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La novela comienza contando una escena que involucra al padre del joven
protagonista: él es el “zambullidor” del que versa el título, pues además de su oficio
en una empresa de riego (su trabajo consiste en instalar chupones en la parte más
honda del río), tiene el “don increíble de encontrar ahogados”. El episodio del
padre sumergiéndose en las aguas turbias y volviendo con un cadáver deja una
marca irreversible en su hijo, que lo contempla oculto entre el follaje: “Nadie llegó
a darse cuenta del cambio, pero esa tarde empecé a ser otro para siempre”. La
narración de Do Santos viene a sumarse a otros proyectos de escritura que, en los
últimos años, han tratado los procesos de aprendizaje y los vínculos de parentesco
desde la lente infantil, principalmente algunas novelas del fernandino Damián
González Bertolino (1980). En El fondo (2013), por ejemplo, la figura paterna tiene
un trabajo que se sale de lo convencional (buzo y soldador), y que a lo largo del
texto incorpora fuertes resonancias simbólicas. En ambos casos –aunque con
facturas muy distintas-, narrar la percepción del niño supone trasladar una
representación de la familia como territorio de lo enigmático, donde la ausencia y
la incomunicación funcionan como puntos de fuga que disparan toda una
imaginería.
Mathías Iguiniz