunque descolorida– seguía fluida y Nuevo México por su fluidez en el idioma indígena de su rebaño, kere-
aromática. Utilizando microscopios en un examen más detallado, obser- san, Padilla había trabajado entre los indios de Laguna Pueblo por más
varon una situación sorprendente: en lugar de los insectos y organismos
repugnantes invisibles al ojo que esperaban hallar, descubrieron romero 8
Los restos del obispo fueron repartidos en varias casas religiosas e iglesias, por peti-
y canela.7 Aunque comúnmente depositaban esas reliquias en recintos ción suya. Su corazón llegó al convento de Santa Catharina y su cuerpo fue enterrado en
la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. Miruna Achím, “Fractured Visions: Theaters
de vidrio sellados para permitir su veneración pública, en este caso, tras
of Science in Seventeenth-Century Mexico,” Tesis de Doctorado, Yale University, 1999,
25-28. La fuente de Achím para este relato es: Matías de Escobar, Voces de Tritón Sonora,
6
Carlos Eire, From Madrid to Purgatory: The Art and Craft of Dying in Sixteenth-Century que da desde la Santa Iglesia de Valladolid de Michoacán la incorrupta y viva Sangre del Illmo
Spain, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, 431. Señor Doctor D Juan Joseph de Escalona, y Calatayud de S. M. su Obispo Dignísimo en la Pro-
7
Sobre los microscopios en México, el lector puede consultar Alboroto y motín de los vincia de Venezuela, y trasladado a dicha Santa Iglesia de Valladolid, México, Por la viuda de
indios en México de Carlos de Sigüenza y Góngora (1692), y la correspondencia de los je- D. Joseph Bernardo de Hogal, 1746.
suitas Athanasius Kircher y Alexandro Fabián, en que aquél envía microscopios de Roma 9
Todas las citas de documentos en español incluidas en este ensayo usan el deletreo
a Fabián en Puebla a fines del siglo XVII. Véase Ignacio Osorio Romero, ed., La luz imagi- y la ortografía modernos. En casos en que los documentos no son legibles, indico la apa-
naria: epistolario de Atanasio Kircher con los novohispanos, México, Universidad Nacional riencia de la palabra en el documento, seguido por [?].
Autónoma de México, 1993). Agradezco a Miruna Achím haberme proporcionado estas 10
Libro de Entierros de Galisteo, 4 de 3n3ro de 1825, Archivos del Arquidiócesis de
referencias. Santa Fe, Santa Fe, Nuevo México (en adelante, AASF), 35/740.
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de la mitad de su ejercicio de veintitrés años cuando fue golpeado y ase- hallé entero, a excepción de falanges del pie derecho, ojos, y lengua: las car-
sinado con arma blanca por atacantes desconocidos.11 El fraile Pasqual nes secas, pero tan flexibles que al vestirle un hábito, presto la acción de ex-
Sospedra enterró a Padilla en 1756 en la iglesia de Isleta Pueblo, al lado tender los brazos, para que entrasen las mangas y de la misma manera, y
del púlpito y cerca del altar mayor.12 Diecinueve años después, el cadá- sin dificultad se le cruzaron advirtiendo esta flexibilidad en los molleros,
ver –sorprendentemente incorrupto– subió misteriosamente al piso de muslos, y cuello, donde al lado izquierdo, atrás de la oreja lugar inferior del
la iglesia. Para satisfacer los aparentes deseos de los restos, el cuerpo fue cráneo, se le distingue, una cicatriz o herida, que según se opina fue la cau-
exhumado y probablemente estudiado en un intento por entender el sa de su muerte.13
fenómeno. El cadáver duró dos semanas fuera del sepulcro, lo que su-
giere que fue analizado, quizá vestido de nuevo y venerado por el pú- El examen de los restos revela una fascinación con la muerte no
blico. Para confinar el inquieto cuerpo y prevenir algún nuevo aconteci- menguada por ninguna repugnancia ante el cuerpo. El cadáver diseca-
miento, fray José Eleuterio Junco y Jungera lo enterró en un ataúd. do era intrigante, y más por las circunstancias que justificaron su estu-
Sin embargo, la caja de álamo no detuvo a los restos por mucho dio. Hozio lo pinchó y lo auscultó de cabeza a pies en un intento por de-
tiempo. Sólo descansaron cuarenta y cuatro años antes de ser exhuma- terminar la causa de sus misteriosas reapariciones. Asombrosamente, el
dos de nuevo en 1819. En esa ocasión, el custodio Francisco de Hozio cuerpo, tras sesenta y tres años de muerto, tenía un olor agradable,
practicó un examen minucioso del cadáver y escribió un informe deta- “como huele la tierra cuando se riega”.14 Como en el caso de los restos
llado del evento. Según fray José Ignacio Sánchez, el ataúd había salido sagrados de santos y mártires, la muerte y sus efectos en el cuerpo no
lentamente de su sepulcro en el piso de tierra de la iglesia. Cuando son repugnantes, y Hozio describe el cuerpo con una mezcla de admi-
Hozio acudió a cerciorarse, decidió que era necesario abrir el ataúd y ración y deleite, como algo espiritualmente significativo, que “hasta las
examinar su contenido. Tras la exhumación, Hozio y los otros oficiales mujeres y niños le ven, y admiran sin terror y a todos mostrando reve-
eclesiásticos y civiles reunidos encontraron un entierro similar a los que rencia”.15 Haciendo eco de los temas de varios tratados teológicos, en
[arqueólogos] exhumaron del Santuario de Guadalupe casi doscientos este caso la muerte es visto como algo ilustrativo, informativo y espiri-
años después. El cuerpo estaba vestido para su entierro en la sotana de tualmente gratificante.
sarga azul que la orden franciscana había adoptado en algunas áreas La santidad del cadáver de Padilla fue comprobada por el efecto que
de América Latina. Alrededor de su cuello había un rosario adornado ejerció en los que lo contemplaron, al quedarse espiritualmente inspira-
con las imágenes de san Francisco y san Juan Nepomuk, y un hueso que dos mientras admiraban los restos de ese hombre pío. El cuerpo quedó
probablemente era una reliquia de algún santo. Hozio quedó maravilla- en exhibición por dos meses después del examen inicial, lo que sugiere
do ante la integridad y flexibilidad del cadáver: que la misión en Isleta se convirtió en un lugar de peregrinación. Así,
surgió una relación de fortalecimiento mutuo entre el público que acu-
Limpio el cadáver del polvo a que se redujo el hábito, me acerqué acompa- día a mirar el cuerpo y la santidad de los restos, ya que la mirada reve-
ñado de las personas ya citadas, comenzando a inspeccionar el cuerpo, lo rente de la comunidad de creyentes revalidaba la santidad del cuerpo.
Finalmente, las campanas repicaron para Padilla y en julio de 1819, des-
11
La destreza de Padilla en el uso del lenguaje es mencionada en: Jim Norris, After
“the Year Eighty”: The Demise of Franciscan Power in Spanish New México, Albuquerque, 13
Examen de los restos de fray Juan José de Padilla, Isleta Pueblo, 7 de julio de 1819,
University of New Mexico Press, 2000, 98-99. AASF. Documentos Sueltos, Misión, 1819, n. 20 (54/155-157).
12
Fray Angélico Chávez, “The Mystery of Father Padilla”, El Palacio 54: 11, 1947, 14
Ibid.
251-268. 15
Ibid.
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pués de una solemne misa con rosario y salmo responsorial, sus restos pación, la gente organizaba velorios en casa y seguramente vigilaban el
fueron enterrados de nuevo en la iglesia de Isleta.16 cuerpo, por si acaso…
Las cualidades perdurables y animadas de los cuerpos santos re- Aun cuando se comprobaba la muerte física, la gente sabía que era
marcaron lo difícil que era “determinar” el momento de la muerte, y en- temporal, ya que Cristo iba a regresar y resucitar a los muertos. Así, la
fatizaron el estado liminal del difunto. Esta imprecisión implicó que teología denigraba el cuerpo al mismo tiempo que lo alababa. Como
muertos y vivos coexistían en el mismo plano al menos hasta el entie- la “vasija del alma”, el cuerpo era imperfecto y sujeto a impulsos que
rro, cuando el recién fallecido se unía más claramente a los que estaban hacían muy accidentado el camino a la salvación, pero la misma Iglesia
–inequívocamente– muertos. Los cuerpos ordinarios se descomponían, afirmaba que la resurrección de los muertos implicaba la reconstitución
dando prueba definitiva de la muerte y marcando claramente el final física del cuerpo y otorgaba a esta humilde vasija –como los restos mila-
del estado liminal. La noción de este estado entre vida y muerte y la grosos de los santos– un significado preternatural. La insistencia en
consecuente incertidumbre llevaron a ciertos testadores en Europa y panteones católicos propios –al igual que la exclusión de los suicidas del
Norteamérica a estipular un lapso de veinticuatro a setenta y dos horas camposanto– subrayó la importancia de los restos físicos.
entre fallecimiento y sepulcro. Motivados por el temor a ser enterrados Se suponía que fue por la muerte violenta de Padilla que sus restos
vivos, también indicaban que un médico debía abrir el cuerpo para que no podían descansar, hacían temblar el altar, y salían del sepulcro una y
la incisión sirviera como prueba de la expiración. Más bien, sin embar- otra vez. Aunque las circunstancias de su muerte no están claras, el fol-
go, la gente velaba el difunto para que hubiera testigos en caso de que klore lo convirtió en un mártir asesinado por indios quivira. El martirio
el cuerpo mostrara signos de vida. Aunque en los documentos de Nue- era un poderoso punto de referencia para los nuevomexicanos y un re-
vo México el temor al entierro prematuro no resalta como una preocu- cordatorio de los primeros franciscanos y colonos que habían sido ase-
sinados durante la rebelión de Pueblo de 1680. Pero no sólo esos már-
tires o supuestos mártires capturaron la imaginación de la población, ya
16
En 1895, cuando el fraile fue exhumado de nuevo, el folklore había dado propor- que a mediados del siglo XVII, los frailes Asencio Zárate y Jerónimo de
ciones épicas a la historia, al aducir que Padilla había llegado a la Nueva España en 1640,
la Llana habían sido sepultados en las iglesias de Picuris y Quarac,
con la expedición de Coronado a Nuevo México. Según informes, su muerte fue obra de
los indios quivira. Esto transformó en un martirio lo que el historiador fray Angélico Chá- respectivamente. Aunque ninguno había muerto como mártir, ambos
vez afirma fue un asesinato a manos de españoles. Las cualidades míticas atribuidas a eran reconocidos por su gran virtud y sus mortificaciones corporales.17
Padilla hacia finales del siglo XIX indican que los nuevomexicanos habían pasado de la Paulatinamente, las iglesias quedaban en ruinas y los restos de estos dos
apariencia santa y las características edificantes del cadáver al martirio. El médico que sacerdotes quedaron abandonados y olvidados por un tiempo. En 1759,
examinó el cuerpo en esta ocasión, acompañado de varios religiosos, estuvo menos
el gobernador y capitán general, don Francisco Antonio Marín del Valle,
impresionado con la condición de los restos. El tono del médico fue más bien indiferente
mientras registró el testimonio de algunos vecinos del pueblo, quienes dijeron haber es-
ordenó la exhumación de los cuerpos de los dos religiosos y su traslado
cuchado ruidos que emanaban de la tumba del fraile en fecha tan reciente como 1889. a Santa Fe, en el centenario de la muerte de este último. Marín del Valle
Como evidencia del grado en que las cosas habían cambiado en Nuevo México en esta hizo que se sepultaran los restos de los hombres en un sarcófago de pie-
fecha tardía, es notable que el examen de los restos de Padilla en 1895 duró menos de 24 dra dentro de la iglesia parroquial. Aquí también, los difuntos eran
horas y su reentierro ocurrió el mismo día de la exhumación. Los apuntes de fray Angé-
lico Chávez sobre la exhumación de 1895, New México State Archives and Records Center,
Santa Fe, Nuevo México [de aquí en adelante, NMSRCA], Colección fray Angélico Chávez, caja 17
Agustín de Vetancurt, Teatro mexicano: descripción breve de los sucesos ejemplares de la
1, fol. 14; copia (fechada 26 de agosto de 1915), del Report on the Exhumation of Fray Juan Nueva-España en el Nuevo Mundo Occidental de las Indias, 4 tomos, Madrid, Editorial Po-
Francisco Padilla, Albuquerque, 22 de mayo de 1895, Fray Angélico Chávez History Library, rrúa, 1960, Colección Chimalistac, publicado por primera vez en México en 1698, 4, 198
Santa Fe, Nuevo México, colección Mauro Montoya, caja 4, fol. 9. y 327.
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hombres virtuosos, cuyos restos físicos tenían un significado espiritual indicación de que los cuerpos de los criminales ejecutados debían que-
para la comunidad de fieles. Aunque los motivos de Marín del Valle dar en exhibición en sitios prominentes ante los ojos del público. Los ca-
quizá hayan sido tanto políticos como religiosos, el hecho de que conci- dáveres de dos mujeres de Cochiti Pueblo, María Josefa y su hija María
bió el rescate de la osamenta como un acto de devoción pública sugiere Francisca, ejecutadas en 1779 por matar al esposo de esta última, debían
la importancia que los restos tenían en esa sociedad. ser colgados de postes por varios días como un ejemplo a la comuni-
Los nuevomexicanos solían recuperar los huesos de las personas dad.21 De igual manera, los cadáveres de Antonio Carabajal y Mariano
que murieron por violencia, para darles cristiana sepultura.18 Los archi- Benavides, ejecutados en 1809 por asesinato, fueron exhibidos en el
vos contienen muchos ejemplos, en que no sólo los restos de líderes mi- transitado “Camino Real”.22 Si el propósito de estos actos era enviar un
litares y religiosos fueron recogidos y enterrados, sino también los de mensaje a la población de que “la justicia se hará”, es significativo que
mujeres anónimas. Estos casos son consistentes con la preocupación tan el abuso de los cuerpos –ya que, en esencia, era eso– formaba parte inte-
importante con el sepulcro en el interior de la iglesia y, más generalmen- gral del castigo de la pena de muerte impuesta por la audiencia. La hu-
te, en suelo consagrado. Los restos físicos constituyeron un elemento millación pública de los muertos constituyó un castigo especialmente
importante –aunque no esencial– en la ecuación espiritual, ya que su se- severo en los primeros días después de fallecer, cuando el muerto se en-
pulcro en el camposanto podía facilitar la salida del alma del purgato- contraba justamente en el indefinido estado liminal y cuando los rezos
rio. Por otra parte, para castigar a sus enemigos derrotados algunas au- y la fe más podían beneficiar al alma. Aunque recibían cristiano sepul-
toridades dejaban sus cuerpos expuestos a la intemperie. El fraile Carlos cro después, los asesinos convictos quedaban en desventaja en la bús-
Delgado se quejó de un líder militar español particularmente cruel y ca- queda de salvación.
prichoso, que mató a tres indios zuni porque no pudieron mantener el Sin embargo, la naturaleza liminal de la muerte podía ser una nava-
paso en una marcha forzada, y ordenó que sus cadáveres fueran aban- ja de doble filo. De la misma manera en que se consideraba que los cuer-
donados sin sepulcro.19 pos no estaban totalmente muertos y podían estar sujetos a ritos de
Aunque según Delgado esta conducta era reprehensible, en realidad castigo o de veneración pública, también los vivos podrían no estar to-
no difería de los castigos institucionalizados en nombre de la Corona. talmente vivos. Un caso muestra que la población creía en una equiva-
La ignominia en que quedó sujeto el cadáver era parte integral de la lencia entre la pérdida de la razón y la ausencia del alma, similar a la
aplicación de la pena de muerte en casos criminales. La autoridad –sen- manera en que el sueño sugería la concentración temporal del alma fue-
tada en la audiencia de Guadalajara– podía sancionar el abuso del cadá-
ver, como ocurría con frecuencia en los casos de criminales ejecutados
última oportunidad de reafirmar su autoridad sobre los muertos. Para discusiones sobre
en Europa.20 En casos de crímenes capitales, la pena de muerte incluía la
la autoridad y los muertos, véanse: Giovanni Ferrari, “Public Anatomy Lessons and the
Carnival: The Anatomy Theatre of Bologna”, Past and Present 117 (1987), 50-106; David C.
18
Véase, por ejemplo, gobernador don Antonio de Otermin a Juan Domínguez de Humphrey, “Dissection and Discrimination: The Social Origins of Cadavers in America,
Mendoza, 12 de julio de 1678, Santa Fe, CSWR, Colección Scholes, MS 360, doc. 32. 1760-1915”, Bulletin of the New York Academy of Medicine 49:9, 1973, 819-827; Ruth Richard-
19
Informe que hizo el R.P. fray Carlos Delgado a N.R.P. Ximeno sobre los execrables son, Death, Dissection and the Destitute, Chicago, University of Chicago Press, 2000.
hostilidades y tiranías de los gobernadores y alcaldes mayores contra los indios, en cons- 21
Su sepultura en el transepto de la iglesia parroquial de Santa Fe tres horas después
ternación a la custodia, 1750, Archivo General de la Nación, México (en adelante, AGN), de su ejecución indica que si bien sus cadáveres quizá estuvieran colgados de postes por
Historia, v. 24, S/E. algunas horas, la sentencia –que estipuló su exhibición en público durante varios días–
20
En Inglaterra, Francia y otros lugares, los muertos podían ser enjuiciados, lo que no se cumplió plenamente. Libro de Entierros de Santa Fe, 26 de enero de 1779, AASF (40/264).
significó que el cadáver putrefacto estaba presente en el tribunal y podía ser “ejecutado” 22
Robert J. Torrez, Crime and Punishment in Spanish Colonial New Mexico, Albuquer-
post mortem por sus crímenes. La disposición del cuerpo brindaba a las autoridades una que, Center for Land Grant Studies, Research Paper 34, 1994, 186-187.
7 0 7 1
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ra del cuerpo. El caso de María Márquez de Ayala vs Juan Rafael Ortiz, los santos sacramentos, con lo que se prueba que está muerta y que le
en la jurisdicción de Pojoaque, muestra la intersección de la muerte so- sobrevivió”.24 Entonces, lo que comprobó su muerte fue el hecho de no
cial con la muerte corporal. La Sra. Márquez había quedado muy pobre haber recibido los sacramentos. Es significativo que para el magistrado
cuando su hijo, Mariano Trujillo, hipotecó su casa y sus tierras para pa- la señora estaba muerta no sólo simbólica, sino literalmente. En el fallo
gar sus adeudos. Al fallecer el hijo, la señora alegó que nunca había au- presentado el 3 de agosto de 1811, el alcalde de Santa Cruz de la Caña-
torizado la venta de sus tierras y solicitó recompensa al gobernador da, Manuel García, determinó que la Sra. Márquez estaba, en efecto,
Mendinueta. La cuestión era si Trujillo había vendido las propiedades “parcialmente muerta” y entonces no tenía derechos de propiedad, sino
de su mamá legalmente. Los argumentos giraron en torno al asunto del “sólo por un género de caridad y recompensa por haberle faltado su hijo
legal fallecimiento de la mamá antes de la transacción realizada por el ya difunto y contemplarla, ya al morir como de cuente de don Juan
hijo, ahora muerto. El nuevo dueño de la casa y las tierras en Cuyamun- Ortiz enterrarla y dar la mortaja en un entierro de arancel el corriente”.25
gue, don Juan Rafael Ortiz, argumentó que “esta Señora con la enferme- A pesar de sus vociferas protestas, se consideraba que la señora estaba
dad que Dios ha sido servido de enviarle, me parece no debe ser oída en socialmente muerta, y su cuerpo al menos “parcialmente muerta”. Este
ningún tribunal de justicia, en virtud de faltarle el entendimiento natu- caso muestra una definición de la muerte flexible y controvertida. Aun-
ral que Dios le dio”.23 Según Ortiz, la venta era válida porque, al haber que hubo un consenso en que la muerte ocurría cuando el alma abando-
perdido sus facultades, la Sra. Márquez estaba legalmente muerta. naba el cuerpo, no todos los participantes en el caso concurrieron en
Los documentos no indican claramente hasta qué punto los vecinos cómo se pudiera determinar esta salida.
creían que la desafortunada señora había recobrado su razón, pero es De la misma manera en que la muerte existía en un continuum y no
evidente que ella no se consideraba muerta a pesar del largo lapso en como un momento fijo, el cadáver también ocupaba un reino indetermi-
que había padecido de sus facultades. Argumentó que su enfermedad nado, no totalmente de este mundo ni del otro. Los nuevo mexicanos
no equivalía a la muerte, que era algo que sólo Dios podía determinar. diferenciaban entre el cuerpo muerto pero aún intacto y el cuerpo redu-
Insistió en que su continua presencia física en el mundo y la presencia cido; es decir, el esqueleto. El cuerpo carnoso y sinuoso gozaba de las
del cuerpo de su hijo en la tumba eran pruebas fehacientes de que ella atenciones de los vivos, quienes lo prepararon para el entierro al bañar-
lo había sobrevivido. Según la señora, la muerte ocurría cuando el alma lo, afeitarlo, cortarle el pelo e, incluso, vestirlo en ropa nueva.26 En esta
abandonaba el cuerpo, así que el descanso del cuerpo de su hijo en la
tumba comprobaba su fallecimiento en contraste con la existencia cor-
poral de ella.
24
Declaración de José García de la Mora, Santa Fe, 23 de mayo de 1811, SANM 1
(3/1481-1483).
Con un poder otorgado por Ortiz, el alcalde don José García de la 25
Declaración de Manuel García, Santa Cruz de la Cañada, 3 de agosto de 1811, SANM
Mora reconoció la afirmación de la Sra. Márquez en el sentido de que 1 (3/1489-1491). La Sra. Márquez apeló la decisión y solicitó 50 pesos a cambio de su si-
había sobrevivido a su hijo, pero enseguida contradijo su propia evalua- lencio en el futuro. En septiembre de 1811, García determinó que debía recibir –además
ción al concluir que ella “est[aba] muerta y sin sentidos de poder de de- del hábito de san Francisco para su entierro y el funeral– cuatro velas de cera y 50 pesos.
fensa sobre éste porque hace veinticinco años que no se le administran 26
Aunque los documentos no lo indican, las mujeres probablemente hacían cargo de
los cuerpos, como en la región noreste protestante y en las sociedades tradicionales en
general. Antes de que extendiera la profesionalización del trabajo funerario, las mujeres
23
Ya que no hay referencias a la Sra. Márquez en los documentos históricos, es im- se encargaban de los muertos en villas de Nuevo México como Chaperito, incluso en fe-
posible determinar la naturaleza de su locura. Declaración de Juan Rafael Ortiz, Santa Fe, cha tan tardía como 1945. Casimira Delagado, “El Velorio”, La Herencia del Norte (invier-
23 de abril de 1811, Spanish Archives of New México, colección de microfilm de materiales no 1995), 25. Lógicamente, las mujeres no atendían los fallecimientos de los religiosos,
en el NMSRCA (de aquí en adelante, SANM), 1 (3/1476-1478). como el de fray Francisco Bragado, mencionado arriba.
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MARTINA WILL DE CUERPO A CADÁVER
etapa de la muerte, el cadáver conservaba su parecido con la persona su cuerpo fuera colocado en un ataúd antes de ser enterrado en la igle-
cuya alma alguna vez había animada sus extremidades. La forma física sia parroquial de Santa Fe.30 Sin embargo, su testamento es el único que
seguía carnosa y tenía la apariencia de vida. De hecho, se pensaba que hace esta petición.31
en el estado liminal el pelo y las uñas seguían creciendo.27 No es coinci- Según las buenas costumbres barrocas, la piedad –conspicua o no–
dencia que era en este preciso lapso que los muertos estaban más ex- era otra razón para rechazar el ataúd. De la misma manera en que el
puestos al peligro espiritual, y que estas atenciones eran más eficaces. cuerpo podía vestirse para el entierro en el áspero hábito franciscano
Aunque ausente, el alma podía estar cerca y al alcance de los vivos, como muestra de humildad, una persona con suficiente dinero para com-
cuyas ofrendas post mortem podían significar la diferencia entre los lar- prar un ataúd podía optar por enterrarse sin uno, para rechazar cual-
gos tormentos del Purgatorio y las recompensas inmediatas del paraíso. quier ilusión de permanencia, y como un medio –visible al público– de
En consecuencia de este estado indeterminado entre el “aquí y ahora” y alcanzar la santidad. Como otros elementos paradójicos de la piedad
el “más allá”, se entretejía el manejo del cuerpo recién fallecido con la barroca, tanto la ostentación como el rechazo de ella podían funcionar
transición que sufría el alma. La comunidad de supervivientes debía como indicadores post mortem de virtud. Rosa Bustamante, una adinera-
realizar actos rituales para asegurar una exitosa transición entre esos da viuda de Santa Fe, que con su marido había gastado cantidades con-
dos estados de existencia.28 El entierro era el último de una serie de ritos siderables para apoyar a la Iglesia, ordenó que su cuerpo fuera enterra-
que incluía rezos –la última unción, la limpieza y arreglo del cuerpo, el do sin ataúd.32 Puesto que ella ciertamente podía comprar uno, el gesto
velorio y la misa funeraria– todos enfocados en el cadáver. fue, sin duda, un acto de “conspicua”humildad. Aunque meticulosos en
En general, los nuevomexicanos no se preocupaban por proteger al sus testamentos –al planear el funeral, especificar el lugar del entierro y
cadáver de los estragos de los elementos con un ataúd, una costumbre enumerar sus deudas– es muy raro encontrar que alguien mencione un
que, según parece, fue poco frecuente hasta por lo menos el final del pe- ataúd, así que hasta alrededor de la década de 1850 su uso habría sido
riodo mexicano. Una cobija o mortaja envuelta quizá servía como una muy limitado.33
delgada barrera entre el cuerpo y la tierra, pero no hubo prácticas enca- Lo que sí preocupaba a la gente fue el sitio del entierro. Obsesionadas
minadas a frenar el proceso de descomposición o a proteger el cadáver por la meta de la salvación, la gente buscaba para el eterno descanso de
de los insectos, como el embalsamiento o el ataúd.29 Sin duda, a algunas sus seres queridos un lugar privilegiado debajo del piso de la iglesia. El
personas les consolaba saber que sus seres queridos estarían protegidos Rito Romano estipulaba que los católicos debían ser enterrados en tierra
por un ataúd, y en ocasiones se usaban. En 1838, Bárbara Baca pidió que consagrada, y en sus testamentos muchos manifestaron su deseo de ser
27
Este mito perdura incluso hoy, aunque los patólogos forenses afirman que la ilu- 30
Testamento de Barbara Baca, Santa Fe, 30 de diciembre de 1838, NMSRCA, Colección
sión del crecimiento de las uñas después de morir resulta de la desecación del cadáver y Twitchell, fol. 166.
el encogimiento de la piel, que da la impresión de que las uñas crecen. Igualmente, el 31
Un ataúd costaba dos pesos, lo que pudo disuadido a muchas personas. Arancel,
pelo parece crecer después de la muerte por la “rigidez de los músculos arrector piloro”, Albuquerque, 9 de agosto de 1833, AASF (45/690-694).
que endereza las foléculas del pelo. Werner U. Spitz, ed., Spitz and Fisher’s Medicolegal In- 32
Testamento de Rosa Bustamente, Santa Fe, 9 de julio de 1814, NMSRCA, Papeles de la
vestigations of Death: Guidelines for the Application of Pathology to Crime Investigation, 3a edi- Familia Ortiz, caja 1, fol. F-3.
ción, Charles C. Thomas, Springfield, 1993, 28 y 37. 33
Los hallazgos arqueológicos confirman que los ataúdes no eran de uso común has-
28
Véase Eliade, “Mythologies of Death”, 15. ta aproximadamente la década de 1850. La excavación del atrio del Santuario de Guada-
29
Incluso en la ciudad de México en este periodo, el uso del ataúd era esporádico. lupe en Santa Fe encontró sólo diecisiete ataúdes entre sesenta y tres entierros. Según el
María Dolores Morales, “Cambios en las prácticas funerarias. Los lugares de sepultura arqueólogo Edward C. Crocker, se encuentran ataúdes en entierros que datan de la se-
en la ciudad de México, 1784-1857”, Historias 27, octubre 91-marzo 92, 100. gunda mitad del siglo XIX. Conversación con la autora, Santa Fe, abril de 1999.
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MARTINA WILL DE CUERPO A CADÁVER
enterrado en la iglesia, un lugar íntimamente relacionado con la salva- LA INHUMACIÓN Y EXHUMACIÓN DE LOS MUERTOS
ción. Sin embargo, aparte de esta preocupación por el sitio, el cuerpo re-
cibía pocas atenciones una vez consignado a la tierra. Paradójicamente, Una vez enterrado en la iglesia, el muerto esperaba la resurrección; el
como la familia dejaba el cadáver de su ser querido en el camposanto de cadáver reposando debajo del piso hasta que Cristo reanimara los restos
la iglesia parroquial, estaba expuesto a cualquier cantidad de indecencias. descompuestos. Lejos de un lugar para el descanso final, sin embargo,
Por una parte, al romper los huesos y desacomodar los entierros más an- la tumba era –en el mejor de los casos– un sitio caótico e impermanente.
tiguos la gente afirmaba el carácter temporal del entierro. Aunque hay es- Si en el temprano periodo colonial las reducidas poblaciones permitie-
casas investigaciones sobre este tema, la evidencia anecdótica sugiere que ron a los muertos un reposo tranquilo, para finales del siglo XVIII el creci-
estos rasgos no eran propios sólo de los nuevomexicanos, sino quizá co- miento demográfico y el limitado espacio para los entierros daban lugar
munes también en otros lugares de la Nueva España.34 a frecuentes desarreglos de las tumbas. Una tumba podía albergar lite-
Una vez que el cadáver –arreglado, lamentado y bendecido– quedó ralmente una docena de cuerpos, con los huesos de adultos y niños
entregado a la tierra, parece que la actitud de los vecinos hacia la muer- entremezclados indiscriminadamente.36 Precisamente por el infrecuente
te cambió dramáticamente. Sus acciones –evidenciadas en fragmentos uso del ataúd, cada vez que se cavaba una nueva tumba en la iglesia, los
de documentos, un reducido registro arqueológico y relatos de viajeros– restos existentes quedaban dispersos.
sugieren un rechazo de toda relación con el cuerpo y, se supone, con el Aunque los libros de registro de los entierros a veces indican que al-
mundo temporal. No es sorprendente que nuestras nociones modernas guien fue enterrado cerca de la fuente bautismal o en alguna sección
del entierro –el encierro en un ataúd, la insistencia en tumbas individua- particular de la iglesia, los nuevomexicanos no usaron ni lápidas ni cro-
les, las atenciones perpetuas– eran ajenas a la gente de finales del siglo quis para indicar la ubicación de las tumbas.37 La iglesia era el único re-
XVIII y principios del XIX,35 pero al estudiar las actitudes hacia el cuerpo ferente que los amigos y familiares necesitaban para identificar el lugar
inerte en ese periodo resalta la relativa indiferencia con que la gente lo del descanso final de sus seres queridos. Los feligreses dependían sólo
veía casi desde que terminaba el funeral. Por supuesto que no existía de la memoria humana para determinar dónde cavar nuevas tumbas. Al
ningún calendario que midiera el progreso del alma, pero la evidencia saber que tres años habían pasado desde el último entierro, ese lugar
sugiere que una vez enterrado el cuerpo se creía que el alma lo había podía ser usado de nuevo sin violar el espacio de muertos recientes.
abandonado para trasladarse al purgatorio o al paraíso, según el caso. Bueno, al menos ésta era la teoría. En la práctica, era común desenterrar
a los muertos recientes al buscar sitios para nuevos entierros. Según co-
34
En The Hour of Our Death, Philippe Aries demuestra que la práctica de desarreglar mentó el comerciante Josiah Gregg:
las tumbas –no sólo para extraer los huesos a fin de cambiarlos a un osario, sino como
consecuencia del hacinamiento y de los múltiples usos sociales que tenían los cemente- 36
Esta mezcla de adultos y niños contradecía el rito romano, que estipulaba que los
rios– fue generalizada en la Europa occidental al menos hasta finales del siglo XVIII. Aun- niños debían ser sepultados separados de los adultos. Crocker, “Excavations at Santuario
que hay pocos estudios del manejo de los difuntos en México, Morales informa que algu- de Guadalupe, Interim Reports: The Iconography”, Santa Fe: City of Santa Fe, manu-
nas personas dejaban que sus cerdos comieran en los panteones, donde sacaban restos scrito no publicado, 1991, 13. Koch describe hallazgos similares en St. Augustine. Koch,
humanos que no estuvieron enterrados con suficiente profundidad para desalentar la “Mortuary Behavior Patterning”, 221.
práctica. Morales, “Cambios en las prácticas funerarias”, 100. Véase también, Joan K. 37
En los cementerios se podía usar lápidas de madera, pero debido a su exposición
Koch, “Mortuary Behavior Patterning and Physical Anthropology in Colonial St. Augus- continua a la intemperie, no eran más permanentes que la misma tumba. No fue sino
tine”, en Spanish St. Augustine: The Archaeology of a Colonial Creole Community, ed., Kath- hasta fines del siglo XIX que los nuevo mexicanos empezaron a marcar los sepulcros con
leen Deagan, Nueva York, Academic Press, 1983, 211-221. lápidas de piedra. Véanse Roland Dickey, New Mexico Village Arts, Albuquerque, Univer-
35
Desde luego que los entierros de la realeza y de personas prominentes habrían sido sity of New Mexico Press, 1949; Nancy Hunter Warren, “New Mexico Village Camposan-
excepcionales. tos”, Markers 4, 1987, 115-129.
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MARTINA WILL DE CUERPO A CADÁVER
No habiendo nada que indicara el lugar de las tumbas anteriores, sucedía fuereños, sólo reflejaban una conceptualización anterior del cadáver,
con frecuencia que los restos parcialmente descompuestos de un cadáver que difería de la perspectiva emergente en Europa y las Américas.
eran desenterrados y obligados a ceder su lugar a un difunto más reciente, Históricamente, los difuntos han sido tratados con cierta insensatez.
para que después los vuelvan a arrojar con la tierra nueva con total indi- El ejemplo más extremoso fue el del cementerio de los Saints-Innocents
ferencia.38 en París, que por siglos estaba atestado de cuerpos apilados en fosas co-
munes, apenas cubiertos por una delgada capa de tierra. Según Philippe
Aunque Gregg no es recordado por su objetividad, una excavación Ariès, no fue sino hasta finales del siglo XVII que la gente empezó a ex-
de 1989 en el Santuario de Guadalupe en Santa Fe corrobora su descrip- presar su repugnancia ante el trato indigno de los difuntos. Sin embar-
ción. Allí, se encontraron hasta cuatro cadáveres apilados uno encima go, hubo escasos cambios hasta fines del siglo XVIII, cuando algunas per-
del otro. La evidencia arqueológica muestra que al abrir nuevas tumbas sonas expresaron su preocupación no por el desdén que sufrían los
los contemporáneos movieron los huesos, rompieron los fémures, y cuerpos en el panteón, sino por la falta de respeto que se manifestaba en
arrojaban los cráneos por doquier.39 En contraste con los detallados pre- la casa de Dios al enterrar los muertos dentro de los templos. Los inte-
parativos del cuerpo antes del entierro, parece que la forma de ver a los lectuales también cuestionaron cada vez más ciertas costumbres pro-
cadáveres cambió radicalmente después de su inhumación. En los entie- fundamente arraigadas con argumentos basados en la salud pública.
rros en Guadalupe, que datan de la segunda mitad del siglo XIX, no se Así, las prácticas de los nuevomexicanos eran consistentes con las acti-
nota ningún esfuerzo por conservar siquiera un semblante de la integri- tudes tradicionales respecto de los difuntos: una mezcla de irreverencia,
dad de los esqueletos: los huesos fueron rotos y dispersados y los esque- intenciones pías y supersticiones.
letos solían perder sus cráneos, los cuales aparecían como cuñas sostenien- Incluso en la sagrada seguridad de los muros de las iglesias, a veces
do a nuevos entierros. En un caso, el encargado de enterrar un cadáver las creencias tradicionales y supersticiones brindaron razones para des-
le rompió el cuello para no tener que cavar una fosa más grande.40 enterrar a los cadáveres. La creencia popular atribuía cualidades espe-
La información recabada de los limitados registros arqueológicos ciales a la tierra, a los huesos y a otros objetos que existían sólo en las
coincide con las observaciones de los viajeros. El hecho de que los hue- tumbas. La creencia en los poderes curativos y mágicos de los restos de
sos fueron rotos durante el entierro, o poco después, no nos sorprende los difuntos era común en la cultura española, mexicana y de Pueblo.42
después de leer el relato de Gregg. Según él, la manera en que se relle- Creyendo que evitaba la fatiga, una persona en el México central lleva-
naban las fosas recién cavadas también era violenta: “se compacta la tie- ba una bolsa con huesos humanos recogidos de un panteón.43 En Abi-
rra con un pesado mazo tan pronto como cae sobre el cadáver sin pro-
tección, con tal fuerza que aplasta el delicado [esqueleto] hasta hacerle
enterrar a un niño debajo del piso de la iglesia parroquial”. John L. Stephens, Incidents of
átomos”.41 Si bien las prácticas de los nuevomexicanos asombraban a los Travel in Central America, Chiapas and Yucatán, 2 tomos, Nueva York, Dover Publ., 1969;
publicado por primera vez en 1841, 2, 371-372.
38
Josiah Gregg, Commerce of the Prairies, Norman, University of Oklahoma Press, 42
Francisco Atanasio Domínguez, The Missions of New Mexico, 1776. A description by
1954, publicado por primera vez en 1844, 185. Fray Francisco Atanasio Domínguez With Other Contemporary Documents, ed. y trad., Elea-
39
Edward C. Crocker, CSWR, Field Notes for the Santuario de Guadalupe Excavation, nor B. Adams y fray Angélico Chávez, Albuquerque, University of New Mexico Press,
Burial 4/6. 1956, 257.
40
Crocker, CSWR, Field Notes for the Santuario de Guadalupe Excavation, Burial 17/17A. 43
Pamela Voekel, “Scent and Sensibility: Pungency and Piety in the Making of the
41
Gregg, Commerce of the Prairies, 185. Los comentarios de Gregg hacen eco de los de Gente Sensata, Mexico, 1640-1850”, Tesis de Doctorado, University of Texas in Austin,
John Stephens, quien viajó extensamente por Chiapas y Yucatán en el mismo periodo. 1997, 94. Esta tesis fue revisada y publicada como Alone Before God: Death and the Origins
Stephens escribió que su “sangre se congeló” ante la fuerza de los golpes del sacristán al of Mexican Modernity, Durham, Duke University Press, 2002.
7 8 7 9
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quiú, Nuevo México, el fraile Juan José Toledo informó que las brujas gares. A principios del siglo XIX, está claro que las prácticas locales ya no
usaban las sogas de los ahorcados, así como los dientes y huesos de los concordaban con las actitudes modernas, como revelan las reacciones
cadáveres, para realizar sus malévolas prácticas.44 Debido a la asocia- atónitas de los forasteros que las atestiguaban en sus inspecciones ofi-
ción popular entre los poderes mágicos y curativos y los restos, las tum- ciales. El inspector eclesiástico don Juan Bautista Ladrón del Niño de
bas estaban expuestas a cualquier cantidad de fechorías. Guevara expresó horror al hallar siete cráneos en un cuarto de la iglesia
Además del uso de restos humanos para propósitos medicinales y parroquial de Santa Fe donde, al parecer, fueron usados como memento
de los cráneos como objetos de meditación de parte de grupos como la mori, y ordenó su inmediata inhumación. El hecho de que los huesos si-
Tercer Orden de San Francisco y los Penitentes, las tumbas también podían guieron saliendo en años posteriores es comprobado por las observacio-
ser abiertas en búsqueda de lucro. Un vecino de la ciudad de México nes del teniente James William Abert, quien llegó con la expedición de
añadía un fragmento de hueso recogido de un osario a las bebidas a fin Kearny en 1846: “Esta mañana visité la ‘Capilla de los Soldados’, o ca-
de aumentar sus ventas.45 Personas emprendedoras desenterraban los pilla militar. Me dijeron que esta capilla estaba en uso hace unos catorce
cuerpos y rescataban las mortajas para venderlas después, o para años y que era la iglesia más próspera en Nuevo México. Aquí uno en-
vender los restos a procesadoras de salitre que producían pólvora. Otros cuentra huesos y cráneos humanos dispersos alrededor de la iglesia
dejaban a sus cerdos husmear en los panteones, donde comían los restos […]”49
que no estuvieron enterrados con suficiente profundidad para desalen- Empero, debajo del piso y a escondidas de Abert, Niño de Guevara
tar esta práctica.46 En Nuevo México, el fraile Pedro Montaño denunció y otros, los cadáveres fueron desalojados frecuentemente, ya que al abrir
varias herejías de Pedro de Chávez, entre ellas entrar en la iglesia para nuevos lugares, los antiguos entierros con sus viejos huesos fueron re-
desenterrar el cuerpo de una criada suya y recuperar la cobija de lana gados indiscriminadamente.
en que había sido enterrada.47 Como en la ciudad de México, los anima- Los nuevomexicanos no tenían nociones del cuidado perpetuo [de
les también forrajeaban en los panteones de Nuevo México.48 Es proba- los difuntos], y ciertamente la idea de ocupar una tumba en forma “ex-
ble que la vulnerabilidad de las tumbas así como la falta de respeto clusiva” y a perpetuidad les era ajena. Al asistir a los funerales la gente
acordada a los muertos fueran comunes en todo México. Empero, la an- veía cómo las antiguas tumbas cedían su lugar a otras nuevas, incluso
tigua sensibilidad (o, más bien, falta de sensibilidad), ya cedía su lugar después de muy pocos años. El reuso de las tumbas fue una costumbre
en una época que brindaba un nuevo estatus al cuerpo humano, inclu- en la Europa católica por varios siglos. En 1819, el rey Fernando VII co-
so después de morir. dificó esta práctica en un decreto que envió a las colonias, y que estipu-
El manejo de los difuntos por los nuevomexicanos se hizo cada vez ló un lapso de tres años entre entierros en una misma tumba.50 En reali-
más anómalo mientras pasaba el tiempo y ocurrían cambios en otros lu- dad, no había ningún periodo de espera obligatorio antes de que los
nuevomexicanos pudieran compartir su lugar de eterno descanso con
44
Robert D. Martínez, “Fray Juan José Toledo and the Devil in Spanish New Mexico: un nuevo difunto. Varios factores podían resultar en la acumulación de
A Story of Witchcraft and Cultural Conflict in Eighteenth-Century Abiquiú”, Masters’
Tesis, University of New Mexico, 1997, 32.
45
Voekel, “Scent and Sensibility”, 94. 49
James William Abert, Abert’s New Mexico Report, 1846-’47, reimpresión, Albuquer-
46
Morales, “Cambios en las prácticas funerarias”, 106. que, Horn & Wallace Publishers, 1962; publicado por primera vez en 1848, 45.
47
El caso de Pedro de Chávez, San Agustín de Isleta, 1729, AGN, Inquisición v. 871, 50
Real Cédula para que los vice-patronos y prelados de Indias y Filipinas procedan de común
exp. 12, 333r, 363v. acuerdo al arreglo de cementerios, y reforma de los abusos que se noten, conforme a las Reales dis-
48
Visitación de Fernández de San Vicente, Santa Fe, 8 de septiembre de 1826, AASF, posiciones que se expresan, Madrid, 16 de abril de 1819 (Durango, 6 de diciembre de 1819),
Accounts, libro LXV (45/526). AASF, Patentes (47/609-610), y AGN, Ramo Reales Cédulas Originales, vol. 220, exp. 154, f. 2.
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varios cadáveres en una sola tumba. Si dos personas murieran el mismo gunos nobles y de los santos conformaron la excepción que hacía la re-
día en la misma parroquia sus cadáveres bien podían quedar en la mis- gla.55 Empero, la gente distinguía –quizá sólo inconscientemente– entre
ma tumba. En 1819, el sacerdote de Santa Cruz de la Cañada enterró a el cuerpo (en que se concentraban las atenciones espirituales y que re-
los gemelos infantes de José Antonio y Juan Antonio Montoya Varela en cibía especial cuidado) y el esqueleto que, a pesar de caer en el anonima-
la misma tumba.51 De hecho, los registros de entierros indican que un to, perduraba y merecía el refugio continuo del camposanto hasta la Re-
cura podía enterrar a varios cuerpos en una tumba, aunque no fueran surrección.
parientes. Esta “cohabitación” de difuntos fue la culminación lógica y
práctica de vidas definidas por lazos familiares y comunitarios y no por
las modernas nociones de individualismo. LA CESÁREA POST MORTEM
El uso de fosas comunes también revela los conceptos populares de
lo que se consideraba “adecuado” para los difuntos. En épocas de pesti- Aunque para prevenir el saqueo la ley española prohibía depositar ar-
lencia, los entierros múltiples no sólo fueron convenientes sino podían tículos de valor en los entierros, quizá lo que preocupaba a la Corona no
reducir el riesgo de la transmisión de enfermedades. Las matanzas vio- fue sólo la integridad del sepulcro, sino la preservación del orden social.
lentas –por ejemplo, los veintiún vecinos asesinados por comanches en Como mencionamos, los súbditos españoles solían remover y desenter-
1777– también daban lugar al entierro colectivo de las víctimas.52 Mien- rar los restos con cualquier pretexto. Desde luego, la mayoría de estos
tras remodelaban la iglesia parroquial de Santa Fe a finales del siglo pretextos no eran sancionados legalmente ni eran intencionales, sino de
XVIII, los obreros dirigidos por Antonio José Ortiz, desenterraron tumbas naturaleza incidental. Sin embargo, hay una notable legislación que
debajo del altar y en otros sitios que luego volvieron a enterrar en una estipuló no sólo la violación de la integridad del sepulcro, sino también
fosa común.53 Para administrar el limitado espacio disponible para los la del cuerpo en sí. Esta ley, vigente también en Nuevo México, requirió
entierros, los restos en la iglesia parroquial desplazados para abrir espa- no sólo que se exhumara el cadáver, sino que le fuera practicada la ope-
cios para nuevas tumbas también podían ser depositados en “sitios pa- ración de la cesárea.
recidos a criptas […] sobre el muro norte, alineados y parcialmente cu- En abril de 1804, el rey Carlos IV emitió esta ley sobre la práctica de
biertos, una vez bien rellenados, con piedras y mortero”.54 Obviamente, cesáreas post mortem en una real cédula, en respuesta a una iniciativa del
la necesidad moderna de confinar y aislar a los difuntos en un sitio para canon de la catedral de Bogotá.56 Según esta ley, los cuerpos de las mu-
la eternidad no existía en ese periodo.
Cuando los muertos ya no eran identificables –es decir, después de
55
Aries, The Hour of Our Death, passim.
la fase liminal– sus restos, ya anónimos, fueron revueltos con los de sus 56
Real Cédula, 13 de abril de 1804, Aranjuez, SANM II (15/241-244) y Archivo Histó-
vecinos desecados. Por lo tanto, el manejo de los difuntos por los nue- rico del Arzobispado de Durango, colección de microfilm del Río Grande Historical
vomexicanos estaba consistente con las prácticas barrocas, al dar poca Collection de la New Mexico State University, Las Cruces, Nuevo México (de aquí en ade-
importancia al cuerpo inerte aunque, desde luego, los cadáveres de al- lante, AHAD), (21/21-26). Véase también, José G. Rigau-Pérez, “Surgery at the Service of
Theology: Postmórtem Cesarean Sections in Puerto Rico and the Royal Cédula of 1804”,
Hispanic American Historical Review, 75, 3 (1995), 377-404. Para 1698, el obispo de Chiapa
51
Libro de Entierros, Santa Cruz de la Cañada, 11 de enero de 1819, AASF (39/676). y Socomusco, Francisco Núñez de la Vega, había ordenado que “Si la madre muriese sin
52
Libro de Entierros, Albuquerque, 26 de mayo de 1777, AASF (34/258-260). haber partido, y prudentemente se juzgare que está la criatura viva, pueden sacársela del
53
Bruce Ellis, Bishop Lamy’s Santa Fe Cathedral, Albuquerque, University of New Me- vientre y, como no salga muerta, bautizarla”. Francisco Núñez de la Vega, Constituciones
xico Press, 1985, 161. diocesanas del obispado de Chiapa (1702), Estudio introductorio, modernización, notas y
54
Ellis, Bishop Lamy’s Santa Fe Cathedral, 170. apéndices de Ma. Carmen León y Mario H. Ruz, México, Universidad Nacional Autóno-
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jeres que murieron durante el embarazo debían ser abiertos para sacar agregó un incentivo para los familiares, al prometer una indulgencia de
el feto, a fin de bautizarlo. El razonamiento en que se basó la ley era cla- ochenta días a aquellos que realizaran la cirugía o que informaran a las
ro y sencillo: fue una respuesta “ilustrada” a un problema que había autoridades de mujeres encinta y enfermas que pudieran necesitarla en
embrollado a los teólogos por siglos. En vez de condenar a la criatura alguna fecha posterior.59
no nacida a pasar la eternidad en el limbo, la cédula prometió bautizar- Entre 1769 y 1833 en la Alta California, se realizaron al menos cator-
lo y borrarle la mancha del pecado original, así asegurando su acceso al ce cirugías de este tipo en diecinueve de las veintiuna misiones de la re-
paraíso a los que morían antes de alcanzar la edad de la razón. Con gión. La mayoría de las mujeres eran indígenas cristianizadas y sólo una
la cooperación de los familiares, un equipo médico y espiritual descen- fue identificada como española. Las cirugías produjeron fetos de entre
día sobre la casa de la desafortunada difunta para operarla. Si una fa- siete y ocho meses de gestación. Según informes, uno vivió por dos días
milia violaba esta ley, el cuerpo de la mujer debía ser exhumada. y algunos otros sobrevivieron unos pocos minutos, pero es probable
Ésta no fue la primera ley de su tipo en España, ya que en 1761 Car- que la mayoría estuvieran muertos cuando los frailes que operaban los
los III había circulado un decreto semejante entre los obispos españoles.57 bautizaron “condicionalmente”, antes de enterrarlos, normalmente con
Como solía ocurrir con la legislación española, la ley de 1804 repitió el sus madres ya operadas. Estos casos demuestran que estas ideas fueron
mensaje del decreto anterior, pero incluía una renovada energía en su transmitidas hasta los límites del imperio español. De hecho, en marzo
aplicación. Estas leyes, junto con una creciente literatura sobre la cesá- de 1803, el fray Isidoro Barcenilla, que posteriormente se convertiría en
rea postmórtem, llegaron a las Américas en la segunda mitad del siglo el custodio de Nuevo México, realizó una operación en la Misión de San
XVIII. En 1712, el virrey Antonio María de Bucareli y Ursúa y el arzobis- Gabriel Arcángel,60 en que extrajo un feto de ocho meses de gestación,
po Alfonso Núñez de Haro ordenaron realizar el procedimiento “en to- posiblemente vivo. Quizá motivado en parte por su exitosa cirugía, al
dos los parajes de la gobernación de este virreinato”.58 El virrey amena- llegar a Nuevo México Barcenilla insistió en la observación de la cédu-
zó a cualquiera que se atreviera a interferir en su cumplimiento con una la de 1804.
multa de quinientos pesos, y ordenó que los familiares que obstruyeran Como buen franciscano, es posible que Barcenilla estuviera especial-
la ley fueran denunciados ante la autoridad. Por su parte, el arzobispo mente convencido del valor espiritual de la cesárea post mortem por la
popularidad de un libro que trataba el tema, y que fuera traducido de
ma de México, IIFL, Centro de Estudios Mayas, 1988, Serie Fuentes para el estudio de la su original en italiano y publicado en versión abreviada por un compa-
cultura maya: 6. Estoy agradecida con los dictaminadores anónimos de este ensayo por ñero franciscano, fray José Manuel Rodríguez. La circular de Bucareli de
la referencia. 1772 mencionó específicamente el libro de Rodríguez, La caridad del sa-
57
Rigau-Pérez, “Surgery at the Service of Theology”, 385. Como rey de las Dos Sici-
cerdote para con los niños encerrados en el vientre de sus madres difuntas, y
lias, con el título de Carlos VII, Carlos III había promulgado una legislación parecida en
1749, en que enfatizó la importancia espiritual de la cesárea postmórtem y advirtió que
documentos de la utilidad y necesidad de su práctica, como la inspiración de
desobedecer equivalía a cometer un homicidio. Véase, Rosemary Keupper Valle, “The la nueva ley. Si la teología fue la fuerza impulsora atrás de esta medida
Cesarean Operation in Alta California During the Franciscan Mission Period (1769- quirúrgica, el estado decidió codificarla, usar su autoridad para asegu-
1833)”, Bulletin of the History of Medicine 48, 2 (1974), 271. rar su observación, y castigar con multas y otras sanciones a los que la
58
Circular para la pronta práctica de la operación cesárea, en Juan M. Rodríguez de San desobedecían o socavaban sus preceptos. Aunque no hay estudios siste-
Miguel, Pandectas Hispano-Mexicanas ó sea Código General comprensivo de las leyes generales,
máticos de la aplicación de esta ley en Hispanoamérica, se sabe que en
útiles y vivas de las siete partidas recopilación Keupper Valle, “The Cesarean Operation”,
272.novísima, la de Indias, autos y providencias conocidas por de Montemayor y Beleña, y cédu-
las posteriores hasta el año de 1820, con exclusión de las totalmente inútiles de las repetidas y de 59
Keupper Valle, “The Cesarean Operation”, 272.
las expresamente derogadas, 3 tomos, México, Librería de J.F. Rosa, 1852, 2, 349. 60
Keupper Valle, “The Cesarean Operation”, 267.
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MARTINA WILL DE CUERPO A CADÁVER
fecha tan temprana como 1795 la operación fue practicada en un cadá- tido de que las élites ilustradas en la Nueva España excluyeron delibe-
ver en la ciudad de México.61 radamente a las mujeres de su programa de reforma social. La ley de la
La ley de 1804 arribó en Chihuahua en agosto del mismo año y pro- cesárea post mortem codificó esta exclusión y sujetó el cuerpo de la mu-
bablemente alcanzó las parroquias de Nuevo México poco después. jer al tipo de procedimiento humillante antes reservado para criminales
Aunque los archivos de Nuevo México no tienen pruebas de esta prác- ejecutados. Al advertir lo difícil del procedimiento, el decreto no llamó
tica, está claro que el concepto de la cesárea post mortem llegó hasta la a las parteras, sino a los cirujanos y médicos titulados a realizarla.64 En
frontera norte, ya que en uno de los múltiples intentos decimonónicos ausencia de un cirujano, otro médico profesional titulado debía operar,
por demostrar el barbarismo de la población mexicana –y así justificar y sólo si no había ningún médico disponible, podía el sacerdote y el ma-
la dominación estadounidense– el teniente norteamericano William gistrado local nombrar a alguien, con la aptitud y la destreza necesarias,
Abert habló de un evento que supuestamente ocurrió en Chihuahua. a hacerla. Para esta eventualidad, la cédula incluía indicaciones paso-
Según Abert, tras matar a una mujer apache en una emboscada, unos por-paso para hacer la cirugía.
mexicanos arrancaron el “feto viviente” de su abdomen y lo bautizaron El custodio Barcenilla no incluyó estas instrucciones en su circular
burlonamente.62 Aunque la veracidad del evento puede cuestionarse, la de 1815 dirigida a las parroquias de Nuevo México, pero solicitó a cual-
anécdota sí revela la difusión de esta idea en el norte de México. quier cura con un ejemplar del “gran [libro] del [padre siciliano Fran-
A fin de facultar a las nuevas autoridades de la época –los médicos– cesco] Cangiamila” sobre el tema prestárselo a fin de dar indicaciones
el decreto aprovechó las autoridades barrocas –los sacerdotes– para que precisas a los clérigos de la región. Mientras tanto, reconociendo las
estos últimos aplicaran la ciencia a dos antiguos problemas teológicos: múltiples dificultades asociadas con esta cirugía –aunque nunca había
cómo asegurar la salvación de los no nacidos, y cómo determinar el mo- presenciado una– Barcenilla ordenó a los sacerdotes determinar quién
mento de la muerte. Los médicos debían cooperar con los clérigos para en su parroquia era capaz de practicarla. Además, advirtió que de no
asegurar que una mujer que muriera en cualquier etapa del embarazo contar con alguien competente en la localidad, la responsabilidad recae-
fuera sometida a cirugía. Independientemente de la edad de gestación ría en el cura. Al parecer, entonces, incluso una mujer muerta era capaz
del feto, el procedimiento prometió extender la posibilidad de la salva- de profanar la castidad clerical, y, anticipándose a la crítica, Barcenilla
ción al niño sin nacer, que de otra manera no sería liberado del pecado amonestó a los clérigos: “ni las tentaciones aparentes nos eximimos de
original. Los médicos debían extraer al feto del vientre de la difunta ma- tan rigurosa obligación”.65 Así, cuidando celosamente su propia modes-
dre para que, una vez fuera, el sacerdote lo bautizara y con el sacramen-
to asegurara su eterno descanso en el paraíso.
Javier Pescador, De bautizados a fieles difuntos: Familia y mentalidades en una parroquia urba-
A diferencia de las reformas de los panteones iniciadas en ese perio-
na: Santa Catarina de México, 1568-1820, México, El Colegio de México, 1992; Pamela Voe-
do, aquí lo espiritual se impuso a lo secular.63 La aparente inconsistencia kel, “Piety and Public Space: The Cemetery Campaign in Veracruz, 1789-1810”, en Latin
entre las dos legislaciones apoya la postura de Pamela Voekel en el sen- American Popular Culture: An Introduction, eds., William H. Beezley y Linda A. Curcio-
Nagy, Wilmington, Scholarly Resources, 2000, 1-25; Verónica Zárate Toscano, Los nobles
61
Rigau-Pérez, “Surgery at the Service of Theology”, 386. ante la muerte en México: Actitudes, ceremonias y memoria, 1750-1850, México, El Colegio de
62
Abert, Abert’s New Mexico Report, 129. México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2000.
63
Además del citado Alone Before God de Pamela Voekel, para una discusión de las 64
Para una discusión concienzuda de la profesionalización de los médicos en Méxi-
reformas de los cementerios, véanse: Silvia Cogollos Amaya y Martín Eduardo Vargas co, veáse Luz María Hernández Saenz, Learning to Heal: The Medical Profession in Colonial
Poo, “Las discusiones en torno a la construcción y utilidad de los “dormitorios” para los México, 1767-1831, Serie Xxi Regional Studies, vol. 17, Nueva York, Peter Lang, 1997.
muertos (Santafé, finales del siglo XVIII)”, en Inquisición, muerte y sexualidad, ed., Jaime 65
Isidoro Barcenilla a las Misiones y Parroquias de Nuevo México, 18 de abril de
Humberto Borja Gómez, Santa Fé de Bogotá, Editorial Ariel-CEJA, 1996, 143-67; Juan 1815, Zía, AASF, Loose Documents, Misión, 1815, n. 12 (53/834-837).
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tia y la de la difunta, un sacerdote podía operar sin correr peligro. Final- probar la muerte. Aunque las indicaciones del rey estipularon que la
mente, el custodio ordenó a los religiosos de Nuevo México educar a operación debía hacerse a la brevedad posible después del fallecimien-
sus feligreses sobre la importancia de este precepto y advertirles de los to para aumentar la posibilidad de lograr un feto vivo, hay informes de
castigos serios –pero, significativamente, no especificados– a que la de- que la operación fue practicada incluso en mujeres muertas desde va-
sobediencia daría lugar. rios días atrás.
Así, operar el cadáver de una mujer muerta fue concebido como un Dos libros importantes sobre el tema dieron fe de la utilidad de la
deber religioso del más alto orden. Su realización ofreció la esperanza operación. El primero, escrito por un monje cisterciense español e intitu-
de salvación allí donde ninguna existía. Aunque las familias humildes lado Nuevo aspecto de teología médico moral, apareció primero en España
intentaran evitar que se realizara la cirugía en sus hijas, hermanas y es- en 1742, y luego en 1787. El padre siciliano, Francesco Cangiamila, pu-
posas difuntas, los clérigos no debían vacilar, sino salvar las almas “de blicó su Embriología sacra, en 1745. Traducida a varios idiomas y publica-
los niños no extraídos del vientre de sus difuntas madres”.66 Aunque da en la ciudad de México en 1772, esta obra fue un antecedente de la
Barcenilla no albergaba esperanzas de producir “niños” vivos a través legislación española. Ninguno de los libros se preocupó por extender
de la cirugía, sus instrucciones, como las de sus superiores en España y la vida física del feto extraído, que solía sobrevivir sólo unas cuantas ho-
México, se basaban en la idea de que la vida podía existir temporal- ras después de la operación. Más bien, fue su vida eterna lo que preocu-
mente en el vientre de una mujer muerta. Después de todo, ¿no había paba a teólogos y médicos por igual, y no su vida mortal. Incluso aun-
llegado al mundo de esta manera el mismo San Román Nonato, el santo que el feto era del tamaño de “un grano de cebada, si tiene movimiento
patrón de las mujeres encintas, las parteras y los no nacidos? De nuevo, se bautizará, y si no lo tiene, también se hará bajo condición”.68
el momento de la expiración de la vida quedó indefinido y difícil, o qui- La idea del bautismo condicional surgió de la misma preocupación
zá imposible, de determinar. con el momento de la muerte que llevó a los testigos a pinchar y auscul-
Implícito y explícito en la legislación y correspondencia sobre este tar el cuerpo de la difunta antes de operar. Ya que según los ritos de la
tema fue la dificultad en cerciorarse de la muerte. No obstante la clari- propia Iglesia, sólo se podía bautizar a personas vivas, en la ausencia de
dad de la ciencia médica respecto de la cesárea, hubo una amplia “área señas de vida el sacerdote procedía a bautizar el feto de manera “condi-
gris” en la determinación del momento exacto de la muerte. Además, el cional”. La dificultad en confirmar el momento preciso de la muerte fí-
folklore incluía varios casos de personas que habían vuelto a la vida sica permitió, por lo menos, esta bienvenida “condicional” a la fe católi-
después de su aparente fallecimiento, cuando su desesperada respira- ca, y así brindó la promesa del cielo a los que de otra manera serían
ción se hacía oír sólo segundos antes de su entierro. El folklore de Nue- condenados a pasar la eternidad en limbo. Aunque condicional, se con-
vo México afirmó que alguien debía quedarse en la casa del difunto sideraba el bautismo tan importante que el decreto prohibió a los sacer-
durante los cuatro días siguientes a su “muerte” para prevenir que re- dotes enterrar a una mujer encinta que falleciera sin antes practicarle la
sucitara.67 Aunque no se podía determinar el momento de la muerte con cirugía. Si bien el rey no especificó una equivalencia entre la no realiza-
precisión, antes de comenzar la operación para rescatar al feto atrapado ción de la cesárea y el asesinato, como el decreto de su padre había he-
era imprescindible constatar la muerte en la medida de lo posible. Se de- cho medio siglo antes, al negarle cristiano sepulcro a la mujer, la cédula
bía acercar amoniaco a la nariz, la boca y los ojos de la mujer para tratar de Carlos IV en efecto castigó al difunto por la negligencia de los vivos.
de revivirla y alguien debía meter un alfiler debajo de sus uñas para No obstante, es probable que tanto los sacerdotes como los feligreses es-
66
Ibid. 68
Modo de hacer la operación cesárea después de muerta la madre, Archivo Histórico de la
67
NMSRCA, Colección Woodward Penitente, s.f., caja 8, fol. 149. Nación, Madrid, Consejos, lib. 1502.
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MARTINA WILL
tuvieran reacios a cumplir el decreto, y esto por varias razones. En Nue-
vo México, tan alejado de toda supervisión, parece haber sido poco pro-
bable que se exhumara un cadáver para practicarle la cesárea post
mortem.69
No obstante los relativamente frecuentes desentierros y reubicacio-
nes de esqueletos enteros en Nuevo México, esta profanación del cuer-
po habría inquietado a muchos. Del mismo modo que la semejanza en-
tre el cadáver y el ser vivo era tal que un muerte aparente quizá no
indicaba el fallecimiento verdadero, la semejanza entre el cuerpo y la
persona en vida habría constituido un fuerte desincentivo al acto de
abrirlo, incluso cuando el fin pretendido fuera de índole espiritual. Fue
esta semejanza entre los vivos y los muertos antes del entierro de estos
últimos lo que en 1834 llevó a Manuel Gallego a permanecer al lado del
cuerpo de su mujer toda la noche después de matarla. La población
estaba conforme con depositar el cadáver en el camposanto para que es-
perara la resurrección, y probablemente les reconfortaba saber que ha-
bían cumplido su deber espiritual al darle a su ser querido misa y cris-
tiana sepultura en tierra consagrada. La resurrección prometía que, al
regresar Jesucristo, los difuntos volverían a habitar sus cuerpos descom-
puestos. Aunque los esqueletos desecados gozaban temporalmente de
un estatus distinto al de los recién muertos, al último todos los que des-
cansaban en la iglesia volverían a reunirse. Fue una cosmovisión comu-
nal y corporativa –distinta a las nociones del individualismo– la que
regía el manejo del cuerpo inerte, como refleja la indiscriminada mezcla
de los restos sin separaciones precisas ni lápidas. Aunque la gente se
preocupaba poco por el trato de los huesos “limpios”, estaban de acuer-
do en lo importante que era conservarlos en la iglesia de la comunidad.
Traducción de Paul C. Kersey Johnson
FECHA DE ACEPTACIÓN DEL ARTÍCULO: 8 de enero de 2003
FECHA DE RECEPCIÓN DE LA VERSIÓN FINAL: 6 de marzo de 2003
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El arancel no incluía un costo para la exhumación, que requería un permiso del
obispo que costaba 50 pesos. Arancel que señala los derechos que se deben cobrar en el Provi-
seraro de Durango sacado fielmente del original que se observa dispuesto por el Ilustrísimo Señor
Don Benito Crespo Obispo que fue de esta diócesis, s.f., s.l. (Durango), AHAD, (216/719).
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