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Jorge Edwards: tras las huellas de la verdad

Jorge Edwards: In pursuit of truth

María del Pilar Vila

"En los períodos de crisis, la tradición es la gran


tela de araña que sostiene el creador sobre el
vacío existencial. Todos nos apoyamos en las
obras ya escritas para escribir nuestros textos,
especialmente cuando las certidumbres se
tambalean. Cuando el presente se tambalea".

José Donoso

Este trabajo aborda el análisis de El origen del mundo (1996), novela del escritor
chileno Jorge Edwards. Para ello, se parte de la colocación del autor en el marco de
la generación del 50, de sus deudas literarias y del fuerte peso que la ciudad tiene
en su escritura. La novela, construida como un relato de amor y de intriga, encierra
temas claves para la narrativa de Edwards, tales como la pérdida de las ilusiones,
la vejez y el fracaso de muchos intelectuales. Al mismo tiempo, pone en escena un
tema que rodea a toda su producción: la representación de la realidad.

This work analyses Jorge Edwards' novel El origen del mundo (1996). It starts by
placing the Chilean writer in the setting of the generation of the 50s, describing his
literary influences and the importance the city has in his writings. The novel, built
as a story of love and intrigue, encompasses themes which are very important for
Edwards' narrative such as the loss of illusions, old age and the failure of many
intellectuals. At the same time it enacts a theme which is present in all his writings:
the representation of reality.

Jorge Edwards nació en Santiago de Chile en 1931. Es abogado y diplomático de


carrera pero prefiere ser reconocido como escritor. Su vasta obra se inicia con El
patio, libro de cuentos aparecido en 1952. A éste le siguen Gente de la
ciudad (1961), Las máscaras (1967), Temas y variaciones (1969), Cuentos
completos (1990) y Fantasmas de carne y hueso (1992). Publica, además, las
siguientes novelas: El peso de la noche (1964), Los convidados de piedra (1978), El
museo de cera (1981), La mujer imaginaria (1985), El anfitrión (1987) y El origen
del mundo (1996). Es autor de Persona non grata (1973) y Adiós poeta (1990),
ambos deudores de la narrativa testimonial, y de los volúmenes de ensayos Desde
la cola del dragón (1977), Mito, historia y novela (1980) y El whisky de los
poetas (1994). Escribió y escribe con frecuencia artículos en revistas especializadas
y de divulgación.
Su primer trabajo, El Patio, despierta el interés de sus coetáneos; Enrique Lihn lo
define como un "libro de adolescencia", al tiempo que atrae, por diversas razones,
a escritores chilenos consagrados. Es éste el caso de Gabriela Mistral quien
manifiesta su preocupación, no por la calidad de los relatos que han llegado a sus
manos, sino por la perspectiva "moral" que se desprende de los mismos.

Chile es un país que tiene una tradición literaria fuertemente vinculada con el
mundo de la poesía. El propio Edwards reconoce que es el ámbito que ha sido más
representativo de los escritores chilenos, y que ello se ha debido a que "La poesía
chilena, sus poetas, han sido siempre más abiertos al mundo, y [que] los
narradores en cambio han sido seguidores tardíos de Zola, han desarrollado el
método naturalista al pie de la letra" (Torres 1986: 135).

Pensar en narradores remite, de modo casi inmediato, a los grupos que dejaron
una fuerte impronta en la historia de la literatura chilena. Por un lado, la generación
del 38, los escritores "criollistas"; por otro, la generación del 50. En ambos grupos
emergen escritores que se constituyen como los conductores. Manuel Rojas y José
Donoso son los escritores "faros" (Bourdieu 1995) de uno y otro grupo; entre
ambos se abre una brecha que está signada por un cambio de ámbito, objeto de
"ficcionalización". Hay un desplazamiento del campo a la ciudad, y un personaje
diferente ingresa en las novelas: el hombre que vivía como una fuerte tensión la
relación entre la ciudad y el campo da paso al que vive en una ciudad oscura,
decrépita, poco solidaria.

Jorge Edwards registra ese espacio desde distintas perspectivas: por un lado, la del
adolescente que reacciona contra el orden y que transgrede las convenciones
sociales y "morales", por otro, la del hombre que convive con procesos
dictatoriales, sometido a la presión del control, de la angustia y de la soledad. En
cada uno de ellos hay un fragmento de su propia historia. Edwards señala que su
ingreso en el mundo de la escritura está teñido, desde el campo familiar, de un
cierto matiz prohibido. Se siente próximo a su tío abuelo Joaquín Edwards Bello
?"Joaquín el inútil" como lo llamaban en el ámbito familiar? pues percibe, desde el
momento en que empieza a escribir o quizás tan sólo a leer, que entre ambos
existían vínculos invisibles que serían directrices para los rumbos que él más tarde
tomaría. Al mismo tiempo, casi como cumpliendo con un mandato de clase, ingresa
en el mundo de las leyes y de la diplomacia.

Su pertenencia a una familia fuertemente arraigada en la alta burguesía chilena, y


la clara conciencia de que él "pertenecía al mundo que era realmente el universo
del colegio de los jesuitas" (Vila), conforman un campo proclive para la presencia
de tensiones, no sólo en la escritura, sino en la vida pública del escritor.

¿Cómo es el personaje de sus relatos y novelas?, ¿qué mira de esa ciudad opresora
y opresiva?, ¿cómo es la sociedad y de qué modo trata de representarla? De
acuerdo con lo que sostiene Pierre Bourdieu, para preguntarse cómo Edwards llega
a ser el escritor que es, el intelectual que se debate entre mundos o ámbitos
fuertemente contradictorios, habría que indagar acerca de cómo, dadas su
procedencia social y las propiedades socialmente constituidas de las que era
tributario, pudo ocupar o en algunos casos producir las posiciones ya creadas o por
crear que un estado determinado del campo literario ofrecía y dar así una expresión
más o menos completa o coherente de las tomas de posición que estaban inscritas
en estado potencial de esas posiciones (1995: 318).

En ese sentido se puede pensar que Edwards, como claro representante del mundo
burgués, pone en escena sus contradicciones, sus dudas, su percepción de estar
ante un mundo de esplendor que está acabando.
Quizás resulte pertinente recomponer el campo intelectual y el campo social en el
que se inscribe este escritor fuertemente condicionado por un orden y por una
disciplina que, a veces, lo impulsa a actuar de modo contrario. Los escritores de la
generación del 50 no tienen un conductor declarado, aunque se puede pensar que,
tal vez sin proponérselo, quien ha ocupado ese lugar es José Donoso (1924-1997).
Enrique Lafourcade es quien acuña la denominación generación del cincuenta, en
tanto que Edwards la denomina vapuleada generación. En torno a ese nombre se
nuclean -o lo ha hecho la crítica- Claudio Giaconi, "representante de los chilenos de
la ira y la desesperación" (Alegría 1962), autor de La difícil juventud, conjunto de
cuentos que fueron analizados por Edwards y a los que considera como los relatos
que "trajeron a la literatura chilena una estética de lo sombrío, de lo obsesivo y
enfermizo, de lo que se encuentra detrás de las apariencias y es posible percibir en
una segunda mirada" (1998: 58).

Se suman los nombres de Jaime Valdivieso, Enrique Lihn, Margarita Aguirre, Jaime
Laso, Alejandro Jodorowsky, José Donoso. Todos ellos son lectores del James Joyce
de Dublineses y de Retrato del artista adolescente de Henry James, de Gustave
Flaubert, de Stendhal, de Franz Kafka. Buscan distanciarse de los criollistas y esto
se observa en las deudas que tienen con el mundo literario europeo. Edwards,
desde sus ensayos, alude en forma reiterada a estas relaciones (Edwards 1995).

En los textos de estos jóvenes escritores están presentes, por un lado, la ciudad
oscura y sórdida por la que deambulan anónimos paseantes, y por otro, el mundo
decadente de la alta burguesía con sus casas opresivas y con una atmósfera
extraña y casi misteriosa.

La narrativa de Edwards, excepto en el caso del relato de corte testimonial Persona


non grata y en algunos cuentos, casi siempre tiene como espacio central a Chile y,
en particular, la ciudad de Santiago. Profundamente marcada por un estilo burgués,
la capital chilena recoge las mejores señales en la arquitectura y en los
comportamientos y conformación de una clase social que regirá los destinos del
país. De ella es deudora la familia Edwards1. Y hacia ella dirige su mirada el escritor
chileno. A esa ciudad plagada de mansiones propias del gusto burgués francés, de
grandes avenidas -que recuerdan el proyecto de Haussmann-, morada de
burgueses que viven, en muchos casos, del recuerdo de las épocas de opulencia
generadas en un aprovechamiento sin límites del cobre. Al respecto dice Luis Vitale:

El proceso de urbanización, acelerado desde la década de 1930 por la


industrialización, detonante principal de la migración campo-ciudad, fue
determinante en el crecimiento exponencial de Concepción, Valparaíso y
principalmente de la capital del país.
Corresponde, entonces, estudiar las ciudades como un fenómeno histórico
no solamente desde el punto de vista geográfico y demográfico sino de la
nueva vida cotidiana que generó con el cambio de costumbres, régimen de
comidas, restaurantes, uso de tiempo libre en bares, vida nocturna, bailes,
música, cines, teatros, deportes y el impacto de los nuevos medios de
comunicación: la radio y la televisión y de todos aquellos componentes de la
vida urbana (1998: 204).

En la obra de Edwards, esa ciudad ha perdido el esplendor que otrora la


caracterizara; han quedado en el recuerdo la espectacularidad, la novedad y el
exotismo que la posesión de dinero y de alcurnia permitían exhibir. El lector se
enfrentará con un marqués olvidado, alejado del mundo exterior, encerrado en sus
fantasías y en sus temores, o con hombres festejando un cumpleaños en medio del
toque de queda mientras afuera la ciudad se entenebrece.
A través de los relatos y novelas, se conocerán bares oscuros2, habitaciones
húmedas, casas en las que el orden aparente encierra un desorden y provoca
quiebres en las normas y en las convenciones sociales. En este ámbito, la familia
ocupa un lugar preponderante en la narrativa del chileno. Una familia que, también,
aparece con fisuras o, al menos, no se presenta con la perspectiva monolítica que
registró la narrativa del XIX y la de principios del XX.

El cuento "El orden de las familias" que integra el volumen Las máscaras es un
ejemplo claro de esta problemática. Edwards le adjudica al relato un fuerte tono
autobiográfico. En él se pone en escena la tensión en la que se debaten las
relaciones familiares, las que están atravesadas por los engaños, las miserias y una
ambigua relación incestuosa, mostrando así una estructura familiar que se apoya
en convenciones y alienaciones. Detrás de ese aparente orden está la destrucción
de la familia, hay vínculos ocultos que encubren una decadencia que se traslada de
la casa al país, es decir, hay un desplazamiento del espacio cerrado y privado al
público.

Como los personajes de algunos relatos del peruano Julio Ramón Ribeyro, estos
protagonistas son los que han quedado fuera del "festín de la vida", a los que les
cuesta aceptar una realidad dolorosa, una realidad social y económica decadente.
Cuando Bryce Echenique (1994) -refiriéndose a la narrativa de Ribeyro- señala que
en sus relatos están "la vejez, el deterioro, la frustración y el perecimiento" y que
"parecen contener [...] una realidad tanto dolorosa y absurda como previa y
fatalmente establecida", está refiriéndose a un registro de la sociedad que también
puede leerse en la obra de Edwards. Se establecen, así, filiaciones entre ambos
escritores, especialmente por el modo en que los dos perciben una sociedad
cambiante que ha perdido la condición de espacio armónico.

No será éste el único aspecto vinculado con la ciudad que aparezca en la obra de
Edwards. Este espacio se muestra, a veces de modo doloroso, como lugar para el
registro de la historia chilena, en particular de la dictadura; queda así, a la vista,
uno de los resabios más crueles: el exilio. Es éste un tema que vuelve, de distintas
maneras, a la escritura del chileno. En algunas de sus novelas es el eje en torno al
cual gira la historia, en otras aparece sugerido, esbozado. Tal como afirma Hernán
Vidal, la represión y la dictadura generan en los escritores chilenos la necesidad "de
expresar una experiencia hasta entonces [después del 11 de septiembre de 1973]
poco frecuente para la generalidad del país" (Vidal 1980: 63).

Los escritores de la generación del 50 fueron conscientes de los desplazamientos


que tenían que producir en el ámbito literario para generar una nueva manera de
escribir y de registrar ciertos procesos que estaban operando en la sociedad. Por
otra parte, a esos procesos había que inscribirlos en un ámbito que fuera más allá
del que los criollistas referían en sus obras. La pérdida de poder, el deterioro social,
el fracaso, el destino incierto de una clase social hasta el momento poderosa y la
pérdida de los afectos serán problematizados por una narrativa que evidencia
sólidos lazos con el realismo norteamericano. Estas preocupaciones generan, casi
de modo natural, un interrogante que es, en definitiva, un problema teórico: ¿es
posible representar la realidad?

"¿Cómo se puede saber la verdad, o acercarse, por lo menos, a eso que llaman la
realidad y que se nos escurre por todos lados?", se interroga uno de los narradores
de El origen del mundo (1996). Esta pregunta entraña uno de los ejes de la
narrativa del chileno y constituye el disparador del enigma que se relata.

La novela se inicia de la mano del cuadro que estuvo oculto durante años,
silenciado y condenado al peor castigo que una pintura puede soportar, como es el
hecho de no ser visto. Cuando Gustave Courbet3 lanzó con audacia sus pinceles
sobre la tela y el cuerpo apareció sin tapujos, desafiante y provocador buscaba, tal
vez, el escándalo. El rostro de la mujer oculto, como presagiando el destino de la
pintura; el sexo al descubierto, atrevido y cargado de detalles presagiaba la
condena. Su título: El origen del mundo (1866).

Jorge Edwards, después de más de un siglo abre el cuadro con palabras, lo


recupera, y con esa apertura verbal inicia una historia de amor y de intriga que
contiene muchos de los fantasmas que están presentes en gran parte de su obra.
Edwards, por su parte, comienza a desgranar un juego verbal que lo transforma en
ese reproductor de ilusiones del que hablaba Guy de Maupassant (Bourdieu
1995:482).

Eugenia Brito (1994: 14) sostiene que la narrativa chilena producida después del
golpe ha generado un desplazamiento de espacios escriturarios. La proximidad
entre la literatura y las artes visuales, en particular la pintura, marca vínculos que
se ven acrecentados en esta instancia sociopolítica. A esta relación la denomina
"sistema de comunicación basado en el arte del disimulo". La historia que se cuenta
en El origen del mundo registra este constante juego entre la develación y el
ocultamiento.

La imagen que provoca la angustia y la duda del Dr. Patricio Illanes está instalada
en una galería de arte y, a partir de ese espacio condensador del arte visual, se
inicia una intriga detectivesca que habla de vidas debatiéndose entre la realidad y
la ficción. Apresar el instante y representar la realidad son conceptos que están
presentes desde las primeras páginas de la novela. Illanes busca reemplazar la
pose del cuadro con otra idéntica, pero esta vez lograda a través de la fotografía.
Así, el obsesivo Dr. Illanes recorta un trozo de esa realidad que lo tortura, la
fragmenta y la expande por toda la novela.

Edwards realiza una operación casi cuentística y por ello, quizás, juegue un papel
tan importante la fotografía.4 El considera (Vila) que, en realidad, El origen del
mundo fue gestado como un cuento pero que, poco a poco, fue tomando forma de
novela. La dupla palabra/fotografía o palabra/visión constituyen los disparadores de
todo el texto, que actúan "en el lector como una especie de puerta que abre la
anécdota literaria [...] hacia intensos caminos de sensibilidad e inteligencia"
(Cortázar 1995).

En El origen del mundo el espacio narrativo está sostenido por los pilares centrales
de la experiencia humana: por allí circula el amor, la agresión y el conflicto. Los
tres se necesitan, los tres se alimentan entre sí. Es una historia, tal vez simple, que
permite que por sus intersticios corra la duda, deambule la soledad y se instale la
intriga. Patricio Illanes está profundamente enamorado de Silvia; es el amor el que
lo lleva a agredirla con la sospecha del engaño y es la duda la que desata el
conflicto al no poder definir o comprender si ese cuadro está representado un
instante de la vida de su mujer con Felipe Díaz.

A lo largo de la novela amor y odio, dudas y certezas, gozo y descontento circulan


con idéntica presencia y con igual fuerza. Silvia, Felipe y Patricio conforman una
trilogía que proyecta los daños que la hipocresía, la mentira y la inseguridad han
instalado en una sociedad decadente que, además, soporta la presencia de los
huérfanos de tierra, de país, de raíces. Es decir, que al no plantearse las situaciones
reales de modo definido o con una cierta precisión, los sentimientos reales se
convierten en "nidos de ambivalencia". Estas circunstancias llevan al lector a
desplazarse por zonas borrosas que contribuyen a crear ese clima de incertidumbre
que campea en la novela.
En El origen del mundo hay un constante juego entre la seducción y el secreto,
componentes ambos de una trama de intriga y suspenso. Parret (1995: 109)
sostiene que la alianza de la seducción con el secreto excluye la identificación con la
mentira y la manipulación. Considera que el juego es ininteligible porque el modo
de presencia de la seducción es, precisamente, el simulacro. El lector asiste a una
puesta en escena de estos pares: secretos bien guardados y seducción
¿imaginada?, conceptos que en la novela no necesariamente equivalen a juegos de
mentiras o a manipulaciones. La obsesión detectivesca de Patricio Illanes nace de la
sospecha, la que no se vincula directamente con la mentira de Silvia o la
manipulación de Felipe.

Patricio busca develar el misterio; sin embargo, se refugia en el secreto,


experimenta casi un placer profundo por mantener una zona que se transforma en
su dominio, en el lugar en el que conserva el poder del secreto. De allí los
constantes juegos ambiguos por conocer/desconocer la verdad. Este es un rasgo
casi constante en la escritura del chileno: la mayoría de sus relatos y novelas
aluden a circunstancias o acciones de los personajes en los que no se termina de
definir. Quizá el caso más significativo lo constituyan las referencias a situaciones
de tipo sexual, en particular a aquellas que aluden a presuntas relaciones
incestuosas o a sexualidades ambiguas.

En definitiva, los tres personajes de El origen del mundo no son más que seres
desolados, grises y angustiados que sienten el peso de la vejez, la decadencia de
un sistema expulsor, que tienen la convicción de haber perdido las certezas, las
ilusiones y hasta el convencimiento del lugar que, como intelectuales, ocupan en la
sociedad.

Séneca, observador, analítico e inquieto buceador de verdades, advierte desde el


epígrafe del primer capítulo que "no se está en ninguna parte cuando se está en
todas" (1982: 23). El libro de Séneca condensa las reflexiones del filósofo cordobés
acerca de las contradicciones del hombre. La alusión a Séneca en esta novela va
por dos carriles: es el homenaje que le hace Edwards y es el libro que lee Felipe
Díaz los días previos a su muerte. La cita es el resultado de la conjunción de la
literatura con la reflexión filosófica.

La novela circula por un clima constante de extrañeza, de inseguridad, de dudas.


De allí que los procedimientos propios de la narrativa de suspenso o policial
emerjan a cada paso. Como un detective, Patricio Illanes inicia el camino de la
revelación y lo hace operando sobre pares: descubrir/encubrir; develar/ocultar;
creer/no creer; realidad/ficción. Se establece así una primera relación entre la cita
y la historia narrada, entre el viajero/exiliado y el mecanismo de "leer" el cuadro
primero, la fotografía, después; esa fotografía que "es subversiva" porque es
"pensativa" (Barthes 1995: 81), porque genera la duda y reafirma la incapacidad
de Patricio de confiar en algo o en alguien. En este sentido, la frase de Séneca, que
sigue a la recordada por Edwards, termina de conformar el itinerario de Patricio
Illanes: "A los que pasan su vida en viajes les sucede esto: que tienen muchos
huéspedes, pero ningún amigo".

Se entremezcla en la novela la historia del triángulo amoroso con la situación de los


latinoamericanos en Europa, con esa suerte de exilio que genera el mundo de la
diplomacia, circunstancia que Edwards conoció muy bien. Una vez más, el tema
político se instala en la escritura del chileno, hecho que se pone de manifiesto en la
inseguridad permanente de Patricio con respecto a su condición de latinoamericano
en París. No sólo es hostil el cuadro sino también su relación con el mundo
europeo.
Las alusiones al exilio, la referencia a la situación política de Chile y la presencia del
dictador Augusto Pinochet atraviesan velada o explícitamente el texto, sin llegar a
constituirse en el eje de la narración. Sin embargo, ponen en evidencia que el
narrador no puede dejar de pensar en el espacio original, en la tierra abandonada,
en las muchas historias de exiliados que ha conocido, y, por sobre todas las cosas,
no está ausente el par orden/desorden.

Como en tantos relatos, este juego casi obsesivo entre contrarios emerge del
relato. Felipe Díaz transita por la vida en un desorden total; a Patricio Illanes le
molesta pero, al mismo tiempo, experimenta una extraña sensación de envidia por
esa vida libre de ataduras y de imposiciones. Como al propio Edwards, lo acompaña
una obsesión "por lo que rompe el orden, pero a la vez hay una preocupación por el
orden":

La gente que vive como Felipe revienta temprano, pensaba yo, lo cual quería decir
que él ya estaba viviendo de prestado, de llapa (como decíamos en Iquique)[...]
Nosotros, los médicos, creemos que las reglas de la medicina sirven de alguna
cosa, y que su transgresión siempre es traicionada por algún dios oscuro y nuestro.
Cada vez que nos encontramos con un ser que parece escapar a esas reglas, con
alguien rebelde a nuestros vaticinios [...] en el fondo nos irritamos, nos sentimos
arbitraria e injustamente desmentidos (Vila).

En esta novela el desorden contribuye a crear incertidumbre y está al servicio de la


intriga en tanto vela la posibilidad de conocer la verdad. Del mismo modo que el
erotismo explícito del cuadro de Courbet resguardó la identidad de la mujer
ocultando su rostro, la vida de Felipe se cubrió con una sábana para impedir que se
filtrara ante los ojos inquisidores y cuestionadores de Patricio. También en esta
novela Edwards juega constantemente con este registro de ocultamiento, como una
forma de señalar a sus lectores que no siempre es posible conocer. O para decirlo
en términos de Pierre Bourdieu (1995), son personajes "que viven la vida como una
novela porque se toman la ficción demasiado en serio a falta de poder tomarse en
serio la realidad y que cometen un 'error de categoría', absolutamente similar al del
novelista realista y al de su lector".

El origen del mundo también habla de otro de los fantasmas que acosan la escritura
de Edwards: el tiempo en sus distintas manifestaciones. Por un lado, la vejez, por
otro, la angustia que genera su paso y por ende las consecuencias que éste trae
consigo: decadencia física e intelectual. De allí que los celos, la inseguridad, la duda
y la sospecha estén directamente vinculados con este tópico. Mario Vargas Llosa
(1996) entiende que El origen del mundo es "una historia que bajo la tramposa
apariencia de un divertimento light, es en realidad una compleja alegoría del
fracaso, de la pérdida de las ilusiones políticas, del demonio del sexo y de la ficción
como complemento indispensable de la vida".

En efecto, estos temas están presentados con distinta intensidad, como


condensación de lo que ya se había podido leer en otras novelas y cuentos de
Edwards. El museo de cera, El peso de la noche y, de una manera no tan expresa,
otros relatos presentan esta temática tan próxima a la generación del 50.

La perspectiva que ofrece la ciudad como un espacio no siempre acogedor, los


espacios cerrados que se concentran en viejas casas que muestran el deterioro de
antiguos esplendores o en departamentos oscuros y decadentes, son registros del
lugar elegido para "ficcionalizar" un ámbito que muestra una forma de decadencia.

Esta, a su vez, adquiere nuevas formas en ese juego perverso en el que se enredan
los protagonistas en un intento vano por superar la vejez, el deterioro físico, y por
conservar el esplendor del erotismo. Fotografía y pintura concentran esa lucha
tenaz y accionan la creación de un momento en el que ficción y realidad se mezclan
en pos de la recuperación de las ilusiones perdidas.

Illanes cree reconocer a su esposa en el cuadro, pero, además, imagina que la


fotografía hallada en el cuarto del amigo suicida es la de su mujer. A partir de estos
juegos perversos de creer e imaginar se dispara la historia que, sin duda, puede ser
leída inicialmente como un relato de intriga o como el desvarío de un viejo
consciente de su decadencia física y aterrado por la posible pérdida de su joven
mujer.

Superada esta primera lectura -que como toda lectura tiene en sí misma suficiente
legitimidad-, el lector se encuentra con el juego que Edwards propone: ¿es posible
conocer la realidad?, ¿se la puede representar? Frente a este tema, considerado por
él mismo (Vila) como un tema de fondo, dice que imagina que el escritor hace una
representación muy subjetiva de la realidad:

es una realidad un poco fantasmagórica. Es una realidad mental. Entonces a veces


yo siento como los idealistas, que no existe la realidad, como Borges. Es como una
especie de idea muy poética, muy estimulante, que hace que uno la pueda
sostener, pero lo que sí siento es que la representación que uno puede hacer es de
una extremada subjetividad.

La novela plantea, pues, esta pulsión constante que existe entre estos dos pares
que presentan una imagen que genera en el lector la idea de imposibilidad de
conocer plenamente lo que ha sucedido.

El origen del mundo alude también a un tema recurrente en la obra de Jorge


Edwards: la necesidad de tejer vínculos literarios y políticos. En la novela están
presentes las historias de los latinoamericanos exiliados en Europa, la vida de los
intelectuales en las calles de París, esa ciudad que sigue deslumbrándolos, que
genera un espacio codiciado pero solitario y que, a veces, los expulsa. Ese espacio
que es sentido como el lugar al que se debe llegar, que se sigue construyendo
como el lugar utópico en tanto permite mantener vínculos con el mundo intelectual
europeo. Al mismo tiempo, la novela registra aspectos del mundo político,
colocaciones dificultosas de los dos hombres con respecto a la política, en particular
con el mundo de la gauche.

Es el espacio en el que las pérdidas se hacen palpables y se presentan ante los


hombres como espacios deseados pero de los que se sabe que no podrán ser
recuperados. Es una mirada sobre un París oscuro, poco solidario, por el que
circulan los expulsados del mundo de la política y los escritores que intentan ocupar
un lugar en ese mundo hostil. El entierro de Felipe Díaz condensa esa soledad, ese
desamparo que sienten muchos de los protagonistas de las novelas y cuentos de
Edwards. El propio escritor alude a la muerte de Enrique Lihn como el referente
inmediato para construir ese episodio. Lihn -dice Edwards- fue consecuente hasta
con su muerte y agrega: "¡Qué cosa tan triste esos entierros, sin cantos, sin curas!"
(Vila), palabras que en la novela están en boca de Silvia.

El origen del mundo está asentada en un soporte epistémico que recorre un camino
que va de la afirmación a la duda. Prueba de ello es la utilización de verbos
como aparecer, atribuir, comprender/no comprender, sospechar o suponer. Esto se
vincula, inicialmente, con la necesidad de Illanes de conocer la verdad. Es decir,
que una vez más recorre la escritura de Edwards el problema de la representación
de la realidad y el vínculo entre realidad y verdad. La voz del sujeto que habla y
escribe adquiere distintas dimensiones: contempla, vive o evoca. Pero las tres
acciones están atravesadas por la necesidad de saber la verdad, conocimiento que
no se limita solamente a establecer si entre Silvia y Felipe existió algún tipo de
relación sentimental o si Silvia es la mujer del cuadro/fotografía, sino si la vida de
Patricio Illanes no ha sido en definitiva una máscara que ha encubierto la
frustración, el aislamiento y la soledad.

Tal como Edwards lo ha manifestado en muchas entrevistas, sus personajes son


esos hombres que sienten el fracaso como la marca más decisiva en sus vidas. Al
mismo tiempo representan a los intelectuales latinoamericanos que viven y
recorren un largo camino intentando encontrar el lugar del reconocimiento y de la
legitimidad. El fracaso los atraviesa; fracaso como escritores pero también fracaso
político. Al finalizar la novela el lector tiene la certeza de que "nunca la nada fue tan
segura" como en esta historia.

NOTAS
1
Pese a las propias afirmaciones del escritor, quien se dice perteneciente a "los
Edwards pobres", el peso de su apellido, en una sociedad que mira con simpatía
todo gesto de prosapia, constituye una marca de vínculo con una familia
aristocrática que no puede ser dejado de lado. Por otra parte, hay un cierto
regodeo en su escritura por aludir a sus vínculos familiares, en particular a aquellos
que marcan una fuerte distancia con las clases menos pudientes.

2
Con referencia a los bares, Luis Vitale (1998: 207) señala que en la etapa de
urbanización aparecen muchísimos bares y restaurantes. Con respecto a los
primeros destaca "El Miraflores, el primer café 'a la europea', abierto en 1939 [que]
fue punto de encuentro de Neruda, Acario Cotapos, Gonzalo Bulnes y otros.
Después vino el Bosco [...] En la década del 50 surgieron los cafés al paso, como el
Do Brasil, Haití y Jamaica". En el caso del Bosco, está presente en los recuerdos y
en la escritura de Edwards.

3
Pintor francés (1819-1877) enrolado en la escuela realista. Entre sus principales
obras figuran: Las bañistas, Picapedreros (hoy destruido), Entierro en Ornans, El
Taller.

4
Julio Cortázar en El cuento y la fotografía (1995), conferencia pronunciada en La
Habana en 1962, establece una relación muy interesante entre la literatura y las
artes visuales. Considera que hay una vinculación muy manifiesta entre la novela y
el cine y el cuento y la fotografía. Mientras que en el primer par se destaca "un
orden abierto", en el segundo se parte de "una ajustada limitación previa, impuesta
en parte por el reducido campo que abarca la cámara", al igual que el cuento.

Universidad Nacional del Comahue


Sede Viedma, Gallardo 488
(8500) Viedma, Río Negro, Argentina

OBRAS CITADAS

Alegría, Fernando. 1976. Literatura chilena del siglo XX. 2 ed. Santiago: Zig-
Zag. [ Links ]
Barthes, Roland. 1995. La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Buenos Aires,
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Bourdieu, Pierre. 1995. Las reglas del arte: génesis y estructura del campo literario.
Barcelona: Anagrama. [ Links ]

Brito, Eugenia. 1994. Campos minados (Literatura post-golpe en Chile). Santiago:


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Bryce Echenique, Raúl. 1994. Prólogo. Cuentos completos. Por Julio R. Ribeyro.
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Cortázar, Julio. 1995. "Algunos aspectos del cuento". Lengua, vos/z en creación.
Por Susana Aime y Paula Gallardo. Colecc. 12+2. Buenos Aires: Edit. Estrada. 101-
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Edwards, Jorge. 1995. "Galerías abiertas", "Los disidentes", "De la SECH a la


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